Pequeño diccionario de política - Daniele Aristarco - E-Book

Pequeño diccionario de política E-Book

Daniele Aristarco

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Beschreibung

Un manual conciso y directo para que los más jóvenes aprendan a desentrañar una ciencia y una profesión tan apasionantes e importantes como denostadas. Cada vez es más necesario encontrar a jóvenes interesados en «hacer política», pues son ellos los que deben mejorar y preservar el futuro de un mundo que ahora contemplan como una herencia envenenada. Porque «hacer política» es oponerse a la resignación y al desinterés, y no el deseo de acaparar cargos importantes. Es, más bien, participar, intervenir en la realidad para proteger lo que es indispensable para la vida en común y el derecho a elegir. Por eso, este libro es una herramienta útil para quienes desean acompañar a los jóvenes en este camino.

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Edición en formato digital: agosto de 2023

Título original: Piccolo dizionario della politica

En cubierta: ilustración © Camilla Falsini, Edizioni EL, S. r. l.

© Edizioni EL, S. r. l., 2021

Por mediación de Ute Körner Literary Agent

www.uklitag.com

© De la traducción, Ana Romeral Moreno

Diseño gráfico: Gloria Gauger

© Ediciones Siruela, S. A., 2023

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Ediciones Siruela, S. A.

c/ Almagro 25, ppal. dcha.

www.siruela.com

ISBN: 978-84-19744-90-6

Conversión a formato digital: María Belloso

Sumario

A

Abecé

Abecedario

Activista

Alienación

Alternancia

Antifascismo

Apartheid

Autoridad

B

Balance

Bienestar

Boicot

C

Carrera

Chófer

Coalición

Colegio

Compromiso

Confianza

Conservadurismo

Constitución

Consumo crítico y medio ambiente

Cuerpo

D

Democracia

Derecha e izquierda

Derecho

Derechos de los animales

Derechos de los niños

Desobediencia

Dictadura

Dimisión

Discriminación

Discurso público

E

Estado

Evasión

>F

Fake news (noticias falsas)

Feminismo

Futuro I

Futuro II

G

Gente

Gueto

H

Hashtag (etiqueta)

I

Igualdad

Indiferentes

Influencers e intelectuales

J

Jerga

L

Lucha

M

Manifiesto

Mayoría y minoría

Muro

N

Neoliberalismo

Neutralidad

Noticia

Noviolencia

P

Palacio

Participación

Pasión

Patriotismo

Personas

Pobreza

Poesía

Políticamente correcto

Populismo

Posible e imposible

Premier

Privilegios

Protesta

Pucherazos

R

Recortes

Referéndum

Regla de oro

Resistencia

Responsabilidad

Ritual

S

Silencio

V

Vocación

Votar, voto

Z

Zaki, Patrick

 

Es una cosa que no hacemos solos. A lo mejor al principio sí, pero después tienes que involucrar a más gente, si no, te quedas solo. Solo no puedes hacer mucho.

MARTINA, 12 años

Es una forma de ver las cosas que tiene como objetivo cambiarlas y protegerlas, hacer lo correcto.

EMMA, 11 años

Se encarga del futuro y de proteger el pasado. Pero a menudo la gente se pelea por entender qué futuro y qué pasado…

KILIAN, 11 años

El amor por las cosas va por rachas, por generaciones. Si los padres hablan de ello como lo mejor del mundo, los hijos lo despreciarán, y viceversa. Y nuestros padres esto lo odian.

MANUELA, 13 años

No es ni buena ni mala. Quien se encarga de ella, o se ha encargado de ella, a veces es un héroe, como, por ejemplo, las mujeres partisanas que hicieron de correo. Otros fueron criminales, tipo Adolf Hitler.

GIACOMO, 10 años

Si la haces bien, el mundo se sana y se salva.

KEVIN, 12 años

 

Para Marielle Franco

Para Anderson Gomes

 

Cada vez me ocurre más a menudo encontrarme con chicos y chicas que hacen política, aunque casi nunca la llamen así. Es más, la mayoría de las veces no la llaman de ninguna manera. Chicas y chicos, niñas y niños que hablan, razonan, toman decisiones y actúan. Juntos cambian las cosas y lo hacen con un objetivo en común: hacer del mundo un lugar más acogedor y digno de ser vivido. Esa palabra, política, evitan nombrarla. Y lo hacen por dos motivos: el primero, por una especie de prohibición impuesta por los adultos, según la cual «la política es cosa de mayores»; el segundo porque, en los últimos tiempos, esta palabra parece referirse a algo aburrido y desagradable. De hecho, por un lado se usa para indicar todas las actividades «administrativas», o aquellas necesarias para gestionar catástrofes y un sinfín de emergencias. Vamos, que no es que sea algo muy divertido. Por otro, la política se suele asociar con los «bajos fondos», ese espacio en el que se llevan a cabo sórdidos negocios entre el crimen organizado, los especuladores sin escrúpulos y la Administración que se deja corromper.

Aunque esta palabra haya caído en desuso, es mejor que lo sepas: la política de las jóvenes y de los jóvenes es una forma de resistencia a la creciente marea de resignación y desinterés. No tiene como objetivo ocupar prestigiosos cargos, o explotarlos a fondo para hacerse rico, sino incidir de manera efectiva en la realidad. Es hacerse con el protagonismo, tomar la decisión de elegir. Y es proteger esas cosas tan valiosas que constituyen la base de una vida común, serena y provechosa: la convivencia fundada en la democracia, el respeto a los demás y la libertad de pensamiento.

La política no excluye el debate acalorado. Quizá, uno de los motivos por los cuales mucha gente se ha alejado de ella sea porque, en los últimos años, este debate ha incurrido a menudo en el insulto y en la bronca verbal. Una vez más, los jóvenes han sabido sustituir esta actitud agresiva por una más proactiva, positiva y visionaria. De hecho, quien practica la política, además de ser honesto y hábil, debe ser también capaz de sentar los cimientos de los sueños para nuevos viaje reales y compartidos.

Confío en que este libro pueda servirte de herramienta y que pueda insuflar un poco de buena energía para los próximos retos que vamos a afrontar juntos. Juntos nos reapropiaremos de palabras antiguas y razonaremos sobre algunas nuevas. Susurradas, escritas, cantadas o incluso solo pensadas, impresas en grandes manifiestos o que se deslizan a lo largo de la pantalla de una televisión, las palabras se entretejen cada día en nuestro planeta, en todas partes y en cualquier momento del día; forman parte de nuestras costumbres y, por este motivo, no solemos prestarles atención. Aislar una palabra y preguntarse por su significado es un experimento complicado: prueba a definir un objeto o un concepto y te darás rápidamente cuenta de ello. Pero, al mismo tiempo, es una experiencia apasionante, porque nos permite devolver a cada palabra su correcto significado.

Hay palabras que, poco a poco, se van apagando. Durante un tiempo, las usa todo el mundo ininterrumpidamente y luego, quizá precisamente por este motivo, nos cansamos de ellas y las olvidamos. Otras son de uso común, y por ello nadie se pregunta por su estado de salud. Otras veces, en cambio, las palabras tienen una vitalidad imprevista y una vida larguísima.

Todas las palabras tienen su historia, a menudo muy antigua. Con el tiempo pueden cambiar de significado, porque están vivas. Si las ponemos en orden alfabético, casi en fila india, podemos ir echándoles un vistazo una a una, como en un diccionario. En general, el diccionario se «consulta», no se lee. Si quieres, puedes «consultar» este libro, es decir, puedes leerlo saltando de aquí allá, guiado por la curiosidad. Si no, puedes leerlo como una serie de historias breves, independientes y, aun así, unidas entre sí.

Un diccionario es un gesto de confianza hacia la posibilidad que abre el saber: todo lo que sabemos puede ser escrito y ordenado. Podemos explicar el mundo con palabras. O podemos inventarnos uno nuevo, a partir de las palabras. Y, visto que cada día descubrimos cosas nuevas o experimentamos nuevas facetas de ellas, un diccionario siempre está incompleto.

Te corresponde a ti el placer de llevar adelante este reto, de seguir compilando el diccionario con las palabras que irás pescando en el futuro.

A

Abecé

Aprendí el abecé de la política escuchando y observando a mi padre y a sus compañeros de trabajo. Al terminar la jornada, se quedaban a la puerta de la fábrica, de pie, durante horas, hablando. Yo los esperaba a la salida y los escuchaba fascinado, procurando no llamar demasiado la atención. A mi alrededor, un paisaje completamente antrópico, un «auténtico paisaje industrial»: olor a cemento, a cola vinílica y barniz fresco, a planchas abrasadas por el sol. No se veía ni la más mínima forma de vida vegetal a kilómetros: ni un árbol ni una flor ni una brizna de hierba. El único sonido que nos rodeaba era el del tráfico de los coches.

No me enteraba muy bien de lo que decían, pero percibía una gran energía en el ambiente y estaba claro que hablaban de cosas importantes. Me quedaba de pie, quietecito, a la sombra de mi padre, y escuchaba. En realidad, incluso si me hubiera mantenido alejado, habría podido escucharlos, pero por nada del mundo habría renunciado a estar a su lado: me sentía un eslabón más de la cadena, un punto en ese círculo de voces y de ideas. Algunos de ellos eran flacos, casi esqueléticos, tenían la piel grisácea, fumaban largos cigarrillos y parecían lentos, casi a punto de desfallecer. Sin embargo, sabía que realizaban trabajos tremendamente agotadores. Y todos tenían, siempre, el ceño fruncido. Estaban enfadados con alguien que no estaba ahí con ellos, pero que, cada día, tomaba decisiones que les afectaban. En algún lugar, lejos de nosotros, había personas que decidían por todos, eso me quedaba claro, personas influyentes cuyas decisiones repercutían en sus vidas, casi siempre de manera negativa. Eran los políticos. Mientras hablaban entre sí, mi padre y sus compañeros agitaban en sus puños los periódicos enrollados, como se hace para dar a los mosquitos. Y así, en esos años, me convencí de que hacer política significaba enfadarse con alguien. Y que los periódicos son importantes para expresar con fuerza nuestras ideas.

De vez en cuando, alguno se daba cuenta de que yo estaba ahí y llevaba el discurso a los jóvenes. No pedían nada para sí mismos, eso me quedaba claro: estaban preocupados por el futuro del país, de los jóvenes, por mi futuro. Aquello me conmovía profundamente y me hacía sentir importante; era un poco como si todas aquellas personas trabajaran junto a mi padre pensando en mi bien. En ese momento, cuando se daban cuenta de que yo estaba ahí, me imagino que su mente se proyectaba en sus familias, en los hijos que los esperaban en casa y que no veían desde por la mañana. Entonces alguno miraba el reloj y yo sabía que el grupito no tardaría en disolverse para volver a quedar al día siguiente. Aquella despedida apagaba toda rabia. Y siempre había alguien que, despeinándome los rizos, me decía: «Haz el favor…», como para decir «pórtate bien».

En el camino de vuelta, en el coche, a veces mi padre seguía hablando de política. Quizá hablara más consigo mismo que conmigo, pero yo escuchaba con atención y lo apuntaba todo mentalmente. Fue durante esos trayectos —que, de niño, me parecían maravillosamente interminables— cuando, por primera vez, oí hablar de derechos y de leyes, de lucha por la igualdad.

Siempre que pude, fui a la puerta de aquella fábrica para saludar a mi padre y para escuchar sus discursos. Aquellos hombres estaban muy informados: sabían todo lo que sucedía en el mundo. Leían los periódicos, estaban al tanto de los acontecimientos y los comentaban día a día. A veces, soltaban alguna previsión. Cuando tenían razón, no quedaba otra que reconocerlo. Su «poder» se quedaba ahí: podían prever el desarrollo de algunos acontecimientos, pero no modificarlos. En algún lugar, lejos de nosotros, estaban los políticos y les correspondía a ellos decidir. Mi padre y sus compañeros de trabajo discutían a menudo entre sí, pero, tras largas conversaciones de pie delante de la verja, siempre conseguían llegar a una posición común, elegir qué hacer. Era como si juntos buscaran las palabras apropiadas y cada cual pusiera a disposición las propias. Y de este modo, gracias a sus enseñanzas, me convencí de que hacer política significa buscar juntos las palabras apropiadas, quedarse de pie hasta que no se llegue a una conclusión que nos satisfaga a todos. Y luego volver «a la fábrica», para construir el futuro.

Abecedario

Me sé una historia. El protagonista es un hombre sabio que, un día, es desterrado de su ciudad. Exiliado en una lejana tierra, no tarda en olvidarse de las costumbres, las leyes y los cánticos de su pueblo, y después, de todo el conocimiento que había acumulado a lo largo de su vida. Cierto día ese hombre se dirige a su fiel discípulo, un chaval que se había exiliado con él y que nunca lo había abandonado.

—Ayúdame —le pide—. ¿Recuerdas algo, una oración, aunque no sea más que una palabra de entonces?

El discípulo no recuerda nada: él también lo ha olvidado todo.

—¿Todo? —pregunta el hombre—. ¿Absolutamente todo?

—No —responde el joven—, todavía me acuerdo del abecedario.

—Entonces, ¿a qué esperas? —exclama el hombre—. ¡Empieza a recitarlo!

El joven lo pronuncia varias veces seguidas y después junto al hombre. Lo recitan juntos, con gran fervor, repitiendo las letras, una tras otra, y volviendo a repetirlas hasta que recuperan la memoria y lo recuerdan todo.

No sé a qué época se remonta esta historia. La especie humana apareció sobre la Tierra hace unos doscientos cincuenta mil años y es posible que, desde el principio, contara historias. Desde hace cincuenta mil años utilizamos la escritura para comunicar y fijar nuestros conocimientos. En 1502, el italiano Ambrosio Calepino publicó el primer diccionario alfabético; y de este modo, desde hace poco más de quinientos años, tratamos de ordenar las palabras que conocemos sirviéndonos del abecedario, veintisiete letras que nos sirven para orientarnos de manera sencilla y eficaz entre cientos de miles de palabras (el español cuenta con más de 93.000), dispuestas una tras otra.

Un diccionario alfabético puede ayudarnos a identificar, conocer y comprender ideas e historias del pasado, o palabras de uso frecuente o que no lo son tanto. Pero el abecedario puede resultar de gran utilidad también por otro motivo: con el abecedario podemos jugar. Por ejemplo, podemos elegir una letra, sumarla a otra y así, para inventar nuevas palabras. Veintisiete fieles aliadas para hacer realidad el futuro.

Activista

Hay quien sigue la política, quien entra en política, quien se construye una carrera política, quien frecuenta la política. Y luego están los activistas. Se trata de personas que invierten toda su energía en una causa política. Los activistas de un determinado movimiento o partido político van por ahí, día y noche, intentando acercar a mucha gente a su organización. Los activistas de los derechos civiles empeñan su vida —a veces hasta el punto de cometer actos extremos— en luchar por aquello que consideran justo.

En 1975, los activistas de Greenpeace lanzaron una campaña para proteger a las ballenas: los grandes cetáceos se encontraban en peligro de extinción debido a la caza comercial. Los activistas se dieron cuenta de que no bastaba con comunicar al mundo este peligro en curso, sino que decidieron enfrentarse en mar abierto a la flota soviética. A bordo de las lanchas hinchables, fueron a interponerse entre los arpones y las ballenas, para proteger a las presas y permitirles huir, mientras grababan toda aquella escena. Siete años después, la caza de ballenas fue suspendida.

En el fondo, un activista quiere despertar la mirada de quien se ha dormido. Con su energía y, a veces, exponiéndose a grandes peligros, quiere transmitir lo importante que es su batalla y quiere activar a los indiferentes.

Alienación

¿Una nación alienígena? ¿Un rayo misterioso proveniente del espacio que nos transforma en alienígenas? Nada de eso.

Alienación es una palabra que se asemeja a un árbol. Hay palabras que están bien plantadas en la tierra, desde hace siglos, que generan muchas ramas, y donde cada una de ellas da un fruto diferente. Esta palabra fue plantada por los latinos y, durante mucho tiempo, significó «separación»: si un objeto pertenece a alguien y se vuelve propiedad de otro, podemos decir que ha sido alienado. Por tanto, durante mucho tiempo el término alienación significó «enajenar». Pero entonces al árbol le salió otra rama: la alienación empezó a representar la pérdida de la posesión de las facultades mentales, el recorrido que conduce a la «locura». Por tanto, decir de alguien que estaba loco o alienado significaba lo mismo.

Más recientemente, nuevas ramas han producido nuevos frutos, nuevos significados. Hoy día, por alienación entendemos un sentimiento de indiferencia ante los demás, en el sentido de impotencia para cambiar las cosas, sentirse perdidos y anónimos en una sociedad grande, ruidosa, que no presta atención a las personas.

El ser humano se expresa a través de una gran variedad de actividades. Su trabajo es una de las más importantes, ya que, a través de él, modifica la naturaleza que lo rodea fijándose objetivos. Pero aún hay más. Un artesano que realiza una silla, por ejemplo, produce un objeto que tiene una finalidad concreta, pero lo realiza también conforme a su sentido de la estética, eligiendo los materiales, imprimiendo en la materia su gusto por las líneas y una cierta armonía. Sin embargo, un obrero que trabaja en una fábrica no se encarga de la completa realización de la silla, sino solo de una parte en concreto (por ejemplo, pulirá el asiento o atornillará el respaldo). Inmediatamente, aquel objeto es sustraído de sus manos y entregado a quien se encargará de venderlo.

Después de un tiempo, el obrero se acostumbrará a esta sustracción y, probablemente, empezará a no experimentar ningún sentimiento de orgullo hacia su trabajo: ya no se trata de obras de su ingenio y maestría, sino del fruto de una serie de operaciones mecánicas, realizadas durante el horario de trabajo. En resumen, su trabajo ya no expresará una parte de su alma: será simplemente un objeto extraño, igual a tantos otros. Por otra parte, el mismo obrero empezará a sentirse como una pieza viva de una máquina.

Además, la silla será inmediatamente vendida a un comprador que el obrero no conocerá, sin que pueda participar en la negociación. He aquí el significado que el filósofo alemán Karl Marx dio a alienación: el obrero pierde por completo el sentido de su trabajo y del producto que ha contribuido a crear, así como el control del proceso de producción y de todas las relaciones sociales que el trabajo conlleva (conocer a los clientes, dialogar con otros artesanos y vendedores). En resumen, según Marx, la alienación es la pérdida de la esencia misma del ser humano.

Durante el siglo siguiente a las consideraciones de Karl Marx, a esta palabra-árbol le salieron nuevas ramas: después de las reflexiones de psicoanalistas y psicólogos, de filósofos y de sociólogos, alienación asumió el significado de un estado de ánimo, un sentimiento de desconcierto y soledad en una sociedad ruidosa y desinteresada por las personas, un mundo frenético que obliga a ritmos de vida insostenibles que tienen como único propósito hacer que se adquieran cada vez nuevas mercancías. Se trata de una sensación que muchos de nosotros hemos experimentado: vagar por las calles de nuestra ciudad, observar el vacuo frenesí de las compras, el paso acelerado de quien vive con la sensación de tener que correr. Sentirse «alienígena» en un mundo gris, como después de haber sido alcanzado por un rayo proveniente del espacio.

Alternancia

La isla de Thchuachua es una espléndida nación, sana, feliz y amante de la libertad. Y el pan crece de los árboles. ¿No me crees?

En esta islita, que es casi un escollo plantado en el océano Pacífico Meridional, vive el pueblo de los thchuachua o, mejor dicho, viven los dos pueblos thchuachua. Más que dos pueblos distintos, podríamos decir que se trata de dos familias o, como dicen ellos, dos «clanes» compuestos por varios cientos de personas. El primer clan, el de los thchuachua del norte, practica la pesca y le encanta pasarse las noches bailando a la luz de la hoguera; el segundo clan, el de los thchuachua del sur, pasa buena parte del día en sus cabañas, protegidos del sol, echándose la siesta o contando historias, y se alimenta casi exclusivamente de los frutos que produce el llamado árbol del pan: de hecho, estos nutritivos frutos de cáscara dura, una vez que se cuecen, tienen un sabor parecido al del pan. A los thchuachua del norte les gusta cubrirse el cuerpo con tatuajes, a los del sur no. Los thchuachua del sur saben imitar el sonido de muchas especies de pájaros, los del norte no saben hacerlo. Por lo demás, los dos clanes viven en extremos opuestos de la isla, tratando de evitarse lo máximo posible, sin entrar jamás en conflicto entre ellos, pero tampoco entablando relación. Salvo por un motivo: la isla está provista de un único puerto. Para evitar cualquier clase de conflicto sobre quién debe gestionarlo y cómo hacerlo, hace mucho mucho tiempo, los dos clanes llegaron a un acuerdo que prevé una alternancia de veinticinco años: una vez le toca a un miembro de un clan ocupar el papel de «rey del puerto», y la siguiente vez a un miembro del otro. Se turnan. Al rey del puerto le toca decidir a qué barcos se les permite atracar, qué mercancías descargar de los barcos o qué recursos (frutas y madera) vender a los comerciantes. Se trata de turnos largos, pero de esta forma los habitantes de la isla de Thchuachua han conservado su estilo de vida: lento y sereno, amante de la libertad y sin peleas ni enfrentamientos sangrientos por mantener el poder.

Pero fíjate lo que ocurrió hace algún tiempo. Una vez finalizado el mandato del rey del puerto, le tocaba a un miembro de los thchuachua del sur asumir el cargo. Tras una larga consulta, uno de sus portavoces se dirigió al norte y declaró: «Nos hemos dado cuenta de que ninguno de nosotros tiene la capacidad ni las competencias necesarias para cubrir el papel de rey del puerto. Por este motivo, renunciamos a nuestro turno». Después de lo cual, el portavoz volvió a su clan, dejando a los thchuachua del norte el honor y la responsabilidad de gestionar, durante otros veinticinco años, el tráfico del puerto.

En un país democrático, la alternancia hace posible que el Gobierno de un país sea gestionado por fuerzas políticas contrapuestas: cada vez que los ciudadanos y las ciudadanas sean llamados a las urnas, podrán elegir entre dos o más fuerzas políticas. Tendrán al menos una alternativa. Esto significa que el resultado nunca se dará por descontado de antemano y que el relevo de una clase política a otra tendrá lugar de manera pacífica, sin enfrentamientos. El resultado será la expresión de la voluntad popular, aceptado por los vencedores y los vencidos, sin recriminaciones ni enfrentamientos. Esta posibilidad es importante: nadie participaría ni podría apasionarse por una competición deportiva en la cual se sabe de antemano el resultado. Nadie estaría dispuesto a competir en una carrera en la que el resultado fuera sistemáticamente puesto en duda por quien sale perdedor. Algunas veces puede resultar complicado derrotar al actual campeón, pero siempre puede haber sorpresas.