Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Mi nombre es Hércules Poirot y soy, probablemente, el mejor detective del mundo", asegura el personaje emblemático de Agatha Christie. Para los ávidos lectores de novelas policiales este volumen reúne varios de las mejores historias breves protagonizadas por el egocéntrico investigador belga de grandes bigotes. En estos relatos, Poirot deberá sacar el mayor provecho de sus "células grises" para resolver un misterioso asesinato guiando a su compañero Hasting a distancia hasta dar en el clavo, el caso de una dama que colocó al detective al borde de la ley, la extraña muerte del Conde Foscatini luego de pedir desesperadamente ayuda y el robo de la famosa colección de joyas de la señora Opalsen en el lujoso hotel Grand Metropolitan.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 78
Veröffentlichungsjahr: 2022
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
El misterio de Hunter’s Lodge
Robo de joyas en el Grand Metropolitan
La dama del velo
La aventura del noble italiano
El misterio de Hunter’s Lodge
—Después de todo —murmuró Poirot— es posible que no muera esta vez.
Viniendo de un convaleciente de una fuerte gripe, me pareció una muestra de optimismo auspicioso. Yo ya la había sufrido, y Poirot cayó también. Ahora se encontraba sentado en la cama, recostado sobre múltiples almohadas, con la cabeza envuelta en un chal de lana, y sorbiendo lentamente una tisana particularmente nociva que yo había preparado siguiendo sus indicaciones. Su mirada se posó complacida sobre una hilera de medicamentos cuidadosamente ordenados que había en la repisa de la chimenea.
—Sí, sí —continuó mi pequeño amigo—. Una vez más volveré a ser yo, el gran Hércules Poirot, el terror de los malhechores. Imagínese, mon ami, que me dedican un párrafo en los Comentarios Sociales. Pues sí. Aquí está: “¡Salgan todos los criminales sin temor! Hércules Poirot… y créanme, señoras, realmente es un Hércules el detective favorito de la sociedad que no podrá detenerlos. ¿Por qué? Pues porque sufre una severa gripe”.
Me reí.
—Bien, Poirot. Se está convirtiendo en un personaje célebre. Y afortunadamente no ha perdido nada de especial interés durante este tiempo.
—Es cierto. No lamento en lo más mínimo haber tenido que rechazar los pocos casos que me han ofrecido.
Nuestra ama de llaves asomó la cabeza por la puerta.
—Abajo hay un caballero que desea ver a monsieur Poirot, o a usted, capitán. Como está muy apurado… y es todo un caballero… he subido su tarjeta.
Me la entregó.
—Roger Havering —leí.
Poirot me indicó con la cabeza la biblioteca y obediente fui a buscar el libro “¿Quién es quién?” Poirot lo tomó de mis manos y empezó a mover sus páginas, escaneándolas a toda velocidad.
—Segundo hijo del quinto barón de Windsor. Se casó en mil novecientos tres con Zoe, cuarta hija de William Grabb.
—¡Mmm! —dije—. Me parece que es la muchacha que solía actuar en el Frivolidad… sólo que se hacía llamar Zoe Carrisbrook. Recuerdo que contrajo matrimonio con un joven de la ciudad poco antes de la guerra.
—¿Podría bajar y ver qué es lo que le ocurre a ese caballero, Hastings? Preséntele todas mis excusas.
Roger Havering era un hombre de unos cuarenta años, de buena presencia y elegante. Su rostro estaba demacrado y se lo veía sumamente preocupado.
—¿Capitán Hastings? Tengo entendido que es usted el compañero de MonsieurPoirot. Es imperativo que me acompañe hoy mismo a Derbyshire.
—Me temo que eso es imposible —repliqué—. Poirot está enfermo… tiene gripe.
Su rostro se ensombreció.
—Dios mío, eso es un gran golpe para mí.
—¿Necesitaba consultarlo por algún asunto serio?
—¡Santo Dios, ya lo creo! Mi tío, el mejor amigo que tenía en el mundo, fue horriblemente asesinado anoche.
—¿Aquí en Londres?
—No, en Derbyshire. Yo estaba en la ciudad y esta mañana recibí un telegrama de mi esposa. Inmediatamente decidí venir a ver a monsieur Poirot para rogarle que tomara el caso.
—¿Me disculpa un momento? —dije iluminado por una idea repentina.
Subí la escalera a toda prisa y en pocas palabras le expliqué la situación a Poirot.
—Ya veo, ya veo. Quiere ir usted, ¿no es cierto? Bien, ¿por qué no? A esta altura ya debe conocer mis métodos. Sólo le pido que me informe cotidianamente y siga al pie de la letra todas mis instrucciones.
Acepté de buena gana.
Una hora más tarde me encontraba sentado frente al señor Hovering en un camarote de primera clase de los veloces ferrocarriles Midland, alejándome de Londres.
—Para empezar, capitán Hastings, usted debe comprender que Hunter’s Lodge, hacia donde nos dirigimos, donde ocurrió la tragedia, es sólo un pequeño terreno de caza situado en el corazón de los páramos de Derbyshire. Nuestra verdadera casa está cerca de Newmarket, y solemos alquilar un piso en la ciudad durante la temporada de invierno. Hunter’s Lodge es regenteado por un ama de llaves que prepara todo lo que necesitamos cuando se nos ocurre ir a pasar allí un fin de semana. Claro que durante la temporada de caza llevamos además algunos criados de Newmarket. Mi tío, el señor Harrington Pace (como tal vez usted ya sepa, mi madre era de los Pace de Nueva York), vivía con nosotros desde hace tres años. Nunca se llevó bien con mi padre ni con mi hermano mayor, y supongo que por ser yo algo así como el hijo pródigo hizo que esto aumentara el afecto hacia mí en vez de disminuirlo. Claro que soy un hombre pobre, y mi tío era muy rico… en otras palabras: ¡él era quien pagaba! Pero, aun siendo exigente en muchos aspectos, no resultaba difícil de tratar, y los tres vivíamos en feliz armonía. Hace un par de días, mi tío, bastante disgustado por algunas de nuestras alegrías recientes en Nueva York, sugirió que viniéramos a Derbyshire a pasar algunos días. Mi esposa telegrafió a la señora Middleton, el ama de llaves, y nos vinimos la misma tarde. Ayer por lo noche me vi obligado a volver a la ciudad, pero mi esposa y mi tío se quedaron. Esta mañana recibí este telegrama.
Me lo entregó.
Ven enseguida. Tío Harrington ha sido asesinado anoche. Trae un buen detective si puedes, pero ven. – Zoe.
—Entonces, ¿no conoce usted más detalles?
—No, supongo que aparecerán periódicos de la noche. Sin duda se habrá hecho cargo la policía.
Eran casi las tres de la tarde cuando nos bajamos en la pequeña estación de Elmer’s Dale. Después de recorrer cinco millas en coche llegamos a un edificio de piedra gris muy pequeño, situado en un páramo desolado.
—Un lugar muy solitario —observé con un escalofrío.
Havering asintió.
—Intentaré deshacerme de él. No podría volver a vivir aquí.
Abrimos la verja y caminamos por el estrecho sendero hacia la puerta de roble, cuando una figura familiar salió a nuestro encuentro.
—¡Japp! —exclamé.
El inspector de Scotland Yard me saludó amistosamente antes de dirigirse al señor Havering.
—¿El señor Havering? Me han enviado de Londres para encargarme de este caso y desearía hablar con usted si me lo permite.
—Mi esposa…
—Ya he visto a su esposa… y al ama de llaves. No le quitaré más que un momento, deseo regresar al pueblo lo antes posible ahora que he visto todo lo que podía ver aquí.
—Todavía no sé nada que…
—Exactamente —dijo Japp tranquilizándolo—. Pero hay una o dos cosas sobre las que desearía conocer su opinión. El capitán Hastings me conoce e irá a la casa a decirles que usted ha llegado. A propósito, ¿qué ha hecho usted del hombrecito, capitán Hastings?
—Aún sigue en cama, con gripe.
—¿Sí? Lo siento. Le debe resultar a usted extraño estar aquí, sin él, ¿verdad? Como un carro sin caballo.
Y tras oír aquella broma de mal gusto me fui hacia la casa. Hice sonar el timbre, ya que Japp había cerrado la puerta tras él. Al cabo de algunos segundos, una mujer de mediana edad, vestida de negro, abrió.
—El señor Havering llegará dentro de unos momentos —expliqué—. Se ha quedado hablando con el inspector. Yo he venido con él desde Londres para investigar este caso. Tal vez usted pueda contarme brevemente lo que ocurrió anoche.
—Pase usted, señor —cerró la puerta y me encontré en un recibidor escasamente iluminado—. Fue después de cenar cuando llegó ese hombre. Preguntó por el señor Pace, señor, y al notar que hablaba igual que él pensé que sería un amigo americano del señor, y lo hice pasar al cuarto de armas, luego fui a avisar al señor Pace. No me dijo su nombre, lo cual es bastante extraño ahora que lo pienso. Al decírselo, el señor Pace pareció bastante intrigado, y le dijo a la señora: “Perdóname, Zoe, iré a ver qué quiere ese individuo”. Fue al cuarto de armas y yo volví a la cocina, al cabo de un rato oí voces como si discutieran y salí al recibidor, al mismo tiempo que salía la señora. Entonces oímos un disparo y luego un terrible silencio. Corrimos hasta el cuarto de armas, pero la puerta estaba cerrada y tuvimos que dar la vuelta para entrar por la ventana. Estaba abierta y adentro el señor Pace estaba bañado en sangre.
—Y ¿qué fue de aquel hombre?
—Debió marcharse por la ventana, antes de que nosotras llegáramos.
—¿Y luego?
—La señora Havering me envió a avisar a la policía. Fueron cinco millas de caminata. Vinieron conmigo y el comisario se ha quedado aquí toda la noche, y esta mañana ha llegado la policía de Londres.
—¿Qué aspecto tenía el hombre que vino a ver al señor Pace?
El ama de llaves reflexionó.
—Tenía barba, era moreno, de mediana edad, y usaba un abrigo claro. Además de su acento americano no me fijé en otros detalles.
—Bien. ¿Ahora podría ver a la señora Havering?
—Está arriba, señor. ¿Quiere que la avise?
—Si me hace el favor… Dígale que el señor Havering está fuera con el inspector Japp, y que el caballero que ha venido con él desde Londres necesitaría hablar con ella lo antes posible.
—Muy bien, señor.
Me sentía impaciente por conocer todos los hechos. Japp me llevaba dos o tres horas de ventaja, y su apuro por marchar me obligó a apresurarme para no perderle el paso. La señora Havering no me hizo aguardar mucho. A los pocos minutos oí pasos en la escalera y enseguida vi a una joven muy hermosa que se dirigía hacia mí. Llevaba un vestido color rojo, que realzaba la esbeltez de su figura, y tocaba sus cabellos negros con un sombrerito de cuero del mismo color. Incluso la reciente tragedia no había podido empañar en modo alguno su vigorosa personalidad.