Perfecto para ella - Shirley Jump - E-Book

Perfecto para ella E-Book

Shirley Jump

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Beschreibung

Las grandes aficiones del guapo playboy Carter Matthews eran el dinero y las mujeres. Pero el negocio que había heredado se encontraba en la ruina y su nueva y bella empleada parecía inmune a sus encantos… Daphne Williams sabía que Carter era demasiado rico y demasiado guapo como para enamorarse de una mujer como ella. Además, a Daphne le gustaba su vida tal como era. Pero Carter había decidido demostrar de lo que era capaz… ¡casándose! La sensata Daphne opinaba que era una idea descabellada y más aún cuando descubrió que la novia que había elegido… era ella.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2007 Shirley Kawa-Jump, Llc

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Perfecto para ella, n.º 2142 - agosto 2018

Título original: Married by Morning

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-9188-625-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

CARTER Matthews entró a toda velocidad en el aparcamiento haciendo que la gravilla saliera disparada de debajo de las ruedas de su Lexus rojo. La publicidad decía que ese coche podía pasar de cero a cien en un abrir y cerrar de ojos. Era mentira.

El nuevo juguete de Carter podía hacerlo, pero de cero a ciento cincuenta. Había valido la pena cada penique que se había gastado.

Salió del vehículo sintiendo una punzada de culpabilidad por haber dedicado la mayor parte de la jornada de trabajo a dar vueltas con el coche. Pearl, su asistente, le había dedicado una de sus famosas miradas diabólicas según había salido por la puerta esa mañana apenas cinco minutos después de haber llegado. Lo que no entendía Pearl era que TweedleDee Toys iba mucho mejor cuando Carter no llevaba el timón.

–Señor Matthews, me alegro de encontrarlo.

Miró a su alrededor. Mike, diseñador en prácticas de TweedleDee, atravesaba el aparcamiento, tratando de sujetar una abultada bolsa de papel contra el pecho con una mano mientras con la otra se sujetaba las gafas.

–Yo… bueno, nosotros, hemos tenido una sesión de tormenta de ideas y los demás querían que se lo enseñara –tendió la bolsa a Carter y contuvo la respiración–. Cemetery Kitty. Creemos que podría revolucionar la industria de los animales de juguete.

– ¿Cemetery Kitty? ¿Otro animal de juguete? –Carter trató de poner algo de entusiasmo en la voz.

Esa semana había hecho a sus diseñadores de juguetes un encargo sencillo: pensar en algo que volviera locos a los compradores en la convención juguetera de otoño. Había esperado un fusil ametrallador de agua para el exterior, un elegante coche con mando a distancia, cualquier cosa excepto otra mascota de juguete.

–¿Va a verlo ahora? –Mike estaba frenético, unía y soltaba las manos y balanceaba la bolsa–. Eh, como no ha estado mucho en la oficina, no he podido localizarlo, si quiere, podemos ir a producción.

El juguete sería sin duda uno más en la cadena de fracasos, pero no planteó en voz alta sus reservas, no cuando aún seguía disfrutando de la sensación de conducir su nuevo coche. No tenía intención de echarla a perder mezclándola con el ruinoso negocio de los juguetes.

–Ha sido un largo día, le echaré un vistazo luego, pero gracias –saludó a Mike con la cabeza y se dirigió a su edificio.

El becario, que había recogido la oficina con entusiasmo y organizado las notas adhesivas por colores, se quedó impertérrito y se dirigió a Carter.

–Señor Matthews.

Carter se dio la vuelta mientras accionaba el mando a distancia del coche.

–Sí, Mike.

–Eh, los chicos se han implicado mucho –dijo–. Usted no está mucho en el trabajo y… bueno, con su tío Harry muerto y eso, nosotros… querríamos algún tipo de directriz…

Carter miró al Lexus. Lo único que tenía experiencia en dirigir eran coches rápidos. Y mujeres algo menos rápidas. Cada vez que trataba de dirigir la empresa juguetera, todo lo que conseguía era hundirla un poco más.

Así que ese día la había abandonado, lo mismo que el miércoles para jugar al golf, y el jueves anterior para jugar un partido de tenis con su hermano. Últimamente pasaba más tiempo fuera que dentro. Considerando su capacidad para la dirección, era mejor que estuviera la mayor cantidad de tiempo posible alejado de allí.

Y todavía no se había decidido a contratar a un director. Era admitir el fracaso.

–Hasta mañana, Mike –dijo Carter, ya que no tenía ninguna respuesta que darle. Tampoco él sabía qué dirección tomar.

Mike dudó un segundo, después se subió las gafas y dijo adiós. Cruzó el aparcamiento con los hombros encorvados, el andar pesado, y miró un par de veces hacia atrás antes de meterse en su maltrecha camioneta verde.

Carter suspiró y subió las escaleras de su apartamento, entró, tiró las llaves en un plato de cristal que había al lado de la puerta y después abrió la bolsa.

Dentro había un gato. De tamaño natural, gris y blanco a rayas razonablemente realista. La verdad, no era el campanazo que esperaba después de escuchar las locuras de Mike, pero estaba por encima de la media de TweedleDee Toys.

Accionó el botón de la puesta en marcha. El peluche se dio la vuelta, movió las cuatro patas bocarriba y dejó escapar un chirrido lastimero. Se estremeció un par de veces y luego se quedó quieto.

–Justo lo que necesita una empresa de juguetes –murmuró Carter–. Un gato que se hace el muerto.

Dejó el juguete en una silla y se fue a la impoluta cocina de acero inoxidable. Después de eso necesitaba beber algo, una mujer hermosa y unas largas vacaciones, preferiblemente en alguna isla desierta.

Pero el mueble bar estaba vacío, el apartamento estaba vacío de todo desde que Cecilia se había marchado entre reproches el miércoles anterior.

No tenía ni idea de en qué habría estado pensando su tío Harry cuando había redactado el testamento y le había dejado a Carter a cargo de la empresa juguetera. En todo caso, su hermano gemelo, Cade, hubiera sido una elección más lógica. Cade el organizado, la persona que podía empezar algo y llevarlo hasta el final. Había hecho eso en la empresa de su padre y en ese momento, después de marcharse, estaba trabajando con su mujer, Melanie, montando una cadena de franquicias de cafeterías a lo largo de todo el medio oeste.

A diferencia de Carter, cuyo gran logro en la vida sería hundir la empresa de su tío Harry. Sin mencionar decepcionar a su padre. A sus casi cuarenta años, Carter sólo había sido capaz de hacer perfectamente bien una cosa: decepcionar.

Echó un vistazo al apartamento, se había mudado allí hacía un mes para estar más cerca de TweedleDee y para escapar de los constantes reproches de su padre que había vuelto a Indianápolis. Era un espacio diáfano, limpio, perfecto… y totalmente carente de personalidad. No era acogedor y no apetecía volver allí al final del día.

Los muebles, las paredes color crema, todo elegido por un decorador porque Carter no había tenido ni tiempo ni ganas de hacerlo. Una vez a la semana una señora limpiaba la mesita de cristal y la colocaba en su lugar.

Todos los sitios en los que había vivido habían sido así. Fríos, impersonales y cuidados por otra persona. Igual que la mayor parte de su vida. Nunca se había asentado, nunca había sentido la llamada y no lo había deseado hasta que había recibido la herencia de su tío.

Seis meses antes, el barco de su tío Harry, el Jokester, había sido encontrado a la deriva en medio del Atlántico. La Guardia Costera lo había buscado y finalmente lo habían dado por muerto a los cuatro meses, algo que había vuelto al padre de Carter, Jonathon, único hermano de Harry, incluso más retraído y frío de lo habitual.

En la lectura del testamento, Carter había mirado a su familia, Cade y su padre, y se había dado cuenta de que cada uno de ellos tenía un propósito, un objetivo. Cade tenía a Melanie, la franquicia. Jonathon la práctica de la ley.

Y entonces, al escuchar la sorprendente noticia de que el tío Harry había dejado la empresa a Carter, había surgido en él la loca idea de que pudiera llegar a ser algo. El abogado le había tendido el título de propiedad de TweedleDee y el padre de Carter había soltado un resoplido burlón.

–Estarás en bancarrota en un mes. Eso ya era un lío con mi hermano al frente e indudablemente irá a peor en su ausencia.

Mil veces antes su padre había predicho los errores de Carter con gran precisión. Por alguna razón, ese día Carter había reaccionado de otra manera.

–Nunca –había dicho a su padre–. Puedo hacerme cargo de la empresa.

Su padre se había echado a reír.

–Admítelo, Carter. No estás hecho para ser director general.

Lo único que había hecho que Carter no tirara la toalla los últimos dos meses había sido pensar que sería darle la razón a su padre una vez más. Y ya estaba cansado de hacer eso.

Su padre era un perfeccionista. Cada detalle de su vida estaba meticulosamente organizado. No esperaba menos de sus hijos. Cade, que había seguido sus pasos en el mundo de la ley, había estado a su altura mientras que Carter se había quedado a kilómetros.

Carter apartó sus pensamientos y se encogió de hombros, abrió la nevera, vio que quedaba un poco de vino tinto en una botella y la vació en un vaso.

–Salud –dijo brindando con la rígida bola de peluche–. Creo que has conseguido el mejor de los finales, mi petrificado amigo.

Acababa de llevarse el vaso a los labios cuando alguien llamó a la puerta. Sería la fisgona señora Beedleman, pensó, lo habría visto a él y a Cemetery Kitty a través de la ventana del patio. Y, como la señora Beedleman hacía siempre, habría pensado lo peor y habría llamado a las autoridades. Suspiró, dejó el vaso en la encimera y abrió la puerta del apartamento.

–Déjeme adivinar –dijo a la delgada morena que estaba en el descansillo.

Llevaba unas gafas de color morado con las puntas de las esquinas levantadas al estilo de los sesenta. Alta, delgada, tenía el pelo castaño corto, lo que dejaba ver un cuello grácil. Iba vestida con el clásico traje de negocios y Carter pensó que sería una funcionaria.

–Es usted de la Asociación Protectora de Animales y está aquí para denunciarme por crueldad con un animal, ¿verdad?

–No, yo…

–Es de peluche. Mañana despediré a los tipos que lo han ideado. Así que puede volver a su oficina porque no hay ningún gato muerto en mi apartamento. Al menos, no uno de verdad.

–¿Gato muerto? –preguntó ella parpadeando.

–Se lo he dicho, no es de verdad. Es un juguete, el Cemetery Kitty.

Ella se quedó pálida.

–Ah. Creo que he llamado a la puerta equivocada. Gracias de todos modos –se dio la vuelta para irse.

Se parecía a alguien que conocía, pero demonios, le pasaba con la mitad de Lawford. Como director general había hecho más amigos de los que necesitaba en eventos y campeonatos de golf, después olvidaba sus nombres en cuanto se ponía el abrigo para irse.

Aun así, algo en ella le resultaba familiar. No lo bastante como para haber salido con ella. ¿Habrían salido?

Qué deplorable. Había salido con tantas mujeres que se había olvidado de muchas. No como Cade, que había conocido a su verdadero amor en la universidad y se había casado después de la graduación y seguía viviendo su cuento de hadas.

Carter era, más que el príncipe azul, el lobo que los padres querían alejado de sus hijas.

La mujer que tenía delante tenía un largo y delicado rostro con una pequeña nariz y unos pómulos marcados que le daban una belleza tipo Grace Kelly. Pero, a diferencia del mito de la pantalla, tenía el pelo castaño claro. Y las piernas… bueno, demonios, estaban hechas para muchas cosas que estaba seguro de que serían ilegales en Indiana.

Guau. Necesitaba beber algo más fuerte.

De todos modos, era la primera cara amigable que veía en todo el día.

–Espere, ¿podemos volver a empezar?

Ella se detuvo un momento y después se dio la vuelta lentamente.

Carter se pasó una mano por la cara.

–Lo siento. Ha sido un día muy largo. Tengo un gato de peluche invendible en una silla y me he quedado sin vino. Déjeme volver a intentarlo. Soy Carter Matthews, ¿y usted?

–Daphne Williams.

Daphne. No le sonaba.

–Es un placer conocerte, Daphne –dibujó la sonrisa con la que había conquistado a un buen número de mujeres y roto unos cuantos corazones–. ¿Qué te trae por aquí?

–Tengo un mensaje.

–Me siento intrigado –Carter se apoyó en el marco de la puerta y volvió a mirarla bien–. ¿Qué es?

Ella sonrió de forma no muy amigable.

–En realidad, traigo un pequeño mensaje de odio.

Pensó en decirle por dónde podía meterse el mensaje, pero luego lo reconsideró, después de todo era una mujer bonita y había estado deseando una hacía unos minutos. Tenía algo de beber, aunque sólo fuera un dedal de vino, y con la segura quiebra de TweedleDee una vez que sus diseñadores habían encontrado una buena idea que desarrollar, tendría esas vacaciones que quería: unas permanentes.

«Ten cuidado con lo que deseas, Matthews, puede que se cumpla».

De nuevo iba a hacer cierta la frase de su padre de que era tan útil como la nieve en agosto. Carter odiaba que su padre tuviera razón.

–Dime quién me odia ahora –dijo Carter; además de todos sus empleados y él mismo, por supuesto.

–Yo.

–¿Tú? ¿Por qué? –señor, debía de ser una ex novia, definitivamente.

Daphne se apoyó un puño en la cadera y lo miró.

–Has hecho que rompa con mi novio.

–¿Estás loca? Ni siquiera te conozco.

–No, pero conoces a… –buscó en el bolsillo y sacó una pequeña tarjeta– Cecilia, que te ha mandado una cesta de separación hoy.

Oh, maldición, eso era la guinda del día.

–¿Una cesta de separación? –no era que no hubiera esperado algo así de Cecilia, quien le había dejado claro que con su incapacidad para comprometerse no había forma de mantener una relación.

Cecilia había esperado el tratamiento habitual de Carter: cenas en restaurantes de moda, copas en bares de jazz, viajes inesperados, pero cuando Carter le había dicho que tenía que dedicarle tiempo a su trabajo como director general en lugar de salir con ella por ahí de excursión los fines de semana o bailar hasta la madrugada, le había dado un ataque.

–Según Cecilia –siguió Daphne–, eres un estúpido y no quiere volverte a ver jamás, incluso aunque fueras –leyó la tarjeta para repetir las palabras exactas– la última cucaracha que quedase en la tierra.

–Oh.

–Y esto, creo, es tuyo, no mío –se giró y agarró una enorme cesta de mimbre negro que no había visto antes y se la puso en los brazos.

Calaveras y tibias decoraban la parte exterior donde se podía leer: Nunca más y Haz el odio, no el amor.

Dentro de la cesta había toda clase de cosas: un muñeco de vudú con el pelo de punta, que se suponía que era él, lleno de alfileres; media docena de rosas negras secas; un ejemplar de Hombres estúpidos y mujeres que se deshacen de ellos; una lata de comida para perros con una cuchara pegada y una botella de medio litro de colonia de mofeta Lester Jester.

–Supongo que quería hacerme llegar un mensaje.

–Debes de ser un demonio de novio.

–En realidad, soy un tipo muy agradable.

Ella levantó una ceja. Parecía que era demasiado tarde para intentar causar buena impresión.

Carter volvió a mirar el muñeco de vudú y se dio cuenta de que tenía alfileres clavados en los ojos. Reconoció que eso no hablaba muy bien de él.

–No lo entiendo. Dime por qué mi ruptura ha arruinado tu vida.

–Esto –dijo ella señalando la cesta–, me llegó a mí.

–Seguro que has presentado una reclamación a la empresa de mensajería.

–Demasiado tarde. Ya había puesto fin a una relación perfecta.

–¿Creció en tu salón? ¿O te sentiste totalmente superada por el aroma de Lester Jester?

–Pensé que lo mandaba mi novio –lo miró como si todo lo que pasaba en el universo fuera culpa de Carter–. Así que rompí con él.

–¿Un ataque preventivo? –dijo con una sonrisa afectada.

Ella se ruborizó. Era evidente que a Daphne no le gustaba que se invirtieran los papeles.

–Sí.

–¿Leíste la tarjeta?

–No abrí la caja hasta… después.

Trató de reprimir la risa, pero no pudo.

–¿Has roto con tu novio porque pensaste que estaba rompiendo contigo y todavía no habías abierto la caja?

Apoyó los dos puños en las caderas y dijo:

–He tenido un día muy malo.

–Bueno, yo también –sonrió–. Pero me has hecho reír, así que empieza a mejorar.

–No me parece divertido.

Levantó la lata de comida para perros en dirección a ella.

–No puedo creer que hayas echado a perder una relación por esto.

–Es culpa tuya.

–No.

–Si no hubieras sido un novio tan horrible, Cecilia no te hubiera mandado esto y yo no hubiera creído que era para mí y no hubiera terminado con Jerry –levantó las manos–. No tienes ni idea de cómo se han echado a perder mis planes. Necesito a Jerry y no sólo para un ratito los viernes por la noche.

Carter sacudió la cabeza y se tomó un segundo para seguir su prolija lógica. No había cenado nada y la falta de comida hacía que su mente no atinara.

–Lo primero: yo no era un novio horrible. Y lo segundo: romper con Jerry ha sido cosa tuya, no mía. Así que no creo estar en deuda contigo.

–La verdad es que no me importa lo que pienses. Tal y como yo lo veo, me debes un favor. Dos, de hecho. Porque he cargado con todo esto cuatro pisos para que llegara a su verdadero destino.

–No estoy de acuerdo. Supongo que Jerry estaba buscando una excusa para separarse y mi cesta le ha venido bien. Así que no te debo ningún favor –dijo empezando a cerrar la puerta.

Daphne lo impidió metiendo un zapato azul con unos tacones de seis centímetros.

–Eso no es verdad. Yo era una novia maravillosa.

–¿Si eras tan maravillosa por qué te dejó escapar tan fácilmente?

Carter miró la furiosa cara de Daphne y pensó que nunca había visto nada tan bonito como una mujer que no tenía una réplica rápida. Ella dio un paso atrás farfullando, pero no dijo ni una palabra.

–Que tenga un buen día, señorita Williams –dijo y cerró la puerta.

Entonces se dio cuenta de que la batalla ganada no resultaba tan victoriosa si consideraba que se quedaba solo con un falso gato muerto y una cesta llena de mensajes de odio.

Y unas cuantas verdades sobre sí mismo que no era muy divertido afrontar.

 

 

Daphne se volvió a su apartamento considerando diferentes métodos de torturar y asesinar a Carter Matthews. Descartó desangrarlo o hacerlo trozos porque le parecieron demasiado amables.

El tipo tenía la cara de ponerse a analizar su vida cuando había sido a él a quien habían mandado un muñeco de vudú lleno de alfileres. Ella había sido una buena novia para Jerry, incluso había aguantado su obsesión con Mortal Kombat, creyendo que si el hombre tenía un sueño, tenía que apoyarlo como él la apoyaba a ella.

Bueno, tampoco era que él la apoyara exactamente. Ni que entendiera lo que hacía. Ni que escuchara el ochenta por ciento de lo que le contaba, porque decía que su trabajo de formadora en creatividad estaba «algo por encima de su nivel de capacidad mental».

Esa parte podía ser cierta.

Al principio, Daphne lo había encontrado entretenido y entrañable. Después, las últimas semanas, su falta de atención se había convertido en algo molesto, pero había apoyado su idea de abrir un centro de creatividad para niños. Era lo único que interesaba a Daphne, animaba su deseo de crear todo aquello que nunca había tenido de niña. Un centro como ése sería un espacio de libertad mental y permitiría a los niños abrir su imaginación al mundo. Divertirse, crear. Y, a lo mejor, sentir que sus ideas, sus creaciones eran bienvenidas.

Jerry, consentido hijo único de padres ricos, había prometido dejarle los fondos necesarios para empezar. El inicio de las obras sería en dos semanas… O lo habría sido…

Había mantenido su financiera y cómoda relación que prácticamente no le exigía nada, hasta que se había precipitado…

Ataque preventivo.

No quería recurrir a las palabras de Carter, aunque su cabeza pudiera traicionarla.

Sonó el timbre de la puerta y Daphne fue a abrir con la esperanza de que Jerry estuviera allí, con la gorra en la mano, diciendo que todo había sido un estúpido error, pero también con la medio esperanza de que no fuera él.

A lo mejor la cesta de ruptura había sido una señal, o una puerta abierta, para obligarla a cambiar de vida y así hacer algo más que ir a trabajar y volver a una casa tan vacía como su corazón.

Apartó esos pensamientos mientras abría la puerta. Todo lo que necesitaba era un minuto para recuperarse y volver a retomar sus planes.

–¿Cómo estaba Reno? –Kim, su mejor amiga desde el jardín de infancia, estaba de pie al otro lado de la puerta con una bolsa de comida china en una mano y una botella de José Cuervo y la mezcla para las margaritas en la otra.

Había muchas razones por las que Kim era su mejor amiga y en ese momento llevaba en las manos un par de ellas. Daphne abrió del todo la puerta y le quitó parte de la carga a Kim.

–La convención de creatividad en Reno ha estado bien. Lo malo ha sido la vuelta a casa. El vuelo directo se retrasó, dos veces, después nos obligaron a aterrizar en Sioux City cuando el piloto tuvo un ataque de apendicitis. Perdieron mi equipaje en algún lugar del territorio continental de Estados Unidos. Perdí el almuerzo en el cuarto de baño del reactor durante unas horribles turbulencias y después perdieron mi coche.

–¿Tu coche?

Daphne asintió.

–Olvidé dónde lo había dejado en el aparcamiento de Indianápolis. Hasta el tipo que se encarga del aparcamiento fue incapaz de encontrarlo. Así que me han dado un número de teléfono y me han dicho que llame al encargado mañana después de las nueve.

–Guau, parece un día realmente malo.

–Al llegar a casa ha sido peor –suspiró Daphne poniendo unos platos y sentándose después en una silla al lado de la mesa de la cocina mientras hablaba a Kim de la cesta, la llamada a Jerry y la visita a Carter–. Ese hombre es un monstruo del infierno, Kim. Deberían colgar un cartel con su cara fuera del edificio.

Kim se echó a reír sacudiendo la coleta rubia mientras los ojos verdes bailaban al compás de la risa.

–Ah, no es tan malo. ¿Es el tipo que ha venido a vivir al cuarto B? –Daphne asintió–. Todas las mujeres de por aquí han estado revoloteando alrededor de nuestro nuevo vecino y compitiendo entre ellas para echar el lazo a uno de los últimos solteros de nivel.

–¿Por qué?

–¿No lees los periódicos? Es uno de los personajes habituales de la columna de chismorreos de Gloria. Ya sabes, uno de esos tipos moderadamente ricos, guapos, que creen que el matrimonio es para los débiles. Si ése es un monstruo del infierno, contrátame para la peli.

Daphne pensó en el pelo castaño oscuro de Carter, la forma en que sus ondas se movían cuando se lo colocaba con los dedos, haciendo que quedara como si acabara de caerse de la cama. Los ojos, profundos y azules, del tipo que gustaba a la mayoría de las mujeres. A la mayoría de las mujeres, no a ella. Y ya tampoco a Cecilia, parecía.

–El aspecto puede ocultar una personalidad perversa.

–Pero ayuda –Kim hizo un guiño–. ¿Qué vas a hacer con lo de Jerry?

Daphne suspiró.

–Sinceramente, me siento aliviada. Jerry tampoco era exactamente el príncipe azul.

–Entonces, ¿por qué has estado con él cinco meses?