El 18 de julio de 1918, en la remota y diminuta aldea de Mveso, nacería el menor de los varones de Gadla Henry Mphakanyiswa, consejero jefe del rey de la tribu thembu, padre de trece niños y marido de cuatro esposas. A ese niño, a quien sus padres bautizaron con el nombre de Rolihahla, que en lengua xhosa remite a ‘revoltoso’, el mundo entero llegaría a conocerlo con el nombre de Nelson Mandela. El año de su nacimiento culminó la Gran Guerra.
Sus primeros años los vivió en Qunu, junto a su madre Nosekeni Fanny, la tercera esposa de Gadla. Qunu era una pequeña aldea, habitada por unos cientos de personas que lucían túnicas teñidas en ocre, deambulaban descalzas y dormían en el suelo, sobre esteras, en cabañas de barro y bajo techos de paja. Como su padre, Mandela fue educado para ser consejero de los gobernantes de la tribu y desde los cinco años se convirtió en pastor y se hizo cargo de las ovejas y terneros que pastaban en los prados.
Allí en Qunu, donde muy pocos sabían leer, si es que alguno sabía hacerlo, el contacto con los blancos era muy limitado. De vez en cuando atravesaban la zona viajeros o policías blancos que eran percibidos como dioses y, ya desde niño, Mandela fue consciente de que había que tratarlos con una mezcla de miedo y respeto. Pero en la hermosa quimera de su libertad infantil, esos hombres no desempeñaban ningún papel importante.
Mandela, pues, no nació con hambre de libertad, sino libre en todos los aspectos que le era dado conocer. Pero muy pronto, siendo aún joven, comenzaría a descubrir que ese idilio no era más que una ilusión y que su libertad le había sido arrebatada desde mucho antes de llegar al mundo. Tres años antes de su nacimiento, una Ley de Tierra privó a los africanos del 87% del territorio de su país natal; luego, en 1923, la Ley de Áreas Urbanas creó guetos superpoblados de africanos, eufemísticamente llamados asentamientos nativos o townships, con el fin de suministrar mano de obra barata a la industria de los blancos; más adelante, en 1926, la Ley de Restricción por el Color prohibió a los africanos la práctica de profesiones cualificadas y, posteriormente, la Ley de Representación de los Nativos, de 1936, eliminó a los africanos del censo electoral en Ciudad del Cabo.
A medida que Mandela fue adquiriendo conciencia de la opresión a la que él y su pueblo estaban siendo sometidos en su propia patria, fue desarrollando un inquebrantable espíritu de lucha, que le significó toda suerte de sacrificios personales y familiares.
A los siete años, y por sugerencia de unos amigos de sus padres que lo consideraban un chico inteligente, Rolihahla fue el primer miembro de su familia en asistir a la escuela. Se trataba de una construcción con una única aula, a la que se llegaba atravesando una colina. El primer día de clase, la profesora puso a cada uno un nombre en inglés y les dijo que a partir de ese momento responderían a él en la escuela. Los blancos eran incapaces de pronunciar los nombre africanos y consideraban poco civilizado tener uno. A él lo bautizó Nelson, aunque nadie supo nunca la razón de esa elección.
Desde entonces, Nelson Mandela recibió una educación británica en la que las ideas, la cultura y las instituciones británicas eran consideradas superiores por sistema, y en la que no existía nada que pudiera llamarse cultura africana.
Cuando Mandela tenía apenas nueve años, su padre murió, y esa muerte cambiaría su vida de un modo que no llegaría a sospechar por aquel entonces. Jongintaba Dalindyebo, regente en funciones del pueblo thembu, quiso devolverle a su padre los favores recibidos cuando intervino por él y facilitó su ascenso al trono, de modo que tomó a Nelson en adopción y lo llevó a vivir consigo a Mqhekezweni, capital provisional de Thembulandia. Aquel era el Gran Lugar. Todo estaba maravillosamente cuidado y representaba una visión tal de riqueza y orden, que desbordaba la imaginación del joven Mandela.
Jongintaba sería su guardián y benefactor a lo largo de toda la siguiente década. Se había comprometido a tratarlo como a sus otros hijos y a que disfrutara de las mismas ventajas y oportunidades que ellos. Su madre no tuvo opción. No podía rechazar semejante oferta del regente y le satisfizo pensar que, aunque lo echaría de menos, su crianza sería mucho más ventajosa en manos del regente que en las suyas. Jongintaba era severo, pero su afecto no admitía dudas.