Redimidos por el amor - Kate Hewitt - E-Book

Redimidos por el amor E-Book

Kate Hewitt

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Beschreibung

La finca en una isla griega del magnate Alex Santos, que tenía el rostro gravemente desfigurado, era una fortaleza que protegía a los de fuera de la oscuridad que había en el interior de él. Cuando necesitó una esposa para asegurar sus negocios, la discreta y compasiva Milly, su ama de llaves, accedió a su proposición matrimonial. Pero la noche de bodas provocó un fuego inesperado, cuyas consecuencias obligaron a Alex a enfrentarse a su doloroso pasado. ¿Podrían Milly y el hijo que esperaba ser la clave de su redención?

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Seitenzahl: 190

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Kate Hewitt

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Redimidos por el amor, n.º 2723 - agosto 2019

Título original: Greek’s Baby of Redemption

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-328-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

NO SE vaya.

Milly James se quedó inmóvil, conmocionada al oír esas palabras pronunciadas con voz ronca por un hombre al que nunca había visto en persona: su jefe.

–¿Cómo? –se volvió lentamente parpadeando en la penumbra del despacho, cuyas cortinas estaban corridas para que no entrara la luz del sol que brillaba sobre el mar Egeo. Era un hermoso día de verano, pero en aquel despacho podía haber sido una noche cerrada de invierno. Las gruesas paredes de piedra de la villa la protegían del tórrido calor de la isla.

–No se vaya.

Era, indudablemente, una orden pronunciada con brusca autoridad. Así que ella cerró lentamente la puerta del despacho.

Ni siquiera se había dado cuenta de que él estaba allí cuando la había abierto para hacer la limpieza habitual. Había retrocedido al verlo sentado entre las sombras, apenas visible.

Las instrucciones de Alexandro Santos habían sido claras: no había que molestarlo. Nunca. Ahora, ella lo acababa de hacer sin querer, porque había oído arrancar el motor del coche y pensado que se había marchado.

Intentó divisarlo en la penumbra. ¿Estaba enfadado? ¿Cómo podía haber sido tan descuidada?

–Lo siento, kyrie Santos. No sabía que estaba aquí. ¿Necesita algo? –preguntó con una voz todo lo firme que le fue posible.

En los casi seis meses que llevaba contratada como ama de llaves, solo había hablado con Alexandro Santos una vez, por teléfono, cuando él le había ofrecido el empleo. Era la primera vez que él había vuelto a su lujoso retiro en la isla griega de Naxos desde que ella había empezado a trabajar.

Milly llevaba dos días andando de puntillas por la villa intentando no cruzarse con él, ya que le había dejado muy claro que no quería que lo molestaran. Y ahora parecía que había metido la pata hasta el fondo.

–Lo siento mucho –se disculpó ella deseando que él dijera algo que rompiera el tenso silencio–. No volveré a molestarlo…

–No importa –dijo él haciendo un gesto con la mano, que ella sintió más que vio–. Me ha preguntado si necesito algo, señorita James.

Ella deseó poder verle el rostro, pero la habitación estaba muy oscura y la escasa luz que se filtraba a través de las cortinas solo le iluminaba la parte superior de la cabeza.

Forzó la vista para ver mejor y él, como si lo hubiera notado, se levantó del escritorio y se acercó a la ventana, por lo que quedó de espaldas a ella. La escasa luz recortaba su silueta: era alto, de complexión fuerte y anchos hombros.

–Sí, necesito algo.

–¿Qué desea? ¿Quiere comer o que le limpie el despacho…? –se calló porque tuvo la repentina sensación de que él no deseaba nada de eso.

Alexandro Santos no la contestó. No se había movido y ella seguía sin verle el rostro. Sabía cómo era porque lo había visto en Internet al buscar información sobre él, cuando la había contratado: pelo negro, pómulos elevados, fríos ojos azules y un cuerpo poderoso.

Era tremendamente guapo. Ella había sentido un escalofrío al verlo. Parecía concentrado y distante a la vez y la resolución brillaba en sus ojos azules.

–¿Cuánto lleva trabajando para mí, señorita James? –preguntó él, por fin.

–Casi seis meses.

Milly trató de no ponerse nerviosa. Él no tenía ningún motivo para despedirla, ningún motivo de queja. Llevaba cinco meses y medio limpiando la villa, ayudando en el jardín y pagando las facturas domésticas. Ser ama de llaves de una casa que estaba casi siempre vacía era un trabajo fácil, pero le encantaba la villa y la isla de Naxos, y estaba muy contenta con el empleo y el sueldo.

Aunque a algunos les parecería que llevaba una vida solitaria, a ella le gustaba. Después de muchos años de vivir en los márgenes de la caótica vida social de sus padres, de ir pasando de internado en internado, con una serie interminable de fiestas disipadas entre medias, deseaba estar a solas, así como el sueldo extremadamente generoso que Alexandro le había ofrecido. No podía quitárselo ahora que ya estaba cerca de haber ahorrado el dinero suficiente para que Anna fuera feliz y estuviera a salvo para siempre.

–Seis meses –Alejandro se volvió ligeramente, de modo que ella distinguió su perfil: el cabello muy corto, la nariz recta y los labios carnosos.

Parecía una estatua, un hermoso bloque de mármol, oscuro y peligroso, frío y perfecto. Incluso en la penumbra, ella percibió su actitud distante, lejana.

–¿Es feliz aquí?

¿Feliz? La pregunta la sobresaltó. ¿Por qué iba a importarle la felicidad?

–Sí, mucho.

–Pero se debe de sentir sola.

–No me importa estar sola –se relajó un poco, porque le pareció que a él simplemente le preocupaba su bienestar. Sin embargo, aquel no parecía su jefe, un hombre que, según Internet, era un adicto al trabajo, frío y resuelto, del que se rumoreaba que era implacable con la competencia.

Un hombre que, cuando se le fotografiaba en eventos sociales, tenía una expresión dura y nunca sonreía. A veces lo acompañaba alguna elegante mujer del brazo, a la que casi nunca prestaba atención, al menos en las fotografías y vídeos que ella había visto.

–Pero es usted muy joven. ¿Qué edad…?

–Veinticuatro –él ya lo tenía que saber por su breve currículo.

–Y ha ido a la universidad.

–Sí, en Inglaterra.

Había estudiado Lenguas Modernas durante cuatro años. Hablaba bien italiano y francés, además de inglés, su lengua materna, y ahora tenía conocimientos rudimentarios de griego. Pero él ya lo sabía.

–Entonces, es indudable que aspirará a algo más que a limpiar habitaciones.

–Estoy muy contenta como estoy, kyrie Santos.

–Llámame Alex, por favor. ¿No has pensado en volver a París? Creo que trabajabas de traductora antes de venir aquí.

–Sí –y le pagaban una miseria, comparado con lo que ganaba ahora.

Pensó en los días pasados en una oficina gris traduciendo aburridas cartas de negocios. Después pensó en Philippe, con su rubio cabello, su radiante sonrisa y sus melifluas palabras, y se estremeció.

–No deseo volver a París, kyrie…

–Alex.

Ella no dijo nada, nerviosa porque no sabía dónde quería llegar él con aquellas inquietantes preguntas.

–¿Y el amor? –preguntó él de repente–. Un esposo, hijos… ¿Quieres tenerlos algún día?

Milly vaciló, sin saber qué responder. Era una pregunta inadecuada viniendo de tu jefe. Pero ¿cómo no iba a contestarla?

–Te lo pregunto porque prefiero tener a alguien de forma permanente –dijo Alex, como si le hubiera leído el pensamiento–. Si vas a marcharte al cabo de un año detrás de un hombre…

–No voy a irme detrás de ningún hombre –respondió Milly con dignidad.

En otro tiempo, se hubiera ido con Philippe, lo hubiera seguido a cualquier sitio. Hasta que descubrió la verdad, hasta que él se la contó. Aún recordaba el brillo burlón de sus ojos y la mueca cruel de su boca.

–Esa pregunta es ofensiva.

–¿Ah, sí? –Alex siguió de espaldas a ella. Era imposible saber lo que pensaba. ¿Por qué le hacía preguntas tan personales?–. ¿Y qué me dices de tener hijos? –preguntó él al cabo de unos segundos.

–No lo he pensado. De momento, no me interesa.

–¿De momento o nunca?

Milly se encogió de hombros.

–De momento no, desde luego. Tal vez nunca. En cualquier caso no a corto plazo.

Sabía lo tensas que podían ser las relaciones familiares. Y, aunque quizá tuviera instinto maternal, no deseaba ejercitarlo. Anna era su preocupación fundamental.

–¿Así que no quieres tener hijos?

Milly se ruborizó. ¿Por qué intentaba acorralarla con aquello?

–Puede que algún día –masculló–. No lo he pensado. Pero no veo por qué te interesa tanto.

–Tal vez lo entenderás.

–¿Perdón? –él no dijo nada y ella expulsó el aire que había estado conteniendo–. ¿Algo más, Alex? Si no quieres nada más, voy a…

–Eso no es todo. Tengo que hacerte una propuesta.

–¿Una propuesta? –a ella no le gustó la palabra, cargada de insinuaciones, incluso pronunciada en el tono cortante de Alexandro Santos–. No sé si…

–Totalmente respetable –ella esperó sin saber qué responder–. Una propuesta de negocios –aclaró él–. Muy generosa. Aceptaste este empleo por el sueldo, ¿verdad?

–Sí –y para alejarse de París y de los ojos burlones de Philippe. Pero no iba a contárselo.

–¿El dinero es un incentivo para ti?

–Lo es la estabilidad económica.

Y ahorrar dinero para Anna, pero eso era otra cosa que no tenía intención de explicarle. Era muy complicado, triste y sórdido, y no hacía falta que su jefe conociera detalles personales de sus empleados.

–Mi propuesta de negocios te proporcionará, sin duda, estabilidad económica. De hecho, se podría decir que es su principal beneficio, aunque reconozco que, a primera vista, puede parecerte una idea muy poco convencional.

Soltó una risa carente de alegría que a ella la habría dejado helada si no hubiese sonado tan desesperada.

–Aunque puede que no, teniendo en cuenta lo sensata y equilibrada que pareces. Creo que verás las ventajas prácticas.

Milly lo miró inquieta y totalmente perdida.

–Gracias, pero no sé de qué me hablas. ¿De qué propuesta se trata?

No estaba segura de querer saberlo. Fuera lo que fuera, no parecía normal.

¿Qué podía querer él de ella, a cambio de dinero?

No era ingenua ni tan inocente. Se imaginaba lo que podía ser, pero no se lo podía creer. Sabía que no era guapa. Tenía el cabello fino y castaño, los ojos del mismo color y era delgada y sin nada destacable en su figura. No despertaba pasiones en los hombres, a pesar de que, una vez, estúpidamente, lo había creído. Pero no iba a pensar en Philippe.

¿Y no sería igual de estúpido imaginar que un hombre como Alexandro Santos, un guapo multimillonario que podría tener a cualquier mujer que deseara, estaba interesado en ella en ese sentido? Era ridículo, y haría bien en recordarlo.

Pero, ¿qué querría? ¿Qué otra cosa tenía ella? Buscó en su cerebro posibles respuestas. ¿Y si deseaba algo raro? ¿Y si tenía alguna manía fetichista o extraña que no se atrevía a revelar a alguien que considerara respetable? No, se estaba dejando llevar por la imaginación. Tal vez lo único que quisiera fueran sus servicios de ama de llaves.

A lo mejor quería llevarla a Atenas para que limpiara el ático que tenía allí. Pero Milly se dijo que se estaba engañando, que era evidente que lo que Alex Santos le iba a proponer se salía de lo corriente.

–Alex…

Él seguía sin volverse y sin decirle nada.

–¿Vas a decirme en qué consiste tu propuesta?

Él continuó dándole la espalda al contestar con voz carente de toda emoción.

–Quiero que te cases conmigo.

 

 

Aunque Alex seguía mirando por la ventana, percibió la conmoción de Milly, que atravesó la habitación como una corriente eléctrica. Volvió la cabeza para mirarla y forzó la vista en la penumbra. Tenía los ojos como platos y los labios entreabiertos.

No era hermosa, pero había algo cautivador en su cuerpo delgado, en la orgullosa colocación de sus hombros y en su innata dignidad. Se sorprendió sintiendo deseo, algo que llevaba años sin experimentar y que era muy poco conveniente.

–No… No hablas en serio –tartamudeó ella.

–Te aseguro que sí.

–¿Por qué quieres casarte conmigo?

Era una excelente pregunta, desde luego, que Alex pensaba responder con sinceridad. No habría engaños en su matrimonio ni fingimientos en lo que quería que fuera una transacción comercial.

–Porque no tengo tiempo de encontrar a una mujer más adecuada y dispuesta.

–Vaya, gracias –le espetó ella con amargura.

–Y –prosiguió él, implacable– porque necesito un heredero lo antes posible.

Milly reculó hasta golpearse con la puerta. Buscó el picaporte con la mano.

–No te alarmes. Intento ser sincero. Sería una estupidez que cualquiera de los dos fingiera que nuestro matrimonio sería algo más que un acuerdo comercial, que, desde luego, implicaría cortesía y respeto por ambas partes.

–Pero has hablado de un heredero…

–No sería una unión solo de nombre, evidentemente –habló con calma, aunque se le llenó de imágenes el cerebro: la piel dorada a la luz de las velas, el cabello castaño sobre los hombros desnudos y con lunares…

Era absurdo, ya que su matrimonio no sería así. Además no sabía si ella tenía lunares.

–Evidentemente –repitió Milly, todavía desconcertada.

–Y el tiempo es esencial, aunque podemos discutir los detalles, suponiendo que estés dispuesta.

–Dispuesta –casi gritó ella.

La había conmocionado y ella ni siquiera le había visto aún el rostro. Pensarlo estuvo a punto de hacerlo reír, pero llevaba meses sin que nada le resultara gracioso. Veintidós meses, para ser exactos.

Una vez recuperada la compostura, Milly habló con voz firme.

–No estoy dispuesta.

–No te he dicho las condiciones.

–No me hace falta. No acostumbro a venderme.

–Estaríamos casados. No podría considerarse así.

–Yo sí lo consideraría.

Ella negó con la cabeza mientras un escalofrío la recorría de arriba abajo, una reacción visceral causada por algo similar a la repugnancia.

–Lo siento, pero no, de ninguna manera –dijo con tal vehemencia que él se quedó intrigado, además de enfadado. Era un inconveniente que ella se negara.

–Casi parece que te han hecho esa propuesta antes. Reaccionas como si recordaras algo ofensivo, como si mi propuesta te recordara otra.

–¡Por supuesto que no!

–¿Por supuesto? –preguntó él enarcando una ceja, la que ella podía verle.

–La mayoría de los hombres no acostumbra a hacer semejantes propuestas –dijo ella con voz fría y ofendida.

–¿Ah, no? Los matrimonios, en su mayor parte, son contratos comerciales, una negociación, con independencia de las emociones que los apuntalen.

–Sin embargo, nuestro matrimonio carecería de sostén emocional. Ni siquiera te conozco. Hasta hoy, no te había visto en mi vida.

–Eso no es extraño en situaciones como esta.

–¿Qué te hace pensar que quiero casarme?

–Nada. Como te he dicho, se trata de un acuerdo de negocios. Creo que lo que te atraerá de mi propuesta es la estabilidad económica, nada más.

Ella no dijo nada y Alex se volvió un poco para verle el rostro. Tenía los ojos muy abiertos y los labios apretados.

Parecía inquieta, pero también se veía que estaba en un dilema. Mientras la miraba, ella se mordisqueó los labios mirando a todos lados. Parecía que a una parte de ella le tentaba su propuesta, aunque no quisiera reconocerlo.

–Estabilidad económica –dijo ella, por fin–. ¿A qué te refieres?

–A que haré que merezca la pena que te cases conmigo.

Ella negó con la cabeza.

–Parecería que me estoy vendiendo a un desconocido. Creo que el matrimonio debe tener al menos una base emocional, si no hay amor.

Él ladeó la cabeza.

–Tus palabras parecen cínicas.

–¿Cínicas?

–Como si no te las creyeras. Quieres, pero no quieres.

–Lo que crea o deje de creer no es de tu incumbencia ni tiene nada que ver con esta conversación –le espetó ella–. La respuesta sigue siendo negativa.

–¿Por qué? ¿No te interesa?

–¿Por qué?

Parecía incrédula, pero también acorralada, en sentido figurado y literal, ya que tenía la espalda apoyada en la puerta y respiraba pesadamente, por lo que él veía cómo le subían y bajaban los pequeños senos. Algunos mechones se le habían escapado de la cola de caballo y le enmarcaban el rostro en forma de corazón. Se dijo, con sorpresa, que era encantadora.

Al tomar la decisión de casarse con ella, no había tenido en cuenta su aspecto. La tenía a mano, era adecuada y su baja posición social le permitiría manejarla a su antojo. Era lo único que necesitaba.

–Sí, ¿por qué? –repitió él–. ¿Por qué ni siquiera estás dispuesta a considerar mi oferta? ¿No tienes ninguna pregunta sobre la naturaleza del acuerdo?

–Ya la has dejado muy clara.

–¿Te refieres al sexo?

–Claro.

–¿Desapruebas tener sexo con tu esposo?

–Desapruebo casarme con alguien por el que no siento nada y al que ni siquiera conozco.

–Sin embargo, la gente lleva siglos haciéndolo.

–De todos modos.

–Me has dicho que no te interesaba el amor.

–En este momento de mi vida no me interesa.

–O tal vez nunca, creo que has dicho. ¿Entonces?

–Eso no significa que quiera casarme contigo –parecía irritada. Alex sonrió fríamente.

–¿Cinco millones de euros te harían cambiar de opinión?

Ella abrió la boca, la cerró y la volvió a abrir. Y lo miró con los ojos como platos.

–Eso es mucho dinero –musitó.

–En efecto. ¿Te interesan ahora los detalles?

Ella se mordió el labio inferior.

–¿Crees que voy a cambiar de opinión solo por dinero? Es insultante.

–La estabilidad económica es un poderoso incentivo.

–No soy una cazafortunas –estalló ella, como si se le estuviera abriendo una vieja herida.

–Ya lo sé, Milly.

–No voy a venderme.

–No dejas de repetirlo, pero considerarlo así resulta desagradable. Te recuerdo que estamos hablando de casarnos, no de que seas mi amante.

–Pero sigue siendo cierto, de todos modos.

–No necesariamente. Es un trato del que ambos nos beneficiaremos.

La victoria parecía más cerca. Era difícil de alcanzar, pero posible. Ella no se había marchado hecha una furia ni lo había abofeteado. Era cierto que aún no le había visto el rostro. Todo llegaría a su debido tiempo.

–¿Por qué no te sientas, Milly?

–Muy bien –se dirigió a una de las sillas que había frente al escritorio y se sentó con los pies cruzados y las manos en el regazo, como una matrona respetable–. ¿Podemos encender la luz? Apenas te veo y nunca te he visto en persona, lo que es ridículo, teniendo en cuenta la naturaleza de la conversación.

Él se puso tenso, pero trató de relajarse.

–No me gusta la luz.

–No serás un vampiro, ¿verdad? –era una broma, desde luego, pero ella parecía tener sus dudas.

–Por supuesto que no –se volvió hacia ella situando la cabeza en un ángulo que ocultara lo peor–. La encenderé enseguida, después de que hayamos hablado de los detalles.

–¿Por qué yo? ¿Por qué no has elegido a otra mujer más adecuada?

–Porque estás aquí y porque no te importaría seguir en la isla. En los seis meses que llevas a mi servicio, has demostrado ser trabajadora y digna de confianza o eso es lo que dice Yiannis, el encargado de todo lo referente a la casa.

–¿Yiannis te ha estado dando información sobre mí?

–Se ha limitado a transmitirme su aprobación.

–Ah –parecía sorprendida–. Su esposa y él son muy amables conmigo.

–Me alegro –dijo él con voz suave.

Todo parecía muy prometedor. Era evidente que a ella le gustaba vivir allí y que quería el dinero. Lo único que quedaba por ver era si ella soportaría mirarlo y compartir su cama.

–¿Y eso es todo lo que le pides a una esposa? –preguntó Milly.

–Sí.

–¿De verdad? ¿Te da igual lo que le guste o le disguste?, ¿su sentido del humor, su sentido del honor?, ¿la clase de madre que será?

Alex apretó los dientes.

–No puedo permitirme el lujo de que todo eso me importe –la última aventura de Ezio lo había impulsado a solucionar aquello lo antes posible.

Milly no dijo nada y Alex observó las emociones que traslucía su rostro: miedo, indecisión y algo más también, algo más oscuro… Sentimiento de culpa o, tal vez, pesar. Estaba seguro de que su propuesta le había tocado la fibra sensible.

–¿Y por qué un heredero? –preguntó ella, por fin–. ¿No es un concepto anticuado?

–Es biológico.

–Aún así.

–Quiero dejarle el negocio a mi hijo.

–¿Un varón?

–O a mi hija, me da igual.

Ella ladeó la cabeza y lo miró con los ojos entrecerrados.

–¿Por qué?

–Porque, si no lo hago, lo heredará mi hermanastro, que probablemente lo llevará a la quiebra en cuestión de meses.

–No se trata de un título aristocrático, ¿verdad? ¿Por qué lo heredaría él?

Alex respiró hondo e intentó relajarse mientras lo invadían los recuerdos. Christos, pálido y débil, con la mano extendida hacia él, rogándole. Y Ezio, borracho en una discoteca, sin molestarse en aparecer para despedirse de su padre biológico.

–Porque es lo que estipuló mi padrastro en el testamento. El negocio era suyo y me lo dejó en herencia al morir, con la condición de que, si yo moría, pasaría a mi hermanastro.

–Todo eso me parece muy arcaico.

Alex agachó la cabeza.

–Los vínculos familiares son fuertes en este país.

–Pero se trata de tu padrastro. No es carne de tu carne.

–Para mí, ha sido más que un padre –contestó Alex con brusquedad. La emoción le hacía difícil hablar–. Y el testamento no tiene lagunas. Es la única opción que tengo.

–¿Y no te planteas la adopción o un vientre de alquiler?

–Como te he dicho, el tiempo es esencial. Tengo treinta y seis años y quiero que mi hijo sea adulto cuando herede el negocio. Además, creo que un niño debe tener un padre y una madre. La familia es importante para mí –sintió un agudo dolor en su interior, que intentó calmar rápida y fríamente, que era la única forma en que sabía hacerlo para poder seguir viviendo.

–¿Y si no me quedo embarazada? No hay ninguna garantía.

–Tendrás que hacerte una revisión médica completa antes de casarnos –se encogió de hombros–. El resto depende de Dios.

–¿Querrías tener más de un hijo?

Él estuvo a punto de echarse a reír. Sabía que ella, desde luego, no querría después de haberlo visto.

–No, uno bastará. Luego te dejaré en paz.

–¿Tendría que vivir en la isla el resto de mi vida?

–No serías una prisionera, si te refieres a eso.

–¿Habría alguna… relación entre nosotros?

–Nos trataríamos con educación y respeto.

–¿Y más allá de eso?

–¿Es eso lo que quieres?

–No lo sé. Es todo tan inesperado… No soy capaz de pensar con claridad.

–Pero ¿lo estás considerando?

–No debería– negó con la cabeza y suspiró–. Ni siquiera sé por qué lo estoy haciendo, aunque solo sea un poco. Muy poco –dijo a modo de advertencia.

–Tal vez por los cinco millones –afirmó él en tono ligero invitándola a que compartiera con él su sentido del humor.