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Perfume personal Kate Hardy Amber Wynne, guapa y de la alta sociedad, aparecía constantemente en las revistas por su desastrosa vida amorosa. Sin embargo, cuando conoció en una boda a Guy Lefèvre, un perfumista francés impresionante, empezó a plantearse que su vida, demasiado pública, podría estar impidiéndole encontrar el amor. Pacto por venganza Yvonne Lindsay Tiempo atrás, la aventura apasionada de Piper Mitchell con Wade Collins acabó en desastre. Ahora ella estaba encantada de empezar de nuevo, sobre todo si existía la posibilidad de que la perdonara. Wade soñaba con vengarse de aquella joven mimada. Y, ahora que Piper había regresado y estaba en deuda con él, haría lo que fuera para que volviera a su cama. Suya por un mes Michelle Celmer Emilio Suárez, directivo de la Western Oil, era un millonario hecho a sí mismo. Un día Izzie Winthrop se presentó en su casa. Era la mujer que lo había abandonado cuando él era el hijo de la criada de la familia de Izzie. Y ahora, la pobre niña rica le estaba pidiendo ayuda y le ofrecía la posibilidad de vengarse.
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Seitenzahl: 505
Veröffentlichungsjahr: 2019
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 405 - marzo 2019
© 2010 Pamela Brooks
Perfume personal
Título original: Champagne with a Celebrity
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
© 2011 Dolce Vita Trust
Pacto por venganza
Título original: The Pregnancy Contract
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
© 2011 Michelle Celmer
Suya por un mes
Título original: One Month with the Magnate
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2011 y 2012
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1307-961-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Perfume personal
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Epílogo
Pacto por venganza
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Suya por un mes
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Si te ha gustado este libro…
«Habrá que esperar». Ésa era la frase que Guy había llegado a detestar más. ¿Cómo iba a ser paciente con algo que podía cambiar su mundo? Sin embargo, era la tercera opinión médica en otros tantos meses. Que tuviera que esperar a ver si recuperaba el olfato podía ser un consejo aceptable para casi todo el mundo, pero no para un perfumista. Guy no podía hacer su trabajo sin olfato.
Llevaba tres meses disimulándolo, pero alguien acabaría descubriéndolo y todo se complicaría mucho. Philippe, su socio, quería aceptar la oferta de una gran empresa para comprarles la casa de perfumes, pero Guy se había resistido porque quería que siguieran centrados en sus clientes y seguir ayudando a los proveedores locales. Sin embargo, aquello le daría argumentos a Philippe. ¿Cómo iba a ser posible que Perfumes GL siguiera cuando su creador había perdido la «nariz»?
Había confiado en que ese último especialista hubiese podido ofrecerle algo que no fuese esperar porque la única explicación era un virus.
Había soportado un tubo con una cámara metido por la nariz y había pasado horas rebuscando posibilidades por Internet. Aun así, sólo le decían que tenía que esperar a ver. Peor aún, el especialista había añadido que podía tardar tres años en recuperar el olfato… o no recuperarlo del todo. ¿Tres años? La perspectiva de esperar tres años era una tortura. Además, era imposible. Si la casa de perfumes no elaboraba fragancias nuevas, no podrían competir en el mercado y todo el mundo perdería el empleo. Sus empleados habían confiado en él y creído en sus sueños incondicionalmente. ¿Cómo iba a defraudarlos?
Sólo podía contratar a alguien para que fuese la «nariz» de la casa de perfumes en vez de él. Entonces, sus funciones cambiarían. Tendría que ocuparse más de la administración y el marketing en vez de elaborar nuevas fragancias en el laboratorio. Contratar a otro perfumista significaría que la casa de perfumes podría seguir adelante, pero también significaría que pasaría a ser un empleo. Viviría la mitad de su vida sin poder hacer lo que más le gustaba, lo que conseguía que estuviese feliz de vivir. Sabía que era egoísta, pero no creía que pudiese soportarlo.
Afortunadamente, había terminado la fórmula de su nuevo perfume antes de perder el olfato. Eso le daría un margen de algunos meses para que se arreglara lo que le hubiese pasado a su nariz. Tenía que olvidarse de todo aquello para poder ser el Guy Lefèvre sonriente y afable, el padrino de la boda de su hermano. No iba a dejar traslucir que su vida estaba convirtiéndose en una pesadilla, no iba a amargar la felicidad de Xav y Allie con su propia desdicha.
–Sonríe como si fuese sinceramente –se ordenó a sí mismo.
Además, debería estar cortando rosas para los arreglos florales de la mesa y no haciendo llamadas desde su teléfono móvil.
–Sheryl, es maravilloso. Como me había esperado que fuese un château francés. ¿Recibiste la foto? –preguntó Amber.
–Sí. Todo lleno de ventanas altas y piedra antigua.
–Está un poco abandonado por dentro –reconoció Amber–, pero puede arreglarse si se cambian las cortinas raídas, se pintan las paredes y se pulen los suelos.
–¿Vas a convencer a Allie para que te lo preste y dar una fiesta? –le preguntó Sheryl.
–Estoy tentada. ¿Cuánta gente crees que estaría dispuesta a pagar por pasar un fin de semana en Francia?
–No puedo creerte. Deberías estar divirtiéndote en una boda y estás buscando sitios para celebrar un posible baile benéfico.
–Sí. Es maravilloso. La cocina es increíble. Tiene suelo de terracota, armarios hechos a mano, sartenes de cobre relucientes y una mesa de madera gastada.
–Menos mal que los periodistas no pueden oírte –bromeó Sheryl–. Si se enteraran de que a Bambi Wynne, la juerguista, le gusta la vida hogareña…
–Menos mal que tú tampoco vas a decírselo –replicó Amber porque sabía que su amiga no la traicionaría con la prensa.
Dejó a un lado la idea de que le gustaría la vida hogareña y sentar la cabeza con una familia. Era absurdo. Llevaba una vida fabulosa que envidiaría casi todo el mundo. Tenía un piso precioso en Londres, amigas para salir a cenar o ir de compras e invitaciones a fiestas. Disponía de su tiempo y si le apetecía ir de compras a París, se montaba en un avión sin tener que preocuparse. Se llevaba bien con su familia, ¿por qué iba a tener que limitarse?
–Y esta rosaleda… Nunca había visto tantas rosas. Pasear por aquí es fabuloso. Es como beber rosas cada vez que respiras –buscó una rosa, la cortó y la olió–. Es el olor más maravilloso del mundo.
Guy dio la vuelta a la esquina y se quedó atónito. ¿Era Vera? Era imposible que Xav hubiera invitado a su ex a la boda. Aunque Allie la conocía por el trabajo, dudaba que fuesen amigas. Allie no era presuntuosa y su exesposa era como una diva exigente y egocéntrica. Fue un necio porque el corazón le dominó la cabeza y no vio cómo era de verdad antes de casarse.
Entonces, la mujer se dio la vuelta y Guy soltó el aire que había contenido. No era Vera aunque se parecía a ella. Era alta y esbelta, con unas piernas infinitas y el mismo pelo largo con rizos morenos y estaba seguro de que debajo de las gafas de sol se ocultaban unos ojos azules y enormes. Era una de las invitadas a la boda. Sería una amiga de Allie porque parecía sacada de una revista; iba impecable aunque llevara unos vaqueros y una camiseta. Además, hablaba muy contenta por el teléfono móvil mientras paseaba entre las rosas. Parecía completamente despreocupada. Entonces, se detuvo y cortó una de las rosas. Eso era intolerable. No le importaba que la gente paseara por su jardín, pero sí le importaba que cortaran sus rosas. Se acercó a ella.
–Discúlpeme.
–Tengo que dejarte, te llamaré luego –dijo ella por teléfono antes de colgar y sonreírle–. Perdone. ¿Quería algo?
–¿No cree que debería preguntar antes de cortarla? –preguntó él señalando la rosa cortada.
–Es preciosa –contestó ella–. No creo que a Xav y a Allie les importe que me lleve una rosa para mi habitación.
–No es su jardín –replicó él–. Es mío.
–Ah… entonces, le pido perdón –ella esbozó otra sonrisa–. Creo que ya es un poco tarde para pedirle permiso…
Ella se levantó las gafas de sol y Guy notó que todo el cuerpo se le ponía en tensión. No tenía ojos azules. Eran muy marrones y enormes. Tenía que ser la mujer más hermosa que había conocido, incluidas las que conoció mientras estuvo casado con una supermodelo. Además, ella lo sabía porque inclinó ligeramente la cabeza para oler la rosa sin dejar de mirarlo. Fue una pose perfecta que se pareció mucho a la típica de su ex.
–Es un olor increíble…
Él lo sabía, pero no podía olerlo.
–Sí –confirmó él entre dientes.
–No creí que las rosas siguieran floreciendo a finales de septiembre –ella volvió a sonreír–. Aunque esto es el Mediterráneo… o cerca.
Sabía que tenía que ser educado. Era una invitada y no tenía la culpa de que no pudiese oler ni de que le recordase a Vera. Sin embargo, estaba volviéndose loco porque no podía resolver los dos mayores problemas de su vida y por la tensión de ocultárselos a las personas que más quería.
–Si no sabe dónde está, mírelo en un mapa y no estropee más mis rosas.
Guy se dio media vuelta y se marchó. Amber se quedó mirando la espalda del hombre que se alejaba. ¿Qué había hecho? ¿Eran rosas de concurso y él era el jardinero? Eso explicaría que hubiese tantas rosas por allí. Sin embargo, los mejores jardineros tenían muchas variedades distintas. La mayoría de esas rosas parecían iguales, eran color crema por el centro y acababan de un carmesí intenso por los bordes. Además, ¿qué había querido decir con eso de que era su jardín? Sería del château, aunque era posible que fuese el jardinero desde hacía mucho tiempo y lo considerase como suyo. Tanta ira por una rosa… Era un disparate.
Aun así, tenía cierto remordimiento. Él tenía razón en una cosa: era una invitada y tendría que haber pedido permiso para cortar una rosa. Le preguntaría a Allie quién era el jardinero sexy y si sonreía alguna vez. Aunque había estado antipático, se había dado cuenta de que era impresionante. Tenía el pelo rubio, una boca que prometía pasión y un cuerpo que cortaba la respiración.
Puso los ojos en blanco. Llevarse una rosa sin permiso había sido un error, seducir al jardinero de su amiga sería excesivo. Además, después de ese artículo de Celebrity Life que contaba todos los novios que había tenido, lo que habían durado y cómo la habían dejado, había decidido olvidarse de los hombres una temporada.
Volvió a su habitación, llenó el vaso del cuarto de baño, puso la rosa y lo dejó en la mesilla. Ese cuarto era maravilloso. Efectivamente, las paredes necesitaban una mano de pintura, las cortinas de damasco dorado estaban descoloridas y la alfombra un poco raída, pero la cama con baldaquino era regia y tenía una vista increíble de la rosaleda. Era muy afortunada por tener una amiga que podía invitarla a un sitio tan increíble.
Bajó a la cocina. Allie estaba sentada a la mesa con alguien que no había visto desde hacía siglos y a quien reconoció al instante.
–¡Gina! –Amber abrazó a la diseñadora y la besó en las dos mejillas–. ¿Cuándo has llegado?
–Me bajé del taxi hace diez minutos.
–Deberías haberme mandado un mensaje. Podría haber ido a buscarte. Da igual –volvió a abrazarla–. Me encanta verte.
–El café está caliente si quieres un poco –comentó Allie.
–Sí, gracias –ella se sirvió una taza–. Por cierto, Allie, lo siento, pero me temo que acabo de enojar a tu jardinero.
–¿Mi jardinero? –preguntó Allie con asombro.
–Me pilló cortando una de las rosas. Se enfadó conmigo.
–No tengo jardine… –Allie frunció el ceño–. ¿Era alto, rubio e impresionante?
–Alto y rubio, sí –Amber vaciló–. Sería impresionante si no tuviese cara de cuerno.
–Guy nunca tiene cara de cuerno –replicó Allie.
–¿Quién es Guy? –preguntó Amber.
–El hermano de Xav. Éste es su château.
–Entonces, le debo una disculpa.
–Lo siento, es culpa mía. Debería haberte avisado de que no se pueden tocar sus rosas.
–¿Es un especialista en jardinería?
–Es perfumista. ¿Has oído hablar de Perfumes GL? Ése es él, Guy Lefèvre.
–¿Perfumes GL? Hacen un gel de ducha fantástico. El cítrico –intervino Gina–. Salió la otra semana en Celebrity Life.
–Ni los mentes –gruñó Amber.
–Te dieron un buen repaso el mes pasado, ¿verdad?
–¿Puede saberse cómo se enteraron de que Raoul me dejó con un mensaje de texto? Estoy segura de que pincharon mi móvil.
Raoul le hizo mucho daño. Había creído que él era distinto, que podría ser el definitivo, pero resultó ser otro de los mentirosos y majaderos con los que siempre acababa saliendo.
–Hablemos de algo más agradable. Entonces, son sus fragancias, ¿no?
–Sí –contestó Allie–. Fue el primer aroma que Guy hizo para la casa de perfumes. Además, Gina, sé que quiere hablar contigo porque le gustan las etiquetas que nos hiciste. Dijo algo de un proyecto nuevo.
–¿De verdad? Me encantaría trabajar con él –dijo Gina con entusiasmo–. Sería fantástico poder participar en el diseño del envoltorio de un perfume nuevo.
Xav entró en la cocina, abrazó a su futura esposa y la besó.
–¿Has visto a Guy?
–No, aunque estábamos comentando que es un genio de los aromas –contestó Allie.
–Entonces, seguramente se haya refugiado en su laboratorio –comentó Xav–. Será mejor que vaya a sacarlo de allí porque tenemos una cita con una barbacoa.
–¡Claro! –exclamó Allie–. Será mejor que nos pongamos con las ensaladas.
–Cuenta conmigo para cocinar –se ofreció Amber–. Empecemos por lo más importante: ¿qué hay de postre?
–¿Postre? –Allie abrió los ojos como platos–. Me he olvidado del postre. Iré al pueblo y compraré algo en Nicole. Hace las mejores tartas de manzana del mundo.
–Yo podría hacer el postre –se ofreció Amber–. Hice uno increíble para el último baile. ¿Hay algún sitio donde vendan frambuesas y fruta de la pasión?
–En la tienda de Nicole –contestó Allie.
–Muy bien, allí voy. Allie, ¿podrías camelar a tu aterrador cuñado y sacarle tres rosas?
–¿Seguro que no te importa?
–Claro que no. ¿Se necesita algo más?
–No.
Amber no tardó en comprar los ingredientes que necesitaba, volvió al château y se dispuso a empezar.
–Eres maravillosa –se lo agradeció Allie sacando las tres rosas–. Yo he conseguido lo que pediste.
–Fantástico. Voy a jugar un poco.
Amber pintó los pétalos con clara de huevo, los espolvoreó con azúcar molido y los dejó a secar mientras Gina y Allie se ocupaban de las ensaladas. También hizo merengue y el relleno.
–Tengo que juntarlo en el último minuto. Lo haré cuando la gente haya terminado casi de comer, ¿de acuerdo?
–De acuerdo –repitió Allie dándole un abrazo–. No entiendo que Celebrity Life te ponga como si fueses una insustancial. No tienen ni idea de cómo eres.
Amber sabía perfectamente por qué lo hacían. Había rechazado una cita con uno de sus periodistas y él se había sentido ofendido. En consecuencia, el deporte favorito de la revista parecía ser el acoso y derribo de Amber. Había intentado no hacer caso, pero empezaba a fastidiarle. Lo mejor era aguantar hasta que alguien hiciera algo indiscreto y se olvidaran de ella.
–¿A quién le importa Celebrity Life? –preguntó Amber en tono despreocupado mientras sacaba un cesto con pan a la terraza.
Xav ya estaba preparando cosas en la parrilla y Guy servía vino a los invitados que iban a quedarse en el château. Le dio una copa en silencio y ella pensó que era el momento de arreglar las cosas. Se había equivocado al cortar la rosa y no quería que hubiese tensión en la boda de Xav y Allie.
–Guy, por favor, ¿podemos hablar un momento?
–¿Por qué? –preguntó él con cautela.
–Te debo una disculpa por cortar la flor. Además, ni siquiera tuve la cortesía de presentarme. Sé tu nombre y que eres hermano de Xav. Yo soy Amber Wynne. Encantada de conocerte.
Ella le tendió la mano y creyó por un momento que él iba a rechazarla, pero la tomó y se la estrechó. En cuanto sus pieles se tocaron, sintió una descarga de deseo tan intensa que la dejó pasmada. A juzgar por la sorpresa que se reflejó en sus ojos, a él le había pasado lo mismo. Interesante, pero se había olvidado de los hombres. Su vida amorosa era desastrosa y había decidido descansar durante seis meses.
–Yo también te debo una disculpa –dijo él para sorpresa de ella–. Eres una invitada y no debería haberte regañado. Mi única excusa es que me pillaste en un mal momento.
–Y que las rosas son esenciales para ti. Pensé que eras el jardinero, pero creo que las cultivas para tus perfumes, ¿no?
–Sí… –contestó él con cierta sorpresa.
–¿Te importa? –ella señaló hacia una silla que había a su lado y se sentó–. Tienes un jardín y una casa preciosos. Muchas gracias por invitarme.
–Todas las amigas de mi futura cuñada son amigas de la familia.
Guy se había preparado para no gustar a Amber porque le recordaba a Vera, pero tenía una calidez muy natural y se encontró relajado. Cuando lo animó a que le hablara más de sus rosas, él llegó a creer que podía olerlas en la piel de ella. Era imposible, pero lo intrigó… y lo atrajo. Una atracción que neutralizaría mientras su vida fuese un caos y tuviera que emplear toda su energía en luchar contra la amenaza a su profesión. Además, ella había ido sólo a la boda y lo más probable era que sus caminos no volvieran a cruzarse.
Cuando Allie y Gina empezaron a recoger, Amber se levantó para ayudarlas, algo que Guy no había esperado. Vera se habría considerado una invitada, no alguien que ayudara a servir.
–Soy la encargada del postre –comentó ella como si le hubiera leído el pensamiento.
Y menudo postre. Amber volvió con una fuente con dos círculos de merengue rellenos con frutas y cubiertos por los pétalos azucarados y semillas de fruta de la pasión.
–Para eso quería Allie las rosas –comentó él cuando ella le llevó un trozo.
–Lo siento, pero eran perfectos para esto, de color crema por el centro y rosas por el borde.
–Has debido de tardar un buen rato en azucararlos.
–Los detalles son importantes –comentó ella.
–Y tú les prestas atención.
Tampoco se había esperado eso. La había etiquetado de diva descuidada. ¿Cómo había podido equivocarse tanto?
–Tiene muy buena pinta. ¿Eres cocinera? –siguió él.
–Me gusta la cocina, pero para ser cocinera hay que trabajar mucho. No es lo mío.
–¿Qué es lo tuyo? –preguntó él con curiosidad.
–Organizo fiestas.
–¿Organizas fiestas? –preguntó él sin dejar de parpadear.
–Así conocí a Allie. Vino a una de mis fiestas y nos hicimos amigas.
–Eres una de esas chicas que van de fiesta en fiesta.
–Mmm… Pero no te creas todo lo que leas de mí en las revistas.
–¿Sales mucho en las revistas?
Aunque la cara le parecía conocida, no sabía por qué. Ojeaba las noticias económicas en Internet y, naturalmente, no leía las páginas de cotilleo. La única vez que veía una revista de famosos era cuando se la mandaban porque decía algo sobre Perfumes GL. Una de las cosas que desesperaba a Philippe, su socio, era que se empeñara en que los lanzamientos de los productos fuesen discretos. Sin embargo, ya había padecido bastante a las revistas y no iba a permitir que se metieran en su vida otra vez.
–Es la preferida de la revistas, nuestra Bambi –comentó Gina cuando apareció.
–¿Bambi? –preguntó él sin poder evitarlo.
–Sí. Es por los inmensos ojos marrones y las piernas interminables. Si no fuese tan buena, la odiaríamos por ser tan guapa. Podría ponerse un saco y conseguiría ser elegante. La vida es injusta.
–Gracias, Gina –replicó Amber entre risas–, pero el mérito es de los genes de mi madre. Además, si me dejaras sacarte de tu uniforme negro porque eres artista, te pondría algo de color para resaltar tu cutis, tu pelo castaño y esos ojos maravillosos. Tendrías una fila de hombres que llegaría hasta París.
–Imposible. Soy una artista –replicó Gina con una sonrisa.
–Es inútil –comentó Amber–. Díselo, Guy. Es impresionante.
–Es impresionante –dijo Guy.
Gina era guapa, pero Amber era increíble, a su lado, las demás mujeres parecían anodinas.
Eso lo inquietaba. Ya perdió la cabeza por una mujer impresionante que salía en la revistas. Se casó con ella al cabo de un mes y se había arrepentido desde entonces. Pero no tenía intención de salir con Amber. Aunque no le recordase al mayor error que había cometido en su vida, no estaba buscando tener una relación cuando su vida era un desastre. Tenía que concentrarse en encontrar una cura a la pérdida del olfato.
–¿Me ayudas con el café? –le preguntó Gina.
–Claro. Discúlpame, Guy. Lo he pasado muy bien charlando contigo. Hasta luego.
Ella se marchó y el rincón de la terraza perdió todo su brillo. Guy se zarandeó a sí mismo. Ella no era su tipo y estaría loco si pensaba otra cosa.
A la mañana siguiente, Amber se despertó antes de que sonara el despertador. Se duchó y fue a la cocina. Allie y Gina ya estaban allí desayunando. Las acompañó y luego les pintó las uñas, las maquilló y las peinó mientras preguntaba por las diferencias entre una boda francesa y otra inglesa.
–Entonces, hay dos ceremonias; la oficial, en el Ayuntamiento, donde llevas un traje de chaqueta y la religiosa, en la iglesia y con vestido blanco.
–Efectivamente –confirmó Allie.
–Allie, cuando te vea Xav, no va a poder contenerse las ganas de llevarte a su cama –comentó Amber al mirarla.
–Estás increíble –confirmó Gina–. Radiante.
–Eso es lo que se dice a todas las novias –replicó Allie desdeñosamente.
–Pero es verdad –insistió Amber.
Amber sofocó un ligero ataque de melancolía; era absurdo. En ese momento, no quería salir con nadie y mucho menos casarse.
Guy miró a Amber, que estaba saliendo del château. El día anterior, con vaqueros y camiseta, había estado impresionante, pero arreglada era increíble. Llevaba un vestido de seda dorada con tirantes muy finos y sandalias a juego y el pelo recogido en un moño y sujeto con horquillas terminadas en perlas.
Se había ofrecido para llevar a algunos invitados al Ayuntamiento. Si se concentraba en la carretera, dejaría de pensar en Amber. Su sonrisa, cálida y radiante, pero con un atisbo de timidez, hacía que le abrasaran las entrañas y que sus dedos anhelaran quitarle las horquillas del pelo para que los rizos le cayeran sobre los hombros. Entonces, pensó en su pelo extendido sobre su almohada y se quedó aterrado.
–Buenos días, Guy –tenía una voz suave y rematadamente sexy–. Allie dice que vas a llevarnos en coche. Gracias.
–Es un placer –replicó él–. Siéntate.
Cuando ella se sentó en el asiento del acompañante, él deseo haberle dicho que se sentara atrás. Necesitó toda su concentración para conducir hasta el pueblo. Cada vez que cambiaba de marcha, su mano quedaba a escasos centímetros de su muslo y el borde del vestido se le había subido por encima de la rodilla. Esa mujer tenía la capacidad de volverlo loco, lo cual, hacía que fuese muy, muy peligrosa.
El acto del Ayuntamiento fue breve y sencillo. Luego, mientras Xav y Allie se cambiaban, los invitados se tomaron un vaso de vino en el café de la plaza. Aunque Amber estaba charlando con otros invitados, algo hizo que se diera media vuelta. Entonces, comprendió el motivo. Guy había entrado y estaba impresionante con chaqué, chaleco azul cielo y corbata a juego. No le sorprendió que todas las mujeres del café estuvieran mirándolo. Guy era uno de esos hombres que llamaban la atención, aunque pareciera no saberlo. Tenía algo y cuando sus miradas se encontraron, a ella se le paró el pulso. Eso no le gustó. No podía prendarse de él. No sería una de las ratas con las que solía salir, pero nunca saldría bien, eran de mundos completamente distintos.
Entonces, Allegra y Xavier aparecieron por la puerta. El vestido de boda de Allegra era blanco, sencillo y elegante. Llevaba una diadema también muy sencilla y un precioso ramo de rosas blancas. Gina, como dama de honor, y Amélie, la chica que llevaba el ramo, tenían un vestido muy parecido al de Allegra, pero del mismo color azul cielo que los chalecos de Xavier y Guy. Todo el cortejo nupcial caminó hasta la diminuta iglesia encabezado por la novia y el novio. La iglesia era antigua y muy bonita. En el altar había dos sillones de terciopelo rojo debajo de un baldaquino que, evidentemente, esperaban al novio y la novia. Cuando entraron, la madre de Allegra interpretó una pieza de Bach al violín.
Aunque la ceremonia fue en francés, Amber pudo seguir lo que estaba pasando. Cuando Allegra y Xavier se intercambiaron los anillos, pensó que su amiga había sido muy afortunada por haber encontrado el verdadero amor. No creía que ella fuese a encontrarlo jamás.
Entonces, se enojó por ponerse sentimental. Le encantaban las bodas y las fiestas. Además, Allie había dicho que las bodas francesas duraban toda la noche y estaba dispuesta a pasárselo muy bien.
Los novios salieron entre una lluvia de pétalos y recorrieron un pequeño camino hasta el patio de la iglesia, donde se sirvieron unas copas de champán. Era el brindis en honor de los novios y Amber sabía que todo el pueblo estaba invitado a esa celebración.
Volvieron al château, donde habían instalado una carpa enorme con mesas que rodeaban la pista de baile. Era el momento de la recepción con champán, pero ella no se había imaginado cómo se descorchaban las botellas. Guy y Xavier, que blandían unos sables curvos, las sujetaban con los corchos apuntando lejos de ellos. Luego, deslizaban el sable por la botella y al llegar al corcho, éste salía disparado. Amber nunca había visto algo así. Era mucho más impresionante que hacer cascadas con copas de champán. Si pudiera convencer a Guy de que le enseñara, sería maravilloso para el próximo baile de verano.
–Eso que hiciste con el champán fue muy impresionante –le dijo al sentarse a su lado.
–¿El sabrage…? –preguntó él.
–No lo había visto nunca. ¿Es una tradición francesa?
–Sí. Viene de la época de Napoleón. Los húsares celebraban las victorias descorchando botellas de champán con el sable.
Pudo imaginarse a Guy con uniforme de oficial húsar y sexy a más no poder. Hizo un esfuerzo para volver a lo que él había dicho.
–Vaya, ¿no se mete cristal en el champán?
–No. La presión del champán lo expulsa todo afuera.
–¿Cómo puedes estar tan seguro?
–Se trata de sujetar la botella en el ángulo adecuado y de golpearla en el sitio correcto. Además, es un sable para champán que imita los sables de los húsares.
–Entonces, ¿cualquiera puede hacerlo con entrenamiento?
–Con entrenamiento, sí –contestó él dándose cuenta de que se había metido en un embrollo.
–¿Me enseñarías? –preguntó ella con una sonrisa.
–¿Para qué quieres aprenderlo?
–Ya lo sabes. Organizo fiestas y voy a organizar un baile de verano para recaudar fondos para la investigación del cáncer. Sería espectacular descorchar así el champán.
–¿Por qué la investigación del cáncer?
–Porque mi abuela tuvo cáncer de pecho. Está reponiéndose, pero es mi manera de ayudar.
–Haciendo fiestas…
–Si organizas bien una fiesta, la gente está dispuesta a pagar mucho dinero por la entrada. Podría haber organizado otra cosa, pero esto es más divertido. Todo el mundo sale ganando. Además del dinero que recaudo con las entradas, organizo una tómbola con grandes premios como un vuelo en globo o un retrato hecho por un fotógrafo conocido. También conseguí una cena con alguien famoso de verdad gracias a que mi madre hablara con sus amigos.
–¿Quién es tu madre?
–Libby Wynne, la actriz.
Claro, por eso le resultaba conocida. Aunque si se lo preguntaran, diría que Amber era más guapa que su madre.
–Entonces, ¿podría contar contigo para que hicieras un perfume personalizado?
Era lo peor que podría haberle preguntado. Hacía cuatro meses, seguramente habría aceptado. En ese momento, no sabía si sería capaz de hacerlo.
–Es algo que no se hace fácilmente –contestó él.
–Naturalmente, no se trata sólo de mezclar unas esencias –concedió ella.
–Es mucho más.
–Si elaborar un aroma es mucho pedir, ¿podría pedirte una cesta de regalo?
Él no supo si su seguridad en sí misma le divertía o le aterraba.
–No tienes la más mínima vergüenza, ¿verdad?
–Si no lo pides, no lo consigues ¿Cuál es el problema? No puedo esperar a que la gente me lea el pensamiento.
¿Cuál era el problema? Se preguntó él. Su problema era que ella lo atraía increíblemente.
–Da igual… –farfulló él–. Cuenta con la cesta. Díselo a Allie cuando llegue el momento. Ahora, será mejor que me mueva un poco. Es una boda francesa y hay baile entre los platos.
Rezó para que Amber no le propusiera bailar con ella. Ella no se lo propuso y se sintió decepcionado. Era un disparate.
Al parecer, en Francia también era tradicional que los novios abrieran el baile seguidos por los padrinos. Era una canción preciosa, pensó melancólicamente. ¿Encontraría a alguien que la agarrara cuando cayera y que la esperaría para darle su apoyo? A juzgar por las relaciones que había tenido, no. Siempre acababa eligiendo el opuesto absoluto.
Dio un sorbo de champán. Era una boda e iba a divertirse. Había mucha gente que no había conocido todavía y algunas personas que parecían tímidas. Sabía animar una fiesta y eso era exactamente lo que pensaba hacer.
Guy supo exactamente dónde estaba Amber, aunque estuviera de espaldas a ella, porque podía oír risas. ¿Estaría pidiendo más donaciones para su baile benéfico? Miró de soslayo. No. Estaba llevando bebidas a sus tías abuelas y a sus tíos abuelos y todos charlaban con una sonrisa de agrado. Empezaba a entender por qué organizaba fiestas. Tenía mucho don de gentes. Entonces, ella se acercó a los padres de Allie y él pensó que eso era digno de verse. Los Beauchamp eran famosos por su antipatía. Habían sido unos padres aterradores para Allie y si Amber les pedía que interpretaran algo gratis en su baile, la mandarían a paseo con alguna impertinencia. Entonces, tuvo que parpadear. ¿Estaba viendo alucinaciones? Emma Beauchamp estaba sonriendo. O bien Amber ya la conocía, algo improbable, o su don de gentes era mucho mayor del que se había imaginado. Si podía apaciguar a Emma Beauchamp, podía encandilar a cualquiera.
No podía apartar la mirada de Amber. Evidentemente, había decidido que ya había parloteado bastante y empezó a bailar, pero no sola como una sirena que quería atraer a todos los hombres que tampoco podían apartar la mirada de ella. Había reunido a los niños alrededor y estaba enseñándoles algunos pasos sencillos. Las niñas parecían emocionadas de que una persona mayor les hiciera caso y los niños estaban obnubilados por su sonrisa. Sus padres la miraban con una sonrisa y cuando ella se dio cuenta, los invitó a que los acompañaran. A los diez minutos, todo el mundo se había levantado para bailar. Guy, incapaz de resistirse un segundo más, tomó una copa de champán y se la llevó.
–Pareces acalorada –comentó él.
–¿Estás diciendo que tengo la cara roja o es una invitación a bailar? –le preguntó ella con una sonrisa.
–Quería decir que llevas siglos bailando y que, seguramente, querrías beber algo, no que tu cara…
Él se quedó mudo y notó que se ponía rojo. Sobre todo, porque los ojos de ella indicaban que sabía que estaba mintiendo. La atracción era mutua. Lo supo porque ella separó los labios invitándolo a besarla, aunque le pareció algo inconsciente, no una seducción premeditada.
–De acuerdo, las dos cosas –reconoció él.
–Vaya –ella sonrió más todavía–. Me preguntaba si mi vestido era un poco corto.
Él ya se había fijado, pero las palabras de ella hicieron que volviera a mirar. Se le pegó la lengua al paladar un instante, pero aceptó el reto.
–Unas rodillas bonitas, mademoiselle Wynne.
–Gracias, monsieur Lefèvre… también por la bebida.
Ella tomó la copa y él sintió una descarga cuando los dedos se rozaron. Además, no pudo dejar de mirar su boca cuando dio un sorbo. Tenía una boca preciosa. Irresistible. En ese preciso instante supo que esa noche acabaría besándola.
La banda de jazz pasó a interpretar una canción que Amber reconoció. Era el tango de una película que le había encantado. Aunque sabía que lo más sensato sería sentarse y no provocar más a Guy, su boca no obedecía al cerebro.
–Atrévete.
–¿Que me atreva? –preguntó él con unos ojos muy oscuros.
–¿No sabes bailar el tango?
–¿Estás retándome, Amber? ¿No te parece un poco arriesgado?
–¿Vas a comerme, Guy?
Él le quitó la copa lentamente y la dejó en la mesa. Luego, la tomó entre los brazos hasta que su boca estuvo muy cerca de la oreja de ella.
–¿Comerte? –preguntó él con una voz increíblemente sexy–. Lo tomaré como una oferta…
Amber se alegró de que estuviera agarrándola porque se imaginó su boca recorriéndole todo el cuerpo y le flaquearon las rodillas. Parecía como si hubiera desencadenado a un monstruo y ya no pudo echarse atrás porque Guy empezó a bailar con ella. Había bailado con profesionales, pero no había sentido nada parecido a aquello. Con ellos había sido coreografía y paciencia. Eso era algo más primitivo y la sangre le bullía en las venas. Su cuerpo estaba reaccionando a la proximidad de él e iba excitándose cada vez más cuando la rodeaba con los brazos y le introducía una pierna entre las de ella. Lo que con cualquiera hubiese sido mera coreografía, con Guy era un preludio al sexo. Un muslo entre los de ella, un muslo que hacía que se preguntara lo que sería acariciar su piel desnuda y tener las piernas entrelazadas. Se estrechó contra él, cadera contra cadera, vientre contra vientre, pecho contra pecho… Olió su piel, con un ligero aroma cítrico, y quiso paladearlo. Sólo existían Guy y la música. Entonces, sintió el roce de sus labios sobre le piel desnuda del hombro, fue como el contacto de una pluma que hizo que sintiera una palpitación entre las piernas. Tenía los ojos oscuros, como un cielo de tormenta al atardecer. ¿Sentía él la misma palpitación de deseo? ¿Estaría pensando en besarse ardiente, húmeda y apremiantemente? Le había dicho que la comiera y quería sentir su boca sobre el cuerpo.
Entonces, la música se acabó brusca y asombrosamente.
–Bravo, mademoiselle Wynne –le dijo Guy al oído.
Amber se quedó más asombrada todavía cuando la gente empezó a aplaudirles. Miró alrededor y la pista estaba vacía. Era espantoso. Aunque abrió la boca para decirle que no había querido que pasara eso, se quedó muda. Celebrity Life iba a frotarse las manos porque estaba comportándose como la insustancial que decían que era.
–Lo siento –susurró ella por fin.
–Yo no lo siento. Ha sido… esclarecedor.
–¿Podría… beber un vaso de agua o algo así? –preguntó ella.
–Claro. ¿Dónde aprendiste a bailar así? –preguntó él con una ceja arqueada.
–Di clases cuando era joven.
–¿Y?
–De acuerdo… He conocido a algunos bailarines y uno me enseñó a bailar el tango.
–¿Así?
–En absoluto –contestó ella con una risa irónica.
–¿Por qué? –preguntó él antes de pedir dos vasos de agua a un camarero.
Porque aquel bailarín no la alteró, no había habido… chispa entre ellos.
–Digamos que yo habría necesitado un cromosoma Y –contestó ella con ironía otra vez.
–Muy delicada.
–Es posible. Lo siento. Mi boca me traiciona. Gracias por el agua.
–Ha sido un placer.
Sin embargo, él no se marchó y se sentó a su lado. Debería sentirse más tranquila porque era la primera vez que se sentaba desde que la banda de música empezó a tocar, pero no podía dejar de moverse nerviosamente.
–¿Qué te pasa? –le preguntó él.
–Nada.
–Mentirosa.
–¿Cuántas veces tengo que disculparme contigo? –preguntó ella con un suspiro.
–Ninguna –él dejó la copa y la agarró de la mano para que se levantara–. Vamos.
–¿Qué? ¿Quieres volver a bailar?
–No. Hay mucho ruido.
La sacó de la carpa y la llevó a la rosaleda. Amber pensó que eso iba muy mal. Abandonar una boda antes que los novios era una grosería. Si alguien se había dado cuenta, al día siguiente tendría que dar muchas explicaciones.
–Baila conmigo aquí –le pidió él.
Ella podía oír la música, pero amortiguada. Era una música embriagadora y el aire olía a rosas. ¿Cómo podía resistirse a estar entre sus brazos? Tenía una mano de Guy sobre la piel desnuda entre los hombros. Su contacto hacía que se le pusiera la piel de gallina. Se estrechó contra él y lo rodeó con los brazos. Tenían las mejillas juntas y ella no supo quién se movió, pero los labios se rozaron. Fue un roce levísimo que le despertó un fuego en las entrañas. Ella también lo besó y él le trazó una línea de besos diminutos que le mordían levemente el labio inferior. Amber separó los labios para que profundizara el beso. Nunca había sentido algo parecido. Nadie la había besado hasta que le flaquearan las piernas y tuviera que aferrarse a él. Cada caricia de su lengua y cada roce de su piel hacían que el deseo fuese más abrasador. Cambió un poco de postura para que él pudiera introducir un muslo entre los de ella, como habían hecho bailando el tango, pero sin público. Entonces, él se apartó un poco.
–Probablemente, esto no sea una buena idea.
–No, no lo es.
–Pídeme que no siga.
Él le bajó el tirante del vestido y le pasó la boca por el hombro.
–No puedo.
Ella le deshizo el nudo de la corbata, le desabotonó los tres primeros botones de la camisa y le pasó la punta de la lengua por al cuello.
–Amber, te lo aviso por última vez. Pídeme que no siga.
Ella le desabotonó el chaleco y lo que le quedaba de la camisa.
–Sigue –susurró ella.
Guy la tomó en brazos y entró en la casa.
Guy se detuvo en lo alto de la escalera, la dejó en el suelo y volvió a besarla con avidez. Cuando se separó, ella tuvo que agarrase de la pechera de su camisa para no caerse. Él le pasó los dedos por la mejilla con una mirada ardiente.
–Mon ange, te di la ocasión de parar en la rosaleda. Ésta sí que es la última advertencia. Si no paramos ahora, voy a llevarte a mi cama.
–Preferiría que fuese una promesa más que una amenaza.
–¿Una promesa de qué?
–De placer para los dos. Sólo esta noche –ella tomó aliento–. Soy un desastre para las relaciones, pero ha saltado una chispa entre nosotros.
–Yo tampoco soy el mejor ejemplo en las relaciones y no quiero tener una con nadie.
–Perfecto. Los dos sabemos a qué nos atenemos.
Ella se puso de puntillas y le dio un ligero mordisco en el labio inferior. Él dejó escapar una exclamación mezcla de anhelo y desesperación. Luego, la besó ardiente, delicada y vorazmente, la agarró de la mano y la llevó al final del pasillo, a su habitación.
Le pareció conocida. Tenía una cama enorme con baldaquino y colcha blanca, cortinas de un tono parecido a las de ella, alfombras por el suelo y un paisaje colgado de la pared.
–¿Sigues estando segura de que quieres hacer esto?
Ella le pasó el dedo índice por el pecho. Podría haber sido un modelo para los anuncios de sus perfumes. Era musculoso sin exagerar y tenía la piel dorada por el sol.
–Completamente. Estaba imaginándomelo cuando bailabas el tango conmigo.
–Espero que imaginaras lo mismo que yo –replicó él con una mirada abrasadora.
–Sólo hay una manera de saberlo.
Él la besó implacablemente. Luego, le quitó las horquillas del pelo una a una y las dejó en su tocador. Le pasó los dedos entre el pelo y asintió cuando cayó sobre sus hombros.
–Me gusta. Tienes un pelo sedoso, ravissante.
Era increíblemente sexy cuando hablaba en su idioma. Se pasó la lengua por el labio inferior deseando que volviera a besarla, pero él fue quitándole la ropa tan lentamente que se derritió de deseo y tuvo ganas de apartarle las manos para arrancársela, arrancarle la de él y conducirlo dentro de ella. Sin embargo, Guy estaba siendo meticuloso, prestaba atención a los más mínimos detalles, como si estuviera aprendiendo la forma de su cuerpo con la boca y las manos. Le bajó la cremallera con una lentitud inconcebible y dejó que el vestido cayera al suelo mientras le acariciaba la piel.
–Me gusta el encaje, es impresionante, como tú –le pasó la punta del dedo por la camisola–, pero tiene que desaparecer. Te necesito desnuda y necesito imperiosamente estar dentro de ti.
Guy le bajó uno de los tirantes y besó su piel desnuda. Ella echó la cabeza hacia atrás ofreciéndose. Él le besó el cuello y le pasó la punta de la lengua hasta el otro hombro. La sujetaba suavemente de la cintura y el calor de su boca en la piel estaba volviéndola loca. Cuando estuvo sólo con las bragas, estaba temblando. Él estaba impresionante con la camisa y el chaleco abiertos y la corbata deshecha, pero tenía que hacer algo más que mirarlo, necesitaba tocarlo, sentirlo, recorrer su cuerpo como él había recorrido el de ella.
–Llevas demasiada ropa –dijo ella con voz temblorosa.
–Estoy en tus manos.
Le quitó el chaleco, luego le bajó la camisa de los hombros y le pasó la lengua por las clavículas como había hecho él. Tenía una piel suave y con la cantidad de pelo exacta para ser sexy. No pudo evitar pasarle los dedos entre los pelos.
–Tienes unas manos maravillosas –comentó él con los ojos muy oscuros.
Ella le desabotonó la cinturilla del pantalón y le acarició el abdomen sin nada de grasa.
–Delicioso.
–Merci –dijo él en tono burlón.
–No quería haberlo dicho en voz alta –replicó ella sonrojándose.
–Me alegro de que lo dijeras. Tú también eres deliciosa, cálida y suave, y voy a gozar contigo.
Ella también iba a gozar. Tal y como habían bailado en público, tenía la sensación de que hacer el amor en privado iba a enloquecerla.
Le bajó la cremallera y la ropa hasta encima de las rodillas. Los pantalones cayeron al suelo y se los quitó con los pies, como los zapatos y los calcetines. La erección era muy evidente debajo de los calzoncillos largos y se le secó la boca.
–Todavía puedes cambiar de idea, mon ange.
–No. Te deseo, Guy. Es que…
–Lo sé. Me pasa lo mismo. Es inesperado –le rozó delicadamente los labios con los de él–. Es algo sólo entre tú y yo. Ni remordimientos ni preocupaciones, sólo placer.
Él apartó la colcha, la tomó en brazos y la dejó sobre las almohadas. Las sábanas blancas era muy suaves y las almohadas mullidas. Guy le pasó los pulgares por los costados de las bragas de encaje y se las bajó lentamente. Amber levantó un poco el trasero, se quedó completamente desnuda delante de él y la timidez se adueñó de ella.
–Voy a mirarte, mon ange, porque eres hermosa –murmuró él al interpretar su expresión–. Luego, voy a saborearte y luego… voy a volverte loca.
–¿Es una promesa más que una amenaza? –preguntó ella con la voz ronca.
–Absolument. Y ya sabes que siempre cumplo mis promesas, Amber.
Le acarició los pezones con los pulgares y ella notó que se endurecían. Luego, se inclinó y tomó uno con la boca y lo succionó. Su boca era ardiente y ella se inclinó para pasarle los dedos entre el pelo. Eso estaba bien, pero quería mucho más. Él siguió bajando la boca hasta llegar al abdomen y ella se quedó sin respiración. Guy se arrodilló entre sus piernas, se sentó en los talones y esbozó una sonrisa perversa que hizo que a ella se le desbocara el pulso. Le besó el tobillo y empezó a subir de tal manera que ella se arqueó y contuvo el aliento. Cuando se recreó con el muslo, ella ya estaba casi jadeando y agarrándolo del pelo.
–Guy, por favor…
Las palabras brotaron como un gemido casi suplicante. Nadie había conseguido que sintiera un abandono parecido. Notó la caricia lenta de su lengua en el sexo. Le pasó la punta por el clítoris y ella se cimbreó contra él para exigir más. Él le dio exactamente lo que necesitaba, varió el ritmo y la presión para que su excitación fuera cada vez más intensa hasta que creyó que no podía aguantar más. Estaba balbuciendo su nombre cuando el clímax la alcanzó con una intensidad que nunca había podido imaginarse. No debería haber sido tan maravilloso la primera vez. Debería haber sido torpe, bochornoso y algo decepcionante. Sin embargo, tenía la sensación de que Guy no era un hombre normal y corriente.
Él se incorporó y la abrazó con fuerza.
–¿Ya estás mejor, mon ange?
Ella asintió con la cabeza; no se atrevió a hablar.
–Muy bien, pero eso sólo era el principio. Ahora empieza lo bueno.
Eso sí que sonaba a prometedor y Guy había dicho que se preciaba de cumplir las promesas. Casi tímidamente, le quitó los calzoncillos y contuvo el aliento.
–Guy, eres hermoso de verdad.
–Creo que es la primera vez que me lo dicen –confesó él sonrojándose.
–Además, quiero hacer el amor contigo –Amber lo besó–. En este instante.
Él abrió el cajón de la mesilla y sacó un envoltorio. Ella le tomó la mano.
–Creo que me corresponde…
Ella tomó el envoltorio, sacó el preservativo y se lo puso. Guy la besó ardientemente, se dio la vuelta para ponerse de espaldas, la colocó a horcajadas sobre él y con las manos la sujetó de la cadera para que descendiera sobre él. Ella se contoneó y vio que se le oscurecía la mirada por el placer.
–¿Te gusta? –susurró ella.
–¿Tú qué crees, mon ange?
–Creo que quiero volverte loco, como tú me has vuelto a mí.
–Entonces, hazlo –replicó él en tono apremiante.
Ella se inclinó y le mordisqueó el labio inferior hasta que abrió la boca y profundizó el beso. Entonces, empezó a moverse otra vez, bajó el ritmo para que fuese como un tormento delicioso y volvió a acelerarlo. Notó, con sorpresa, que el clímax volvía a acercarse. Nunca había tenido dos orgasmos tan seguidos. Tenía todo el cuerpo en tensión y, cuando llegó al límite, notó que el cuerpo de él también se ponía en tensión. Se sentó y la besó con voracidad. Ella se aferró a él como si su vida dependiera de ello mientras las oleadas de placer la arrasaban por dentro.
Después, él la abrazó y le acarició el pelo.
–Tienes un pelo increíble. Es en lo primero que me fijé de ti –le pasó los dedos entre los rizos–. Me encantan. Son naturales, ¿verdad?
–Sí. No los soportaba de adolescente porque mi pelo nunca era como el de las demás. Incluso me lo planché una vez.
–¿Lo planchaste?
–Sí, antes de que me pudiera comprar un alisador de pelo. Lo tuve liso una buena temporada.
–Me alegro de que ya no lo tengas. Es demasiado maravilloso para domarlo –la besó brevemente–. Será mejor que haga algo con el preservativo.
–Y será mejor que yo me marche.
–¿Por qué? –preguntó él.
–Porque no quiero encontrarme con nadie cuando vuelva a mi habitación despeinada y la ropa arrugada. Sería demasiado evidente. Además, después de cómo bailaste conmigo…
–¿Eso te parce un problema?
–Sí. Todo el mundo cree que soy una insustancial que va de fiesta en fiesta, pero no me acuesto con alguien hasta que lo he conocido un poco y nunca duermo con alguien con quien no estoy saliendo.
–Eso tiene una solución.
El corazón de ella le dio un vuelco. ¿Iba a pedirle que saliera con él?
–Nos levantaremos antes que los demás –le explicó él–. Todos estarán agotados después de la fiesta y dormirán hasta tarde. Además, quienes no lo hagan, tampoco estarán en el château. Estarán en la carpa esperando la sopa de cebolla.
–¿Sopa de cebolla?
–El baile en las bodas francesas dura hasta el amanecer y entonces desayunamos. Lo tradicional, es la sopa de cebolla, aunque Allie dice que quiere que sea anglo francesa y que haya beicon y sándwiches.
–Tiene que ser la conversación más surrealista que he tenido en mi vida.
–Si fuese un caballero, mon ange, te pediría que salieras conmigo, pero mi vida es muy complicada.
–Yo tampoco quiero una relación –replicó ella–. No quería cazar a nadie.
–Ya lo sé –Guy suspiró–. La verdad es que quería convencerte para que te ducharas conmigo.
–¿Una visita guiada a tu cuarto de baño?
–Una visita muy personal.
–Entonces, se trata sólo de sexo y durante esta noche. Luego, se acabó.
Luego, con un poco de suerte, podría mirarlo sin tener ganas de arrancarle la ropa.
–De mucho sexo. En cuanto a lo demás, estoy de acuerdo; queda entre tú y yo.
–Perfecto –ella se pasó la lengua por al labio inferior–. Enséñame ese cuarto de baño fabuloso.
Amber se despertó desorientada, hasta que el recuerdo de la noche anterior le cayó con estrépito. Estaba en la cama de Guy y lo tenía abrazado a ella. El atrevimiento de la noche anterior había desaparecido y se sentía sucia y rastrera.
Tenía que soltarse sin despertarlo, encontrar su ropa, salir de puntillas y darse una ducha antes de encontrarse con él. Luego, se iría al aeropuerto por sus medios. A lo mejor, podía dejarle una nota. Sin embargo, eso sería más rastrero. Tenía que hacer frente a sus errores y esperar que nadie de Celebrity Life se enterara de que Bambi había seducido al padrino de la boda de su mejor amiga. No quería que arrastraran a Xav y Allie por el fango que la rodeaba… ni a Guy. Le quitó la mano de la cintura y acababa de librarse de sus brazos cuando lo oyó.
–Bonjour, mon ange.
Tuvo que sentarse y mirarlo. Estaba fantástico, despeinado y con una barba incipiente. Sofocó el arrebato de deseo. Habían convenido que la noche anterior sería la única.
–Buenos días, Guy. Perdona, no quería despertarte.
–¿Estabas escapándote de mí?
–No –contestó ella–. Iba a darme una ducha.
–Ya sabes dónde está mi cuarto de baño.
–Sí… eso era lo que iba a hacer.
Amber suspiró y se tapó los pechos con la colcha. Guy se apoyó en un codo, la miró y se rió.
–¿Qué pasa? –preguntó ella.
–Creo que, después de la noche pasada, no tiene sentido ponerse recatada.
–La noche pasada fue la noche pasada. Esta mañana es otra cosa. De acuerdo, zanjemos al asunto. Siento haberme abalanzado sobre ti.
–¿Pero…?
–Eras el hombre más impresionante de la boda y lo sabes.
–La verdad es que no lo sabía –él se sentó–, pero gracias por el piropo.
–Si hubieses estado toda la noche con cara de cuerno, como cuando nos conocimos, habría podido resistirme.
–Tú empezaste al preguntarme si iba a comerte.
Amber comprobó que era posible ponerse más roja.
–Me provocaste.
–Podemos llegar a la conclusión de que somos tal para cual –propuso él.
–Es posible, pero que conste que no me acuesto con nadie si no lo conozco muy bien. Tú eres el primero y no quiero que pienses que soy una cualquiera…
–No eres una cualquiera, eres de gustos refinados, cara de mantener.
–Puedo mantenerme a mí misma, gracias –replicó ella con los ojos entrecerrados–. Si te atreves a ofrecerme…
Él la besó para callarla.
–¿Por qué estamos discutiendo?
–Porque estás riéndote de mí.
–No me río de ti –Guy suspiró–. ¿Eres una de esas personas que son una pesadilla hasta que toman un café? Si lo eres, acurrúcate en la cama e iré a buscarte uno. Luego, no hables hasta que haya hecho efecto.
–Yo…
Era él quien estaba sacándole de las casillas.
–De acuerdo, café.
Se levantó completamente desnudo y nada cohibido. La noche anterior le había parecido hermoso, esa mañana le parecía el hombre más perfecto que había visto en su vida. Además, había dicho que iba a buscar café…
–No puedes bajar desnudo.
–Estoy en mi casa…
–Guy… –masculló ella sin disimular el pánico.
–Necesitas un café –aseguró él con una sonrisa–. Claro que no voy a bajar desnudo, no estaría bien escandalizar a los invitados.
Sin embargo, se limitó a ponerse los pantalones y se quedó descalzo, despeinado y sin afeitarse, desaliñado e increíblemente sexy. El deseo se adueñó de ella y estuvo a punto de arrojarse sobre él.
–Duérmete. El café llegará enseguida.
Guy se marchó, pero ella no pudo dormirse otra vez. Se levantó, recogió la ropa y dejó escapar un gruñido. Su vestido estaba hecho una pasa y era su vestido favorito. Esperaba que Guy le prestara una camiseta o algo así y pudiera llegar a su habitación sin que nadie la viera y se diera cuenta de que no llevaba nada debajo de la camiseta. Sin embargo, ya había aprendido la lección y no iba a buscar nada hasta habérselo pedido. Mientras, se pondría algo para cubrirse. Fue al cuarto de baño y se puso una toalla alrededor del cuerpo. Se miró al espejo y comprobó que tenía el pelo enmarañado, que tardaría media hora en deshacerse los nudos. Intentó peinárselo con los dedos e hizo una mueca de dolor al arrancarse algunos pelos. Salió del cuarto de baño y vio a Guy que entraba con una bandeja con una cafetera, dos tazas, una jarra con leche y un azucarero.
–Muy tentadora –comentó él mientras dejaba la bandeja.
–En estos momentos, no tengo otra cosa que ponerme –replicó ella.
–No digas nada hasta que hayas bebido algo de café. Habla por señas. ¿Leche?
Ella asintió con la cabeza y juntó los dedos para indicar que quería poca.
–¿Azúcar?
Ella asintió vigorosamente con la cabeza. Él sirvió dos tazas y le dio una a ella.
–Bebe y no digas nada hasta que vuelvas a ser humana.
Era humana. El problema era él, pero obedeció y se bebió el café.
–¿Mejor? –preguntó él cuando hubo terminado.
–No mucho –contestó ella–. Detesto las mañanas después de algo embarazoso. No sé qué decir aparte de que me siento incómoda y desastrada.
–No estás desastrada.
–No buscaba un halago –replicó ella con los ojos entrecerrados–. Sé que tengo el pelo enmarañado y que tardaré siglos en deshacerme los nudos.
–¿Es eso lo que te preocupa? –él dejó la taza, fue al cuarto de baño y volvió con un peine–. Siéntate y te desharé los nudos.
–Gracias, pero prefiero hacerlo yo misma.
–¿Te da miedo que te arranque el pelo?
–Ya que lo preguntas, sí. Necesitaré una tonelada de crema suavizante.
–Una vez conocí a otra que tenía el mismo pelo que tú y aprendí a deshacerle los nudos antes de que empezara a tirar cosas
–Yo no tiro cosas –replicó ella–. Entonces, ¿anoche te acostaste conmigo porque te recuerdo a alguien?
–No. Me acosté contigo porque bailaste con los niños.
Ella sacudió la cabeza con incredulidad.
–Estás como una cabra.
Él se rió y dio unas palmadas en la cama, a su lado.
–Siéntate aquí. Te prometo que no voy a hacerte daño y no vas a necesitar crema suavizante.
–Sí, claro… –farfulló ella sentándose a su lado.
Para su sorpresa, era increíblemente delicado y casi ni sintió los tirones.
–Anoche animaste a todo el mundo –comentó él en voz baja–. Estuve observándote. No coqueteabas ni esperabas que nadie cayera a tus pies. Te ocupaste de que todos lo pasaran bien. Estuviste con mis tías y tíos abuelos y bailaste con los niños para que se sintieran partícipes. Tu calidez es irresistible y por eso me acosté contigo.
Ella no pudo decir nada, tenía un nudo en la garganta.
–Por eso y porque no pude olvidarme de ti en todo el día –siguió él–. Si tenemos en cuenta que he hecho muchas campañas de perfumes, puedo asegurar que eres la mujer más impresionante que he visto en mi vida y te deseaba con todas mis ganas.
Tanto como lo había deseado ella, con tantas ganas que se comportó más irreflexivamente que habitualmente, dijeran lo que dijesen las revistas.
–Para que lo sepas –concluyó él dándole un beso en el hombro.
Ella tuvo que hacer un esfuerzo para no darse la vuelta y besarlo en la boca. La noche había pasado, era un día distinto.
–Muy bien. Tu pelo está desenredado.
Ella se apartó y se dio la vuelta para mirarlo.
–Gracias por cuidarme en este momento y por lo que has dicho –Amber tomó aliento–. Además, siento haber estado arisca.
–Ça ne fait rien. ¿Qué pasa ahora?
–No lo sé… Anoche dijimos que no iba a pasar de ahí.
Aun así, a ella le gustaría que fuese algo más. Guy era una caja de sorpresas. Sabía deshacerle los nudos sin hacerle daño; se había dado cuenta de lo que hacía bien; no la trataba como a una cualquiera… Tenía algo que no podía definir, pero que lo hacía distinto a los hombres con los que solía salir. La intrigaba y quería saber más cosas de él.
–Entonces, ¿vas a volver a Inglaterra?
–Había pensado pasar unos días en St. Tropez, pero Allie ha estado contándome lo maravilloso que es Ardèche y he decidido hacer un poco de turismo. Si puedes proponerme sitios que debería visitar y dónde alojarme, sería maravilloso. Si no, buscaré en Internet y elegiré algún sitio que me guste por el camino.
Guy la miró. Era el momento de recomendarle el rincón más alejado de Ardèche y de volver a Grasse para encerrarse a trabajar en la casa de perfumes.
–Podrías quedarte aquí –dijo él por un arrebato disparatado.
–¿Te parece una buena idea después de lo que pasó anoche?
–Quería decir como… base de operaciones. No…
–Mensaje captado –dijo ella para sorpresa de él–. Sin embargo, si voy a ser tu invitada, quiero invitarte a cenar ya que no he traído ningún regalo.
–No hace falta.
–Sí hace falta. No soy una gorrona.
–No he dicho que lo fueses –replicó él con asombro.
–Anoche dijiste que no tengo vergüenza.
–Me pediste una donación para tu baile benéfico. ¿A cuántas personas se la has pedido?
–Eso no viene a cuento.
–Entonces, se la has pedido a muchas.
–Es por una buena causa –replicó ella con la barbilla levantada.
–Estás muy a la defensiva.
–¿Te extraña? Es posible que no sea una buena idea que me quede. Discutiríamos.
–Lo siento.
–¿Estás disculpándote? –preguntó ella con incredulidad.
–Suele ser al revés… –contestó él con una sonrisa–. Aprovéchalo.
–Entonces, ¿puedes resarcirme? –preguntó ella pensativamente.
–Di cómo.
Él lo dijo con despreocupación, pero tenía el pulso acelerado. ¿Acabarían otra vez entre las sábanas arrugadas?
–¿Te importaría dejarme una camiseta durante diez minutos?
–¿Una camiseta? –preguntó él sin salir de su asombro.
–El vestido está tan arrugado que no puedo ponérmelo. Si no quieres que escandalice a tus invitados cuando vaya desnuda a mi habitación, tengo que ponerme algo. La lavaré y plancharé antes de devolvértela.
–Apostaría cualquier cosa a que no has planchado nada en tu vida –replicó él entre risas.
–No soy vaga.
–Lo sé –él le acarició la mejilla–. Ayudaste la noche de la barbacoa. Pero no planchas, ¿verdad?
–De acuerdo. Utilizo un servicio de lavandería y alguien va a limpiar la casa. ¿Satisfecho?
–Me preguntaba qué hace todo el día una chica que sólo va de fiesta en fiesta.