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El implacable Daniel Caruana haría cualquier cosa para evitar que su hermana se casara con su rival. Daba la casualidad de que quien organizaba la boda era la hermana del novio. En persona, a pesar de que vestía de forma muy convencional, Sophie Turner era muy tentadora. Ojo por ojo, hermana por hermana... Daniel lograría tener a Sophie exactamente donde quería que estuviera: ¡con él en su isla privada y voluntariamente en su cama! Pero cuando se dio cuenta de que el amor verdadero sí que existía, no iba a ser sólo su hermana quien iba a estar en apuros...
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Seitenzahl: 182
Veröffentlichungsjahr: 2011
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid
© 2010 Trish Morey. Todos los derechos reservados. PRISIONERA EN EL PARAÍSO, N.º 2070 - abril 2011 Título original: His Prisioner in Paradise Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres. Publicada en español en 2011
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-9000-259-9 Editor responsable: Luis Pugni
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Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Promoción
¡SOBRE mi cadáver! Daniel Caruana no había leído más allá del primer párrafo del correo electrónico que le había enviado su hermana antes de arrugarlo y lanzarlo contra la pared más cercana. ¿Monica iba a casarse con Jake Fletcher? ¡De ninguna manera! ¡Y menos si él podía hacer algo para evitarlo!
Alterado, comenzó a pasear de un lado a otro de su despacho mientras se pasaba las manos por el cabello. Desde el ventanal se podía contemplar la playa de arena blanca y palmeras y el mar azul que brillaba bajo el sol tropical de Far North Queensland.
Daniel no lo veía.
Sólo veía el color rojo.
¿Cómo había permitido que Monica estudiara en Brisbane? Tan lejos de Cairns y de su control. «Y desde luego no lo bastante lejos de las manos de Jake Fletcher».
Dejó de pasear y se estremeció. Fletcher lo había llamado dos veces esa semana, dejándole mensajes para que le devolviera la llamada. Daniel había ignorado esos mensajes. No pensaba hablar con Fletcher nunca más. No tenía motivos.
Pero, al parecer, Fletcher si los tenía. Aunque sólo fuera para regodearse…
Se le formó un nudo en la garganta. «Por favor, Fletcher no. Y tampoco mi hermana».
Sobre todo después de lo que había sucedido anteriormente.
Daniel apoyó la frente contra el cristal y cerró los ojos. La imagen de una chica de dulce sonrisa y ojos azules invadió su cabeza.
Emma.
Mientras estuviera vivo no olvidaría a Emma.
«¡Ni lo que Jake Fletcher le había hecho a ella!».
Abrió los ojos y miró hacia el horizonte en busca de respuestas y soluciones. Normalmente, aquella vista lo animaba e incluso calmaba sus nervios.
Pero ese día no.
Golpeó el cristal con la palma de la mano. «¡Maldita sea! ¡Monica no!» Apenas acababa de deshacerse del último novio de Monica, algo que le había costado veinte mil dólares. Nada comparado con lo que aquel cretino podía haber pedido si hubiera descubierto lo que realmente valía su novia.
Por otro lado, estaba casi seguro de que Fletcher conocía muy bien el valor de la fortuna de los Caruana. Veinte mil dólares no habrían bastado para disuadirlo, y menos cuando él imaginaba que estaba a punto de convertirse en parte de la familia.
«De ninguna manera». Mientras Daniel tuviera algo que decir, Jake Fletcher nunca formaría parte de su familia.
Sabía que Fletcher no le saldría barato, pero todo el mundo tenía su precio y merecía la pena liberar a Monica de la influencia de aquel hombre.
Sonó el teléfono que estaba sobre su escritorio y Daniel frunció el ceño. ¿Su imperio no podía pasar diez minutos sin él? Entonces, se acercó para contestar. Después de todo, no había conseguido que Caruana alcanzara el éxito después de pasar por una situación económica desastrosa ignorando el negocio.
Negociaría con Fletcher, pero no bajaría la guardia durante el proceso. Agarró el teléfono y contestó la llamada.
–¿Sí?
–¿Señor Caruana? –su secretaria dudó un instante antes de continuar. Él recordó que era una suplente y no su eficiente secretaria habitual–. Una mujer que dice llamarse Turner quiere verlo.
Él frunció el ceño y, durante un segundo, el problema con Fletcher pasó a segundo plano. No recordaba nada acerca de una señorita llamada Turner.
–¿Quién?
–Sophie Turner, de One Perfect Day.
El nombre no le sonaba de nada pero estaba acostumbrado a que la gente intentara verlo para pedirle favores o dinero para contribuir con proyectos que los bancos habían rechazado financiar. Sin duda, la señorita Turner era otra de esas personas.
–Nunca he oído hablar de ella. Dile que se vaya –colgó el teléfono, molesto por aquella innecesaria interrupción.
Treinta segundos más tarde, el teléfono sonó de nuevo.
–¿Qué ocurre ahora? –preguntó.
–La señorita Turner dice que los detalles de su visita aparecían en el correo electrónico que le ha enviado su hermana.
–¿Qué correo electrónico?
–¿No lo ha leído? –la secretaria suplente preguntó con voz temblorosa. Parecía que en cualquier momento iban a saltársele las lágrimas–. Estaba sobre su mesa. Lo imprimí a propósito.
«¿Ese correo electrónico?» Se fijó en el papel arrugado que estaba tirado en una esquina de la habitación.
–Espera –dijo él, dejando el teléfono sobre la mesa para ir a recoger el papel arrugado y leerlo de nuevo.
Daniel, por favor, alégrate por mí. Creía que nunca encontraría a un hombre, sobre todo después de que me dejaran por tercera vez, pero conocí a Jake Fletcher y las últimas semanas de mi vida no podían haber sido mejores. Me trata como si fuera una princesa y me ha pedido que me case con él. Le he dicho que sí.
«¡Jamás!» Cerró los ojos al sentir que la rabia se apoderaba de él otra vez. No le extrañaba que no hubiera sido capaz de leer el resto. Deseaba arrugar el papel una vez más, pero respiró hondo y continuó leyendo.
Sé que no os llevabais bien en el pasado y quizá por eso no le devolviste las llamadas a Jake la semana pasada, pero espero que seas capaz de olvidar el pasado cuando veas cómo nos queremos.
¿Olvidar el pasado? Montones de imágenes de una chica sonriente invadieron su cabeza. ¿Cómo se suponía que iba a olvidar el pasado si ella no podría vivir ni un día más?
Sé que todo está siendo muy apresurado, pero quería que fueras de los primeros en saber nuestra noticia y lo mucho que nos queremos. Sé que esta vez es de verdad.
Daniel contuvo una carcajada. No dudaba que Fletcher fuera en serio, pero si estaba enamorado sería de la fortuna de los Caruana. ¿Cuándo aprendería su hermana que eso era lo que los hombres buscaban? Sobre todo los hombres como Fletcher.
Pero pronto vería la luz, igual que había hecho en otras ocasiones. Tan pronto como él se deshiciera de ese cazafortunas.
Ojalá hubiera podido darte la noticia personalmente, pero estabas de viaje, y Jake me ha invitado dos semanas a Honolulú como regalo de boda sorpresa y no tuvimos tiempo de pasar a verte por Cairns antes de marcharnos.
Él apretó el puño de la mano que tenía libre y tragó saliva. La idea de que su hermana pequeña estuviera con aquel hombre hacía que quisiera tomar un vuelo a Honolulú y sacarla de allí antes de que ese bastardo la dejara embarazada.
¿O era ésa su intención? ¿Consumar el matrimonio antes de la ceremonia?
Daniel negó con la cabeza. Haría falta algo más que un bebé para que ese matrimonio continuara adelante. El infierno se congelaría antes de que él permitiera que alguien como Fletcher se casara con su hermana.
Monica tenía veintiún años así que no podía hacer que regresara a la fuerza pero, desde luego, no estaba dispuesto a apoyarla y a permitir que la acorralaran respecto a ese matrimonio. Ni mucho menos. Leyó las últimas líneas.
Por tanto, le he pedido a nuestra organizadora de boda que vaya a visitarte. Se llama Sophie Turner y se ha convertido en algo más que una amiga. Más adelante te contaremos todos los detalles.
Entretanto, ¡sé amable con ella!
Su hermana se despedía prometiéndole que le enviaría una postal desde Waikiki Beach. Pero no fue eso lo que llamó su atención, sino la parte en que le pedía que fuera amable con ella.
¿Es que su hermana pensaba que era un ogro?
No era un ogro. Era su hermano y un hombre de negocios. Un hermano que quería proteger a su hermanita de todos aquellos que querían aprovecharse de ella y de la fortuna familiar.
Él era precavido. Y protector.
¿Eso lo convertía en ogro?
Por supuesto que recibiría a Sophie Turner. Y sería amable con ella, tal y como le había pedido su hermana. La invitaría a pasar, escucharía su perorata y la despacharía.
Porque no necesitarían sus servicios. Mientras él estuviera vivo su hermana no se casaría con Jake Fletcher.
Agarró el teléfono que había abandonado sobre la mesa y dijo:
–Haz pasar a la señorita Turner.
SOPHIE estaba sentada en la sala de espera con la carpeta de piel que contenía todos los detalles de la boda de Monica y Jake sobre las rodillas. Se fijó en que la secretaria se había sonrojado cuando ella le había pedido que llamara a su jefe por segunda vez en menos de un minuto. Era evidente que lo que había leído en Internet acerca de que Daniel Caruana tenía fama de tipo exigente era cierto. La chica se había quedado petrificada.
Sophie habría preferido no tener que insistir para que la chica llamara, pero no estaba dispuesta a perder el día entero viajando entre Brisbane y Cairns sin conseguir su objetivo, y menos cuando Monica le había dicho que la cita estaba concertada y que ambos confiaban plenamente en ella.
Al parecer, Daniel protegía en exceso a su hermana pequeña y, puesto que prácticamente la había criado después de la muerte de sus padres, él se tomaría la noticia de boda con poco entusiasmo. Sobre todo, teniendo en cuenta que Jake y Daniel no se habían llevado demasiado bien mientras estudiaban en el instituto, algo que Jake había admitido cuando intentaba explicar por qué Daniel no se había molestado en devolverle las llamadas.
Sophie intuía que debía de haber pasado algo muy grave entre ellos para que Daniel ni siquiera quisiera hablar con él. Ella había sugerido que Monica y Jake fueran a visitar a Daniel pensando en que él no podría negarse a ver a Jake si Monica estaba con él, pero a Monica se le había ocurrido lo que consideraba era una opción más diplomática.
Le daría la noticia a su hermano por correo electrónico y después se marcharía con Jake durante dos semanas mientras Sophie se encargaba de repasar los detalles de boda con Daniel. Cuando la feliz pareja regresara de Hawái, Sophie lo tendría todo preparado y Daniel habría asimilado que su hermanita era una mujer adulta que podía decidir si quería casarse y con quién.
Monica le había dicho que era algo sencillo.
Se había despedido de ella dándole las gracias con un fuerte abrazo. Monica parecía tan ilusionada que Sophie no había insistido en que debían ser ellos los que visitaran a Daniel para solventar los problemas cara a cara y había aceptado sin objetar.
Sin embargo, le parecía una locura. Consciente de que iba pasando el tiempo mientras la secretaria esperaba una respuesta, comenzó a juguetear con la carpeta para calmar sus nervios.
Un hombre que podía hacer temblar a su secretaria con un par de palabras, debía ser tal y como Monica imaginaba que era su hermano. Pero en algún momento tendría que conocer a aquel hombre, sobre todo teniendo en cuenta que prácticamente eran parientes.
¡Qué ironía! Siempre había deseado tener una familia y retomar la relación con Jake después de muchos años separados había sido estupendo, a pesar de que había sido necesaria la muerte de su madre para que los hermanos se reencontraran. Parecía que su pequeña familia estaba a punto de ampliarse. Monica era un encanto. Ambas se habían llevado muy bien desde el primer día y ella no podía imaginar una cuñada mejor.
Pero por algún motivo la idea de ser la cuñada de Daniel no la entusiasmaba de la misma manera. Eso era lo malo de las familias, no siempre se puede elegir a los parientes.
¿Por qué tardaba tanto ese hombre? Ella cruzó las piernas con impaciencia y abrió la carpeta para comprobar que estuviera toda la documentación y volvió a cerrarla. ¡Maldito hombre arrogante! Si se hubiera molestado en hablar con su hermano ella no tendría que estar allí.
–El señor Caruana la recibirá ahora mismo.
Sophie se puso en pie y respiró hondo antes de alisarse la falda y comprobar que su cabello estuviera bien recogido. Daniel Caruana era muy exigente con el aspecto y ella estaba dispuesta a complacerlo. Más tarde, después de la celebración exitosa de la boda entre sus respectivos hermanos y cuando se conocieran mejor, tendrían tiempo de disfrutar en mutua compañía de manera relajada.
Porque aunque la idea le pareciera imposible en aquellos momentos, sería agradable que se pudiera llevar bien con el hombre que pronto se convertiría en su cuñado.
Aunque considerando lo que había visto acerca de Daniel Caruana hasta ese momento no estaba muy convencida.
Le dio las gracias a la secretaria y se fijó en que sonreía aliviada por no tener que llamar a su jefe por tercera vez. Sophie llamó a la puerta y entró en el despacho más grande que había visto nunca.
¿Todo ese espacio para una única persona? «A lo mejor también tiene que acomodar su ego», pensó ella. En cualquier caso había aceptado recibirla, aunque hubiese tardado una eternidad en decidirse, así que a lo mejor todavía tenía arreglo.
Sophie forzó una sonrisa y dijo:
–Señor Caruana, es un placer conocerlo.
Él estaba dándole la espalda, de pie junto al ventanal que ofrecía la mejor vista de la playa de Queensland, con los brazos cruzados y las piernas separadas.
Sophie no pudo evitar fijarse en sus anchas espaldas.
En sus caderas estrechas.
Y en su largas piernas.
Entonces, él se volvió y ella pestañeó, preguntándose qué era lo que no se reflejaba en las fotos que había visto en Internet. Por supuesto mostraban su cabello negro y alborotado, su mirada de acero y sus labios carnosos. Quizá mostraran también el aura de poder, éxito y masculinidad que desprendía, pero no enseñaban su capacidad para conseguir que el más leve movimiento se pareciera al de un depredador.
Él la miraba con la cabeza inclinada y los ojos entornados, como si pasara por alto toda la profesionalidad que intentaba aparentar y viera a la hermana nerviosa del novio que era en realidad.
–¿Es un placer?
Quizá no. No era que él estuviera esperando una respuesta. Ella tenía la sensación de que Daniel Caruana no estaba acostumbrado a esperar por nada.
–¿Quería verme?
Ella tragó saliva y contestó.
–Por supuesto –se movió hacia él y le tendió la mano–. Soy Sophie Turner, de One Perfect Day. Un día perfecto para crear recuerdos durante toda una vida.
La frase publicitaria de su empresa se le escapó de la boca antes de poder evitarlo. Se sentía orgullosa de su negocio y de todo lo que había conseguido. Creía que podía ofrecerles a sus clientes la boda perfecta pero, en aquella oficina, enfrentándose a aquel hombre sus palabras parecían manidas y sin sentido.
Él la miró durante un instante y finalmente aceptó su mano provocando que se estremeciera. Ella respiró hondo e inhaló su aroma masculino. Le apretó la mano, tratando de ignorar cómo estaba reaccionando ante el contacto con su piel.
–Monica me ha hablado mucho de ti. A ella le hubiera gustado venir a verte en persona para contarte sus planes pero…
–¿Pero de pronto se la han llevado a Hawái? –preguntó él–. ¿El último hombre del que se ha enamorado?
Había tensión en su tono de voz y su mirada reflejaba cinismo.
«Ese hombre es mi hermano y quiere a Monica tanto como ella lo quiere a él», deseó decir ella. Pero sólo podía centrarse en la mano que seguía agarrándose a él.
Una ola de calor invadió su cuerpo. Retiró la mano y tuvo la sensación de que él se resistía a soltarla. Se preguntaba si lo habría imaginado.
Ojalá fuera así.
Miró a su alrededor y vio que en la sala contigua había tres asientos de piel colocados en forma de U alrededor de una mesa de café.
–¿A lo mejor podemos sentarnos allí? –sugirió ella–. Así podré contarle los planes de Monica y Jake.
Sophie ya se había sentado, tenía el maletín a su lado y estaba abriendo la carpeta cuando se percató de que él seguía de pie, con los labios fruncidos y una falsa sonrisa.
–A lo mejor –dijo él, encogiéndose de hombros y sentándose a su lado.
A él le gustó ver cómo ella se encogía contra el reposabrazos, sobre todo después de que él se inclinara hacia ella y apoyara el brazo en el respaldo de la butaca. Ella se acurrucó aún más contra la esquina del sofá y se concentró en revisar el contenido de la carpeta que tenía en las rodillas.
–Tengo algunos folletos –murmuró con dedos temblorosos.
Estaba muy nerviosa.
A él le gustaban las mujeres que se ponían nerviosas. Así se mantenían a la defensiva, tal y como él quería. A menos que estuvieran en la cama, ya que allí le gustaban las tigresas.
¿Y aquella señorita Turner, con aspecto recatado, sería una tigresa en la cama?
Se tomó su tiempo para mirar a la mujer que tenía a su lado de arriba abajo. El vestido abotonado de seda azul que llevaba tenía un escote modesto y no revelaba gran cosa, pero le daba la sensación de que bajo la tela se ocultaba un cuerpo con pechos del tamaño adecuado, cintura estrecha y piernas esbeltas. Además, tenía los pómulos prominentes, la nariz recta y los labios sensuales…
Él frunció el ceño. No recordaba su nombre, pero había algo en ella que le resultaba familiar. Enseguida descartó la idea. Conocía a muchas mujeres y estaba seguro de que si se hubiera encontrado anteriormente con ella no habría permitido que se escapara sin conocerla mejor.
A menos que estuviera fuera de su alcance. Nunca se acercaría a la mujer de otro hombre.
–Señorita Turner, ¿está casada, o comprometida?
–¿Por qué lo pregunta? –lo miró, y se le cayeron un par de folletos en el regazo.
Él sonrió y recogió los folletos, satisfecho de que ella temblara ligeramente cuando él le rozó las piernas con el dorso de la mano. No fue más que un ligero contacto a través de la tela de la falda, pero suficiente para provocar el tipo de reacción al que estaba acostumbrado.
–Trabaja en el negocio de las bodas. ¿No cree que alguien que haya estado casado comprendería mejor lo que una novia desea para hacer que su día sea perfecto? Si no, ¿de qué otro modo podría saberlo?
–Ah, ya veo, yo… –se puso colorada.
Él contuvo una sonrisa. «Sin duda está muy nerviosa». ¿Imaginaría ella cuáles eran sus verdaderos motivos para averiguar su estado civil?
–No funciona de esa manera –continuó ella, recogiendo los folletos–. He organizado más de cien bodas hasta el momento. Se lo aseguro, tengo bastante experiencia como para asegurarle que la boda de Monica saldrá estupendamente. Ahora…
–Así que no está casada.
Ella pestañeó y él se fijó en sus largas pestañas. ¿Sabía que tenía un aspecto muy sexy e inocente cuando hacía eso? Suspiró.
–¿He dicho que no estoy casada?
–Lo ha insinuado, estoy seguro.
Ella se mordió el labio inferior y frunció el ceño. Después negó con la cabeza.
–¿Y es importante?
–En realidad no. Sólo es curiosidad.
–En ese caso, sin duda estará impaciente por saber cuáles son los planes de boda de Jake y Monica.
«Touché», pensó él, reconociendo su agilidad mental para retomar el tema de la boda. Pero no era ahí donde él quería llegar.
–De hecho, no. Prefiero hablar de usted.
Ella lo miró un instante boquiabierta.
–Señor Caruana –dijo al fin–, no creo que…
Llamaron a la puerta y ambos se volvieron para ver a la secretaria.
–Siento interrumpirlos, señor Caruana. ¿Quiere que traiga café o té?
–No, gracias. La señora Turner estaba a punto de marcharse. Dígale al chófer que la espere en la puerta.
Él se puso en pie cuando la chica asintió y cerró la puerta.
–Pero señor Caruana, apenas hemos comenzado. Ni siquiera hemos hablado de la fecha de la boda.
–Ah, debe haber un motivo para eso –se disponía a agarrar el pomo de la puerta para preparar su salida–. Y debe ser que no es necesario que lo hablemos –abrió la puerta y esperó–. Sería una pérdida de tiempo. Y en mi trabajo, supongo que igual que en el suyo, el tiempo es dinero.
Ella negó con la cabeza y se sonrojó.
–Estamos hablando de la boda de su hermana. ¿Está seguro de que no quiere apoyarla en el día más importante de su vida?
–¿Por quién me ha tomado? Claro que no soy tan insensible. Mi hermana, y su felicidad, es lo que más me preocupa.
–¿Entonces por qué no quiere hablar de los planes de boda?
–Hay una explicación muy sencilla para eso, señorita Turner, una explicación que no se ha planteado. Resulta que no va a haber boda.