Retorno al pasado - Nina Harrington - E-Book

Retorno al pasado E-Book

Nina Harrington

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Beschreibung

El pasado había vuelto Hubo un tiempo en que el increíblemente guapo Ethan Chandler dejaba a Marigold Chance ruborizada y titubeante, pero por suerte eso había quedado atrás. Diez años después, el famoso regatista internacional volvió a aparecer en su vida y Mari estaba decidida a demostrarle que el patito feo se había convertido en un cisne, una empresaria guapa y moderna que no tenía tiempo para él. Sin embargo, Ethan parecía igualmente decidido a sacarla de quicio y, sobre todo, a dejarle claro todo lo que se había perdido.

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Nina Harrington. Todos los derechos reservados.

RETORNO AL PASADO, N.º 2501 - marzo 2013

Título original: The Boy Is Back in Town

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-2696-0

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

MARIGOLD Chance hizo una mueca mientras miraba las imágenes de su cámara digital. De todos los crímenes contra la fotografía que había cometido por deseo de su hermana Rosa, y eran muchos, los últimos habían sido los peores.

El perro salchicha con un abriguito o el jersey rojo que había hecho para el pequinés de la peluquera podían pasar, pero convencer a la fox terrier del dueño del periódico local para posar con una gabardina de cuadros era la gota que colmaba el vaso.

Rosa tenía muchas explicaciones que dar.

–¡Eres un genio! –el grito de su hermana hizo que dos mujeres que pasaban por la calle se volvieran–. Lola está preciosa, ¿a que sí? –siguió, quitándole la cámara–. Me dijiste lo importante que era tener buenas imágenes en mi página Web y ahora las tengo.

Mari suspiró, mientras intentaba quitarle la cámara.

–Te has pasado la mitad del tiempo tumbada en el suelo, jugando con el cachorro y dándole galletas. La que ha trabajado he sido yo.

Rosa se encogió de hombros.

–¿Qué quieres que diga? Algunos estamos bendecidos con el toque creativo. A los animales no les gusta posar para una foto y Lola no quería estar parada más de unos segundos. Creo que el soborno es aceptable en estas circunstancias.

–¿Ah, sí?

–Además, mi hermana mayor tiene pocas oportunidades de ser fotógrafa de moda canina y lo mínimo que puedo hacer es sacrificar mi dignidad en nombre de tu futura carrera. Puede que necesites esto en tu currículo algún día.

–No debería haberte contado que están despidiendo gente en mi departamento. A mí no van a despedirme, tonta. Además, muchos ingenieros informáticos quieren irse a otras empresas, pero yo no. Me encanta lo que hago y no tengo intención de dedicarme a otra cosa por el momento.

–¿Por eso estabas buscando trabajo en Internet esta mañana?

Mari empujó juguetonamente a su hermana.

–¿Has estado espiándome, jovencita? No buscaba trabajo, solo quería comparar el sueldo de los ingenieros informáticos en Dorset con los de California.

–No creo que se puedan comparar.

–No, pero las cosas han cambiado mucho desde que yo vivía aquí. Aparentemente, hasta hay Wi-Fi en el club náutico. ¿Es posible?

Mari se sentía culpable por no contarle la verdad a su hermana, pero aún no podía revelar su secreto, por mucho que quisiera ver la expresión de Rosa cuando supiera que iba a comprar la casa en la que se habían criado.

Rosa se había llevado el mayor disgusto de su vida cuando la familia fue desahuciada de la casa en la que una vez habían sido tan felices y Mari sabía cuánto deseaba volver a vivir allí.

Pero no quería contárselo hasta que tuviese la escritura en la mano. Rosa era lo bastante intuitiva como para saber que estaba preocupada por su trabajo y por buenas razones: ella había sido quien mantuvo a la familia desde los dieciséis años, cuando su padre se marchó y su madre fue incapaz de lidiar con la situación.

Había decidido entonces sacrificar su sueño de ir a la universidad para ponerse a trabajar y llevar dinero a casa y seguía sintiéndose responsable en aquel momento, cuando tenía un buen salario como experta informática en California. Tras la muerte de su madre, Rosa estaba sola y su hermana era lo primero.

Rosa era la única persona en la que confiaba por completo, pero no quería compartir con ella sus miedos sobre el futuro.

Por suerte, su hermana estaba distraída con un spaniel que se había atrevido a salir a la calle sin uno de sus jerséis para perros.

–Nos vemos en casa. Ah, y gracias por las fotografías. Sabía que podía confiar en ti.

Después de decir eso, Rosa se dirigió hacia el spaniel sacando una galleta del bolsillo.

–De nada, cariño –murmuró Mari.

Marigold Chance no había sido nunca una chica que destacase en los deportes o en las fiestas. Le había dejado eso a su hermano mayor, Kit, y a su hermana pequeña, Rosa, los dos seres extrovertidos. Ella era la clase de persona que se quedaba atrás, intentando no llamar la atención, viendo cómo los demás lo pasaban bien... normalmente, en eventos que ella misma había organizado. Todas las familias necesitaban una Mari que organizase la vida de los demás, por grande que fuese el precio a pagar. Especialmente en tiempos de crisis.

Intentando olvidar recuerdos tristes, se dirigió por la calle empedrada hacia el puerto y fue recompensada al ver algo de lo que no se cansaría nunca: la bahía de Swanhaven delante de ella.

El mar era de color gris aquel día, las blancas crestas de las olas movidas por el viento. Mari esbozó una alegre sonrisa a pesar del frío. El puerto de Swanhaven había sido construido con bloques de granito para proteger a la antigua flota pesquera. En aquel momento había más barcos de recreo que de pesca, pero seguía siendo un puerto seguro, con un paseo marítimo que atraía a mucha gente, incluso una fría tarde de febrero.

Pero había un sitio especial que quería visitar antes de que se hiciera de noche, el sitio que para Rosa y ella significaba tanto. Estaba deseando volver a vivir allí y nada iba a detenerla. Nada en absoluto.

–Bueno, ya sabes cómo es tu padre. Cuando se le mete una idea en la cabeza no hay forma de pararlo –la voz de su madre por el móvil perdía fuerza a ratos, como si se la llevara el viento–. Ha decidido experimentar con la nueva barbacoa, aunque estemos en medio de una ola de calor. Y eso me recuerda... ¿qué tiempo hace en Swanhaven?

Ethan Chandler sujetó con mano firme el timón del barco que había alquilado en el náutico, dejando que el viento lo sacara del muelle para llevarlo a mar abierto.

–Te encantará saber que el cielo está cubierto de nubes y hay un viento de varios nudos. La semana que viene te vas a helar de frío.

–Recuerdo muy bien cómo es febrero en Swanhaven, pero no te preocupes, tu padre y yo tenemos muchas ganas de ver nuestra nueva casa. Estamos muy orgullosos de ti, cariño.

Ethan respiró profundamente. ¿Orgullosos? Pues no deberían estarlo.

Aparte de dar un par de clases privadas en el club náutico de Swanhaven, había intentado pasar desapercibido desde que llegó al pueblo. Arreglar la casa era buena excusa, pero en un pueblo tan pequeño la gente tenía buena memoria y el peso del accidente en el que murió Kit Chance era más difícil de llevar a medida que pasaban los días.

Él no se sentía orgulloso de sí mismo y en cuanto sus padres se hubieran instalado allí, tomaría el primer avión con destino a Florida.

–¿Qué tal te las arreglas tú solo? –le preguntó su madre.

Ethan esbozó una sonrisa al mirar la casa sobre el acantilado. Eso era algo de lo que sí podía sentirse orgulloso. Era un sitio silencioso, aislado, a solo diez minutos de Swanhaven, menos aún por barco. Perfecto.

–Todo va bien. La casa estará lista para el fin de semana que viene.

«O eso espero».

–Qué alegría, cariño. Estoy deseando ver cómo ha quedado. Y no te preocupes por tu padre, ya sé que al principio no se mostró muy ilusionado, pero está encantado de que hayas terminado el trabajo por él. ¿Quién sabe? Con un poco de suerte, incluso podría empezar a pensar en retirarse.

Ethan iba a responder, pero las palabras se le quedaron atragantadas.

Sus padres habían tardado años en entender que su único hijo no tenía interés en convertirse en la cuarta generación de arquitectos del gabinete Chandler y Chandler. Ethan no tenía intención de pasar el resto de su vida metido en un despacho, mirando el mar por la ventana cuando podía estar navegando. Lamentaba que se hubieran llevado una desilusión, pero por fin parecían haber aceptado que él tenía su propia vida.

De modo que lo mínimo que podía hacer por ellos era volver a Swanhaven para terminar la casa. Era una ironía que su madre hubiera decidido volver a Swanhaven precisamente, pero había crecido en la zona y guardaba recuerdos felices de los veranos que habían pasado allí antes del accidente que había cambiado sus vidas. La suya sobre todo.

Habían hablado de Swanhaven muchas veces y él sabía que, aunque su madre adoraba la bahía, no habían querido volver debido al accidente, pero parecían haber decidido borrar ese momento de su memoria.

–Buena suerte, mamá. Si alguien puede convencerlo, eres tú.

–Nos vemos el sábado, cariño. Y ten cuidado.

«Ten cuidado».

Eso era lo que solía decirle antes de que saliera a navegar. Siempre eran sus últimas palabras. Solo un año antes las había pronunciado con los ojos llenos de lágrimas cuando tomó parte en la regata Green Globe, que significaba estar meses solo en alta mar, luchando contra el traidor océano, donde un simple error podía costarte la vida.

Por desgracia, la regata había sido un fracaso. Por eso, había decidido dejar el coche en el muelle de Swanhaven y salir a navegar en un barco más pequeño que el que solía usar de niño solo para sentir el viento en la cara.

Conocía aquel sitio como la palma de su mano. Kit Chance le había enseñado dónde estaban las corrientes y dónde los mejores sitios para dejarse empujar por el viento.

Ethan sonrió para sí mismo mientras sujetaba el timón. Ver la bahía desde allí le llevaba tantos recuerdos... algunos muy tristes. Esos veranos pasados con Kit Chance habían sido los más felices de su vida y seguía echándolos de menos.

Su madre había dejado de pedirle que no participase en más regatas porque Ethan siempre se reía de sus preocupaciones. Tal vez había algo más en la vida, pero aún no lo había encontrado. Enseñar a adolescentes a navegar durante unos meses al año en Florida no había reducido su deseo de colocarse al timón de un barco para ponerse a prueba, para intentar ganar a toda costa.

A Kit le habría encantado, pero había muerto en un accidente que nadie hubiera podido prevenir o evitar.

Y él había sobrevivido.

El sentimiento de culpa por ese accidente seguía siendo un gran peso sobre sus hombros, especialmente en aquel sitio, el pueblo de Kit. Por el momento, había conseguido pasar casi desapercibido y concentrarse en el trabajo...

Ethan movió los hombros, intentando liberar la tensión. Tenía siete días para terminar la casa antes de que llegasen sus padres y luego honraría a Kit de la única manera posible: navegando a toda vela y enseñando a los niños a vivir la vida a tope, como hubiera hecho su amigo.

Con un poco de suerte, a sus padres les gustaría la casa. Especialmente cuando supieran que había hecho un par de cambios en los planos originales. En lugar de una gran zona de aparcamiento, Ethan había hecho un garaje, un muelle y un cobertizo para el barco. Esto último era un regalo para su padre en particular.

Tal vez, solo tal vez, podrían encontrar tiempo para navegar juntos como antes, cuando iba a Swanhaven en el mes de julio para tomar parte en la regata.

El viento se mezcló con la lluvia y Ethan inclinó la cabeza, riendo. Muy bien, viento, lluvia, una galerna, no le importaba.

Marigold Chance metió las manos en los bolsillos del chaquetón y se preparó para enfrentarse con el viento mientras dejaba atrás el paseo marítimo de Swanhaven para dirigirse a la zona más salvaje de la costa de Dorset.

Dejando atrás el pueblo, caminó a toda prisa para entrar en calor, mirando hacia su objetivo: un camino serpenteante que subía hasta los acantilados al otro lado de la bahía.

Habían construido unos escalones naturales desde la playa, pero Mari se detuvo y cerró los ojos un momento antes de seguir adelante, desesperada por aliviar la jaqueca que había estado molestándola durante las últimas veinticuatro horas.

Aquella zona de la playa estaba cubierta de piedrecillas alisadas por el efecto del viento y las olas. Estaba nevando cuando llegó a Swanhaven y seguía habiendo algunos copos de nieve sobre el hielo, entre las piedras, pero no le molestaba el viento helado en las mejillas porque el chaquetón acolchado la tapaba casi hasta las orejas.

La presión de su trabajo como ingeniera informática empezaba a afectarla, pero merecía la pena. En unos años podría abrir su propia empresa y trabajar desde cualquier parte del mundo. Desde Swanhaven, por ejemplo. Aquel pequeño pueblo costero donde había pasado los primeros dieciocho años de su vida era donde quería establecer su hogar, un sitio seguro y acogedor para ella y para Rosa.

Un hogar que nadie pudiese arrebatarles.

Mari respiró lentamente para llevar oxígeno a sus pulmones y se concentró en las gaviotas que volaban sobre su cabeza, los perros ladrando en la playa, el rumor de las olas y el ruido musical del viento en las velas de los barcos amarrados al muelle.

Aquella era la banda sonora de su vida y había quedado grabada en su corazón, estuviera donde estuviera. Allí podía escapar de la cacofonía de coches, aviones, aparatos de aire condicionado y llamadas de empresas cuyos servidores se habían quedado colgados.

En el bolso llevaba tres smartphones y dos móviles, pero durante una maravillosa hora los había apagado todos y era una delicia.

Empezó a respirar con un poco más de tranquilidad, siguiendo el movimiento de las olas, y durante un segundo se sintió como una chica de dieciséis años, como si nunca se hubiera ido de Swanhaven.

El mar había sido una parte fundamental de su infancia y lo adoraba. Sabía lo cruel que podía ser, pero no había mejor sitio en el mundo. Su hermano Kit entendía eso.

Poniéndose de espaldas al viento, Mari se quitó el guante izquierdo y metió la mano en la bolsa de ordenador que llevaba a todas partes para sacar una fotografía que sujetó con fuerza para que no se la llevase el viento. Aunque había viajado con ella por todo el mundo, era perfecto mirar esa fotografía precisamente allí.

El rostro de su madre, una mujer alta, delgada y guapa, estaba iluminado por el sol que se reflejaba en el agua del puerto de Swanhaven. Tenía un brazo sobre los hombros de Rosa, que debía tener catorce años entonces, y estaba radiante, llena de vida. Su hermana pequeña siempre sonreía para la cámara sin la menor vacilación, pero en aquella ocasión Rosa y su madre tenían algo por lo que sonreír: estaban mirando a Kit, que daba saltos a unos metros.

A los diecisiete años, Kit era su héroe. Un chico lleno de vida, divertido, guapo y encantador. Todo el mundo lo quería y era el niño mimado de la familia. No estaba parado ni un momento, siempre saltando de un lado a otro, siempre en acción, especialmente cuando se trataba de navegar.

Mari recordaba el día que hicieron esa fotografía, con Kit dando saltos que hacían reír a su hermana y a su madre...

Aquella era la familia feliz que ella añoraba.

Mirando la fotografía casi podía sentir en la cara el sol de esa mañana de abril, cuando todos eran tan felices. Resultaba difícil creer que hubiese tomado la foto solo unos meses antes de la regata anual de Swanhaven, cuando Kit perdió la vida en un accidente y su familia quedó destrozada.

Kit había sido el chico de oro, el único hijo varón.

Lo echaba tanto de menos... era como un dolor físico que no cesaba nunca. Con los años había aprendido a apartarlo de su mente para poder sobrevivir cada día, pero el dolor de haberlo perdido seguía allí, siempre estaría allí. Volver a Swanhaven y ver los barcos en el puerto la devolvía al pasado.

Lo habían pasado tan bien todos juntos...

El viento estuvo a punto de robarle la foto, de modo que la guardó en la bolsa antes de volver a ponerse el guante.

Tal vez no estaba preparada para ver su antigua casa, pensó. El sueño de su madre había sido volver a comprarla algún día, pero había muerto antes de que ella pudiese ayudarla y se le rompía el corazón al pensar que estaba a punto de hacer realidad ese sueño y su madre no lo vería.

Pero seguía teniendo que cuidar de Rosa, por eso trabajaba horas y horas sin importarle que comprar la casa fuera a costarle su propio sueño de tener una empresa propia.

Mari se enfrentó con el viento que llegaba del mar, caminando a toda velocidad y resbalando sobre las mojadas piedras hasta llegar al final del malecón. Delante de ella estaba la curva de la bahía, los acantilados en la distancia...

Los tejados impedían ver su antigua casa, pero sí podía ver un cartel de la inmobiliaria del pueblo anunciando la próxima subasta y el número de contacto.

Había hablado un par de veces con los nuevos propietarios, una pareja de ancianos, pero solo se habían mostrado interesados en vender cuando una cadera rota los obligó a irse al pueblo.

Sus ojos se llenaron de lágrimas y Mari las apartó con la mano enguantada. El frío y la pena la asaltaban, pero en sus labios había una secreta sonrisa.

Había trabajado sin parar, incluso los fines de semana y las vacaciones, para ahorrar el dinero que necesitaba, pero por fin, después de una paga extra por haber trabajado esas navidades, lo tenía. Era increíble, pero al fin podía entregar un depósito para comprar la casa que su padre había construido ladrillo a ladrillo.

Seguramente sería su única oportunidad de recuperar el antiguo hogar de su familia. Otras mujeres tenían una vida social, bonitas casas, ropa de diseño, incluso novios.

Ella, en cambio, era una chica soltera a la que todos pedían consejo, dispuesta a trabajar cuando ninguno de sus compañeros quería hacerlo porque preferían pasar las fiestas con sus familias.

Ascender en la empresa significaba viajar continuamente, pero lo hacía. Y le gustaba llegar a una oficina donde todos los empleados estaban al borde de un ataque de pánico y marcharse dejando los ordenadores funcionando a la perfección.

Eso era muy satisfactorio porque ella no tenía compromisos personales, pero todo tenía un precio; en su caso, una terrible soledad.

Sin embargo, aquello con lo que llevaba tres años soñando estaba a punto de hacerse realidad. Tan cerca que casi podía tocarlo. Tenía el dinero, había pedido un sitio en la subasta y sabía cuál eral el precio que pedían por la propiedad.

Aquella era la casa en la que había nacido, la casa en la que había sido feliz, y podía hacer una oferta por encima del precio de salida, con un préstamo ya aprobado por el banco.

Tenía que comprar aquella casa.

Tenía que hacerlo.

Allí era donde terminaban sus agotadoras jornadas de trabajo y los incesantes viajes. Allí era donde iba a pasar el resto de su vida, en el sitio en el que había crecido, con Rosa. Estaba lista para volver a Swanhaven.

En ese momento, un golpe de viento helado hizo que moviera los pies y se frotase las manos para entrar en calor. Hora de ir a casa a tomar un té. Ya volvería a ver la casa cuando quisiera, al día siguiente tal vez.