Querido cuñado y otras 9 historias eróticas en colaboración con Erika Lust - Beatrice Nielsen - E-Book

Querido cuñado y otras 9 historias eróticas en colaboración con Erika Lust E-Book

Beatrice Nielsen

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  • Herausgeber: LUST
  • Kategorie: Erotik
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2023
Beschreibung

«Creo que podría seguirte allí donde decidas preparar un chocolate».Da rienda suelta a tus fantasías en esta colección plagada de ganas, fuego y erotismo. Acompaña a Daniela en su viaje a Costa Rica en busca de nuevas recetas chocolateras, baila junto a Anya cuando siente una pulsión irrefrenable hacia su profesor de ballet o a Catherine en un recorrido por la sensibilidad.Esta colección contiene:La sensual quemadura del cacaoPlaceres brasileñosSexo y sensibilidadLa pareja de éxitoEl maestro de balletLas clases de equitaciónUn vecino servicialLa musa del pintorCarneQuerido cuñado-

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Chrystelle LeRoy

Querido cuñado y otras 9 historias eróticas en colaboración con Erika Lust

Translated by Marta Cisa Muñoz, Maria Elena Abbott, Adrián Vico Vazquez

Lust

Querido cuñado y otras 9 historias eróticas en colaboración con Erika Lust

 

Translated by Marta Cisa Muñoz, Maria Elena Abbott, Adrián Vico Vazquez

 

Original title: Querido cuñado and 9 other erotic stories in collaboration with Erika Lust

 

Original language: Danish

Imagen en portada: Shutterstock

Copyright ©2021, 2023 Beatrice Nielsen and LUST

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726965186

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

La sensual quemadura del cacao – una novela erótica

Daniela camina por las calles de Puerto Viejo, mirando las direcciones. La morena guapa, con las piernas al aire bajo unos pantalones vaqueros cortos y el pecho apenas cubierto por un top rosa, busca la casita que ha alquilado para unos días. La ciudad de Costa Rica, soleada y colorida, es un destino popular entre los turistas, sobre todo entre los amantes del surf. Las playas de la zona, con sus olas, hacen muy felices a los surfistas venidos de todos los rincones del mundo. Pero Puerto Viejo no es un lugar turístico y Daniela está allí porque el pueblo se encuentra en pleno centro de una zona reconocida por la calidad de sus plantaciones de cacao. Ella ha ido por la famosa vaina y sus semillas.

 

Por el cacao y por la esperanza secreta de encontrarse con Manuel, su amante de una noche loca en Venezuela 1 , hace ya algún tiempo. Le había dado su dirección en Puerto Viejo y le había confesado que quería abrir una pequeña chocolatería en San José, capital del país. El chocolate es una obsesión para la morena guapa. Daniela había estudiado varios años el tema y había convertido la transformación del cacao en todo un arte que se traducía en una multitud de productos tan refinados como deliciosos. La joven tiene la intención de hacerse un nombre en el selecto mundo de la chocolatería y, para ello, quiere asegurarse de la calidad de su materia prima: la propia semilla del cacao.

De ahí su presencia en la zona. Tiene la intención de visitar las plantaciones de la región para encontrar una cuyos métodos de cultivo y, por supuesto, cuyos granos de cacao le gusten lo bastante como para establecer una colaboración y asegurarse de obtener una parte de la producción para cubrir sus necesidades.

Aquel pueblecito, rodeado de los árboles del bosque y abierto al mar, ofrece la ventaja de poder compaginar ocio y trabajo. Sobre todo, por supuesto, si Manuel se dignaba a aparecer. Después de todo, le había comentado que conocía bien la región y sus plantaciones porque había pasado allí una temporada el año anterior.

Su despedida fue corta y algo indolente. No creía que él la echara demasiado de menos y no está segura de que vaya a cumplir su promesa, con el pretexto de volver a visitar el lugar.

Pero el hecho es que la sensualidad de aquel hombre y el placer que le había procurado ha dejado profundas huellas en su mente e influye en su deseo al mismo tiempo que el sol luce sobre el pueblo, sin compartir el cielo con la más mínima nube.

A Daniela le encantaría hacer el amor con Manuel. Ahora, allí mismo. Pero tiene que conformarse con abrir la puerta de la bonita valla de madera que rodea la casita preciosa de color lila. Llama al timbre. Su futura morada pertenece a una tal señora Márquez, farmacéutica de la población cercana de Limón, situada también en la costa. A priori, ella es la que tiene que recibirla y enseñarle la habitación.

Daniela, que se esperaba una matriarca aristócrata, se sorprende mucho cuando se abre la puerta y aparece una mujer sonriente con un pareo. Sonriente y, sobre todo, muy seductora, en opinión de la experta en chocolate.

La señora Márquez lleva con gracia su cuarentena de años. Unas cuantas canas salpican su melena castaña. Tiene unos bonitos ojos verdes, una boca sensual, y una camisa que permite adivinar con claridad sus senos redondos y firmes, mientras que el pareo destaca sus piernas, cuyo contorno excita a Daniela.

Las miradas de ambas mujeres se cruzan un instante y Daniela tiene la clara impresión de gustarle tanto a la elegante farmacéutica como a ella le había podido seducir la misma.

—Hola, buenos días. Imagino que es usted Daniela. ¡Bienvenida! Soy Isabella. Isabella Márquez.

Le ofrece su mano, fina y de largos dedos, y Daniela se apresura a estrechársela. El contacto hace que la recorra un escalofrío de felicidad. Entre sus muslos surge una sensación que reconoce al instante. El hecho es que le encantaría pasar algo de tiempo en los brazos de la bonita propietaria.

Isabella le enseña la casa, algo que no les lleva mucho tiempo porque, aparte de la cocina, está compuesta básicamente por un dormitorio y un salón, ambos decorados con muebles bastante cómodos. Con su pequeño jardín detrás, el lugar le gusta tanto a la joven como a su propietaria. La transacción se realiza bastante deprisa y, antes de irse, Isabella le dice:

—Estoy segura de que se sentirá bien aquí. Pero, si necesita algo, lo que sea, por favor, llámeme o envíeme un mensaje.

Pronuncia esas palabras con esa sonrisa sincera y cálida que tanto le gusta a Daniela. Una idea loca cruza su mente y, llevada por un impulso electrizante, decide probar suerte, coge la mano de la cuadragenaria y se acerca un poco más. Con los ojos fijos en ella, besa sus dedos y lame la palma de su mano. El gesto y la mirada que provoca no dejan margen a la interpretación. Isabella tiembla levemente mientras aguanta la mirada de la joven. Sus labios se abren deliciosamente y posa una mano en el brazo de Daniela mientras se arrima un poco más.

Esta aprobación tácita de la bella farmacéutica excita a Daniela, que cierra los ojos y la besa lánguidamente. El contacto con sus labios sedosos le provocan un escalofrío. Isabella le introduce la lengua hasta entrelazarla con la suya y sus bellas manos de dedos largos se posan en su excitado pecho. Suspira, y se inclina para besar el cuello y la garganta de su amante. Le quita el pareo y pasea sus manos por su trasero y sus muslos satinados.

El beso se vuelve más febril. Isabella le quita el top con agilidad. Le agarra los pechos con las manos y los acaricia mientras que Daniela desliza las pequeñas braguitas de la farmacéutica por sus piernas. Tiembla de deseo al posar su mano sobre su vulva húmeda. Quiere ver gozar a Isabela. La sexualidad expresada por su rostro la excita y le mordisquea los hombros y el cuello mientras explora su vulva, esbozando los contornos de sus labios antes de pellizcar con delicadeza su clítoris.

Los gemidos y los grititos de placer emitidos por Isabella la encienden aún más. Se pone de rodillas y empieza a lamerle los muslos, deslizando dos dedos en la hermosa mujer, ahora empotrada contra la pared.

Isabella la agarra del pelo y, en un gesto de súplica, acerca el rostro de su amante a su sexo. La chocolatera no necesita una segunda invitación. Lame con entusiasmo la vulva que le ofrecen sin parar de meter y sacar los dedos de la vagina de su compañera, borracha de placer. En ese momento, llega el orgasmo de Isabella y Daniela la lame a consciencia, ralentizando sus caricias hasta que su casera recupera la calma.

Isabella se deja caer hasta el suelo, contra ella. La besa febrilmente y luego la ayuda a levantarse, cogiéndola de la mano.

—¿Quieres probar la cama? —le pregunta con una sonrisa cautivadora.

La chocolatera no se hace de rogar y la sigue, feliz por poder admirar las curvas de sus caderas y de su trasero, una visión seductora que la vuelve a excitar. Ya en el dormitorio, la propietaria se tumba despacio en la cama antes de quitarle los pantalones. Isabella aprovecha para quitarse la camisa y el sujetador, y la joven siente un escalofrío de placer al rodear sus senos con las manos. Quiere más, pero Isabella ya está afanada en la tarea. Le lame y besa el cuello, la garganta y los pechos. Se dedica especialmente a los pezones, duros, y una deliciosa sensación de tortura recorre todo el cuerpo de la hermosa chocolatera, cuya respiración es cada vez más entrecortada y cuyos gemidos son cada vez más intensos.

Despacio, con lascivia, los labios de Isabella van descendiendo por el vientre de la joven para luego acariciar sus muslos antes de volver a su sexo, donde se posan con suavidad. Daniela grita cuando la lengua de la sensual farmacéutica penetra su vulva. Sus gritos se multiplican y encadenan mientras su clítoris arde bajo la suave presión a la que lo somete la farmacéutica. Isabella lo lame con tanta pericia como glotonería. Daniela se retuerce, excitada por su dulce dominación antes de que se apodere de ella un orgasmo que la deja sin aliento.

 

Las dos mujeres descansan un momento en los brazos de la otra antes de volver a vestirse mientras se prometen volver a verse antes de que Daniela se vaya. Llevada por la euforia del placer, la chocolatera decide aprovechar lo que le queda de mañana para hacer algunas compras en el mercado. Por supuesto, algo de pescado es obligatorio. Pasea un poco por la playa, admirando el mar, antes de volver a su alojamiento. La actividad la ha revitalizado, al igual que su deseo por Manuel. Sería genial si...

Como en un sueño, lo ve avanzando hacia ella, sonriente, por el caminito que desemboca directamente en la casita. Puede ver que ha dejado su equipaje junto a la puerta.

—Hola, querida —la saluda un Manuel sonriente, musculoso bajo sus bermudas y su camiseta.

Lleva un pequeño sombrero de paja que le aporta un toque juguetón. Daniela salta a sus brazos, contenta porque aquellas facciones marcadas y esos cálidos ojos marrones todavía ejercieran sobre ella el mismo poder de atracción. Contenta también porque haza venido y porque parezca igual de cautivado por ella.

La besa y la abraza contra su pecho.

—Empezaba a echarte mucho de menos —le confiesa.

Manuel sonríe con expresión maliciosa.

—¿Sabes algo? Yo también te echaba de menos —replica él.

Mientras dejan el equipaje y ordenan la compra, deciden ir a comer a un restaurante junto a la playa y pasear bajo el sol. Se ponen el bañador antes de ir, cogidos de la mano, hasta el mar. Tras un almuerzo ligero, alquilan un kayak, una actividad popular en la región, y reman por el agua para descubrir las playas cercanas. Después nadan un rato antes de volver.

Daniela está feliz por tener a Manuel a su lado, además de por el hecho de que la excitara, un fenómeno al que, quizá, contribuían el calor y el sol, generosos. Poco importa la razón; simplemente lo desea.

Lo coge de la mano, radiante, y empuja la puerta de la pequeña valla que rodea el pequeño terreno de la casita.

En cuanto entran, se arroja a sus brazos y lo besa con fogosidad. Una fogosidad que Manuel le devuelve. Le desabrocha los pantalones, dejándolos caer por sus piernas al mismo tiempo que la parte de abajo de su bañador. A continuación, de un gesto rápido, le desabrocha la parte de arriba antes de empotrarla contra la pared, con las manos sobre sus pechos y las yemas de los dedos retorciendo deliciosamente sus pezones mientras Daniela, con la boca seca, gime con delicadeza. Ella mordisquea el cuello de su zalamero torturador y, entonces, casi le arranca las bermudas.

La lengua de Manuel recorre cada centímetro de su pecho, rediseñando su contorno antes de hacer lo mismo con su estómago y, luego, los muslos a medida que va bajando hacia el suelo.

Daniela no puede reprimir un grito de placer cuando posa su boca sobre su sexo. Su lengua, cálida y suave, acaricia sus labios y, a continuación, su clítoris, sobre el que Manuel va cambiando la presión con una destreza casi diabólica. Daniela se ve sacudida por la sensación de una voluptuosidad abrasadora que sube por su cuerpo y la invade, pero, en el último segundo, decide que es mejor sentir a su amante en su interior. Quiere sentir que la penetra, que se hunde en ella y le provoca las mismas oleadas de placer indescriptibles de Venezuela.

Lo acerca un poco más y él comprende al instante cuál es su deseo. La gira contra la pared en la que estaba apoyada mientras la posee. La sensación de su falo, penetrando en ella de forma rítmica, le arranca gritos de éxtasis a medida que los movimientos se van haciendo más amplios. Manuel también empieza a gemir y su excitación estimula todavía más el éxtasis que se ha apoderado de la joven. El sudor rueda por su cuello y su amante la lame, hundiéndose aún más en ella, que goza con un grito ronco. El orgasmo de Manuel llega casi al instante y los dos amantes se deslizan lentamente hasta el suelo.

Daniela no escatima en caricias sobre el pecho robusto de Manuel y luego mordisquea su piel aquí y allá, mezclando pequeños besitos. Golosa, agarra el pene ya erecto, excitada por el contacto con su carne, lisa y dura. Lo hace ir y venir entre sus dedos, cada vez más animada por los suspiros de Manuel y su respiración entrecortada. Luego, lame su miembro con convicción, como si se tratara de una piruleta gigante, antes de metérsela en la boca y deslizar sus labios por la columna de carne.

Pero Manuel tira de ella, señal de que quiere otra cosa. Daniela lame el sudor de su pecho y, a continuación, se instala sobre él, a horcajadas, antes de coger el miembro e insertárselo dentro. La sensación del pene contra su carne la hace gritar de placer. Manuel posa sus manos sobre su trasero con el fin de sostener el movimiento de sus caderas mientras ella se balancea sobre él, hundiendo su miembro con más fuerza en su vagina, con un ritmo que le arranca grititos de éxtasis. Su amante gime cada vez más y la sensación de voluptuosidad se intensifica. Surgen ondas de un placer intenso y la recorren de pies a cabeza antes de sumergirla en un oleaje furioso que la deja sin respiración.

Manuel deja que se calme y la coge en brazos para llevarla a la cama. Se pone a lamer el sudor de sus pechos antes de chuparle los pezones con gran delicadeza mientras acaricia sus muslos. Al instante, Daniela se vuelve a sentir excitada. Su amante desliza sus dedos dentro de su vulva y empieza a alternar entre caricias suaves a su clítoris y la penetración de su sexo con los dedos. Al mismo tiempo, inserta un dedo en su ano. La multiplicación de sensaciones la hace gemir de placer.

Sigue así unos instantes antes de instalarse sobre ella y penetrarla. Ella le clava las uñas en la espalda mientras él se hunde en ella con un ritmo cada vez más sostenido y que multiplica las oleadas de un placer abrasador que la atraviesa. Esas oleadas se van haciendo cada vez más fuertes y amplias hasta que llega el orgasmo, con la boca enterrada en el cuello de su compañero. Entonces llega el turno de Manuel, que llega al orgasmo y se deja ir sobre ella. Los dos se acurrucan el uno contra el otro, dormitando así durante unos minutos, borrachos de sol y de amor.

Cenan un poco más tarde y charlan en la noche cálida que los rodea hasta dormirse.

 

Por la mañana, a diferencia de lo habitual en ella, Daniela se despierta temprano. Se queda muy sorprendida al comprobar que Manuel ya no yace a su lado. Ni siquiera está en la casa. Se pone unos pantalones cortos y una camiseta, y sale a explorar los alrededores. Ni rastro de Manuel. Preocupada, vuelve al interior para constatar que su equipaje sigue allí. ¿Pero dónde diablos se habría metido y por qué se habría ido? Se había hecho la ilusión de despertarse a su lado y tomarse el primer café de la jornada en su compañía.

El motor de un coche, cerca, la sorprende de repente. Vuelve a salir y se encuentra con Manuel saliendo de un jeep, ideal para los caminos tortuosos de la jungla.

Parece sorprendido de verla.

—Oh, espero no haberte despertado. Creía que dormirías hasta tarde y decidí aprovechar para ir a alquilar un coche.

Al ver su expresión de perplejidad, Manuel precisa:

—Daniela, no estarías pensando en visitar las plantaciones de cacao de la región a pie, ¿no?

Rompe a reír, cautivada porque se le haya ocurrido alquilar un coche.

—Es cierto, tienes razón. Había pensado en alquilar uno, pero todavía no había llegado a la etapa de ejecución.

—Querida, me he permitido hacerlo porque tengo algunas ideas sobre las plantaciones que deberías visitar —dice con una sonrisa cálida.

Daniela está deseando saber más, pero Manuel insiste para pasar primero por la etapa de un buen café y unos huevos revueltos, acompañados con unas tostadas.

Entre dos bocados, termina por confesar.

—Recuerdo que le dabas mucha importancia a los cultivos sostenibles y al respeto al medio ambiente.

Daniela bebe un sorbo de café antes de responder:

—Sí, por supuesto. Hoy en día, es un criterio básico. Y, además, hay más posibilidades de que las vainas sean de mayor calidad.

—Muy bien. Entonces, cerca de aquí, en un radio de menos de treinta kilómetros, hay, al menos, dos plantaciones que estoy seguro te van a gustar. Podríamos visitarlas esta mañana, si te parece bien.

—¡Por supuesto que me parece bien!

Daniela salta a sus brazos para besarlo. Lo que más le gusta es que Manuel parece estar interesado de verdad en su proyecto.

 

Poco después, están en la carretera, camino de las plantaciones propuestas por Manuel. El cultivo de los preciados cacaoteros exige muchos cuidados y metodología. Daniela desconocía hasta qué punto antes de ver con sus propios ojos la dedicación de los cultivadores por sus árboles. Como siempre, el enorme tamaño de sus vainas la sorprende y, a Manuel, todavía más.

Las dos plantaciones que visitan le parecen adecuadas. Una quizá más que la otra por la planificación a largo plazo de su impacto en el medio ambiente y su buena integración en la cultura actual. Daniela vuelve de su excursión contenta por haber establecido contactos comerciales esenciales y porque, en ambos casos, podría disfrutar, si así lo quisiera, de un acceso directo a una parte de sus cosechas.

En los dos lugares había comprado algo de cacao en polvo que decide probar en cuanto llega a la casa, mientras Manuel se va a la playa.

La besa antes de irse.

—Te dejo un rato con tu alquimia, querida. No quiero estorbar. Yo me encargo de la cena.

—No te canses demasiado, que de postre te quiero a ti —le dice ella, con una sonrisa en los labios y expresión maliciosa.

Manuel se echa a reír, sin saber hasta qué punto Daniela habla en serio.

La preparación del chocolate es un asunto delicado para el que Daniela no tiene el material adecuado, pero no le importa. Cuando Manuel vuelve, la joven ha conseguido preparar una impresionante crema aún caliente, justo a la temperatura deseada.

—¿Estaba buena el agua? —le pregunta con tono afable.

—Sí —responde Manuel, abriendo la puerta de frigorífico para colocar las vituallas que había traído—. ¡Y, como prometido, he comprado todo lo necesario para preparar una cena deliciosa!

—¿Ah, sí? —responde ella, acercándose a él, con los pechos erectos bajo su camiseta de fino algodón.

—Bueno, excepcionalmente, o quizá deberíamos convertirlo en una costumbre, empezaremos por el postre.

El hombre, sorprendido, no sabe qué responder, pero, de todas formas, ella ya está encima de él, abrazándolo antes de besarlo. Daniela, con las dos manos ocupadas en desabrocharle la camisa, cubre su pecho y su estómago de besos y, en cuanto la camisa toca el suelo, le desabrocha las bermudas y las deja caer.

Manuel se encuentra desnudo entre sus brazos, con el pene ya erecto seduciendo a la chocolatera.

—Hum —aprecia ella, mirándolo—, vas a estar delicioso.

Lo coge de la mano y lo conduce hasta el sofá donde lo tumba cerca de una mesita donde había dejado un gran cuenco. Manuel se presta al juego de buen grado, a la vez excitado por el entusiasmo de su amante y curioso por saber qué está tramando.

La respuesta no se hacer esperar. Daniela coge un pequeño cucharón y, con una expresión atrevida, le pregunta:

—No te da miedo un poco de calor, ¿verdad?

Antes de que su amante pudiera responder, vierte sobre su pecho un largo chorro de chocolate con leche que se apresura a lamer con dedicación. Ante la ofensiva, Manuel no puede contener un gemido de placer.

Pero la chocolatera solo acaba de empezar. Se vuelve a adueñar del cucharón y recubre generosamente el falo de Manuel. A continuación, mientras su amante gime, para su gran placer, se poner a lamerle el miembro, recorriéndolo con la lengua de abajo arriba y en sentido inverso, una y otra vez, antes de metérselo en la boca, completamente excitada, tanto por la satisfacción de su propia glotonería como por las reacciones de Manuel.