Planeta Lasvi - Ana Merino - E-Book

Planeta Lasvi E-Book

Ana Merino

0,0

Beschreibung

Una emocionante historia interestelar de intriga y aventuras con un potente mensaje a favor de la sostenibilidad ambiental. Nela y sus abuelos son los únicos habitantes humanos de Lasvi, un pequeño planeta que tiempo atrás producía abundantes verduras azules y tubérculos picudos. De los padres de Nela, no hay rastro desde que emprendieron una expedición científica en busca de la fórmula para retrasar el envejecimiento. Mientras espera a que vuelvan, la niña contempla desde la ventana de su habitación los pájaros y las naves ovaladas, pilotadas por humanoides, que sobrevuelan un gran lago energético surgido tras el impacto de un meteorito. Por suerte, cuando cumple diez años, sus abuelos le regalan a LITO/52, un robot que construyó la abuela con piezas de máquinas recuperadas en granjas abandonadas, y que se convierte en su único compañero de juegos. Pero un día llega a Lasvi una extraña y gigantesca nave tripulada por los descendientes directos de los últimos terrestres, y Nela conocerá a los mellizos Elenita y Jonás, de doce años, y a Armando, de catorce. Los tres arrastran las secuelas de la degradación que llevó a la destrucción del planeta Tierra, y las historias que comparten con Nela llevarán a la protagonista a descubrir sus orígenes y a reflexionar sobre su propia existencia. Al mismo tiempo, en un relato lleno de intriga y nuevos retos, irán pasando cosas en la inmensa nave que podrían transformar la realidad del Planeta Lasvi y ayudar a resolver el misterio de los padres perdidos de Nela.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 183

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Edición en formato digital: enero de 2024

En cubierta: ilustración © Irene Pérez, 2024

© Ana Merino, 2024

Por mediación de MB Agencia Literaria, S. L.

Diseño gráfico: Gloria Gauger

© Ediciones Siruela, S. A., 2024

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Ediciones Siruela, S. A.

c/ Almagro 25, ppal. dcha.

www.siruela.com

ISBN: 978-84-10183-01-8

Conversión a formato digital: María Belloso

Índice

El Lago de Sed

La expedición perdida

Un robot para Nela

LITO/52 el sabihondo

Los descendientes de los últimos terrestres

Hacer amigos

Jugar en la gran nave

La memoria borrada

La quietud de Armando

Los planetas

Invenciones y pájaros

Lo sagrado

Pacto entre adultos

Las aves que no vuelan5

Somos nosotros

El semillero

Ganar tiempo

Adaptarse

Existir y prosperar

La extraña bellota

Simbiosis

La vida sigue su curso

 

A mi madre, por ser una gran lectora de ciencia ficción

A mi padre, por inventar otros universos posibles

1El Lago de Sed

Sus abuelos Jero y Lola le contaron que cuando ella nació cayó un meteorito de hielo sobre el desierto de Sed. Por eso, ahora, allí había un lago gigantesco rodeado de musgo denso y verdoso donde convivían animales e insectos.

—Ese musgo energético no existe en ninguna otra parte del planeta —aseveraba su abuelo Jero con solemnidad—; ese extraño musgo lleva tu fecha de nacimiento. Tenemos otros tipos de musgo en las zonas de las lagunas montañosas, pero surge por el agua fría del deshielo, y no tiene nada que ver con el que apareció en el desierto tras la caída del meteorito.

Nela escuchaba atentamente a su abuelo, y contemplaba aquel lago con mucha curiosidad. Su verdor fluorescente contrastaba con la silueta en movimiento de cientos de pájaros que lo sobrevolaban durante todo el día, emitiendo ruidosos graznidos. En el centro del lago sobresalía una parte del meteorito. Se había convertido en una especie de islote donde se posaban algunas naves de vapor energético a repostar agua.

A Nela no la dejaban aproximarse al lago.

—Ese musgo es peligroso, en él viven bichos venenosos y no debes acercarte —le decía su abuela Lola.

Nela soñaba con poder explorar aquel lugar algún día. Todavía era demasiado pequeña, y sus impulsos aventureros tenían que conformarse con viajes imaginarios. Inventar situaciones trepidantes y contemplarlo desde la distancia de su ventana. Se entretenía mirando a los pájaros volar en picado y lanzarse contra el suelo para luego remontar hacia arriba dando varias piruetas. Observaba las naves ovaladas bajar desde el cielo zigzagueando, posarse en la superficie del islote, y sacar tubos inmensos como trompas de elefantes. Aquellos tubos aspiraban el agua lentamente y emitían un sonido intermitente y agudo. Nela sentía algo de decepción porque ninguna de esas naves paraba en los hangares de carga de las llanuras. Simplemente estaban de paso rellenando sus depósitos de agua sobre el lago.

—Es agua energética —solía decir su abuelo Jero.

El hielo del meteorito había sido parte de una pequeña estrella fugaz de intensidad máxima, que no pudo soportar la energía de su interior y explotó en mil pedazos. Tal vez existían muchos lagos energéticos como este en otros planetas, pero Nela nunca los había visto. En su planeta tenían el lago energético de Sed, que antes había sido un desierto de arena suave y brillante. El mundo de Nela era la casa de sus abuelos sobre la colina y, a lo lejos, ese valle que fue un desierto y ahora era un lago rodeado de musgo. Kilómetros de musgo verdoso brillante y muchos pájaros que lo sobrevolaban evitando la zona con agua del lago, porque desprendía un pegajoso vapor amarillento que a veces olía fatal.

—Esa agua tiene demasiada energía, desprende mucho calor y el vapor apestoso molesta a las aves. Por eso tratan de rodearlo —le contaba su abuela—. Nada vive en el agua; con los insectos del musgo, los pájaros tienen más que suficiente.

—¿Allí no hay peces? —preguntaba Nela.

—Ni peces ni algas. La radiación que todavía queda del meteorito hace que el agua sea inhabitable y siempre esté demasiado caliente, a punto de ebullición —respondía su abuela Lola.

—El musgo también es muy raro y brilla mucho, pero nunca huele mal —añadía Nela.

—Tu abuelo dice que las semillas de este tipo de planta estaban dentro del hielo, y que al derretirse en la arena del desierto germinaron aquí.

—Los bichos que viven en el musgo ¿de dónde vinieron? —preguntaba Nela.

—Esos bichos estaban adormilados debajo de la tierra. Con el impacto del meteorito y el hielo denso muchas cosas cambiaron. Esa energía hizo grandes transformaciones en poquísimo tiempo. Fue cuestión de meses —decía su abuela Lola.

—Un espectáculo increíble, algo sorprendente. Tú eras casi una recién nacida, y tus padres todavía vivían con nosotros —le gustaba repetir al abuelo Jero con una sonrisa nostálgica.

Entonces Nela suspiraba melancólica, y contemplaba desde la ventana de su cuarto aquel verdor fluorescente rodeado de una nube de pájaros. La vida de Nela giraba en torno a las historias del musgo brillante y el lago maloliente con el meteorito cerca de su casa. Le gustaba repetir las mismas preguntas, y ver como, con los años, los abuelos añadían datos o incluso le daban más misterio a lo que sucedió cuando ella era muy pequeña.

—Todo se transforma, el tiempo todo lo cambia —repetía su abuelo siempre que tenía ocasión y hablaba del musgo, del lago vaporoso, y de muchas cosas que habían sucedido en aquel planeta. Nela solía asentir silenciosa con la cabeza, hasta que un día ella también confirmó en voz alta las aseveraciones de su abuelo:

—Claro, abuelo, la culpa de todos los cambios la tiene el meteorito.

—Sí, Nela, el meteorito ha tenido parte de responsabilidad. Pero, en realidad, el tiempo es el gran culpable que desgasta las cosas. No hace falta que caiga un meteorito de forma azarosa para que todo se modifique. La vida por sí sola es una continua transformación. Mírate en el espejo, Nela; tú misma, en unos pocos años, has crecido y has cambiado muchísimo.

—Bueno, abuelo, pero eso es lo normal, crecer, ¿no?

—Efectivamente, nadie ha logrado parar el tiempo. Nadie puede parar estas transformaciones. Tus padres lo intentaron, y ahora están extraviados en algún rincón del universo. Ese desventurado viaje les hará perderse tu infancia con todos tus cambios.

Los padres de Nela eran exploradores científicos. Se les había perdido la pista siete años atrás, en una expedición que trataba de descifrar el sentido del tiempo y frenar el envejecimiento. El abuelo Jero solía lamentar aquella empresa que había costado la desaparición de la nave con todo el equipo, los padres de Nela incluidos:

—¿Dónde se habrán metido? ¿Qué estarán haciendo? ¿Por qué no han logrado comunicarse con nosotros? Como no se den prisa en volver, ni tu abuela ni yo estaremos para recibirlos.

Nela tenía la firme confianza de que sus padres, pese a los años de total incomunicación, sabrían encontrar el camino de regreso. Pronto volverían para descubrir todas las transformaciones que habían sucedido en el pequeño planeta. La casa de los abuelos era ahora una granja solitaria, en medio de un paisaje de granjas abandonadas. Hubo un tiempo, cuando ella todavía no sabía ni hablar, en que el pequeño planeta producía grandes cantidades de verduras azules y tubérculos picudos. Había entonces unas veinte familias que se repartían todas las fincas de las llanuras, porque ese tipo de plantaciones requería una atención meticulosa. La tecnología agrícola que se desarrolló en otros lugares, como el satélite Z, desplazó la producción del pequeño planeta; y eso que la tierra del planeta de Nela era perfecta para ese tipo de cultivos. Las familias granjeras ya no pudieron competir con las plantaciones robotizadas y de tierra sintética que lograban los mismos productos, aunque fuesen de muy inferior calidad. El abuelo no se cansaba de repetirlo:

—Se van a intoxicar. Ya veréis cómo muy pronto vuelven a comprarnos a nosotros. Nadie en su sano juicio comería verduras plasticosas y llenas de productos químicos, cuando sabe que puede comer algo mucho mejor y muy sano. Nuestras verduras azules son las mejores del universo.

Sin embargo, pese a que el abuelo tenía toda la razón, las empresas alimenticias no volvieron a comprar los productos del pequeño planeta que vio nacer a Nela. A esos negocios intermediarios de compraventa de alimentos les daba igual perder en calidad, si con eso aumentaban los beneficios. Los precios de las verduras azules y los tubérculos de la granja de los abuelos no pudieron competir con los que producía el satélite Z. Los abuelos trataron de convencer a las otras familias de granjeros para que resistieran y buscaran todos juntos alternativas posibles. Pero el planeta estaba demasiado lejos de la civilización para establecer otro tipo de industria capaz de competir con los nuevos adelantos. Poco a poco, las familias optaron por marcharse, dejando un rastro de granjas deshabitadas y medio derruidas en el que fueron anidando diferentes bichos. El abuelo de Nela, que había sido el descubridor de aquel planeta y el botánico pionero fundador de la primera granja, quedó desolado. A esto se sumó la inquietante desaparición de su hija y su yerno, en aquella absurda expedición para encontrar la fórmula de la inmortalidad.

2La expedición perdida

La desaparición de los padres de Nela era algo que preocupaba y entristecía muchísimo a los abuelos. Nela, al ser tan niña, no era consciente de la gravedad que suponía todo aquello. Ella pensaba que la ausencia de sus padres era algo transitorio y que pronto volverían. Su abuela hacía un gran esfuerzo para no trasmitirle a su nieta demasiada pesadumbre y que no notara el pesimismo que solía envolver la ausencia de noticias. Nela se comportaba como si sus padres estuvieran a punto de llegar. En su lógica de niña, los viajes, aunque fuesen muy largos, siempre tenían regreso. Al igual que esas naves ovaladas que iban y venían, y repostaban en el lago emisor de vapor. Aunque no viera a los pilotos ni a los pasajeros, ella sabía que había gente en su interior. Personas como sus padres cruzando las galaxias. Ese pensamiento la dejaba ensimismada muchas veces. Se apoyaba en el marco de la ventana de su cuarto, miraba al cielo lleno de pájaros dirigiéndose hacia el musgo, y las naves girando como peonzas abrirse entre las nubes e ir bajando de forma ordenada, y posarse sobre la superficie del lago o sobre el propio meteorito que sobresalía. Ya no quedaban plantaciones llenas de aromáticas verduras azules, ni aterrizaba ninguna nave en las pistas de las llanuras del oeste a recoger las cosechas cuidadosamente empaquetadas. Ahora, la parte habitada de su planeta era un lago caliente que abastecía de energía a esas naves ovaladas de las que nunca nadie salía a saludar.

La abuela de Nela sufría de insomnio desde que la expedición de su hija y su yerno se dio por perdida. La pobre mujer pasaba muchas noches en vela observando los monitores de noticias intergalácticas. Vivía revisando los avisos de posibles rastros de intercomunicación de naves extraviadas. Esperanzada, buscaba el eco reconocible de alguna remota señal que perteneciese a la nave de su hija. Nada, no había suerte, nunca aparecían noticias que aludiesen a la nave LEV 257.

Aquella nave, laboratorio de última generación, había desaparecido sin dejar rastro con sus ocho tripulantes. Una nave diseñada con los mejores avances científicos y con capacidad para volar a una velocidad que superaba a casi todas las demás naves de su generación. ¿Qué habría salido mal? ¿Dónde podían estar?

Los abuelos reflexionaban en voz alta sobre los posibles destinos y sus circunstancias:

—Lola, tal vez están en uno de los siete nudos del tiempo —dijo un día el abuelo.

—Eso, Jero, es imposible. Nadie ha podido encontrar ninguno de esos nudos. Son una leyenda que solo sirve para que los exploradores se pierdan —respondió la abuela, malhumorada.

—Con esa nueva nave tal vez los han encontrado, y están allí dentro, aislados de nuestra realidad —replicó el abuelo.

—¿Qué es un nudo del tiempo? —preguntó Nela.

—Una especie de agujero energético que cuando te metes dentro paraliza el tiempo —le explicó el abuelo.

—El mito de los siete nudos del tiempo se lo inventaron los humanos en la época en la que el planeta Tierra se volvió inhabitable. Salieron doce naves gigantescas a buscar nuevos asentamientos para poder vivir. Dos de ellas llevaban expediciones que creían que podrían encontrar los nudos del tiempo y meterse dentro para alcanzar una especie de inmortalidad atemporal. Se negaban a repoblar planetas. La idea de hallar un lugar donde el tiempo no existiera les parecía mucho más atractiva —dijo la abuela con un tono escéptico y algo incómoda.

—¿Los encontraron?—preguntó Nela.

—Por supuesto que no, ambas expediciones fueron un fracaso. Los pasajeros de aquellas dos naves se quedaron sin suministros en zonas alejadísimas de la galaxia. Tuvieron que aceptar su rotundo fracaso y acabaron viviendo situaciones muy duras en planetas muy agrestes. Las naves se hicieron viejas y ellos perdieron la oportunidad de quedarse en planetas más parecidos a la Tierra. Esa idea de los nudos del tiempo venía de un visionario que buscaba la inmortalidad, la vida eterna a través de la energía atemporal —puntualizó la abuela—. Una idea sobre la energía que solo trajo desgracias.

—¿Un nudo de esos es un lugar tan extraño como el lago de energía del meteorito? —preguntó Nela.

—No, Nela, es muy diferente. Los nudos del tiempo tienen que ser lugares que paralizan la existencia misma en medio del espacio sideral. Nudos de energía transparentes, de un poder grandioso, que contienen la esencia atemporal de todo. Es como estar en el no tiempo. Las naves deben sentir una atracción inmensa una vez que han sido engullidas por esa fuerza poderosísima —respondió el abuelo.

—¿Es así como te los imaginas? —le preguntó la abuela mientras miraba sorprendida a su esposo.

—Sí, Lola, algo aparentemente simple al ser invisible, pero que representa un cambio de textura en el espacio ingrávido —dijo el abuelo—. Algo que además te lanza a otra dimensión. Puede que la nueva nave tuviese la capacidad para alcanzar uno de los nudos.

—Los siete nudos no existen —replicó la abuela Lola en un tono algo irritado—. Se inventaron esa posibilidad para crear falsas esperanzas. No hay pruebas científicas. Es una simple leyenda de hace quinientos años. Una fábula que solo ha traído problemas. ¿Por qué son siete? ¿No podrían ser catorce o veinte? No deberías dejarte llevar por historias de nuestros antepasados los terrestres, ya bastante enredaron la Tierra con sus fantasías.

—A veces las leyendas aluden a posibilidades verdaderas. Tenemos que ser optimistas. Me consuela pensar que encontraron uno de los nudos y que están allí investigándolo, sin darse cuenta de que el tiempo pasa para todos nosotros —añadió el abuelo Jero en tono sosegado.

—Creo que todo esto es más sencillo de lo que parece. Seguramente tuvieron una avería y están en un planeta desconocido y muy alejado que neutraliza las señales de socorro —dijo la abuela Lola algo más calmada y con voz melancólica—. Un planeta donde quizás encuentren nuevas plantas que los ayuden a dar con una fórmula regeneradora del organismo. Un producto que retrase definitivamente el paso del tiempo sobre los cuerpos vivos.

—Esa fórmula no vendrá de mezclar plantas. Creo que la inmortalidad no se puede alcanzar con un brebaje. Tiene que estar en las condensaciones energéticas. Aquellos científicos visionarios no andaban descaminados con sus invenciones —dijo el abuelo.

—Jero, esos pseudocientíficos visionarios eran charlatanes. Todo lo basaban en palabrería y se aprovecharon de las personas desesperadas. Yo me fío de los que usan ingredientes reales y producen cosas tangibles. Cosas que se puedan oler, probar, tocar y ver. Existen muchas invenciones por descubrir en los laboratorios —aseveró la abuela.

—Lola querida, das demasiada importancia a los ungüentos y bebedizos —respondió el abuelo.

—Ya se ha logrado retrasar bastante la vejez con muchos zumos, pastillas y cremas. La expedición de nuestra hija no pretendía dar con los míticos nudos del tiempo, sino buscar nuevos ingredientes y fórmulas que ayuden a detener el deterioro físico. Todavía hay mucho por descubrir —insistió la abuela, que era una mujer partidaria de los productos reales de los laboratorios y su efecto regenerador sobre los organismos vivos—. Creo que ellos están en algún lugar del universo, tratando de reparar su nave. Son náufragos espaciales a la espera de que alguna otra nave pase cerca y los rescate.

La inmortalidad, los nudos del tiempo y una fórmula que retrasara la vejez dejaron a Nela muy pensativa. Sus abuelos hablaban de cosas complicadas y ella trataba de entender todo aquello. Todavía estaba aprendiendo a leer de corrido, y las matemáticas se le daban fatal. Si quisiera llegar a ser una investigadora científica, como sus padres, tendría que estudiar mucho, y a ella los números no le entraban de ninguna manera. Al menos los nombres de las piedras y las plantas se le quedaban, y la historia de la galaxia contemporánea le resultaba entretenida, aunque lo que más le gustaba era mirar por la ventana y observar a todos aquellos pájaros que sobrevolaban el musgo del Lago de Sed. Había sido capaz ella sola de reconocer veinticinco especies diferentes de aves. Como se le daba bien el dibujo, las había ido garabateando en un cuaderno en el que anotaba las peculiaridades de sus picos. Las aves de pico recurvado lo usaban para extraer animales que quedaban enterrados debajo del musgo, las de pico cincelado perforaban la madera de los árboles, las de pico corvo eran grandes aves de rapiña y cazaban a los pequeños roedores y a otros bichos que correteaban por las llanuras. Las de pico doblado tamizaban el lodo, y las de pico en forma de ángulo eran capaces de romper semillas. También estaban las aves de pico en forma de muelle, que arrancaban el musgo de cuajo y se lo tragaban, y luego lo escupían transformándolo en bolas pegajosas. Era la manera que tenían esos pájaros de sacarle la sustancia al musgo. Además, había aves con pico en forma de espátula y otras con forma de bolsa. Todas esas aves, no importa lo diferentes que fueran, se pasaban la mayor parte del día sobrevolando la superficie donde crecía el musgo denso.

Esa noche Nela concluyó que sus padres estaban más lejos de lo que siempre hubiera imaginado. Resultaba que eran náufragos en un planeta desconocido a millones de kilómetros. La idea de que se les hubiese estropeado la nave, y no fueran capaces de comunicarse con los demás, le hizo sentir una extraña pesadumbre. Por primera vez tuvo miedo de pensar que sus padres no fueran capaces de volver a casa por sí solos. La cabeza de Nela se llenó de preguntas, y se dio cuenta de que el rostro de sus abuelos tenía un gesto de angustia que durante años no había sido capaz de descifrar. Era la preocupación por sus padres. Una honda y genuina preocupación que siempre disimulaban para protegerla.

3Un robot para Nela

La mañana de su décimo cumpleaños, Nela recibió una magnífica sorpresa. Su abuela Lola, que era una mujer tremendamente habilidosa, le había construido un robot.

—Es un modelo propio —le dijo la abuela orgullosa—, tiene las mejores piezas recicladas de la maquinaria agrícola que se quedó en desuso; y he podido darle una parte del disco duro de mi anterior ordenador, llena de muchísima información. No te imaginas lo bien que funciona y lo mucho que lo vas a disfrutar.

—Podréis salir de paseo juntos por los alrededores de la granja. Tu abuela lo ha programado para que no os acerquéis al lago ni os metáis en problemas —añadió el abuelo con una gran sonrisa.

—¿Cómo se llama? —preguntó Nela emocionada, mientras daba brincos y aplausos de felicidad.

—LITO/52 —respondió la abuela—. Es la sigla que define su temperamento, LITO viene de las cuatro iniciales de sus atributos: L de laborioso, I de inteligente, T de tranquilo y O de obediente.

—¿Y el 52?—inquirió Nela.

—Los días que he tardado en construirlo.

—Lola, eres una artista de la tecnología. —El abuelo se sentía muy orgulloso del talento de su mujer—. Nela, no te imaginas la de horas que ha pasado tu abuela haciendo este chisme con antenas en la vieja nave de envasados.

Nela estaba fascinada, nunca se hubiera imaginado que le regalarían algo tan especial. LITO/52 movió sus antenas en dirección al abuelo y a la niña, y los observó cuidadosamente. Era un robot de fabricación casera con mucho encanto. La abuela le había dado una extraña forma redondeada, con cuatro tentáculos mecánicos articulados que funcionaban deslizándose con ruedecitas. Tenía muchísima movilidad, porque no necesitaba solo de superficies planas para desplazarse. Esos tentáculos largos podían imitar los movimientos de las piernas y caminar sobre las superficies agrestes, metiendo dentro las rueditas y sacando unas simples plantillas anatómicas. Tenía un color naranja luminoso reflectante, para que se le viera desde muy lejos, pero podía cambiar de color y camuflarse. La abuela diseñó a LITO/52 incorporando muchas curiosidades. Le había puesto dos ojos en la superficie del casco, y también dos antenas con ojos que salían de la coronilla.

—¡Tiene cuatro ojos! —exclamó Nela.

—Tengo cuatro ojos —replicó LITO/52 mientras acercaba los dos ojos de las antenas a la cara de Nela.

—¿Para qué necesitas cuatro ojos?

—Para verte mejor —replicó LITO/52.

—La abuela dice que contigo, Nela, hay que tener cuatro ojos —añadió el abuelo riéndose.