Pinocho con botas - Luigi Malerba - E-Book

Pinocho con botas E-Book

Luigi Malerba

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Beschreibung

Al final del capítulo 35, Pinocho estaba nadando en el mar. Espantado con la idea de convertirse en niño bueno y obediente, decide salirse de su cuento y empezar una nueva historia.

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LUIGI MALERBA

ilustrado porDAMIÁN ORTEGA

traducciónFABIO MORÁBITO

Primera edición en italiano, 1988Primera edición en español, 1992Segunda edición, 1995Primera edición electrónica, 2016

Editor: Daniel GoldinDiseño: Arroyo+CerdaDirección artística: Rebeca CerdaDiseño de portada: Joaquín Sierra

© Luigi Malerba EstateTodos los derechos son manejados por AgenziaLetteraria Internazionale, Milán, Italia© 1988, Arnoldo Mondadori Editore, Milán

Título original: Pinocchio con gli stivali

D. R. © 1992, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-3449-8 (ePub)

Hecho en México • Made in Mexico

Índice

Pinocho con botas

Versión teatral

Pinocho con botas

♦ AL FINAL del capítulo treinta y cinco, Pinocho estaba nadando en el mar, remolcando en sus hombros a su papá Gepeto. El mar estaba tranquilo, la luna brillaba, el Tiburón dormía y Pinocho nadaba. Y pensó, mientras nadaba, que no quería entrar en el capítulo siguiente, o sea, en el último, porque ahí se convertía en un muchacho bueno y obediente, y eso a Pinocho, títere travieso, le parecía insoportable. Pero tampoco podía abandonar en medio de las olas a su viejo papá, que no sabía nadar. Travieso y todo, no tenía el valor de hacer una canallada así.

De manera que en el capítulo treinta y seis llegó, con la ayuda del Delfín, a la playa junto con Gepeto, se alojó en la hermosa choza de Pepe Grillo y empezó a trabajar para Giangio el hortelano. Una noche, después de armar dieciséis canastas de mimbres, Pinocho se durmió y mientras dormía, o sea, en el sueño, se le apareció el Hada Madrina, que le soltó un largo discurso para que dejara de ser travieso y se volviera un muchacho bueno. Y Pinocho se echó a correr, dejando plantados al Hada y al sueño.

—A mí me encanta ser un títere y no quiero volverme un muchacho bueno ni malo —se dijo Pinocho mientras caminaba por el campo con sus piernas de madera que hacían tric trac.

Pero ahora no sabía adónde ir. Hubiera hecho cualquier cosa, excepto buscar trabajo, pues había descubierto que trabajar era fatigoso. Más bien le hubiera gustado actuar, cantar y bailar, como le corresponde a un títere, y entonces se le ocurrió que lo mejor era buscar un lugar en otra fábula, puesto que acababa de abandonar la suya.

A fuerza de caminar con sus piernas de madera que hacían tric trac, Pinocho llegó al bosque y encontró al Lobo, quien estaba esperando a Caperucita Roja, que estaba retrasada.

Cuando vio llegar a Pinocho en lugar de Caperucita Roja, el Lobo se quedó de una pieza:

—¿Qué andas haciendo tú por aquí?

—Paseaba por el bosque, no más, así que pensé venir a saludarte. Podemos charlar un rato si quieres.

—Tengo que hacer —dijo el Lobo.

—¿Puedo ayudarte en algo?

—No, mejor vete. Tengo una cita.

—¿Con Caperucita Roja?

—Si lo sabes ¿por qué me lo preguntas?

—Porque puedo esperarla en tu lugar, si no te molesta.

El Lobo se rio con una risa lóbrega.

—¿Y tú qué tienes que ver con Caperucita Roja? No sabrías qué hacer ni qué decir cuando estuviera aquí.

—Te equivocas. La fábula de Caperucita Roja me la sé de memoria. La conozco tan bien que por hoy podría tomar tu lugar; así descansas.

El Lobo lo miró pérfidamente.

—¡A ver, si no entendí mal, quieres entrar en mi fábula y remplazarme!

—Para empezar, la fábula no es tuya, es de todos —dijo Pinocho.

—¡Pero el Lobo soy yo!

El Lobo volvió a reírse tenebrosamente y Pinocho comprendió que no tenía ninguna gana de cederle su papel en la fábula de Caperucita Roja. Pero hizo otro intento, por las dudas.

—Tú eres el Lobo, está bien, pero lo que te propongo es que justamente me dejes hacer el papel del Lobo, sólo por una vez. Después te dejo en paz.

—¡Y pretendes hacer de Lobo con esa cara! ¡Con esa nariz!

—Tú tienes una nariz casi tan larga como la mía.

El Lobo enroscó la nariz y mostró sus dientes afilados como clavos.

—Se me ocurre una cosa —dijo Pinocho—, me dejas hacer el papel de Caperucita Roja y no discutimos más.

—¡Pero a Caperucita Roja yo me la como!

Pinocho se echó a reír.

—¿Qué tiene de cómico? —preguntó el Lobo.

—Adelante, pues, me dejo comer.

—¿Y yo debería comerme a un títere de madera? Si has venido a tomarme el pelo es mejor que te largues, y rápido.

Pinocho no se movió.

—Si no te puedo comer —dijo el Lobo—, ¡puedo reducirte a pedacitos con un zarpazo!

Amenazante, el Lobo levantó la pata, y Pinocho dio un salto hacia atrás, pero no se fue.

—Hice mal en hablar contigo —dijo Pinocho—, la fábula donde tú sales lleva el título de Caperucita Roja porque es ella la protagonista, es ella quien manda. Voy a hablar con Caperucita Roja.

—Escucha —dijo el Lobo—, la fábula llevará el título de Caperucita Roja,