Pedir lo imposible - Slavoj Zizek - E-Book

Pedir lo imposible E-Book

Slavoj Zizek

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Beschreibung

Después de unos años convulsos e impredecibles, ¿en qué situación se encuentra el mundo hoy? ¿Qué hacer frente a los impulsos conservadores que frenan la utopía? Slavoj Žižek, "el filósofo más peligroso de Occidente", reflexiona sobre estas cuestiones en este libro único. A partir de una serie de entrevistas, el libro consigue capturar al mejor Žižek, el pensador genuino y torrencial, abordando temas tales como los levantamientos de la Primavera Árabe, la crisis financiera mundial, el populismo latinoamericano, el auge de China e incluso el enigma norcoreano. Žižek deslumbra a los lectores con análisis de películas de Hollywood, de informes policiales venezolanos, novela negra sueca y mucho más. En todos y cada uno de los vericuetos por los que transcurre la conversación, su mente vigorosa arroja luz sobre nuevos e inesperados desafíos. 

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Akal / Pensamiento crítico / 30

Slavoj Žižek

Pedir lo imposible

Edición: Yong-june Park

Traducción: José María Amoroto Salido

Diseño de portada

RAG

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Título original

Demanding the Impossible

© Indigo Book Company, 2013

© Ediciones Akal, S. A., 2014

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-4089-7

Agradecimientos

Este libro empezó como parte del proyecto Humanidades Globales de Indigo Sowon, un centro educativo en Busan, Corea del Sur. Fundado en 2004, Indigo es una combinación de editorial, revista y librería, además de albergar conferencias internacionales. Busca ofrecer un contrapeso progresista, humanista, al establishment educativo y ser un oasis de idealismo y compromiso.

Mi primer agradecimiento se dirige al equipo de colegas cuya imaginación y trabajo han hecho realidad este proyecto: Aram Hur, Youn-yeong Lee, Han-kyeol Yoon, Jin-jae You y Dae-hyun Park, así como a Brian Palmer de la Universidad de Uppsala (brianpalmer.org). Estoy inmensamente agradecido a Slavoj Žižek, que acogió durante dos días a todo nuestro equipo en su casa. Es una persona con una energía y cordialidad asombrosas, y nos quedamos con la sensación de que cualquier cosa a la que dirija su mente queda electrificada y se vuelve luminosa.

Mis colegas y yo esperamos que las conversaciones de este libro resulten entretenidas para el lector y provoquen animados debates.

Yong-june Park

1. Política y responsabilidad

¿Qué hacer por la política actualmente? En medio de unos cambios radicales en los que está en juego nuestro acervo común –catástrofes ecológicas, funestas mutaciones biogenéticas, conflictos nucleares o de carácter social-militar, fiasco financiero, etcétera–, ¿existe eso que se llama el bien común? ¿Hasta qué punto es útil hablar del bien común?

Slavoj Žižek.— Para mí el problema no radica en la palabra «común» sino en la palabra «bien». A mi modo de ver, y desde mi perspectiva europea, la ética tradicional estaba dirigida hacia algún Bien supremo que podía ser Dios, la humanidad, el universo, etc. Este bien común se consideraba un valor supremo por el que todos debíamos trabajar. Pero para mí, la modernidad empieza con Descartes y sigue con Kant; concretamente, con una ética que ya no es una ética del bien común. En Kant, por ejemplo, encontramos una ética puramente formal –la ética de la ley moral, etc.– que no puede ser politizada de ninguna manera: politizada en el sentido de que no puedes presuponer simplemente algún bien común, sino que es una cuestión que hay que decidir. Eso es lo que encuentro problemático en la idea del bien común.

¿Qué es hoy en día un bien común? Bueno, digamos que la ecología. Probablemente la mayor parte de la gente estaría de acuerdo en que, a pesar de nuestras diferencias políticas, a todos nos preocupa la Tierra. Pero, si se mira con atención, se verá que lo que hay son muchas ecologías sobre las que hay que tomar muchas decisiones. Dicho eso, mi posición aquí puede parecer una locura. Para mí, la política tiene prioridad sobre la ética. No en el sentido vulgar de que podamos hacer lo que queramos –incluso matar, subordinando la ética a la política–, sino en un sentido mucho más radical: lo que definimos como nuestro bien común no es algo que simplemente está ahí; por el contrario, tenemos que asumir la responsabilidad de definirlo.

Además, como han señalado muchos ecologistas radicales, ¿cuántos planteamientos ecologistas que pretende trabajar por el bien de la naturaleza implican unas elecciones políticas ocultas? Cuando se dice, por ejemplo, que el bien común debería ser nuestra Madre Tierra y que nuestro planeta debería prosperar, ¿por qué debería hacerlo? Porque nosotros, los seres humanos, queremos que lo haga para poder sobrevivir. Desde mi punto de vista, la ecología es la construcción más egoísta y más centrada en el hombre que hay. La naturaleza es una locura. Es caótica y propensa a desastres salvajes, impredecibles y sin sentido, y estamos expuestos a sus despiadados caprichos: no existe eso que se llama Madre Tierra. En la naturaleza siempre hay catástrofes, las cosas no salen bien y algunas veces un planeta salta en pedazos.

Lo que quiero señalar es el hecho de que, si se examina detenidamente, cuando hablamos de algún bien común superior siempre viene definido por las que son nuestras secretas prioridades. Por ejemplo, la gente puede decir, «¡Vaya!, estamos construyendo otra gran ciudad y destruirá la naturaleza. ¡Es horrible!». Y la respuesta habitual, incluso de muchos ecologistas, es decir que «deberíamos vivir de una manera más natural, más cerca de la naturaleza, etc.». No estoy de acuerdo. Un ecologista alemán amigo mío, al que aprecio mucho, me dijo que desde un punto de vista ecológico esa clase de respuesta es totalmente catastrófica. Desde esa perspectiva, la mejor solución es la siguiente: hay un montón de contaminación en todas partes, así que reúnes a toda la gente que puedes en una ciudad grande; de este modo está muy concentrada, hay mucha menos contaminación per cápita y puedes mantener grandes espacios relativamente limpios. No sé si se está haciendo esto en Corea, pero alguien me dijo que sí se hace en Japón. Creo que las ciudades grandes y sucias, donde la gente vive amontonada, son ecológicamente lo mejor para la naturaleza. Otra idea supuestamente ecológica es que deberíamos vivir en pequeñas casas autosuficientes, con energía solar; la gente considera que eso es un modo de vida ecológico. Pero, ¿podemos imaginarnos qué pasaría si la mayoría de la gente quisiera vivir así? Todos nos dispersaríamos y los bosques desaparecerían. Irónicamente, esto está relacionado con la pregunta de hasta dónde podemos contaminar el planeta de manera «segura». Por eso desconfío mucho de esta perspectiva. Cada vez que se propone algo en nombre del bien superior, y decimos que deberíamos superar nuestro egoísmo y trabajar por ello, descubriremos siempre que de forma oculta ya estamos dejándonos llevar por nuestro egoísmo.

Lo que quiero proponer, basándome en mi posición general, no es la política en el sentido de lo que la gente normalmente asocia con ella –la vulgar manipulación, la corrupción, las luchas por el poder, etc.–, sino política en el sentido de decisiones fundamentales sobre nuestra vida en la Tierra y de decisiones colectivas por las que hay que asumir una responsabilidad total.

2. Obsesión por la armonía / Compulsión por identificar

¿Qué quieres decir con «responsabilidad total»? Si el bien común es una cuestión de decisiones que tenemos que tomar, precisamente en el terreno de la lucha política y de la crisis ecológica, ¿se trata de un concepto que abarca la responsabilidad incluso por la reforma o la revolución social?

Slavoj Žižek.— Bueno, desde una perspectiva europea considero problemática esta sabiduría oriental que dice que hay cierta clase de equilibrio natural o una armonía de los elementos. En este mundo yo no veo ninguna armonía; por el contrario, veo que toda la armonía es solamente una armonía parcial. ¿Qué quiero decir con esto? Alguna gente, por ejemplo, dice: «El comunismo era malo porque era demasiado socializador. Todo era social y no se permitía ninguna individualidad. Por otro lado, el capitalismo liberal es demasiado individualista y todo el mundo se ocupa de sí mismo, etc.». Así que dicen que ambos son inarmónicos y que necesitamos una cierta clase de camino intermedio: una sociedad que tenga un cierto sentido social de comunidad pero que, no obstante, permita cierta libertad individual. Yo no estoy de acuerdo. Creo que deberíamos reflexionar sobre este mismo contraste. ¿Cómo imaginamos la libertad individual? ¿Cómo imaginamos el bien común? Estas preguntas ya pertenecen a un determinado campo. Son los extremos de ese mismo campo.

Lo primero que quiero hacer es mostrar lo absurdo que es insistir en que tenemos dos extremos y necesitamos encontrar el equilibrio. Estos dos extremos ya fluyen el uno en el otro. Por eso la «síntesis» no afirma la identidad de los extremos sino que, por el contrario, afirma su diferencia como tales. Ahí está la diferencia entre la síntesis y la «compulsión por identificar». En otras palabras, el paso inmediato de un extremo a su contrario es precisamente una señal de nuestra sumisión a la compulsión por identificar.

Se me ocurre un ejemplo sacado de Corea del Norte. Leí un libro sobre ese país, escrito por un autor occidental, que trataba de describir la vida cotidiana durante la terrible hambruna que ha sufrido en los últimos quince años; cuando hace quince años el gobierno de Corea del Norte prácticamente dejó de funcionar. Ya que el Estado controlaba prácticamente toda la infraestructura social, la gente no obtenía suficiente comida para sobrevivir, no podía encontrar un trabajo, etc. ¿Y que surgió allí? Una cierta forma de brutal y rudimentario capitalismo: la gente iba al bosque para recoger frutas, para su consumo y para venderlas en el mercado ¿No es interesante ver cómo, por debajo de cualquier cosa que enseñan al mundo –los fastuosos espectáculos, los Juegos de Masas con sus robóticos bailarines–1, se encuentra un terrible individualismo survivalista darwiniano? Básicamente, cada cual se ocupa de sí mismo. Lo mismo sucedía con el estalinismo. Incluso en China, yo sostengo que el verdadero resultado de la Revolución Cultural es el capitalismo que tienen ahora.

Por otra parte, veamos qué sucede en el capitalismo. La gente habla de individualismo pero, ¿de qué clase de individualismo se trata? No sorprende que las grandes empresas aprueben encantadas unos evangélicos ataques sobre el Estado cuando se trata de regular fusiones de medios de comunicación, poner limitaciones a las compañías del sector de la energía, fortalecer la normativa sobre contaminación del aire, proteger la vida salvaje, limitar las talas de árboles en los parques nacionales, etc. Es la ironía final de la historia: el individualismo radical sirve de justificación ideológica para el poder sin restricciones de lo que la gran mayoría de los individuos experimentan como un enorme poder anónimo, que regula sus vidas sin ninguna clase de control público democrático.

Podemos ver qué sucede ahora con internet. Estamos pasando a serializar cada vez más nuestras vidas: vamos a ver las mismas películas y vemos las mismas noticias. La gente lo describe como un movimiento hacia las nubes: la computación en la nube. Ya no necesitamos un gran ordenador para los videojuegos como el que tengo en la habitación para divertirme con mi hijo. Hace diez años, un ordenador era una caja grande que teníamos en la mesa y la descarga se realizaba con disquetes y dispositivos USB; ahora ya no necesitamos potentes ordenadores individuales porque la computación en la nube se basa en internet: el software y la información llegan a los ordenadores o a los teléfonos a demanda del consumidor en forma de herramientas o aplicaciones a las que los usuarios pueden acceder y utilizar como si fueran programas instalados en el propio ordenador. De esta manera podemos acceder a la información desde cualquier lugar del mundo en que nos encontremos, con cualquier ordenador, y los teléfonos móviles ponen este acceso literalmente en nuestro bolsillo.

Todo sucede ahí fuera, y cabe preguntarse si la gente es consciente de cómo esto estandarizará todo. Solamente estaremos conectados a un solo proveedor, como Google o iTunes, pero estaremos limitados a las elecciones que hagan ellos. Por ello nuestra lucha se debería centrar en esos aspectos que representan una amenaza a la esfera pública trasnacional. Esta reciente tendencia hacia la organización del ciberespacio en base a la llamada «computación en la nube» es parte del impulso global hacia la privatización del general intellect.

Así que, volviendo al tema, repito que no me gusta ese enfoque que considera que tenemos dos extremos y que hay que encontrar un equilibrio; ese principio, para mí, es demasiado abstracto. Por ejemplo, podemos decir que algunos países no tienen democracia y que, por otro lado, otros tienen demasiada. Siempre se puede decir que necesitamos un equilibrio. Pero la verdadera revolución, para mí, es cuando cambias el propio equilibrio: la medida del equilibrio.

Cuando era muy joven, antes de la revolución sexual, se pensaba que había dos perspectivas diferentes: por un lado los conservadores, que pensaban que el sexo solamente debía estar permitido dentro del matrimonio, y, por el otro, los que defendían la liberación de la sexualidad. ¿Qué sucedió entonces? El equilibrio cambió por completo. No se puede decir simplemente que el viejo equilibrio se perdió y que ahora tenemos demasiada libertad sexual, sino más bien que la propia medida de lo que es extremo ha cambiado. Ahí está para mí la verdadera revolución. Lo que ha cambiado es la totalidad; la misma medida de los extremos.

Esto también se relaciona con la otra pregunta sobre la reforma social. La cuestión no es que piense que necesitemos de la violencia para la revolución social. Por supuesto que no me gusta la violencia. Pero, para mí, reforma significa cambios dentro del orden existente: se puede decir que ahora tenemos demasiado individualismo así que lo que necesitamos es más responsabilidad social. Pero eso sigue estando dentro de ese orden. Por el contrario, la revolución se produce cuando cambia la regla básica de la sociedad. Por eso el capitalismo fue una revolución radical. Porque toda la idea de estabilidad ha cambiado con el capitalismo o, incluso, con la democracia capitalista: solamente con el capitalismo una determinada dinámica se volvió parte de la estabilidad. Si las cosas no cambian, se derrumban. El capitalismo cambió toda la lógica del espacio social. Cuando hoy hablamos de estabilidad, queremos decir estabilidad del desarrollo dinámico. Es una lógica de la estabilidad totalmente diferente a la de los tiempos premodernos.

1 El autor se refiere al festival del Arirang que se celebra en Corea del Norte para conmemorar el nacimiento de Kim Il-Sung y que está registrado en el Guinness de los Récords como los mayores juegos de masas del mundo. [N. del T.]

3. Politización de la ética

¿Cómo deberíamos concebir nuestras responsabilidades cuando nos enfrentamos a esta nueva lógica del capitalismo moderno?

Slavoj Žižek.— Bueno, yo desconfío de la idea de un bien común. No creo que haya un bien común que esté prescrito a priori, de antemano, por naturaleza. Incluso con respecto a la naturaleza, ¿cuál sería el bien común? Podríamos decir que la naturaleza necesita de un equilibrio que permita a la humanidad sobrevivir en la Tierra. Pero tendremos que definir ese equilibrio. Quiero decir que, como todos sabemos, la naturaleza es una locura. Provoca catástrofes constantemente. ¿Podemos imaginarnos lo que sucedió cuando los dinosaurios se extinguieron o cuando se formó el petróleo? Ahora sabemos que el desierto del Sahara fue una vez un gran océano.

La naturaleza no está equilibrada. En esto soy muy moderno. Simplificando las cosas, podemos decir que, antes de la modernidad, la gente creía en un orden predestinado, en una cierta clase de armonía global que nosotros, los humanos, hemos arruinado, así que ahora tenemos que recuperarla. Yo no creo en esta solución, especialmente con respecto a la ecología de hoy en día. No creo que haya ningún orden natural. Los órdenes naturales son catastróficos.

Regresando a las preguntas, estoy a favor de la politización de la ética en el sentido de que no solo somos responsables de cumplir nuestro deber o de trabajar por el bien común, también somos responsables de decidir cuál es ese bien. Incluso cuando alguien insiste en que hay una cierta clase de equilibrio natural, ¿no es eso también una decisión político-ecológica totalmente coherente? Por ejemplo, algunos pueden decir que la población global ha crecido demasiado, que hay demasiada gente y que hemos desarrollado demasiadas fuerzas productivas, etc. Por ello, podrían decir que deberíamos fomentar las enfermedades infecciosas para que desaparezcan al menos dos tercios de la humanidad, mientras que aquellos que no lo hagan deberían aprender a vivir de forma más austera. Esto sería lo mejor para la Tierra e incluso para la humanidad. Evidentemente, estoy en total desacuerdo con esa opinión pero, ¿qué se puede decir a priori en su contra? No puedes argumentar desde una posición ecológica. ¿Qué podrías decir? ¿Que sería malo para la Tierra? Realmente, para la Tierra, eso sería mejor que decir que debería haber comida para toda la gente que vive en la actualidad. ¿No sería lo mejor para la Tierra arreglar las cosas para que murieran gradualmente dos tercios de la población? Para la Tierra probablemente sería lo mejor que podría pasar.

Lo que quiero decir es que nosotros ya tomamos decisiones ético-políticas. Eso es lo que me gustaría resaltar: somos mucho más libres y responsables de lo que pensamos. Ahora está de moda decir –como solían hacer los viejos marxistas– que «solo somos libres en apariencia. Vamos a la tienda y compramos lo que queremos, pero en realidad estamos manipulados». Es cierto, pero también somos mucho más libres de lo que pensamos. Si se cree en alguna clase de destino, la vida se vuelve más fácil. La dificultad está en romper el destino. Todos asumimos que esta explosión del desarrollo y de la industria es nuestro destino. Incluso la mayoría de los ecologistas debaten sobre cómo hacer que la industria sea ecológica; aceptan la primacía de la industria. Para mí todo esto es problemático.

Creo que el primer paso es aceptar las consecuencias de la modernidad, es decir, la libertad radical no solo en el sentido positivo, sino también con la aterradora carga que supone tener que decidir. Nos corresponde hacerlo. Eso es lo que Jacques Lacan quiere decir cuando dice: «No hay ningún gran Otro, il n’y a pas de grand Autre». No hay ninguna entidad en la que podamos confiar. Siempre que hay una crisis la gente, de manera espontánea, busca alguna clase de equilibrio perdido. Todo esto empezó con Confucio, a quien considero la figura original del idiota. Confucio no fue tanto un filósofo como un protoideólogo: lo que le interesaba no era las verdades metafísicas, sino más bien un orden social armónico dentro del cual los individuos pudieran llevar unas vidas felices y éticas.

No sorprende que la descripción que hace Confucio del desorden que observa en la sociedad que le rodea irónicamente proporcione una buena descripción de una sociedad realmente democrática. Confucio propone una cierta clase de teoría protoalthusseriana de la interpelación ideológica: el «gran Otro» ideológico (la tradición), personificada en sus aparatos (los rituales), interpela a los individuos, y corresponde al individuo vivir y actuar de acuerdo con el título que le hace ser lo que es. La idea de Confucio era que las crisis se producen cuando se pierde la armonía original, y entonces la idea es restaurar la armonía. Creo que deberíamos romper con esto. No hay ninguna armonía a la que podamos o debamos regresar. En lugar de la armonía, lo que tenemos que hacer es decidir lo que queremos, y luchar y pelear por ello.

4. Medios sin un fin: frónesis política

¿Qué clase de valores deberíamos promover para orientar nuestras decisiones ético-políticas?

Slavoj Žižek.— Lo que me fascina son los acontecimientos que se están produciendo en Egipto. Durante años, Occidente ha estado diciendo «queremos que los árabes se vuelvan demócratas». Pura hipocresía. Ahora que hemos tenido una explosión democrática que, al mismo tiempo, no suponía –por lo menos hasta ahora– ninguna clase de fundamentalismo islámico, resulta que todo el mundo tiene miedo. Eso es lo que siempre me fascina. Empiezas a realizar un análisis teórico y sucede algo que es frecuente en la política: acabas relacionando aspectos muy diferentes.

En Eslovenia tenemos un proverbio que dice que si hablas demasiado es que quieres algo: en el fondo, tienes miedo de que pueda suceder algo, y hablas mucho para asegurarte de que no ocurra. Con la democracia en los países árabes sucede algo parecido. Todo el mundo estaba diciendo que necesitaban democracia, pero todo el mundo tenía pavor a que, finalmente, la democracia llegara.

Quizá aquí tendrías que explicarme algo. Cuando hablas del bien común, yo pienso en algo como la verdadera actividad política y, por supuesto, no me refiero a la lucha por el poder o a la corrupción; más bien me refiero al proceso de toma de decisiones. En este terreno político de juicios y decisiones necesitamos lo que Aristóteles llamó la phronesis, una reflexión en la que no tienes de antemano ninguna medida teórica y no puedes determinar tus prioridades de una manera no política. La política, para mí, no es meramente un medio de adoptar decisiones sobre cuestiones religiosas, sociales y éticas de una manera objetiva. Eso simplemente no es cierto.

La lección de la política es que no puedes distinguir entre medios y fines (objetivos). Todos sabemos que esta fue la gran contradicción del estalinismo. Querían la libertad comunista, pero el camino que tomaron acabó en lo contrario. Así que de nuevo, para mí, la política significa precisamente que todo es una cuestión de toma de decisiones, no que tengas esta deliberada decisión contingente. Especialmente hoy hay que tomar decisiones, y no solo con la ecología sino también con la biogenética y otros temas.