Romance en el Caribe - Alexandra Scott - E-Book
SONDERANGEBOT

Romance en el Caribe E-Book

Alexandra Scott

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Después de siete largos años, Ellie Osborne volvió a encontrarse con Ben Congreve que, para su sorpresa, no parecía recordarla en absoluto. ¿Acaso había habido tantas mujeres en su vida que no era capaz de recordar su apasionado romance en las playas del Caribe? Ellie sintió la tentación de vengarse de Ben por haberse marchado de su vida, abandonándola a su soledad... embarazada. Había tenido que sufrir mucho para superar aquel revés, pero al final se había convertido en una prestigiosa diseñadora de moda. Y por eso mismo, debía proteger a su hija del pasado y ocultarle la identidad de su verdadero padre...

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 216

Veröffentlichungsjahr: 2022

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1998 Alexandra Scott

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Romance en el caribe, n.º 1374 - febrero 2022

Título original: Charlie’s Dad

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1105-555-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ADELANTE, Ellie Osborne. Dile adiós al pasado»: ése fue el último mensaje, la única parte del sueño que se mantenía en su recuerdo mientras se esforzaba por levantar los párpados que parecían estar pegados con pegamento. Cuando por fin logró abrir los ojos, se sobresaltó al ver el reloj de la mesilla de noche.

Bostezó y pensó que ya debía estar levantada y vestida; sin embargo, estaba agotada después de tanto viajar. Poco a poco, empezó a entornar los párpados de nuevo y su cabeza comenzó a dar vueltas a todo lo que había hecho desde su salida del aeropuerto de Heathrow, una semana antes.

La verdad era que no le había ido nada mal, se dijo amodorrada. De hecho, el contrato que había firmado el día anterior en Hong Kong supondría el espaldarazo que necesitaba para expandir su empresa, lo cual había deseado, y temido, durante años. Por fin, tenía el futuro al alcance de su mano.

No había sido fácil. Le hizo gracia recordar sus inicios, cinco o seis años antes, cuando trabajaba con una máquina de coser en la cocina de su casa y vendía las prendas en los mercados de Londres a cambio de un mínimo beneficio.

Volvió a bostezar. Sin duda, aquellos primeros clientes no habían sido conscientes de la suerte que habían tenido por conseguir auténticos Igraine a precio de saldo prácticamente. Claro que la marca no estaba registrada en aquel entonces.

Eso había llegado después, junto con la atención de los medios de comunicación, en aquella primera entrevista televisiva en Hong Kong, la cual, a su vez, había originado su reciente visita a Singapur, antes de regresar a Londres.

Llamaron a la puerta y, un segundo más tarde, Jenny entró en la habitación con una taza de té.

—¡Delicioso! —exclamó Ellie después de darle un sorbo—. Estoy tan a gusto en la cama… Espero que no sea demasiado tarde.

—Debías estar agotada —comentó Jenny con tranquilidad—. Entré hace media hora y estabas tan dormida que preferí dejarte descansar hasta el último segundo.

—En realidad, estaba vagueando. Pero esto —apuró la taza de té y la dejó sobre la mesilla de noche— era justo lo que necesitaba para desperezarme. Estaba pensando en aquella entrevista que me hiciste cuando nos conocimos en Hong Kong… ¿Estás segura de que no se hace tarde?

—Tranquila, tienes todo el tiempo que quieras. Aún falta una hora para que empiece a llegar la gente —Jenny corrió una de las cortinas de la habitación y miró a su invitada—. Pero tampoco tardes demasiado. Robert está impaciente por conocerte.

—Yo también tengo muchas ganas de conocerlo a él —Ellie se levantó y se estiró—. Me daré una ducha y… ¿crees que me da tiempo a lavarme el pelo?

—Si te das prisa, sí. Hay un secador en el baño.

—¿Te puedes creer que no me lo he lavado desde que salí de casa? —se pasó la mano por el cabello, algo enmarañado tras la noche.

—Bueno, te dejo —Jenny, de constitución delicada y con la exquisita elegancia de las mujeres orientales, se dirigió hacia la puerta y, una vez allí, se detuvo—. ¿Qué decías de la entrevista en que nos conocimos?

—Sólo estaba recordando —Ellie se acercó al tocador, buceó unos segundos en su neceser y se puso un poco de crema hidratante en la cara—. Estaba tumbada, media soñando, y eso fue lo primero que se me vino a la cabeza cuando llamaste a la puerta… No sabes lo agradecida que te estoy por aquello.

—Pero fue una simple casualidad. Nos falló una persona para un programa que se emitía en directo, sobre gente que llegaba del extranjero y empleaba mano de obra local. Entonces alguien mencionó tu nombre… creo que fue Johnny Teck… En realidad, era yo la que te estaba agradecida por haber aceptado venir al programa avisándote con tan poco tiempo de antelación.

—Nunca rechaces la publicidad gratuita. Es una de las reglas de oro para todos los que dirigen una empresa. El mero hecho de salir en televisión o en un programa de radio puede marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso —Ellie se aproximó al baño—. ¿Te importa que llame un momento a Charlie? Suelo charlar un ratillo a estas horas con ella.

—No hace falta que pidas permiso —Jenny apuntó con el índice hacia un teléfono que había en una mesa del dormitorio—. Todavía no me explico cómo no conozco aún a Charlie… Por cierto, cariño, uno de los invitados a la cena de esta noche es Jonas Parnell, el escritor estadounidense. Estoy segura de que habrás leído todos sus best-sellers. Yo siempre estoy deseando que saque el siguiente a la venta. Su padre es un amigo de Robert —añadió Jenny, justo antes de cerrar la puerta y marcharse.

«¿Jonas Parnell?», se preguntó Ellie mientras le caía el agua en la cara. Aquel nombre le resultaba familiar, pero ella no tenía tiempo para leer otra cosa que no fueran sus cuadernos de contabilidad… Quizá algún actor de aquella película que había visto semanas atrás, en la que el asesino… Jonas Parnell… La película la había tenido pegada a la pantalla y le había dado miedo al acostarse… ¿Quién sería aquel hombre?

Se frotó el pelo con una toalla, salió del baño y descolgó el teléfono de su habitación.

—Hola, cielo —Ellie saludó a su hija con gran ternura—. No imaginas cuánto te estoy echando de menos.

 

 

«No esta mal», se dijo mientras contemplaba su reflejo. Se miró de cerca y de lejos y, finalmente, sonrió satisfecha. No tenía costumbre de celebrar reuniones por la noche y había perdido el hábito de los prolegómenos. De nuevo se miró al espejo y se repitió que los esfuerzos con el maquillaje habían merecido la pena.

Además, le debía a Jenny presentarse guapa, pues ella había sido la que le había dado el primer empujón profesional y ahora quería presentarle a algunos amigos. No tendría excusa si la fallaba… a ella o a Robert Van Tieg, al que aún no conocía.

Ya sabía gran parte de su historia: cómo Jenny, poco después de que se lo presentaran, se había ido a vivir con aquel rico empresario. Mantenían una relación muy abierta y, de hecho, cuando Ellie le hablaba a Jenny de la posibilidad del matrimonio, ésta aseguraba que ninguno quería comprometerse hasta ese punto.

—Mira, Robert ya ha estado casado en dos ocasiones —le había explicado Jenny— y las dos veces fracasó su matrimonio. Y yo nunca había pensado en una relación seria, a largo plazo… Hasta que conocí a Robert, claro está. Que aún siga con él va totalmente en contra de mis principios… Pero es un hombre encantador. Y lo quiero muchísimo… ¿Me entiendes?

—Sí —Ellie prefirió no hacer caso al pinchazo que sintió en el pecho—. Claro que te entiendo.

—Además —había proseguido Jenny—, yo tengo mi trabajo y él sus negocios. Los dos nos permitimos la libertad que queremos, nunca nos hacemos preguntas y, lo más curioso, confiamos ciegamente el uno en el otro. Aunque sé que ve a muchas mujeres fascinantes, muchas de las cuales estarían más que dispuestas a tener una aventura con él, estoy convencida de que siempre me ha sido fiel.

«¡Qué suerte tienes!», pensó Ellie, sin el menor poso de envidia, mientras volvía a retocarse el maquillaje. Era una mujer rica y guapa, su programa de televisión triunfaba a ambos lados del Pacífico y uno de los empresarios más poderosos del mundo estaba enamorado de ella. ¿Qué más podía pedir Jenny Seow? Lo más sorprendente era lo poco engreída que era, a pesar del dinero y de la fama que tenía.

Cuando encontró su aspecto definitivamente satisfactorio, capaz de complacer a los ojos más críticos, se apartó del espejo. Todo se lo debía a Jean Muir; lo que al principio le había parecido un despilfarro injustificado, ahora empezaba a resultar una rentable inversión a largo plazo. Sonrió al pensar en todas aquellas noches que se había estado preocupando por el capricho tan caro que se había dado al comprarse aquellos cosméticos.

Su atuendo resultaba elegante y atemporal. Prácticamente, vestía de la misma manera desde hacía veinte años: unos pantalones anchos color granate, cuyo diseño revelaba en ocasiones parte de sus largas piernas, y una camisa a juego, sencilla y sin apenas escote. Era una combinación que la encantaba y, sin duda, para una cena elegante como la de aquella noche, era la elección ideal.

Se dejó el pelo suelto para que se moviera con libertad con sedosa sensualidad y se miró en el espejo una vez más: un suave toque de colorete, los labios pintados con gusto y los ojos… bueno, siempre habían sido de lo que más orgullosa estaba, de modo que había hecho lo posible por realzar su brillo, gris claro, casi transparente, dándose un leve toque de negro alrededor del iris. Se echó un poco de perfume y finalizó. Automáticamente, su mano alcanzó un solitario diamante, la única joya que acompañó a la esclava de oro de su mano izquierda.

 

 

Se lo había imaginado de otra forma. Ellie, rodeada de otros invitados, no pudo evitar hacer comparaciones al ver a Robert. Jenny era pequeñita, delicada, bellísima, mientras que él… Guapo no era, desde luego; de hecho, era bastante bajito. Aunque tenía unas espaldas anchas y un aire de poder y seguridad que explicaba por qué resultaba atractivo a las mujeres.

Su atuendo y sus modales eran impecables, tal como había esperado Ellie, pero sus facciones bastas, sus ojos apocados tras unas gafas… aquél no era, en absoluto, el tipo de hombre que se había imaginado. Ya sabía que había una diferencia de doce años entre ambos, pero, en realidad, parecía que tuviera veinte años más que Jenny. Con todo, lo encontró agradable y disfrutó de su seco e irónico sentido del humor, con el que se reía hasta de sí mismo, hecho que la dejó momentáneamente asombrada, pues no era corriente que un empresario de altos vuelos se tomara la vida tan a la ligera.

Entonces miró a Jenny, la cual estaba dando la bienvenida a un invitado que acababa de llegar. Estaban charlando animadamente en la terraza, cuando una carcajada de éste sobresaltó a Ellie y le encendió una luz de alarma. Se fijó en el recién llegado, pero sólo pudo distinguir un traje gris y una camisa rosa.

Segundos después, Jenny intentó llamar la atención de Robert con disimulo, el cual pidió a sus acompañantes que lo excusaran y en seguida se dirigió hacia la terraza. Un pequeño silencio sobrevino mientras los invitados lo miraban reunirse con Jenny.

—Robert es todo un personaje, ¿verdad? —comentó finalmente Pete, un australiano que le habían presentado a Ellie como un empresario.

Ella seguía mirando hacia la terraza, inquieta por no lograr ver al recién llegado, el escritor estadounidense probablemente, que en esos momentos estaba oculto por unos plantas. Se forzó a atender a Pete, que se hallaba junto a su joven y bonita esposa.

—Babs es la primera vez que coincide con él —prosiguió Pete, dirigiéndose a Ellie—. ¿A ti qué te parece?

—Es especial —respondió ésta—. Supongo que llevará algo de tiempo conocerlo.

—De lo que no cabe duda es de que tiene buen gusto con las mujeres —Pete dio un trago a su copa, como absorbiendo y subrayando con ese gesto su opinión de Jenny.

Ellie intercambió una mirada curiosa con Babs, la cual se encogió de hombros con filosofía y cambió de tema de inmediato:

—¿Vienes de Inglaterra por asuntos de trabajo, Ellie?

—No exactamente —contestó ésta—. Tengo una pequeña casa de diseño y recientemente he estado concretando algunos detalles con unas empresas de Hong Kong que trabajan en la confección de mis vestidos. Ahora regreso a casa, pero antes quería visitar a Jenny y a Robert —explicó.

—Emplearás lana australiana, ¿verdad? —intervino Pete.

—No le hagas caso, Ellie —terció Babs—. Es que su padre está en el sector lanar…

—Lo siento, Pete —Ellie los miró sonriente—. Pero nosotros nos enorgullecemos de usar lana exclusivamente inglesa. Pero si alguna vez necesito recurrir a la lana australiana, me acordaré de tu padre. De hecho, yo misma tengo contactos con Australia y…

Se quedó sin palabras cuando Jenny, Robert y su invitado avanzaron hasta colocarse junto a la ventana en la que Ellie estaba conversando. A pesar de la proximidad, la oscuridad del exterior y la penumbra del interior mantenían en secreto la identidad de aquel hombre. Era alto y moreno y algo en él le resultaba familiar; algo que le cortaba la respiración y la estaba haciendo sentir un sudor frío por la espalda.

—¿Qué decías, Ellie? —preguntó Babs.

—Esto… —miró a la joven mujer durante unos segundos sin recordar de qué habían estado hablando. El corazón le hacía daño de lo fuerte que estaba palpitando—. ¡Ah, sí! Decía que la lana inglesa es muy buena, aunque el vino no lo es tanto, por supuesto.

Era consciente de que estaba siendo totalmente incoherente, pero no podía evitar que su cabeza estuviera ocupada con otra cuestión bien diferente.

Aun así, procuró no prestar atención al grupo que tanto la perturbaba, y se esforzó por centrarse en la conversación que había iniciado con Pete y Babs. Pero, en el fondo, tenía el extraño y estremecedor presentimiento de que el pasado la estaba amenazando peligrosamente…

—Ellie —Jenny le dio un golpecito en el hombro para que su amiga se volviera—, quiero presentarte a Jonas Parnell.

Ellie se giró, miró a Jenny y a Robert y, finalmente, alzó la vista hacia la cara de aquel hombre.

—Aunque en realidad no se llama Jonas Parnell —apuntó Robert—. Su verdadero nombre es Ben Congreve. Ben, te presento a nuestra amiga Ellie Osborne.

A partir de entonces, todo fue automático: extendió la mano y sonrió con la esperanza de que su cara no reflejara su sorpresa. La alivió comprobar que él no la había reconocido. En los ojos de aquel hombre había visto interés, curiosidad, puede que incluso admiración; pero no la había reconocido. De modo que Ellie pudo sonreír y relajarse para afrontar el tormento de las siguientes horas.

Volvió a la conversación de Pete y su esposa, pero no pudo intervenir apenas, ocupada como estaba en conciliar sus emociones. ¿Quién iba a haber previsto que sus caminos volverían a cruzarse después de tantos años? Ya hacía mucho que había dejado de echarlo de menos, a pesar del sufrimiento tan enorme que la había desgarrado cuando había logrado olvidarse de él.

 

 

—¿Conoces bien Singapur, Ellie? —le preguntó Ben, cuando Pete y Babs se hubieron marchado. Estaba sentado a la derecha de ella y le gustó que aquellos ojos grises lo miraran. Le pareció intuir cierto nerviosismo en ella, aunque no comprendía cómo una mujer con una presencia tan impactante y, según decían, con éxito como diseñadora podía ser tímida o nerviosa. Pensó que nunca en su vida había visto unos ojos grises como aquéllos… en una cara así… tan serena, tan sorprendente… No era simplemente guapa, sino fascinante. También le gustaron sus pómulos, su boca seductora y cómo llevaba peinada la melena.

Ben se asombró del análisis tan exhaustivo que acababa de hacer de Ellie; pero ¿por qué iba a privarse de mirarla? Su piel era tan tersa…

—No demasiado —respondió Ellie, esforzándose porque su voz sonara calmada. ¿Seguro que nadie sospechaba la violencia con que su corazón estaba palpitando? Le sudaban tanto las manos que casi no podía sujetar el tenedor—. He venido varias veces, pero siempre han sido visitas relámpago, así que no conozco apenas la isla… ¿Y tú? —añadió después de mirar su plato unos segundos. Tal como temía, Ben continuaba fijándose en ella, provocando una oleada de calor en su cuerpo.

Era evidente que se había dado cuenta de la ofuscación de Ellie, y tuvo la delicadeza de responder mirando él también hacia su propio plato.

—Me pasa lo mismo. No la conozco muy bien, pero como un pasaje del libro que estoy escribiendo se desarrolla aquí, pensé que podría venir y documentarme un poco, antes de ponerme manos a la obra… Todos los escritores son así, ¿sabías? Se aferran a cualquier excusa con tal de no enfrentarse al procesador de textos.

—Algo de eso he oído. Aunque se supone que debería facilitaros las cosas.

—En teoría, sí —le lanzó una mirada fugaz. Se sentía a gusto charlando con aquella mujer—. Pero no estoy nada convencido. Si te soy sincero, llevo una relación de amor odio con mis libros; es como una esclavitud voluntaria. Hay momentos en los que me gustaría abandonarlo todo; pero luego, en cuanto he terminado de escribir el que había decidido que sería mi último libro, mi cabeza empieza a funcionar de nuevo. Se me ocurren dos o tres ideas y, antes de que pueda hacer nada por evitarlo, ya estoy otra vez al tajo.

—¡Vamos, Ben! —intervino Jenny, medio echándole la bronca—. Suena como si tuvieras que sudar la gota gorda para cada una de tus palabras y, sin embargo… tu prosa fluye como si nada…

—¡Será que soy un genio! —replicó él, riéndose de sí mismo. Todos rieron unos segundos y, cuando las conversaciones volvieron a cruzarse, Ben se dirigió de nuevo a Ellie—. Y ahora que ya sabes todo sobre mí, me toca oír hablar de tu vida.

No le quedó más remedio que girarse y mirar esa cara que la miraba sonriente. ¡Era tan agradable contemplarlo! Siempre había sido alto, moreno, guapo, atractivo… Recordó el tacto de su cabello entre los dedos. Ahora lo llevaba más corto… ¿Por qué la miraba tan intensamente?

—No hay mucho que contar —mintió. Pero Ellie se negaba a confiar en aquel hombre que tanto daño le había hecho y ni siquiera se acordaba de ella. Pero era evidente que Ben estaba esperando alguna respuesta más concreta, de modo que, después de apartarse un mechón de cabello que le caía sobre la cara, mostrando con tal movimiento el anillo de su dedo, añadió—. No sé si Robert te habrá comentado que tengo una pequeña casa de diseño. Hasta ahora lo hacíamos todo en el Reino Unido, pero últimamente estoy extendiendo los talleres de confección a Hong Kong. He pasado allí unos días y Jenny me ha invitado a su casa antes de que vuelva a Londres. Llevábamos dos años queriendo vernos…

—Y me alegra que por fin estés aquí —intervino Jenny, que estaba sentada frente a ambos. Luego hubo un parón mientras las sirvientas, todo discreción, retiraban los platos para traer más comida.

Ellie, en cambio, mientras escuchaba abatida lo que Pete estaba intentando explicar, deseó con todo su corazón haber regresado al aeropuerto londinense de Heathrow directamente. En esos momentos estaría tan tranquila con Charlie y habría evitado reencontrarse con el hombre que le había roto el corazón cuando era joven.

Por mucho que procurase aparentar serenidad, se sentía desesperada. Miró a su alrededor para distraerse: las cortinas, ahuecadas por una ligera brisa, los cuadros, colgados en las paredes color crema, la mesa de mármol verde… Y la presentación de la comida era exquisita…

Un recuerdo repentino la hizo esbozar una sonrisa. Se había acordado de la cacerola de caldo que ella solía poner en la vieja mesa de su cocina, de la barra de pan casero que habría hecho en el horno, de la fuente de ensalada que habría aliñado deprisa y corriendo…

Nada que ver con la suntuosa cena de mariscos y delicatessen que estaba comiendo esa noche. Los platos estaban presentados tan artísticamente que daba cargo de conciencia comerse el contenido; el contraste de colores era perfecto y, de repente, pensó en un jersey, negro como los platos, con un toque de rosa color camarón y otro de color verde mesa… Tenía que acordarse de aquella combinación. Se mordió un labio y deseó tener a mano un cuaderno y un lápiz.

—¿No vas a comer? —le preguntó Ben con suavidad, mirándola sonriente.

—Sí, claro —contestó ésta después de recuperar el aliento, después de superar el dolor que le había causado recordar aquella expresión de Ben, cómo sus ojos se habían deslizado recorriéndole la cara, hasta pararse en su boca con deseo— Por supuesto. Es que la presentación es tan… bonita —añadió, decidida a no atender la punzada que había sentido en el pecho. Lo miró un segundo por no mostrar malos modales y él respondió sosteniéndole la mirada casi con insolencia.

—Preciosa —contestó Ben ambiguamente, aunque en el fondo era obvio que no estaba pensando en la decoración de la comida.

Sin duda era preciosa. Ben se puso a hablar con otro de los comensales, pero no logró quitarse a Ellie de la cabeza. Sus dientes blancos, casi perfectos, aquella boca incitante que habría querido sentir contra la suya, esa sonrisa… Pensó que Ellie debería sonreír más, pues se le iluminaba toda la cara cada vez que lo hacía. Desprendía un brillo interior que resultaba intrigante y despertaba su curiosidad. Lo excitaba como ninguna mujer la había excitado, aunque…

Ben siguió moviendo los labios automáticamente mientras conversaba. Aunque…

Aunque no había pasado por alto el gesto defensivo de Ellie, al retirarse el pelo para enseñarle el anillo del dedo. Sin embargo, se negaba a admitir que ningún marido pudiera privarlo de conocer más profundamente a aquella intrigante mujer.

 

 

A pesar de que estaba agotada, Ellie no logró conciliar el sueño aquella primera noche. Y no se debió al calor tropical de la isla, atemperado por el aire acondicionado de la casa de Jenny; no tenía nada que ver con eso y sí con aquel hombre al que había expulsado de su memoria hacía tanto tiempo. Aunque si de veras lo había olvidado por completo, ¿por qué sentía aquel caos emocional?

Ellie gruñó, se pasó la mano sobre el cabello y hundió la cabeza en la almohada con fuerza. ¿Por qué no se dormía de una vez? Estaba desesperada, deseosa de tener la oportunidad de olvidarse de Ben Congreve durante unas horas. A la mañana siguiente, lo sabía por experiencia, todo parecería mucho más razonable. Entre otras cosas, porque no tenía por qué volver a encontrarse con él jamás. Ése sería su último día en Singapur y después, regresaría volando a su vida, a Charlie… Sí, Charlie. Ella había sido el punto de inflexión que la había hecho acabar con todos sus lamentos.

Pero entonces, sin decidirlo conscientemente, sin que su voluntad deseara cooperar, su cabeza empezó a dispararse con recuerdos que Ellie había procurado mantener en el olvido; recuerdos que la devolvían a través de los años hasta la época en que había conocido a Ben Congreve; aquella época de ensueño… A pesar de saber que aquello era regodearse en el pasado, no logró detenerse.

Tenía veinte años y el mundo la esperaba para que ella se lo comiera. Aquello había sido lo que su padre le había dicho el día de su licenciatura en la Universidad de Sidney. Y, como premio, le había entregado un cheque para que, antes de empezar a forjar su carrera como diseñadora, pudiera viajar durante algunos meses, como siempre había deseado, sin tener que preocuparse por el dinero.

—También podrías ser profesora —le había propuesto el señor William, que siempre había dudado de que su hija pudiera ver realizada su ambición de ser diseñadora. En realidad, siempre había querido que Ellie se decantara por una profesión más segura.

—Cierto —Helen, como entonces llamaban a Ellie, hacía tiempo que había descubierto que la vida era mucho más sencilla si coincidía, o al menos fingía coincidir, con las sugerencias de sus padres—. Si veo que no puedo entrar en el mundo de la moda, te prometo que intentaré ser profesora.

—Bueno, si vives en Londres, seguro que el mundo de la moda te abrirá muchas puertas. Tu madre y yo estamos muy orgullosos de ti. Eres un año más joven que la mayoría de tus compañeros de promoción y has conseguido las mejores notas. El cheque es para demostrarte nuestra satisfacción.

—Eres muy generoso, papá —le dio un beso en la mejilla—. ¿Estáis seguros de que no os importa que me vaya por ahí unos años?

—Te echaremos de menos, por supuesto. Pero perdiste gran parte de tu infancia con la enfermedad de tu madre y los dos queremos que recuperes el tiempo que te quitamos.

—Papá, aquello fue inevitable. Mamá no tuvo la culpa de padecer esclerosis múltiple y tú no podías hacer nada para que se curara. No tenéis que compensarme.

—En cualquier caso, es lo que hemos decidido. Sabes que a los dos nos gustaría volver a Inglaterra, pero el clima de aquí le conviene más a tu madre. Por cierto, quiero que sepas que estoy pensando en retirarme del cuerpo de diplomáticos. Una empresa japonesa me ha ofrecido ocupar un puesto de directivo aquí en Sidney y creo que voy a aceptar, por tu madre…

—Papá, yo soy la que debería compensarte por todo lo que has hecho por mí y no al revés.

—No —el señor William sonrió—. Sólo te pido que escribas a menudo a tu madre. Sabes lo mucho que echa de menos Inglaterra, así que mándale todas las postales y cartas que puedas.

—Prometido. Pero… no te importará que vuelva a Europa pasando por el Caribe, ¿no? El grupo de buceo dice que hay un antiguo galeón español hundido por allí y me han pedido que vaya con ellos.