Regreso a Virgin River - Robyn Carr - E-Book

Regreso a Virgin River E-Book

Robyn Carr

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Beschreibung

HQN 266 Kaylee Sloan era una autora de éxito y tenía la esperanza de poder concentrarse por completo en el trabajo. Pero a causa del luto por la muerte de su madre estaba sufriendo un bloqueo. Con el propósito de huir de todas las distracciones, Kaylee alquiló una casa en Virgin River. Sabía que el aislamiento la ayudaría a escribir y, mientras atravesaba en coche los majestuosos bosques de secuoyas, empezó a sentir la inspiración. Hasta que llegó a su destino y se encontró con un edificio incendiado. Hundida, se dirigió a Jack's Bar para planear sus siguientes pasos. Aquel bar del pueblo era uno de los centros de reunión de la comunidad y, una vez que atravesó su puerta, se quedó sorprendida por la aceptación de aquella gente, que estaba más que dispuesta a echarle una mano. El mundo de Kaylee estaba expandiéndose de un modo que nunca hubiera imaginado. Y, cuando rescató a un gatito y, después, a una perra con una camada de cuatro cachorros, se dio cuenta de que su corazón se había abierto a unos animales que la necesitaban. Y, también, de que el adiestrador de perros que vivía junto a ella sabía exactamente cómo animarla. A medida que el dolor de Kaylee iba dejando paso a la alegría, ella supo que no había un sitio mejor que aquel para empezar de nuevo. «Carr es la maestra del ambiente de los pueblos pequeños». Publishers Weekly

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2020, Robyn Carr

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Regreso a Virgin River, n.º 266 - noviembre 2022

Título original: Return to Virgin River

Publicada originalmente por Mira™ Books, Ontario, Canadá

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S. A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-882-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

 

 

 

 

 

Para Melanie Stark, con amor, y en memoria de mi querida Cindy Stark Stoeckel.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Kaylee Sloan tardó tres días en llegar conduciendo desde Newport, California, a Humboldt County. Podría haberlo hecho en mucho menos tiempo, pero ni siquiera lo intentó. Por el camino visitó a un par de amigas; Michelle, que vivía en San Luis Obispo, y Janette, que vivía en Bodega Bay. Las quería mucho desde que era pequeña, porque, en realidad, habían sido amigas de su difunta madre. Las visitas no solo fueron un descanso muy de agradecer en un largo viaje, sino que, además, necesitaba su cariño.

Kaylee se dirigía hacia las montañas del norte para escribir durante un retiro de seis meses. Había recogido casi todas sus cosas y había alquilado una casa en Humboldt County a unos viejos amigos de la familia. El pueblo más cercano era un municipio muy pequeño llamado Virgin River, que ella conocía vagamente. Ya había estado en aquella casa de montaña, dos veces con su madre y dos veces sola. Allí no tendría distracciones. Era escritora de novelas de suspense y tenía que cumplir con el plazo de entrega de un libro. Había sido muy difícil escribir durante aquel último año, cuidando de su madre debido al empeoramiento de su salud y, finalmente, teniendo que enfrentarse a su muerte.

De camino hacia el norte desde Bodega Bay, el paisaje era cada vez más impresionante. Tal y como recordaba, tenía un efecto calmante. Las secuoyas eran majestuosas, las montañas eran verdes y boscosas, el azul del cielo era muy intenso y las vistas del océano, interminables. Ella vivía en Newport Beach, así que estaba muy familiarizada con el paisaje del mar, pero ¡aquellos árboles! Eran inmensos, poderosos.

La casa de Virgin River era de unos amigos de su madre, Gerald y Bonnie. Era su casa de verano desde hacía treinta años y, cuando ella le había comentado a Bonnie que sería buena idea cambiar de ambiente para alejarse de las cosas que le recordaban constantemente la muerte de su madre, Bonnie se la había ofrecido.

—La familia dejará de ir a finales de julio —le dijo Bonnie—. Dudo que nadie quiera ir en otoño. A lo mejor quieren acercarse un par de mis hijos con sus familias, pero también lo dudo.

Kaylee no tenía ningún problema con eso. Conocía de toda la vida a los cuatro hijos de los Templeton, y sabía que la cabaña era grande y acogedora. El mobiliario era cómodo y había mantas suaves y cojines por todos los sofás. La zona de la gran chimenea de piedra estaba delimitada con gruesas alfombras. Y el porche era perfecto. Desde allí se divisaban las montañas y los valles, y se disfrutaba de unos maravillosos atardeceres. En otoño, los colores del bosque dejaban a cualquiera sin respiración.

Necesitaba alejarse de Newport Beach, estar aislada para poder concentrarse y terminar el libro en la fecha convenida por contrato. El hecho de vivir en casa de su madre le resultaba demasiado doloroso y tenía que empezar de cero.

Ella había sido hija única. Sus padres se habían separado cuando tenía cinco años y divorciado cuando tenía seis. Después de dos años, su padre había ido distanciándose hasta que, más que un padre, había pasado a ser un conocido. Él se había casado de nuevo y había tenido más hijos. Después, había vuelto a casarse y divorciarse en otras dos ocasiones, y ella seguía pensando que pronto aparecería la cuarta esposa. En las pocas ocasiones en las que ella había coincidido con las otras familias de su padre, había sido amable, pero también había sentido desinterés. Nunca entendió cómo era posible que su padre hubiese dejado a su madre, una mujer espectacular, por aquellas sustitutas, mucho peores. Nunca había tenido un vínculo fuerte con él ni con ninguna de sus otras mujeres e hijos.

Y, en realidad, él tampoco había tratado de mantener el contacto hasta hacía poco tiempo. Parecía que la enfermedad de su madre lo había impactado y había generado en él un interés súbito en la familia a la que había abandonado hacía tantos años. Y, con la muerte de Meredith, el interés de Howard Sloan había aumentado aún más.

Meredith había sido una presencia constante en su vida. Siempre habían estado solas, y su infancia había sido normal y feliz. Su madre siempre lo había sido todo para ella: su amiga, protectora, animadora e ídolo. Pero a Meredith le habían diagnosticado cáncer de pulmón, a pesar de que nunca había fumado ni había vivido cerca del amianto, ni había trabajado en un ambiente de riesgo. Los médicos le habían dado una esperanza de vida muy elevada y todo el mundo creía que iba a superar la enfermedad, pero se habían equivocado. Falleció a los seis meses del diagnóstico.

Kaylee se quedó hundida. Durante aquellos seis meses de tratamiento y los seis meses posteriores a la muerte de su madre, no había podido escribir una palabra. Era una autora bastante conocida de novelas de suspense. No era rica ni famosa, pero sí era conocida en el ambiente literario, entre los escritores, los bibliotecarios y los grupos de lectura. Se ganaba bien la vida y había trabajado mucho para llegar a ese punto. Su editorial la había apoyado y le había concedido varios aplazamientos para la entrega del manuscrito, pero, en aquel momento, el hecho de no publicar un libro durante dos años podía tener un impacto muy negativo en su carrera.

Por ese motivo, necesitaba un cambio de aires y necesitaba recuperar su determinación para volver al trabajo. Sabía que su madre lo hubiera querido así. Siempre había sido su mayor admiradora y todo su apoyo cuando estaba intentando publicar un libro o empezaba a salir con algún hombre nuevo. Ella siempre había estado a su lado, en su equipo.

Se preguntaba si alguna vez iba a conseguir recuperarse de la pérdida de su madre. Tenía la esperanza de que pasar aquellos seis meses en las montañas la ayudara a empezar de nuevo, pero no sabía qué hacer con la casa de su madre que, ahora, era suya. Su amiga Lucy Roark, que trabajaba en una empresa de alquileres vacacionales, le había ofrecido una solución: alquilarla durante cortos periodos.

—Sería una estupenda casa para ese tipo de alquiler. Yo podría gestionarlo en tu nombre. De hecho, tenemos clientes en todos los continentes, y eso funcionaría en caso de que quisieras irte durante unos meses.

—¿Y eso cómo funciona? —le preguntó ella—. ¿Cierro la puerta y me voy?

—Normalmente, nuestros clientes recogen sus objetos personales. La gente siempre está buscando casas de alquiler amuebladas en Newport Beach.

Ella no tardó mucho en aceptar la oferta de los Templeton, pero tuvo que empeñarse en que aceptaran cobrarle un alquiler. El matrimonio hubiera preferido prestarle la casa, porque la querían.

Entonces, Lucy contrató a un equipo para que recogiera sus cosas y las llevara a un trastero, y solo eso tuvo una gran utilidad. La idea de refugiarse en una casa en las montañas le dio fuerzas para organizar las cosas de su madre y donar lo que no quería conservar. La casa era preciosa, porque Meredith era diseñadora de interiores. Con una limpieza en profundidad y unas manos de pintura, quedó de revista. Unos clientes de la agencia de Lucy, un matrimonio cuyos nietos vivían cerca de la casa, quisieron alquilarla enseguida por un periodo de seis meses, incluida la Navidad. Ella no era capaz de pensar en las fiestas. Sin su madre, iba a ser una época insoportable.

Cuando tenía ocho años, su madre y ella habían pasado varias semanas en la cabaña de Virgin River con los Templeton por primera vez. Bonnie y Gerald eran como de su familia. Sus hijos eran como sus primos. Y, durante los veintiséis años siguientes, había ido de visita varias veces más. El pueblo más cercano era pequeño y apenas tenía servicios. Durante su última estancia, hacía diez años, solo había visto un bar con parrilla ubicado en una cabaña, que había sido un descubrimiento estupendo. En aquel pueblo no habría ninguna distracción para ella, y estaba deseando llegar para pasar allí el resto del verano y todo el otoño.

Ojalá pudiera rehacer su vida después de la tragedia, continuar, tal y como hubiera querido su madre. Desde su muerte, la idea le había parecido imposible, pero, a medida que subía por las montañas y dejaba atrás Fortuna y las secuoyas, empezó a sentir esperanza por primera vez. Aquella zona estaba llena de recuerdos felices. Había estado acordándose de la cabaña, llena de porcelana antigua, colchas de colores y alfombras lujosas que vestían el suelo de madera maciza, y sabía que era el refugio perfecto. Allí se habían reído, habían dado largos paseos. Ella había ido a pescar con Gerald y dos de sus hijos.

Siguiendo las indicaciones del GPS, tomó una carreta estrecha, flanqueada por grandes árboles. De vez en cuando pasaba junto a un hueco entre los troncos y la luz del sol la cegaba. A lo lejos, vio una voluta de humo. No había pensado en el riesgo de incendio forestal; esperaba que no fuera cerca de casa de los Templeton.

Recordaba que la cabaña estaba en la ladera de una colina. A medida que ascendía, fue sintiendo más y más ganas de escribir. Su obra solía ser mejor cuando la escribía en invierno, con un tiempo nublado, húmedo y frío, tanto como para encender la chimenea a las seis de la mañana y poder quedarse en casa trabajando todo el día. Normalmente, el invierno en Newport era suave y soleado, pero los días oscuros, ella se atrincheraba en casa y se perdía en su historia. Ya estaban en agosto, así que no faltaba mucho para que cambiara el tiempo y entraran en los meses más propicios para pasar largos días de chimenea.

Después de veinte minutos, cuando hubiera recorrido otros dieciséis kilómetros, llegaría a su destino. En su zona solo había unas cuantas casas, bastante separadas, todas ellas situadas por encima de la carretera y alejadas de ella. Se dio cuenta de que junto a una de las viviendas había camiones de bomberos. Por el camino de acceso, que estaba bloqueado por varios pick-ups, bajaban ríos de agua. Los bomberos estaban enrollando las mangueras. Pudo ver que el fuego había calcinado un lateral de la casa, y que las llamas habían quemado el exterior desde el interior de las ventanas de la buhardilla.

—Pobre gente —dijo ella, en voz alta.

Las flores que adornaban el camino de entrada estaban pisoteadas y aplastadas, y el lodo fluía en ríos hacia la carretera principal. Había un grupo de hombres en la parte delantera de la casa.

—Su destino está a la izquierda —dijo la voz del GPS.

Kaylee redujo la velocidad y paró el coche. Miró a su alrededor en busca de otra casa, pero no la encontró. Y el número del buzón de correos confirmó la mala noticia: su refugio, su casa en las montañas, había quedado reducida a cenizas.

—Oh, mierda —musitó.

Se fijó en los camiones de bomberos. Uno de ellos tenía un letrero que decía Voluntarios de Virgin River. El otro era más grande y su letrero decía Cal Fire. Bajó del coche y se dirigió hacia el grupo de hombres. Algunos llevaban monos ignífugos de color amarillo y otros, simplemente, pantalones vaqueros y camisas a cuadros. Supuso que los últimos estaban solo observando.

—¿Qué ha ocurrido? —le preguntó al primer hombre con quien se cruzó.

Tenía el pelo cano, la barba incipiente y los ojos azules. Se rascó la barbilla.

—Un incendio —dijo.

—¡Es obvio! ¿Hay algún herido?

—No, la casa estaba vacía desde el Cuatro de Julio. Había oído decir que la habían alquilado, pero supongo que ya no va a poder…

—Era yo —dijo ella—. Dios santo… ¿Se sabe cuál ha sido la causa del incendio?

—Supongo que los chicos de Cal Fire ayudarán a averiguarlo. No había tormenta y rayos. El cielo está despejado. Fue una suerte que el cartero viera humo y nos avisara, porque, si no, toda la colina se habría quemado. Habríamos estado aquí durante días —dijo, mientras se enjugaba la frente.

—¿Ha llamado alguien a los dueños, los Templeton?

—Los bomberos llamarán en cuanto consigan el número. ¿Lo tiene usted? Si lo tiene, puede llamarlos. No es un asunto secreto. Pasará un tiempo antes de que se descubra cuál fue la causa del incendio y cuáles son los daños.

El bombero se dio la vuelta y miró el desastre, cabeceando.

—Espero que tenga otro sitio donde alojarse.

—No. Eso va a ser un problema —dijo ella—. Supongo que encontraré algún hotel en el camino de vuelta a la costa. A menos que haya alguno en esta zona.

Él estaba haciendo un gesto negativo.

—No. Yo puedo dejarle mi sofá, si está muy apurada —dijo.

Uno de los hombres que llevaba mono amarillo se acercó a ellos. Llevaba una pala en la mano.

—¿Te he oído decir que conoces a los dueños?

—Sí, los conozco de toda la vida. Les alquilé la casa. Acabo de llegar y me he encontrado con esto.

—La cosa está muy fea por dentro —dijo él—. Se puede arreglar, pero no se puede arreglar rápidamente. Nadie puede quedarse aquí esta noche, ni hasta dentro de un mes, en realidad.

—¿Se sabe cuál es la causa?

—No soy investigador, solo un bombero viejo. Sospecho que fue una manta eléctrica. Me parece que el fuego se originó en uno de los dormitorios, sobre la cama.

—¿Se dejaron una manta eléctrica encendida? —preguntó ella—. ¿Y eso pudo causar el incendio?

—No es necesario que estuviera encendida —respondió el bombero—. Lo mejor es esperar a que el investigador haga las pesquisas y pueda explicarlo, pero yo ya he visto más casos como este. Creo que esta casa ya no está en alquiler.

—¿Qué le voy a decir al señor Templeton? —preguntó ella.

—Puede empezar diciéndole que ha habido un incendio en su casa, bastante malo, y que, aunque no ha quedado destruida, por el momento es inhabitable. Llamaremos a alguien para que venga y se asegure de que queda bien cerrada y de que ponen tablas en las ventanas para que nadie pueda entrar. No querría que nadie resulte herido, ni haya robos o daños adicionales. Por aquí no hay mucho de eso, pero… —el bombero se encogió de hombros—. Los daños son considerables.

—Ya lo veo —dijo ella.

—Lo siento por sus vacaciones —dijo el primer hombre.

—No había venido de vacaciones —respondió ella—. He venido a trabajar. Alquilé la casa durante seis meses para poder terminar un trabajo. ¿Puedo echar un vistazo al interior? Así podré decirle a Gerald qué aspecto tiene todo.

—No se puede entrar. Está muy caliente y humeante, y es inestable —dijo el bombero—. La acompañaré a la parte trasera y encenderé un foco para que pueda mirar por la ventana al interior. Es posible que vea algo. En la cocina, la mayor parte de los daños los ha causado el humo, pero en el piso superior los daños son del fuego y, por lo tanto, más graves. Pero no es posible ver eso hasta dentro de un tiempo.

—Está bien. Vamos a echar un vistazo —dijo Kaylee, y se estremeció.

Aquello era una desgracia. Los Templeton tenían aquella casa en las montañas como un tesoro. Cuando sus hijos eran pequeños, pasaban muchísimo tiempo allí. Algunas veces, Bonnie y los niños estaban todo el verano, y Gerald iba en avión desde Los Ángeles siempre que podía escaparse. Y, ahora, les encantaba ir con sus nietos.

Era una casa de piedra preciosa, con porches muy amplios en las fachadas delantera y trasera. El interior, aunque sencillo, era muy bonito. Las paredes estaban enyesadas y tenían detalles en madera. La cocina era grande, con una gran barra de desayunos, y la chimenea del salón proporcionaba un ambiente muy acogedor. La escalera hacia el segundo piso era abierta, y también había un sótano que estaba terminado solo en parte, y que Bonnie quería convertir en bodega.

Kaylee siguió al bombero hasta el porche de la parte trasera. Una parte del techo se había descolgado, pero el hombre continuó su camino rodeándolo, y ella lo siguió. El bombero apuntó con su luz hacia la ventana de la cocina, y Kaylee miró al interior. Se le escapó un jadeo al ver que todo estaba ennegrecido.

—Son daños provocados por el humo y por el agua de las mangueras. No está quemado.

Después, dirigió el foco hacia la ventana del salón. Parecía que aquella estancia no había sufrido en absoluto. Ni siquiera el mobiliario estaba afectado.

—Supongo que las llamas no llegaron al piso bajo. Pero el tejado está muy dañado y lo más probable es que se hunda. Necesitarán reponerlo entero, estoy seguro.

—Y otras muchas cosas —dijo ella, con un nudo en la garganta.

Empezó a tener recuerdos de varios niños sentados alrededor de la mesa de centro, jugando al Monopoly o al Scrabble. De las tiendas de campaña improvisadas, hechas con mantas viejas y con sacos de dormir, en aquel mismo porche de atrás. Toby, el más pequeño de todos, no consiguió nunca pasar una noche entera en una de aquellas tiendas.

Recordó también una ocasión en que su madre estaba llorando, deprimida… ¿Fue en la época de su divorcio? Y, también, otras veces en las que su madre y ella habían estado allí solas, felices y despreocupadas. Eso tuvo mucho que ver con la nueva pareja de su madre, Art. Él estuvo con ella, al menos, durante dos años, y había contribuido a mejorar mucho el estado de ánimo de Meredith. No recordaba que su madre se hubiera quedado desconsolada cuando terminó su relación con él. Ella le había preguntado qué había sucedido, pero la respuesta fue muy poco esclarecedora, algo así como que las cosas habían seguido su curso y que, por supuesto, iban a ser amigos.

—No creo que usted, como arrendataria, tenga el deber de llamar al dueño y explicarle todo esto —le dijo el bombero, sacándola de su ensimismamiento.

Ella se secó una lágrima.

—Son amigos íntimos. Claro que voy a llamarlos.

Sacó el teléfono móvil e hizo fotografías del techo descolgado del porche, y trató de fotografiar también, a través de las ventanas, el salón y la cocina, aunque las imágenes aparecieron oscuras y turbias.

—Se van a llevar un disgusto enorme. Les encanta esta casa —dijo.

—Los bomberos los llamarán de todos modos —respondió él—, pero hágalo usted también si quiere. Dígales lo que ha explicado el capitán y, además, explíqueles que en este momento no pueden hacer mucho, que, si no quieren, no tienen por qué venir a toda prisa. Deberían ponerse en contacto con la aseguradora, eso sí.

—Voy a llamarlos ahora mismo —respondió ella—. Oiga, llevo varias horas conduciendo y necesito resolver el problema de mi alojamiento para esta noche. ¿Hay algún bar o restaurante por aquí cerca?

—En el pueblo tiene Jack’s Bar and Grill —dijo el hombre—. También puede retroceder hasta Fortuna. Allí encontrará muchos sitios para comer y varios moteles. Jack’s está a unos diez minutos, y Fortuna, a unos cuarenta. ¿Ha venido sola?

—Sí, sola —respondió ella, y sintió una oleada de tristeza y de anhelo por su madre. Su mejor amiga. Su alma gemela.

 

 

La recogida y retirada de dos camiones de bomberos era muy ruidosa, pero Kaylee casi estaba agradecida, porque no iba a poder llamar a Gerald y a Bonnie hasta que las cosas se calmaran. Encontró el tronco grueso de un árbol caído al otro lado de la carretera, donde había aparcado el coche, y se sentó allí. Eran casi las cuatro de la tarde y estaba intentando contener las lágrimas, no tanto por la casa, sino por los recuerdos. Su intención era alejarse un poco de los dulces recuerdos de su madre, pero, al ir a aquella casa, se había acordado de muchas más cosas.

Cuando, por fin, llamó a los Templeton, se había quedado completamente sola. El lugar estaba muy silencioso.

—Hola, ¿Gerald? Soy Kaylee. He llegado a Virgin River y tengo malas noticias.

—Sé lo que ha pasado, Kaylee. Me llamó el jefe de Cal Fire hace media hora. Me dijo que estabas allí y que has visto la casa. Cariño, lo siento muchísimo. ¡No entiendo qué ha podido pasar!

—Han dicho que sospechaban de una manta eléctrica.

—Sí, me lo dijo, pero me parece poco probable. Nunca dejamos nada enchufado cuando nos vamos, salvo la nevera.

—Entonces, supongo que habrá que esperar a que terminen la investigación. Es un desastre, Gerald. No está completamente destruida, pero es un desastre. Lo que no dañó el fuego lo dañó el agua. El bombero con el que hablé me dijo que alguien volvería para tapar las ventanas y asegurarse de que no entraba nadie. Puedo enviarte un mensaje de texto con fotografías, pero quería hablar contigo primero.

—Por favor, Kaylee, envíame las fotos.

—Las envío mientras hablamos, así puedes hacerme las preguntas que quieras.

Puso el teléfono en altavoz y envió un mensaje a un grupo.

—Dios mío —dijo él al ver las fotos, con la voz enronquecida.

—El bombero me dijo que deberías llamar enseguida a la aseguradora, pero que no hay motivo para que vengáis aquí rápidamente.

—Oh, cariño —dijo él—. Justo cuando estabas empezando a recuperarte, que suceda algo así…

—Tu preciosa casa —respondió ella—. Sé cuánto cariño le tenéis.

—Nos encantaba pensar que ibas a quedarte allí —dijo él—. Gracias a Dios que estaba vacía cuando empezó el incendio. Tardarán en averiguar la causa y el coste de los arreglos, pero, en cuanto me entere, te avisaré. ¿Vas a volver a casa ya?

—Bueno, esta noche no. Ya he conducido suficiente para un día. Voy a comer algo y a buscar un motel. Creo que hay un bar restaurante en el pueblo, ¿no? ¿Jack’s?

—Sí, Jack’s —dijo Gerald—. Ya llevan allí diez o doce años. Lo conocemos. Dile que eres amiga nuestra y pídele que te recomiende algún sitio bueno para quedarte esta noche. Conoce a todo el mundo.

—Muy bien, te diré dónde me voy a alojar en cuanto lo sepa.

Kaylee se acordaba de Jack’s, aunque le pareció mucho más grande que la última vez que había estado allí. Era una cabaña de dos pisos que estaba en el centro del pueblo, entre un grupo de casas, con un jardín muy grande. No había letrero de neón que anunciara que se trataba de un bar. De no ser porque había cinco hombres reunidos en el porche tomándose unas cervezas, habría parecido una vivienda más.

Había camiones aparcados en la calle, además de un par de coches y de todoterrenos. Parecía que Jack’s estaba abarrotado.

Aparcó y fue hacia el porche. Fue un poco intimidante, hasta que reconoció a dos de los chicos que estaban allí. Eran dos de los bomberos, que se habían quitado el uniforme. Uno de ellos sonrió.

—¿Está bien, señorita?

—Sí, gracias. Pero creo que necesito tomarme una cerveza o algo.

—Sí, hágalo. Y, si necesita ayuda en algo, avísenos. Aunque no fuera su casa, usted iba a vivir allí antes de que se incendiara.

—Gracias, es muy amable por su parte.

—Tenemos una asociación para ayudar a las víctimas de incendios. Ya sabe, comida, ropa, ese tipo de cosas.

—Bueno, por suerte, todavía no me había mudado, así que no he perdido nada.

—De todos modos, una experiencia así puede ser angustiosa.

Ella le sonrió. Eso era muy sensible por su parte.

Uno de ellos le abrió la puerta del bar y se la sostuvo para que pudiera pasar.

Cuando entró en el local, miró a su alrededor. Era casi como ver un pueblo en una habitación.

Había un par de ancianas sentadas en una mesa que estaba al lado de la chimenea. Una familia entera, con cinco hijos pequeños, ocupaba una mesa, y en los taburetes de la barra había al menos seis hombres. Dos parejas de mediana edad ocupaban otra de las mesas y estaban riéndose y charlando mientras se tomaban una copa. También había una mesa para cuatro, ocupada por cuatro mujeres que tejían mientras se tomaban unas cervezas y unas copas de vino. Una de las camareras llevaba una bandeja llena de comida, y detrás de la barra había un par de hombres. Uno de ellos era muy guapo, de unos cuarenta años, con el pelo castaño y canoso, y el otro, con el pelo del color negro del carbón, también con algunas canas.

Kaylee fue hacia un extremo de la barra y se sentó en un taburete. El tipo guapo de pelo castaño se acercó rápidamente, limpió la barra y le puso una servilleta delante.

—Buenas noches —le dijo—. ¿Qué va a tomar?

—¿Por casualidad tiene un buen chardonnay frío y unos cacahuetes?

—Sí, por supuesto —dijo él.

—¿Y hay por aquí un señor llamado Jack?

—Soy yo.

—Ah…, bueno, es que yo iba a instalarme en casa de los Templeton antes del incendio, y ahora no tengo dónde quedarme esta noche. Hablé con Gerald Templeton y me pidió que le saludara. Además, me dijo que seguramente usted conocería un buen alojamiento para recomendarme. ¿Conoce un buen motel u hotel que no esté demasiado lejos?

—¡El incendio! —exclamó Jack—. Me he enterado. Vaya, qué pena, esa casa es preciosa, y los Templeton son estupendos.

—Son amigos muy antiguos de mi familia. Los conozco desde que tenía seis años.

—Permítame que le traiga su copa de vino y podemos charlar.

Entonces, él se puso a trabajar detrás de la barra, y volvió un momento después con el vino.

 

 

—Mike, sustitúyeme un momento, ¿de acuerdo?

—Sí, claro —dijo Mike.

Él le sirvió la copa de vino y un cuenco de cacahuetes y otro de pretzels. Después, se estrecharon las manos y se presentaron.

—Entonces, ¿los Templeton iban a venir a pasar una temporada?

—No lo tenían pensado. No sé si cambiarán de planes, teniendo en cuenta los daños de la casa. Yo se la había alquilado. Necesitaba un cambio de aires en algún lugar tranquilo, e iba a pasar allí seis meses, aunque era posible que alguien de la familia viniera de visita un fin de semana.

—¿Y ahora estás aquí sin casa?

—Sí. Alquilé mi casa de Newport, así que no puedo volver. Mis inquilinos estaban deseando instalarse. Por suerte, tengo amigos en Los Ángeles, aunque no tienen exactamente vidas muy tranquilas…

—¿Y no podrías explicárselo a tus inquilinos?

—Supongo que sí, pero, en realidad, tengo un compromiso con ellos, y parecían gente muy agradable que quería vivir una temporada cerca de sus nietos. Y yo solo soy una persona. Tengo más facilidad para encontrar un hueco en alguna parte. Solo tengo que pensar dónde. Y mientras…

—Mientras, deja que te invite a cenar. Salmón, arroz, espárragos, maíz a la brasa… Está delicioso.

—Sí, parece estupendo.

—Y también puedo ofrecerte un sitio donde dormir. Me temo que sería algo temporal. Tenemos una casita de invitados en el jardín trasero, pero mi hermana va a venir a vernos a finales de la semana que viene, así que está ocupada.

—Eres muy amable. Ni siquiera me conoces. Puedo ir a alojarme a algún sitio de Fortuna, o en cualquier lugar que tú me recomiendes.

—Entiendo que prefieras no quedarte en casa de desconocidos —le dijo él—. Pero no tienes por qué marcharte conduciendo a la costa, sobre todo, si todavía no has podido hacer un plan. Voy a llamar a mi mujer, Mel. Ella es muy flexible.

—¿Normalmente ofreces alojamiento a las personas que entran en tu bar? —le preguntó ella.

Él se quedó sorprendido.

—Iba a decirte que no, pero la verdad es que, cuando surge una situación que deja a alguien sin una cama y un baño, sí me he ofrecido. También tenemos una cabaña cerca de aquí. Esa también está muy solicitada, sobre todo cuando hace buen tiempo.

—No quisiera molestar.

—Piénsalo mientras atiendo a los demás clientes. Cuando te hayas tomado la copa de vino, te traigo la cena. Y, cuando hayas terminado, ya sabrás lo que quieres hacer. Serás bienvenida, porque eres amiga de unos amigos. Conozco a Gerald y a Bonnie desde que llegué al pueblo, hace unos diez años. Me caen muy bien. Creo que Gerald me ayudó con el tejado de esta casa cuando solo era una cabaña pequeña. Desde entonces la hemos ampliado al doble.

—Gracias, Jack.

Mientras cenaba, varios de los clientes del bar se acercaron a preguntarle si estaba bien y si necesitaba algo, porque medio pueblo se había enterado ya de lo ocurrido. Cuando terminó, estaba saciada y relajada. Jack le llevó una taza de café, aunque ella no se la había pedido.

—¿No quieres ir a mi casa a ver la cabaña? Puedes pasar allí un par de días, si quieres, y mirar por la zona por si encuentras otras casas en alquiler. Tal vez no se te hayan estropeado los planes, después de todo. Algunas veces, las cosas se arreglan. Toma la dirección. No está lejos, y Mel te está esperando.

—Eres increíblemente bueno —dijo ella.

—No cuesta nada ser amable, ¿no, Kaylee?

Capítulo 2

 

 

 

 

 

No hizo falta convencer mucho a Kaylee para que se dirigiera a casa de los Sheridan. Era un lugar precioso. La carretera de entrada a la finca ascendía hasta un llano en el que se alzaban dos hermosas casas de estilo rancho con unos porches gemelos orientados al oeste y con interminables vistas al valle. Desde allí se divisaban pastos, cultivos, viñedos, casas dispersas y ganado.

El camino dibujaba una i griega y, si uno giraba a la izquierda para dar la vuelta a la casa, llegaba a la cabaña de invitados de la parte trasera, más allá de una zona de juegos con columpios, un aro de baloncesto y un minigolf. En el porche delantero había una mujer sentada, haciéndole una trenza a una niña. ¿Serían la esposa y la hija de Jack?

Kaylee detuvo el coche y bajó.

—¿Señora Sheridan? —preguntó.

—Sí, soy Mel —dijo ella—. Y tú debes de ser Kaylee.

—Sí, señora.

—Por favor, llámame Mel. Ven a sentarte conmigo. Vamos, Emma, ve a bañarte y yo subo enseguida. Ven, Kaylee. Esta noche hay un cielo precioso, con un millón de estrellas. La luna parece una lámpara que ilumina todo el valle. Es casi mi momento favorito del día. Jack me ha dicho que has tenido una jornada muy estresante.

Nada más conocerla, Kaylee se dio cuenta de que Mel tenía algo especial. Era como una manta cálida, acogedora y protectora, y completamente accesible.

—Ha sido una sorpresa desagradable, sí —dijo Kaylee.

—Me explicó que tenías alquilada la casa de los Templeton, pero no me ha dicho por qué has venido a Virgin River —dijo Mel—. ¿Habías estado aquí más veces?

—Sí, unas cuantas. La primera vez, de niña, con mi madre. La última vez vine hace diez años, más o menos. Creo que, en aquel entonces, el bar era muy nuevo, y recuerdo haberme alegrado de verlo. Hasta ese momento, no había ni siquiera un sitio donde ir a comer. Los Templeton son amigos de mi familia desde siempre, y ellos me ofrecieron la casa para pasar unos meses de retiro.

—Ah —dijo Mel—. Una persona educada dejaría ahí el tema, pero yo tengo la maldición de padecer una enorme curiosidad. Si es algo demasiado personal, dime que no es asunto mío, pero ¿por qué necesitabas un retiro?

—Es una larga historia.

—No estoy nada cansada —respondió Mel, sonriendo—. Pero si no quieres hablar de ello…

—Bueno, creo que todo se reduce a huir del dolor. Soy escritora de novelas de suspense. He tenido algún éxito modesto, y me queda un libro para cumplir con un contrato. Pero es que lo he pasado muy mal escribiendo. No soy capaz. Hace un año, a mi madre le diagnosticaron un cáncer de pulmón. Los médicos fueron optimistas, pero mi madre no se recuperó, murió en diciembre del año pasado. Yo estaba viviendo en su casa, la cuidé durante toda su enfermedad y, después de que muriera, seguí allí. Sin embargo, no podía escribir ni una frase porque no podía pensar en otra cosa que en ella. Necesitaba cambiar de entorno, así que decidí buscar otra casa para pasar seis meses y poder terminar el libro que tengo que entregar. Después —dijo, encogiéndose de hombros—, no sé qué haré. Tal vez busque un trabajo en el ámbito de la enseñanza. Después de la universidad estuve dando clases un tiempo, y escribía por las noches, los fines de semana y en vacaciones. Pero puede que ya no sea capaz de escribir nunca más.

—Lo siento mucho, Kaylee. Debes de echarla mucho de menos.

—Muchísimo. Es difícil de soportar. Estábamos muy unidas. Soy hija única, y ella era mi mejor amiga. Sus amigos eran mis amigos, y los míos, suyos también. Se leyó todos los libros que escribí antes de que se los enviara a la editora. Sin ella estoy perdida. Sabía que las cosas iban a ser así durante un tiempo, pero tengo la sensación que voy a peor, no a mejor.

—¿Tienes que terminar ese libro? Quiero decir, ¿no tienes otras opciones?

—Podría devolver el anticipo, sí, pero no estoy lista para rendirme todavía. El hecho de escribir, de contar una historia, siempre me absorbía. Me salvaba. Hasta ahora.

—No es de extrañar. Has sufrido una pérdida enorme. Pero creo que hiciste algo muy inteligente viniendo aquí. Un cambio así puede ser muy bueno. ¿Sabes lo que yo aprendí sobre el dolor de un duelo? Siempre está ahí, y siempre es el centro de tu vida, hasta que, de repente, tienes un día bueno, y te preguntas si ese dolor se ha ido. O si se ha hecho más pequeño. No es así —explicó Mel, y cabeceó—. Es igual, porque tu madre siempre será tan importante como ahora. Pero tu mundo se hará un poco más grande, y tu dolor parecerá más pequeño. Fuiste muy valiente al dar el paso de venir aquí, porque ese cambio hará que tu mundo sea más grande.

—Siempre voy a echar de menos a mi madre —dijo Kaylee, con los ojos llenos de lágrimas.

—Por supuesto —dijo Mel—. Pero tu mundo se expandirá, es algo inevitable. Jack me dijo que te dio de cenar. ¿Te apetece una taza de té con miel?

—Me encantaría.

—Pues vamos a entrar en casa y preparamos juntas el té. En la casita de invitados hay una nevera pequeña y un microondas. Podemos buscar en la cocina unas cuantas cosas para que te lleves allí para esta noche —explicó Mel, mientras Kaylee la seguía al interior de la casa principal.

—De hecho, he traído una nevera portátil y una cesta de pícnic llena de comida. Sabía que, cuando llegara a casa de los Templeton, el supermercado más cercano estaría en otro pueblo y que tal vez pasaran uno o dos días hasta que pudiese ir a la compra.

—Muy inteligente por tu parte. Ahora hay una tienda de comestibles pequeña en el pueblo, pero, seguramente, para hacer compras más grandes tendrás que ir a Clear River o a Fortuna. Siéntate, voy a poner el agua al fuego para hacer el té.

Kaylee miró a su alrededor. La cocina era espaciosa, y estaba al lado del salón y el comedor.

—Tu casa es preciosa —dijo.

—Gracias —respondió Mel—. La construyeron Jack y algunos de sus amigos. Después, su hermana y su marido construyeron la que está al lado. Brie es abogada y tiene la oficina en casa, y le encanta hacer senderismo. Si decides quedarte en esta zona una temporada, puede enseñarte buenas rutas. A veces, la naturaleza ayuda mucho. Las vistas son espectaculares.

—Seguramente, volveré a la zona de Los Ángeles, porque la casa que había alquilado no va a estar disponible.

—¿A Los Ángeles? Yo fui a la universidad allí, y trabajé allí mucho tiempo.

—¿En qué trabajas? —preguntó Kaylee.

Mel puso el té en la tetera para que se infusionara y llevó la tetera a la mesa.

—Soy enfermera, y trabajo para la doctora Michaels en el pueblo. La consulta está justo enfrente de Jack’s. Mira, tengo una idea. Jack conoce a todo el mundo. Es una especie de ventaja tener el único bar del pueblo. ¿Por qué no le pides que haga un par de llamadas de teléfono y pregunte a algún agente inmobiliario si hay alguna casa de alquiler por la zona que merezca la pena? A lo mejor no tienes por qué marcharte corriendo a Los Ángeles.

—No quiero molestar…

—A él no le importará —dijo Mel—. Siento que no puedas usar la casita de invitados todo el tiempo que quieras; la familia de Jack viene de vacaciones la semana que viene. Además, la cabaña no te valdría todo el tiempo. Necesitas una cocina de verdad, una casa de verdad.

—Y un porche —dijo Kaylee.

—No creo que pase nada por preguntar. Voy a llamar a Jack. ¿Hay alguna cosa específica que quieras?

—Un lugar acogedor. Si tuviera buenas vistas, como las que tienen los Templeton desde su porche delantero, sería estupendo. Como va a empezar a hacer frío, también me gustaría que tuviera chimenea. ¿Tú conoces la casa de los Templeton?

—Conozco a Bonnie y a Gerald, y a dos de sus hijos, pero nunca he estado en su casa.

—Es más grande de lo que yo necesito. Tiene cuatro dormitorios. Pero tiene un salón muy bonito, cocina y porche delantero y trasero. Y las vistas no son tan bonitas como las tuyas, pero se ven las montañas al este y al oeste. Me acuerdo de que tenía el suelo de madera, muchas mantas y colchas antiguas y paneles de madera. No es lujosa, pero es elegante y acogedora. Confortable. Tal y como yo recuerdo esa casa, es como si te abrazara.

—Maravillosa descripción. Deberías ser escritora —dijo Mel, y sonrió—. Espera —añadió, y sacó su teléfono móvil—. Cuando llegamos aquí, hace diez años, no teníamos cobertura en ninguna parte. Yo llevaba un busca, fíjate lo anticuado que estaba este sitio. Jack —dijo, cuando su marido respondió a la llamada—, Kaylee está aquí. Estamos charlando y tomando una taza de té.

Le explicó todo lo que le había dicho Kaylee acerca del alquiler. Se despidió y colgó.

—Está encantado de hacer un par de llamadas en tu nombre. Si quieres, dame tu número de teléfono para que lo tenga en mis contactos, y yo te daré el de Jack y el mío.

Mientras terminaban el té, siguieron hablando y, después, Mel la acompañó a la casita de huéspedes y le abrió la puerta. Era una cabaña preciosa, pero, ciertamente, no tenía el tamaño necesario para una estancia de seis meses. Tenía el tamaño de una habitación de hotel, y ella quería separar el trabajo del resto de la vida cotidiana, a ser posible.

Kaylee volvió a su coche y lo llevó hasta la cabaña. Sacó las maletas, la nevera, la cesta de pícnic y un par de cajas que no iba a deshacer hasta que encontrara un lugar para instalarse a largo plazo, si lo conseguía. Tenía una maleta especial llena de recuerdos de su madre, cosas de las que no soportaba separarse durante mucho tiempo. Estaba bastante segura de que, a la mañana siguiente, volvería a meterlo todo en el maletero y se pondría de camino al sur. Iba a hacer una lista de gente que podría darle alojamiento un tiempo, hasta que encontrara algo permanente. De hecho, podría llamar a Lucy y pedirle que le buscara una casa de alquiler en algún sitio.

Para cuando se puso el pijama, ya estaba añorando la casa de su madre y, por supuesto, echando de menos a su madre con todas sus fuerzas. Ellas solían hablar por teléfono tres veces al día y se lo contaban todo. Eran un gran apoyo mutuo, y ya no tenía a nadie para llenar ese vacío. Pensó en lo que le había dicho Mel antes de marcharse para dejar que se instalara.

—Puede que sea hora de que te concedas una pausa, un descanso. No se puede acelerar una curación así. Y curarse es más importante que cualquier otra cosa, incluido el hecho de terminar un libro.

 

 

Al día siguiente, temprano, Kaylee decidió dar un paseo. Se preparó un café en la pequeña cafetera que había en la casita y salió. Había un par de sillas delante de la puerta de la casa, y se sentó. Todo era brillante y limpio, y el aire era mucho más puro que en casa. Vio a Mel acercándose a la puerta de la casa de al lado con sus hijos y, al poco rato, volver a la suya. La saludó con la mano antes de entrar por la puerta. Unos minutos después, vio la camioneta de Jack alejarse por la carretera. Entonces, así empezaba el día para la gente de Virgin River; seguramente, Jack iba al bar, aunque fuera tan pronto, y Mel, a la clínica.

Ella dejó el café en el suelo, junto a su silla, y dio un paseo hacia la carretera, disfrutando de la vista de la niebla que cubría el valle, notando el frío en la espalda y los brazos.

«Puedo hacerlo», pensó. «Puedo respirar el aire puro de la mañana, despertarme y admirar esta belleza de las montañas, saludar a los vecinos y, después, ponerme a trabajar».