Pasión junto al mar - Andrea Laurence - E-Book
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Pasión junto al mar E-Book

Andrea Laurence

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Beschreibung

¿Cómo iba a luchar contra un hombre con tanto dinero, con tanto poder y con un encanto al que no era capaz de resistirse? Un error cometido en una clínica de fertilidad convirtió a Luca Moretti en padre de una niña junto a una mujer a la que ni siquiera conocía. Y, una vez que lo supo, Luca no estaba dispuesto a apartarse de su hija bajo ningún concepto, pero solo contaba con treinta días para convencer a la madre, Claire Douglas, de que hiciera lo que él quería. Claire todavía estaba intentando superar la muerte de su marido cuando descubrió que el padre de su hija era un desconocido. Un rico soltero que no pensaba detenerse ante nada para conseguir la custodia de la niña.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2016 Andrea Laurence

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pasión junto al mar, n.º 2113 - junio 2018

Título original: The CEO’s Unexpected Child

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-139-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

–No me importa, Stuart. No voy a permitir que un completo desconocido me quite a mi hija.

Stuart Ewing, el abogado de Claire Douglas, le palmeó la mano. Tenía un aire paternal y una actitud tan bondadosa que parecía mentira que fuera un tiburón en los juzgados.

–Lo conseguiremos, Claire. Lo único que necesito es que mantengas la cabeza fría. No te dejes vencer por la emoción.

Claire frunció el ceño. Mantener las emociones bajo control no era su fuerte. Llevaba dos años siendo bombardeada por todo tipo de sentimientos. Su vida se había convertido en una montaña rusa desde el instante en el que había descubierto que estaba embarazada. Tras años de fallidos tratamientos de fertilidad, aquel había sido su último intento. Y con el embarazo había rozado las alturas.

Con la muerte de su marido en un accidente de coche estando ella embarazada de cinco meses había descendido hasta lo más hondo. Sobre todo después de las dolorosas revelaciones que habían seguido a su muerte. El nacimiento de su hija había sido lo único que la había sacado de aquel agujero negro y le había dado motivos para volver a ser feliz.

Pero jamás había esperado algo como aquello. El descubrimiento del error que habían cometido en la clínica de fertilidad le había cambiado la vida. La había convertido en millonaria y, al mismo tiempo, había quebrado la estabilidad de su pequeña familia.

–¿Señora Douglas? ¿Señor Ewing? Ya están esperándoles.

La recepcionista señaló la puerta doble que conducía a la sala de reuniones.

Allí, asumió Claire, les esperaban el hombre que pretendía arrebatarle a su hija y el abogado que iba ayudarle a conseguirlo.

–Vamos, Claire –la animó Stuart–. Todo va a salir bien. No vas a perder a tu hija.

Claire asintió, intentando mostrar una serenidad que no sentía. Entraron en la sala de reuniones en la que Edmund Harding estaba esperándoles. Harding era la case de abogado que todo millonario de Manhattan tenía entre los contactos de marcación rápida. Con su alto prestigio e influencia era muy probable que consiguiera que el tribunal hiciera todo lo que él quisiera.

Claire agarró el bolso con fuerza y siguió a Stuart a la sala de reuniones.

La habitación era muy elegante y resultaba incluso intimidante, con la enorme mesa de cristal que la dividía en dos. Había unas mullidas sillas de cuero a lo largo de la mesa, pero en aquel momento todas estaban vacías.

La mirada de Claire se desvió hacia unos ventanales situados a la izquierda. Ante ellos permanecía un hombre contemplando Central Park. Claire no pudo ver sus facciones, solo sus hombros descomunales y su cintura estrecha. Era un hombre alto y tenía los brazos cruzados. Emanaba de él una intensa energía que Claire percibió al instante.

–¡Ah, señora Douglas! –la saludó alguien–. Señor Ewing. Siéntense, por favor.

Claire se volvió hacia aquella voz y descubrió a un hombre en el otro extremo de la sala. Estaba llevando la documentación a la mesa. Su aspecto de intelectual la convenció de que aquel era el afamado Edmund Harding. Lo que significaba que el hombre que estaba frente al ventanal tenía que ser…

–Luca, ya podemos empezar.

Cuando Claire se estaba sentando, Luca Moretti se volvió por fin. Y Claire se alegró de haber tomado asiento. El rostro que la contemplaba parecía el de una obra maestra del Renacimiento. Aquel hombre tenía la mandíbula cuadrada y perfectamente rasurada y unos pómulos que parecían esculpidos en mármol. Unas cejas oscuras enmarcaban unos ojos entrecerrados que la recorrieron durante un segundo antes de desviarse con obvio desinterés.

Luca se acercó a grandes zancadas a la mesa y se sentó al lado de su abogado.

¿Aquel era el padre de su hija? Parecía increíble, pero, obviamente, los rizos oscuros y el cutis aceitunado no los había heredado de ella.

–Antes de que empecemos, ¿les apetece tomar algo? ¿Agua? ¿Café? –ofreció Edmund.

–No, gracias –contestó Claire con voz queda.

–Un café solo –pidió el hombre que estaba frente ella.

Sin cortesía alguna, sin dar las gracias. Parecía la clase de hombre acostumbrado a conseguir todo lo que quería. Pero aquella vez no iba a salirse con la suya. Claire estaba decidida a no permitir que se hiciera cargo de su hija. Ni siquiera conocía a Eva. ¿Cómo iba a conseguir su custodia?

La asistente del abogado le llevó a Luca un café y desapareció con el mismo sigilo con el que había llegado.

–Gracias por venir –comenzó a decir Edmund–. Hemos convocado esta reunión porque tenemos la sensación de que las anteriores comunicaciones no han tenido el efecto que deberían. El señor Moretti quiere conseguir la custodia compartida de la niña.

–¿No cree que es un poco prematuro? –preguntó Stuart–. ¿Ni siquiera conoce a la niña y ya quiere la custodia compartida?

–Habría conocido a su hija hace dos semanas si su cliente hubiera cooperado.

Los dos abogados continuaron hablando, pero Claire descubrió que su atención se desviaba hacia la silenciosa fuerza que tenía sentada frente a ella. Mientras su abogado se hacía cargo de la conversación, Luca Moretti se recostó en la silla y se dedicó a estudiar a Claire, recorriendo con sus ojos castaños centímetro a centímetro de su cuerpo.

Ella hizo lo imposible para no mostrar ningún signo de debilidad delante de él. De modo que se centró en estudiarle a su vez con atención.

Era fácil reconocer en él rasgos de Eva. Cuando la niña había nacido, Claire se había sentido un tanto confundida al ver su pelo oscuro y rizado. Claire tenía el pelo rubio como la miel y su marido castaño claro. Ninguno de ellos tenía la piel cetrina ni un hoyuelo en la barbilla, como Claudia. Pero toda preocupación había desaparecido en el instante en el que había contemplado los ojos grises de su hija. Había dejado de importarle a quién pudiera parecerse porque era perfecta. Las dudas no habían vuelto a surgir hasta que había recibido una llamada de la clínica tres meses después y le habían informado de que el último vial de esperma debería ser destruido al cabo de tres meses si no se utilizaba.

Aquello la había confundido, pues tenía entendido que habían utilizado la última dosis cuando habían concebido a Eva. Aquella información le había encendido las alarmas y no había tardado en conocerse la verdad: habían cambiado el número del esperma de su marido y habían utilizado el de otro cliente. El de Luca Moretti, para ser más exactos.

Al pensar en ello sintió un escalofrío. Aquel hombre jamás la había tocado y, sin embargo, una parte de él había estado muy dentro de ella. ¿Pero qué estaría haciendo un hombre como Luca en una clínica de fertilidad? Cada centímetro de su cuerpo emanaba una virilidad a la que no recordaba haber estado expuesta jamás.

Nada más conocer la noticia, Luca se había concentrado en la clínica. Había enviado a su abogado tras ellos antes de que Claire supiera lo ocurrido. La clínica le había suplicado que intentara arreglarlo al margen de los tribunales para evitar el escándalo. Y, de un día para otro, Claire había dejado de ser una mujer de clase media para convertirse en una persona que no necesitaba volver a trabajar en su vida.

Luca había dirigido entonces toda su artillería legal contra ella. Pero Claire no había cedido. Estaba dispuesta a gastarse hasta su último penique en aquella batalla legal. Eva era su hija. Ya había sido suficientemente duro enfrentarse a la verdad sobre la paternidad de su hija. Todavía estaba intentando digerir el enfado y la confusión provocados por la muerte de Jeff. ¿Cómo decirles a los padres de Jeff que Eva no era su nieta biológica? Ya tenía suficientes problemas como para que de pronto apareciera Luca reclamando a su hija.

–Tenemos que llegar a un acuerdo –propuso Stuart.

–Mi cliente no está dispuesto a aceptar ningún acuerdo que no incluya su derecho a visitar a su hija.

–Mi hija –repuso Claire con vehemencia–. Eva es mi hija y no pienso cedérsela a un desconocido. Yo no sé nada de este hombre. Podría ser un asesino en serie o cualquier clase de pervertido. ¿Cedería usted a un hijo suyo a un desconocido, señor Harding?

Edmund pareció sobresaltado por aquel estallido, pero lo que a ella le llamó la atención fue la risa burlona del hombre que estaba sentado a su lado. Era la primera intervención de Luca tras haber pedido el café. Cuando Claire se volvió para mirarle, advirtió las chispas de interés en sus ojos y una cierta diversión curvando la comisura de sus labios llenos. Parecía… sinceramente intrigado por ella.

–Puedo asegurarle que mi cliente no es ningún delincuente, señora Douglas. Es el director ejecutivo de la cadena de comida italiana más importante del país, Moretti’s Italian Kitchen.

–¿Pretende decirme que un hombre rico no puede ser un asesino o un pederasta?

–Mi cliente está dispuesto a cooperar para aliviar sus preocupaciones, señora Douglas. Nos somos los malos de la película. Solo queremos que el señor Moretti forme parte de la vida de Eva. Puede investigar su pasado, no encontrará nada cuestionable. Pero, en cuanto compruebe que mi cliente no guarda esqueleto alguno en el armario, deberá permitirle ver a su hija.

–¿Y si la señora Douglas no coopera?

Claire contuvo la respiración mientras esperaba la respuesta.

–En ese caso, dejaremos de ir por las buenas. Solicitaré que se tomen medidas para que mi cliente tenga derecho a visitar a su hija. Y puede estar segura de que el juez le concederá más tiempo del que le estamos pidiendo. Usted decide, señora Douglas.

 

 

Así que aquella era Claire Douglas.

Luca tenía que admitir que le había sorprendido. No sabía lo que esperaba encontrarse, pero aquella joven y esbelta rubia no estaba entre sus expectativas. Había tenido que hacer un serio esfuerzo para conservar la compostura cuando la había visto frente a él.

Aquel práctico traje de color gris se pegaba a cada una de sus deliciosas curvas. El color era casi idéntico al de sus ojos. Llevaba el pelo recogido en un moño a la altura de la nuca y él ya estaba deseando quitarle las horquillas y dejar que aquellas ondas cayeran libremente por sus hombros.

Y cuanto más tiempo permanecía observándola, más grande era su curiosidad. ¿Cómo era posible que una mujer tan joven hubiera enviudado? ¿Sería siempre tan altiva? Estaba deseando deslizarle el pulgar por la frente para borrarle la huella que le había dejado el ceño fruncido. El estallido de furia de Claire le había llamado la atención. Había mucho más fuego en aquella mujer del que aquel traje gris sugería.

–¿Pueden llegar a hacerlo? –preguntó Claire, volviéndose hacia su abogado.

Parecía aterrarle la posibilidad de que Luca pudiera tener acceso a su propia hija.

Su hija.

Le parecía una locura tener una hija con una mujer a la que ni siquiera conocía. Luca jamás había pensado seriamente en formar una familia. Había decidido conservar una muestra de esperma para contentar a su madre y a los médicos. Pero la verdad era que no pretendía utilizarla. Y, sin embargo, una vez había sabido que tenía una hija, no estaba dispuesto a fingir que no existía.

–Podemos y lo haremos –intervino al fin–. Ninguno de los dos anticipaba este desastre, pero eso no cambia los hechos: Eva es mi hija y tengo las pruebas de paternidad que lo demuestran. No habrá un solo juzgado en el condado de Nueva York que no esté dispuesto a posibilitarme las visitas hasta que el juez tome una decisión.

Claire le miró boquiabierta.

–Es solo un bebé, tiene seis meses. ¿Por qué intentar apartarla de mi lado para dejarla con una niñera?

–¿Y por qué piensa que voy a dejarla con una niñera? –preguntó Luca riendo.

–Porque… porque usted es un hombre rico y está soltero. Estoy segura de que se le da mucho mejor dirigir una empresa que cambiar un pañal. Y apuesto a que no tiene ni tiempo ni la menor idea de cómo cuidar a un niño.

–No sabe nada de mí, de modo que no tiene por qué hacer presunciones. Además, incluso en el caso de que tuviera niñera, eso sería lo de menos, puesto que Eva es también mi hija. Pienso luchar por mi derecho a verla y, le guste o no, no tendrá nada que decir sobre lo que haga cuando esté con ella.

Claire le miró con los ojos entrecerrados. Era evidente que no le gustaba que la presionara. Y él la estaba presionando. En parte, porque le gustaba ver el fuego de sus ojos y el rubor de su piel, pero en parte también porque necesitaba que comprendiera que tenía que colaborar.

–Puede colaborar y, en ese caso, iremos por las buenas o, en caso contrario, Edmund puede llegar a complicarle mucho las cosas. Tal y como le ha dicho, eso dependerá de usted.

–¿De mí? No lo creo –aspiró con fuerza y cruzó los brazos sobre su pecho.

Al hacer aquel gesto, presionó una considerable cantidad de pecho contra la chaqueta, permitiéndole a Luca disfrutar de su sonrosado escote. El rubor descendía mucho más de lo que había anticipado.

–¿Señor Moretti?

Luca apartó los ojos del pecho de Claire y los fijó en su mirada encendida.

–Lo siento, ¿qué ha dicho?

–He dicho que tengo las manos atadas. ¿Cómo vamos a negociar si ni siquiera me escucha?

Luca tragó saliva, intentando ocultar su rubor con la máscara de impasible confianza tras la que normalmente se ocultaba.

–¿Y cómo vamos a negociar si no está dispuesta a moverse de su posición? No está dispuesta a atender a nada que no sea exactamente lo que usted quiere.

–Eso no es…

–Claire –la interrumpió Stuart con un firme susurro–, tenemos que considerar su oferta.

–No quiero. Todo esto es ridículo. Ya hemos terminado –contestó, empujando la silla para levantarse.

–Muy bien –respondió Luca–. Creo que el color naranja le quedará perfecto.

–¿El color naranja? –preguntó Claire. Parte del fuego de sus ojos comenzó a apagarse.

–Sí, el naranja del uniforme de presidiaria, para ser más exactos. Si el juez me concede el derecho de visita y usted no cumple terminará encarcelada. Y eso significa que me quedaré con la custodia de Eva.

–Siéntate, Claire –le pidió Stuart.

La fachada de valentía se hizo añicos mientras Claire regresaba a la silla. Por fin lo había comprendido. Lo último que pretendía Luca era llevar a una joven madre a prisión, pero lo haría. No era un hombre que fuera de farol, de modo que haría bien en escucharle.

Claire suspiró y se inclinó hacia delante, entrelazando sus deliciosas manos sobre la mesa.

–Creo que no entiende lo que me está pidiendo, señor Moretti. ¿Usted no tiene sobrinos?

–Sí –con cinco hermanos, más de los que podía contar con las dos manos.

–¿Y cómo se sentiría si una de sus hermanas estuviera en mi situación y se viera obligada a entregar a su sobrina a un desconocido?

Luca frunció el ceño. El dirigía la empresa junto a sus hermanos. Toda su vida giraba alrededor de Moretti Enterprises. La familia lo era todo para él. Por eso Eva era tan importante. Fueran cuales fueran las circunstancias, formaba parte de su familia. La idea de dejar al más pequeño de sus sobrinos, Nico, con un desconocido, le resultó perturbadora. A lo mejor necesitaba cambiar de táctica con Claire.

–Comprendo lo difícil que debe de ser para usted. A pesar de lo que pueda pensar, señora Douglas, no quiero arrancarle a su hija de sus brazos. Pero quiero conocerla y formar parte de su vida. En eso no voy a ceder. Y creo que se sentirá más cómoda cuando me conozca mejor. Por eso estoy dispuesto a ofrecerle que pasemos algún tiempo todos juntos, para que pueda sentirse más tranquila respecto a mi capacidad de llegar un ser un buen padre.

–¿Quiere que concertemos una serie de citas? Aprecio lo que está intentando hacer, pero si solo vamos a pasar un par de horas juntos los sábados por la tarde, esto va a llevarnos mucho tiempo.

Luca negó con la cabeza.

–En realidad no me refería a eso. Tiene razón. Esto va a llevarnos mucho más tiempo.

–¿Qué está sugiriendo, señor Moretti? –preguntó el abogado de Claire.

–Estoy sugiriendo que pasemos una temporada juntos.

–No quiero tener que andar moviéndome de puntillas por su apartamento.

–¿Por qué no? –ni siquiera había pensado en dónde o en cómo.

–Preferiría un territorio más neutral, señor Moretti. No me sentiría cómoda en su casa y no creo que usted vaya a disfrutar del jaleo que supone tener a una niña en su lujoso ático. Y a mí tampoco me apetece trasladarme a Brooklyn.

–Muy bien. ¿Y qué le parece que pasemos unas vacaciones juntos? Puedo alquilar una casa en la playa o algo parecido.

–Luca, no creo que sea una buena…

–Suena bien –interrumpió Claire al abogado–, ¿pero de cuánto tiempo estamos hablando?

–Creo que un mes sería suficiente.

Capítulo Dos

 

–¿Un mes? –Claire estaba estupefacta–. Señor Moretti…

–Por favor, llámame Luca –respondió él con una sonrisa que le aceleró el pulso.

Tenía una sonrisa peligrosa. Encantadora. Combinada con aquel aspecto de estrella de cine era más que suficiente como para hacerla olvidar que era su enemigo. Casi prefería que volviera a adoptar su fría expresión de hombre de negocios.

–Luca, tengo trabajo. Soy conservadora en el Museum of European Arts. No puedo tomarme un mes de vacaciones avisando con tan poco tiempo.

–¿Y crees que para mí será fácil dejar las riendas de la compañía a mi familia durante un mes? Será difícil para los dos, pero es evidente que es necesario hacer algo para que esto funcione. Necesitamos pasar un tiempo los tres juntos, aprender a sentirnos cómodos el uno con el otro. ¿No crees que el bienestar de Eva merece ese sacrificio?

Genial. Luca era el bueno de la película y ella estaba siendo poco razonable porque no estaba dispuesta a hacer todo lo necesario por el bienestar de su hija.

–Claro que merece la pena el sacrificio. Mi hija lo es todo para mí.

–Entonces ¿dónde está el problema? Nos han citado en el juzgado dentro de seis semanas. Después de pasar cuatro semanas juntos, a lo mejor somos capaces de llegar a un acuerdo que nos satisfaga a todos y podemos presentárselo al juez.

Stuart le apretó a Claire la rodilla por debajo de la mesa. Y a ella no le hizo falta mirar al abogado para saber que le gustaba la idea. Nadie quería enfrentarse a Edmund Harding en un tribunal si podía evitarlo. Y aquello la convenció. A su jefe no le iba a hacer gracia, pero lo comprendería.

–Muy bien. Si estás de acuerdo en retirar la demanda de visitas previas, lo acepto.

–Muy bien –Luca miró a su abogado–. Yo me encargaré de buscar la casa.

–Preferiría que no fuera muy lejos. Los viajes largos son complicados con un bebé.

–Tengo un amigo de la universidad que tiene una casa en Martha’s Vineyard. ¿Te parecería bien?

Claire intentó mostrarse impasible. Martha’s Vineyard era un lugar de veraneo para gente muy rica. Hasta muy recientemente, un lugar que había estado fuera de su alcance.

–Sí, me parecería bien –contestó fríamente.

–Muy bien. Hablaré con Gavin para asegurarme de que la casa está disponible. ¿Cuánto tiempo necesitas para preparar el viaje y pedir unas vacaciones?

–No estoy segura, supongo que me llevará varios días.

–Te dejaré mis datos para que puedas ponerte en contacto conmigo. Cuando lo averigües, dímelo para que envíe un coche a buscarte.

–No hace falta. Puedo ir por mi cuenta.

Claire no era una mujer a la que le gustara que los de más se hicieran cargo de ella.

–Eso es ridículo. Iremos juntos y así podremos empezar a conocernos cuanto antes.

Claire apretó los dientes. Luca hablaba como si todo cuanto dijera fuera un decreto. La ponía histérica. Pero tenía que elegir bien sus batallas. Si Luca quería enviar a alguien a buscarlas, que lo hiciera.

–Muy bien. ¿Ya hemos terminado?

–Sí, ya hemos terminado –respondió Luca, curvando los labios con una sonrisa de diversión.