Pasiones de cine - Un reto para el conde - Carole Mortimer - E-Book

Pasiones de cine - Un reto para el conde E-Book

Carole Mortimer

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Beschreibung

Pasiones de cine Luces… cámara… ¡cama! Desde su último coche deportivo hasta la última rubia con la que había salido, las habladurías rodeaban al famoso actor y director hollywoodiense Jaxon Wilder. Fuentes desconocidas estaban especulando de manera escandalosa sobre una desconocida belleza a la que Jaxon estaba decidido a conocer… ¡íntimamente! Pero Stazy no se parecía en nada a las habituales conquistas de Jaxon… Y, a pesar de la indignación de este, ¡iban a tener que trabajar juntos en su nuevo proyecto! Jaxon accedió a trabajar con Stazy… consciente de que, por mucho que ella intentara resistirse, finalmente no podría evitar caer rendida a sus pies… Un reto para el conde Aquella mujer le haría recordar un pasado que había jurado olvidar… Mientras se acercaba al magnífico castillo Di Sirena, la tímida Josie temblaba de anticipación… aquel castillo a las afueras de Florencia era el sueño de cualquier arqueólogo y no podía creer que le hubieran permitido no solo trabajar, sino alojarse allí. Recelosa del famoso propietario, el conde Dario di Sirena, esperaba que estuviese demasiado ocupado yendo de fiesta en fiesta como para fijarse en ella. Intrigado, Dario esperaba la llegada de Josie con cierta curiosidad. Su inocencia era algo nuevo para un cínico como él y despertar a la mujer apasionada que había debajo de aquella ropa ancha e informe sería un reto delicioso.

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Seitenzahl: 332

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

www.harlequiniberica.com

© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 505 - septiembre 2025

© 2012 Carole Mortimer

Pasiones de cine

Título original: The Talk of Hollywood

© 2012 Christina Hollis

Un reto para el conde

Título original: The Count’s Prize

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 979-13-7000-832-1

Índice

Créditos

Pasiones de cine

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Un reto para el conde

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Promoción

Capítulo 1

PARECE que tu invitado por fin ha llegado, abuelo –dijo Stazy, de pie junto a una de las ventanas del salón de Bromley House, la propiedad que su abuelo poseía en Hampshire. Estaba observando como un deportivo negro se acercaba a la entrada de la vivienda.

Le resultó imposible ver la cara del conductor del vehículo ya que los cristales de este eran ahumados pero, aun así, estaba segura de que se trataba de Jaxon Wilder, el actor y director inglés que durante los últimos diez años había tenido al caprichoso mundo de Hollywood en la palma de su elegante mano.

–No seas tan dura con él, Stazy. ¡Solo llega cinco minutos tarde y ha tenido que venir conduciendo desde Londres! –la reprendió su abuelo indulgentemente desde su mecedora.

–Entonces quizá hubiera sido buena idea por su parte tener en cuenta la distancia que iba a tener que recorrer y haber planeado mejor el tiempo –respondió ella, que no había ocultado su desagrado ante la visita del actor. La idea de que este quisiera escribir y dirigir una película sobre la vida de su difunta abuela le resultaba inaceptable.

Desafortunadamente, no había sido capaz de convencer a su abuelo de que rechazara aquella proposición… razón por la que en aquel momento Jaxon Wilder estaba aparcando su lujoso deportivo negro en la entrada para vehículos de Bromley House.

Se apartó de la ventana antes de ver al hombre en cuestión salir del deportivo; ya sabía qué aspecto tenía. Probablemente el mundo entero reconocería a Jaxon Wilder después de que, a principios de aquel mismo año, hubiera tenido un éxito rotundo en los festivales de cine con su película más reciente en la que, aparte de ser el director, tenía un papel protagonista.

De treinta y tantos años, era alto y esbelto, tenía unos anchos hombros, un poco largo el cabello oscuro y unos penetrantes ojos grises, así como una nariz aristocrática. Su boca era realmente sensual y se sabía que el profundo timbre de su voz provocaba que a las mujeres de todas las edades les recorriera el cuerpo un intenso escalofrío. Jaxon Wilder era el actor y director de cine mejor pagado a ambos lados del océano.

Su apariencia y encanto habían sido la causa de que en innumerables ocasiones hubiera salido fotografiado en revistas y periódicos con la última mujer que había compartido su vida… ¡y su cama! Y la razón que tenía para haber ido allí aquel día era utilizar dicho encanto para convencer a su abuelo de que le diera permiso y lo ayudara a escribir un guion sobre la emocionante vida de su abuela, Anastasia Romanski. De pequeña, esta había huido de la revolución rusa junto a su familia, que había viajado hasta Inglaterra. De adulta se había convertido en una de las muchas secretas y olvidadas heroínas de su país de adopción.

Anastasia había fallecido hacía tan solo veinticuatro meses, con noventa y cuatro años. Su necrológica en un periódico había atraído la atención de un entrometido periodista, que tras haber ahondado más profundamente en la vida de la anciana había descubierto que la existencia de Anastasia Bromley era mucho más interesante de lo que se había revelado. El resultado había sido la publicación hacía seis meses de una biografía sensacionalista sobre Anastasia… biografía que había provocado que su abuelo sufriera un leve ataque al corazón.

Dadas las circunstancias no era de extrañar que Stazy se hubiera quedado horrorizada al enterarse de que Jaxon Wilder quería rodar una película sobre su abuela. Y, peor todavía, al descubrir que el actor y director tenía una cita con su abuelo para discutir el proyecto. ¡Había decidido que era una discusión de la que formaría parte!

–Señor Bromley –dijo Jaxon, acercándose con cuidado a estrechar la mano del anciano tras haberle acompañado Little, el mayordomo, al salón de Bromley House.

–Señor Wilder –respondió Geoffrey. A juzgar por la firmeza con la que le devolvió el apretón de manos al actor, era difícil creer que tenía noventa y cinco años. Su oscuro cabello solo tenía algunas canas. Estaba muy erguido vestido con un traje de chaqueta azul.

–Llámeme Jaxon, por favor –pidió el actor–. Debo decirle que es todo un placer que haya accedido a verme hoy…

–¡Entonces el placer es solo suyo!

–¡Stazy! –reprendió Geoffrey a su nieta de manera afectiva.

Jaxon se giró para mirarla. Ella todavía estaba junto a la ventana y el sol que se colaba a través del cristal le hacía imposible ver las facciones de su cara. Pero la hostilidad que había reflejado su voz había dejado claro que no estaba en absoluto de acuerdo con su visita.

–Señor Wilder, le presento a mi nieta, Stazy Bromley –continuó Geoffrey.

Jaxon, que aquella misma mañana antes de salir de su hotel londinense se había puesto al día acerca de todos los miembros de la familia Bromley, sabía que el nombre de Stazy era el diminutivo de Anastasia. Ella se llamaba como su abuela.

En ese momento Stazy se apartó de la ventana y pudo verla con claridad. Le causó un gran impacto el gran parecido que guardaba con su antecesora. Era bastante alta y tenía el pelo color fuego… resultado de una impresionante mezcla entre cabello rojizo y dorado. Su piel era pálida, parecía porcelana, y sus ojos verdes esmeralda. Tenía la nariz pequeña y muy recta, así como unos carnosos labios.

Obviamente su estilo de peinado era diferente al de su abuela, que había tenido el cabello arreglado en un clásico corte a la altura de los hombros, mientras que Stazy lo llevaba por la cintura. El vestido negro que había elegido ponerse añadía el toque final a su elegante imagen.

Aparte de esas pequeñas diferencias, Jaxon sabía que era como si estuviera delante de Anastasia Romanski cuando esta había tenido veintinueve años.

Ella lo miró con desprecio.

–Señor Wilder –dijo.

Él inclinó la cabeza.

–Señorita Bromley.

–Soy la doctora Bromley –corrigió Stazy con frialdad.

Jaxon pensó que ella tenía la gracia y belleza de una supermodelo en vez de la anodina apariencia de una doctora en arqueología.

–Stazy, quizá debas ir a informar a la señora Little de que vamos a tomar el té ahora…

–sugirió su abuelo, dulce pero firmemente.

Los carnosos y sensuales labios de ella esbozaron una mueca.

–¿Es una indirecta poco sutil para que te deje unos minutos a solas con el señor Wilder, abuelo? –supuso Stazy con sequedad, todavía mirando a Jaxon con la desaprobación reflejada en los ojos.

–Creo que es lo mejor, cariño –la animó su abuelo con detenimiento.

–¡No permitas que el señor Wilder utilice su conocido encanto para persuadirte de que estés de acuerdo con algo o de que firmes cualquier documento antes de que yo regrese! –advirtió ella.

–No se me ocurriría hacer algo así, doctora Bromley –aseguró Jaxon–. ¡Aunque me halaga mucho que piense que tengo encanto!

Sabía que quizá no debería utilizar su sentido del humor en aquella situación. Obviamente el tema del pasado de su abuela afectaba mucho a Stazy Bromley.

–Todavía no lo conozco bien como para haber decidido qué es exactamente, señor Wilder –comentó ella con frialdad.

Él se dio cuenta de que Stazy no consideraba su encanto como un atributo. Era una pena ya que el parecido físico de ella con su abuela había despertado en él una gran intriga. Aunque Stazy parecía querer restar importancia a aquella semejanza con su falta de maquillaje y el peinado en el que había arreglado su preciosa melena.

Pero no podía ocultar el hecho de que sus seductores ojos verdes y su carnosa boca eran verdaderamente atractivos… ¡y su escultural figura increíble!

Antes de aquel día, Stazy solo había visto a Jaxon Wilder en la gran pantalla, donde siempre aparecía alto, moreno y muy poderoso. Era una imagen que había creído magnificada por el tamaño de la pantalla. Pero había estado equivocada. Incluso vestido de manera formal con un traje de chaqueta negro, camisa de seda blanca y corbata gris, Jaxon Wilder seguía siendo igual de carismático en carne y hueso.

–Ya basta, cariño –la reprendió su abuelo seriamente–. No me cabe la menor duda de que el señor Wilder y yo nos las arreglaremos estupendamente durante el corto espacio de tiempo que estés ausente –añadió, lanzándole una clara indirecta.

–Por supuesto, abuelo –contestó ella con un tono de voz más dulce mientras sonreía a Geoffrey afectivamente. A continuación se marchó.

Su abuelo era la única familia que le quedaba. Sus padres habían fallecido hacía catorce años cuando la avioneta en la que habían viajado había caído al mar en la costa de Cornwall.

A pesar de que ya tenían más de ochenta años, Anastasia y Geoffrey se habían hecho cargo de su traumatizada nieta y la habían acogido en su casa sin pensarlo dos veces. Como resultado, Stazy era mucho más protectora de sus abuelos de lo que hubiera sido bajo otras circunstancias… hasta tal punto que consideraba los planes de Jaxon Wilder de hacer una película sobre su difunta abuela como sensacionalismo hollywoodiense. Sin duda, también le había influido la espantosa biografía que se había publicado sobre Anastasia, en la que se le había representado como el equivalente ruso de Mata Hari trabajando para los servicios de Inteligencia británicos.

Obviamente Jaxon Wilder veía el proyecto como un medio para ganar numerosos premios más que añadir a su considerable colección de ellos. Era una pena, por él… ¡ya que Stazy estaba decidida a impedir que la película se rodara!

–Me temo que Stazy no aprueba la idea de que hagas una película sobre mi difunta esposa, Jaxon –murmuró Geoffrey, tuteando a su invitado.

–¡Nunca lo habría adivinado! –respondió él con una compungida sonrisa reflejada en los labios.

El señor Bromley sonrió a su vez levemente.

–Por favor, siéntate y dime qué es exactamente lo que quieres de mí –dijo, sentándose de nuevo en su mecedora.

–¿No deberíamos esperar a que regrese su nieta antes de discutir nada al respecto? –preguntó Jaxon, esbozando una mueca al sentarse en la silla que había delante de la mecedora.

Era consciente de que la actitud de Stazy Bromley iba a suponer un problema que no había previsto cuando el día anterior había viajado a Inglaterra con el propósito de discutir los detalles de la película con Geoffrey Bromley.

Había escrito al anciano por primera vez hacía unos meses… le había enviado una carta en la que le había explicado resumidamente su idea sobre la película. La misiva que había recibido dos semanas después de Geoffrey Bromley había sido cautelosamente esperanzadora. Ambos habían hablado varias veces por teléfono antes de que el señor Bromley le hubiera sugerido que se vieran en persona para hablar más en profundidad del tema.

Pero en ninguna de aquellas comunicaciones le había comentado Geoffrey la renuencia de su nieta a que se realizara la película.

–Te aseguro que finalmente Stazy estará de acuerdo con lo que sea que yo decida –declaró Geoffrey.

A Jaxon no le cabía ninguna duda de que cuando era necesario el anciano podía ser tan persuasivo como su difunta esposa había tenido fama de ser… pero de una manera totalmente diferente; el papel que Geoffrey Bromley había jugado en los acontecimientos sucedidos en el siglo anterior estaba incluso más rodeado de misterio que el de Anastasia. El anciano había ocupado un puesto muy importante y de mucha responsabilidad en la seguridad de Inglaterra antes de haberse jubilado hacía ya veinticinco años.

¿Podía sorprenderle que Stazy Bromley tuviera la misma fuerte determinación que sus abuelos?

¡O que su visita prometiera desencadenar una guerra de voluntades entre ambos!

Una guerra que tenía toda la intención de ganar…

–No habréis discutido nada de importancia durante mi ausencia, ¿verdad? –preguntó Stazy en voz baja al volver a entrar en el salón, seguida de cerca por Little.

El mayordomo llevaba en las manos una bandeja de plata cuyo contenido colocó en la mesa de café que había delante del sofá en el que ella se sentó.

Stazy miró de manera interrogante a su abuelo y a Jaxon, que estaban sentados delante de ella.

Geoffrey volvió a censurarla con la mirada mientras Jaxon respondía.

–Ninguno de los dos nos habríamos atrevido a hacerlo, doctora Bromley… ¡Pero Stazy estaba segura de que Jaxon Wilder se atrevería a hacer cualquier cosa!

–¿Quiere su té con leche y azúcar, señor Wilder? –ofreció, acercándole el azucarero.

–Solo quiero leche, gracias.

Ella asintió con la cabeza mientras echaba dos cucharadas de azúcar en la taza de su abuelo justo antes de comenzar a servir el té.

–Sin duda, a medida que nos hacemos mayores es más difícil mantener el peso ideal.

–Cariño, realmente creo que esta constante animosidad contra Jaxon no es necesaria –la amonestó Geoffrey al levantarse Stazy para darle su taza de té después de haberle ofrecido la suya a Jaxon.

–Tal vez no –concedió ella, ruborizándose levemente–. Pero estoy segura de que el señor Wilder puede defenderse solo si siente que es necesario.

Lo cierto era que Jaxon estaba perdiendo la paciencia ante los maliciosos comentarios de Stazy. En apariencia era una mujer bella y delicada, pero según lo que había experimentado él, su delicadeza no iba más allá de su aspecto físico.

–Desde luego –espetó–. Ahora, si pudiéramos volver a hablar de Butterfly…

–¿Butterfly…? –repitió su adversaria al sentarse en el sofá y cruzarse de piernas.

–Era el nombre en clave de su abuela…

–Eso ya lo sé, señor Wilder –interrumpió ella resueltamente.

–También va a ser el título de mi película –explicó Jaxon lacónicamente.

–¿No es algo impertinente por su parte? –preguntó Stazy, frunciendo el ceño–. Por lo que sé… –continuó con cautela– no se ha acordado siquiera que vaya a haber una película, ¡por no hablar de que ya tenga un título!

Tras decir aquello miró a su abuelo de manera interrogante. Su tensión era palpable.

–No creo que haya ninguna manera en la que podamos evitar que el señor Wilder ruede esta película, Stazy –comentó Geoffrey, encogiéndose de hombros.

–Pero…

–Con o sin nuestra cooperación –añadió el señor Bromley con firmeza–. Personalmente, después de la publicación de aquella espantosa biografía, preferiría que se me permitiera decir algo sobre el contenido de la película a no poder opinar.

Los ojos de Stazy reflejaron un gran enfado al dirigir su mirada hacia Jaxon.

–Si se ha atrevido a amenazar a mi abuelo…

–Jaxon no me ha amenazado, cariño –aseguró Geoffrey.

–¡Y a Jaxon le ha ofendido mucho que se haya insinuado que lo ha hecho! –exclamó el propio Jaxon, mirando a Stazy con frialdad.

Afortunadamente ella se dio cuenta de que tal vez se había excedido con aquel último comentario. No era excusa que hubiera estado predispuesta en contra de Jaxon desde antes de siquiera conocerlo, solo se había basado en las cosas que había leído sobre él, sobre todo ya que Jaxon había sido encantador desde que había llegado a Bromley House. Pero estaba segura de que tras sus obvias indirectas, el antagonismo entre ellos sería recíproco.

Se preguntó qué habría esperado el actor y director que ocurriera cuando había organizado una cita con su abuelo… ¿haberse visto solo con un hombre de noventa y cinco años que había sufrido un ataque al corazón recientemente, que ambos habrían sido muy educados y que él se habría marchado habiendo obtenido la completa cooperación de Geoffrey? Si eso era lo que había esperado, obviamente no conocía a su abuelo. Incluso veinticinco años después de su supuesta jubilación, Geo ffrey seguía siendo un peso pesado. Y ella consideraba que solo estaba un paso por detrás de su abuelo.

No solo era una reconocida profesora universitaria londinense, sino que corría el rumor de que iba a convertirse en la jefa de su departamento cuando en un par de años su maestro se jubilara… y no había llegado a esa situación con solo veintinueve años siendo tímida y retraída.

–Me disculpo si me he equivocado –murmuró–. Al decir el señor Wilder que Butterfly era el título de su película, me dio la impresión de que las cosas ya habían sido acordadas entre ambos.

–Disculpas aceptadas –respondió Jaxon con la voz crispada. Sus anchos hombros no parecían menos tensos–. Obviamente preferiría seguir adelante con su consentimiento, señor Bromley –añadió, asintiendo con la cabeza ante el anciano.

–¿Y con su cooperación? –terció Stazy secamente.

Unos fríos ojos grises la miraron.

–Desde luego.

Ella contuvo el escalofrío que amenazó con recorrerle la espina dorsal… escalofrío de cautela y no de placer, que sería lo que seguramente sentiría la mayoría de mujeres cuando Jaxon Wilder posaba sus ojos en ellas. Al mirarla él de arriba abajo, supo lo que estaría pensando; que era una mujer que prefería una apariencia austera. Sus pestañas eran naturalmente largas y oscuras, por lo que no necesitaba ponerse rímel. De hecho, no iba maquillada en absoluto… salvo un leve toque de brillo de labios. No llevaba anillos, ni pulseras, ni pendientes.

Sabía muy bien que no tenía nada que ver con las bellas y esbeltas actrices en cuya compañía había sido visto y fotografiado Jaxon frecuentemente durante los últimos doce años. Dudaba que él supiera qué hacer con una mujer inteligente…

Se reprendió a sí misma y se preguntó por qué debería importarle lo que Jaxon Wilder pensara de ella. No había ninguna razón para que ambos volvieran a verse después de aquel día… y no debía preocuparse en absoluto por lo que pensara de ella como mujer.

–Creo que no está perdiendo solo su tiempo, señor Wilder, sino también el de mi abuelo y el mío…

–Cariño, voy a ofrecerle a Jaxon mi apoyo y cooperación. Voy a permitir que lea cartas y papeles personales de Anastasia –dijo Geoffrey con firmeza–. Pero solo bajo ciertas condiciones.

Stazy se giró para mirar a su abuelo con los ojos como platos.

–¡No puedes estar hablando en serio!

–Es lo mejor para poder controlar una situación que sé que es inevitable, en vez de intentar emprender una inútil lucha contra ello.

Jaxon no sintió la euforia que hubiera esperado que se apoderara de él ante el hecho de que el señor Bromley le hubiera dado la bendición a su idea de rodar una película sobre Anastasia y le hubiera otorgado acceso a algunos de los documentos personales de su difunta esposa. Tuvo la impresión de que fueran cuales fueran aquellas condiciones, no iban a gustarle.

Obviamente Stazy se sentía igual de intranquila y no pudo evitar levantarse abruptamente. Se quedó mirando a su abuelo durante varios segundos mientras fruncía el ceño. Pero entonces la expresión de su cara se suavizó ligeramente.

–Recuerda lo que ocurrió después de la publicación de aquel terrible libro…

–¡Me ofende que siquiera piense en comparar la película que pretendo rodar con esa basura sensacionalista! –espetó Jaxon, levantándose bruscamente a su vez.

Ella se giró para mirarlo con gran frialdad.

–¿Cómo puedo pensar otra cosa?

–Tal vez si me diera una oportunidad…

–Ya es suficiente –dijo Geoffrey, riéndose entre dientes–. No es un buen presagio si los dos no podéis estar en la misma sala sin discutir.

La inquietud que había sentido Jaxon aumentó al mirar al anciano. No le engañó en absoluto la inocente expresión que este tenía reflejada en la cara.

–¿Le importaría explicarme cuáles son sus condiciones? –provocó con cautela.

Geoffrey se encogió de hombros.

–Mi primera condición es que no se haga ninguna copia de los documentos personales de Anastasia. De hecho, no podrán salir de esta casa.

Aquello iba a complicar un poco las cosas. Significaba que Jaxon tendría que pasar varios días, quizá incluso una semana, en Bromley House para poder leer los citados documentos y tomar notas antes de comenzar a escribir el guion de su película. Pero aunque tenía una agenda muy ocupada, no había ninguna razón que le impidiera hacerlo. ¡En numerosas ocasiones a lo largo de los años se había hospedado en lugares mucho menos recomendables que la elegante y cómoda Bromley House!

–Mi segunda condición… –comenzó a decir Geoffrey.

–¿Exactamente cuántas condiciones hay? –quiso saber Jaxon.

–Solo dos –aseguró con sequedad el señor Bromley–. Y la primera condición solo se aplicará si accedes a la segunda.

–Está bien –respondió Jaxon, asintiendo con la cabeza.

–Oh, no daría mi consentimiento todavía, Jaxon –advirtió el anciano con sorna.

A Stazy no le gustó en absoluto el calculador brillo que vio reflejado en los ojos de su abuelo.

–Adelante, explica tu segunda condición… –animó a Geoffrey.

–Tal vez ambos debáis sentaros primero…

Ella se sintió muy tensa y pudo notar como aumentaba la cautela en Jaxon.

–¿Es necesario que nos sentemos?

–Oh, creo que sería aconsejable –confirmó su abuelo.

–Si no le importa, yo me quedaré de pie –espetó Jaxon.

–Como quieras –contestó Geoffrey, riéndose–. ¿Stazy?

–También prefiero quedarme de pie –murmuró ella con recelo.

–Muy bien –dijo el señor Bromley, mirándolos a ambos–. La conversación que habéis mantenido me ha resultado muy… amena, por decirlo de alguna manera. ¡Y os aseguro que hay muy pocas cosas que un hombre de mi edad encuentre divertidas!

Frustrada, Stazy se dio cuenta de que su abuelo estaba riéndose de ellos. Estaba entreteniéndose a su costa.

–¡Explica cuál es la segunda condición, abuelo!

Geoffrey esbozó una leve sonrisa mientras reposaba los codos en los apoyabrazos de la silla.

–Stazy, obviamente tienes reservas sobre el contenido de la película de Jaxon…

–¡Con toda la razón!

–En absoluto –la corrigió Jaxon en tono grave–. Yo no soy el responsable de aquella terrible biografía… y jamás he escrito o protagonizado ninguna película que tergiverse la realidad.

–¡Dudo que la mayoría de actores de Hollywood reconociera la verdad aunque la tuviera delante de la cara! –espetó ella con el desprecio reflejado en los ojos.

Él no supo quién había acortado la distancia entre ambos, pero en aquel momento se encontraban tan cerca el uno del otro que sus narices estaban casi rozándose. Stazy lo miró y él frunció el ceño.

Repentinamente se dio cuenta del leve toque insidioso del perfume de ella; una embriagadora combinación de canela, limón y… mucho más perturbador… una ardientemente enfurecida mujer.

Al tenerla tan cerca pudo ver que sus increíbles ojos verdes tenían un círculo negro alrededor del iris, círculo que les otorgaba una extrañamente luminosa cualidad que era casi fascinante combinada con las pestañas más largas y oscuras que jamás había visto. Su piel era como de porcelana fina, tenía la misma delicada apariencia.

Pero era una delicadeza en completa contradicción con la sensualidad de su carnosa boca. Tenía los labios ligeramente separados, labios tras los que podían entreverse unos blancos y perfectamente alineados dientes. Imaginó que estos podrían morder con pasión a un hombre tan fácilmente como… ¿Qué demonios?

Se echó hacia atrás abruptamente al darse cuenta de que había permitido que sus pensamientos divagaran sin sentido… debido al antagonismo que obviamente había entre ambos. Además, Stazy Bromley era el prototipo de mujer retraída centrada en su carrera profesional del que él siempre había huido.

Se relajó ligeramente antes de girarse para mirar al todavía divertido Geoffrey.

–Estoy de acuerdo con Stazy…

–¡Qué alentador! –lo interrumpió ella con sequedad.

–Es mejor que explique cuanto antes sus términos –terminó Jaxon.

–Esperemos que los dos estéis también de acuerdo sobre mi segunda condición –dijo el anciano, dejando de sonreír–. He estado pensando y dada la falta de entusiasmo de Stazy sobre tu película y tu propia determinación de demostrarle que se equivoca, Jaxon, creo que lo más adecuado sería que mi nieta te ayudara a investigar y recopilar los documentos personales de Anastasia.

–¿Qué…? –espetó Stazy, impactada.

Jaxon compartía el obvio horror de ella ante la mera sugerencia de que trabajaran juntos aunque fuera un minuto, ¡por no hablar de los días o semanas que tardaría en analizar todos los documentos de Anastasia Bromley!

Capítulo 2

STAZY fue la primera que logró decir algo.

–No puedes estar hablando en serio, abuelo…

–Te aseguro que estoy hablando muy en serio –afirmó Geoffrey.

Incrédula, ella negó con la cabeza.

–¡No puedo tomarme vacaciones en la universidad cuando quiera!

–Estoy seguro de que a Jaxon no le importará esperar unas semanas hasta que tomes tus largas vacaciones estivales.

–Pero me han invitado a una excavación en Iraq este verano…

–Dudo que ninguno de esos artefactos que ha estado en el mismo lugar durante cientos, o incluso miles de años, vaya a desaparecer repentinamente simplemente porque llegues una semana más tarde de lo esperado –razonó su abuelo, utilizando un agradable tono de voz.

Stazy se quedó mirándolo, completamente frustrada. Era consciente de que les debía tanto a su abuela como a él mucho más que una semana de su tiempo. Si no hubiera sido porque hacía catorce años ambos le habían dado un giro de ciento ochenta grados a sus vidas, ella no habría podido soportar el fallecimiento de sus padres tan bien como lo había hecho. Así mismo, había sido el apoyo y ánimos que le habían ofrecido sus abuelos lo que la había ayudado a superar su difícil carrera universitaria y a doctorarse.

Dejó de pensar en todo aquello al darse cuenta del poco natural silencio que estaba guardando Jaxon Wilder. Este tenía los ojos posados en su abuelo y estaba frunciendo el ceño. Parecía muy tenso. Incluso tenía los puños apretados.

Obviamente tampoco estaba muy contento.

Pero no pudo sentir ningún tipo de satisfacción ante la angustia del actor ya que la sensación de horror que se había apoderado de ella era demasiado intensa; estaba aturdida.

–Me parece que el señor Wilder es tan reacio ante tu idea como yo, abuelo –comentó con burla.

Geoffrey se encogió de hombros.

–Entonces no podrá dirigir correctamente la película y estaremos perdidos.

Stazy respiró profundamente al recordar el escándalo que se había desatado tras la publicación de aquella biografía no autorizada de su abuela hacía seis meses. La prensa había acosado a su abuelo durante semanas y este se había visto obligado a contratar los servicios de un equipo de seguridad para que protegiera Bromley House y su casa de Londres. Había sufrido un infarto debido al estrés emocional que había soportado.

Incluso un periodista se había sentado en una de sus clases de la universidad sin haber sido descubierto…. y al finalizar la lección la había acorralado con mil preguntas que la habían enfurecido y avergonzado.

La sola idea de tener que volver a pasar por aquello provocó que unos intensos escalofríos le recorrieran la espina dorsal.

–Tal vez podrías convencer al señor Wilder para que no haga la película, ¿no crees, abuelo?

Tras decir aquello, se dio cuenta de que quizá debía haber pensado en ello con anterioridad. El comportamiento que había tenido hacia Jaxon Wilder dejaba mucho que desear. Su abuela había creído firmemente que uno recoge lo que siembra.

El desprecio con el que la miró él pareció dejar claro que era consciente de su arrepentimiento tardío.

–¿Qué forma de persuasión tenía exactamente en mente, doctora Bromley? –preguntó Jaxon burlonamente.

Ella sintió cómo se ruborizaba.

–Me refería al poder de persuasión de mi abuelo, no al mío –contestó, irritada.

–Es una pena –murmuró él, mirando a Stazy de la cabeza a los pies de manera especulativa.

Frunciendo el ceño, ella se forzó a ignorar aquella abiertamente sensual mirada.

–Seguro que sabe que el rodar esta película va a disgustar mucho a mi abuelo, ¿verdad?

–Todo lo contrario –respondió Jaxon, molesto ante el tono de voz de Stazy–. Creo que una película que exponga los verdaderos acontecimientos que se desarrollaron hace setenta años solo podrá beneficiar la memoria de su abuela.

–Oh, por favor, señor Wilder –dijo ella, mirándolo con desdén–. ¡Ambos sabemos que el único interés que le mueve para rodar esta película es el poder obtener numerosos premios más!

Él tomó aire profundamente.

–Usted…

–¡Ya basta! –espetó repentinamente Geoffrey antes de que Jaxon pudiera terminar su virulenta respuesta. A continuación se levantó de la mecedora y miró a ambos con sus azules ojos–. Creo que ya he oído suficiente sobre este asunto… por parte de los dos –añadió, negando con la cabeza impacientemente–. Espero que te quedes a cenar, Jaxon.

–Si piensa que podemos progresar si lo hago… desde luego, sí, me quedaré a cenar –contestó Jaxon con la tensión reflejada en la voz.

El anciano esbozó una burlona sonrisa.

–Me parece que el que progresemos o no depende de Stazy y de ti –dijo secamente–. Voy a subir a mi dormitorio para echarme una cabezadita antes de cenar. Stazy, ¿qué te parece si mientras me ausento llevas al señor Wilder a dar un paseo por el jardín? –le pidió a su nieta–. Mis rosas están particularmente bellas este año, Jaxon, y su perfume es más fuerte a esta hora de la tarde.

Aquello logró silenciar a Stazy, que contuvo su obvia intención de protestar.

En ese momento Jaxon recordó que el señor Bromley había estado al control de toda la Inteligencia británica durante muchos años… ¡por lo que controlar a su terca nieta debía resultarle fácil!

–Un paseo por el jardín me parecería… agradable –respondió sin comprometerse.

–¡Estupendo! –exclamó Geoffrey con entusiasmo–. Anímate, cariño –le aconsejó a Stazy, dándole un beso en la frente–. Os veré a ambos en un par de horas –añadió justo antes de darse la vuelta y salir de la sala.

Dejó un tenso e incómodo silencio tras de sí…

Stazy era muy consciente del poder que desprendía el hombre que caminaba a su lado por el cuidado césped del jardín bajo la calidez que ofrecía el sol de la tarde. Casi podía sentir la acalorada energía que desprendía el cuerpo de Jaxon Wilder. Aunque tal vez solo era enfado contenido. Ambos habían comenzado muy mal aquella reunión… ¡y la situación no había hecho otra cosa que empeorar!

Sobre todo gracias a su poco agradable actitud. ¿Pero qué otra cosa había esperado él? ¿Que ella se hubiera quedado apartada de todo aquello y hubiera observado como tal vez su abuelo enfermaba de nuevo?

–Quizá deberíamos volver a empezar, ¿no le parece, señor Wilder?

Él pareció impresionado.

–Tal vez sí, doctora Bromley.

–Stazy –dijo ella abruptamente.

–Jaxon –respondió entonces él.

Impaciente, Stazy se dio cuenta de que Jaxon no iba a ponerle las cosas fáciles.

–Estoy segura de que sabes lo que ocurrió hace cinco meses y comprendes por qué ahora siento un gran afán protector sobre mi abuelo.

–Desde luego –concedió él, esbozando una compungida sonrisa mientras se agachaba bajo las ramas de un sauce. Descubrió que debajo de las brillantes hojas verdes del árbol había un columpio de madera–. ¿Nos montamos…? –sugirió–. Me molesta… –continuó una vez que ambos estuvieron sentados en el columpio– que pienses que tu abuelo necesita protección de mí.

–Mi abuela y él estuvieron completamente enamorados hasta el final… –comentó ella, que creía firmemente que el actor se encontraba en posición de causarle a su abuelo una angustia innecesaria.

–No voy a hacer nada que dañe los recuerdos que Geoffrey y tú tenéis de tu abuela –aseguró Jaxon con voz ronca.

–¿No?

–No –insistió él–. Todo lo contrario; espero que mi película ayude a que se reconozcan los muchos logros de Anastasia. No creo en ganar dinero o premios a costa del sufrimiento de los demás –añadió, lanzándole a Stazy una clara indirecta.

Ella se ruborizó ante aquella discreta reprimenda.

–Podríamos intentar olvidar nuestra previa conversación, Jaxon.

–Tal vez deberíamos hacerlo, sí –respondió él, riéndose entre dientes irónicamente.

A Stazy se le quedaron los ojos como platos al ver que, al sonreír, a Jaxon se le marcaba un hoyuelo en la mejilla izquierda y sus grises ojos reflejaban una gran calidez.

Ella había pasado los últimos diez años obteniendo su licenciatura, su doctorado y dando clases… así como visitando todos los yacimientos arqueológicos alrededor del mundo que había podido durante sus vacaciones. No había tenido mucho tiempo libre para dedicarse a actividades tan frívolas como asistir al cine. Aun así, había visto varias de las películas de Jaxon Wilder y podía apreciar que este era mucho más atractivo en persona que la sexy imagen que proyectaba en las pantallas. Su piel desprendía un intenso aroma masculino…

Durante los años había evitado mantener relaciones sentimentales para poder concentrarse en su carrera, ¡y aquel no era el momento para que se enamorara de una estrella de cine!

Ni siquiera de una tan sexy y bella como Jaxon.

¡Especialmente no de una tan sexy y bella como Jaxon!

¿Qué podrían tener en común un ídolo de Hollywood y una profesora universitaria de Londres? Nada.

No sabía si aquella obvia respuesta le había decepcionado. Pero se aseguró a sí misma que no, que desde luego que no. Incapaz de controlarse, se levantó del columpio.

–¿Continuamos con nuestro paseo? –sugirió antes de comenzar a dirigirse hacia el estanque de los peces. No se detuvo para comprobar si él la seguía.

Despacio, Jaxon se levantó y comenzó a andar tras Stazy. No estaba seguro de qué había provocado que ella se alejara tan abruptamente, pero algo había ocurrido. Después de pasar mucho tiempo con mujeres que estaban completamente centradas en sus carreras profesionales y en su apariencia… ¡y no necesariamente en ese orden! sabía que Stazy Bromley era muy compleja. Era todo un enigma, uno que estaba empezando a interesarle a pesar de sus intenciones. La manera en la que el perfectamente redondo trasero de ella se movía sensualmente debajo del negro vestido que llevaba puesto le tenía cautivado.

Incluso la defensa a ultranza que hacía de sus abuelos y la forma en la que había puesto en entredicho su carrera, aunque lo irritaban, eran unos rasgos de su personalidad dignos de admirar. La mayoría de las mujeres que conocía venderían su alma al diablo, por no hablar de la reputación de sus abuelos, si al hacerlo pudieran obtener un poco de publicidad de ellas mismas.

Pero Stazy Bromley obviamente hacía todo lo contrario. Incluso tras la publicación de aquella desafortunada biografía de su abuela, jamás había realizado ninguna declaración pública al respecto.

–Entonces… –comenzó a decir al alcanzarla justo cuando llegaron a un estanque lleno de grandes peces dorados– ¿qué te parece la idea de tu abuelo de que investiguemos juntos los documentos personales de Anastasia…?

–Si no supiera que no es el caso, ¡pensaría que es el comienzo de la senilidad!

Jaxon se rio, divertido.

–Pero como ambos sabemos que no es así…

Ella se encogió de hombros.

–¿Realmente no hay nada que pueda persuadirte de que abandones la idea de rodar la película?

–Stazy, aunque te dijera que sí, sé con seguridad que hay por lo menos otros dos directores más interesados en escribir y llevar al cine su propia versión de lo que ocurrió.

Ella se giró para mirarlo inquisitivamente. La franqueza de la expresión de la cara de él le dejó claro que estaba diciendo la verdad.

–Directores que tal vez no sean tan íntegros como tú, ¿no es así? –preguntó sin rodeos.

–Probablemente no –contestó Jaxon, esbozando una mueca.

–Así que lo que estás diciendo es que es una cuestión de quedarse con lo malo conocido antes que permitir que cualquier otro director manche el nombre y la reputación de mi abuela, ¿verdad?

Él asintió con la cabeza.

–Más o menos es eso, sí.

–¿Te das cuenta de que si accedo a hacer esto sería en contra de mi voluntad? –preguntó Stazy.

La mueca que esbozó Jaxon reflejó una gran sorna.

–Oh, creo que has dejado más que clara tu posición al respecto, Stazy –aseguró.

Irritada, ella lo miró antes que, de nuevo, comenzara a alejarse de él. En aquella ocasión se dirigió hacia unos caballos que estaban pastando en una esquina del prado que había junto al jardín. Uno de los equinos, un precioso semental castaño, se acercó a la valla para estirar el cuello y que Stazy lo acariciara.

Mientras ella lo hacía, pensó en las opciones que tenía… y se dio cuenta de que, en realidad, no tenía ninguna. Si no ayudaba a Jaxon, este rodaría igualmente su película, pero sin ningún tipo de aportación por parte de su abuelo o de los documentos de Anastasia.

La inusitada atracción que sentía por aquel hombre no solo era inaceptable, sino también desconcertante.

Incluso en aquel momento, mientras continuaba acariciando la cabeza de Copper, su presencia le resultaba completamente perturbadora. Sabía perfectamente que pasar una semana en su compañía le traería consecuencias.

Él la miró y vio en su cara reflejada la impaciencia, frustración, enfado y consternación que sentía.

Le impresionó mucho su consternación ya que aunque sabía que Stazy prefería que aquella situación no existiera, no parecía la clase de mujer que permitía que nada le agobiara tanto. Molesto consigo mismo, se preguntó por qué estaba siquiera planteándose qué clase de mujer era ella.

El parecido físico que tenía con su abuela había despertado su interés inicialmente, pero los insultos que le había dirigido desde el primer momento habían terminado con aquella primera chispa de apreciación.

Analizó a Stazy con la mirada. Su maravilloso cabello desprendía un intenso brillo dorado rojizo bajo el sol, sus sensuales ojos tenían un bonito color verde y sus mejillas estaban levemente enrojecidas. Estaba esbozando una afectuosa sonrisa ya que el semental se había apoyado en su hombro para captar su atención.

–Tras la muerte de tus padres debiste pasarlo muy mal…

–Si no te importa, preferiría no hablar de mi vida privada contigo –interrumpió ella tensamente.

–Solo iba a decir que este debió ser un lugar maravilloso en el que pasar tus años de juventud –murmuró él, apoyándose en la valla del prado y mirando la maravillosa casa de la propiedad.

–Lo fue… sí –confirmó Stazy con voz ronca–. ¿De qué parte de Inglaterra eres?

–De Cambridgeshire –contestó Jaxon.

–¿Todavía sigues visitando tu casa? –preguntó ella, curiosa.

–Cuando puedo –confesó él, asintiendo con la cabeza–. Lo que probablemente no sea tan frecuentemente como a mi familia le gustaría. Mis padres y mi hermano pequeño todavía viven en el pequeño pueblo en el que crecí. Pero no es tan bonito como esto.

Bromley House realmente estaba enclavada en un lugar idílico. El paisaje era espectacular, los pájaros cantaban en los árboles y la costa estaba a pocos metros de la propiedad. Se podía oler el salado aroma del mar y ver como las olas rompían en la arena.

–Había olvidado que lugares como este existían –añadió con añoranza.