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Poirot viaja en un crucero por el Mediterráneo. Cuando la mayoría de los pasajeros desembarca en Alejandría, la millonaria señora Clapperton aparece muerta en su camarote, aparentemente apuñalada por uno de los mercaderes nativos. Aunque nadie simpatizaba con la señora, el único con un verdadero motivo es su marido, pero tiene una sólida coartada. Poirot utilizará su método y muy pronto descubrirá al asesino.
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Seitenzahl: 27
Veröffentlichungsjahr: 2023
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—¡Coronel Clapperton! —dijo el general Forbes, en un tono a medio camino entre un ronquido y un jadeo.
La señorita Ellie Henderson se inclinó hacia delante, con un mechón de su suave cabello gris ondeando sobre el rostro. Sus ojos oscuros brillaban con un placer perverso.
—¡Un hombre con un aspecto tan militar! —dijo, maliciosamente, y movió hacia atrás su mechón de pelo, esperando el resultado de la frase.
—¡Militar! —estalló el general Forbes; estiró su bigote guerrero y su rostro se puso rojo brillante.
—Estaba en la primera línea, ¿no? —murmuró la señorita Henderson, completando su trabajo.
—¿En la primera línea? ¿En la primera línea? ¡Qué sarta de estupideces! ¡Ese individuo era un artista de variedades! Se alistó y estuvo en Francia contando las latas de ciruelas y de manzana. A los alemanes se les cayó una bomba perdida y lo mandaron a Inglaterra con una herida superficial en el brazo. No sé cómo fue a parar al hospital de lady Carrington.
—¡Así que fue así como se conocieron!
—¡Exacto! El tipo interpretó el papel de héroe. Lady Carrington no tenía cabeza, pero sí océanos de dinero. El viejo Carrington había negociado con municiones. Ella había enviudado hacía sólo seis meses. Ese tipo la atrapó en poco tiempo. Luego ella le consiguió un puesto en el Ministerio de la Guerra. ¡Coronel Clapperton! ¡Bah! —resopló.
—Entonces… antes de la guerra estaba en los escenarios de un Music Hall —murmuró la señorita Henderson tratando de imaginar al distinguido coronel Clapperton, con sus cabellos grises, como un cómico de nariz colorada que entonaba canciones bizarras.
—¡Es un hecho! —afirmó el general Forbes—. Se lo oí decir al viejo Bassington-ffrench. Y él se lo oyó al viejo Barger Corterill, que lo supo por Snooks Parker.
La señorita Henderson asintió alegremente.
—Bueno, entonces no hay más que hablar.
Una sonrisa fugaz asomó en el rostro de un hombre bajito, sentado cerca de ellos. La señorita Henderson observó la sonrisa. Era muy observadora. La sonrisa mostraba que aquel hombre había apreciado la ironía de su último comentario; ironía que el general ni por un momento pudo vislumbrar.
El general tampoco veía las sonrisas. Echó una ojeada a su reloj, se puso en pie y observó:
—Ejercicio. En un barco hay que mantenerse en forma.
Y salió a cubierta. La señorita Henderson miró al hombre que había sonreído. Era una mirada educada con la que indicaba que estaba dispuesta a entablar conversación con aquel compañero de viaje.
—Es activo, ¿verdad? —preguntó el hombrecito.
—Da la vuelta a la cubierta cuarenta y ocho veces exactamente —respondió la señorita Henderson—. ¡Qué chismoso, eh! ¡Y luego dicen que a las mujeres nos gusta el chismoseo!
—¡Qué descortesía!
—¿Los franceses siempre son corteses? —preguntó la señorita Henderson nuevamente irónica.
De inmediato, el hombre bajito reaccionó a la insinuación.
—Belga, mademoiselle —aclaró seriamente.
—¡Ah! Belga.
—Hércules Poirot, a su disposición.
El nombre despertó en ella algún recuerdo. ¿Dónde lo había oído?
—¿Está disfrutando del viaje, monsieur Poirot?
—Francamente, no. Ha sido una estupidez haberme dejado convencer para venir. Detesto la mer. Nunca está tranquila, nunca, ni un minuto.
—Bueno, reconocerá usted que ahora está tranquilo.
Poirot lo admitió a regañadientes.
—A ce moment, sí. Por eso revivo. Por eso vuelvo a interesarme por lo que sucede a mi alrededor... por ejemplo, por su hábil manejo del general Forbes.
—¿Se refiere a...?