Psicogenealogía, la simbología de las profesiones - Véronique Cézard-Kortulewski - E-Book

Psicogenealogía, la simbología de las profesiones E-Book

Véronique Cézard-Kortulewski

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Beschreibung

Descodificar lo que revelan las profesiones para decidirse a reinventarse. ¿Y si hubiera una razón para elegir una profesión? ¿Y si fuera una necesidad familiar? ¿Y si sirviera para sanar un trauma? ¿Y si te concediera el derecho a cambiar? Muchas personas sueñan con cambiar de trabajo o se niegan a permitirse diversificar. Algunos temen tomar el rumbo equivocado o seguir caminos de los que podrían arrepentirse. Otros reprimen sus deseos más profundos, pensando que es imposible o temiendo el juicio de sus allegados. Las personas que optan por expresarse a través de sus diversas potencialidades no están fuera de lo común, simplemente son «multipotencialistas». Descubrir el simbolismo de las profesiones, conocerte mejor y permitirte seguir tu individualidad a través de tus propias elecciones es darte acceso a la libertad.

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VÉRONIQUE CÉZARD-KORTULEWSKI

PsicogenealogíaLa simbologíade las profesiones

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Colección Psicología

PSICOGENEALOGÍA. LA SIMBOLOGÍA DE LAS PROFESIONES

Véronique Cézard-Kortulewski

1.ª edición en versión digital: noviembre de 2023

Título original: Psychogénéalogie. La symbolique des métiers

Traducción: Nuria Duran

Maquetación: Marga Benavides

Corrección: M.ª Ángeles Olivera

Diseño de cubierta: Enrique Iborra

Maquetación ebook: leerendigital.com

© 2021, Éditions Quintessence

(Reservados todos los derechos)

© 2023, Ediciones Obelisco, S.L.

(Reservados los derechos para la presente edición)

Edita: Ediciones Obelisco S.L.

Collita, 23-25. Pol. Ind. Molí de la Bastida

08191 Rubí - Barcelona - España

Tel. 93 309 85 25 - Fax 93 309 85 23

E-mail: [email protected]

ISBN EPUB: 978-84-1172-084-7

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada, trasmitida o utilizada en manera alguna por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o electrográfico, sin el previo consentimiento por escrito del editor. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Índice

 

Portada

Psicogenealogía. La simbología de las profesiones

Créditos

Nota de la autora

Agradecimientos

Prefacio. El proceso de una persona multipotencialista

Primera parte. ¡Abre la puerta a tu multipotencialidad!

Capítulo I. Educación y cultura, una mochila con una carga pesada

Capítulo II. Abrir el abanico a posibles oportunidades

Capítulo III. El enorme impacto de la norma sobre la multipotencialidad

Capítulo IV. Reconocer a un multipotencialista

Capítulo V. La multipotencialidad en nuestra sociedad

Capítulo VI. Aceptarte y respetarte en tu pluralidad

Capítulo VII. Superar el miedo para desarrollar tu potencial

Capítulo VIII. La inestabilidad del desarraigo

Capítulo IX. Las personalidades del multipotencialista

Capítulo X. El futuro profesional. ¿Qué profesión elegir?

Segunda parte. El simbolismo de las profesiones

Dedico este libro a todos a quienes les gustaría cambiar y no se atreven.

A todos los padres que necesitan orientar a sus hijos en la elección de una futura carrera profesional.

A las personas que se autodefinen como inestables,

dispersas, fuera de lo común o distintas.

A todos aquellos profesionales que desean entender

sus opciones profesionales, y también a los atrevidos, que viven con alegría su diversidad y su multipotencialismo.

Nota de la autora

Con el fin de agilizar la lectura, en las profesiones, se ha decidido que no siempre aparezcan ambos géneros, el masculino y el femenino. Agradecería que no se me tuviera en cuenta, ya que en este libro no existe ningún tipo de sexismo profesional.

Agradecimientos

Me gustaría dar las gracias a mis padres por haberme animado y apoyado en todo momento, con independencia del (alocado) camino que eligiera seguir.

Doy las gracias a mi marido, quien, aunque me ha hecho recapacitar sobre el resultado (no necesariamente positivo, a su entender) de mis múltiples ideas, me ha brindado su apoyo y seguridad para poder seguir siendo fiel a mis decisiones.

También me gustaría dar las gracias a mis hijos por ser unas bellísimas personas, cuyas reflexiones (no siempre agradables pero muy auténticas) me han ayudado a crecer. Son unos seres sabios y excepcionales.

Quiero agradecer a mis clientes que hayan confiado en mí a lo largo de los años, así como a mis alumnos, con quienes tanto amor he compartido.

Gracias a Alexia y a Céline por su neutralidad, amabilidad y profesionalidad, sin las cuales mis ideas no hubieran podido evolucionar.

¡Y gracias a la vida por haberme ayudado a ser tal y como soy!

Prefacio

El proceso de una persona multipotencialista

«¿Qué quieres ser de mayor?»

Tengo cinco años y soy la atracción de la tarde. En las reuniones familiares, canto «La bonne du curé» mientras bailo. Es obvio que con tanto éxito sólo puedo soñar con ser cantante, lo que hace reír a los que me rodean y, con todo, me anima a seguir insistiendo. Así que crecí con la idea de ser una estrella, pensamiento que se fue disipando a medida que iba a la escuela. Cantar no es una profesión, sino, a lo sumo, una pasión. Mis padres, siempre respetuosos con mis ideas, no me hicieron desistir de este anhelo; fueron la escuela, los profesores y la familia.

Tengo que decir que no estoy convencida de que mi voz me hubiera convertido en una cantante famosa. En cuanto a mi futuro, es algo confuso. A los doce años descubrí que quería ser profesora de educación física. Practiqué mucho deporte y seguí mis estudios en la rama de ciencias sin cuestionarme nada en absoluto. Durante el último año de instituto, entrené a conciencia y aprobé las pruebas deportivas, pero suspendí el bachillerato. Repetí el curso, volví a entrenar, y un mes antes de los exámenes, una mala caída durante un salto me costó un triple esguince. Mi mundo se desmoronó; ya no podría seguir practicando deporte, pues el diagnóstico médico acerca mi vuelta a los estadios no era nada alentador.

«Ya tengo el título de bachiller, ¿y ahora qué?»

Para mí, era tan indiscutible que debía formarme como profesora de educación física que jamás me planteé un plan B. Tengo diecinueve años. Como era deportista, también me interesaba la alimentación, por lo que decidí, aunque un poco tarde, presentarme a una escuela de dietética y nutrición. Me aceptaron rápidamente, justo después de aprobar la primera parte de la prueba de acceso a la escuela de magisterio. ¿Por qué no convertirme en profesora si la docencia era uno de mis deseos más profundos? Me avisaron: mil personas se inscribieron en la primera prueba y sólo trescientas pasaron a la siguiente.

Mis padres, que son un cielo, me encontraron una habitación a dos pasos de donde cursaba mis estudios de técnico superior de dietética, que está en Vichy, a trescientos kilómetros de mi casa, ya que soy de Stéphano. Me fui un poco triste por dejar a mis padres por primera vez y empecé la escuela unos días más tarde del inicio oficial del curso escolar. La primera semana fue difícil. Me sentía sola y llovía. Llamé a mi mejor amiga, que me dijo que su abuelo, a quien yo también quería mucho, había fallecido, y luego a mis padres, para que me animaran. Mi madre me dio una buena noticia. Aunque no me lo podía creer, habían ido a ver los resultados de las primeras pruebas a la escuela de magisterio y había pasado a la siguiente fase.

Subí corriendo a mi habitación, recogí mis cosas, hice la maleta y me fui. Estaba decidido, regresaba a casa, la dietética no era para mí. Ya en casa de mis padres, seguí superando con éxito todos los exámenes de certificación para ser profesora. ¿Iba a ser éste mi camino? Sin embargo, en la entrevista final ante un jurado que me preguntó acerca de la igualdad de género en la vida profesional, fracasé estrepitosamente.

Me consideraba más bien una chica franca y me sentía mal por criticar la paridad obligatoria entre chicos y chicas en la escuela. Argumenté con gran convicción que para mí no tenía sentido que el primer chico de la escuela no tuviera ni siquiera la nota de la última chica. Para mí, se trataba de una injusticia manifiesta. Pero para el jurado, que, sin embargo, acogió con satisfacción mi intervención, le era imposible integrar en su escuela a una «reaccionaria», como ellos lo llamaban.

«Pero ¿qué voy a hacer con mi vida?»

Con veinte años, mis padres, que no eran ambiciosos, no me echaron de casa. No obstante, consideré que era importante tener un trabajo, una profesión reconocida y segura que me permitiera independizarme. En mi opinión, era bastante creativa, me gustaba el interiorismo y estaba empezando a confeccionarme mi propia ropa. Mi padre, que era enmarcador y muy manitas, me enseñó a pintar, tapizar, enmoquetar y clavar un clavo en una pared. Mi madre, que se formó como costurera, compartió conmigo lo básico de una máquina de coser. Me encantaba vestirme con telas de tapicería porque eran brillantes y duraderas. El éxito de mi guardarropa era inversamente proporcional a los elogios de mis padres. Me di cuenta de que me pusiera lo que me pusiera, incluso lo peor, ellos me apoyarían. Sonreía al verlos, sobre todo a mi padre, caminando diez metros detrás de mí mientras me felicitaban por mi última «colección». Habría tenido mucho éxito diseñando ropa de payaso en un circo.

Años más tarde, analizaría que la base de mi éxito procedía del reconocimiento que recibí por parte de mis padres, lo que me permitió desarrollar una gran confianza en mí misma. Si ellos creían que era capaz, ¡es que lo era!

«¡Está decidido, quiero ser decoradora!»

Me formé para ser diseñadora de interiores, incluidos los aspectos técnicos y comerciales. Disfruto tanto diseñando como vendiendo, lo que para mí resulta divertido e interesante. Tengo claro que me gusta el contacto con la gente, y mis primeras prácticas en una tienda de decoración e interiorismo así lo confirmaron. Por desgracia, no pudieron contratarme, pero hallé un trabajo como vendedora en una tienda de prêt-à-porter que me vino muy bien mientras esperaba encontrar un lugar en la decoración.

Me instalé en casa y decidí invertir en un sofá de piel. Fui a una tienda especializada y encontré lo que buscaba. El encargado fue quien me atendió. Como soy muy alegre por naturaleza, de forma divertida y con buen humor, hice un boceto de su sofá para pedirle una rebaja en el precio.

No sólo conseguí el descuento, sino que también salí de la tienda con un contrato laboral para el mes siguiente.

Mis conocimientos de decoración me ayudaron a poner en situación a futuros clientes con su nuevo salón y el reto de conseguir la venta era un juego con el que disfrutaba. Fue un verdadero placer trabajar en este lugar con un gran equipo. Todos los sábados, un señor, al que llamábamos vendedor extra, porque venía a ayudarnos los días de mucho trabajo, acudía desde Lyon en un Ferrari. Le pregunté qué había que hacer para poder comprar un vehículo como el suyo. Me respondió que iba a las ferias. Era vendedor de muebles, trabajaba en varias ciudades de Francia y parecía bastante satisfecho con el resultado.

«Está decidido, ¡quiero asistir a las ferias!»

Entonces tenía veintiún años y eso es lo que hice durante cierto tiempo. No compré Ferraris, pero para ser una mujer tan joven me ganaba la vida más que decentemente. Incluso me marché a trabajar a Suiza, Ginebra o Lausana, y conocí a mucha gente nueva; además, aprendí el oficio de la venta de la mano de los mejores.

Mi compañero de entonces se trasladó Val d’Isère, así que pasé una temporada en las pistas, lo que me permitió esquiar todo lo que quise, lo que fue un verdadero placer.

Luego dejé los Alpes y me fui a vivir con mi hermano y mi cuñada a la Costa Azul. Respondí a un pequeño anuncio y, tras un cursillo de diez días en una filial del grupo Hachette, me enviaron a Córcega para vender enciclopedias a puerta fría. Tenía veinticuatro años y me convertí en la segunda vendedora de Francia.

A veces me sentaba en la escalera de un edificio de la urbanización Montesoro, en Bastia, y comenzaba a llorar, preguntándome qué hacía ahí. Pero pensaba en mi jefe, que siempre nos decía que si no se abren cien puertas, no debemos desanimarnos: la ciento una se abrirá y será entonces cuando cerremos la venta.

Esto es lo que ocurre. La venta a puerta fría es una maravillosa escuela de vida y de valor, en la que se aprende a perseverar. Además, descubrí que los corsos son personas extraordinarias que me acogieron con una gran amabilidad y deliciosos pasteles de harina de castañas.

Empecé a ser consciente de que me gustaba escuchar la vida de la gente que conocía. Era toda oídos y la gente lo percibía de este modo. Permanecí un año en la isla porque durante una «operación verano», cuando volvía a trabajar al sur de Francia, le vendí una enciclopedia a un chico con el que me viví.

Empecé a trabajar en una empresa comercializadora de seguros de pensiones y me enviaron a formarme para convertirme en asesora financiera. Más experiencia para mi currículum. La formación era comercial, pero aprendí mucho sobre finanzas. Al mismo tiempo, conocí a una joven que trabajaba en una empresa de cosmética natural vendiendo productos en reuniones. Me encantó el concepto y los productos. A mi primera actividad le añadí esta segunda, poco lucrativa pero, a cambio, muy divertida. Me permitió formarme en estética y pude ofrecer un tratamiento de belleza a las personas que me recibieron mientras alababa los méritos de los productos que utilizaba.

A los veintisiete años di a luz a mi primer hijo. Mi pareja decidió abrir una tienda y una empresa en los Alpes de Haute-Provence. Lo abandoné todo para trabajar en una tienda de fontanería, sanitarios y aire acondicionado vendiendo racores macho y hembra y enviando presupuestos para instalaciones privadas. Aunque no me interesaba demasiado, aprendí a calcular el número y la potencia de los radiadores o los aparatos de aire acondicionado que había que instalar en una estancia. Conocí todo sobre grifería y tuberías.

Luego solté el calentador de agua, las válvulas, la tienda y el acompañante (tal vez demasiado taladrante) y me puse de nuevo en marcha con un bebé bajo el brazo. «¡Quién dijo miedo!». Regresé a la Costa Azul, donde me instalé con mi hijo. Trabajé en algunas ferias del mue­­ble, pero mi maternidad no me permitió marcharme lejos durante mucho tiempo. Así que me trabajé como vendedora en dos tiendas de muebles en Toulon los fines de semana para apoyar al equipo de ventas. Pero seguía sin tener un Ferrari. De todas formas, los coches rojos tampoco me gustaban demasiado, ya que, al fin y al cabo, son muy llamativos. Fue entonces cuando me reencontré con un señor con el que había hecho algunas ferias años atrás. Se convirtió en mi marido y en el hombre de mi vida.

Con treinta años, miré atrás y observé los últimos diez años. Algunos me llamaban inestable y anotaban mi dirección y mi número de teléfono con lápiz para poder borrarlo más fácilmente. Aprendí a vender, incluso a puerta fría, a decorar interiores, a instalar cocinas (aún no lo había dicho), a fabricar muebles, a montar un salón, las cualidades del cuero, los abecés de la fontanería, los productos financieros, la estética y los productos de belleza.

Pero, sobre todo, desarrollé mi capacidad para recuperarme.

«¡Llámame ambiciosa! ¡Aún hay más!»

Los dos volvimos a trabajar en ferias de la industria del mueble. Trabajar juntos era un gran privilegio para nosotros, puesto que nos entendíamos y complementábamos a la perfección. Decidimos darle a nuestro hijo una hermanita. A nivel profesional, mientras los niños eran pequeños, nos los llevábamos a las ferias con los abuelos o buscábamos una niñera in situ. Pero cuando el mayor empezó a ir a la escuela primaria, ya no podía pensar en marcharme a trabajar fuera y me vi obligada a encontrar un trabajo fijo.

Sabía vender, decorar y crear necesidad, así que me entré en el sector inmobiliario. Pocas personas son capaces de proyectarse en un espacio vacío o en obras. Yo sabía hacer que los demás lo visualizaran y disfrutaba con ello. Pero este trabajo no me gustaba. Las personas que me visitaban no eran honestas ni formales, y acostumbraban a dejarme plantada. Podía trabajar un mes entero y no ganar nada porque no tenía un salario fijo. Si no había venta, no había dinero. Los agentes inmobiliarios y los negociadores se quejan de ello todo el tiempo, incluso los que ganan muchísimo dinero. Iba a casa de la gente y hablaba con ella; no dejaban de contarme sus vidas y sus problemas, y yo escuchaba. Ya no vibraba.

Entonces tenía treinta y tres años e iba dando largas al tema.

«¿Qué voy a hacer con mi vida?»

Me aconsejaron que fuera a ver a alguien para que me ayudara. Era una sofróloga. En aquel momento yo no sabía lo que era la sofrología. Una sesión me bastó para comprender que quería hacer su trabajo, y me inscribí a un curso nocturno la semana siguiente. No sólo encontré mi camino, sino que también abandoné la actividad inmobiliaria para convertirme en diseñadora de interiores en un establecimiento muy agradable de Cannes. Esta actividad me permitió ganarme la vida y financiar mis estudios.

El tiempo que me llevaba hacer un trabajo bonito de decoración me bastó para darme cuenta de que me asfixiaba en este ambiente recargado. Tenía que tratar una y otra vez con una clientela muy rica y sofisticadamente amanerada, y mi carácter era más risueño y de hacer bromas. Me llamó la atención una joven que vino a la tienda a vender vasos y tazas de porcelana pintados a mano y que tuvieron un éxito increíble.

«He decidido pintar platos y venderlos en los mercados»

Renuncié al puesto de trabajo, y mientras seguía formándome en sofrología, creé mi propio negocio de pintura sobre vidrio y porcelana. El éxito fue inesperado: creé, vendí, gané dinero y me divertí en los mercados. Pero ¡qué cansada estaba! Nunca paraba. Y seguí estudiando. Tenía reuniones de «supervidrio», basadas en el modelo Tupperware, iba al «Club Méd» a hacer exposiciones y pintaba, siempre pintaba. Incluso un cliente galerista me encargó cien cuadros de vidrio para el fin de semana siguiente, porque estaba haciendo una exposición en Alemania.

Me encantaba lo que hacía, pero quería convertirme en terapeuta. Así que decidí abandonarlo y trabajar media jornada con mi marido, que había abierto su propia agencia inmobiliaria, al mismo tiempo que montar mi propio negocio como terapeuta. No trabajé mucho tiempo en la inmobiliaria porque de inmediato empecé a tener clientes.

«¡Eso es, voy a por todas!»

Con treinta y cinco años, empecé a escuchar: «¿Qué eres, dependienta o sofróloga? ¿Eso no es una profesión, es una secta?».

Había quien confundía la Cienciología con la sofrología, ya que esta nueva terapia es muy reciente. Además, decidí formarme como masajista, porque tras conocer a médicos chinos, comprendí que el cuerpo es un todo. El cuerpo y la mente están unidos, y cuando damos masajes, también trabajamos la parte emocional.

Y, como masajista, volví a oír: «¿Pero eres masajista o terapeuta? Tienes que escoger, te estás dispersando demasiado. ¿Cuál es tu especialidad? Y, además, no eres psicólogo, no cuentas con un diploma oficial, así que no es una profesión».

«Dispersarme. ¿Yo?»

Aunque no lo parezca, siempre sé adónde voy y lo que hago. Lo que para los demás plantea problemas, para mí, es una oportunidad de ampliar mi potencial. Tengo varias herramientas y las perfecciono. Y funcionan. Tengo gente que repite, el boca a boca funciona. Mis buenas amigas me dicen que tengo la suerte de mi lado. A mí me funciona, mientras que a ellas les cuesta arrancar. Me río por dentro, he trabajado duro para llegar hasta donde estoy. La gente que me rodea aún no está convencida de que tengo un trabajo de verdad, pero me respetan y apoyan mi visión. Soy muy afortunada por haber estado y seguir estando rodeada de amor. Cuando sabemos que el amor y el reconocimiento son la base de nuestra autoestima, sé de dónde procede esta energía emprendedora y este positivismo.

«¡Haga lo que haga, sé que funcionará!»

Incluso decidí, porque cada vez recibía más mujeres bloqueadas en su sexualidad, organizar aperitivos de juguetes sexuales. Desarrollé un negocio paralelo en el que creé mis catálogos, mis hojas de pedido y, por las tardes, después de mi jornada laboral, quedaba con mujeres. Aprovechaba para hablar de sexualidad porque se trataba de un tema tabú y desconocido para algunas de ellas. Era consciente de las barreras, que, al final del encuentro, solían caer para muchas mujeres que decidían permitirse hablar del placer.

Y volví a vibrar (no es un juego de palabras). Me sentí realizada con esta actividad, en la que utilicé todos mis conocimientos. Disponer de varias herramientas me permitió ampliar mi campo de acción. Observé que buenos amigos que se estancan en un solo método tienen dificultades para mantener su práctica. A veces no me atrevía a decirles que mi trabajo funcionaba muy bien porque tenía la impresión de que despertaba envidia.

¿Cómo es posible que pudiera trabajar con varias herramientas y que funcionara? ¿Era posible que las utilizara todas muy bien? Pero entonces, ¿cuál era mi especialidad? ¿No había que especializarse? ¡Eso es lo que nos repiten las cabezas pensantes!

«Lo que hago funciona. Entonces, ¿por qué no transmitirlo?» «Está decidido, ¡Formaré a futuros terapeutas!»

Necesitaba una página web. Era consciente de la gran evolución de Internet y de que para que te vean tienes que posicionarte en la red. Sin embargo, las tarifas que me ofrecían eran demasiado altas para mí. Pero tampoco era tonta. Me adaptaba fácilmente, estaba acostumbrada a lo nuevo y tenía una idea precisa de las palabras que había que utilizar para generar confianza y de los colores que captaban la atención. Me lancé, funcionó, llegaron los alumnos.

No era profesora pero me encantaba transmitir. La formación me permitió viajar en mi ámbito desde la isla de la Reunión a Nueva Caledonia, pasando por Martinica y toda Francia, y conocí a gente maravillosa. Combiné con facilidad clientela y formación. Mi pequeña empresa era tan serena como yo.

«¡Me encanta este trabajo!»

En 2011, tenía cuarenta y seis años y estaba viviendo un gran cambio. Por trabajo, mi marido se marchó a trabajar a cuatrocientos kilómetros de casa y yo decidí seguirle. Con tristeza y rabia dejé a mi bebé y me fui a Aveyron. Nadie me conocía, tenía que encontrar un trabajo, solicité un puesto de secretaria comercial y, gracias a mis numerosas aptitudes, me contrataron enseguida. Este trabajo era para el sustento, pero echaba de menos mi ocupación como terapeuta.

Decidí abrir una consulta y retomé mi actividad favorita. La clientela fue llegando poco a poco y aproveché mi tiempo libre para pintar y escribir. En la época en que hacía los aperitivos de juguetes sexuales había escrito un libro erótico a petición de mis clientas y amigas, y me encantó la experiencia. Siguiendo con otro tema, comencé a escribir Dico du mal-être («Diccionario del malestar»)porque teníamos que tomar conciencia de nuestro malestar para alcanzar el bienestar. Lo autopubliqué y se lo vendí sobre todo a mis amigos, alumnos y clientes.

Me encanta escribir, así que seguí creando un libro sobre aromaterapia y emociones, y aproveché para registrar una marca de mezclas de aceites esenciales que influyeran de manera positiva a nivel emocional.

Participé en varias ferias de bienestar para distribuir mis sinergias olfativas. Tuvieron buena acogida entre el público, pero el proceso de producción requería mucho tiempo y decidí dejar de asistir a ferias y ofrecérselas solo a mi clientes.

Soy una gran lectora, de manera que basé mis lecturas en los libros de psicología y novelas policíacas. Una idea nació en mí y escribí mi primera novela negra. La vendí por Internet, cincuenta ejemplares en la primera semana. Recibí comentarios agradables, lo cual me motivó.

Soy feliz, apasionada y disfruto con todo lo que hago. Pasé de la terapia a la pintura, de la escritura a las mermeladas y de la formación a los aceites esenciales.

«¡Pero por qué detenerse ahí!»

Un día, un conocido me dijo: «Pero ¿cuál es tu especialidad? ¿Eres sofróloga, escritora, perfumista o masajista? No se puede ser bueno en todo, ¡es evidente!».

Entonces le respondí que la única prueba se encuentra en las creencias que tenemos arraigadas. ¿Por qué no iba a ser posible? «¿Por qué no va a ser posible tener el mismo nivel de competencia en varias actividades?». Además, elegir una especialización significa renunciar o reducir muchas de nuestras potencialidades.

Los anclajes socioculturales comprometen a las personas a aprender un oficio o a seguir una carrera específica para tener más posibilidades de encontrar trabajo. Se les dice que los que no tienen el bachillerato están perdidos y que es hora de que los estudiantes del último curso elijan qué profesión van a ejercer o se arriesgan a quedarse en el camino.

Muchos jóvenes tienen miedo de equivocarse de carrera, de deporte, de ir por el mal camino, o no saben qué hacer.

Lo mismo ocurre con los adultos que amordazan sus deseos más profundos pensando que no es normal que salgan a luz sus diversos potenciales.

Las personas que optan por expresarse a través de sus distintas habilidades no son nada fuera de lo común ni inestables. «Yo las llamo MULTIPOTENCIALISTAS».

• Multi-. Prefijo, del latín multus, «muchos», lo que indica multiplicidad.

• Potencial. Todos los recursos de que dispone alguien, una comunidad, un país. Del latín potentialitas: (mismo significado) derivado de potentia («poder», «fuerza», «facultad», «capacidad»).

«¡Está decidido, voy a dejar palabra!»

Para mí, la multipotencialidad es el estado de existencia y el reconocimiento de los múltiples potenciales del individuo.

«¡Y decido hacer un libro con ello!»

Si te has sentido reconocido en la definición de multipotencialista, ahora ya sabes que tu funcionamiento es una fortaleza, y que lejos de relegarte al título de disperso, eres el más estable de los inestables. Tienes la extraordinaria suerte de poder hacer lo que deseas. Reclama tu multipotencialidad y haz de tu entusiasmo el equilibrio de tu vida.

Mi objetivo es inspirar a muchas personas que no se atreven a abrirse y ampliar su potencial.

Es importante entender que existen muchas barreras para sacar a la luz las diferentes habilidades del individuo.

Mi trabajo en este libro se basa en el análisis de dos funcionamientos limitantes: la construcción del pensamiento normativo del aprendizaje educativo de la persona y la organización social, cultural y familiar del proyecto de vida de cada persona.

El primer obstáculo para el desarrollo del potencial se encuentra a nivel de los anclajes educativos familiares y sociales.

¿Cuáles son sus funciones y para qué sirven?

Primera parte

¡Abre la puerta a tu multipotencialidad!

Capítulo I

Educación y cultura, una mochila con una carga pesada

Todos creemos en lo que queremos creer y nuestra libertad depende de ello. Pero no es tan sencillo. Si en tu familia las personas queridas y reconocidas son las que se han convertido en médicos y tú deseas ser artista, ¿qué sucederá? Si anhelas su amor y reconocimiento, puedes empezar a estudiar medicina. Pero ¿es éste tu camino? Por otro lado, si te alejas de la cultura familiar de que ser artista no sirve para nada, ¿te excluirán? ¿Merece esto la pena?

Cuando uno toca las creencias fundamentales, llega a los cimientos de la persona: su identidad. Y cuando dos creencias opuestas chocan, es peor aún. En este sentido, son numerosos los conflictos entre padres e hijos. En su proceso de identidad y su deseo de diferenciarse, el joven, cansado de haberse adherido a los dogmas familiares y paternos desde su más tierna infancia, se abre a nuevos entornos. Se le abren nuevas experiencias y, con ellas, una concepción a veces diferente de la vida. Él establece su capacidad para tomar decisiones que pueden estar en total oposición con el aprendizaje de su familia. La incompatibilidad de sus nuevas convicciones con las a menudo radicalmente opuestas de sus padres puede dar lugar a muchos malentendidos, e incluso a separaciones brutales y violentas.

Todas las familias funcionan de manera diferente en cuanto al sistema educativo. Mientras que en unas el niño será respetado hasta en sus elecciones más alocadas, en otras deberá conformarse con seguir el camino obligatorio para convertirse en un miembro reconocido del clan. Pero este reconocimiento tiene un precio muy alto: la limitación. Cada uno conduce su propio vehículo, ya sea un coche deportivo o un pequeño utilitario, y el límite de velocidad, tanto si te encuentras en una carretera comarcal como en una bonita carretera amplia y recta, es siempre de ochenta kilómetros por hora.

Superar el límite de velocidad no es necesariamente peligroso, pero puede salirnos caro. Éste es uno de los anclajes de la sociedad que más representa el miedo a ir más allá y atreverse. Si siento los caballos bajo el capó y creo que no me estoy poniendo en peligro, la sociedad me recuerda que es peligroso y podría castigarme. Como a un niño al que se le ha prohibido hacer algo y hace caso omiso. Sus padres lo amonestan o castigan para que la próxima vez obedezca. La libertad de cada individuo termina con la obligación para con sus padres, familia o sociedad de ajustarse a lo exigido. Permanecer en el clan es ser leal y reconocido por él, evolucionar en un campo de acción bastante reducido y no siempre sentirse bien con uno mismo. Abandonarlo es abrirse a un abanico de posibilidades, permitirte desarrollar todas tus capacidades, en especial las que han sido silenciadas por la estructura familiar.

Vivimos en un mundo en el que ser especialista está muy valorado. Pero aun así las personas que saben hacer muchas cosas no son incompetentes. ¿Acaso no es también importante «ser un manitas» en estos tiempos que corren para evitar tener que estar aflojando la cartera?

Además, una sociedad en constante evolución en todos los ámbitos abre nuevas oportunidades una y otra vez. En cualquier ámbito, la elección es muy amplia. Las posibilidades de formación son infinitas. Y, sin embargo, se pide a la gente que limite su campo de acción para no perderse. En apariencia, sigue siendo seguro casarse con un funcionario o trabajar en un estamento público.

¿Acaso esto funciona todavía? Por supuesto, es lo que muchos padres desean para sus hijos. Pero los tiempos cambian y evolucionan. Es cierto que el temor a la pérdida es un fenómeno que ha quedado anclado en la memoria colectiva de la guerra. Pero si no debemos olvidar, ¿tenemos también que permanecer fieles al miedo que ya no existe? A la mayoría de nosotros nos han educado para no desviarnos del camino trazado y minimizar así los posibles riesgos. Pero éstos pueden ser positivos y, a veces, tomar una pequeña carretera secundaria nos puede conducir a descubrir un pequeño paraíso.

Permitirnos salir del monopotencialismo cultural y familiar que nos encierra en formas de funcionamiento hiperespecializadas puede permitirnos descubrirnos de otro modo y añadir nuevas posibilidades a nuestros logros. Al convertirnos en multipotencialistas, activamos nuestras capacidades para abrirnos a cualquier expectativa.

Todos los seres humanos son distintos, y mientras unos se inclinan por definirse dentro de un marco restringido, otros sólo podrán florecer a través de una multitud de aperturas. Muchos creen que su dificultad proviene de su incapacidad para crear, imaginar, diversificar. ¿Tenemos todos el mismo poder creativo? ¿Cómo podemos abrir ese abanico de posibilidades?

Capítulo II

Abrir el abanico a posibles oportunidades

La palabra posible es lo contrario a imposible. Sin embargo, suele utilizarse no como apertura, sino como limitación. Como si nuestra capacidad estuviera sometida a una reducción constante para llevar a cabo nuestros proyectos.

«¿Crees que es posible?» es una de las frases más repetidas cuando tienes un proyecto de cuya viabilidad dudas.

Cuando uno duda una y otra vez, en primer lugar, es porque le cuesta proyectarse hasta el final del proyecto. En efecto, todo lo que te rodea está ahí para recordarte que salirse de los caminos marcados puede resultar arriesgado. Muy a menudo, estudiantes que han decidido cambiar sus vidas me han contado la respuesta que les han dado quienes les rodean: «¿Pero estás seguro? No es un trabajo de verdad. Y entonces, ¿te vas a ganar la vida? Ya sabes, ser autónomo es arriesgado, no tendrás nómina. ¿Y si no funciona?».

¿Y si funciona?

La opinión bastante frecuente de la gente que «nos desea lo mejor», o de los medios de comunicación, a veces simplista, con frecuencia nos arrastra a cerrar la imaginación positiva. Como si fuera imposible pensar que pudiera suceder. En consecuencia, es difícil que la persona que quiere embarcarse en un nuevo proyecto se convenza de que todo puede salir bien, ya que antes se habrá visto empujada a imaginarse el peor escenario posible.

Porque esta imaginación, que en ocasiones algunas personas describen como desbordante, nos hace mucho más mal que bien cuando su propósito es hacernos pensar en los puntos negativos de la situación. Sin embargo, su función no es meramente de advertencia ya que, por suerte, también sirve para edificar magníficas y sorprendentes construcciones, así como un futuro positivo.

Esta imaginación nos permite representar objetos o imágenes, percibidos o no, combinarlos para crear otros, o incluso posibles escenarios todavía sin vivir.

La imaginación desempeña un papel importante en la configuración de nuestras vidas. Puede ser el vector que nos abra a la diversificación, pero amordazarla también puede reducir el alcance de nuestro potencial. Se utiliza para explorar el mundo mentalmente y realizar los experimentos mentales necesarios para la toma de decisiones y la resolución de problemas. Cuando se pone al servicio de la creación, se convierte en esa capacidad de fecundar la realidad con ideas nuevas, de inventar de tal manera que el orden establecido se tambalee. ¿Cómo funciona la imaginación? ¿Y cómo nos permite crear?

Cuando nuestros sentidos transmiten información a nuestro cerebro desde el exterior, las sensaciones producidas no desaparecen por completo. Permanecen como copias más o menos exactas durante un tiempo variable, y se denominan imágenes. La capacidad de nuestra mente para conservar e incluso reproducir estas imágenes es la imaginación reproductora. Así, nos es posible hacer que todas las sensaciones visuales, auditivas, táctiles, gustativas u olfativas que hemos experimentado reaparezcan en forma de imágenes y con una intensidad que resulte inherente.

Esta facultad es muy valiosa y nos permite almacenar una amplia colección de imágenes a las que acudir en todo momento. Es la garantía de nuestra memoria, pero también la condición de nuestra percepción. En efecto, en el cerebro del niño, la mente recibe imágenes y sensaciones puras, y mediante la combinación, la escucha, la observación y el tacto se llega a reconocer el objeto o la cosa observada. Más tarde, cuando el número de imágenes aumenta, la percepción es más rápida. La recepción de la sensación se completa de inmediato para percibir el objeto o la cosa a través de imágenes almacenadas en relación con éste.

Del mismo modo que podemos almacenar imágenes visuales, también es posible conservar mensajes auditivos en nuestro cerebro. Cuando nos encontramos ante situaciones a las que se puedan asociar estos mensajes, el enlace se realiza de manera automática.

Una persona a quien de niño le han contado que su tío, que había montado una pequeña empresa, se arruinó, si quiere convertirse en empresario puede verse parasitado por este acontecimiento, que está grabado en su memoria. Si el padre de esa misma persona vivió la misma experiencia pero de forma positiva, la combinación de ambas imágenes le ayudará a plantearse lo positivo y lo negativo de su proyecto.

Cuanto más practiques en imaginar lo positivo, más reducirás tus miedos y bloqueos. Por supuesto, parece más fácil crear un objeto o un cuadro que un negocio, porque las consecuencias no parecen las mismas. Sin embargo, el artista que se gana la vida con su pintura o su escultura se encuentra en la misma situación porque todo depende de su capacidad de imaginar y crear.

Por otro lado, no tenemos una buena representación de la imaginación creadora. La mente humana es incapaz de crear nada absolutamente original. Es incapaz de formar elementos que no sean copias de sensaciones del exterior. En realidad, la imaginación creativa es la capacidad de combinar los datos almacenados en nuestra mente. Formamos algo nuevo a partir de varios elementos existentes. Varía mucho de una persona a otra: en algunos casos es casi inexistente, mientras que en otros está ampliamente desarrollada.

Muchos creadores o inventores famosos poseen la capacidad incesante de combinar para crear. Tenemos la impresión de que con una mirada les basta para encontrar el material de su nueva creación. Leonardo da Vinci fue el máximo ejemplo de ello. Su capacidad para combinar elementos y crear otros nuevos es prodigiosa.

Aunque tendemos a estimular la imaginación de los niños todo el tiempo, con los adultos no sucede lo mismo. La sociedad anima a los jóvenes a seguir un camino bien establecido en el que queda poco espacio para los llamados «dispersos». Y, sin embargo, alguien que adquiera muchos conocimientos en distintos campos será más adaptable, incluso maleable. Un artista tendrá dificultades para vender sus creaciones si nunca ha tenido un negocio. Un nuevo empresario puede tener dificultades si no sabe utilizar un ordenador. Un hombre de negocios puede estancarse si carece de capacidad de comunicación…

Detrás de la imaginación, que puede ser creativa o reproductiva, reside también el concepto de acción. Por ejemplo: acabo de hacer una visita a un médico que pasa consulta en su lujosa casa frente a la cual está aparcado su flamante Jaguar. Pensativa, les digo a mis padres que estoy imaginando mi vida futura. Está decidido, seré doctora, tendré una casa grande y un coche muy lujoso. Y bien, mis padres, cuyo estatus social es inferior, podrían decirme perfectamente: «¡Deja de imaginar algo que nunca tendrás! Jamás tendrás la capacidad para ser médico, este tipo de vida no es para nosotros, ¡deja de soñar!».

Me han inhibido la capacidad de imaginar mi vida futura como querría que fuera. Deseo que sea así. Todo lo que tengo que hacer es aceptar lo que mis padres dicen para perder mi oportunidad de estudiar medicina. Sabiendo que es muy posible que hubiera tenido éxito en estos estudios y convertirme en médico. Impedirse imaginar o privarse del derecho a imaginar genera la incapacidad de actuar para conseguir la proyección de nuestros pensamientos.