Personal y profesional - Melodía de seducicón - Kate Hardy - E-Book
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Personal y profesional - Melodía de seducicón E-Book

Kate Hardy

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Beschreibung

Personal y profesional Daba igual lo preciosos que fueran sus labios o lo seductoras que fueran sus piernas, el magnate Jordan Smith no quería saber nada de su antigua amante, Alexandra Bennett. Pero Alex era su nueva empleada. La química que había entre ellos era innegable y trabajar hasta tan tarde los volvió locos de deseo. Cada día era más difícil resistirse a la tentación, pero la historia que había tras ellos era muy dolorosa. ¿Podrían olvidar lo que había ocurrido diez años atrás y hacer las paces para siempre? Melodía de seducción La presentadora Polly Anna Adams llevaba toda la vida intentando forjarse un nombre. Repentinamente abandonada por su prometido, se presentó a un concurso de baile para celebridades y su pareja iba a ser Liam Flynn, un apuesto bailarín profesional. Liam había aprendido de la manera más dura a mantener el corazón bajo llave, pero el entusiasmo de Polly le estaba haciendo dar algún que otro traspié. A medida que avanzaba el concurso, también crecía la atracción entre ellos. ¿Serían capaces de convencerse de que ese tango tan sensual era solo para las cámaras?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 440 - febrero 2020

 

© 2012 Pamela Brooks

Personal y profesional

Título original: The Ex Who Hired Her

 

© 2013 Pamela Brooks

Melodía de sedución

Título original: Ballroom to Bride and Groom

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2013

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-904-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Personal y profesional

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Melodía de seducción

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Xandra Bennett.

Jordan estaba casi seguro de que aquella candidata había modificado su nombre para que pareciese más sofisticado que Sandra o Alexandra. Solo esperaba que detrás de ese nombre hubiera sustancia además de apariencia. Y Tal vez la habría. La agencia de contratación debía tener buenas referencias de ella para enviarla a hacer una entrevista de trabajo.

Aunque después de un día entero escuchando buenas y no tan buenas ideas de gente desesperada por conseguir el puesto de director de marketing del centro comercial Field’s, Jordan no estaba de humor para alguien que solo fuese apariencia.

La última, se dijo a sí mismo. La última y podría seguir con su trabajo.

Su ayudante abrió la puerta en ese momento.

–La señora Bennett.

Y cuando Xandra Bennett entró en la sala de juntas, Jordan se olvidó de respirar.

Era ella.

De todos los centros comerciales del mundo, tenía que entrar precisamente en el suyo.

El nombre era diferente, el pelo era diferente y había cambiado sus gafas por lentes de contacto, pero era ella.

Alexandra Porter.

La última vez que la vio tenía dieciocho años y un pelo castaño que le llegaba casi hasta la cintura cuando se quitaba la trenza. Entonces vestía como una típica chica tímida: zapatillas de deporte, vaqueros y camisetas anchas que escondían sus curvas.

En aquel momento, con un elegante traje de chaqueta que se ajustaba a su cintura, una melenita con reflejos dorados que parecían naturales y unos zapatos de tacón que hacían que sus piernas pareciesen interminables, parecía una profesional del marketing. Y una mujer guapísima.

Y seguía teniendo esa boca que lo hacía sentir escalofríos.

Jordan intentó apartar de sí tal pensamiento. No quería pensar en Alexandra Porter y su fabulosa boca; la boca que lo había enseñado a besar.

Ella disimuló de inmediato, pero Jordan sabía que lo había reconocido y que tampoco había esperado encontrarse con él allí. ¿O sí?

No confiaba en Alex para nada. Entonces había resultado ser una manipuladora y ese no era un rasgo de la personalidad que cambiase con el paso de los años. ¿Sería Bennett el hombre por el que lo había dejado? ¿O también lo habría dejado a él en cuanto encontró a alguien que pudiese ofrecerle más?

Tal vez debería decirle que el puesto ya estaba ocupado y que no iban a hacer más entrevistas.

Pero entonces tendría que explicarles las razones a sus coentrevistadores… unas explicaciones que prefería no dar.

 

 

Jordan Smith.

Alexandra se puso enferma. Jordan era la última persona en el mundo a la que habría esperado ver allí. Diez años antes había jurado que no quería volver a saber nada de él…

Nunca lo había perdonado por no estar a su lado cuando más lo necesitaba, por mentirle, por decepcionarla. Había tardado años en rehacer su vida y cuando estaba a punto de hacer realidad sus sueños, de nuevo se ponía en su camino.

El alto y delgado estudiante al que conoció entonces se había convertido en un hombre más fornido, de anchos hombros. Su boca seguía teniendo esa curva que prometía placer… aunque ella no quería recordar el placer que era capaz de darle la boca de Jordan Smith.

Los vaqueros gastados y las camisetas que solía llevar habían sido reemplazados por un traje de chaqueta que parecía hecho a medida y una corbata de seda. Tenía algunas canas en las sienes… bueno, en un pelo tan oscuro como el suyo se notaría antes el paso del tiempo. Y, definitivamente, tenía un aire de autoridad. Se había convertido en la clase de hombre que haría suspirar a las mujeres.

Como presidente de Field’s, Jordan Smith sería quien decidiera si conseguía el puesto.

Y eso dejaba su currículum en el cubo de la basura porque ella sería un recuerdo permanente de su sentimiento de culpa por haberla abandonado a los dieciocho años, embarazada de su hijo. ¿O le daría el puesto aunque no fuese la mejor candidata porque sentía que estaba en deuda con ella? Y si le ofrecía el puesto, ¿lo aceptaría sabiendo que tendrían que trabajar juntos?

En fin, no tenía nada que perder. Haría la entrevista y después volvería a casa. Y en lugar de lamer sus heridas, analizaría la entrevista y vería qué podía mejorar para la próxima.

–Soy Harry Blake, el jefe de Recursos Humanos –se presentó un hombre de cierta edad–. Ella es Gina Davidson, la gerente del centro comercial. Y él es Jordan Smith, el presidente.

Jordan tenía treinta años, veinte menos que sus colegas. ¿Cómo había llegado a presidente de la empresa en tan poco tiempo?

Aunque era una pregunta tonta. Aparte del dinero y los contactos de su familia, Jordan siempre había sido muy inteligente. Había viajado por todo el mundo, hablaba cuatro idiomas y podía recitar a Shakespeare mejor que ella cuando estudiaba drama renacentista porque quería ser profesora de Literatura. Unos sueños que habían muerto muchos años antes junto con…

Alexandra apartó de sí tal pensamiento.

Tendría que darle la mano y lo hizo, apartándola en cuanto le fue posible e ignorando el escalofrío que le provocó el roce de su piel.

Pero luego cometió el error de mirarlo a los ojos.

Azul medianoche, tan hermosos. Esos ojos habían llamado su atención el día que lo conoció, a los diecisiete años, cuando aún nadie la había besado. Hasta esa noche, cuando Jordan había visto en ella algo más que la chica tímida que no sabía con quién hablar en la fiesta. Había bailado con ella, la había besado…

Alexandra tragó saliva, deseando olvidar aquella noche.

No podía mirarlo a los ojos y Jordan se dio cuenta. ¿Se sentía culpable?, se preguntó. Aunque daba igual porque no iba a darle el puesto. Terminaría la entrevista y no tendría que volver a verla.

Harry era quien llevaría oficialmente la entrevista, de modo que Jordan se echó hacia atrás en la silla y, mientras le hacía las mismas preguntas que a los demás candidatos, volvió a mirar el currículum… La fecha de ingreso en la universidad era tres años posterior a la que debería ser.

¿Por que había tardado tres años en empezar la carrera si en el instituto sacaba unas notas fabulosas? Además, no tenía el título en Literatura que había esperado. Alexandra siempre había querido ser profesora…. ¿por qué habría decidido estudiar marketing?

En fin, no era asunto suyo.

–¿Alguna pregunta? –preguntó Harry.

Gina sonrió.

–No, por el momento no.

–Hemos pedido a los demás candidatos que preparasen una presentación sobre cómo aumentar las ventas de Field’s –le dijo.

–Pero la agencia añadió a la señora Bennett a la lista en el último minuto –intervino Harry–. No sería justo esperar que hiciera una presentación con tan poco tiempo para prepararla.

–No una presentación formal, por supuesto –asintió Jordan–. Pero yo espero que mis empleados sean capaces de pensar a toda velocidad. ¿Que haría usted para aumentar las ventas de Field’s, señora Bennett?

Alexandra se aclaró la garganta.

–Lo primero que haría sería preguntar cuál es el presupuesto para promoción.

Era la primera persona que mencionaba un presupuesto para promoción. Los otros candidatos lo habían dado por sentado y alguno de ellos incluso había hablado de anuncios en televisión en franjas horarias de máxima audiencia.

–Y luego preguntaría qué significa para ustedes mejorar las ventas. ¿Están buscando otra base de clientes o quieren ofrecer a los que ya tienen productos que no existen en Field’s, tal vez buscando nuevos proveedores?

Harry y Gina se irguieron en la silla, claramente interesados. Había ido directamente a la raíz del problema.

–¿Usted qué cree? –preguntó Jordan.

–Yo empezaría por hacer una encuesta entre los clientes. Quiénes son, qué buscan y qué es lo que Field’s no les ofrece ahora mismo. Y luego hablaría con los empleados. ¿Existe un buzón de sugerencias para los empleados?

–Solíamos tenerlo –respondió Gina.

–Los empleados son los que conocen a los clientes y saben lo que se vende mejor, así que deben ser ellos los que hagan sugerencias. Yo diría que el trabajo del director de marketing es evaluar esas sugerencias y decidir cuáles van a tener mayor impacto en las ventas.

–¿Usted es cliente de Field’s, señora Bennett? –preguntó Jordan.

–No, no lo soy.

Eso lo sorprendió. Había esperado que dijera que sí para ganarse el favor de los entrevistadores.

–¿Por qué no?

–Porque la ropa que venden no es para personas de mi edad, los productos de droguería y perfumería puedo encontrarlos más baratos en otras tiendas y no compro objetos de cristal o cuberterías carísimas.

Era la primera candidata que criticaba los precios del centro comercial y Jordan entendía que Harry y Gina estuvieran agradablemente sorprendidos.

–¿Entonces Field’s es demasiado tradicional para usted?

–Field’s tiene cien años de tradición a sus espaldas –respondió ella– y eso debería contar a su favor, pero también es una debilidad porque los clientes más jóvenes lo ven como un sitio anticuado, el centro comercial en el que compran sus padres y sus abuelos.

–¿Y cómo despertaríamos el interés de los jóvenes?

En realidad, estaba despertando el interés de Jordan. Sus comentarios eran los mejores que había escuchado en todo el día, sus criticas eran constructivas y estaba dando razones para defender su punto de vista. Razones en las que él mismo había pensado.

–A mí podría interesarme este centro comercial si, por ejemplo, hubiese anuncios visibles sobre una nueva marca, más moderna. Entonces sentiría la tentación de entrar. Si venden lo que quiero a un precio sensato y la oferta es lo suficientemente atractiva como para que no compre en mi tienda habitual.

Era una explicación sin fallos, debía reconocer Jordan.

–Y también haría cambios en la página web. Tienen que modernizarla.

–Sí, eso es cierto –asintió Gina.

–¿Tienen una base de clientes online?

–No, por el momento no. ¿Qué cree que deberíamos cambiar?

Ese fue el momento en el que los ojos de Alexandra se iluminaron. De repente, parecía llena de entusiasmo.

–Creando foros de opinión, por ejemplo. Podrían invitar a los clientes a dar su opinión. Y deberían contratar publicidad de otras empresas si quieren clientes más jóvenes.

Alexandra empezó a dar ejemplos prácticos de otras empresas con una base de clientes por Internet y Jordan miró su currículum de nuevo. En su último trabajo había sido responsable de marketing online, de modo que sabía muy bien de qué estaba hablando.

–Gracias, señora Bennett. Yo no quiero hacer más preguntas –dijo Harry–. ¿Hay alguna pregunta que usted quiera hacernos?

–No, por el momento no –respondió Alexandra, con una sonrisa amable. No era una sonrisa de triunfo. Estaba claro que no daba por sentado que fuera a conseguir el puesto.

–Gracias, señora Bennett –dijo Gina–. Si no le importa esperar fuera unos minutos…

–No, claro que no.

Jordan la miró mientras salía de la sala de juntas. Diez años antes había sido una chica dulce y tímida de belleza escondida, pero en aquel momento era una mujer elegante y segura de sí misma que llamaría la atención de muchos hombres. La suya, por ejemplo. Pero le molestaba que pudiera provocar esa reacción después de tanto tiempo y trabajar con ella lo volvería loco.

–Es la mejor de todos los que hemos entrevistado –empezó a decir Harry.

–Opino lo mismo –dijo Gina–. Entiende el negocio mejor que los demás y tiene buenas ideas.

Jordan no tenía espacio para maniobrar. Si no la hubiera conocido antes opinaría lo mismo que ellos, pero la conocía. Y ese era el problema.

–Debo deciros que hay un conflicto de intereses, uno que yo desconocía antes de la entrevista.

Gina frunció el ceño.

–¿Qué quieres decir?

–Que conocí a la señora Bennett cuando estaba en el instituto… con otro nombre.

Harry frunció las cejas.

–Ninguno de los dos ha dicho nada.

Era cierto, ninguno de los dos había reconocido conocer al otro… por las misma razones, pero eso no pensaba contarlo.

–Una entrevista de trabajo no es el mejor momento para saludarse.

–Pero aquí no dice que estudiasteis en el mismo instituto –comentó Harry, mirando el currículum.

–En realidad, nos conocimos en una fiesta. Yo estaba en la universidad entonces.

–Pero no teníais una gran amistad, ¿no?

Tenían algo más que eso, pensó Jordan. Habían estado enamorados y la había dejado embarazada, pero cuando su madre se negó a pagar el dinero que le pedía Sandra, ella había interrumpido el embarazo sin decirle nada. Ni siquiera le había dicho que estuviese embarazada.

Estuvo buscándola durante semanas y cuando por fin la encontró se quedó desolado al saber que estaba casada con otro hombre. Estaba claro lo poco que le había importado, pero tampoco eso iba a contárselo a Harry y Gina. Era algo de lo que no hablaba nunca, con nadie. Había enterrado el dolor que sintió entonces y se quedaría enterrado para siempre.

–Ella es lo que necesitamos –dijo Gina–. Conoce bien el negocio y ha sido la única que ha preguntado por el presupuesto para la promoción.

Jordan no podía negarlo, ¿pero cómo iba a lidiar con Alexandra todos los días?

–¿Tuviste algún enfrentamiento con ella o algo así? –le preguntó Harry.

Alexandra había sido su primer amor y había creído que pasaría el resto de su vida con ella.

Qué estúpido había sido. Claro que casarse con una amiga de toda la vida, alguien de su círculo, también resultó ser un fracaso. Las relaciones sentimentales no eran lo suyo, estaba claro.

–¿Jordan? –escuchó la voz de Harry.

Él emitió un murmullo, sin saber cómo explicar la situación.

–Pasara lo que pasara, los dos erais muy jóvenes y la gente cambia –dijo Gina.

Jordan no estaba tan seguro de eso. Alex, que entonces era increíblemente ambiciosa, había esperado que un hijo le diera entrada en su mundo y estaba seguro de que eso no habría cambiado.

–Vamos a repasar a todos los candidatos, a ver a quién llamamos para la segunda entrevista.

Cuando estaban terminando de elegir, su ayudante llamó a la puerta.

–Siento interrumpir, señor Blake, pero me temo que esto no puede esperar.

–Ve, Harry –dijo Jordan–. Tú también, Gina. Yo me encargo de esto.

–¿Estás seguro? –le preguntó Harry.

–Claro que sí.

De ese modo podría hablar con Alexandra a solas y descubrir cuáles eran sus intenciones.

En cuanto sus colegas salieron de la sala de juntas, Jordan habló con los candidatos por el orden en el que habían sido recibidos. Pidió a tres de ellos que volvieran a una segunda entrevista y se disculpó con los demás. Y luego llegó el momento de hablar con Alex.

 

* * *

 

Alexandra había estado a punto de marcharse sin hacer ruido para no tener que soportar que Jordan la rechazase, pero eso hubiera sido una cobardía y ella no era una cobarde. Además, hablar con él sería interesante para su próxima entrevista de trabajo. Aun así, tenía los nervios agarrados al estómago cuando entró en la sala de juntas.

–Señora Bennett… –Jordan la miró de arriba abajo.

Estaba claro que iba a decirle que no.

–Podría haberme enviado la respuesta a través de la agencia. No tenía que hacerlo personalmente.

–No, en realidad ha pasado a la segunda entrevista –Jordan le entregó un sobre–. Este es un resumen de la situación que queremos que estudie para discutirla mañana.

Eso fue tan inesperado que Alexandra se quedó callada. ¿Iba a darle una oportunidad?

–No esperaba verte aquí –dijo Jordan entonces, tuteándola por primera vez.

–Yo no sabía que tú trabajases aquí.

–Tú sabes muy bien quién es mi familia.

Ella frunció el ceño.

–No, solo sabía que era una familia adinerada.

Una familia completamente diferente a la suya. La primera planta del edificio del apartamento de sus padres cabría en el salón de los Smith.

–Deja que te refresque la memoria: mi bisabuelo abrió la primera tienda, mi abuelo y mi padre la convirtieron en un centro comercial.

De modo que aquel era el negocio de la familia Smith.

–Y ahora tú eres el presidente, claro. Pero si es el negocio familiar, ¿por qué se llama Field’s?

–Field era el segundo nombre de mi abuelo.

Con una herencia así, casi podía entender por qué Vanessa Smith la había acusado de ser una buscavidas cuando fue a pedirle ayuda; una acusación que todavía hacía que le hirviera la sangre por injusta.

–Hablando de nombres –empezó a decir Jordan– he notado que tú has cambiado el tuyo.

¿Era una manera de preguntarle si estaba casada? No podía hacerlo porque la legislación laboral impedía ese tipo de preguntas en una entrevista de trabajo. Por otro lado, no le iría mal que pensara que estaba casada. Por si acaso tenía la errónea impresión de que quería algo más que un puesto de trabajo.

–Es mi apellido de casada, sí.

Y lo había mantenido después del divorcio, pero eso no iba a decírselo.

–Incluso tu nombre es diferente. Yo te conocía como Alex.

Entonces era otra persona, una ingenua que creía haber encontrado a su alma gemela a los diecisiete años. Pero la realidad era que el apuesto príncipe se convirtió en rana.

Ella se encogió de hombros, mostrando una frialdad que no sentía.

–Xandra es un diminutivo de Alexandra.

–Y pega más con una directora de marketing.

–¿Eso es un problema?

–No, no. Pero les he contado a Harry y Gina que nos conocemos.

Sí, la había conocido, en el sentido bíblico.

–¿Y bien?

–Les has gustado.

Pero estaba dejando bien claro que a él no le gustaba.

Y, sin embargo…

Aquel hombre había demostrado años atrás no tener integridad. La había abandonado cuando más lo necesitaba. ¿Cómo podía encontrarlo atractivo?

–Si te ofreciéramos el puesto, ¿lo aceptarías?

Si esa era su manera de pedir perdón, pensó Alexandra, era muy poco y demasiado tarde.

Pero ser la directora de marketing de un centro comercial como Field’s sería la oportunidad de su vida. Si dijera que no por despecho estaría cometiendo un gravísimo error.

–Lo tomaría en consideración, por supuesto. Para eso he venido a la entrevista.

–Pero tendrías que trabajar conmigo.

–¿Eso es un problema para ti?

Jordan la miró a los ojos.

–No si no es un problema para ti.

En otras palabras, podría funcionar si no hablaban de lo que había ocurrido diez años antes. ¿Podría hacerlo, por su propio bien?

Alexandra respiró profundamente.

–Eso depende de lo que me ofrezcas.

Más o menos lo que le había dicho a su madre, pensó Jordan.

Alexandra podía tener un aspecto y un nombre diferentes, pero seguía siendo la misma persona.

–Eso depende de lo que tú puedas ofrecer a la empresa. Nos veremos mañana a las tres.

–Aquí estaré.

Jordan tendría que esperar que entonces mostrase quién era en realidad y que Harry y Gina la rechazasen.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

–Es ella –dijo Harry al día siguiente, cuando Alexandra salió de la sala de juntas después de la segunda entrevista–. No hay ninguna duda.

–Me gustan sus ideas para la nueva tarjeta del centro comercial y también su presentación y su entusiasmo –añadió Gina–. Le dimos la información ayer, de modo que ha debido trabajar toda la noche. Yo creo que podría ser estupenda para Field’s. Al consejo de administración le encantará.

A Jordan no se le ocurría una sola razón para llevarles la contraria porque era cierto. Aunque odiaba admitirlo, Alexandra era la persona más cualificada para el puesto. Tal vez esa enorme ambición suya podría ser beneficiosa.

–Vamos a llamarla para darle la buena noticia.

 

 

La expresión seria de Jordan le confirmó lo que había temido: no iban a darle el puesto. No le sorprendía, claro, pero con un poco de suerte le dirían qué había hecho mal en la presentación y así podría mejorarla para otra entrevista.

Qué tonta había sido arriesgándose a que Jordan pudiese rechazarla por segunda vez…

–Siéntese, señora Bennett. Bienvenida al equipo.

¿Le habían dado el puesto?

La sorprendió de tal modo que se quedó sin palabras.

–El señor Blake le explicará los detalles.

–Gracias.

–¿Quiere hacer alguna pregunta, señora Bennett? –intervino Harry.

–Por el momento, solo una: ¿el trato aquí es siempre tan formal? Yo estoy acostumbrada a llamar a la gente por su nombre de pila.

Jordan la miró, perplejo. ¿Ya estaba poniendo pegas?

Muy bien, le haría creer que había ganado esa batalla porque en realidad daba lo mismo.

–No, no lo es. Puedes llamarme Jordan.

–Jordan –repitió ella.

Era la primera vez que pronunciaba su nombre en una década y Jordan sintió que le ardía la cara al recordar un tono completamente diferente… cuando gritaba su nombre al llegar al clímax.

Qué tonto había sido. No solo había ganado esa ronda sino que lo había dejado sin palabras. Tenía que salir de allí antes de hacer alguna estupidez.

–Me temo que debo irme –murmuró, mirando el reloj–. Gracias por su tiempo, señora… Xandra. Harry, ¿te importaría hablar con los demás candidatos?

–No, claro que no.

Jordan salió de la sala de juntas sin mirarla y cuando llegó a su despacho se dejó caer sobre el sillón, abrumado. ¿Cómo iba a soportar tenerla de nuevo en su vida?

Muchas duchas frías, pensó. Y esperaba que el agua fría despertase su sentido común porque aquella mujer era intocable, por mucho que su cuerpo le dijese otra cosa.

 

 

Una semana después, Alexandra entraba en Field’s.

Desde ese día, aquel era su lugar de trabajo y pensaba cambiarlo de arriba abajo. Haría que Field’s vendiese productos de última generación sin olvidar la tradición, aumentaría el número de clientes y hasta conseguiría que salieran en las noticias.

Estaba deseando empezar.

Alex sonrió mientras metía su tarjeta en la puerta de seguridad que llevaba a la zona de oficinas.

Harry la esperaba para presentarle a los directores de cada departamento, pero Jordan no estaba por ningún lado y no sabía si sentirse aliviada o molesta. ¿Estaba evitándola deliberadamente? Bueno, tarde o temprano tendrían que verse y ella haría lo posible para que no tuviera ninguna queja de su trabajo.

 

 

Un par de días después, Jordan estaba haciendo su ronda habitual por las tiendas, no tanto para vigilar a los empleados como para ser un jefe visible y comprobar si había problemas de los que pudiera encargarse, cuando sintió un cosquilleo extraño en la nuca.

Al darse la vuelta, vio a Alexandra a unos metros. Seguía sin poder pensar en ella como Xandra, pero tampoco debía pensar en ella como Alex.

Llevaba otro traje de chaqueta que le destacaba las curvas y esos zapatos de tacón alto que le estilizaban las piernas y estaba charlando con una de las dependientas de perfumería.

Como si notase que estaba mirándola, ella se volvió en ese momento y sus miradas se encontraron. Alexandra sonrió tímidamente y, por un momento, Jordan se vio transportado al pasado, cuando tenía diecinueve años y la vio en una fiesta.

Ella le había sonriendo de ese modo entonces, con sus enormes ojos castaños escondidos detrás de unas gafas.

Y lo había enganchado por completo. Tenía que recordar eso. Su timidez había sido una farsa.

Pero no volvería a engañarlo.

 

 

A finales de semana, Alexandra estaba completamente segura de que Jordan intentaba evitarla. Pero su cuerpo parecía haber creado un radar que le decía dónde estaba en todo momento y era irritante estar pendiente de él.

Si era sincera consigo misma, debía reconocer que la antigua atracción seguía ahí, pero tendría que controlarla porque no pensaba cometer los errores del pasado. Jordan Smith había sido el primer error de su vida y su matrimonio con Nathan le había demostrado que no tenía buen juicio en lo que se refería a los hombres y, a partir de ese momento, su carrera se convirtió en lo más importante. Lo único importante. Al menos su carrera no iba a defraudarla, ni a controlarla o hacer que se sintiera mal consigo misma.

Aunque Jordan era el presidente de Field’s, ella pensaba hacer muchos cambios y eso significaba que tendrían que hablar, trabajar juntos, discutir sus planes. Y como él no iba a dar el primer paso, tendría que hacerlo ella.

El viernes por la tarde la mayoría del personal se había ido a casa, pero ella sabía que Jordan seguiría en su despacho. Trabajaba más que nadie, tanto que ningún matrimonio lo resistiría.

Aunque no era cosa suya. A ella no le importaba que Jordan Smith estuviera casado o no, lo importante era que podrían hablar a solas.

Como imaginaba, estaba delante del ordenador. Nunca lo había visto con gafas y, no sabía por qué, eso la hizo contener el aliento. Tenía un aspecto tan inteligente y sexy con esas gafas.

Como jefe parecía una persona razonable y todos aquellos con los que había hablado decían maravillas de él, pero en lo que se refería a cuestiones personales no era ni razonable ni de confianza… ella tenía las cicatrices que lo demostraban. Cicatrices que solo vería un médico, pero que estaban allí.

Las físicas habían curado tiempo atrás y había aprendido a vivir con las emocionales porque no tuvo más remedio que hacerlo.

Después de aclararse la garganta, Alexandra llamó a la puerta con los nudillos.

–¿Necesitas algo?

–Había pensado que te gustaría saber lo que he preparado para la semana que viene.

Jordan se encogió de hombros.

–Es tu trabajo y confío en ti.

Considerando que no había querido darle el puesto, Alexandra no lo creía.

–De todas formas, me gustaría contártelo porque creo en la buena comunicación –le dijo, ofreciéndole una carpeta.

–Podrías enviármelo por correo o dárselo a mi ayudante.

–Lo recordaré para el futuro –asintió Alexandra antes de darse la vuelta.

Jordan estuvo a punto de llamarla. A punto, pero hasta que lograse inmunizarse contra esos preciosos ojos castaños tenía que mantener las distancias.

Y leyó el informe en lugar de dejarlo para más tarde.

Había un conciso sumario dividido en secciones, con cifras que apoyaban sus recomendaciones. Era tan inteligente como recordaba y se le daba bien trabajar en equipo, pensó.

Todas las tiendas del centro comercial estaban incluidas en el informe: hogar, jardinería, moda, belleza, juguetería, cocina, informática, deportes. Quería crear secciones en la página web dando consejos sobre cómo elegir una lámpara o apuntarse a una clase de maquillaje en la sección de cosmética. Era exactamente lo que Harry y Gina habían dicho que sería: un beneficio para la firma.

¿Entonces por qué se sentía tan nervioso estando con ella?

Como no quería saber la respuesta a esa pregunta, le envió un email:

 

Hablaré con el consejo de administración para recomendar que aprueben tus sugerencias.

 

J. S.

 

Muy formal, pensó. Así podría seguir con lo que estaba haciendo antes de que ella torpedease su concentración.

Más fácil decirlo que hacerlo, pensaba Jordan al día siguiente, cuando vio Alexandra sobre una escalera en el departamento de juguetería.

–¿Se puede saber qué estás haciendo?

–Colocando un cartel para publicitar la primera sesión de cuentacuentos –respondió ella–. ¿Tú qué crees que hago?

–Poner tu vida en peligro, por ejemplo. ¿Por qué no le has pedido a Bill o a alguien más alto que lo hiciera?

–Bill está ocupado y quería colocar el cartel lo antes posible. Los niños se han esforzado mucho…

–¿Qué niños?

–Los alumnos de mi amiga Meggie. Ellos han hecho este cartel.

¿Meggie? Jordan recordaba a Meggie, su mejor amiga. Diez años antes, le había dicho que Alex se había casado con alguien que la trataba bien y que él podía irse a paseo. O algo parecido.

–Ya veo.

Pero también veía el cartel anunciando el cuentacuentos el lunes a las 10 de la mañana en letras grandes, recortadas y pintadas de colores. Los niños se habían esforzado mucho para hacerlo bien.

Niños como el que podían haber tenido Alex y él…

Jordan hizo una mueca.

–¿Quieres bajar de ahí antes de que te caigas?

–No me voy a caer.

¿Con traje de chaqueta y zapatos de tacón? No pensaba arriesgarse.

–Baja de una vez, ya lo colgaré yo.

–Muy bien, gracias.

Jordan tuvo que apartar la mirada de sus piernas mientras bajaba precariamente por la escalerilla sujetando el cartel para dárselo a él. Estaba terminando de colgarlo cuando vio que ella tenía una cámara de fotos en la mano.

–¿Qué haces?

–Tomando una foto para la página web.

–¿Una foto mía?

–Quiero demostrar que el presiente de Field’s se interesa personalmente por todos los aspectos del centro. Pero te dejaré ver la foto antes de publicarla… tal vez –Alexandra sonrió, burlona.

Jordan estaba a punto de replicar cuando ella le preguntó:

–¿Te importaría colocarlo un poquito más recto?

Él lo hizo y se volvió para mirarla con expresión interrogante.

–Ah, mi héroe.

–No te pases –le advirtió Jordan.

Pero Alexandra se limitó a pestañear.

Solo tenía que pestañear y le daban ganas de tomarla por los hombros y…

Besarla.

No, no podía ser.

–No vuelvas a arriesgarte tontamente –le advirtió.

–No, señor –asintió ella, haciendo un saludo militar.

Jordan tuvo que hacer un esfuerzo para aguantar la provocación, pero volvió a su despacho sin decir nada.

Más tarde, le llegó un correo con una fotografía de él subido a la escalera y una nota de Alexandra:

 

Voy a usar esta. Si no me respondes en una hora, supondré que te parece bien.

 

Jordan fue directamente a su despacho.

–¿Dónde piensas poner la fotografía?

–Aquí –respondió ella, señalando la página web.

–¿Y si yo dijera que no?

–Esa fotografía demuestra que tienes un interés personal por Field’s. Todas las madres querrán venir por si acaso se encontrasen contigo, así que estarás generando clientes. Además de lazos con la comunidad, ya que el colegio de la zona ha hecho el cartel usando material de Field’s. ¿Por qué ibas a decir que no a una campaña de publicidad tan buena y tan barata?

Jordan no respondió porque tenía razón.

–Muy bien, pero la próxima vez cumple con las normas de seguridad en el trabajo.

Ella puso los ojos en blanco.

–No pienso tener un accidente y denunciar a Field’s ni nada parecido.

–Bueno, da igual –dijo Jordan, molesto porque Alexandra seguía inquietándolo de ese modo absurdo–. Si me perdonas, tengo cosas que hacer.

Y luego salió del despacho como alma que lleva el diablo.

 

 

El lunes por la mañana, Jordan se dirigió al departamento de juguetería. Era el día del cuentacuentos y Alexandra había conseguido convencer al presentador de un programa de niños para que hiciese los honores, pero el hombre estaba en cama con gripe, de modo que tuvo que hacerlo ella.

Jordan se quedó detrás de la gente, mirándola. Estaba sentada en una silla diminuta, con un montón de niños a su alrededor, leyendo un cuento. Tenía una voz preciosa y no le sorprendía que los niños estuvieran pendientes de sus palabras.

Entonces, de repente, la imaginó señalando los dibujos del cuento con su hijo sobre las rodillas…

Su hijo tendría diez años. ¿Habría sido niño o niña? ¿Hubieran tenido más? Tal vez un niño de ojos azules y pelo oscuro o una niña de ojos castaños y enorme sonrisa…

Jordan se enfadó consigo mismo por pensar esas tonterías. Era absurdo reinventar el pasado y, además, él no tenía intención de formar una familia por el momento.

En silencio, intentando no llamar la atención, se dio la vuelta para ir a su despacho.

Alexandra estaba haciéndolo perfectamente y no necesitaba supervisión.

Aunque volvió después, cuando estaba terminando de contar el cuento, con una cámara de fotos. Ella no era la única que tenía ideas.

–Te he visto con la cámara –Alexandra se acercó cuando las mamás empezaban a marcharse.

Él se aclaró la garganta.

–No creo que nadie haya echado de menos al presentador. Lo has hecho muy bien.

–Gracias. Otros compañeros se han apuntado a leer cuentos. Es estupendo, ¿no?

–¿Esperas que yo lo haga también?

–Podría ser.

Alexandra sonrió y Jordan se fijó en el hoyito que se le formaba en la mejilla. ¿Cómo podía haberlo olvidado? Le daban ganas de tocarlo, de inclinar la cabeza para buscar sus labios y besarla hasta que los dos estuvieran mareados.

–¿Jordan?

–Ah… perdona –se disculpó él, furioso consigo mismo–. Estaba pensando en otra cosa.

–Ya sé que estás muy ocupado, pero si algún día quieres leer un cuento…

–Lo pensaré –la interrumpió él.

De nuevo, Jordan pensó en el niño que no habían tenido.

¿Por qué pensaba en eso? Desde la ruptura de su matrimonio se había olvidado de todo para concentrarse en Field’s. No había querido pensar en otra cosa y menos en una familia.

–¿Cómo se te ocurrió el cuentacuentos?

–Gracias a la señorita Shields, mi profesora de primaria. Solía leernos unas cuantas páginas cada día y me prestaba cuentos que me encantaban. Lo recuerdo como un tiempo mágico –respondió ella–. ¿Tus padres te leían cuentos?

–Uno cada noche –respondió él. Pero no eran sus padres sino la niñera. Sus padres estaban ocupados y no tenían tiempo para eso.

–¿Y tú lees a tus hijos?

–No tengo hijos, pero a ti se te da muy bien. Imagino que tú sí lees a los tuyos.

Le pareció que ella hacía una mueca, pero no podía estar seguro.

–Leo a mis ahijados. Meggie tiene dos niños. Perdona, imagino que estás ocupado y yo tengo que arreglar todo esto. Gracias por la foto, imagino que quedará bien en la página –dijo ella entonces.

Y luego prácticamente salió corriendo.

Capítulo Tres

 

 

 

 

 

Jordan no pudo dejar de pensar en ella en toda la tarde.

Alexandra no tenía hijos. ¿Por qué?

¿Se sentía culpable por haber interrumpido un embarazo a los dieciocho años o su marido no quería tenerlos?

Alex estaba casada y Jordan no era de los que mantenían relaciones con mujeres casadas. Y aunque fuera así, Alexandra era empleada suya, de modo que no había nada que hacer. ¿Cuántos romances en la oficina acababan en lágrimas? Además, ella había destruido su confianza diez años antes.

No, lo que tenía que hacer era establecer una relación profesional con ella y olvidar el pasado. Sencillamente.

El martes por la noche, Jordan estaba trabajando hasta tarde, como era su costumbre, pero cuando fue a la cocina a hacerse un café vio luz bajo la puerta del despacho de Alexandra. También ella trabajaba hasta tarde, de hecho era algo habitual.

¿Estaba intentando demostrar que habían hecho bien contratándola? ¿O tenía mucho trabajo?

Jordan llamó a la puerta antes de asomar la cabeza en el despacho.

–¿El señor Bennett no tiene nada que decir sobre las horas que trabajas?

Ella se encogió de hombros.

¿Era tan ambiciosa que ponía su carrera por delante de su matrimonio?, se preguntó.

–¿La señora Smith no tiene nada que decir sobre las horas que trabajas tú?

Jordan sonrió.

–No he venido para pelearme contigo, solo para decirte que voy a hacer café, por si te apetecía una taza. Además, no espero que mis empleados trabajen tantas horas como yo.

–En realidad, lo estoy pasando bien. Me gusta lo que hago.

Jordan miró su mano derecha y vio que no llevaba alianza. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?

–Supongo que debería contarte que ya no hay señor Bennett –dijo Alexandra, como si hubiera leído sus pensamientos–. Bueno, existe, pero ya no estamos casados.

¿Estaba divorciada?

Por un momento, Jordan olvidó respirar. Pero estaba intentando establecer una relación profesional con ella, de modo que tal vez también él debería ser sincero.

–Tampoco hay una señora Smith.

Se habían divorciado y ella había vuelto a casarse.

–Vaya, lo siento.

–Lo mismo digo.

Estaban siendo amables el uno con el otro por primera vez y Jordan debía admitir que le gustaba.

La luz del fluorescente marcaba dos oscuras sombras bajo sus ojos. La recordaba así diez años antes, cuando estudiaba sin parar.

–¿Cuándo has comido por última vez?

Ella parpadeó, sorprendida.

–¿Qué?

–Son casi las ocho y llevas aquí más de doce horas. ¿Has almorzado?

–Sí… claro.

Jordan detectó cierta vacilación y eso le dijo que había acertado.

–¿Un sándwich mientras trabajabas?

Alexandra se encogió de hombros.

–Tenía muchas cosas que hacer.

Era cierto. No estaba pasándolo mal, estaba priorizando tareas porque tenía muchas ideas. Él haría lo mismo en su lugar.

–Si no te tomas las cosas con calma, acabarás quemándote –le advirtió Jordan–. En Field’s cuidamos de nuestros empleados.

–Todo el mundo parece contento de trabajar aquí.

–¿Le has preguntado a los empleados si estaban contentos?

–No lo he preguntado directamente, pero sé que están contentos por cómo se comportan. Tienen entusiasmo, están llenos de ideas. Deberías ver cómo está quedando la página web.

–¿Por qué no me lo cuentas mientras cenamos?

–¿Cenar juntos?

Jordan apartó de su mente la idea de un restaurante con mantel de damasco y velas sobre la mesa. La suya era una relación profesional. No iban a retomar lo que habían roto diez años antes.

–Yo tengo que cenar y tú también, de modo que podríamos aprovechar para hablar de trabajo.

Alexandra se encogió de hombros.

–Iba a parar en diez minutos para irme a casa y hacerme una tortilla francesa.

–Una tortilla francesa no estaría mal.

–No recuerdo haberte invitado.

Jordan exhaló un suspiro.