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Se moría de ganas de convertirla en una integrante permanente de su familia... El cowboy Jake Meredith era el rey de los rodeos, pero cuando de pronto se convirtió en tutor de dos niños, se sintió aterrado ante la posibilidad de no cuidar bien a sus sobrinos huérfanos. ¿A quién podría pedirle ayuda? ¿A quién sino a Maggie Templeton, su amiga de la infancia? Ella, que se había convertido en pediatra, no tardó en acudir a recastarlo. Lo que Jake no esperaba era que su amistad corriera peligro por culpa de los sentimientos que Maggie iba a despertar en él...
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Seitenzahl: 180
Veröffentlichungsjahr: 2012
Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Judy Duarte. Todos los derechos reservados.
PLANES SECRETOS, Nº 1538 - noviembre 2012
Título original: Almost Perfect
Publicada originalmente por Silhouette® Books
Publicada en español en 2005
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-1187-4
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
En tercer curso, Jake Meredith decidió que había que ser completamente idiota para dejarse machacar por las situaciones adversas.
Gracias a Dios había aprendido bien la lección.
Aquello le había sido de gran utilidad en su vida.
Hasta que el destino lo sorprendió.
Jake estaba mirando por la ventana de la cocina de su rancho, hacia las cuadras y los corrales, y sacudió la cabeza.
«Rancho Buckaroo. Menuda pérdida de tierra y de ganado».
Se había hartado de aquel lugar hacía muchos años y lo había abandonado nada más cumplir los dieciocho, pero ahora, a pesar de que no le gustaba nada el negocio de turismo rural que había montado allí, era suyo.
Y, como su hermana había aceptado reservas con un año de antelación y Jake no tenía ni idea de lo que había hecho con el dinero, no tenía más remedio que ocuparse del lugar hasta que aparecieran los visitantes que querían jugar a ser vaqueros durante una semana.
Pero eso no era lo peor.
Miró al niño de dieciocho meses que estaba montando un buen lío para tomarse el cuenco de espaguetis y que, cuando sus ojos se encontraron, sonrió encantado.
Jake no sabía si porque le encantaba la comida que le había preparado o porque estaba realmente feliz de poder pringarse el pelo de salsa.
Rosa iba a tener que limpiar todo aquello, pero no se quejaría. Jamás se quejaba. Jake suponía que era porque quería a Kayla y a Sam como si fueran sus hijos.
No era que él no quisiera a sus sobrinos. Los quería mucho. Eran unos niños encantadores y él procuraba comportarse como un tío estupendo, pero, algún día, aquellos niños que lo adoraban descubrirían que era un fraude, algo que no tardaría en suceder ahora que era su tutor.
Jake volvió a leer los documentos del juzgado que acababan de llegar, aquellos documentos que unían para siempre los destinos de aquellos niños con el suyo.
Los guardó en el sobre en el que habían llegado y los dejó encima del frigorífico. Acto seguido, se pasó los dedos por el pelo.
Nunca se le habían dado bien los asuntos de familia. Todas las personas a las que había amado le habían fallado de una manera o de otra.
Incluso su hermana Sharon, que se había muerto y lo había dejado sumido en un gran caos.
De niños, Sharon lo cuidaba siempre e intentaba que fuera por el buen camino. Por supuesto, él intentaba revelarse, pero era muy reconfortante saber que su hermana lo quería y que siempre estaría allí.
En días como hoy y cuando las cosas lo sobrepasaban siempre hablaba con ella, que le daba ánimos.
Sharon no tenía la culpa de haber muerto, pero Jake se sentía abandonado, que, para el caso, era lo mismo.
Eso no significaba que hubiera sido dependiente de su hermana, como demostraba el hecho de que para cuando, por fin, Rosa había conseguido localizarlo en un rodeo en Wyoming para contarle lo del accidente de coche fue demasiado tarde para ir al entierro de Sharon y su marido.
En aquel momento, sonó el teléfono.
—¿Sí?
—¿Jake? —dijo una voz femenina.
—Sí.
—Soy Maggie.
Al pensar en Maggie Templeton, Jake sonrió radiante. En su cabeza, aquella mujer seguía teniendo diecisiete años, era alta y terca, tenía el pelo rubio como el maíz y el puente de la nariz repleto de pecas.
Aquella chica había sido su mejor amiga. Más bien, su única amiga.
Llevaban quince años sin verse, pero hablaban por teléfono a menudo y se tenían al día de las cosas importantes que pasaban en sus vidas, como matrimonios, divorcios y muertes.
—¿Qué tal estás? —le preguntó Maggie.
Jake miró a Kayla, la pequeña de cinco años, y a Sam. ¿Qué podía decir delante de los niños? ¿Cómo decirle a su amiga que estaba intentando ser el padre que su hermana hubiera querido que fuera? ¿Cómo le iba decir que estaba muerto de miedo?
—Bien —contestó.
—¿Rosa sigue contigo?
De no haber sido por aquella mujer que se había ocupado de los hijos de su hermana desde que habían nacido, Jake no sabía lo que hubiera sido de él.
Rosa era la niñera, la empleada de hogar, la encargada de la recepción y la lectora oficial de cuentos.
Aquella mujer era una santa.
—Le he subido el sueldo para que no me abandone.
—Me parece bien —comentó Maggie—. Yo... eh... —añadió no encontrando las palabras.
Jake esperó.
—Necesito un hombre con el que salir el sábado por la noche y he pensado que, si te compro el billete de avión, tal vez, no te importaría ayudarme.
—¿Quieres salir conmigo? —preguntó Jake sorprendido.
—Sí, quiero que me hagas ese favor.
Maggie no solía pedir nunca ayuda, así que Jake supuso que hacer aquella llamada le debía de haber costado Dios y ayuda.
—¿Sigues viviendo en Boston?
—De momento, sí. Me voy a California dentro de un par de meses, pero, de momento, sigo aquí.
—¿Es que no hay hombres en Boston? ¿Por qué me lo pides a mí?
—Porque necesito que un amigo me acompañe a un baile benéfico y no se me ocurre nadie mejor que tú.
Jake miró a Spaghetti Kid justo en el momento en el que Sam lanzaba el plato de pasta volando por la cocina, llenando el suelo de salsa y restos de comida.
Tenía varios espaguetis colgando del pelo y Jake no pudo evitar sonreír porque el niño parecía feliz.
Su hermana comía sus espaguetis mientras miraba un cuento que había querido que Jake les leyera mientras comían y que él se había negado a leerles porque leer en voz alta le traía demasiados recuerdos de la infancia.
De repente, escapar a aquel caos durante un par de días le pareció una idea maravillosa.
—Está bien —accedió.
—¿Estás seguro? ¿Y los niños?
—Se quedarán con Rosa. Te recuerdo que ya ha criado a tres niños y a una niña —contestó Jake sabiendo que iban a estar de maravilla con ella.
—¿Seguro que no te importa?
¿Importarle recuperar algo de paz durante un tiempo? ¿Importarle volver a ver a Maggie?
—En absoluto. Voy a arreglar las cosas y te llamo para decirte en qué vuelo llego.
La doctora Maggie Templeton recorría el pasillo de la terminal preguntándose qué demonios le había llevado a llamar de repente a un hombre para pedirle un favor así.
La desesperación.
Y un baile benéfico del hospital al que no quería ir.
Claro que también podría haber fingido un ataque de apendicitis o haberse escayolado una pierna.
Sí, desde luego, estaba desesperada.
No, lo que tenía que hacer era ir al baile, vestida muy guapa y fingir que estaba encantada aunque por dentro las inseguridades infantiles se la estuvieran comiendo viva.
Por lo menos, Jake estaría a su lado.
Claro que tampoco estaba muy segura de que volverlo a ver le diera mucha seguridad.
Al oír que llegaba el avión procedente de Houston, Maggie dejó de pasearse y miró hacia la puerta.
¿Lo reconocería después de tantos años?
Cuando se abrieron las puertas y comenzaron a salir los pasajeros, Maggie buscó a alguien que se pareciera a aquel adolescente larguirucho que había sido su mejor amigo.
¿Seguiría llevando el pelo largo y revuelto? ¿Habría dado por fin el estirón y sería más alto que ella? ¿Seguiría llevando vaqueros Wrangler, sombrero Stetson y botas de cowboy?
Al ver a un vaquero alto y fuerte vestido de negro, Maggie sintió que el corazón le daba un vuelco.
¿Jake?
Unos enormes ojos de color azul la miraron divertidos y su propietario sonrió abiertamente.
—Madre mía, Maggie, estás estupenda.
—Tú también —consiguió contestar Maggie.
Jake Meredith se había convertido en un hombre de más de metro ochenta y espaldas anchas que, ataviado con aquella cazadora de ante negra y su sombrero de vaquero, había hecho que un par de cabezas femeninas se volvieran para observarlo.
No se había afeitado aquella mañana y aquello le confería un halo misterioso que incluso a ella, más conservadora, le gustaba.
Tenía una pequeña cicatriz en la ceja izquierda y, como médico, Maggie se preguntó qué le habría ocurrido.
Como mujer, le entraron unas irreprimibles ganas de tocársela.
«Cuidadito», se dijo a sí misma.
Jake era su amigo, su acompañante para el baile, nada más. Maggie no tenía ninguna intención de que su relación se convirtiera en nada más.
Su hermana Sharon le había dicho que Jake era un encandilador, un hombre por el que las mujeres se volvían locas y Maggie no quería convertirse en otra muesca en su cabecero.
—Gracias por venir —le dijo intentando ser educada y ocultar su sorpresa.
—Estoy encantado de poderte ayudar —contestó Jake dándole un beso en la mejilla y abrazándola.
Maggie se recreó en el olor a menta, cuero y almizcle.
—¿Cuánto te debo del billete de avión? —le preguntó.
—Nada —contestó Jake mientras salían de la terminal—. Supongo que ese baile debe de ser muy importante para ti.
—Sí —contestó Maggie a pesar de que no creía que Jake terminara de entenderlo.
Se había esforzado mucho para que la nueva UCI pediátrica se hiciera realidad al igual que Rhonda Martin, otra pediatra a la que ya no podía soportar.
Sin embargo, iba a tener que hacerlo porque en aquel baile se esperaba recaudar fondos para la unidad.
—Debe de de haber ocho mil hombres encantados de acompañarte a ese baile. Sigo sin entender por qué me lo has pedido a mí.
—Porque quiero ir con un amigo de verdad y ya no tengo ninguno en Boston.
Jake la miró muy serio.
—Yo no soy como la gente con la que tú estás acostumbrada a salir, Maggie, y espero que te des cuenta de ello y que no pienses que me voy a comportar como ellos.
Maggie era muy consciente de aquella situación y siempre lo había sido. Cuando se conocieron en el rancho Buckaroo, Jake le había parecido un rebelde, un James Dean a caballo.
Suponía que no había cambiado mucho, lo que a ella le parecía bien porque Jake siempre conseguía que viera la vida de manera sencilla y la hacía sonreír cuando la vida le parecía insoportable.
—Siento mucho que te hayas divorciado —le dijo Jake con su acento sureño—. ¿Estás bien?
Lo cierto era que no, pero cada día mejoraba un poco más.
—Mi orgullo está más herido que mi corazón, pero no estoy mal del todo.
Jake no dijo nada más y Maggie se lo agradeció pues ya se había psicoanalizado suficiente durante los últimos seis meses.
Enterarse de que Tom, su marido, y Rhonda iban a tener un hijo le había dolido sobre todo porque no habían esperado a que su separación se hiciera oficial para quedarse embarazados.
Aun así, la separación se había hecho de manera limpia y amigable, pero sólo porque Maggie no había montado ninguna escena y se había comportado como si la aventura extramatrimonial de su marido no le hubiera importado lo más mínimo.
Se había esforzado mucho para ser una profesional y no se consentía a sí misma tener otro comportamiento.
Sin embargo, las voces del pasado la perseguían.
«¿Qué te pasa, Maggie? Eres una estúpida que no sabe hacer nada bien».
Se había criado aguantando críticas insufribles del tercer marido de su madre, que era alcohólico y le solía decir cosas muy crueles que no eran ciertas, tal y como Maggie se había encargado de demostrar.
Su maravilloso expediente escolar le había valido una beca en Radcliffe y, luego, había estudiado en la facultad de medicina de Harvard, donde había terminado la carrera siendo segunda de su promoción.
La doctora Margaret Templeton no era ninguna estúpida.
Y esperaba que ir al baile con Jake les dejara claro a sus colegas que su fracaso matrimonial no había sido más que una decisión mutua de poner fin a algo que no funcionaba.
Quería que se dieran cuenta de que Maggie Templeton estaba perfectamente bien sin su marido.
Jake miró a Maggie con una gran sonrisa en los labios, admirado porque aquella mujer había conseguido absolutamente todo lo que se había propuesto.
Además, aquella adolescente, a la que él solía llamar Magpie*, para tomarla el pelo, se había convertido en una mujer bellísima cuyo pelo se había oscurecido hasta adquirir un tono rubio ceniza, y cuyos ojos color caramelo seguían teniendo una mirada de lo más dulce.
Pero también triste.
Quince años atrás, era una chica flacucha, pero ahora se había convertido en una mujer de curvas maravillosas capaces de enloquecer a cualquier hombre.
—¿Qué tal te va, Magpie? ¿O debería llamarte doctora?
—Maggie está bien —contestó Maggie colocándose el bolso en el hombro—. Muchas gracias por haber venido.
Durante tres veranos, su abuela le había pagado la estancia en el rancho Buckaroo, donde vivía Jake con su hermana y un tío muy desagradable.
Aquella adolescente ratón de biblioteca se había convertido en su única amiga y, al recordarlo, Jake le dio un suave codazo.
—Por si no te acuerdas, te debo una.
Era cierto.
Maggie lo había protegido para que no le pegaran diciendo que una botella casi entera de Jack Daniel’s era suya.
Por supuesto, no lo era. Maggie jamás había bebido, a diferencia de Jake, que creía que beber y fumar le confería una apariencia de hombre mayor.
Como Maggie se hospedaba en el rancho pagando, el tío de Jake se había limitado a tirar el whisky a la basura.
No habría sido tan benevolente con él.
—¿Te refieres a la botella de Jack Daniel’s?
—Mi tío me habría echado de casa si se hubiera enterado de que era mía. Nunca le gustó tener que ocuparse del hijo de su hermano.
—Lo cierto, Jake, es que eras un rebelde.
—Lo sigo siendo.
Aquello hizo reír a Maggie.
—En cualquier caso, tu tío nunca le hizo la vida imposible a tu hermana.
—Eso era porque Sharon sacaba muy buenas notas, como tú.
—Tal vez, si te hubieras esforzado, tú también habrías sido un buen estudiante.
—Tal vez, pero nunca me gustó el colegio —recordó Jake.
Más bien, colegios.
Lo cierto era que había perdido la cuenta porque había ido a un montón de colegios. En cuanto había aprendido a montar en bicicleta, se escapaba por ahí él solo.
La gente de los alrededores creía que era un truhán y un niño problemático, pero lo hacía para protegerse.
Apartando aquellos dolorosos recuerdos de su mente, se concentró en Maggie. En el pasado, le había gustado aquella chica aunque no creía que ella se hubiera dado cuenta porque entonces era muy tímido con las mujeres. Ya no.
Claro que eso era porque no consentía que se acercaran lo suficiente a él como para darse cuenta de lo buen actor que era y porque, para mantenerse a salvo, mantenía las distancias.
—Siento mucho la muerte de tu hermana —le dijo Maggie sinceramente.
—Yo también.
Jake quería mucho a Sharon y la iba echar mucho de menos pues era su única familia.
Además de la pena, la muerte de Sharon lo había cargado con el rancho del que él nunca hubiera querido hacerse cargo y con dos niños. Tenía que convertirse en padre, algo que no tenía ni idea de cómo se hacía.
Adoraba a Kayla y a Sam, pero no sabía tratarlos con naturalidad pues siempre temía hacer algo mal y crearles un trauma.
—¿Y cómo es que te vas a California?
Maggie se encogió de hombros.
—Ya ves. El lunes, terminaré todo lo que tengo que hacer aquí y trasladaré mi consulta allí.
A Jake no le parecía propio de Maggie huir, pero no dijo nada.
—¿Cuánto tiempo tenemos antes de tener que ir al baile?
—Lo justo para ir a casa y cambiarnos de ropa.
Veinte minutos después, Maggie abría la puerta de su casa y Jake entraba en ella.
Se trataba de un piso pequeño y reformado, limpio, de paredes blancas y alfombras color tostado.
—Mira, la habitación de invitados está aquí —le dijo Maggie llevándolo al otro lado del pasillo—. Puedes dejar aquí tu ropa.
—Sólo traigo lo que llevo puesto.
Desde luego, nadie se atrevería a ir a un baile de gala así vestido. Nadie excepto Jake Meredith.
Y a Maggie no le importaba lo más mínimo. Todo lo contrario.
—Estás perfecto.
—Me alegro de que te guste —sonrió Jake.
Aquella sonrisa hizo que a Maggie se le acelerara el pulso.
—Bueno, yo me voy a cambiar. No creo que tarde mucho —anunció.
Sin embargo, tardó un montón ya que quería estar espectacular porque todos sus compañeros de trabajo iban a estar en aquella fiesta.
Maggie estaba convencida de que iban a estar muy pendientes de ella para ver si su frialdad profesional se desvanecía cuando viera entrar a Tom y a Rhonda.
Por supuesto, estaba nerviosa.
Y, por alguna extraña razón, saber que Jake la estaba esperando en el salón para acompañarla a aquel baile la ponía todavía más nerviosa.
Al terminar, se miró al espejo y suspiró. Ahora, lo único que quedaba era rezar para que la noche transcurriera deprisa y pudiera volver a casa cuanto antes.
Entró en el salón con su vestido negro de escote en uve por delante y por detrás y, al mirar a Jake, le entraron unas enormes ganas de ponerse un chal por encima para cubrirse, pero estaban en septiembre y hacía mucho calor.
—Desde luego, ha merecido la pena esperar —sonrió Jake.
Aquello hizo que Maggie se pusiera todavía más nerviosa.
—Gracias.
—Desde luego, ese marido tuyo debe de estar loco para haberte dejado escapar.
—Gracias otra vez, pero supongo que también ha sido culpa mía.
—¿Por qué dices eso?
—Mi madre se casó y se divorció varias veces, así que el ejemplo que he recibido no ha sido precisamente bueno.
—¿Y qué me dices de las series de la televisión? A Ward y June les iba de maravilla.
Aquello hizo reír a Maggie.
Era maravilloso que Jake estuviera a su lado porque, con él, los problemas parecían menos graves.
Lo cierto era que Maggie lo había echado mucho de menos.
—Tienes razón. Los Cleavers tenían una relación perfecta. Ahora me doy cuenta de lo que he hecho mal.
—¿Y qué es?
—No fregar los platos con perlas, vestido de fiesta y tacones.
—Tal vez, si te hubieras olvidado del vestido y los hubieras fregado con tacones altos y perlas, todo habría ido mejor. Te aseguro que yo habría vuelto a casa corriendo.
Maggie sonrió encantada.
—En una relación, hay cosas más importantes que el sexo.
—Mis mejores relaciones se han basado en un sexo maravilloso. ¿Qué hay aparte del sexo?
—Niños y una casa con valla de madera blanca.
—Los niños suelen dar miedo.
—A Tom, no. Hace un par de años me dijo que deberíamos tener uno. A mí, entonces, no me apetecía. Los niños necesitan mucho tiempo y yo todavía seguía pagando el crédito de estudios, así que no me podía permitir el lujo de trabajar menos para estar con ellos. Ahora, Rhonda Martin, otra pediatra del hospital, va a tener un hijo con él.
—¿Por eso te vas a California? —preguntó Jake más serio.
—Sí, una compañera de carrera le ha hablado de mí a un famoso pediatra de Los Ángeles que se jubila y yo me voy a quedar con sus pacientes.
—Me parece muy inteligente por tu parte. La vida continúa y hay que seguir viviéndola.
—Yo también lo veo así —dijo Maggie yendo hacia la puerta—. Me voy pasado mañana aunque no empezaré a trabajar hasta dentro de dos meses.
—¿Y eso?
—Rhonda y yo trabajamos juntas y, aunque nuestra relación es educada y cordial, ya no puedo soportarlo más. Además, me da la sensación de que le doy pena a la gente porque incluso me han invitado a su despedida de soltera.
—¿Como si fueras su amiga del alma?
—Es culpa mía por hacer como que no me había importado cuando, en realidad, me habría encantado retorcerle el cuello con el estetoscopio.
—Veo que sigues intentando ser perfecta —dijo Jake agarrándola de la mano.
—Intento hacer las cosas lo mejor que puedo —contestó Maggie.
—¿Y qué esperas de mí esta noche? ¿Tengo que actuar como un amigo de toda la vida, como un amigo nuevo, como tu ligue o como tu amante? —sonrió Jake a lo James Dean. Aquello hizo reír a Maggie.
—Al principio, sólo quería que actuaras como amigo, pero, pensándolo bien, creo que podríamos hacer como si saliéramos juntos.
—¿Ya nos hemos acostado?
Aquella pregunta sorprendió a Maggie y la excitó tanto que se encontró imaginándose a Jake en su cama.
—Claro que no —contestó.
—Pero queremos, ¿no?
Maggie sintió que el corazón le daba un vuelco.
—Bueno...
—Creo que ya lo tengo. Nos hemos besado un par de veces, y yo me muero por volverte a besar, por tenerte entre mis brazos y sentir tus pechos mientras bailamos una canción romántica y ver lo que pasa después de la fiesta.
Maggie se sintió como si estuviera hablando con un teléfono erótico.
—Me gustaría que la gente tuviera la impresión de que estoy encantada de estar soltera.
—Lo que vamos a hacer es dejarlos con la intriga.
—Creo que lo mejor sería actuar como amigos —dijo Maggie decidiendo que aquella situación podía tornarse peligrosa.
—¿Para qué están los amigos sino para ayudarse?
—No se me da muy bien fingir —admitió Maggie sonriendo tímidamente.
Jake le puso la mano en la espalda y Maggie sintió un poderoso deseo de sentir aquella mano por todo el cuerpo.
—Deja eso de mi cuenta. Tú solamente tienes que seguirme.
—No sé si me va a salir bien, Jake.
—Confía en mí —insistió Jake abriéndole la puerta del coche—. Es muy fácil.
Maggie cruzó los dedos para que Jake tuviera razón, pero tenía la sensación de que aquella noche iba ser especialmente impredecible y no sabía si aquello la tranquilizaba o la ponía todavía más nerviosa.