Romance peligroso - Anne Mather - E-Book
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Romance peligroso E-Book

Anne Mather

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Beschreibung

Damon pensaba que Emma era solamente una coqueta y no creía en su amor. Se resistía a perder su dignidad por una mujer que tal vez no fuera sincera. Emma sólo sabía que ahora lo necesitaba más que nunca. El amor que había sentido por él cuando tenía diecisiete años no había muerto; al contrario, se había acrecentado. Ahora, su amor por Damon era el de una mujer, no el de una alocada adolescente. ¿Cómo podría hacérselo entender?

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Seitenzahl: 207

Veröffentlichungsjahr: 2018

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1975 Anne Mather

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Romance peligroso, n.º 2185 - diciembre 2018

Título original: Dangerous Rhapsody

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-072-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Carta de los editores

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Si te ha gustado este libro…

 

 

 

 

 

 

Queridas lectoras,

 

Hace ya algo más de veinticinco años Harlequin comenzó la aventura de publicar novela romántica en español. Desde entonces hemos puesto todo nuestro esfuerzo e ilusión en ofrecerles historias de amor emocionantes, amenas y que nos toquen en lo más profundo de nuestros corazones. Pero al cumplir nuestras bodas de plata con las lectoras, y animados por sus comentarios y peticiones, nos hicimos las siguientes preguntas: ¿cómo sería volver a leer las primeras novelas que publicamos? ¿Tendríamos el valor de ceder a la nostalgia y volver a editar aquellas historias? Pues lo cierto es que lo hemos tenido, y durante este año vamos a publicar cada mes en Jazmín, nuestra serie más veterana, una de aquellas historias que la hicieron tan popular. Estamos seguros de que disfrutarán con estas novelas y que se emocionarán con su lectura.

 

Los editores

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LAS OFICINAS de Thorne Chemicals estaban situadas en una bocacalle de Cromwell Road, en un edificio alto, de cemento y cristal, proclamando con su altura su indiscutible prosperidad e independencia. Un portero uniformado vigilaba las escaleras que llevaban hacia las puertas giratorias de la entrada principal. Emma pensó por un momento que ese individuo poderoso creería que ella debería utilizar la entrada lateral de los empleados, pero armándose de valor empujó las puertas y penetró en el edificio.

Inmediatamente notó que sus pies se hundían en una espesa alfombra verde jade. Al otro extremo del pasillo vio una mesa tras la que se sentaba una elegante rubia. El diseño perfecto de sus cejas se curvó al ver a Emma y pareció sorprendida. Emma tragó en seco y cruzó la alfombra hasta la recepción.

–Tengo una cita con el señor Thorne a las once.

La rubia consultó una agenda.

–¿Es usted la señorita Harding?

Emma asintió y sintió que las rodillas le fallaban. ¿Por qué la había metido Johnny en aquel lío tan terrible?

En ese momento, la rubia utilizaba el interfono de la mesa, y Emma, volviendo a la realidad, la oyó hablar con la secretaria de Damon Thorne. Comprobaron los nombres y la hora de la cita. La rubia colgó el teléfono y se volvió hacia Emma.

–La secretaria del señor Thorne mandará a un empleado para que la acompañe hasta su despacho –dijo en un tono impersonal y frío–. Siéntese un momento, por favor.

Señaló con indiferencia varios sillones distribuidos por el hall y volvió a la lectura de un montón de papeles.

Emma se sentó nerviosamente en el borde de uno de los sillones y se quitó los guantes, preguntándose si encontraría las palabras adecuadas para llevar a cabo su entrevista. Resultaba muy cómodo para Johnny dejarla a ella que se enfrentase con lo peor. Pero ni él mismo sabía la terrible situación en que la ponía en aquellos momentos; de lo contrario no la hubiera dejado cargar con toda la responsabilidad de su culpa.

El hecho de que Emma hubiese tenido algo más que una simple amistad con Damon Thorne hacía unos años había sido suficiente. Pero ni Johnny ni nadie sabían realmente la historia y por eso desconocían el hecho de que ella era la persona menos indicada para pedir favores a Damon Thorne.

Emma deseó que la persona que debía recogerla lo hiciera lo antes posible. La espera era una agonía y ya estaba muy nerviosa.

Miró su reloj. Ya llevaba allí más de diez minutos. ¿Cuánto tiempo más tendría que esperar?

Emma suspiró. ¿Era una técnica de Damon Thorne para intimidarla? A pesar de no tener idea de cuál era el propósito de su visita, él no podía creer que fuera algo de tipo impersonal.

El sonido del ascensor anunció la llegada de un joven alto y delgado que miró alrededor del hall y cuyos ojos se iluminaron al ver la pequeña figura de Emma. Avanzó hacia ella, sonriendo.

–¿La señorita Harding? –preguntó, y cuando Emma asintió con la cabeza y se puso en pie, añadió–: Por aquí, por favor.

El ascensor los llevó hasta el último piso del edificio, donde estaban las oficinas privadas de Damon Thorne. Además de la parte dedicada a las oficinas propiamente dichas, en el mismo piso él tenía un apartamento amueblado que usaba para reuniones informales con sus amistades. Emma lo sabía. Había estado una vez allí, aunque en aquella ocasión había subido en el ascensor que daba directamente al hall de dicho apartamento.

Las puertas del ascensor se abrieron frente a un largo corredor con una alfombra roja y varias puertas a los lados.

El joven que la había acompañado en el ascensor la guió a lo largo del corredor hasta el otro extremo, lejos de los ruidos molestos, donde se hallaba la amplia y cómoda oficina de la secretaria particular de Damon Thorne. Era su secretaria en la oficina de Londres desde hacía más de diez años, y Emma estaba segura de que había reconocido su nombre, ya que no le habría pasado inadvertida su amistad con el jefe unos ocho años antes, cuando Emma usaba la línea de teléfono privada para llamarle.

–Ésta es la señorita Harding –dijo el joven cuando hizo pasar a Emma al despacho.

–Muchas gracias –dijo la secretaria, sonriendo fríamente. Cuando el joven salió, se levantó de su mesa y miró atentamente a Emma–. Buenos días, señorita Harding –dijo secamente–. El señor Thorne la recibirá enseguida, pero debo advertirle que está ocupadísimo cuando viene a Londres, y su próxima cita es a las once y cuarto.

Emma logró mantener la compostura. No iba a permitir que la secretaria de Damon Thorne la intimidara, como obviamente estaba intentando hacer.

–El asunto que tengo que tratar con el señor Thorne no me ocupará mucho tiempo –dijo tan fríamente como había hablado la secretaria–. ¿Puedo pasar ya?

Asintió con la cabeza y Emma, temblorosa, llamó con los nudillos a puerta.

Su voz profunda dijo: «Adelante». Emma entró y cerró con firmeza en la misma cara de la secretaria.

Se encontró en una gran sala alfombrada en azul, con cortinas del mismo color a ambos lados de los amplios ventanales. Desde allí se podía apreciar un magnífico panorama de la ciudad. En el centro de la habitación había una inmensa mesa de despacho de caoba cubierta con infinidad de papeles y varios teléfonos. En una mesa auxiliar había una bandeja con bebidas. Las paredes del despacho estaban recubiertas de estantes rebosantes de libros, la mayoría científicos o técnicos, lujosamente encuadernados en piel, con inscripciones en oro.

Pero quien atrajo la atención de Emma fue el hombre que se hallaba sentado tras la mesa y que cortésmente se levantó al entrar ella. Emma trató de ver si se habían producido muchos cambios en él. Siete años y medio era mucho tiempo, y las fotos que publicaba la prensa de vez en cuando no reflejaban la realidad.

Damon Thorne era un hombre de unos cuarenta años, aunque parecía más joven. Alto y corpulento, tenía el pelo negro y ligeramente canoso. Tenía ojos de color verde intenso y una boca grande y sensual. Era el tipo de hombre que las mujeres encontraban atractivo, sin tener en cuenta su fortuna y posición.

Entornó los ojos cuando entró ella y, en tono burlón, dijo:

–Bien, bien, Emma. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos.

Emma retorció los guantes entre sus dedos y se acercó hacia la mesa. A su manera de ver, había cambiado muy poco y, como siempre, encontraba su personalidad electrizante.

–Buenos días –dijo, omitiendo intencionalmente cualquier forma de tratamiento.

Él dio la vuelta a la mesa, colocó una silla frente a la suya e indicó a Emma que tomase asiento. Emma aceptó rápidamente ante el temor de que sus piernas le fallaran.

–¿Quieres tomar algo? –preguntó, y cuando ella denegó con la cabeza, añadió–: ¿Un café, tal vez?

–No, gracias. Yo… bueno, seguramente te preguntarás por qué he venido –se miró fijamente las uñas.

Damon Thorne volvió a su asiento, pero en lugar de sentarse tomó la caja de puros que había sobre la mesa, sacó uno y lo encendió mientras la observaba.

–Sí –dijo una vez que encendió el puro–. Admito que siento curiosidad.

–Es por Johnny –dijo–. Parece que se ha metido en un lío.

Damon Thorne se sentó, recostándose en su asiento perezosamente, y la miró con una sonrisa irónica.

–¿De verdad? Te refieres a tu hermano Johnny, claro.

–Claro –asintió ella.

–Sigue.

Emma luchó por encontrar las palabras adecuadas. Decir lo que tenía que decir sin rodeos suponía aceptar la total culpabilidad de Johnny, cuando en realidad había sido víctima de sus propios impulsos. Pero, ¿cómo explicar todo eso a aquel magnate de los negocios? Damon Thorne no comprendería ni perdonaría ninguna flaqueza en sus empleados, y su hermano Johnny, que trabajaba en el departamento de contabilidad de aquel mismo edificio, encontraba que su salario no cubría las deudas que había contraído en el juego.

Además, Johnny había descubierto un sistema para tomar dinero prestado de la compañía, y durante los últimos seis meses había mejorado sus ingresos por medio de ese sistema, con la esperanza de que las ganancias le permitieran reponerlo pronto.

Una vez metido en ese embrollo, no se había atrevido a decírselo a su hermana. Ella no se habría enterado nunca de no ser porque los auditores iban a efectuar una inesperada inspección de los libros a mitad de año. Y ahora, aun en el caso de que Johnny tuviese el dinero para reponerlo, ya no habría tiempo para reajustar los libros y ocultar el desfalco.

Así pues, había recurrido a Emma, y como ella sabía que le podían acusar y hasta encarcelar por ese delito, además de perder su puesto en la compañía, había accedido a hablar con Damon Thorne.

A Thorne no le pasó desapercibido el nerviosismo de Emma e, inclinándose hacia ella, le dijo:

–Supongo que los problemas de tu hermano no tendrán nada que ver con el control de los libros que los auditores comenzarán a hacer la semana próxima.

Emma alzó rápidamente la cabeza y advirtió en su cara una expresión casi divertida. Su rostro permanecía sereno, sin denotar preocupación. Era como si él supiese más del asunto que ella misma.

Con un gesto nervioso se alisó la espesa cabellera negra que le caía a la altura de los hombros. Bajando la mano, miró, sin verlo, uno de los teléfonos que había sobre la mesa.

Él se levantó de su asiento y se dirigió a una mesa lateral donde un termo con café recién hecho invitaba tentadoramente. Sirvió una taza de café con leche y azúcar y la colocó en la mesa ante ella.

–Toma –dijo sin ningún protocolo–, creo que te sentará bien.

–Gracias –la voz de Emma era educada pero fría. Casi instintivamente acercó la taza de café a los labios y bebió el reconfortante líquido.

Damon Thorne se sentó en el borde de la mesa, muy cerca de ella, mirándola atentamente. Luego se encogió de hombros y dijo:

–Está bien, Emma, te evitaré este mal rato. Conozco todo lo que tu hermano ha hecho con los libros de contabilidad.

La taza de Emma chocó contra el plato.

–¡Lo sabes! –murmuró–. Y me has dejado entrar aquí, pasando el rato más amargo de mi vida mientras trataba de encontrar la forma de decírtelo –su nerviosismo desapareció bajo una ola de indignación.

Damon sonrió burlonamente.

–Vamos, vamos, Emma –dijo suavemente–. No me debes acusar por eso. Al fin y al cabo, el hecho de que yo lo sepa no cambia nada la situación.

Tenía razón, por supuesto. Ella debió haber comprendido que los contables más antiguos de Damon Thorne no se iban a dejar engañar por un jovencito como Johnny. Damon se habría divertido mucho el verla llegar para implorar clemencia para su hermano, aunque no había mencionado qué le esperaba por castigo.

–¿Y qué pasará ahora? –preguntó tratando de mantener serena la voz.

El estar cerca de él la desconcertaba; mientras había estado al otro lado de la gran mesa, había logrado engañarse a sí misma pensando que era simplemente el jefe de Johnny, al que ella había acudido en busca de ayuda. Pero ahora que estaba allí, a pocos centímetros de ella, todos los recuerdos imborrables de su relación anterior volvieron a su mente. ¿Pudo ella, realmente, dominar en cierta época a ese hombre fuerte y poderoso? ¿La había abrazado anteriormente y sus labios se habían unido a aquella boca despreciativa?

De pronto el rubor coloreó sus mejillas y agachó la cabeza con la esperanza de que él no lo notase. Si se dio cuenta por lo menos no hizo ningún comentario al respecto.

–Supongo que tu presencia aquí se debe a que quieres evitar que tu hermano se exponga a la vergüenza pública –apagó la colilla del puro en el cenicero–. ¿Por qué supones que te voy a ayudar?

–No he creído tal cosa –dijo temblorosa–. Johnny me pidió que viniera a verte. No podía negarme.

–Claro que no –se puso en pie y paseó alrededor de su mesa. Vestido con un traje oscuro y con su blanca camisa bajo el chaleco parecía un extraño otra vez. Quizá fuera mejor así, pensó ella casi sin aliento–. Tengo que confesarte que cuando me enteré del desfalco –Emma se estremeció al oír esa palabra– supe que no pasaría mucho tiempo sin que tú solicitaras una entrevista para hablar conmigo. Conociéndote como te conozco, o, mejor dicho, conociendo tu manera de ser, supuse que te convencerían con facilidad para que recurrieses a mí. Y también conozco bastante bien a tu hermano, y su pasión por el juego no me ha pasado desapercibida. Sabía que en esta situación ibas a estar tú implicada, y como ves no me he equivocado.

Emma encogió sus estrechos hombros con resignación.

–Debí haber buscado otra solución que no fuera recurrir a ti –dijo tranquilamente–. Después de todo, tú no tienes nada que agradecerme, y creo más bien que disfrutas con el mal trago que Johnny ha de pasar.

Damon Thorne golpeó la mesa con el puño.

–¡Maldita sea! –dijo, enfurecido por la actitud que ella adoptaba–. Aún no tienes ningún motivo para juzgarme.

Emma se levantó.

–¿Por qué no? ¿Nos vas a ayudar, sí o no?

Estaba segura de que la contestación sería negativa y por eso no le importaba mucho lo que él dijese a continuación. Quería salir de la oficina lo más rápidamente posible, antes de que su orgullo la abandonara y se echase a llorar.

Damon Thorne dio la vuelta a la mesa y la miró fijamente.

–Sí, te voy a ayudar, pero con una condición.

A Emma le flaquearon las piernas y tuvo que volverse a sentar. Su alegría fue tan grande que de momento no se dio cuenta de lo que él había dicho seguidamente. Abrió, nerviosa, su bolso para buscar un cigarrillo porque necesitaba fumar.

Pero antes de que pudiera sacar nada, él le ofreció una tabaquera de ónix que había sobre su mesa. Tomó un cigarrillo agradecida y dejó que él se lo encendiera. Cuando hubo aspirado el humo y se sintió más tranquila se dio cuenta de lo que había oído. Lo miró sorprendida y sacudió repetidamente la cabeza.

–No te entiendo. Naturalmente, Johnny pagará hasta el último centavo.

–La cuestión monetaria de este asunto queda enteramente en manos de mis contables –la voz de él era cortante.

–Pero ¿qué otro precio podremos pagar nosotros? –Emma estaba confusa.

–No me refiero a vosotros, me refiero a ti –dijo él con suavidad.

Ella le miró fijamente. Se puso en pie y se separó de él. ¿Para qué la querría Damon Thorne? Seguro que después de todo aquel tiempo no podría pensar todavía…

–No –dijo él duramente, como leyendo sus pensamientos–. No creas ni por un momento que me interesas sexualmente.

Lo dijo de una forma desdeñosa, con la boca torcida, y Emma sintió corno si algo se encogiera en su interior. La examinó de arriba abajo con insolencia, descartando el efecto que sin saberlo producía ella con su traje verde oscuro y su blusa blanca. Aunque no se podía decir que era una belleza, tenía unos ojos grandes y una cara pequeña y muy expresiva, y sus labios eran sensuales y generosos. Más que bonita, se la podía definir como sumamente atractiva.

–¿Qué es lo que deseas de mí? Soy enfermera, no secretaria –dijo, retorciendo los guantes nerviosamente.

En ese preciso instante uno de los teléfonos de la mesa empezó a sonar. Alargando el brazo, él levantó el auricular.

–Habla Thorne. ¿Quién es?

Dijo algo sobre un asunto técnico, y Emma no prestó demasiada atención. Cuando la conversación terminó, el interfono en un extremo de la mesa empezó a sonar. Maldiciendo en voz baja, él apretó un botón y dijo:

–¿Sí?

La voz de su secretaria se dejó oír fría y bien modulada.

–Ya ha llegado el secretario del ministerio, señor. Su cita era para las once y cuarto y ya son las once y veinte.

Damon Thorne miró su reloj.

–Dígale que tendrá que esperar otros quince minutos –respondió sin alterarse.

–Pero señor Thorne…

–Dígaselo.

–Sí, señor.

Pulsó de nuevo el botón. Durante ese tiempo, Emma recobró la calma. El shock inicial de su decisión había desaparecido, pero todavía no sabía para qué la necesitaba.

Él la miró.

–Como decías –dijo suavemente sin dar importancia al hecho de que hiciese esperar al secretario del ministro por motivos personales–, eres enfermera, y es precisamente por eso por lo que requiero tus servicios.

Emma tragó con dificultad.

–Entiendo.

Aunque en realidad no comprendía nada. ¿Estaría enfermo? No lo parecía, pero podía tener una de esas enfermedades que no presentaban síntomas al principio. Se sintió ligeramente preocupada.

Damon Thorne se colocó ante su mesa y encendió otro puro. Luego, cuando ella se negó a sentarse otra vez, dijo:

–Supongo que sabrás que estuve casado.

Emma asintió. Claro que lo sabía. ¿No se había casado con Elizabeth Kingsford a las pocas semanas de haberse separado de ella? ¿Y no la había destrozado por completo aquella noticia?

–Tuvimos una hija, Annabel. Ahora tiene seis años y medio.

Emma volvió a asentir.

–Lo que quizá desconozcas, porque no se ha publicado en los periódicos, es que la niña es ciega –observó con curiosidad la reacción de ella: sus ojos de sorpresa, el gesto de compasión de su boca–. Cuando su madre murió en el accidente, Annabel estaba con ella. Elizabeth conducía vertiginosamente y, al llegar a una curva muy cerrada, Annabel recibió un golpe tremendo en la cabeza. Cuando se recuperó no podía ver.

Emma movió lentamente la cabeza.

–Lo siento. ¿Podrá recuperar la vista más adelante?

–Los especialistas lo creen posible, pero yo no tengo la misma fe. En todo caso, es demasiado pronto para saberlo. Es muy joven para hacerle una operación. Yo no daría mi consentimiento para que le hicieran nada. Así que éste es el problema. La enfermera que ha acompañado a Annabel durante los últimos dieciocho meses, o sea, desde el accidente, nos deja para casarse. Necesito una nueva compañera para la niña. No me gusta meter desconocidos en mi casa, y tú no serías desconocida. ¿Estás de acuerdo?

Emma quedó desconcertada. Necesitaba tiempo para estudiar una oferta así. Vivir en la misma casa que Damon Thorne, verle a menudo, cuidar a su hija… era lo último que deseaba hacer. Pero, ¿acaso podía escoger? Tenía que elegir entre eso y salvar a Johnny de la cárcel, o dejar que Johnny se defendiera como pudiese.

–Yo… tengo un empleo –se disculpó–. Soy enfermera encargada. Dentro de poco ascenderé. No sé qué decir, Damon.

Él sonrió con cierta burla.

–Estoy seguro de que aceptarás. Si no, las cosas se van a poner muy duras para tu hermano.

–¡Eres despreciable! –exclamó, sin poder reprimirse.

–El mejor adjetivo es «cínico».Pero si lo soy, la única persona responsable de ello eres tú, ¿no crees?

Emma apartó la vista, incapaz de seguir mirándole. Damon no sabía lo que decía; no sabía lo que le estaba pidiendo.

–Parece ser que no tengo opción –dijo en voz baja–. Tendré que advertir al hospital que me voy. Normalmente exigen que se avise con un mes de anticipación…

–Dales quince días. Yo te pagaré el sueldo de las otras dos semanas. Si tienen alguna queja, diles que hablen conmigo.

Emma se volvió rápidamente.

–¡Crees que el dinero puede comprarlo todo! –gritó indignada.

Él negó con la cabeza.

–Yo sé que no –dijo seriamente. Luego, cambiando de tono, continuó–: No sé por qué estás tan enfadada. Deberías estarme agradecida. En vez de pasar el resto del invierno en un clima frío, lo pasarás tostándote al sol en las Bahamas.

–¡Las Bahamas! –exclamó Emma asombrada.

–Claro. Yo vivo allí ahora, ¿no lo sabías? Bueno, quizá no. Tampoco hemos dado publicidad a eso.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

CUANDO Emma volvió al piso que compartía con Johnny, éste la estaba esperando. Desde que sus padres fallecieron, hacía cuatro años, vivían en aquel pisito, pues habían tenido que vender la antigua casa y no contaban con mucho dinero.

Johnny se levantó del sofá donde estaba tumbado y miró a su hermana.

–¿Le has visto? ¿Me ayudará a salir de este lío?

–Sí, lo he visto. No, no te va a llevar a los tribunales…

–¡Oh, Emma, Emma querida! –Johnny la tomó en sus brazos y le dio unas vueltas por el aire–. Sabía que lo conseguirías. ¡Lo sabía!

Emma se sentó en un sillón y encendió un cigarrillo. Las manos le temblaban. Su mente no había asimilado todavía el cambio que iba a efectuarse en su vida. Además de todas sus dificultades personales, estaba el problema de Johnny. A pesar de que tenía un año más que ella, es decir, veintiséis, siempre había parecido menor y ella era la que tenía que sacarle de todas las dificultades. Le resultaba difícil pensar que iba a abandonarlo, que tendría que alejarse miles de kilómetros, sin poder comprobar si comía a sus horas o si bebía demasiado.

Johnny estaba fumando también. Con el cigarrillo entre los dientes, daba vueltas alrededor de la habitación.

–Emma, eres maravillosa.

Emma suspiró.

–Aún no lo has oído todo –le dijo secamente–. Damon Thorne quiere algo a cambio de su dinero.

Johnny se paró en seco.

–¿Qué es lo que puede querer aparte de recuperar su dinero?

–Me quiere a mí. Mejor dicho, quiere mi experiencia como enfermera. Su hija Annabel necesita una enfermera que la acompañe. Ése es el precio.

Johnny se encogió de hombros e hizo una mueca.

–Bueno, eso no es tan terrible, ¿verdad? Me refiero a que si trabajas para Thorne no te pagará mal. Al principio creí que quería otra cosa… ¿Por qué pones esa cara tan larga?

Emma se quedó mirándole como si fuese la primera vez que le veía.

–Sinceramente, Johnny, eres el colmo. Sabes perfectamente que me encanta mi trabajo y que me iban a ascender. No me gusta tener que abandonarlo y marcharme para hacer de nodriza de una niña pequeña. Pero yo no te importo absolutamente nada, ¿verdad? Lo único que te preocupa es verte libre de tu problema.

Johnny estaba azorado.

–No te pongas así, niña cascarrabias.