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El relato sigue a un narrador que, en una violenta disputa, pierde literalmente el aliento: su capacidad física para respirar desaparece. Aunque sigue consciente, se le da por muerto y sufre una serie de grotescas desventuras: los médicos lo diseccionan, lo entierran vivo y sufre las indignidades de una muerte errónea. La historia mezcla el horror y la comedia absurda, satirizando las prácticas médicas, las ideas filosóficas sobre la vida y la muerte y la fragilidad de la existencia humana.
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Seitenzahl: 21
Veröffentlichungsjahr: 2025
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El relato sigue a un narrador que, en una violenta disputa, pierde literalmente el aliento: su capacidad física para respirar desaparece. Aunque sigue consciente, se le da por muerto y sufre una serie de grotescas desventuras: los médicos lo diseccionan, lo entierran vivo y sufre las indignidades de una muerte errónea. La historia mezcla el horror y la comedia absurda, satirizando las prácticas médicas, las ideas filosóficas sobre la vida y la muerte y la fragilidad de la existencia humana.
Sátira, Grotesco, Horror absurdo
Este texto es una obra de dominio público y refleja las normas, valores y perspectivas de su época. Algunos lectores pueden encontrar partes de este contenido ofensivas o perturbadoras, dada la evolución de las normas sociales y de nuestra comprensión colectiva de las cuestiones de igualdad, derechos humanos y respeto mutuo. Pedimos a los lectores que se acerquen a este material comprendiendo la época histórica en que fue escrito, reconociendo que puede contener lenguaje, ideas o descripciones incompatibles con las normas éticas y morales actuales.
Los nombres de lenguas extranjeras se conservarán en su forma original, sin traducción.
O breathe not, etc.—Moore’s Melodies
La más notoria desgracia debe ceder al final ante el incansable coraje de la filosofía, como la ciudad más obstinada ante la incesante vigilancia de un enemigo. Salmanasar, según nos cuentan las escrituras sagradas, estuvo tres años ante Samaria, pero esta cayó. Sardanápalo —véase Diodoro— se mantuvo siete años en Nínive, pero fue en vano. Troya expiró al final del segundo lustro; y Azote, como declara Aristeo por su honor como caballero, abrió por fin sus puertas a Psamético, después de haberlas cerrado durante la quinta parte de un siglo...
—¡Miserable! ¡Zorra! ¡Arpía!—, le dije a mi esposa la mañana después de nuestra boda; —¡Bruja! ¡Vieja! ¡Mocosa! ¡Pozo de iniquidad! ¡Quintaesencia de todo lo abominable con tu rostro ardiente! ¡Tú, tú...!—. Aquí, de puntillas, agarrándola por el cuello y acercando mi boca a su oído, me disponía a lanzar un nuevo y más decidido epíteto de oprobio, que no fallaría, si lo exclamaba, en convencerla de su insignificancia, cuando, para mi horror y asombro extremos, descubrí que había perdido el aliento.
Las frases —Me falta el aliento—, —He perdido el aliento—, etc., se repiten con bastante frecuencia en la conversación común; pero nunca se me había ocurrido que el terrible accidente del que hablo pudiera ocurrir de buena fe y de verdad. Imagínese —si tiene una inclinación fantasiosa—, imagínese, digo, mi asombro, mi consternación, mi desesperación.
