De nuevo en tus brazos - Alexandra Scott - E-Book

De nuevo en tus brazos E-Book

Alexandra Scott

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Beschreibung

Cinco años atrás, Zachary McGuire había desaparecido de su vida después de prometerle amor eterno. Por ese motivo, Abbi no podía creer que fuera Zach quien hubiera comprado su empresa... y que, además, quisiera pasar la Navidad con ella. Quería saber por qué él la había abandonado y cómo era posible que tuviera una hija de cinco años. La respuesta de Zach fue una proposición, no de negocios, sino de matrimonio.

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Seitenzahl: 176

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1999 Alexandra Scott

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

De nuevo en tus brazos, n.º 1608 - junio 2020

Título original: A Bride for Christmas

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-162-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

MALDITO Zachary McGuire! Era tan irresistible en la realidad como lo había sido en sus sueños durante los últimos cinco años. El paso del tiempo había sido generoso con él, notó Abbi tras lanzarle una fugaz mirada que aceleró los latidos de su corazón y la llenó de aprensión.

Del brazo del abogado, bajó los dos escalones que la dejaron en el piso donde se encontraba la sala de reuniones. Aceptó una copa de vino y charló con sus compañeros de trabajo como si nada en el mundo pudiera afectarle, como si no estuviera tratando, con desesperación e intensidad, de reprimir el profundo dolor de una vieja herida que, inesperadamente, se había abierto de nuevo.

Pero no, no había nada de inesperado en el sufrimiento que la corta relación con Zach McGuire le había causado. Quizá, su padrastro, tan falso e hipócrita casi siempre, fue honesto cuando le dijo: «Las aventuras amorosas de unas vacaciones, Abbi, ocurren en la vida, son parte de la experiencia, pero jamás deben tomarse en serio. A todos nos rompen el corazón alguna vez, pero la mayoría nos recuperamos rápidamente.

Sin embargo, ella no se había recuperado de su romance con Zach McGuire, no lo había superado. Aún recordaba con claridad las últimas palabras de él, llenas de falsas promesas y susurradas junto a su boca, cuando se separaron: «Volveré tan pronto como pueda, nada podrá separarnos». Y eso fue lo último que supo de él.

¡Maldito hombre!

Abbi cambió de posición, apoyando el peso del cuerpo en la pierna derecha, con el fin de quedar de espaldas al grupo que tanto la distraía. Fue una medida de protección contra la casi irresistible tentación de volver los ojos en esa dirección, a pesar del temor a encontrarse con los de él, algo que le resultaba imposible de soportar, a pesar de ser plenamente consciente de que, tarde o temprano, tendría que enfrentarse a Zach. Por difícil que le resultara aceptarlo, Zachary McGuire, antiguo amante de Abbi Gervais, era ahora el presidente de la multinacional que había absorbido Zenith, la empresa que podría haber pertenecido a Abbi de no ser por las manipulaciones de su padrastro.

Abbi se llevó de nuevo la copa a los labios y se quedó desconcertada al ver que estaba vacía. Miró a su alrededor para ver dónde podía dejarla y sacudió la cabeza negativamente cuando un camarero le ofreció volvérsela a llenar.

–Vamos, Abbi, cielo… relájate y bebe, aunque solo sea por una vez –dijo Ben Turner en tono persuasivo, admirando con los ojos el nuevo corte de pelo de ella, que le cubría la frente con un brillante flequillo. Después, clavó la mirada en la boca de Abbi–. Jamás te he visto beberte una copa con tanta rapidez.

–Eso es porque no me conoces muy bien, Ben –la voz de Abbi, modulada, tenía un atractivo acento francés, debido a su infancia en Francia.

Arqueando las cejas y sin dejar de mirarla, Ben vació su copa y extendió el brazo para tomar otra.

–Estoy dispuesto a que eso cambie en cualquier ocasión que a ti te parezca –dijo Ben, su gris mirada emitiendo el mensaje de un reconocido mujeriego.

Abbi no contestó. Por muy claro que se lo dijera, a Ben no le entraría en la cabeza que, aunque no existieran su mujer y sus hijos, a ella jamás le tentaría un hombre como él.

Al volverse, Abbi encontró la comprensiva mirada de Beverly Crane, una secretaria. Abbi sonrió y encogió los hombros filosóficamente. Pero pronto se arrepintió del gesto, ya que la joven le susurró al oído en tono confidencial:

–Dios mío, Abbi, el nuevo jefe está de muerte. ¿Te has fijado en él? ¿Has hablado ya con él?

–No –contestó Abbi.

Beverly se había referido al ahora, al presente, no a un pasado en el que sí… sí había hablado con él. Había hecho algo más que hablar.

Abbi hizo un esfuerzo por rechazar los eróticos recuerdos, que querían abrirse paso en su mente con suma insistencia. Un temblor le recorrió la espalda. De repente, se arrepintió de haber elegido el vestido que llevaba, con escotada espalda. ¿Por qué demonios había elegido una prenda tan provocativa? Era una pregunta a la que, en realidad, prefería no contestar, no estaba preparada para enfrentarse a la respuesta.

A pesar de ello, era uno de sus vestidos preferidos, esa seda era una segunda piel. La prenda era sumamente cómoda y el escote mostraba el bronceado que había adquirido recientemente en unas vacaciones en las islas Mauricio. Además, si era honesta, debía reconocer que se lo había puesto para recodar a Zach el día, o mejor dicho, la noche que estuvieron… ¡Oh, cielos! Quería hacerle pensar en lo que había perdido. Quería saber que él también había sufrido.

Zachary McGuire debía estar viéndole la espalda y quizás, Abbi tragó para deshacer el nudo que se había formado en su garganta, quizás estuviera reviviendo ciertos momentos. Podía estar recordando el momento en el que se le acercó por la espalda, acariciándola con los labios. Según le contó él mismo después, había sido como besar cálidos melocotones, pero mucho más excitante. Y ella, tan joven y tan inocente, se dejó seducir por él, refugiándose en la seguridad de sus brazos, con la boca pegada a la de Zach, con la exigencia de su juventud.

–¿Tienes frío, Abbi? –Beverly la miraba fijamente con expresión preocupada.

La expresión de Abbi permaneció ensoñadora mientras sacudía la cabeza.

–Te lo digo porque has temblado –añadió Beverly.

Era natural temblar, ¿no? Porque, a pesar de sus buenos propósitos, se había dejado llevar por la imaginación, por los deliciosos recuerdos que se había impuesto a sí misma olvidar. Pero volvió a estremecerse al sentir, en su imaginación, esos dedos acariciándole las curvas de su cuerpo, volviéndola hacia sí bajo los últimos rayos de sol. Era una memoria tan mágica que la hizo, momentáneamente, olvidarse de dónde estaba y volverse, con expresión acusadora, hacia aquel rostro que tanto había querido evitar y mirar a esos ojos que podían seducir con el calor y la ternura del terciopelo, pero que ahora la contemplaban con la frialdad del hielo.

 

 

Zachary McGuire era consciente de la presencia de ella desde que Abbi entró por la puerta, incluso antes de alzar la mirada en dirección al elaborado espejo encima de la chimenea. Algo había distraído su atención, desviándola de la charla de negocios que, al parecer, hacía creer al personal de su empresa que era su único interés en la vida. Había sentido algo extraño e, instintivamente, había vuelto la cabeza justo en el momento en que ella entró. Vestida con algo sedoso y ceñido, era tan alta y tan elegante como Zach siempre había sabido que sería; pero él, inmediatamente, volvió la cabeza de nuevo, tratando de ignorarla.

Abbi era la única mujer que le había afectado de aquella manera, a pesar de su esposa, Bridget, y a pesar de todas las mujeres que la habían seguido.

Se llevó la copa de vino tinto a los labios. Siempre ella, distorsionando su vida, obligándole a hacer comparaciones, siempre entrometiéndose en sus pensamientos. Y ahora iba a ser una complicación que no había previsto, ya que el nombre de Abbi no había aparecido en los datos relacionados con la compra de la empresa.

Alguien a su lado estaba esperando un comentario de él. Zach logró esbozar una ladeada sonrisa y se encogió de hombros.

–Perdón, me he distraído un momento.

Jessica Heron, directora de contabilidad en Zenith, sonrió.

–Solo quería saber si va a pasar la Navidad en Inglaterra o si se va…

–No, me temo que no –Zach le dedicó una de sus lobunas sonrisas que le iluminaban el rostro y ejercían un devastador efecto en las mujeres–. Tengo que reunirme con mi familia en Boston.

–Oh.

–Tengo una hija de casi cinco años y es muy exigente. Me espera de vuelta en casa pronto.

–Sí, claro, es natural –pero Jessica, directa como era, casi no logró disimular su desilusión. Aunque, por supuesto, no encontró el valor para preguntarle sobre su esposa–. ¿Quiere que le presente a algunos del personal de la empresa?

–Sí, me parece una buena idea.

Y lo fue… hasta que se encontró delante de Abbi.

–Abbi es nuestra directora de personal –había una nota distante en la voz de Jessica al hacer la presentación.

Jessica no soportaba el nepotismo, y era consciente de que Abbi debía su puesto de trabajo al hombre que, durante años, fue director de la compañía. Ni siquiera la eficacia de Abbi la hizo cambiar de opinión. Además, a Jessica no le gustaba una competidora tan decorativa en los puestos medios de la empresa, era algo preocupante. Últimamente, sospechaba que Ben Turner estaba volviendo su atención hacia Abbi.

–Abbi, te presento a nuestro nuevo presidente.

Zach no dijo nada, limitándose a asentir con la cabeza, pero mirando a Abbi con expresión penetrante. Esa expresión maravilló a Abbi en el pasado, consciente de que podía transformarse en algo sumamente cálido, en algo que conseguía hacer que su sangre hirviera. Pero ahora, las piernas apenas la sostenían, y temió desvanecerse.

Por suerte, antes de poder sufrir semejante humillación, Zach continuó su ronda sin siquiera lanzar otra mirada en su dirección. El gesto de desprecio la hizo palidecer. Se sintió como si la hubieran golpeado físicamente.

Naturalmente, Jessica notó la distancia con que Zach había tratado a Abbi y sonrió con satisfacción.

El resto de la tarde permaneció en la memoria de Abbi como algo brumoso. Oyó los discursos y sonrió tras las bromas como una autómata. El discurso de Zach, como se suponía, fue impecable, conciso y con un par de comentarios irónicos que, a los veinte años, Abbi había encontrado divertidos. Y, a juzgar por las explosiones de carcajadas, divirtieron a los presentes. Pero ella se sentía demasiado dolida por el comportamiento de Zach, sufría demasiado y lo único que quería era que se acabara aquello para poder marcharse, para refugiarse en su piso y allí lamerse las heridas.

 

 

Pero ni siquiera en su casa encontró paz. Tumbada en su oscuro dormitorio, inconsciente del paso del tiempo, se preguntó cómo iba a conseguir sobrevivir. Por lo que le habían dicho, el nuevo presidente de Zenith, Zachary McGuire, no iba a pasar demasiado de su precioso tiempo en sus empresas en el Reino Unido. A pesar de que en Gran Bretaña se considerase a Zenith una empresa importante, a nivel mundial era pequeña, y se esperaba que, al menos a medio plazo, Zenith se dirigiera a sí misma. De hecho, era una compañía tan insignificante que Abbi llegó a considerar la posibilidad de que Zach la hubiera comprado con el único propósito de vengarse. Idea que la hizo pensar en ponerse a buscarse otro trabajo de inmediato. Debería haberlo hecho cuando Tom perdió el control de la empresa tres años atrás; pero, desgraciadamente, no lo hizo.

En el presente, Zachary McGuire parecía la clase de hombre dispuesto a vengarse. ¿Por qué le sorprendía eso? Por naturaleza, los grandes hombres de negocios eran crueles, y para que Zach hubiera conseguido expandir su negocio de esa manera en cinco años…

De nuevo, el recuerdo de aquel encuentro con él en la fiesta le asaltó, haciéndola exclamar un gemido, incrementando la presión que sentía en el pecho. Ojalá su reacción hubiera sido diferente, ojalá hubiera descubierto, al verlo, que ya no sentía nada por él; en cuyo caso, le habría sido posible establecer con certidumbre que lo había superado. Si él hubiera engordado, si hubiera envejecido, si…

Pero Zachary McGuire no era el único hombre que la había decepcionado. Tom Haig, el padrastro al que había adorado desde los once años de edad, lo había logrado de un modo espectacular. En ese momento, tras amargas lecciones, le resultaba muy difícil recordarlo como lo vio en un principio. Lo conoció al salir de la pista central de Wimbledon. Aunque eso no era estrictamente cierto, como resultó evidente posteriormente; aunque había jugado allí como juvenil, nunca había logrado ascender a profesional.

A pesar de ello, el aura y el éxito lo habían rodeado, añadido a su atractivo y a su físico atlético, y a Abbi le había parecido un dios griego que había descendido del Olimpo para vivir entre ellos. Era fácil comprender por qué su madre, tras tantos años de viudedad, sucumbió de esa manera. Quizá fue una bendición que su madre nunca llegara a enterarse del todo de la forma en que Tom había destruido el negocio que a ella tanto le había costado levantar. Y tampoco se enteró nunca de lo infiel que Tom le fue desde el principio de su matrimonio. Abbi tampoco supo nada hasta el fatal desenlace, el momento en que ya no se pudo disimular, el momento en que otra empresa absorbió la suya.

¡Dios bendito! Apartando la ropa de la cama, Abbi se levantó, fue a la cocina, se sirvió un vaso de agua y lo bebió. Al ver su imagen reflejada en el armario del recibidor, se llevó una mano a los enrojecidos ojos.

–Si no te duermes pronto, Abbi Gervais, vas a estar hecha un desastre mañana por la mañana, y Jessica te va a confundir con el gato –se amonestó a sí misma.

Naturalmente, las advertencias de ese tipo eran inútiles y, de vuelta en la cama, decidió que la única forma de conseguir algo de paz era dejar de reprimirse y permitirse volver a aquellos días de finales de trimestre en la universidad cuando Zachary McGuire, como una oleada de aire fresco, apareció allí. Que él fuera un profesor americano despertó el interés general, pero fue su personalidad lo que revolucionó a todos los estudiantes; sobre todo, a las chicas, cansadas de unos profesores aburridos y de mediana edad.

Zach era otra cosa y, al igual que el resto de sus compañeras, Abbi se sintió irresistiblemente atraída hacia él. A Zach debió resultarle imposible no darse cuenta del revuelo que estaba provocando. Debió incluso parecerle divertido; sin embargo, no mostró ninguna inclinación a aprovecharse de ello, ni siquiera cuando las chicas le lanzaban indirectas sin disimulo alguno.

Fue una verdadera casualidad que él y Abbi se encontraran accidentalmente en Normandía a finales de aquel verano. Ella había ido allí para solucionar unos asuntos personales pendientes tras la enfermedad de su madre. La casa, su residencia de vacaciones, estaba en venta y, ya que Tom se encontraba ocupado con asuntos de financieros y de negocios, le había tocado a ella esa desagradable tarea.

Llevaba allí dos semanas y, tras tenerlo todo más o menos solucionado, se había tomado la mañana libre para ir a Villers Bocage a comprar comida. Iba de vuelta hacia el coche, encantada con el calor que hacía y cargada de frutas y verduras.

–¡Maldita sea! –exclamó al chocarse con alguien al doblar una esquina.

Desgraciadamente, la comida se desparramó por el suelo. La alta figura con la que se había chocado se agachó para ayudarle a recoger; y ella, inmediatamente, se acordó de sus modales.

–Perdone –murmuró Abbi mientras él le daba un melón al tiempo que se enderezaba.

–No, ha sido culpa mía.

La expresión del hombre, de repente, se suavizó. Pareció reconocerla. Y, de repente, Abbi enrojeció de pies a cabeza. Sonrió, pero fue su expresión de felicidad lo que hizo que el hombre lograra recordar exactamente quién era.

–Hola –dijo ella.

Era mucho más alto que ella, algo que a Abbi le encantaba. Con su metro setenta y cinco de estatura, casi soñaba con tener que alzar el rostro para mirar a un hombre. Y aquel hombre en particular había vuelto locas a las chicas de la facultad, incluyéndola a ella; a pesar de que en ese momento, delante de él, logró disimularlo.

–Hola –los claros ojos grises de él mostraron un creciente interés que provocó un repentino enrojecimiento en las mejillas de Abbi.

¿Se atrevía a imaginar que era placer lo que estaba viendo en la expresión de él?

Mirándola por encima del borde de sus gafas de sol, él frunció el ceño y alzó una mano en el momento en que ella fue a hablar.

–No me lo digas, eres… Abbi, ¿verdad? Y nos conocimos en una fiesta hace tres… o cuatro semanas. Abbi… Hay.

–Casi. Pero es Haig. Me sorprende que lo recuerdes.

–Los nombres de las chicas altas nunca se me olvidan, y menos si son bonitas.

–¿En serio? Me extraña no haberlo notado en la fiesta –respondió ella, sorprendiéndose a sí misma de estar coqueteando.

–Hago lo posible por no mezclar mi vida personal con los asuntos relacionados con la universidad. Sin embargo, ahora es diferente.

Abbi sabía a qué se refería, a algunos miembros de la jerarquía universitaria no les importaba en absoluto tener relaciones con las alumnas; de hecho, hacían que pareciera parte del programa académico.

Abbi no sabía cómo había sido, pero estaba caminando por la calle y él llevaba las bolsas con la comida.

–¿Qué estás haciendo en Villers Bocage, Zach? –preguntó Abbi con curiosidad.

–Yo podría hacerte la misma pregunta, excepto que…

–¿Excepto qué? –dijo ella.

–Excepto que tú podrías decirme que vives aquí. Tu acento ha sido lo primero que he recordado, algo misterioso… pero atractivo.

–No, no vivo aquí exactamente. Mi hogar está en Inglaterra, pero pasé la infancia aquí. Mi padre era francés, aunque murió cuando yo era pequeña. Mi madre regresó a Inglaterra y acabó casándose otra vez, con un inglés –concluyó Abbi.

–Entiendo.

Zachary McGuire contempló el perfil de ella, curvando los labios con gesto apreciativo, sorprendiéndose a sí mismo por el interés que sentía. Pero ya se había fijado en ella aquella tarde en Oxford, no solo por su intrigante acento, sino por lo atractiva que era a pesar de su indumentaria informal. O quizá por eso mismo. Abbi tenía unas piernas sumamente largas, suaves y bronceadas. Le sentaban bien los pantalones cortos y la camiseta blanca, realzaban su figura.

Pero era el rostro de aquella joven lo que casi le dejó sin respiración. De belleza clásica, aunque algo inusual, con pronunciados pómulos, dientes preciosos, y un sedoso pelo negro que ella retiró de su rostro con una elegante mano, un gesto totalmente continental. Sí, se habría dado cuenta de sus raíces francesas aunque no hubiera tenido acento.

Y esos ojos… ¡Qué ojos! Mirarlos era una experiencia hipnotizadora. Ámbar salpicado de oro. Y por si fuera poco, rodeados de las pestañas más ridículamente largas que había visto en la vida.

Notó que ella estaba riendo, quizá de su reacción, y le dedicó una sonrisa mientras, por dentro, se sentía como un adolescente. Ella estaba revolviendo en uno de los bolsillos de sus pantalones cortos, y Zach supuso que estaba buscando las llaves del coche ya que se habían detenido delante de un viejo Citroën.

–Aún no has contestado a mi pregunta –comentó Abbi.

–¿Qué pregunta? –aún distraído por culpa de aquella chica, Zach tuvo dificultad en recuperar el hilo de la conversación–. Ah, sí, que por qué estoy aquí, ¿verdad?

La sonrisa de Zach, no del todo inocente respecto al efecto que podía tener en una ingenua joven de veinte años, se vio recompensada con el rápido ascenso y descenso del pecho femenino. Los labios entreabiertos eran tan incitantes, y los ojos… Pero Zach supuso que la reacción de ella era, simplemente, equiparable a la suya propia.

–Llevo en esta región un par de días y he salido de la carretera para tomarme una cerveza y para comer algo. ¿Podría convencerte de que vinieras a comer algo conmigo?

Abbi se sintió inspirada y las palabras le salieron de la boca sin pensar. Pero cuánto se arrepintió después de ello. De haber callado, él podría haberse convertido en un intrigante recuerdo, la aventura romántica de su vida que podría haber sido, pero que no fue.

–Tengo una idea mejor, ¿por qué no vienes tú a mi casa? En la bolsa, llevo algo de comida congelada que tengo que meter inmediatamente en el congelador, así que es necesario que vuelva a casa. Pero podría preparar una ensalada y darte algo de beber antes de que vuelvas a la carretera.

Para entonces, ya habían metido las bolsas en el coche y ella lo estaba mirando con un mechón de cabello que se apartó del rostro con un típico gesto atractivo.

–Vamos, di que sí. Hay una piscina, por si te apetece refrescarte un poco.