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Querido diario, He venido al outback australiano para cumplir el deseo de mi hermana de encontrar al padre de mi sobrino, Harry. Pero el pobre Harry ya no tiene padre, así que vamos a quedarnos unos días con su tío Liam. Liam Stapleton es un ganadero divorciado y no parece muy contento de alojarnos en su casa, pero es increíblemente guapo. Y he visto que sus rasgos se suavizan cada vez que Harry sonríe… Sapphie
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Seitenzahl: 163
Veröffentlichungsjahr: 2011
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2010 Michelle Douglas. Todos los derechos reservados.
PROMESA CUMPLIDA, N.º 2398 - mayo 2011
Título original: The Cattleman, the Baby and Me
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2011
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-9000-334-3
Editor responsable: Luis Pugni
ePub: Publidisa
–ÉSE es el rancho Jarndirri.
Al escuchar las palabras del piloto, Sapphie Thomas apartó los ojos del niño que dormía entre sus brazos para mirar por la ventanilla de la avioneta postal.
Anna y Lea Curran, sus mejores amigas, habían crecido en Jarndirri. Sapphie había pasado mucho tiempo allí y así se lo había dicho a Sid, el piloto. Ella no subía a avionetas con desconocidos sin dejarles bien claro que tenía amigos allí, amigos que la ayudarían sin pensarlo dos veces.
Pero al mirar el rancho desde el aire sintió una punzada de añoranza y pesar al mismo tiempo.
–No tiene que llevar el correo a Jarndirri, ¿verdad?
No quería que Sid aterrizase y no quería ir a Jarndirri en ese momento. Por muchas razones, sobre todo por la carta que había recibido dos días antes.
Además, si la avioneta aterrizaba Harry despertaría y no quería que despertase. Aparentemente, su sobrino de un año odiaba viajar en avioneta. Odiaba los aterrizajes y los despegues. Odiaba el polvo, el calor y las moscas. Odiaba el sol y odiaba que le cambiase el pañal.
Lo odiaba todo y tenía pulmones para demostrarlo. Y Sapphie quería llorar con él porque Harry también la odiaba a ella.
Durante aquellas interminables cinco horas sólo había dejado de llorar cuando le dio el biberón, aunque había vomitado la mayoría del contenido sobre su camisa. Por fin, agotado, se quedó dormido y no quería que despertase por ninguna razón.
–No tengo que entregar ni recoger nada allí –respondió Sid.
Sapphie disimuló un suspiro de alivio. Pero entonces recordó…
–¿Y en la casa principal? ¿Tiene que parar allí? –le preguntó.
La casa estaba al noreste de la propiedad, a muchos kilómetros, pero podría estar en la ruta de Sid.
«No seas tonta» se dijo a sí misma. «No vas a encontrarte por casualidad con Anna o Lea».
Anna estaba en Broome con Jared y Lea en Yurraji, la propiedad que le había dejado su abuelo al norte de Jarndirri.
Y Bryce había muerto seis años antes. No iba a encontrarse con él.
Atravesaron unas turbulencias en ese momento y se le encogió el estómago. Normalmente le gustaba volar...
¿Normalmente? ¡Ja! Normalmente no estaría volando hacia el noreste del continente australiano, sobre una de las regiones más remotas del mundo, sin que la hubieran invitado. Y sólo lo haría para ver a Anna o Lea, no para buscar a un hombre al que no había visto en toda su vida.
No había nada normal en aquel viaje. Y no había nada normal en el cambio que había dado su vida en los dos últimos días.
–La casa Jarndirri está en otra ruta de correos –le dijo Sid–. A esa zona vamos sólo los martes.
Sapphie cerró los ojos. Afortunadamente, había llegado a Broome el día anterior. De haber llegado un día después, habría tenido que esperar una semana para tomar la avioneta del correo que iba a Newarra. Broome era pequeño. Anna se habría enterado de que estaba en la ciudad y…
Y no quería ni pensarlo.
Harry empezó a moverse entonces y Sapphie contuvo el aliento.
«Por favor, por favor, que duerma un poco más».
Necesitaba descansar y ella necesitaba pensar.
Le daban ganas de enterrar la cara entre las manos, pero no quería que Sid viera lo desesperada que estaba.
–No parece muy contenta –dijo él.
Sapphie intentó sonreír, pero sólo le salió una mueca.
–Tal vez porque no estoy contenta.
El piloto señaló a Harry con la cabeza.
–No me sorprende.
De repente, Sapphie sintió el deseo de proteger al niño. Harry la odiaba, pero ella se había enamorado de él desde que lo vio.
–No le gusta viajar.
–A algunos niños no les gusta viajar.
–Lo siento, Sid. Debe haber sido muy desagradable para usted y…
–No tiene que disculparse –la interrumpió el piloto.
Sí tenía que hacerlo. Tenía muchas razones para disculparse.
Al pensar eso, sintió que sus ojos se empañaban y acarició el piececito de Harry. ¿Cómo iba a compensarlo por todo lo que había pasado? ¿Cómo iba a hacer que se sintiera seguro y querido otra vez? No había suficientes disculpas en el mundo para compensar que le hubiesen dejado con ella y no con alguien que supiera qué hacer con un bebé de doce meses, alguien que supiera consolarlo cuando lloraba… alguien que mereciese cuidar de él. Y esa persona no era ella.
Pero no había nadie más.
–Oh, Harry… –musitó, inclinándose para apartar el pelito de su cara–. Lo siento mucho.
Había descubierto la existencia del niño dos días antes, cuando su hermana Emmy, de diecinueve años, fue detenida por tráfico de drogas. Dos días antes… el día que ella cumplía veinticinco años. El día que descubrió que Bryce Curran era su padre biológico.
Llevaba tres años buscando a Emmy, sin éxito, y cuando su hermana la llamó dos días antes, Sapphie pensó que era el mejor regalo de cumpleaños de toda su vida.
Pero no llamaba para desearle feliz cumpleaños. Ni siquiera recordaba que fuera su cumpleaños. Había llamado desde una comisaría de policía en Perth para decir que necesitaba ayuda.
Cuando llegó a la comisaría, Emmy puso a Harry en sus brazos diciendo: «prométeme que encontrarás a su padre».
Y Sapphie se lo había prometido. ¿Qué otra cosa podía hacer? Había defraudado a su hermana en todo lo importante, pero no le fallaría en eso. Encontraría al padre de Harry.
Ella sabía lo que era crecer sin un padre, siempre preguntándose dónde estaría, sin conocer su identidad. No dejaría que eso le pasara a Harry.
Afortunadamente, había otra persona que podría compartir esa responsabilidad y le daba las gracias a Dios por ello. Emmy le había dado fechas, direcciones y un nombre:
–Liam Stapleton, un ganadero de la zona de Kimberley. Tú conoces la zona y Anna y Lea Curran te ayudarán.
Sapphie había tenido que disimular la angustia que eso le producía. No las pediría ayuda, no podía hacerlo sabiendo lo que sabía. Si Anna o Lea se enteraban de que Bryce había sido infiel a su madre enferma y que ella era el resultado de esa infidelidad…
–¿Va a vomitar?
Sapphie levantó la cabeza, sorprendida.
–No, no, es que estoy cansada.
–¿Por qué no duerme un rato como ese niño suyo? Le vendría bien.
¿Ese niño suyo? Sapphie tuvo que tragarse una carcajada histérica. Pero no tenía fuerzas para corregir al piloto. Si hubiera tomado una decisión diferente siete años antes podría tener un hijo propio, pero…
No podía seguir pensando en eso y no lo haría mientras fuera responsable de Harry.
Pero cuando miró al niño se le hizo un nudo en la garganta. A los dieciocho años, ella no había tenido el valor de su hermana.
«Lo siento, Harry, ojalá hubiera alguien mejor que yo para encargarse de ti».
–Tardaremos cuarenta minutos en llegar a Newarra.
Newarra, el rancho de Liam Stapleton. Sapphie cerró los ojos.
–Gracias, dormir un rato me vendría bien –murmuró.
Tenía que recuperar fuerzas. Le harían falta si quería cumplir la promesa que le había hecho a Emmy: convencer a Liam Stapleton para que se hiciera responsable del niño.
Y no sería fácil porque Liam Stapleton no sabía absolutamente nada de Harry.
–Ha dicho que Liam la esperaba, ¿no?
–Sí, claro –Sapphie mantuvo los ojos cerrados por temor a que la delatasen.
–Pues parece que está esperándola.
Ella abrió los ojos de golpe. ¿Estaban volando sobre Newarra en aquel momento? Cuando miró por la ventanilla, vio la hierba, los árboles y el brillo de un río a lo lejos. Había una enorme casa blanca, el verdor de su jardín invitador bajo aquel sol de justicia.
Y entonces vio la pista de aterrizaje. Esperando a un lado había una vieja camioneta blanca…
Emmy no había mentido. Aparentemente, el padre de Harry era el propietario de un rancho que podría rivalizar con Jarndirri.
Pero ella no había llamado a Liam Stapleton. No le había enviado un telegrama o un e-mail avisándole de su llegada. No había querido darle la oportunidad de rodearse de abogados para librarse de ella y de Harry.
Cuando la avioneta aterrizó tuvo que contener una oleada de pánico. Pero estaba haciendo lo que debía, se dijo a sí misma: Harry tenía que estar con su padre.
Después de la sorpresa inicial, Liam Stapleton se daría cuenta de que era así. Y cumpliría con su obligación, ella se encargaría de que lo hiciera.
Sid bajó de la avioneta en cuanto paró los motores y Sapphie miró a Harry, que seguía durmiendo. Si despertaba y se ponía a llorar lo oiría enseguida, pensó. Llenando sus pulmones de aire, bajó de la avioneta.
–Buenos días, Liam –lo saludó Sid.
–Hola, Sid.
El piloto señaló hacia atrás con la cabeza.
–He traído a tus invitados de una pieza –le dijo, frotándose una oreja–. Pero no sé si yo lo estoy.
Sapphie se encontró con los ojos más sorprendentes que había visto nunca. Azules, de un azul brillante como el cielo.
–No esperaba visita –empezó a decir él.
Sapphie dio un paso adelante, ofreciéndole su mano.
–Mi nombre es Sapphie Thomas, señor Stapleton.
Unos dedos largos, fuertes y duros atraparon su mano, pero para mirarlo a los ojos tuvo que echar la cabeza hacia atrás. Tenía un rostro de facciones duras, moreno y serio, pero no la asustaba. Si la asustase, tendría que subir a la avioneta, volver a Broome y dejarle todo aquello a los abogados.
–¿Nos conocemos?
Su voz era ronca, profunda y, por un momento, pensó que se le había puesto la piel de gallina.
–No exactamente.
–¿Le importaría decirme qué está haciendo aquí?
Sapphie estuvo a punto de sonreír. La gente del campo no malgastaba palabras.
Y entonces, de repente, se le ocurrió algo. Llevaba dos días pensando que Liam Stapleton intentaría librarse del niño, que no querría hacerse cargo de su responsabilidad. Pero cuanto más miraba a aquel hombre, más convencida estaba de que no haría tal cosa.
Él se echó hacia atrás el ala del sombrero, como para mirarla mejor.
A un rostro así, tan serio, le vendría bien algo de alegría, pensó.
Un niño era una alegría.
Un niño era un regalo.
–¿Y bien?
La preocupación y la angustia de los dos últimos días parecían merecer la pena de repente y Sapphie sonrió.
–Señor Stapleton, le he traído a su hijo.
Liam se dijo a sí mismo que debía respirar.
–¿Ha dicho «hijo»?
La ridícula sonrisa en los labios de Sapphie Thomas empezó a desvanecerse.
–Eso es.
Él no había salido de Newarra en casi dos años y no había estado con una mujer en todo ese tiempo. No había visto a aquella chica en su vida, de haberla visto lo recordaría.
–¿Y cuántos años tiene ese hijo mío? –le preguntó, cruzándose de brazos.
Cualquiera que lo conociese sabría que, por su tono de voz, era el momento de dar marcha atrás. Sapphie Thomas no lo sabía.
–Doce meses –respondió, sin parpadear.
–Señorita Thomas, yo no tengo ningún hijo.
Su ex mujer se había encargado de eso.
–Pero…
–¡Nada de peros!
Ella tragó saliva, nerviosa. «Mejor», pensó Liam.
–Así que ya puede subir a esa avioneta y volver a su casa.
–Pero…
Liam se dio la vuelta sin decir nada más. No volvería a dejar que una mujer desesperada se aprovechase de él.
–Hace veintiún meses, en la feria de agricultura de Perth, usted conoció a mi hermana, Emerald Thomas.
Lo había dicho con tono seco, el tono que usaría un juez para dictar sentencia. Parecía haber ensayado esas palabras y sonaban falsas.
–Pasaron una semana juntos en un hotel en la isla Rottnest –siguió ella.
Contra su voluntad, Liam se dio la vuelta. ¿La isla Rottnest? Su corazón se aceleró de repente.
Sapphie tenía una ceja enarcada, un gesto que parecía extraño en un rostro tan juvenil. Y, al fijarse en sus ojos verdes, pensó que ella debería llamarse Emerald, no su hermana.
Si había tal hermana.
–En la isla Rottnest –repitió–. ¿Le suena de algo?
Sí, maldita fuera. Liam apretó los puños. Pero…
El llanto de un bebé rompió abruptamente el silencio. Sapphie Thomas subió a la avioneta y bajó unos segundos después con un bebé en brazos.
Pero no podía ser. Mentiras, todo eran mentiras. Crueles mentiras.
Una cosa estaba clara: el niño no era hijo suyo, de modo que ya podía subir a la avioneta y volver a su casa. No dejaría que nadie se aprovechase del dolor de su familia.
–Le he dicho que se vaya, señorita. Porque es totalmente imposible que…
El niño arrugó la carita, echándose hacia delante como si quisiera apartarse de los brazos de la joven.
Pero esa cara…
–Deje de gritar, lo está asustando.
Liam no podía moverse. Lo único que podía hacer era mirar al niño. Un niño que era su viva imagen a esa edad, la viva imagen de Lachlan…
¡Un niño que era la viva imagen de Lucas!
El parecido tenía que ser una coincidencia. Él no tenía un hijo, pero…
¿Podría ser de Lachlan o de Lucas?
Lucas llevaba muerto…
Ella había dicho veintiún meses.
Lucas estaba vivo veintiún meses atrás. Aún no había tenido el accidente que lo dejó paralítico.
Veintiún meses atrás, Lucas aún podía caminar, montar a caballo y hacer el amor.
Había dicho la isla Rottnest y…
Liam apretó los puños. Cualquiera que conociese a su familia, cualquiera que hubiese conocido a Lucas, podría inventar una historia así.
Pero cuando miró al niño, no le pareció una invención.
–¿Qué clase de hombre es usted? –le espetó la joven.
Pero Liam no estaba prestándole atención. Lucas había ido a Perth para la feria agrícola y se había alojado en un hotel en la isla Rottnest… él tenía una postal que lo demostraba. ¿Podría el niño ser hijo de su hermano?
Sapphie Thomas lo fulminó con esos asombrosos ojos verdes.
–Mire, vamos a dejar una cosa bien clara: no voy a permitir que se desentienda de Harry. Podemos lidiar con este asunto como adultos o podemos llamar a los abogados, usted decide.
Liam hizo una mueca. No parecía una aventurera o una frívola, pero tampoco lo había parecido su ex mujer.
Sería mejor dejar que los abogados se encargasen del asunto.
–Y deje de mirarme con esa cara, no he dormido en dos días –siguió ella–. Llevo seis horas metida en esa avioneta, el niño me ha vomitado encima, hace un calor horrible y el polvo me está volviendo loca. Si no tengo buen aspecto…
–Yo no he dicho nada –la interrumpió Liam.
Ella seguía mirándolo, con los hombros tensos, esperando. ¿Su hermana y Lucas? ¿Por qué no le había dicho que el padre del niño era Lucas? ¿Por qué le había dado su nombre?
Claro que, después de lo que había descubierto sobre su hermano tras el accidente, podía creerlo. También podía ser una mentira, por supuesto. Sapphie Thomas podría ser una embustera y una timadora. O su hermana podría haberle mentido a ella. Esas cosas eran posibles.
Sintiendo un peso en el estómago, apartó la mirada del niño. Por mucho que quisiera, no podía enviarla de vuelta a casa sin comprobar si lo que decía era verdad. Debía investigarlo, se lo debía a Lucas.
Y mucho, mucho más.
Pero una cosa estaba clara: tenía que explicarle a aquella chica que él no podía ser el padre del niño.
–Señorita Thomas, sé que no me cree, pero yo no soy el padre de ese niño.
–Pero…
–No conozco a su hermana y nunca he estado en la isla Rottnest. Y no me he ido de vacaciones en cinco años.
–No lo entiendo –dijo ella, desconcertada.
–Es verdad –intervino Sid–. Que no se vaya nunca de vacaciones se ha convertido en una broma por aquí.
Liam no tenía ninguna razón para mentir y si tuviera un hijo no le daría la espalda. Jamás haría eso.
Ella lo miró, pálida como un cadáver.
–Pero Emmy me dijo que usted era el padre. Me dio su nombre y su dirección. Y me dijo… –Sapphie tragó saliva, intentando entender lo que estaba pasando–. ¿Niega que este niño sea hijo suyo?
–No soy su padre, señorita. Pero creo saber quién podría serlo.
Ella lo miró, perpleja, y Liam aprovechó el silencio para mirar a Sid, esperando que entendiera la señal: no quería seguir hablando de aquel asunto delante de extraños.
–¿Lo sabe de verdad o sólo quiere librarse de mí?
–No estoy intentando librarme de usted, señorita Thomas. Y tiene razón, debemos hablar. ¿Dónde se aloja?
–Pues… –Sapphie parpadeó, como si no hubiera esperado que fuese tan razonable–. En el hostal Beach View, en Broome.
–No, esta noche no –anunció Sid.
–¿Cómo que no?
–Tengo que parar en Kununurra. No me dijo que tendría que llevarla a Broome de nuevo, sólo que venía a Newarra.
–Pero…
–No vuelvo a Broome hasta dentro de dos días –Sid miró a Liam–. Ya ha empezado la subasta de ganado.
De modo que todos los hoteles de Kununurra estarían ocupados. Liam tuvo que contener una maldición. Él no quería una mujer en Newarra, no quería un niño pequeño recordándole todo lo que había perdido…
–Me temo que vas a tener que alojar a la señorita Thomas durante dos días –añadió Sid.
Si estuvieran solos le habría dicho lo que le parecía ese plan. Sid estaba protegiendo su apartamento en Kununurra, un cuarto dentro de un hangar. No era un sitio para una mujer con un niño pequeño y entendía que quisiera desentenderse porque eso era lo que él mismo estaba haciendo.
Pero se recordó a sí mismo que estaba en deuda con Lucas.
–¿Qué está diciendo? –exclamó la joven.
–Que va a tener que pasar la noche aquí –contestó Liam.
–No, de eso nada. Iré a un hotel en Kununurra.
–Señorita Thomas, en Kununurra acaba de empezar la subasta de ganado y no habrá una sola habitación libre. Y por aquí no hay muchas opciones –dijo él, señalando alrededor.
Kununurra estaba a cuatro kilómetros, Broome a seiscientos.
–Imagino que podría acampar aquí –siguió él–. Podría prestarle una tienda de campaña, pero mi ama de llaves me estrangularía si lo hiciera.
No pensaba dejar que acampase allí con un niño pequeño, pero la experiencia le decía que debía ser ella quien llegase a esa conclusión. Las mujeres eran así: contrarias, discutidoras. Problemáticas.
–Y Beattie cocina muy bien, por cierto –intervino Sid.
Como Liam había esperado, Sapphie se relajó un poco cuando mencionaron al ama de llaves.
–Y tiene que pensar en el niño.
Ella se pasó la lengua por los labios, un gesto que demostraba su nerviosismo. Pero enseguida levantó la barbilla para esconder los nervios. Y Liam tuvo que admirarla, a su pesar.
–Harry, se llama Harry –le dijo.
–Harry –repitió él–. Pero seguramente Harry preferirá dormir en una cama y en casa tenemos agua corriente y luz eléctrica. Aquí no tendría nada de eso.
–Sí, bueno… pero tendría que hacer un par de llamadas.
–Tenemos teléfono por satélite. Puede usarlo si quiere.
Por fin, Sapphie se encogió de hombros, vencida.
–Supongo que si no hay posibilidad de conseguir una habitación en Kununurra…
–Ninguna posibilidad en absoluto –dijo Sid alegremente–. Pero Liam es un buen hombre, aquí estará bien.
–Entonces gracias, es muy amable por su parte.
–No me dé las gracias –dijo él, turbado por el brillo de angustia que había en su ojos–. Tenemos muchas cosas que discutir.