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Bianca 2960 Él lo controlaba todo, pero se había implicado en una difícil situación… Katherine Hamilton era una organizadora de eventos a la que el multimillonario Conall O'Riordan había contratado para llevar a cabo una venganza. Al fingir que era un cliente exigente y tenerla a su lado, averiguaría lo que necesitaba de su malvado hermanastro. Invitar a Katherine a un lujoso baile en París formaba parte de su plan. Pero no contaba con la química que se produjo entre ambos ni con el descubrimiento de que ella era virgen. Y eso lo dejó vencido. Y lo que había comenzado como una venganza se convirtió rápidamente en algo mucho más complicado.
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Seitenzahl: 186
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2021 Heidi Rice
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Proposición en París, n.º 2960 - octubre 2022
Título original: The Billionaire’s Proposition in Paris
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1141-202-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Si te ha gustado este libro…
Necesito que esté de guardia día y noche durante toda la semana. Si me pongo en contacto con usted, tendrá que estar disponible inmediatamente.
–¿En serio?
«Soy una organizadora de eventos, no su amante».
Katherine Hamilton no pudo evitar ni las dos palabras susurradas ni el inadecuado pensamiento, interrumpiendo la lista de instrucciones que llevaba recibiendo desde que había entrado en el despacho de Conall O’Riordan, en el trigésimo piso de la sede central de Rio Corp, en el centro de Londres.
Él levantó la vista del montón de papeles que había en el escritorio, que había estado firmando mientras le enumeraba sus requisitos, y sus ojos azules se encontraban con los de ella.
Ella contuvo la respiración, aturdida y electrizada a la vez.
«¡Madre mía!».
Había buscado información en cuanto supo que su empresa de organización de eventos iba a ser contratada por la de O’Riordan. Ya sabía que el multimillonario Conall O’Riordan era increíblemente guapo, famoso por su magnetismo, su ambición y su carisma. Sabía que procedía de una familia humilde y que, a sus treinta y un años, era uno de los solteros irlandeses más cotizados.
Pero no estaba preparada para el impacto que le produjeron sus ojos azul cobalto ni para el calor que notó en el pecho y se le extendió por el resto del cuerpo como un incendio.
Unas desagradables sensaciones que no experimentaba desde la muerte de Tom; mejor dicho, desde antes de su muerte.
La invadió la tristeza al recordar a su esposo fallecido.
Su relación con Tom no había sido apasionada, ni mucho menos, sino una amistad desde la infancia que se había transformado en amor, un amor que no consumaron. La intimidad física fue una de las cosas que perdieron cuando Tom cayó enfermo. ¿Explicaba la falta de experiencia sexual su sorprendente reacción ante O’Riordan?
Este enarcó las cejas y apretó los labios.
–¿Ha dicho algo señorita Hamilton? –preguntó con voz ronca y en tono imperioso, lo cual aumentó la excitación de ella.
«Respira, idiota, y deja de mirarle los labios».
Katie intentó recuperar el equilibrio.
Aquel contrato podía cambiarle la vida. Era una oportunidad para la que llevaba dos días preparándose con su equipo, desde que le habían notificado que le harían una entrevista.
Sin embargo, para aceptar el contrato, necesitaba establecer una relación laboral con O’Riordan que funcionara. No le gustaba que hubiera comenzado exigiéndole cosas, sin siquiera haberse referido al evento. Al parecer se trataba de una semana de formación de equipos, seguida de una recepción en la sede de la empresa en Dublín.
Pero aquello era más un interrogatorio que una entrevista.
–¿Por qué va a necesitar que esté disponible día y noche?
–¿Le supone un problema?
Katie respiró hondo.
«Es un hombre muy atractivo y poderoso, ante el que reaccionas porque eres humana, porque estás viva y porque sigues siendo una mujer. No pasa nada».
–No, pero… Cuando acepto un encargo, organizo un plan para el evento, el cliente lo discute con mi equipo y conmigo y, si se siente satisfecho, nosotros nos hacemos cargo –hizo una pausa, porque la intensa mirada de él la hacía balbucear.
¿Intentaba ponerla nerviosa? Pues lo estaba consiguiendo.
–Mi trabajo consiste en encargarme de los detalles –prosiguió–. Por lo tanto, que usted tuviera que ponerse en contacto conmigo a medianoche significaría que no estaría haciendo bien mi trabajo.
Él dejó la pluma sobre los papeles que estaba firmando y esbozó una sonrisa burlona.
–Dirijo una empresa internacional, señorita Hamilton. Ahora mismo tenemos proyectos en ocho husos horarios distintos, y yo viajo por todo el mundo. Lo que para usted es medianoche para mí puede ser mediodía. Además, no suelo dormir más de tres o cuatro horas –añadió.
Frunció el ceño, tal vez por haberle comunicado algo personal.
–Si tengo que hacerle una pregunta sobre el evento, quiero que me la conteste inmediatamente usted, no uno de sus empleados. Si esa disponibilidad le supone un problema, podemos dar por terminada la entrevista.
–No es un problema. Estaré disponible, si necesita que lo esté. Lo único que digo es que no debería ser necesario –ahora deseaba aquel contrato más que antes, y no solo por motivos puramente profesionales.
Conall O’Riordan constituía un reto para ella y para la empresa; un reto que había conseguido esquivar desde la muerte de Tom, porque, en muchos sentidos, también estaba muerta.
Aún no estaba preparada para volver a salir con un hombre. Pero era indudable que controlar una inadecuada atracción sexual hacia un cliente, sobre todo del calibre de Conall O’Riordan, sin duda formaba parte del proceso de volver al mundo de los vivos.
–Muy bien, entonces queda claro.
La opresión del pecho de Katie disminuyó un poco. No debía temer la atracción física que experimentaba hacia él, sobre todo porque no iba a hacer nada al respecto y porque las posibilidades de que él experimentara lo mismo hacia ella eran nulas. Al haberse pasado dos días buscando información, sabía que salía con modelos, actrices y mujeres con el mismo maravilloso aspecto que él.
Agarró la carpeta que había dejado en la silla de al lado, ansiosa de que la conversación retomara el curso debido.
–¿Quiere ver los conceptos que nos han pedido, sobre los que se va a basar la organización del evento? –preguntó al tiempo que se levantaba para depositar la carpeta en el escritorio–. Me han dicho que se trata de una semana de formación de equipos en la sede de…
–No
–¿Cómo dice? –abrazó la carpeta y lo miró, mientras el pánico se añadía a las otras desagradables sensaciones que estaba experimentando.
¿Acaso Caroline Meyer, su secretaria, se había equivocado? Era indudable que no. Caro era inteligente y no cometía errores. Además llevaban cuarenta y ocho horas, casi sin dormir, preparando aquella carpeta.
Si habían malinterpretado el encargo, no conseguiría el contrato y todo el trabajo no habría servido de nada.
Él le indicó que volviera a sentarse.
–La hemos informado mal sobre el evento a propósito.
–¿Por qué? –preguntó ella, sin saber si sentirse molesta o asombrada.
–Porque valoro la intimidad de mi familia y no quiero que la información sobre el evento y su localización se filtre a la prensa. Tendrá que firmar un acuerdo de confidencialidad antes de que la contrate.
–Entiendo –dijo ella, aunque no era cierto.
Respetar la intimidad de un cliente era esencial para un organizador de eventos. Filtrar información podía destruir la reputación de una empresa.
–Y claro que estoy dispuesta a firmar ese acuerdo, si me lo pide –al fin y al cabo, era una más de sus innecesarias exigencias.
Sabía lo reservados y exigentes que eran los hombres como él porque su hermanastro, Ross De Courtney, dirigía la mayor empresa logística de Europa. Aunque Ross no hubiera alcanzado la posición que tenía debido a su propio esfuerzo, a diferencia de O’Riordan, ya que había heredado la empresa de su padre, ya fallecido, era igual de ambicioso. Había hecho crecer el negocio de forma exponencial en los diez años que llevaba dirigiéndola y poseía la misma personalidad exigente e inflexible.
Pero ella nunca le había organizado un evento a Ross. Llevaban cinco años sin verse, desde que se pelearon a causa de la futura boda de ella.
«Por Tom no sientes amor, sino pena, Katie. Tienes diecinueve años. Me niego a darte permiso para hacer algo tan absurdo. Y, desde luego, no voy a pagarte la boda».
«No necesito tu dinero ni para la boda ni para ninguna otra cosa, ni, desde luego, me hace falta que me des permiso».
Katie tragó saliva para deshacer el nudo de ansiedad que se le formaba cuando recordaba las agresivas palabras que se habían dicho y la facilidad con que Ross la había borrado de su vida. Igual que el padre de ambos.
«Ahora no es momento de recordarlas».
O’Riordan no era su multimillonario y dictatorial hermanastro ni el padre que incluso se había negado a reconocer su existencia. Era un cliente con el que no tenía un vínculo personal.
«Menos mal».
–Pero necesito saber de qué evento se trata para hacerle una propuesta –concluyó, por si acaso él creía que era una especie de maga que se sacaba las propuestas de la manga, sin hacer el necesario trabajo preparatorio con su equipo.
Se sentó y dejó la carpeta, que ahora ya no le servía para nada, en la silla.
–No hace falta que me haga una propuesta. El contrato es suyo.
–¿De verdad? –preguntó asombrada. Después tuvo ganas de darse de bofetadas por lo poco profesional que parecía.
Él esbozó una media sonrisa, que a ella le aceleró el corazón.
–Sí. Deseo que el evento se ajuste específicamente a mis necesidades, que sea una muestra de la posición de la familia O’Riordan en la comunidad y en la vida irlandesa. Karim Khan me ha hablado muy bien sobre la fiesta de nacimiento del futuro bebé que organizó usted para su esposa el mes pasado.
–Me encantó organizarla –Katie sonrió al recordar el encargo. Había sido la primera incursión de Hamilton Events en la alta sociedad y le dio valor para buscar trabajos similares–. Son una pareja estupenda.
De todos modos, seguía estando nerviosa.
La fiesta de los Khan había sido un asunto familiar pequeño e íntimo, aunque para una clientela selecta.
Sin embargo, no parecía que O’Riordan deseara una fiesta íntima.
–Hablaremos de dinero cuando todo esté dispuesto –prosiguió él, aún si explicar en qué consistía el evento–. Pero, si satisface mis exigencias, le pagaré el doble de la tarifa habitual, que creo que es el diez por ciento del presupuesto.
–En efecto. Si no está dispuesto a hablar del evento, sería aconsejable que me diera una idea del presupuesto y del número de invitados.
–Muy bien. Contemplo una cifra aproximada de cinco millones y una lista de ciento cincuenta invitados.
–Entiendo –dijo ella intentando respirar.
Un contrato de ese calibre permitiría ampliar Hamilton Events y conseguir un local en el centro de Londres. Su sede actual, en el este de la ciudad, que estaba muy de moda, transmitía malas vibraciones a los clientes a los que pretendía atraer. Además, semejante encargo sería el trampolín que permitiría ascender a la empresa a lo más alto.
Él se levantó y le tendió la mano.
–¿Trato hecho?
Ella asintió al tiempo que se levantaba.
Él le estrechó la mano con firmeza y ella volvió a sentir aquel calor extendiéndose por su cuerpo.
–¿Puede decirme de qué evento se trata o tengo que esperar a haber firmado el acuerdo de confidencialidad? –preguntó ella frotándose discretamente la mano en el muslo.
«Es un trabajo muy bueno, Katie. Deja de alucinar».
Él ladeó la cabeza y se encogió de hombros.
–Es una boda.
Ella evitaba organizar bodas porque le recordaban la única que había organizado: la suya con Tom, diez días antes de que muriera del cáncer que se le había manifestado una año antes y que les había ido robando lentamente la vida que podían haber tenido juntos.
–¿Se va a casar?
¿Sabía que nunca había organizado una boda profesionalmente? ¿Le retiraría la oferta, si se lo decía? ¿Cómo conseguiría ocuparse de todos los detalles, de los que se había ocupado una vez por amor, para un hombre como él, que parecía tan frío como irresistible?
Él rio con amargura.
–Por supuesto que no. Se casa una de mis hermanas. Tengo dos – contestó él relajando la mandíbula por primera vez.
Por muy frío y cínico que pretendiera ser, no lo era tanto como su hermanastro, porque era evidente que sus hermanas le importaban.
Pero que Conall O’Riordan las quisiera hasta el punto de pagarles una lujosa boda no lo convertía en un peligro menor para su paz de espíritu. Y la organización de la boda no dejaba de ser una pesadilla logística.
–Se llama Imelda –dijo él interrumpiendo sus pensamientos–. Tiene veintiún años y ha decidido, lo cual es una locura, casarse con su novio de la infancia, que es un granjero que vive cerca de mi casa, en Connemara. No lo apruebo –añadió por si a ella no le había quedado claro–. Pero es obstinada y muy romántica, así que he tenido que dejar que utilice el castillo de Kildaragh.
Katie había visto fotos del castillo al buscar información sobre O’Riordan. Era un asombroso edificio victoriano, construido sobre las ruinas de un monasterio medieval, en la costa oeste de Irlanda. Al menos no tendría que buscar un lugar para celebrar la boda.
–¿No aprueba la boda de su hermana o a la persona con quien se va a casar? –preguntó sin pensárselo dos veces.
Él frunció el ceño, lo que le indicó que se había pasado de la raya.
–Ninguna de las dos cosas. Imelda es tan ingenua que se cree las tonterías habituales sobre el amor. Por eso es muy joven para tomar esa decisión. Y, aunque no lo fuera, cometería igualmente un error. No tengo nada contra los granjeros, y Donald es un hombre muy agradable, pero carece de ambición. No es lo bastante bueno para ella.
–¿Así que no cree que ella esté enamorada?
–No, sobre todo porque el amor romántico no existe. Es un concepto que se utiliza para atrapar a los incautos y dejarlos sin el dinero que tanto les ha costado ganar.
Era una opinión tan cínica que casi sintió lástima de él. Ella había conocido el amor de su vida y lo había perdido. No esperaba encontrar otro ni lo deseaba. Sería como engañar a Tom. Pero la entristecía que hombres como O’Riordan y su hermano no conocieran algo así, a pesar de su éxito y su fortuna.
–Y para enaltecer la más básica de las necesidades –añadió él.
Esbozó una media sonrisa mientras la examinaba de arriba abajo con una mirada penetrante, provocativa e íntima. El cuerpo de Katie reaccionó ante ella, lo cual la avergonzó.
–Sin embargo, está dispuesto a pagar una fortuna para celebrar una boda que no aprueba.
–Que la apruebe o la deje de aprobar no impedirá que Imelda cometa ese error. De todos modos, ¿por qué cuestiona mi decisión, cuando va a hacer su agosto gracias a ella?
–Porque yo sí creo.
–¿En qué, exactamente? ¿En gastarse una fortuna en una boda?
–No, en el matrimonio. Y en el amor.
Él parpadeó y ella observó un destello de sorpresa en sus ojos, antes de que lo suprimiera.
–Muy conveniente, tratándose de una organizadora de bodas.
Ella no lo era. Y tampoco tenía que convencer a sus clientes de que creyeran en el amor. Aunque había sido tan romántica como su hermana, ahora era una mujer realista a la fuerza. De todos modos, no podía dejar sin respuesta el cáustico comentario.
–Puede ser, pero al menos obtendrá un buen servicio a cambio de su dinero, porque haré todo lo posible para que Imelda recuerde el día de su boda toda la vida.
–O hasta que se divorcie. Pero me parece estupendo sacar buen partido a mi dinero, porque siempre pretendo obtener aquello por lo que pago.
La miró fijamente y a ella le dio la extraña impresión de que ya no hablaban de la boda de su hermana. El ambiente se había cargado de una electricidad que obligó a su aletargado cuerpo a despertarse como no lo había hecho nunca.
Él se sentó, tomó la pluma y volvió a mirar los papeles que había en su escritorio.
–Mi secretaria se pondrá en contacto con usted para darle más detalles, cuando haya firmado el acuerdo de confidencialidad –murmuró mientras comenzaba a firmar de nuevo los documentos.
Al perder su atención, el cuerpo de ella se desmadejó, como el de una marioneta a la que le sueltan las cuerdas.
–El viernes voy a ir en el helicóptero de la empresa a Kildaragh. Puede acompañarme para ver el lugar y organizar los detalles. Quiero que todo esté acabado para finales de la semana que viene.
–¿Quiere que haya organizado una boda con ciento cincuenta invitados para finales de la semana que viene? –preguntó ella en estado de shock. ¿No se daba cuenta de que era imposible? Organizar cualquier evento requería tiempo y reflexión.
Él la miró a los ojos y las cuerdas de la marioneta volvieron a tensarse. Y a ella le dio la impresión de que la estaba poniendo a prueba
–Sí. Es poco tiempo, pero espero que lo consiga. Si no, le retiraré…
–Lo conseguiré.
–Muy bien. Mientras tanto, vaya pensando en algunos detalles para que pueda echarles un vistazo de camino a Kildaragh.
–De acuerdo. ¿Le parece bien que lleve a algunos miembros de mi equipo? –si pudieran acompañarla Carol y Trev, uno de sus coordinadores habituales para ayudarla a contactar con los proveedores locales…
–No, prefiero que vaya sola. No quiero a un montón de gente en casa.
Carol y Trev no eran un montón de gente y su casa tendría cien habitaciones aproximadamente, a juzgar por las fotos que había visto en Internet, pero ella volvió a sospechar que la estaba poniendo a prueba. Volvió a asentir, porque no quería perder el encargo.
–Trabajaré sola, si es lo que desea.
Él asintió de forma casi imperceptible, como si ya se lo esperara.
–A propósito, que no haya nada relacionado con la Navidad, a pesar de que la boda vaya a celebrarse la primera semana de diciembre.
–Podemos hacer algo de tema invernal, no navideño, si es lo que Imelda y usted prefieren.
–Sí, es lo que quiero.
Así que él, además de con el amor, tenía un problema con la Navidad. Y creía que aquello se podía organizar sin conocer la opinión de la novia.
Él volvió a dirigir la vista a los papeles.
–Ya puede marcharse.
Ella salió del despacho tragándose la indignación ante aquella orden y agradecida por haberse alejado de su mirada.
Mientras llegaba al ascensor pensó en el viaje a Connemara que la esperaba y en las dificultades del encargo. Y más concretamente, en su nuevo cliente multimillonario, en su falta de tacto, su escasa capacidad para comunicarse y en lo inquietante que le resultaba.
Al presionar el botón del ascensor, notó que le temblaba la mano y la cerró. Debía controlar su reacción ante O’Riordan porque, ¿cómo, si no, iba a sobrevivir estando tan cerca de él durante una semana y a comportarse de manera mínimamente profesional?
Tragó saliva de forma compulsiva.
«No seas absurda, Katie. Eres una profesional y él es un cliente, el mejor que has tenido. Has trabajado mucho para conseguir esta oportunidad, por lo que no vas a echarla a perder por una reacción inadecuada».
De todos modos, ¿qué posibilidad había de que él fuera a involucrarse en la organización de la boda? Ya le había dejado claro que las bodas no le interesaban. Además, era un hombre muy ocupado.
Para quien ella iba a trabajar era para Imelda, la novia, con independencia de quien pagara las facturas.
Y de lo despótico, controlador e increíblemente atractivo que fuera su hermano.
Llega tarde –gritó Conall para hacerse oír por encima del ruido del helicóptero, cuando Katherine Hamilton apareció en la entrada del helipuerto, en la azotea de la O’Riordan Tower. Ella se apresuró a ir a su encuentro. Llevaba una bolsa pequeña y una enorme carpeta, probablemente llena de ideas que él rechazaría.
Pero, mientras lo invadía la satisfacción al pensar lo mucho que iba a disfrutar al poner a la hermana de Ross De Courtney en su sitio, el viento originado por las aspas del helicóptero pegó el abrigo al cuerpo de ella, lo que a él le provocó una punzada de deseo.
Frunció el ceño y reconoció que la decisión de contratarla para una boda de cuya celebración no estaba seguro, cuando su plan inicial era sonsacarle información sobre su hermano, había sido impulsiva. Y él no lo era.
Mientras ella se acercaba, pensó que era mucho más baja y que tenía más curvas que las mujeres que le resultaban atractivas, lo cual hizo que la reacción de su entrepierna le resultara aún más molesta.
El sol se había puesto hacía unos minutos, y la luz acentuaba el brillo de su cabello castaño. Como si le hiciera falta. Los rebeldes rizos de la corta melena se balanceaban y atrajeron su atención hacia el leve sofoco de sus mejillas.
«¿Le brillará igual la piel después de hacer el amor?».