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Rainer Maria Rilke (Praga, 1875 - Valmont, 1926) fue un escritor austriaco que escribía en alemán y francés. Fue el poeta de lengua alemana más relevante e influyente de la primera mitad del siglo XX; amplió los límites de la expresión lírica y extendió su influencia a toda la poesía europea. Elegías de Duino son una colección de diez elegías publicadas en 1923. Rilke, reconocido como uno de los poetas en lengua alemana más intensamente líricos, comenzó a escribir las elegías en 1912 mientras estaba de visita en el castillo de Duino, cerca de Trieste, en el mar Adriático, invitado por la princesa Marie von Thurn y Taxis, a quien dedicó la obra. Las Elegías de Duino son poemas místicos, intensamente religiosos, cargados de expresiones de belleza y crisis existencial. Emplean un rico simbolismo de ángeles y salvación, pero no de acuerdo con las interpretaciones cristianas típicas. "En esta obra, el lector podrá conocer y apreciar el inigualable talento y sensibilidad lírica del poeta Rainer Maria Rilke."
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Veröffentlichungsjahr: 2023
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Rainer María Rilke
ELEGÍAS DE DUINO
Título original:
“Duineser Elegien”
Primera edición
PRESENTACIÓN
Sobre el autor y su obra
LA PRIMERA ELEGÍA
LA SEGUNDA ELEGÍA
LA TERCERA ELEGÍA
LA CUARTA ELEGÍA
LA QUINTA ELEGÍA
LA SEXTA ELEGÍA
LA SÉPTIMA ELEGÍA
LA OCTAVA ELEGÍA
LA NOVENA ELEGÍA
LA DÉCIMA ELEGÍA
Epílogo
El amor son dos soledades protegiéndose mutuamente. Rilke
Rainer Maria Rilke (Praga, 1875 - Valmont, 1926) fue un escritor austriaco que escribía en alemán y francés. Fue el poeta de lengua alemana más relevante e influyente de la primera mitad del siglo XX; amplió los límites de la expresión lírica y extendió su influencia a toda la poesía europea.
Después de dejar la Academia Militar Mährisch-Weiskirchen, Rilke ingresó a la Escuela de Comercio de Linz y más tarde estudió historia del arte e historia de la literatura en Praga. Vivió en Múnich, donde en 1897 conoció a Lou Andreas-Salomé, quince años mayor, quien tuvo una influencia decisiva en su transición a la madurez. Determinado a no ejercer ninguna profesión y dedicarse por completo a la literatura, realizó innumerables viajes: visitó Italia y Rusia en compañía de su compañera Lou Andreas-Salomé, conoció a León Tolstói y entró en contacto con el místico ortodoxo.
En 1900, Rilke se estableció en Worpswede, y un año después se casó con la escultora Clara Westhoff, con quien tuvo su única hija, Ruth, y al lado de quien escribió las tres partes del Libro de las Horas. Después de la separación, se estableció en París, donde durante ocho meses trabajó como secretario privado de Auguste Rodin. Allí compuso LA BALADA DE LA VIDA Y DE LA MUERTE DEL ALFÉREZ CRISTOPH RILKE, y más tarde Los Cuadernos de Malte Laurids Brigge.
En una crisis interna, volvió a viajar mucho: primero al norte de África (1910-1911) y luego a España (1912-1913). En 1911 y 1912, por invitación de la princesa Marie von Thurn und Taxis, vivió en el castillo de Duino (Trieste), escenario donde surgió la obra que llamó Elegías de Duino.
Durante la Primera Guerra Mundial, vivió la mayor parte del tiempo en Múnich. En 1916, fue movilizado y tuvo que unirse al ejército en Viena, pero pronto fue dado de baja por razones de salud.
De esos años es el intenso romance con la polaca Baladine Klossowska, madre del escritor Pierre Klossowski y del pintor Balthus, supuestos hijos naturales nunca reconocidos por el poeta. Después de la guerra, vivió en Suiza y en 1922 residió en el castillo de Muzot, donde terminó las Elegías. Después de una larga y dolorosa agonía, Rainer Maria Rilke murió de leucemia en un sanatorio suizo de Valmont.
Las Elegías de Duino son una colección de diez elegías escritas por el poeta austro-bohemio Rainer Maria Rilke (1875-1926), publicadas en 1923. Rilke, reconocido como uno de los poetas en lengua alemana más intensamente líricos, comenzó a escribir las elegías en 1912 mientras estaba de visita en el castillo de Duino, cerca de Trieste, en el mar Adriático, invitado por la princesa Marie von Thurn y Taxis (1855-1934).
Los poemas, que constan de 859 líneas en total, fueron dedicados a la princesa después de su publicación en 1923. Durante un período de diez años, las elegías permanecieron incompletas durante largos períodos, ya que Rilke sufría frecuentemente de depresión grave, algunas de las cuales fueron causadas por los eventos de la Primera Guerra Mundial y su conscripción en el servicio militar.
Además de breves episodios de escritura en 1913 y 1915, Rilke solo retomó el trabajo algunos años después del final de la guerra. Con una inspiración repentina y renovada, escribiendo a un ritmo frenético que describió como "una tormenta sin límites, un huracán del espíritu", completó la colección en febrero de 1922, mientras estaba en el Château de Muzot en Veyras, en el Valle del Ródano, en Suiza. Después de la publicación en 1923 y la muerte de Rilke en 1926, las Elegías de Duino fueron rápidamente reconocidas por críticos y académicos como su obra más importante.
Las Elegías de Duino son poemas místicos, intensamente religiosos, cargados de expresiones de belleza y crisis existencial. Emplean un rico simbolismo de ángeles y salvación, pero no de acuerdo con las interpretaciones cristianas típicas. Rilke comienza la primera elegía con una invocación al desespero filosófico, preguntando: "¿Quién, si gritara, me escucharía entre las jerarquías de los ángeles?" y luego declara que "todo ángel es aterrador". Aunque etiquetar estos poemas como "elegías" generalmente implica melancolía y lamento, muchas pasajes están marcados por su energía positiva y "entusiasmo desenfrenado".
Juntas, las Elegías de Duino son descritas como una metamorfosis del "tormento ontológico" de Rilke y un "monólogo apasionado sobre la aceptación de la existencia humana" en relación "a las limitaciones e insuficiencias de la condición humana y la conciencia humana fracturada [...] la soledad del hombre, la perfección de los ángeles, la vida y la muerte, el amor y los amantes, y la tarea del poeta".
La poesía de Rilke, y las Elegías de Duino en particular, han influido en muchos poetas y escritores del siglo XX. En la cultura popular, su trabajo se cita a menudo sobre el tema del amor o los ángeles y se menciona en programas de televisión, películas, música y otras obras artísticas, así como en la filosofía y teología de la Nueva Era y en libros de autoayuda.
Propiedad de la princesa
Marie von Thum und Taxis-Hohenlohe (1912-1922)
¿Quién, si gritara yo, me escucharía
en los celestes coros? Y si un ángel
inopinadamente me ciñera
contra su corazón, la fuerza de su ser
me borraría; porque la belleza no es
sino el nacimiento de lo terrible; un algo
que nosotros podemos admirar y soportar
tan sólo en la medida en que se aviene,
desdeñoso, a existir sin destruimos.
Todo ángel es terrible. Así yo, ahora
sepulto, como oscuros sollozos en mi pecho
mi grito de socorro. ¿A quién podremos recurrir
Ni a los hombres ni a los ángeles.
¡Ay! Incluso las bestias, astutas, se percatan
de que es torpe, inseguro, nuestro paso
que yerra por un mundo interpretado.
Quizá, tal vez, podrían socorremos
el árbol ese, que, en la solitaria
ladera, contemplamos diariamente;
el camino de ayer, o la remisa
lealtad de una costumbre que, amoldada
a nosotros, prosigue a nuestro lado.
¡Oh! Y la noche, la noche... Guando el viento,
lleno de espacios cósmicos nos roe
las mejillas, ¿a quién no se dará
esa sutil, desilusionadora
anhelada presencia ineludible
que ha de arrastrar por fuerza el corazón
solitario? ¿Será menos penosa
— Decidme — para los amantes?
¡Ay! entrambos se encubren su destino
mutuamente. ¿Lo ignoras todavía?
Arroja ya el vacío que ciñes con tus brazos
al vacío del viento que respiras.
Tal vez las aves en su vuelo íntimo
sientan en toda su amplitud el aire.
Sí,
las primaveras te necesitaban.
Infinitas estrellas esperaron
que tú las contemplases. Del pasado
vino a ti una onda henchida, o, al pasar
ante un balcón abierto, la queja de un violín
se te entregó. Todo ello era mensaje.
Pero, dime; ¿supiste tú abarcarlo?
¿No te hallabas perdido en tu esperanza,
como si todo y siempre te anunciase
a la mujer amada? (Di, ¿cómo podrías esconderla,
y dónde, si los grandes y extraños pensamientos
que pasan por tu ser, quedan, contigo,
perduran en tu noche?) Mas si aún sientes deseos
— si anhelas — canta a los enamorados:
no se inmortalizó con adecuada
largueza su famoso sentimiento.
Sí, canta
a los abandonados, que tú encuentras,
casi envidiándolos, más amorosos
que a los correspondidos satisfechos.
Comienza una vez más la nunca cansada
alabanza. Y observa cómo el héroe
no deja de ser nunca — hasta qué punto
su propia muerte sólo es un pretexto
de su último nacer. Pero ¡ay! a los amantes,
ya fatigada, la naturaleza
los retiene o recobra, sintiéndose incapaz
para reproducirlos nuevamente.
¿Acaso conseguiste
exaltar cumplidamente la pasión
de Gaspara Stampa, de tal modo
que alguna abandonada, emulando su ejemplo,
dijese: ¿si yo fuese como ella?
Estas antiguas amarguras
¿no nos debieran dar más copiosas cosechas?
¿No es hora de que amando nos libremos
de la persona amada, reprimiéndonos
trémulamente, al modo que se afirma
en la cuerda del arco la flecha que, en el brinco,
quiere ser más de lo que fue? Pues nunca
podemos detenernos.
Voces, voces. Escucha, corazón,
como sólo los santos escucharon — aquellos
a quienes la llamada gigante levantó
de la tierra, sin que ellos, impasibles,
dejaran de seguir de rodillas, absortos,
sin atender a nada, consagrados a oír.
Y no es que puedas soportar la voz
de Dios, no; pero escucha el lastimero
soplo de los espacios;
ese ininterrumpido mensaje que se forma
del silencio, y que viene, hacia tí, susurrando,
desde los que murieron jóvenes.
Donde quiera que entrabas, en los templos
de Roma y Nápoles, ¿no te decían
serenos, su destino? ¿O en cualquier epitafio,
como recientemente — allí
en Santa Marta Formosa — aquella lápida?
¿Qué desean de mí? Sí, he de borrar de ellos
esa apariencia de injusticia
que, a las veces, cohíbe
el puro movimiento de su espíritu.
Ciertamente, es extraño no habitar ya la tierra,
no seguir practicando unas costumbres
apenas aprendidas;
no dar, no atribuir significados
de futura realidad humana ni a las rosas
ni a esas cosas que son ofrecimientos
sin fin. No ser lo que se era
en la infinita angustia de esas manos;
tener que desprenderse hasta del propio nombre,
como quien lanza, lejos de sí, un juguete roto.
Extraño es no volver a desear
los deseos. Extraño es ver, perdido,
disperso en el espacio, todo aquello
que estuvo unido.
Es penoso estar muerto y, trabajoso,
ir recobrando poco a poco un mínimo
de eternidad.
Pero todos los vivos cometen el error
de querer distinguir con excesiva
rotundidad. Los ángeles — se dice —
ignoran a veces si están entre los vivos,
quizás, o entre los muertos. El eterno
torrente arrastra las edades todas
por ambos reinos y, en medio de los dos,
logra hacer oír sus voces.
Pero, en fin, los urgidos prematuros
que se marcharon ya, no necesitan
de nosotros. Con lenta y paulatina
remisión, va perdiéndose
la arraigada costumbre a lo terreno, como
se pierde el apego que nos une
al seno de una madre.
Pero nosotros, que necesitamos
de tan grandes misterios;
nosotros, para quien de la misma tristeza
brota un aumento de felicidad,
¿podríamos vivir sin ellos?
¿Es vana la leyenda según la cual, antaño,
en el planto por Linos, la primitiva música
penetró hasta las rígidas esferas,
y entonces, en los sorprendidos ámbitos,
(que un doncel, un doncel casi divino,
abandonó de pronto y para siempre),
el vacío inició su vibración... la misma
que aún nos arrebata y corrobora?
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