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Cuando usamos la palabra valor en singular, habitualmente lo hacemos para referirnos a los negocios y a la economía, dándole a la palabra connotaciones monetarias. En cambio, con valores, en plural, nos referimos a nuestras creencias y nuestras actitudes con respecto a la espiritualidad, la religión o la naturaleza. El valor nos hace ricos y trabajamos con ahínco para conseguirlo, pero los valores nos hacen humanos y, curiosamente, no sabemos cómo profundizar en ellos y aplicarlos a la vida. Así, los dos conceptos han tomado caminos divergentes y cada día nos preocupa más el abismo que los separa. Nos gusta la democracia, pero no encontramos candidatos que nos ilusionen; nos preocupa la educación de nuestros hijos, pero en el mundo de la enseñanza el mercado es más importante que los estudiantes. Necesitamos darle un sentido a la vida, pero estamos demasiado ocupados con el trabajo y la familia: queremos triunfar y, sin embargo, sentimos un vacío que sólo se puede llenar tendiendo un puente entre el "valor" y los "valores". Ya no tomamos parte activa en la vida de las ciudades donde vivimos y todo nuestro tiempo se reparte en actuar como consumidores en un mercado, como trabajadores en una empresa y como miembros de una familia. El predominio actual del valor sobre los valores se ha impuesto con gran rapidez si comparamos la vida actual con la de nuestros antepasados. El autor de este libro propone mantener la prosperidad económica sin olvidar los valores del pasado, recuperándolos y aplicándolos a nuestra vida actual, que ya no transcurre en pequeñas ciudades sino, gracias a las nuevas redes y organizaciones, en contacto potencial con millones de personas.
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Seitenzahl: 37
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Valor económico y valores humanos
Douglas K. Smith
Leader Summaries
Capítulos
Introducción
Valor, valores y propósitos
Valores y caminos compartidos
Consumidores, empleados e inversores
Ideas y propósitos
Ciudadanía y comunidad
Democracia y gobierno
El bien común y el capital
Sugerencias
Cuando usamos la palabra valor en singular, habitualmente lo hacemos para referirnos a los negocios y a la economía, dándole a la palabra connotaciones monetarias. En cambio, con valores, en plural, nos referimos a nuestras creencias y nuestras actitudes con respecto a la espiritualidad, la religión o la naturaleza. El valor nos hace ricos y trabajamos con ahínco para conseguirlo, pero los valores nos hacen humanos y, curiosamente, no sabemos cómo profundizar en ellos y aplicarlos a la vida. Así, los dos conceptos han tomado caminos divergentes y cada día nos preocupa más el abismo que los separa. Nos gusta la democracia, pero no encontramos candidatos que nos ilusionen; nos preocupa la educación de nuestros hijos, pero en el mundo de la enseñanza el mercado es más importante que los estudiantes. Necesitamos darle un sentido a la vida, pero estamos demasiado ocupados con el trabajo y la familia: queremos triunfar y, sin embargo, sentimos un vacío que sólo se puede llenar tendiendo un puente entre el “valor” y los “valores”. Ya no tomamos parte activa en la vida de las ciudades donde vivimos y todo nuestro tiempo se reparte en actuar como consumidores en un mercado, como trabajadores en una empresa y como miembros de una familia.
El predominio actual del valor sobre los valores se ha impuesto con gran rapidez si comparamos la vida actual con la de nuestros antepasados. El autor de este libro propone mantener la prosperidad económica sin olvidar los valores del pasado, recuperándolos y aplicándolos a nuestra vida actual, que ya no transcurre en pequeñas ciudades sino, gracias a las nuevas redes y organizaciones, en contacto potencial con millones de personas.
Debemos buscar los valores en plural y huir de los radicalismos, donde un sólo valor prevalece sobre los otros, pues ello conduce a la simpleza mental y no coincide con los diversos objetivos a que aspiramos. En este mundo globalizado podemos realizar nuestros sueños sin estar atados a una ciudad, pero si buscamos el valor del trabajo por un lado y los valores personales por otro, la vida pierde coherencia. Aplicando los valores a todos los campos productivos de la actividad humana podemos crear un mundo más solidario que el actual.
Hasta finales del siglo XX, nuestra vida estaba condicionada por la ciudad donde habitábamos, pero hoy en día lo está por las empresas y las organizaciones de mercado, que obligan a replantearse valores éticos como la justicia y el bienestar. Tenemos casas, pero nuestro hogar es el estilo de vida que hemos elegido según nuestros intereses económicos. No es que antes la vida estuviera limitada por las ciudades; había intercambio de ideas y personas que borraban las fronteras, pero los valores morales estaban fuertemente unidos a ellas, y los grupos sociales (familia, vecindad, trabajo, escuela e iglesia) hundían sus raíces en ese punto geográfico. Ahora, gracias a los transportes y las telecomunicaciones, se puede acceder a todos los lugares del planeta, y la tecnología permite a la mayoría de los humanos dominar el mundo de la empresa, compartir experiencias y usar nuevos lenguajes que nos aproximan y nos convierten en una especie superior en términos darwinianos.
El mundo es cada vez más pequeño: A conoce a B, que conoce a C, que conoce a D, que me conoce a mí, formando así una red de conexiones entre gente que tiene cosas en común. Nos sentimos menos marginados porque estas relaciones nos acercan ideológica y psicológicamente a millones de personas, lo que sería imposible en un mundo limitado a las ciudades. Al mismo tiempo, elegimos dónde, cómo y con quién vivir en un mundo globalizado que nos obliga a ser consumidores y no ciudadanos: compramos y votamos en mercados; trabajamos y estudiamos en empresas, viajamos y nos comunicamos a través de sistemas complejos que involucran a otros mercados y otras empresas, y en este contexto, nuestra casa es importante porque es el cruce de caminos de todo ese entramado. Se emplea más tiempo y esfuerzo en los mercados y en las empresas que en hablar con los vecinos, porque nuestra conexión con el mundo no es territorial, sino tecnológica.