Primerizas, el lado B de la maternidad - Flor La Rosa - E-Book

Primerizas, el lado B de la maternidad E-Book

Flor La Rosa

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Beschreibung

Luego del éxito teatral internacional de "Postparto –nadie te dijo que iba a ser así-", llega "Primerizas, el lado b de la maternidad". A través de la comedia -a veces llevada al borde de la sátira- Primerizas, el lado b de la maternidad, nos muestra el devenir de un grupo de cuatro particulares y modernas mujeres citadinas que acaban de convertirse en madres primerizas. Para su sorpresa -por no decir desesperación- el bebé real tiene poco que ver con el imaginado. Así, agotadas y casi al borde de la locura, intentan comprender y llevar adelante mejor ésta nueva etapa de su vida: la ¿simple? tarea de ser mamá. De manera irrisoria y conmovedora a la vez, acompañaremos a Karla, Ámbar, Chloe, y Elisa, a descubrir que la aparición de sus hijos las obligará -sorpresivamente- a abordar cambios en relación a su propia identidad, los vínculos con su propia madre, pareja, amistades, trabajo, y relaciones en general. Así mismo, en algunos capítulos, podremos presenciar las experiencias de otras mujeres-también madres- cuyas historias descubrirán esas realidades más dramáticas que subyacen en todo vínculo tan cercano, como el de una madre y un hijo. Porque la presencia de un pequeño e inofensivo bebé nos acerca a todos los adultos que lo rodean a una inmensa y maravillosa –así como también dificultosa- realidad que nunca nos hubiésemos imaginado: la realidad de nuestra realidad.

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Seitenzahl: 181

Veröffentlichungsjahr: 2018

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Florencia La Rosa

Primerizas

el lado B de la maternidad

Editorial Autores de Argentina

La Rosa, María Florencia

Primerizas : el lado B de la maternidad / María Florencia La Rosa. -1a ed. . -Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2015.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-711-391-4

1. Maternidad . 2. Embarazo. I. Título.

CDD 649. 1

Editorial Autores de Argentina

www. autoresdeargentina. com

Mail:info@autoresdeargentina. com

Diseño de portada: OmYkron(www. omykron. com. ar)

Diseño de maquetado: Maximiliano Nuttini

Nº DERECHO DE AUTOR 5190217

A MI BELLA

ISABELLA

Gracias por elegirme.

Y A MI MADRE

Gracias por recibirme.

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO 1: ¿QUIÉN SOS?

CAPÍTULO 2: EL LLANTO

CAPÍTULO 3: CONSEJOS DESACONSEJABLES

CAPÍTULO 4: ¿DÓNDE ESTÁ MI CUERPO?

CAPÍTULO 5: DOS SON COMPAÑÍA, TRES ES MULTITUD

CAPÍTULO 6: MI REINO POR UN DÍA DE LIBERTAD

CAPÍTULO 7: ¿SIGO SIENDO HIJA?

CAPÍTULO 8: FANTASÍAS SECRETAS (Y LA CULPA QUE DA TENERLAS)

“Madre es el nombre de Dios en los labios y en los corazones de los niños”

William Makepeace Thackeray

INTRODUCCIÓN

Ser madre... ¡qué difícil!

Qué difícil que es ser madre hoy en ésta ciudad agitada, apurada, excitada. Una ciudad en donde abundan los excesivos pozos de las calles; la gran cantidad de gente que camina apurada, apesadumbrada, abatida, acongojada; el infinito caos del tránsito y el enviciado smog de los autos; los estímulos constantes con sus ensordecedores ruidos; las incandescentes luces de los carteles, las publicidades, y los semáforos; los perros que ladran contagiándose los unos a los otros en un coro insoportablemente desafinado; las personas que se pelean, se gritan, se empujan, se pegan; los constantes timbres de las escuelas, las casas, y las fábricas sonando a la par que las alarmas de los autos y las sirenas de los bomberos, las ambulancias, la policía...

Y mientras todo esto ocurre en un constante sin cesar, en el medio de tanto caos -sintiéndonos más desprotegidas que nunca -estamos las madres. Las invisibles madres con nuestros bebés en brazos sosteniendo llantos interminables que se pierden en el mundanal ruido y que nadie escucha, excepto nosotras. Está la esencia de la maternidad palpitando en nuestros corazones requiriéndonos silencio, suavidad, tiempo. Deseando reclamarle al mundo que se detenga, que frene, que pare la máquina. ¡Acabamos de tener un bebé, ¿no se dan cuenta?! Necesitamos más ayuda que nunca.

Pero en éste citadino y moderno siglo XXI, las madres, los bebés, y nuestras necesidades, pasan como fantasmas entre tanto reloj y cuenta corriente. Nadie nos nota. La mayoría de la gente ni nos mira. Y hasta podríamos decir que molestamos con nuestros cochecitos que ocupan casi toda la vereda, nuestros enormes e incómodos bolsos, y nuestros desagradables olores a vómito y otras cuestiones menos presentables.

Y todo esto nos resulta más contradictorio aún ya que, cuando estábamos embarazadas, no nos pasaba lo mismo. Cuando estábamos encintas éramos siempre la reina de la fiesta. Todos –hombres, mujeres, grandes y pequeños-, todos absolutamente todos se desvivían por ayudarnos. Cuando entrábamos en escena, parecía que no existía otra cosa más que nosotras y nuestra maravillosa panza. ¡Qué épocas aquellas!

Por eso, es realmente duro descubrir que el embarazo es un bien preciado que tan sólo dura 9 meses; mientras que la maternidad constante y sonante –esa que dura toda la vida -no sólo está pésimamente mal paga sino que tiene un marketing esquizofrénicamente mentiroso. Nosotras, pobres primerizas embarazadas, felices con nuestra gran panza, creíamos que nuestra vida después del parto iba a ser como una publicidad de Baby Cotton: nuestros bebés prístinos muy felizmente hermosos y nosotras sonrientes muy felizmente flacas, ambos vestidos de impecable blanco muy felizmente blanco.

Pero, lamentablemente, la realidad tiene poco que ver con lo que nos venden las revistas. ¿Dónde están las fotos de los llantos, los vómitos, las noches con fiebre, y la cara que te queda después de la episiotomía? ¿Dónde está el registro de la panza que a todas asoma después de parir, y que provoca las felicitaciones en la calle por haber buscado al hermanito tan rápido? ¿Dónde está el relato sincero del rechazo, la culpa, y el ahogo –además del inconmensurable amor, claro está-, que nos provoca nuestro adorable pequeñuelo en cuestión?

No están en ningún lado. O por lo menos, yo no los vi.

Justamente el terrible encuentro con ésta cruda verdad fue exactamente lo que nos pasó, a mis amigas y a mí, cuando tuvimos a nuestros hijos...hace poco más de un año atrás.

“No hay manera de ser una madre perfecta;

hay un millón de maneras de ser una buena madre”

Jill Churchill

CAPÍTULO 1: ¿QUIÉN SOS?

-¡Agggh! -grite.

Grité como nunca lo había hecho en mi vida. Al menos eso sentí en la sala de parto de la clínica de mi obra social, atada de pies y manos, con tres personas mirándome al mismo tiempo lo que nunca me habían mirado tres personas al mismo tiempo. Mi vagina estaba indiscriminadamente abierta y no podía sentir la mitad de mi cuerpo por el efecto de la epidural. Era una sensación muy extraña e incómoda de la que nunca me había puesto a pensar.

-¡Por favor, sáquenmela ya! ¡No la aguanto más! -supliqué esta vez, sudada, agotada, y al borde del llanto.

-Tranquila, mami -me dijo de manera distante una de las parteras que estaban allí, juzgando mi desempeño parturiento. –Respirá hondo... respirá hondo que ya sale.

-¡No puedo! -sollocé. –¡Y no voy a poder! ¡Esto es imposible!

La partera río, sarcástica. –¡Vamos! A que no decías lo mismo cuando estabas mimosona con el ausente en cuestión... ¡Dale, vamos! ¡Daaaale!

El tiempo se detuvo. Era el momento más trascendental e intenso de mi vida y, sin embargo, me sentía la mujer más tonta y horrible del mundo. Y la más sola.

La partera más joven le preguntó a la más vieja: -¿Otra soltera?

-¡Una plaga! -respondió la del medio con clara ironía.

Sí. Así de crudo. Ahí mismo. Así de prepo. Así fue el despertar de muchas verdades que nadie jamás se había atrevido a contarme. Aunque, para que entiendan mejor, tenemos que volver un poco hacia la parte más linda e ingenua de la historia: “¡El Reinado de las Panzas Ignorantes!”.

Mi verdadero yo (no la que estaba en la sala de parto) es a mucha honra y esfuerzo, Licenciada en Psicología.

Además de atender a mis pacientes, doy clases en la facultad y a la noche preparo mi tesis para el Doctorado. Ustedes se preguntaran cómo una chica tan estudiosa y trabajadora llegó a estar en semejante estado grávido a los 34 años de edad. La verdad es que tener un bebé no estaba en mis planes, y mucho menos estando sola.

Sí, sola.

Cuando me enteré que estaba embarazada, pensé: -Si esto es lo que te toca, Karlita, ¡adelante! El mundo está lleno de mujeres solas con hijos... ¿qué tan complicado puede llegar a ser?-.

Unos días más tarde, mi amiga Ámbar me sorprendió con la misma noticia... aunque su situación difería un poquito bastante de la mía. Ámbar es una referente alternativa que siempre está en contra del sistema y de todo lo que sea masificado. Es profesora de Bio-Danza, vegana a ultranza, cultiva sus propios vegetales en una pequeña huerta dispuesta en el patio de su coqueto PH y, por supuesto, es astróloga, tarotista, y autodidacta en tirar el I-Ching. Como no podía ser de otra manera, Ámbar planea tener un parto humanizado en su casa. E, insistente como pocas, logró convencer a Facundo, su pareja desde hace poco más de 5 años, de que eso era lo mejor y lo más seguro para su bebé. Sin embargo, para Facu –mecánico, fierrero y futbolero como pocos -parir en casa es toda una revolución. ¡Imagínense que lo más alternativo que tiene –y tuvo -Facu en toda su vida es un CD de Pappo! Juntos, eso sí, decidieron no decirle nada a los padres de Facundo sobre ésta idea loca de no tener al bebé en una clínica, como hace normalmente todo el mundo normal; tal vez se preocupen demasiado y no los entiendan. Como en verdad le pasaba al pobre Facu que –sin que Ámbar supiera -arregló plan b con una maternidad tradicional. ¡No vaya a ser cosa que a último momento tengan que salir corriendo de emergencia!

Otra historia es la de mi amiga, Chloe. Mejor dicho, la diosa de Chloe Pereyra. Chloe tiene una boutique de ropa importada y exclusiva de grandes diseñadores europeos, en uno de los lugares más paquetes de Buenos Aires. Además, es experta en belleza. Su gran preocupación desde que quedó embarazada es que su perfecta y superficial vida no cambie ni un poquito. Por eso, entre otras cosas, rápidamente arregló con su obstetra una cesárea programada porque, como ella dice: -no pienso arruinar mí... “intimidad”. ¡Que se te agrande ahí, justo ahí Karl!;(hago un paréntesis para aclararles que a Chole le gusta decirme Karlen honor a Karl Lagerfeld).

-Y después, ¿cómo la recuperas? –me repitió varias veces señalando su entrepierna y negando enfáticamente con la cabeza. -¡Noooo! ¡De ninguna manera! ¡No es no!

Además de multiplicar las horas del gimnasio, de las sesiones de estética, del drenaje linfático, y de reacomodar su dieta hipocalórica, Chloe se dedicó durante todo su embarazo a demostrarle a Willy –su poderoso, exitoso, y rico marido empresario -que su activa y excéntrica vida sexual no iba a cambiar ni siquiera un ápice por la llegada de un simple e inofensivo bebé. Pobre Chloe; no sabía cuánto se estaba equivocando.

Y por último está Elisa. La militante y profunda Elisa.

Elisa sufre verdaderamente en su fuero interno por todas las injusticias del mundo. De hecho, es una asistente social profundamente comprometida con su trabajo, el cual ama con todo su corazón. Y, por esas injusticias que no se entienden en el mundo, Elisa no puede quedar embarazada. Por eso se está haciendo tratamientos de fertilización desde hace más de tres años. Y aunque el bebé tarda en llegar, tanto ella como Juan –su simple y básico marido administrador de empresas-, aún mantienen un último halo de esperanza.

Pero... ¿de dónde venía todo esto? ¡Ah, cierto! ¡Ya me acorde! Esto venía del “Reinado de las Panzas Ignorantes”. Todas ellas, pobres, ignorantes de la cruda realidad que se les aproxima. Creyentes de que tener todo controlado es tener licencia de trabajo, mamaderas, y disponibilidad de abuela full-time. Creyentes de que es mejor dejar las típicas mudanzas para después del parto y, ahora, estar tranquilas y disfrutar de la panza. Creyentes de que prepararse es hacer el cursito de pre-parto –como si una pudiese aprender a parir-, practicar las respiraciones como un pececito fuera del agua, mirarse todos los programas de televisión, y leerse todas las revistas de maternidad.

Ignorantes todas ellas. Ignorantes nosotras. Ignorante yo. Totalmente distraída y desprevenida de lo que verdaderamente iba a ocurrir. Ingenua de las oscuridades sobre mí misma que me iba a revelar la maternidad. La rosada y cálida maternidad.

¡Ja!

-Mmm -dijo con mala cara la partera mediana.

-¿Qué pasa? ¿Qué tengo? -pregunté preocupada, temiendo lo peor.

-Hay que subirte el goteo, mami.

-¡¿Por qué todo el mundo me dice “mami”?! ¿¿Acaso no saben mi nombre?? -tuve ganas de preguntarles, pero me contuve. Temí por un momento que se desquitaran ante mi rebeldía. Convengamos que, llegado el caso de un ataque, no estaba en la mejor posición para defenderme.

-Preparen todo para la episiotomía -dijo la más vieja.

-¿Episiotomía? ¡No! Es muy... ¿necesaria?-. Hice una pausa, respiré. -¿Duele?

Las tres parteras se miraron entre ellas y comenzaron a reírse por lo bajo, a la par que contestaron las tres juntas en un coro de hienas sarcásticas:

-¡Noooo! ¡No duele para nada, mami!

Y volvieron a reír, mientras acomodaban los instrumentos. Intenté escapar, pero fue inútil. No tenía otra salida más que entregarme a mi destino. Al terminar de pensar ésta frase ingresó a la sala un médico fornido y apurado quien, decidido, se acercó directamente hacia mí.

-Bueno, mami... a ver si cooperamos y nos vamos a casa rapidito -dijo, guiñándome un ojo.

-¿Y el doctor Escarparo? -pregunté confundida. -Yo me preparé con él.

-Tuvo una urgencia, así que me tocó a mí reemplazarlo. Estás en mi guardia, mamita -comentó canchero, como si no fuese la gran cosa. Y mientras se ponía los guantes de látex agregó: -Pero no te preocupes, que papá sabe lo que hace.

Creo que el terror me invadió por completo y entré en un estado de shock traumático. Cerré los ojos queriendo que la pesadilla termine cuanto antes y me entregué a lo que ya era inevitable. Mi mente repetía y me repetía cariñosamente las palabras que nadie allí me estaba diciendo: va a estar todo bien, Karla... va a estar todo bien.

No sé qué más sucedió porque lo próximo que recuerdo es el llanto de Lily. El escucharla, el observarla, el olerla aunque sea a la distancia, me hicieron olvidar todo lo que había sucedido hacía unos segundos atrás. Y por primera vez en toda ésta experiencia maternante, sentí algo totalmente nuevo e indescriptible. Algo que no puedo llegar a describir con palabras, porque las palabras no me alcanzan para hacerlo con precisión.

Pero el paraíso duro poco. Cuando quitaron a Lily de mi vista, todo se puso difuso. Podía escuchar a lo lejos las voces de los médicos, cada vez más bajas, diciendo cosas como peso, revisen, cordón, 13 puntos, rápido, pulmones libres, llévensela a neo. Quería pedirles que me la pongan a upa. Quería mirarla fijo, tocarla, olerla, besarla. Quería poder reconocer a mi hija y quedarme con ella unos minutos... y para siempre. Acababa de ser mamá y estaba sumamente emocionada, convulsionada, extrañada, conmovida.

Pero entonces me di cuenta de que se habían ido todos y me habían dejado sola, atada a la camilla.

-¿Hola? ¿Hay alguien? ¿Hay alguien ahí? -atiné a preguntar sin poder moverme ni levantar demasiado la cabeza.

Nadie contestó.

Se me llenaron los ojos de lágrimas. Necesitaba un abrazo.

Lily nació un domingo 29 de noviembre a las 12 del mediodía con un peso de 3,900 kgs. , un perímetro cefálico de 34,8 cm, y una longitud de 50,16 cm. Ese mismo día a las cuatro de la tarde, Ámbar, Chloe, y Elisa ya estaban en la habitación, ansiosas por conocer a su nueva sobrinita.

-¿Y la bebé? -preguntó excitada Ámbar, buscando a Lily con la mirada.

-No sé. Se la llevan... la traen... nadie me dice nada -le contesté.

-¿Ya le diste la teta? -prosiguió Elisa.

-Todavía ni pude intentarlo -les expliqué con cierta tristeza a mis amigas.

-¡Estos lugares son lo anti-maternales! ¡Deberían prohibirlos! -protestó Ámbar, con su habitual maternidad militante.

-Y eso que es privado -dijo Chole, mostrando con esas pocas palabras lo que en verdad estaba dentro de su cabeza y de su corazón.

-¡Qué prejuiciosa, Chloe! Este no es un tema de público ni de privado -le refutó Elisa.

-Los hospitales públicos por lo menos no están contando los pesos que pierden por cada minuto que te quedas en la sala de parto -determinó Ámbar.

-No empieces con tu militancia de crianza natural, que estoy en las últimas semanas y no me puedo hacer mala sangre -disparó Chloe.

-¡Lo mismo digo! -se defendió Ámbar.

Aunque muy distintas, ambas amigas se querían y se respetaban, pero siempre con una justa distancia. Es que se espejaban demasiado.

-Vinimos a ver a Karla, chicas-, dijo Elisa con su habitual parsimonia. –A ver si dejan el papel protagónico por unos minutos y le preguntamos a nuestra amiga que acaba de ser mamá qué necesita, ¿les parece?

Las otras dos asintieron con la cabeza y Elisa entonces me pregunto:

-¿Qué necesitás?

-¿Necesitás algo? -preguntaron Ámbar y Chloe casi al mismo tiempo. Yo me intentaba mover, pero realmente me dolía todo el cuerpo. Por dentro y por fuera.

-Es horrible, chicas –dije. -Tengo una panza como de 6 meses y esto... -señalándome la entrepierna, susurré: -¡es peor que estar indispuesta un mes entero!

-Pero sin los dolores pre -menstruales -trató de bromear Elisa.

-Me siento tan débil. Les juro que tengo miedo de ir a hacer pis ¡y abrirme toda! -confesé.

-¿Ves? ¡Justamente por eso es que tengo la cesárea programada! No pienso arruinarme el cuerpo ni el ánimo de esa manera -sentenció Chloe.

-¡¿Cómo podés ser tan bruta, Chloe?! ¡¡Lo mejor que le puede pasar a una mujer es parir un nuevo ser!! -nos predicó Ámbar.

-Hablamos en un par de días -le replicó irónica Chloe.

-¡¿Por qué en vez de quejarse no agradecen la oportunidad que tienen?! ¡¿No se dan cuenta que hay un montón de hombres y mujeres en el mundo que no pueden ni siquiera pasar por la mitad de lo que ustedes están pasando?! Por más doloroso o molesto que sea, ¿no deberían estar agradeciendo la bendición que es tener un hijo? -dijo Elisa enojada, y con razón.

Todas nos callamos unos minutos sintiéndonos unas verdaderas desagradecidas. Pero el clima de agradecimiento no duró mucho.

-¡Ay, Dios! ¿Por qué nadie te dice lo que duele esto? -dije, intentando pararme para ir al baño. Caminar era una tortura por la cicatriz de la episiotomía y el mareo por la anestesia. Chloe y Ámbar intentaron ayudarme tomándome cada una de un brazo.

-Si lo dijeran, las mujeres no querrían tener hijos -me respondió Chole.

-No. Si lo dijeran, todas las mujeres podríamos prepararnos como corresponde y sufrir menos -refutó Ámbar.

–No sé si voy a poder volver a caminar algún día -rematé abatida, sintiendo que mi declaración no era en nada exagerada.

-Millones de mujeres en la historia del mundo pasaron por lo mismo y sobrevivieron, Karl -me calmó Chloe.

-Y menos mal que no tenés marido, ¡sino tendrías una piedra más que cargar! -aclaró Ámbar, feminista como siempre.

Por fin, con un gran esfuerzo, llegue hasta el baño y entré. Las chicas se quedaron esperando, casi pegadas a la puerta. Apenas unos instantes y volví a salir, aplacada. Las tres me miraron como preguntando cómo me había ido.

-Imposible. Me da impresión -dije.

Las cuatro suspiramos, decepcionadas.

-¿Alguna vez volveré a ser la que era antes? -pregunté en un tono que rozaba la desesperación.

Antes de que alguna me pudiese responder, se abrió la puerta y entró una enfermera con Lily en brazos, envuelta en una manta.

-¡Ahí está! -gritó Ámbar.

-¡Qué linda que es! -dijo Elisa, acercándose sin dudar.

-Tiene tus ojos, Karla - acotó Chloe.

-¡Si los tiene cerrados! -aclaró Ámbar.

-Algo tenía que decir -susurró la otra, codeándola.

-A ver, mami... que la gordita tiene hambre -despejó la enfermera sin paciencia ya.

La verdad es que me puse nerviosa. Chloe me ayudó a recostarme nuevamente en la cama y la enfermera me entregó a Lily. La mire fijamente. Mis tres amigas me rodeaban.

-Hola... bebita -dije, sin saber qué más agregar. Miré a las chicas con una cara que lo decía todo. Me sentía rara y no sabía si era normal o no lo que me estaba pasando. -Me parece que algo salió mal, amigas. No sé... me siento... rara -dije muy bajito, con miedo a ser juzgada.

-Está confirmado: el instinto materno es un invento de la sociedad -respondió Chloe.

-¡Para nada! -la retó Ámbar. -Es totalmente normal lo que te está pasando -me dijo, -no sólo acaba de nacer Lily, sino vos como mamá. Es lógico que te sientas rara.

-¿Y que le tenga un poquito de miedo? -pregunté con un poco más de seguridad.

-¿Miedo a una bebé recién nacida? –escupió Elisa sin poderse contener.

-Es que... no sé qué me va a pedir -justifiqué.

-Te va a pedirtodo -nos “tranquilizó” Ámbar.

-¿Y si no puedo dárselo? -agregué, más aterrada que nunca.

-Por el momento tenés que darle la teta. A ver, a ver... si vamos dejando sola a la mami -pidió la enfermera, instándolas a que se fueran.

-Después te llamo... ¡Vos podés!... ¡Pedí tus derechos! -dijeron las tres casi al unísono mientras salían de la habitación. Miré a la enfermera.

-¿Y ahora? -le pregunté.

-Y ahora, relajate. La bebé hace todo solita, ella sabe -me dijo cariñosa. Acercó Lily a uno de mis pechos y de golpe... ¡se prendió sola! ¡¡Lily estaba tomando mi leche!!

-¡Wow! ¡Esto está bueno! -le dije.

-Claro que está bueno, preciosa; claro que sí -me contestó sonriente, y salió dejándome por fin a solas con mi hija.

Ahora sí Lily y yo ya estábamos juntas. Para siempre.

Después de unos días en la clínica pudimos volver a casa. Una casa que ahora iba a albergar a dos. Bah, en realidad a tres, porque en casa nos estaba esperando Zorba, nuestro gatito. No le dije nada a las chicas que ya volvíamos para no tener que lidiar con sus opiniones porque, la verdad, es que sola siempre me sentía mucho mejor. Aunque ahora ya no iba a estar sola nunca más. Abrí la puerta con una gran sensación de extrañéz. Caminaba con dificultad por el dolor de los puntos y, a decir verdad, todo me parecía nuevo. El sol de frente que entraba por el amplio ventanal me encandilaba en la cara.

-¡Bienvenida a casa, Lily! -le dije. -Acá nos vamos a conocer. Y nos vamos a caer bien... ¡al menos eso espero!

Lily me miró con unos ojos llenos de amor y una amplia sonrisa en su carita de cuerpito nuevo. ¡Era tan linda!

Pero la abstinencia me llamaba. Tenía que mirar el rincón donde tenía la notebook. Hacía más de tres días que no la encendía y, aunque no fuese de trabajar mucho con los e -mails, sentía la necesidad de sentarme frente a la pantalla.

-¿Qué hacemos? -le pregunté a Lily. -¿Nos volvemos a conectar con el mundo? ¿O nos quedamos escondidas en la cueva?

Mientras estaba distraída pensando qué me respondería si pudiese hablar, sonó el teléfono. Sobresaltada, y con Lily a upa, caminé como pude hacia el aparato. Atendí.

-¿Hola?

-¡Te enganche! ¡Ya llegaron!¿Están bien? -dijo del otro lado Ámbar, sentada frente a su pequeña laptop en donde se podía ver el dibujo de una carta natal.

-Muy bien, por suerte. Aunque... había mucho ruido en la calle. No sé... parece que todo está más ruidoso que nunca.

-A mí me parece que todo sigue igual y la que está distinta sos vos.

-Sí, puede ser...

-¡Le hice la carta natal a Lily! ¿Querés saber qué luna tiene?

Nada podía importarme menos que la astrología, pero no quería hacer sentir mal a mi amiga. –¡Obvio! -mentí, piadosa y descaradamente. Y cuando Ámbar iba a empezar con su mancia, me entró una llamada de larga distancia. –Es mi mamá desde Neuquén -le dije -¿hablamos después?