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Claire Marshall: Madrastra de la novia. Fría y calculadora con sus sentimientos. Huye del amor y no tiene ninguna intención de volverse a casar. Brad Stevenson: Ahora que sus hermanos pequeños han crecido, ya no tiene responsabilidades familiares. Lo último que quiere son ataduras y compromisos emocionales. Decidido a llevar a cabo el último deber familiar, Brad irrumpe en la ordenada vida de Claire. Ella lo provoca, intriga, enfurece y excita… Está seguro de que, bajo esa apariencia fría, se esconde una gran pasión. ¿Qué ocurriría si esa pasión aflorara?
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Seitenzahl: 202
Veröffentlichungsjahr: 2015
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1996 Penny Jordan
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Pasiones ocultas, n.º 1205 - octubre 2015
Título original: Woman to Wed?
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español 2001
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-7326-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
Siempre se ha dicho que la invitada que agarra el ramo de la novia, es la siguiente que se casa.
La novia salió de la habitación del hotel sacudiéndose el vestido. Se dio la vuelta para comprobar que la larga cola de satén estaba bien. Miró a su recién estrenado marido a los ojos y le sonrió.
Les había dicho a sus dos damas de honor, su mejor amiga y la prima de su marido, así como a su madrastra, que no las iba a necesitar en aquellos momentos, que Chris podía ayudarla a ponerse el vestido de novia para la última aparición.
–Vamos, tenemos que bajar –le dijo Chris–. Si no van a empezar a preguntarse qué estamos haciendo.
Se acercaron riendo a lo alto de las escaleras y miraron abajo, donde la multitud se congregaba feliz.
–Ha sido el día más feliz de mi vida –le susurró ella emocionada.
–Lo mismo digo –contestó Chris apretándole la mano a Sally y dándole un beso.
Comenzaron a bajar las escaleras y, de repente, Sally perdió pie y se resbaló. El grupo de gente que les esperaba en el otro extremo de la escalera oyó el grito y James, padrino de boda y hermano mayor de Chris, así como dos de los testigos acudieron en ayuda de la novia mientras que las dos damas de honor y la madrastra de Sally reaccionaron inmediatamente e instintivamente fueron a proteger el ramo de flores que la novia había arrojado al caer.
Tres pares de manos femeninas agarraron el ramo. La novia, ya de pie, sonrió.
–¡Ya está! Habrá otras tres bodas.
–¡No!
–¡Nunca!
–¡Imposible!
Tres voces femeninas firmes y decididas negaron al unísono. Tres pares de ojos de mujer reflejaron la negativa ante aquel anuncio de la novia.
¿Casarse? ¿Ellas? Nunca.
Las tres se miraron entre sí y luego miraron a Sally.
Solo era una estúpida y antigua superstición. No quería decir nada y, además, daba igual lo que hicieran las otras dos. Cada una de ellas pensó que ella no se casaría bajo ningún concepto.
La novia siguió riéndose mientras bajaba los escalones que le faltaban del brazo de su marido.
Sus dos damas de honor ya le habían dicho que se negaban en rotundo a participar en cualquier tipo de tonto ritual degradante en el que se vieran obligadas a pegarse por el ramo de novia y en cuanto a su madrastra…
Sally frunció el ceño. ¿Cuándo iba a aceptar Claire que con treinta y cuatro años y viuda, por mucho que se empeñara, no era demasiado mayor para encontrar alguien con quien compartir su vida?
Mientras Sally y Chris hablaban con todos y cada uno de los invitados tras los discursos, las dos damas de honor y Claire se dedicaron a organizar los regalos de boda. Poppy, la prima de Chris, se quedó mirando el ramo de novia de Sally, que estaba encima de una de las mesas. Sin poder remediarlo, fue hacia él, lo agarró y comenzó a llorar.
–Olvídalo –dijo Star, la otra dama de honor quitándole las flores de la mano–. Solo es una superstición absurda. No quiere decir nada y te lo voy a demostrar diciéndote aquí y ahora públicamente que no tengo intención alguna de casarme nunca.
Vio una botella de cava sin abrir. Fue por ella y sirvió tres copas.
–Os propongo que hagamos la promesa de no casarnos ¿qué decís?
–Yo estoy más que decidida a no volverme a casar –coincidió Claire.
–Yo ya no quiero casarme. Ahora que Chris… Ya no… –dijo llorando de nuevo y brindando con las otras dos.
Las tres alzaron las copas y ninguna se dio cuenta de que alguien había oído su conversación.
Claire Marshall paseó su triste mirada por el salón del hotel donde se había celebrado el convite, todavía lleno de confeti.
¿Solo habían pasado un par de horas desde que su hijastra y su marido habían bajado riéndose aquellas escaleras bajo una lluvia de pétalos de rosa?
Casi todos los invitados se habían ido ya. Solo quedaba un grupito en el vestíbulo del hotel. Ella había vuelto simplemente para cerciorarse de que no se habían dejado nada.
Había sido un gran día, una boda perfecta, ensombrecido por la ausencia de su marido, el padre de Sally.
Habían pasado más de dos años desde su muerte, pero lo seguía echando de menos; había sido un buen marido, amable, cariñoso y protector. Mientras se acercaba hacia el ramo que tan hábilmente Sally había hecho que tocaran, se dio cuenta de que los adjetivos con los que había definido a su marido se podían aplicar a un padre.
«Deberías volverte a casar», le había dicho Sally varias veces. La tristeza invadió sus ojos. Había tenido la suerte de encontrar a un hombre cariñoso y comprensivo y dudaba mucho que encontrara a un segundo. Además, no le apetecía volverse a casar, tener que dar explicaciones, excusas o disculpas.
Estaba distraída con sus pensamientos cuando ambas damas de honor se unieron a ella. Poppy, la prima del novio, miró con desprecio el ramo de novia y recordó el agrio comentario de Star.
«Ya nadie presta atención a estas estúpidas supersticiones del pasado».
Claire le sonrió. Sally le había dicho lo que era un secreto a voces en la familia del novio, que su prima llevaba años perdidamente enamorada de él.
«Pobrecita», pensó Claire. Con razón estaba pálida y abatida. Aquel día tenía que haber sido para ella una odisea y el hermano del novio no le había ayudado mucho. Claire se los había encontrado discutiendo y sospechaba que Poppy había estado llorando.
–No quiero casarme nunca. ¡Nunca! –gritó Poppy.
–Una idea con la que yo comulgo completamente –afirmó la tercera en discordia.
Claire se dio la vuelta y sonrió a la mejor amiga de su hijastra. Claire recordaba perfectamente a aquella mujer cuando era una adolescente. Siempre había dicho que nunca se casaría, que su carrera iba a ser lo más importante de su vida.
–Es una pena que ninguna de nosotras apreciara realmente el gesto de Sally –dijo Claire con tristeza agarrando el ramo.
–Ten cuidado –le advirtió Star–. No sabes lo que podría ocurrirte por tenerlo en la mano…
Claire se rio.
–Solo es una tradición –les recordó a las otras dos.
–Ya, pero quizás deberíamos hacer algo para no romper la promesa que hemos hecho de no casarnos –contestó Star.
–¿Como qué? –preguntó Poppy–. No pienso cambiar nunca de idea… si no puedo… –las lágrimas le asomaron a los ojos y parpadeó con fuerza para no derramarlas.
–Bueno, podríamos reunirnos cada tres meses para recordarnos las unas a las otras que queremos ser mujeres sin marido. Si una flaquea, siempre estarán las otras dos para ayudarla a no sucumbir –propuso Star.
–Yo no necesito ninguna ayuda –contestó Poppy.
–Me parece una buena idea. Quedamos aquí dentro de tres meses. Podríamos quedar para comer –dijo Claire viendo claramente que la boda de Sally había alterado la relación que todas tenían con ella y entre ellas.
–Fenomenal. Me lo voy a apuntar en la agenda –confirmó Star.
Claire miró a Poppy. No la conocía tan bien como a Star, que había sido la mejor amiga de Sally desde el colegio, pero sabía que se sentía muy desdichada. Tenía que haber sido espantoso ver al hombre que amaba casarse con otra.
Sally le había confesado que, al principio, cuando empezó a oír hablar de Poppy había sentido miedo, pero más tarde, cuando la conoció, se dio cuenta de que lo que le inspiraba era una pena terrible porque Chris estaba enamorado de ella y no de su prima.
–Debe de ser espantoso querer a alguien que no te quiere. Chris la aprecia, es su prima, pero… –le había dicho Sally.
–Pero te quiere a ti –le había contestado Claire.
Sally se había levantado y le había dado un abrazo. Siempre se habían llevado bien, desde que John las presentó.
Claire siempre se había preguntado si no la habría aceptado tan rápida y gustosamente porque no había conocido a su verdadera madre. La primera mujer de John murió al poco de dar a luz.
–Paula siempre formará parte de mi… de nuestras vidas. Siempre la querré –le había advertido John cuando le había pedido que se casara con él.
Ella lo había aceptado, se sentía protegida. Saber lo mucho que había querido a su primera mujer y lo mucho que la seguía queriendo hacía que ella se sintiera… a salvo.
Una vez, Sally preguntó inocentemente cuándo iban a tener hijos, cuando le iban a dar un hermanito o hermanita. Claire se había dado la vuelta y había dejado a John lidiar con aquello.
Suspiró al recordarlo. Claro que le hubiera gustado tener hijos. Si las cosas hubieran sido diferentes. Cuando era pequeña siempre había pensado que los tendría.
–Tenemos que irnos –les dijo a las damas de honor–. Creo que no nos hemos dejado nada. ¿Tú ves algo, Poppy?
–No, ya no –respondió amargamente.
Claire la miró, pero prefirió no decir nada, no le pareció oportuno.
–Ahora que la boda ya ha pasado, ¿qué piensas hacer con tu vida?
–Bueno, no pretendo hacer muchos cambios –contestó Claire a su cuñada–. Estoy pensando en pasar unas cuantas horas más en el colegio, pero aparte de eso…
Claire trabajaba media jornada como voluntaria en una colegio para niños con minusvalías psíquicas y físicas. John le había dejado bien económicamente, pero, como le había explicado a su cuñada Irene, cuando empezó a trabajar en el colegio sintió la llamada del deber y como era profesora…
–No te interesaría tener un inquilino ¿no?
–¿Un inquilino?
–Un amigo de Tim que está buscando un sitio. Es americano, viene de una familia numerosa y no quiere vivir solo. Tiene treinta y muchos, no es un estudiante y no sería apropiado mandarlo a cualquier sitio. Además, ostenta un cargo muy alto en la empresa. De hecho, es de su familia – concluyó Irene.
–¿Qué cargo?
–Es el jefe de Tim.
–Ya. Como es el jefe de Tim le toca a Tim buscarle un sitio para vivir ¿no? ¿Por qué no se queda con vosotros? Tienes sitio ahora que Peter está en la universidad y Louise trabajando en Japón.
–No es una buena idea. Las cosas no le van muy bien a Tim ahora mismo… las ventas han bajado y ha habido problemas de distribución e instalación. ¿Lo harás, Claire? –preguntó con inusual humildad–. Esto le está minando. Parece ser que el americano, su jefe, es muy… suyo.
–¿Muy suyo? ¿Qué quieres decir? –preguntó Claire desconfiada.
Irene frunció el ceño. Claire sabía que su cuñada era capaz de pasar por encima de quien fuera con tal de salirse con la suya y no le debía de haber hecho mucha gracia que le hubiera interrumpido con aquella pregunta.
–Seguro que no es un tipo inaguantable. Por favor, Claire, no te lo pediría si no fuera importante, pero Tim tiene miedo porque el trabajo no le va bien. Está convencido de que el americano podría despedirlo. Psicológicamente, le haría sentirse más seguro si cree que está haciendo algo positivo antes de que llegue…
–¿Algo positivo? ¿Estás segura de que ese hombre va a querer ser mi inquilino? Tal y como me lo pones, debe de estar acostumbrado a un estilo de vida mucho más lujoso que el mío. Irene, tú sabes que yo vivo muy tranquila. Nunca me ha gustado salir.
–No, pero le gustas a la gente, Claire. Atraes a las personas… en tu casa no para de sonar el teléfono.
Claire aceptó el comentario en silencio porque sabía que no podía rebatírselo.
John siempre le había echado en cara que atraía a los que buscaban un hombro sobre el que llorar. La única vez que la gran casa eduardiana había estado en silencio había sido durante las semanas que precedieron a su muerte y fue porque Claire pidió expresamente que nadie llamara.
Le seguía echando de menos… echaba de menos su apoyo, su consejo, su protección.
Su protección.
Un pequeño temblor la sacudió.
–Irene, no creo que sea una buena idea… yo…
–Por favor, Claire.
Claire miró a su cuñada y vio que estaba realmente angustiada. Suspiró.
–Muy bien –concedió–. Sin embargo, no creo que le haga mucha gracia cuando sepa que…
–Tonterías. Tu casa cumple todas las condiciones: está en el centro, bueno, en el mejor barrio de la ciudad. Tienes una buena habitación de invitados… la de Sally. Puede utilizar su habitación y su baño y otra habitación como despacho. Tienes cinco más. Jardín con sitio suficiente para el coche. Una familia grande…
–¿Qué? Pero si estoy yo sola –protestó Claire.
–No. Están Sally y Chris y toda su familia y nosotros. Además, tienes tantos amigos como para llenar una catedral. Eres miembro del club deportivo, así que le puedes llevar y…
–¿Que le lleve dónde? Espera un momento, Irene… –protestó Claire sin que su cuñada le hiciera el menor caso.
Irene se estaba levantando ya para darle un abrazo.
–Sabía que lo harías… Es la solución perfecta. Tim se va a poner tan contento. Temía que dijeras que no, sobre todo porque…
–¿Sobre todo por qué? –preguntó Claire suspicaz.
–Bueno, no es nada importante. Se supone que llega mañana y espera que Tim se haya ocupado de todo. Le hemos reservado un hotel para las dos primeras noches…
–¿Llega mañana? Pero Irene, ¿desde cuándo lo sabes?
–Tengo prisa. Le prometí a Mary que le ayudaría a sacar los palos de criquet y llego tarde. Vamos a ir a buscar a Brad al aeropuerto y cenaremos con él. Vendrás ¿no? Será la ocasión perfecta para que te conozca y para que quedéis para que le enseñes la casa…
–Irene…
Pero su cuñada ya se había ido.
–¿Qué diablos estás haciendo?
Claire se levantó, sonrojada. Estaba de rodillas en el baño contiguo a la habitación de invitados y dejó el trapo.
No había oído entrar a su amiga y vecina, Hannah.
–Estoy limpiando la habitación para el nuevo inquilino –dijo sin aliento.
Le explicó a Hannah lo que había ocurrido.
–Vaya con Irene. Esta vez sí que se ha aprovechado de ti ¿no? –comentó Hannah enfadada–. Un inquilino, soltero supongo, porque si no alquilaría una casa. Esto va a ser la comidilla del barrio… ¿Sabes cómo es?
–No y no me importa –contestó Claire con decisión levantándose el pelo que le caía sobre la nuca.
Su melena oscura, densa y rizada había sido una cruz toda su vida. Sally le solía tomar el pelo diciéndole que, con aquel cuerpo pequeño y aquella cara en forma de corazón enmarcada por aquellos rizos, parecía más alguien de su edad que una mujer casi diez años mayor que ella.
–Deberías ser una de mis damas de honor. Pareces lo suficientemente joven –le había dicho Sally.
Claire le había tenido que recordar que tenía treinta y cuatro años, que era una mujer madura.
–¿Una mujer madura? Pero si pareces una niña. Es extraño, ¿sabes? Aunque estuviste casada con papá más de diez años, sigue habiendo en ti algo… virgen –había añadido completamente en serio–. Ya sé que parece una locura, pero no soy la única que lo piensa. Chris también…
–Eres increíble –le estaba diciendo Hannah–. Una mujer adulta, en toda su madurez femenina… sin pareja y me dices…
Al ver la mirada de Claire, Hannah se calló y se disculpó.
–De acuerdo, de acuerdo… Ya sé lo unidos que estabais John y tú y que le echas de menos. Simplemente, me parece una pena, eso es todo. Solo una pregunta. Si ese tipo es el jefe de Tim, ¿por qué quiere una habitación? ¿Por qué no…?
–Quiere vivir en casa de alguien –le explicó Claire–. Parece ser que viene de una familia numerosa. Según Irene, se quedaron huérfanos. Sus padres murieron en un accidente. Él tenía dieciocho años entonces y se hizo cargo de sus hermanos, se preocupó de que todos fueran a la universidad, luego se puso a trabajar cerca de casa para que todos siguieran juntos.
–Ya veo y supongo que estaba demasiado ocupado como para casarse y formar su propia familia… Me pregunto cómo será… Suena…
–La mar de soso y responsable.
Ambas se rieron.
–No iba a decir eso –dijo Hannah–. Por cierto, ¿qué es eso de que tú y las dos damas de honor de Sally hicisteis un pacto para no casaros?
–¿Qué? –dijo Claire confusa–. Ah, eso… no fue un pacto sino más bien un poco de solidaridad entre mujeres –recordó–. Me dio tanta pena Poppy. Todo el mundo sabía lo que sentía por Chris. Sally no sabía si pedirle que fuera su dama de honor, no porque no quisiera, sino por el esfuerzo que le supondría. Las dos estuvimos de acuerdo en que si Poppy hubiera dicho que no, habría sido todo mucho más embarazoso. En cuanto a Star, ya sabes que su madre se ha divorciado varias veces y que actualmente está con un chico más joven que su hija. Su padre tiene, de momento, nueve hijos de cuatro relaciones diferentes y no parece que tenga tiempo para ninguno de ellos. No me extraña que Star sea antimatrimonio…
–¿Así que no es verdad que hicisteis un voto para ayudaros mutuamente a no caer en las garras del poder del ramo de novia? –bromeó Hannah.
–¿Quién te ha dicho eso?
–Ah… o sea que es verdad… Me lo ha dicho un pajarito, pero se dice el pecado, no el pecador. Alguien que pasó por allí y os oyó–. Parece ser que ya hay apuestas sobre si vosotras tres no os habréis casado antes de que se cumpla un año desde la boda de Sally y Chris.
–Bueno, para tu información… no me volveré a casar nunca, Hannah –dijo Claire ya en serio–. John era un hombre maravilloso al que quería con toda el alma.
–Solo hace dos años que te quedaste viuda –le recordó Hannah suavemente–. Algún día, un hombre irrumpirá en tu vida, hará que se te acelere el corazón y que te des cuenta de que sigues siendo una mujer. ¿Quién sabe? Podría ser el americano.
–No –contestó Claire decidida.
Tenía sus razones para estar convencida de que nunca habría un segundo matrimonio ni ninguna otra relación, pero no se las podía decir a Hannah ni a nadie. Solo había sido capaz de compartirlas con John. Aquel era uno de los motivos por los que le echaba tanto de menos.
John había llegado a conocerla como nadie, hombre o mujer, pero sobre todo como ningún otro hombre.
Brad Stevenson se subió en el avión con destino a Heathrow de mal humor. Había hecho todo lo que había estado en su mano para no tenerse que hacer cargo de aquel asunto en Gran Bretaña, pero entre el presidente de la empresa y el ya jubilado consejero delegado le habían terminado convenciendo.
Había protestado ante sus dos tíos, les había dicho que estaba encantado donde estaba, que lo último que quería era irse al otro lado del Atlántico a solucionar los problemas de la filial que tenían allí, una empresa que habían comprado desoyendo su consejo.
–Muy bien –les había dicho–. Así que Gran Bretaña está pasando por una ola tremenda de calor y todo el mundo quiere instalar aire acondicionado, pero el próximo verano la historia podría ser muy diferente y nos encontraríamos con un almacén lleno de aparatos que nadie quiere.
Había tenido que emplear toda su persuasión para convencer a unas cuantas empresas británicas para que instalaran aire acondicionado en sus oficinas. De esa forma, había conseguido parar la debacle económica ocasionada por el mercado de distribución británico, pero ya había hecho suficiente. La idea de pasar Dios sabía cuánto tiempo arreglando el achacoso mercado para que funcionara bien y diera beneficios le hizo rechinar los dientes.
¿Cómo habían sabido aquellos dos ancianos que quería dejarlo, que no quería tomar el relevo, algo que se le vendría encima tarde o temprano?
Tenía treinta y ocho años y había cosas que quería, que necesitaba hacer, que no tenían nada que ver con dirigir una empresa multinacional.
Por ejemplo, tenía un barco a medio construir, aquel viaje a Sudamérica que se había prometido a sí mismo en el colegio, cuando estudió el descubrimiento del Nuevo Mundo por parte de Cristóbal Colón.
Sí, había cosas que quería hacer, había una vida que quería vivir. Ese era el momento, cuando su último hermano se había independizado.
–Ten cuidado, tú serás el siguiente –le había dicho Sheri, la segunda menor de la familia para tomarle el pelo–. Ahora que ya no queda ninguno de nosotros en casa para fastidiarte, tendrás que buscarte una mujer con la que formar una familia, para volver a empezar otra vez…
–Ni lo sueñes –había contestado con decisión–. He cumplido con vosotros cinco en cuanto a niños se refiere.
–¿Tan duro ha sido? –había preguntado Sheri muy seria–. Sí, supongo que habrá habido veces que sí. Para nosotros, no, pero para ti, sí. Te hemos dado unos cuantos quebraderos de cabeza en todos estos años, pero tú siempre has estado ahí, dándonos tu apoyo… tu amor… no has tenido tiempo de encontrar una pareja y menos de tener hijos, ¿verdad, Brad? Todos nosotros nos hemos casado y todos tenemos hijos menos Doug, que se acaba de casar. Seguro que Lucille y él no esperarán mucho, de todas formas. Te has portado tan bien con todos nosotros. No me gusta nada pensar que…
–Pues no lo hagas –le había contestado firmemente.
Sheri no se atrevía ni a pensar qué habría sido de ellos si Brad no se hubiera hecho cargo de ellos cuando murieron sus padres. Brad le sacaba a Amy seis años, ella tenía doce cuando había ocurrido todo, pero entre Amy y el resto solo había un año o año y medio hasta llegar a Doug, que tenía cinco años. Aquello había ocurrido hacía veinte años.
Brad había hecho todo lo que había podido para no tener que ir a Gran Bretaña en representación de su tío. Incluso había puesto una serie de condiciones muy difíciles de cumplir en cuanto a dónde y cómo quería que fuera su estancia allí. No había previsto que el distribuidor tuviera una cuñada viuda que podía ofrecerle todo lo que había pedido.
Brad se sentó en el avión. La azafata le sonrió, a pesar de que él tenía cara de pocos amigos, y pensó que no iba vestido como los demás pasajeros de primera. Llevaba unos vaqueros cómodos y desgastados y una camiseta blanca inmaculada que dejaba al descubierto sus brazos musculosos y bronceados. Seguro que lo que no se veía también era de igual de bronceado y firme.
No era su tipo, moreno y guapísimo, con pinta de macho. Ella los prefería más delicados y manejables. Sin embargo, en aquella ocasión, haría una excepción.
Era cierto que aquellos ojos grises seguro que eran capaces de ser fríos como el hielo si la situación lo requería, pero aquellas pestañas rizadas les conferían un aire muy sensual. Aquel hombre era de lo más sexy y tenía un trasero respingón que no tenía desperdicio.
–Señorita, por favor, estamos en la fila F ¿nos podría decir dónde es?
La azafata tuvo que darse la vuelta para atender a la pareja de mediana edad que venía hacia ella. Era una pena que el vuelo fuera tan lleno porque no le iba a quedar tiempo para tontear con aquel pasajero solitario.
Brad se dio cuenta del interés de la azafata, pero decidió no hacerle caso. No quería una relación. Lo único que quería era terminar con aquel asunto de Gran Bretaña y volver a Estados Unidos para decirles a sus tíos, educadamente pero con decisión, que no iba a tomar el relevo.