Placer en el paraíso - Natalie Anderson - E-Book

Placer en el paraíso E-Book

Natalie Anderson

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Beschreibung

Unidos por los negocios y seducidos por el placer. Emerald Jones era tal y como Javier Torres recordaba de su única noche de pasión, pero el despiadado inversor no tenía tiempo de hacerse el amable. Había vuelto a las islas Galápagos por trabajo. Por sorprendente que le resultara descubrir que Emmy seguía allí, lo fue aún más su secreto… Lo único que Emmy quería era que Javier le prometiese que no iba a desaparecer de la vida de su hijo como había desaparecido de la de ella. Javier había insistido en que pasasen unos días en su yate privado, pero era un lugar demasiado íntimo… y Emmy no iba a poder evitar volver a caer en la tentación.

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Seitenzahl: 169

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Natalie Anderson

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Placer en el paraíso, n.º 2843 - abril 2021

Título original: Secrets Made in Paradise

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-344-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

JAVIER Torres ignoró el montón de papeles que tenía sobre el regazo y miró por la ventanilla del todoterreno para observar distraídamente cómo su chófer entraba en una tienda a comprar algunos refrigerios. Era última hora de la tarde, hacía un tiempo maravilloso y él debía haberse sentido como un rey. Estaba a las puertas del paraíso, en Santa Cruz, la más poblada de las islas Galápagos y, sin duda, uno de los lugares más aislados y fascinantes del planeta. Había ido a supervisar la remodelación del hotel en el que había invertido hacía poco tiempo. No obstante, en vez de sentirse satisfecho, tenía una sensación incómoda que lo estaba distrayendo. Por mucho que lo intentase, no podía evitar recordar lo ocurrido la última vez que había estado allí. Más en concreto, a la pelirroja a la que había devorado. Porque esa era la mejor palabra para describir lo que había ocurrido entre ambos. Se habían devorado el uno al otro con una intensidad que había atormentado después sus sueños, todas las noches desde hacía año y medio.

No había sido su primera aventura de una noche. En general, solo tenía aventuras de una noche. Todo lo contrario que ella, que aquella noche había hecho varias cosas por primera vez. Ella había estado de viaje, recién llegada de Australia, y en esos momentos podía estar en cualquier otro lugar del mundo. Ni idea de dónde. Al despertar a la mañana siguiente, ya no la había encontrado a su lado y él había tenido que volver a la parte continental de Ecuador a tiempo para tomar un vuelo que lo llevaría de vuelta a casa, en Nueva York.

El encuentro no debía haber ocurrido. A él no debía haberle importado. Pero había sido incapaz de olvidarlo. De hecho, los recuerdos lo habían atormentado de día y de noche, y habían tenido un terrible impacto en su vida sexual. De hecho, aquella era su época más extensa de abstinencia. Se decía que era porque tenía mucho trabajo, pero lo cierto era que, desde entonces, ninguna otra mujer lo había atraído. La situación era exasperante. Le habría venido bien una noche de placer físico y relajarse, pero la vuelta a la isla solo le había hecho recordar todavía más.

Entonces la vio saliendo de la tienda, fue una imagen completamente erótica, con aquella melena del color del sol y sus generosas curvas. Javier gimió. Tenía que ser producto de su atormentado cerebro, pero el caso es que se quedó inmóvil, sentado en el coche, admirando aquel espejismo. La primera vez que la había visto, saliendo del agua, ataviada con un bikini verde, ajena a él, le había parecido la imagen más sensual que había presenciado jamás. En esos momentos, se giró hacia una pareja joven que había salido de la tienda detrás de ella. Señaló hacia la carretera y la otra mujer le dio un teléfono. La pareja posó delante de la tienda mientras ella les tomaba una fotografía. Entonces, el chófer de Javier salió también, ella lo miró y él sonrió de oreja a oreja. Cómo no, era una mujer impresionante. Toda aquella interacción significaba que no se trataba de una alucinación. Javier sintió que el universo se detenía a su alrededor, dejó de parpadear y de respirar. Se le detuvo el corazón. La observó mientras echaba a andar, enfundada en unos vaqueros muy ajustados. Se le secó la boca. Llevaba una camisa de lino color caqui desabrochada y una camiseta de tirantes blanca debajo, y una cinta roja que recogía a duras penas su melena y enfatizaba los pómulos marcados y una piel salpicada de pecas. Javier sintió calor.

Su chófer abrió la puerta.

–Espere un momento, por favor –le pidió él con voz ronca.

La pelirroja sonrió todavía más y Javier se puso todavía más tenso mientras esperaba a descubrir a quién iba dedicado semejante recibimiento. Se tranquilizó al ver aparecer a una señora mayor con un bebé en los brazos, un pequeño de pelo moreno, sonriente, que alargaba los brazos hacia la pelirroja.

Javier volvió a escuchar ruidos a su alrededor mientras observaba la escena. Tomó aire mientras su cerebro se ponía de nuevo a funcionar y absorbía la escena, calculaba el paso del tiempo con precisión y llegaba a una conclusión terrible.

De repente, sintió pánico mezclado con horror. Porque estaba seguro de que aquella pelirroja era la mujer a la que había seducido meses atrás, Emerald, la dulce sirena de la playa. Y que aquel bebé era, sin duda, hijo de ella. Y también suyo.

Entonces se sintió culpable. El niño había nacido sin que él supiese nada. Porque Emerald no había podido encontrarlo. No había podido encontrarlo porque él ni siquiera le había dicho su verdadero nombre.

La observó, pero ya no vio las sensuales curvas de su cuerpo ni el maravilloso color de su pelo, sino que la camisa que llevaba puesta parecía vieja, que los pantalones estaban rotos, y que tenía ojeras. Y Javier se sintió todavía más culpable.

Él nunca había querido tener hijos. Ni casarse. Él mismo había sido un daño colateral de aquellas guerras íntimas. Así que, no, su vida estaba completa con su trabajo y sus viajes. No necesitaba ni deseaba relaciones estables ni responsabilidades emocionales. Y le parecía imposible ser un padre decente no habiendo tenido un buen ejemplo de ello. De hecho, no había tenido ningún ejemplo.

Nunca había querido que un pobre niño se sintiese rechazado y descuidado como se había sentido él. Y, sin embargo, eso era lo que había hecho con aquel niño sin querer. Aquello lo enfadó. Sintió la necesidad de protegerlo, de hacer las cosas bien. Apretó la mandíbula y contuvo la decepción que tenía consigo mismo. No era ningún héroe, pero le daría al niño lo que pudiese, en cuanto pudiese. Solo tenía que decidir cuál era la mejor manera.

 

 

Emerald Jones se miró el reloj. Faltaban menos de veinte minutos para reunirse con Luke. Solo había pasado una hora sin él, pero ya lo echaba de menos. Le resultaba muy duro pasar tanto tiempo trabajando en la tienda, aunque estaba muy agradecida a su jefa, Connie, que le había dado la oportunidad de conservar su dignidad y que adoraba pasar algo de tiempo con Luke por las tardes. El resto del tiempo, Emmy conseguía mantenerlo ocupado detrás del mostrador, aunque no sabía durante cuánto tiempo podría tenerlo allí, ya que el pequeño era muy curioso y se movía cada vez más. No obstante, aquel era un problema en el que ya pensaría en su momento. Entretanto iba sobreviviendo día a día.

Levantó la vista al ver entrar a alguien. Y se quedó de piedra.

El mundo se había tambaleado para ella dieciocho meses atrás y, en ese instante, se volvió a tambalear.

–¿Ramon? –susurró.

Los ojos marrones oscuros de este se clavaron en su alma. Ella se fijó vagamente en sus pantalones de lino oscuros, en la camisa blanca, remangada, pero fueron sus ojos los que la impactaron. Tembló de la cabeza a los pies. Le había ocurrido lo mismo la primera vez que lo había visto. Nunca alguien había llamado tanto su atención. Y eso había tenido consecuencias.

Había sido todo culpa de sus hormonas. Entonces recordó que, en realidad, no se llamaba Ramón. La había engañado. No le había dicho su verdadero nombre ni qué hacía allí, en la isla. Nada había sido real. La había utilizado.

Pero, al mismo tiempo, recordó todos aquellos secretos que había intentado enterrar durante meses. Había sido ella quien le había entregado su cuerpo, su virginidad. El momento le había parecido tan mágico que nunca lo había considerado un error, ni siquiera cuando había descubierto que él la había mentido. Además, aquel hombre le había dado lo mejor de su vida.

A Luke.

A su hijo.

Se sintió aterrorizada al pensar que aquel hombre se lo podía quitar todo como le había quitado la inocencia aquella noche. Se le aceleró el corazón de miedo. Se sintió culpable. Tenía que habérselo contado, tenía que contárselo, pero aquel no era el momento ni el lugar.

–Emmy –dijo él, sonriendo tensamente.

Ella parpadeó. No podía dejarse llevar por la atracción. Sobre todo, sabiendo la verdad. Porque se había enterado de que Ramón era en realidad Javier Torres, un inversor multimillonario, un playboy, un cretino.

Cuando se había enterado de su verdadera identidad, varios meses después del nacimiento de Luke, había decidido que no quería volverlo a ver. Su malherido corazón se había terminado de romper al enterarse de su falta de integridad. Porque Javier Torres no era solo un hombre que mentía con facilidad, sino también un hombre muy poderoso. Al principio, Emmy había estado demasiado enfadada para llamarlo, pero después había tenido miedo. Toda su niñez había sido una mentira. La habían engañado y había engañado ella también. Y Javier se pondría furioso cuando lo descubriese. Y cuando alguien se enfadaba, podía reaccionar de cualquier manera. Lo más importante en la vida era la integridad y la confianza y cuando estas se perdían no era fácil recuperarlas. Así que ella no podía permitir que otra persona deshonesta le destrozase la vida, aunque ella también hubiese tenido que comportarse mal para mantener las distancias. Porque no quería que a su hijo le ocurriese lo que le había ocurrido a ella.

No obstante, mientras su mente rechazaba a Javier, su cuerpo se sentía atraído por él. Lo había deseado durante meses, había estado en sus sueños noche tras noche, todas las noches desde que lo había conocido.

Se sintió culpable, pero pensó que tenía que proteger a su hijo.

–Ha pasado mucho tiempo… –se obligó a decir, sonriendo–. ¿En qué puedo ayudarte? ¿Necesitas algo?

–No –respondió él sin apartar la mirada de sus ojos.

Estaba todavía más guapo de lo que ella recordaba, aunque tenía ojeras y parecía más delgado. ¿Lo tendría estresado el trabajo?

Él la miró intensamente, como la había mirado la noche que la había seducido. Y ella se dijo que no podía permitir que la sedujese otra vez. Eso habría sido fallarse a sí misma y fallar a Luke.

–Demasiado tiempo, Emerald –le respondió él en voz baja–. ¿Por qué no cierras la tienda pronto? Podrías venir a dar una vuelta conmigo, para que nos pongamos al día.

–¿Qué? No, no puedo marcharme.

–¿No? Pensé que eras una mujer libre y espontánea.

Un sudor frío la empapó.

–Tengo trabajo –le contestó ella.

Y tenía a Luke, pero no podía decírselo.

Sintió náuseas. Iba a tener que decírselo. Ya debería haberlo hecho. Nada más descubrir su verdadera identidad, debía haberse puesto en contacto con él. Al fin y al cabo, había decidido que quería vivir de manera íntegra, que no quería seguir el camino de mentiras y engaños de su familia. No obstante, le había dado demasiado miedo su reacción. Ya le habían hecho daño antes y no quería sufrir. Además, no entendía que él le hubiese mentido acerca de su identidad.

–No esperaba encontrarte aquí –murmuró él–. Te imaginaba viajando por el mundo, pero supongo que has estado en las Galápagos todo este tiempo, ¿verdad?

–Sí –admitió ella, tragando saliva con nerviosismo.

–No sabía que trabajabas en la isla.

–No surgió el tema –le dijo ella, mirando hacia la puerta, consciente de que Connie volvería en cualquier momento con su hijo–. Lo siento, pero tengo que…

–¿Cuál es el verdadero motivo por el que no quieres venir a dar una vuelta conmigo, Emerald? –inquirió él.

–¿Qué quieres decir? Tengo que trabajar. Como ves, estoy sola aquí.

Entonces oyó la risa de su hijo. Y Connie apareció en la puerta con Luke en brazos. Emerald sintió que el mundo se tambaleaba, todo por su culpa. No había manera de hacer que Connie se diese la media vuelta, ni de esconder a Luke. Lo único que podía hacer era fingir durante los siguientes minutos y, después, hablar con Javier a solas y contarle la verdad. Tenía que haber ideado un plan meses atrás, pero había estado demasiado ocupada cuidando de Luke, sobreviviendo.

Esbozó una sonrisa e intentó fingir que no estaba ocurriendo algo terrible.

–Gracias, Connie –susurró–. ¿Puedes esperarme arriba un momento? Yo iré en cuanto pueda.

Connie se había quedado inmóvil, lo mismo que Luke, que debía de haber sentido algo extraño en el ambiente. Su jefa miró a Javier con curiosidad, pero, por suerte, no hizo ningún comentario.

–¿Quién es? –preguntó Javier en cuanto Connie hubo desaparecido por las escaleras.

–Mi jefa –respondió Emmy, obligándose a mirarlo a los ojos.

–Me refería al bebé –le explicó él.

Emmy se quedó en blanco.

–¿Cómo se llama? –le preguntó Javier en voz baja.

Ella siguió sin responder.

–¿Cómo se llama, Emmy? –insistió él.

Ella lo miró a los ojos, los mismos que los de su hijo.

–Se llama Luke.

–¿Y qué más? ¿Solo le has puesto un nombre?

Fue entonces cuando Emmy se dio cuenta de que Javier ya lo sabía. Ya sabía que Luke era suyo. Y se sintió paralizada por el miedo. ¿Desde cuándo lo sabía y qué había planeado? Porque era evidente que tenía algo en mente. No había entrado en la tienda por casualidad. Ella no supo qué contestar, solo supo que no podía confiar en él.

–Se llama Lucero Ramon Jones. ¿Verdad? –le dijo Javier.

–¿Has visto su partida de nacimiento? –le preguntó ella en un hilo de voz.

–Has dejado el nombre del padre en blanco.

¿Cómo era posible que hubiese visto la partida de nacimiento?

–¿Emerald?

–Tenía un buen motivo –le contestó ella por fin–. No sabía quién era el padre.

–¿No?

Javier inclinó la cabeza antes de seguir hablando.

–Ambos sabemos que las fechas encajan. Yo fui tu primer amante y le has puesto mi nombre.

Ella sintió calor.

–Le puse el nombre de un hombre que me mintió, que ni siquiera me dijo su verdadero nombre. Un hombre que no eres tú.

Aquel no se parecía en nada al hombre divertido, encantador, desenfadado y cariñoso al que había conocido. Javier Torres no era nada de eso.

Él guardó silencio.

–¿Y cómo me llamo, Emmy? –le preguntó por fin.

Y ella se dio cuenta de que se había delatado.

–Javier Torres.

Él asintió lentamente.

–Javier Ramon Torres.

Emmy cerró los ojos.

–¿Desde cuándo lo sabes? –continuó preguntándole él.

–Desde hace poco tiempo –le respondió ella, levantando la barbilla con valentía–. Desde que los medios de comunicación empezaron a hablar de la finca de los Flores.

La finca que ella le había enseñado, su lugar favorito en el mundo, su santuario. Había sido una ingenua al compartir algo tan especial con un extraño. La excitación y el deseo le habían hecho perder la cabeza. Y él había comprado la finca y la estaba convirtiendo en un hotel. Era un hombre de negocios despiadado.

–De eso hace meses –comentó él–. Y no te has puesto en contacto conmigo desde entonces.

–Me mentiste –le recordó ella.

–Al parecer, ambos hemos mentido. ¿Cómo es posible que me digas que no sabes quién es el padre?

–Durante meses no lo sabía.

–Podías haberte puesto en contacto conmigo cuando te enteraste.

Eso era cierto.

–No te conocía de nada, solo sabía que me habías mentido aquella noche –se defendió Emmy, desesperada–. No podía estar completamente segura de que el idiota del que hablaba el periódico era el hombre de aquella noche.

Eso tampoco era cierto, lo había reconocido nada más ver su fotografía.

–Lo has sabido nada más verme entrar aquí, pero has mandado al niño arriba.

–Porque estaba aterrada –admitió Emmy, fulminándolo con la mirada.

–¿Represento un peligro? ¿Para ti o para el niño? –le preguntó Javier–. ¿En base a qué? ¿Fui violento contigo aquella noche?

–No.

–Entonces, ¿qué he hecho para lastimarte? Si recuerdo bien, fuiste tú la que se marchó sin decir adiós.

El reproche hizo que Emmy se sintiese culpable.

–¿Por qué te marchaste tan temprano? –añadió él–. ¿Por qué no te despediste? ¿Tanto te arrepentías de lo ocurrido?

–No –murmuró ella, avergonzada.

–Podías haberme dejado una nota.

–¿Para qué? Pensé que eras un turista y que no volveríamos a vernos jamás –le contestó ella, sintiendo una mezcla de ira, culpa y tristeza.

La experiencia había sido mágica y no había querido estropearla a la mañana siguiente.

–De todos modos, tú tampoco tenías pensada una segunda cita. Estabas de paso.

–Lo mismo que tú. O eso me hiciste creer. Los dos mentimos.

Emmy negó con la cabeza.

–Yo no mentí.

–Por omisión.

–Pues a ti se te olvidó mencionar tu nombre real. Y tus intenciones.

–Pero tú me has ocultado la existencia del niño.

–No querías que supiese quién eras en realidad. Lo descubrí por casualidad varios meses después. Jamás habría accedido a pasar la noche contigo si hubiese sabido quién eras.

–Por supuesto que sí.

–¿Tan estupendo te crees?

Era alto y atlético, tenía una mente privilegiada y millones en el banco, pero no tenía integridad. Y, por lo tanto, no tenía valor en realidad.

–Tengo muchos recursos.

–¿Piensas que me importa tu dinero? –inquirió ella–. Si hubiese sido así, habría ido a buscarte nada más enterarme de quién eras. Jamás sospeché que podías ser un avasallador multimillonario que se dedica a comprar lo que le apetece para después destruirlo.

–¿Me estás hablando del hostal en ruinas?

–No estaba en ruinas.

–Me enseñaste un terreno maravilloso que pedía a gritos una buena inversión.

Ella no estaba de acuerdo. El terreno de Lucero había sido perfecto. Además, el anciano siempre había sido encantador con ella.

–Y tú aprovechaste la información en tu beneficio, pero a mí no me vas a comprar ni a mi hijo tampoco.

–También es hijo mío –le recordó él–. Han pasado dieciocho meses desde esa noche, Emmy. Y yo acabo de enterarme de su existencia. Tiene nueve meses. Me he perdido prácticamente el primer año de su vida. Eso es imperdonable. Estás en deuda conmigo.

Emmy se dio cuenta de que sus peores temores se estaban haciendo realidad. Javier iba a pelear. Estaba acostumbrado a conseguir siempre lo que quería y lo tenía todo de su parte: recursos, poder, privilegios. Ella solo tenía intuición y determinación, además de todo el amor del mundo.

–Quiero que sepas que voy a hacer todo lo que esté en mi mano para proteger a mi hijo –le advirtió.

–Me alegra saberlo –le respondió él–. Me doy por enterado, aunque haré frente a cualquier cosa. Puedo contigo, Emerald.

Sus palabras despertaron en ella miedo, rebeldía y atracción. Una atracción indeseada, inadecuada e imparable.

Y eso la enfureció.