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Mi nombre es Hércules Poirot y soy, probablemente, el mejor detective del mundo", asegura el personaje emblemático de Agatha Christie. Para los ávidos lectores de novelas policiales este volumen reúne varios de las mejores historias breves protagonizadas por el egocéntrico investigador belga de grandes bigotes. En estos relatos, Poirot deberá sacar el mayor provecho de sus "células grises" para rescatar a un Primer Ministro secuestrado, develar el secreto de un raro testamento desaparecido o resolver el robo de un millón de dólares en bonos, entre otros misterios.
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Seitenzahl: 74
Veröffentlichungsjahr: 2022
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El secuestro del Primer Ministro
Ahora que la guerra y sus problemas son cosas del pasado creo poder aventurarme a revelar al mundo el rol que mi amigo Poirot jugó en un momento de crisis nacional. El secreto fue bien guardado. Ni el menor rumor llegó a la prensa. Ahora que ya no hay necesidad de mantenerlo oculto, creo que es justo que Inglaterra conozca la deuda que tiene con mi pequeño y pintoresco amigo, cuyo maravilloso cerebro evitó tan hábilmente una gran catástrofe.
Una noche después de cenar… no precisaré la fecha, basta decir que sucedió cuando el grito de los enemigos de Inglaterra era: “Paz por negociación”. Mi amigo y yo nos encontrábamos sentados en una de las habitaciones de su residencia. Después de haber quedado de baja en el Ejército, me dieron un empleo en la oficina de Reclutamiento y tenía la costumbre de ir a ver a Poirot por las noches para discutir con él los casos de interés que tenía entre manos.
Pretendía discutir la noticia del día… nada menos que el atentado contra David MacAdam, Primer Ministro de Inglaterra. Evidentemente los periódicos habían sido censurados. No se conocían los detalles, salvo que el Primer Ministro había escapado por milagro y que la bala había rozado apenas su mejilla.
Consideré que nuestra policía debía haberse descuidado vergonzosamente para que semejante atropello se hubiera producido. Comprendía que los agentes alemanes en Inglaterra estaban dispuestos a arriesgar mucho. “MacAdam el luchador”, como lo apodaba su propio partido, había combatido con todas sus fuerzas la influencia pacifista que se iba haciendo tan manifiesta.
Era más que Primer Ministro de Inglaterra… él era Inglaterra; y haberlo anulado hubiera significado un golpe terrible para Gran Bretaña. Poirot estaba muy atareado limpiando un traje gris con una esponja diminuta. No existe un hombre tan pulcro como Hércules Poirot. La pulcritud y el orden eran su pasión. Ahora, con el olor a bencina impregnando el aire, era incapaz de prestarme atención completa.
—Dentro de un momento hablaremos, amigo mío. Ya casi termino. ¡Esa mancha de grasa… era muy fea… y había que quitarla… así! —blandió la esponja.
Sonriendo encendí un cigarrillo.
—¿Algo interesante? —pregunté al cabo de unos minutos.
—Estoy ayudando a una… ¿cómo la llaman ustedes…? Ama de casa a buscar a su esposo. Un asunto difícil que requiere mucho tacto. Porque tengo la ligera impresión de que cuando le encontremos no va a hacerle mucha gracia. ¿Qué quiere que le diga? A mí me inspira simpatía. Ha sido muy listo al perderse.
Me reí.
—¡Al fin! ¡La mancha ha desaparecido! Estoy a su disposición.
—Le preguntaba qué opina usted del atentado contra MacAdam.
—Enfantillage! —replicó Poirot en el acto—. Uno apenas puede tomarlo en serio. Disparar con rifle nunca resulta. Es un arma del pasado.
—Pues esta vez casi resulta —recordé.
Poirot iba a responder cuando la casera, asomando la cabeza por la puerta, le informó de que había dos caballeros que deseaban verlo.
—No han querido darme sus nombres, señor, pero dicen que es muy importante.
—Hágalos subir —dijo Poirot, doblando cuidadosamente sus pantalones grises.
A los pocos minutos los dos visitantes entraron en la habitación. El corazón me dio un vuelco al reconocer que uno de ellos era nada menos que lord Estair, el lord Mayor de la Cámara de los Comunes; en tanto que su compañero, Bernard Dodge, era miembro del Departamento de Guerra, y yo lo sabía; amigo íntimo del Primer Ministro.
—¿Monsieur Poirot? —dijo lord Estair inquisidor. Mi amigo se inclinó, y el gran hombre, dirigiéndome una mirada, pareció vacilar—. El asunto que me trae hasta aquí es confidencial.
—Puede usted hablar libremente en presencia del capitán Hastings —mi amigo hizo una seña para que me quedara—. ¡No es particularmente dotado, no! Pero respondo por su discreción.
Lord Estair seguía dudando, pero el señor Dodge intervino abrupto:
—¡Vamos! ¡No nos andemos por las ramas! En breve toda Inglaterra conocerá el dilema que enfrentamos. El tiempo es todo.
—Siéntese, por favor, monsieur —dijo Poirot amablemente—. En esa butaca, milord.
Lord Estair se sobresaltó levemente.
—¿Me conoce? —preguntó.
—Desde luego — sonrió Poirot—. Leo los periódicos y a menudo aparece su fotografía. ¿Cómo no conocerlo?
—Monsieur Poirot, he venido a consultarlo por un asunto urgente. Debo pedirle que guarde la más absoluta reserva.
—¡Tiene usted la palabra de Hércules Poirot… no puedo agregar más! —dijo mi amigo.
—Se trata del Primer Ministro. Estamos en un grave apuro.
—¡Pendemos de un hilo! —intervino Dodge.
—Entonces, ¿la herida fue grave? —pregunté.
—¿Qué herida?
—La del atentado.
—¡Ah, eso! —exclamó el señor Dodge desdeñoso—. Eso es historia antigua.
—Como dice mi colega —continuó lord Estair—, ese asunto está terminado y olvidado. Afortunadamente, fracasó. Ojalá pudiera decir lo mismo del segundo atentado.
—¿Ha habido un segundo atentado?
—Sí, aunque no de la misma naturaleza. El Primer Ministro ha desaparecido.
—¿Qué?
—¡Ha sido secuestrado!
—¡Imposible! —exclamé estupefacto.
Poirot me dirigió una mirada aplastante invitándome a mantener la boca cerrada.
—Desgraciadamente, por imposible que parezca, es cierto —prosiguió Dodge.
Poirot miró al señor Dodge.
—Usted acaba de manifestar que el tiempo es todo, monsieur, ¿qué quiso decir?
Los dos hombres intercambiaron una mirada, y luego lord Estair tomó la palabra:
—¿Ha oído hablar, monsieur Poirot, de la próxima Conferencia de los Aliados?
Mi amigo asintió.
—Por razones evidentes, no se han dado detalles de dónde se celebraría. Pero aunque ha podido ocultarse a la prensa, desde luego la fecha es bien conocida en los círculos diplomáticos. La Conferencia debe celebrarse mañana… jueves… por la noche, en Versalles. ¿Comprende ahora la terrible gravedad de la situación? No debo ocultarle que la presencia del Primer Ministro en esa Conferencia es de vital importancia. La propaganda pacifista, que comenzó y se mantiene entre nosotros por agentes alemanes, ha sido muy activa. Es opinión universal que el punto de inflexión en la Conferencia será la fuerte personalidad del Primer Ministro. Su ausencia podría tener graves consecuencias… posiblemente una paz prematura y desastrosa. Y no tenemos a nadie a quien enviar en su lugar. Sólo él puede representar a Inglaterra.
Poirot se había puesto muy serio.
—¿Entonces ustedes consideran que el secuestro del Primer Ministro intenta impedir que asista a la Conferencia?
—Desde luego. En realidad ya estaba camino a Francia.
—¿Y la Conferencia ha de celebrarse…?
—Mañana, a las nueve de la noche.
Poirot extrajo de su bolsillo un enorme reloj.
—Ahora son las nueve menos cuarto.
—Dentro de veinticuatro horas —dijo el señor Dodge, pensativo.
—Y quince minutos —corrigió Poirot—. No olvidemos esos quince minutos, monsieur… pueden ser muy útiles. Pasemos ahora a los detalles del secuestro… ¿Tuvo lugar en Inglaterra o en Francia?
—En Francia. El señor MacAdam cruzó la frontera francesa esta mañana. Por la noche debía ser huésped del Comandante en Jefe, y mañana continuar a París. Cruzó el Canal en un destructor. En Boulogne lo esperaba un automóvil del Cuartel General y un Oficial Confidencial ayudante de Campo del Comandante en Jefe.
—Eh bien?
—Pues salieron de Boulogne… pero no llegaron a destino.
—¿Qué?
—Monsieur Poirot, era un automóvil falso y un falso oficial. El coche auténtico fue encontrado en una carretera lateral con el chófer y su ayudante cuidadosamente amordazados y atados.
—¿Y el automóvil falso?
—Aún no ha sido encontrado.
Durante algunos instantes Poirot guardó silencio e hizo un gesto de impaciencia.
—¡Increíble! Seguramente no podrá pasar desapercibido por mucho tiempo.
—Eso pensamos. Parecía sólo cuestión de buscar a conciencia. Esa parte de Francia está bajo la ley marcial, y estábamos convencidos de que el coche no podría pasar mucho tiempo inadvertido. La policía francesa y nuestros hombres de Scotland Yard y los militares se han puesto a trabajar. Es increíble, como usted dice… pero aún no ha sido descubierto.
En ese momento llamaron a la puerta, y un joven oficial entró para entregar a lord Estair un sobre sellado.
—Acaba de llegar de Francia, señor. Lo he traído directamente aquí, como usted ordenó.
El ministro lo abrió con ansiedad y musitó una exclamación. El oficial se retiró.
—¡Noticias, al fin! Han encontrado el otro automóvil y también al secretario Daniels, cloroformizado, amordazado y herido, en una granja abandonada cerca de C… no recuerda nada, excepto que le aplicaron algo en la boca y nariz y que luchó por liberarse… La policía considera veraz su declaración.
—¿Y no han encontrado nada más?
—No.
—¿Ni el cuerpo del Primer Ministro? Entonces, hay una esperanza. Pero es extraño. Por qué, después de tratar de asesinarlo esta mañana, ¿se tomarían ahora la molestia de conservarlo vivo?
Dodge meneó la cabeza.
—Una cosa es segura. Están decididos a impedir que asista a la Conferencia a toda costa.
—Si es humanamente posible, el Primer Ministro estará allí. Dios quiera que no sea demasiado tarde. Ahora, messieurs cuéntenmelo todo… desde el principio. También debo conocer, minuciosamente, los detalles del primer atentado.
—Ayer por la noche, el Primer Ministro, acompañado por su secretario, el capitán Daniels…
—¿El mismo que lo acompañó a Francia?
—Sí. Como le decía, fueron a Windsor en automóvil, donde el Primer Ministro tenía una audiencia. Esta mañana regresó a la ciudad, y durante el trayecto tuvo lugar el atentado.
—Un momento, por favor. ¿Quién es el capitán Daniels?
Lord Estair sonrió.