Ruta 74 - Yolanda Pinto Ferian - E-Book

Ruta 74 E-Book

Yolanda Pinto Ferian

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Beschreibung

La agente Deborah Conray del FBI está encargada de la investigación sobre posibles técnicas psiquiátricas ilegales que se puedan estar inflingiendo a los presos de la prisión de Rosvanville. Sin embargo a la agente Conray se le acumula el trabajo, paralelamente unas extrañas e inexplicables desapariciones de personas están sucediéndose en la inhóspita y desolada Ruta 74 que cruza Arizona, lo que exige a la agente del FBI ampliar su campo de investigación, pero sino se da prisa, la enigmática Fundación Blackland seguirá actuando con total impunidad.

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Yolanda Pinto

© Yolanda Pinto

© Ruta 74. Camino hacia la muerte

ISBN digital: 978-84-686-9781-9

Impreso en España

Editado por Bubok Publishing S.L.

—1—

Fiona Levinson gritó desde el interior de la gasolinera:

—¡¡Vamos, vamos, están llamando!! ¡¡Raymond sal de tu cuarto y abre la puerta que yo estoy ayudando a tu padre a vestirse¡¡

—Un sonido ahogado, como un balbuceo emitió la garganta de Raymond. En un momento sonó el ruido de unas muletas de madera contra el suelo, Raymond se dirigió con ellas hacia la puerta principal de la gasolinera. Tenía una pierna mutilada a la altura de la ingle y las muletas eran su único sostén, en cuanto a su aspecto pocos se recuerdan tan aterradores, su cara estaba totalmente quemada, la nariz era aplanada a la altura de la cara mostrando únicamente dos orificios nasales horizontales, tenía dos cicatrices como cosidas sobre el rostro de color rojo, una de de ellas le atravesaba la cara desde la frente hasta la barbilla, la otra le recorría el pómulo derecho desde el lóbulo de la oreja hasta uno de los orificios nasales, en cuanto a las orejas estas eran oscuras y prominentes, adornaban sus ojos, aquel semblante también carecía de labios bucales puesto que el día que los médicos reestructuraron la cara lo máximo que pudieron hacer fue una abertura a la altura de las encías para que al menos Raymond pudiera respirar y emitir algún sonido sordo de sus pulmones para comunicar algo.

Los brazos musculados de Raymond avanzaron con las muletas su cuerpo a través de la estancia hasta llegar a la puerta de la gasolinera, finalmente la abrió.

—¿Venden aquí tabaco? Le preguntó un forastero que parecía perdido por esta zona de Cave Creek. Raymond conocía todos los habitantes del pequeño poblado, la cara del tipo que tenía frente a sí era la primera vez que la veía.

El forastero que tendría unos treinta años, se fijó en el aspecto aterrador del Raymond, pero su ansia por tabaco no le detuvo a entrar en la estancia de la gasolinera cuando vio el movimiento de la cabeza de Raymond asintiendo a su pregunta. El forastero entró, el sonido de las botas texanas que llevaba contra las baldosas del suelo casi anularon un sonido extraño y agudo que emitió Raymond desde sus entrañas mientras le señalaba la máquina expendedora de tabaco.

—¡¡Ah genial, dijo el forastero¡¡ ¡¡Espero tener cambio!!

—Hay poca gente por aquí, dijo el forastero mientras andaba hacia la máquina expedendora de tabaco. Genial son dos dólares con veinte centavos dijo en voz alta cuando se fijó en el precio del tabaco que marcaba la máquina, —No tendré que cambiar, tengo tres dólares dijo mientras se metía la mano en un bolsillo para sacar las monedas.

El forastero sacó el dinero y lo echó en la máquina, pulsó el botón, mientras tanto Raymond cerró sigilosamente el pestillo de la puerta principal de la gasolinera al tiempo que emitió un sonido atípico al oído humano de su garganta, parecía un aviso de algo.

—¿Le pasó a usted algo, algún accidente? Parece que no puede hablar por lo que veo. Le preguntó el forastero a Raymond mientras se giraba de la máquina expendedora con el paquete de tabaco Marlboro hacia la puerta principal.

En un momento apareció Fiona Levinson, la madre de Raymond en la estancia, éste con el sonido estrambótico anterior la había llamado momentos antes, Fiona comprendía su extraño lenguaje sonoro.

Buenas tardes, dijo Fiona al forastero.

—¿Qué tal señora?

Fiona se dirigió de nuevo hacia la máquina expendedora, y antes de que el forastero llegara a la puerta de la gasolinera, le dijo:

—Señor se dejó parte de su vuelta en el cajetín de la máquina.

—Gracias, dijo el forastero, juraría que cogí todo el cambio, dijo mientras se dirigía de nuevo andando hasta la máquina expendedora.

El forastero se inclinó hacia abajo para meter la mano en el cajetín del cambio, cuando Fiona que estaba detrás suyo pasó sobre su cuello una soga con la que apretó fuertemente su garganta. Al impacto, el forastero soltó la caja de tabaco que tenía en una de sus manos, y se abalanzó con sus dos manos hacia la soga que le oprimía el cuello con más vehemencia cada vez.

—¡¡Suélteme, está usted loca¡¡ Pronunció al forastero con una voz ya casi exangüe, su pierna derecha vibraba rítmicamente lo que causó un sonido rítmico del tacón de la bota texana contra el suelo, el sonido se repetía sin parar al unísono que perdía su último hálito de vida.

Raymond emitía sonidos estridentes a través de su laringe, parecía que aquella escena lo ensalzaba y lo emocionaba.

Fiona notó que el forastero no respiraba, tenía el rostro amoratado, su pierna derecha dejó de moverse tornándose yerta, el tacón de la bota texana dejó de golpear las baldosas del suelo, entonces Fiona aflojó la soga cediéndolala laxa y dejó que el pesado cuerpo del forastero cayera inerte sobre el suelo de la estancia rígido y marmóreo.

—2—

Iglesia de Mount Claret, Febrero de 1982, Phoenix (Arizona)

El Dr. Hamilton se bajó de su coche Ford Mustang, un manto de nubes grises cubría el cielo, un viento fresco azotó su rostro a la vez que avanzaba hacia la Iglesia. Comenzó a chispear, las diminutas gotas de agua como perlas trasparentes apenas se apreciaban sobre el elegante traje negro de tweed del Dr. Hamilton.

Entró en la iglesia de Mount Claret, la misa ya había comenzado, sonaba en el órgano las primeras notas de la melodía Toccata y Fuga en D menor de Juan Sebastián Bach. En frente del púlpito había un elegante y tallado féretro de madera de nogal, la ventana del ataúd estaba abierta mostrando el torso y la cara del cadáver del Dr. Covalski.

El Dr. Covalski amigo y compañero del Dr. Hamilton era al igual que él, profesor catedrático de neurología en la Universidad de medicina de Phoenix.

La iglesia estaba casi vacía, apenas una veintena de personas ocupaban los bancos delanteros de madera, era una misa privada, poco concurrida, asistían a ella la familia y los amigos más allegados del Dr. Covalski.

Después de terminar el sacerdote con sus plegarias, echar agua bendita sobre el féretro y el cadáver, llegó el turno de comulgar. El Dr. Hamilton se colocó detrás de algunas personas cuando la cola para llegar hasta el sacerdote comenzó a formarse, antes de llegar a tomar la ostia todos pasaban al lado del féretro que aún permanecía abierto, Hamilton al pasar y mirar al Dr. Covalski se dio cuenta que su amigo tenía buen aspecto a pesar de estar muerto, una leve sonrisa adornaba su rostro maquillado, los ojos los tenía totalmente cerrados, los labios pintados con un rojo exagerado y el pelo negro azabache engominado y brillante perfectamente peinado hacia atrás formando un pequeño tupé, la familia le había vestido con su mejor traje de chaqueta negro, una camisa blanca de raso y una corbata negra a juego con el traje decoraba su cuello.

Tanto el Dr. Hamilton como el ahora difunto Dr Covalski habían luchado en sus investigaciones científicas por preservar la vida humana, sin embargo éste ahora se encontraba en el lugar en el que nunca quiso estar. El Dr. Hamilton sintió angustia e impotencia al observar la rigidez y lo irreversible de la muerte en la cara ya casi pálida, casi acartonada de su amigo el Dr. Covalski rodeada de los ribetes blancos de satén acolchado que revestían la caja de madera de color rojo café.

Por fin terminó la misa, el sacerdote junto con el monaguillo fueron los encargados de cerrar la ventana del féretro, mientras lo hacían la hija del Dr Covalski se acercó al Dr. Hamilton y le dijo en voz baja:

—Buenos días Dr. Hamilton, perdone que le moleste en este impreciso e inoportuno momento, pero tengo que darle algo que mi padre dejó para usted.

El Dr. Hamilton escudriñó con curiosidad los negros cristales de las gafas que se posaban sobre el tabique nasal de la hija del Dr. Covalski, él preferiría haberla mirado a los ojos pero los cristales velados impedían este hecho y mostraban un rictus de inexpresión en la cara de la chica que incomodaron al Dr. Hamilton.

—Buenos días, dijo educadamente el Dr. Hamilton, y permita que antes de todo le de mi gran sentido pésame, su padre era un gran hombre, lo echaremos todos en falta.

La chica no respondió, pero asintió con la cara al comentario halagador que el Dr. Hamilton había hecho sobre su padre.

—Tome, prosiguió la chica, —Lo encontramos en uno de los cajones del escritorio que mi padre tenía en casa, dijo mientras sacaba del bolso un sobre en el que en la parte delantera se leía:

Para el Dr. Johann Hamilton y en una esquina había un sello estampado con las palabras Fundación Blackland.

El Dr. Hamilton cuando vio esas palabras sintió un desasosiego que intentó disimular manteniéndose pétreo en su posición.

—Dr. Hamilton, como verá por el tacto, dentro hay un disquete con información, si se pregunta cómo somos tan diligentes de dárselo a usted antes de saber lo que mi padre dejó en él, le diré que mi hermano que tiene fuertes conocimientos de informática lo ha intentado visionar pero exige tener el código del departamento de la Universidad de neurología de Phoenix, y como ya podrá suponer nos informamos que sólo lo tiene usted y por supuesto lo tenía mi padre, como directores del departamento que son. Como puede ver, por alguna poderosa razón mi padre se guardó de dejar escrito el código de verificación pero no de dejar reseñado que este disquete era para usted, de manera que fue algo intencionado y no nos oponemos a su última voluntad, aquí lo tiene, es la voluntad de la familia respetar los deseos de mi padre, al fin y al cabo es lo último que podemos hacer por él.

Por un momento el Dr. Hamilton sintió una premonición sobre el contenido del disquete y máxime cuando vio las palabras escritas de Fundación Blackland que no era otra cosa que la organización secreta a la que él y el Dr. Covalski pertenecían. Todas estas conjeturas las hizo mientras la hija del Dr. Covalski le estaba hablando, intuyó algo pero nunca se podía imaginar el verdadero mensaje que visionaría al día siguiente en el departamento de neurología de su Universidad en Phoenix.

—De acuerdo, gracias, dijo el Dr. Hamilton, sin dar más explicaciones a la chica. —Seguramente son cosas sobre algunas de las investigaciones que realizamos en el departamento.

El Dr. Hamilton guardó el sobre dentro del bolsillo de su chaqueta, la chica se despidió y volvió al banco delantero donde estaba ubicada junto a sus hermanos y su madre. Una vez concluida la misa, los allí presentes se dirigieron al cementerio de St. Francis para dar sepultura al cuerpo del Dr. Covalski, las finas gotas de agua que apenas molestaban a la entrada de la misa se habían convertido en una lluvia torrencial, el Dr. Hamilton se sacó el sobre con el disquete del bolsillo de su chaqueta y lo camufló entre su pecho y ésta, corrió hacia su Ford Mustang mientras se empapaba, una vez dentro del coche lo arrancó y condujo hasta el 2033N en la 48 Street, aparcó el coche, guardó el disquete en un espacio del salpicadero, después se encaminó refugiado por un paraguas negro hacia el lugar donde el Dr. Covalski recibiría su último adios. Todo allí era tan lúgubre, una vez que el lujoso féretro fue bajado lentamente con dos cuerdas hacia el interior de la fosa, las gotas de lluvia golpeaban tenazmente la madera del féretro, varias rosas y claveles de distintos colores fueron arrojados sobre él por algunas de las personas allí presentes, un fuerte viento comenzó a sonar como una flauta en el desierto cementerio mientras el cortejo luchaba por mantener erguidos sus paraguas que se dislocaban con la fuerza estentórea del viento y el agua.

Al día siguiente, el Dr. Hamilton se dirigió con su coche hacia el 550N en Van Buren Street, una vez allí abrió la puerta del garaje con el mando y aparcó el coche. Subió en el ascensor, pulsó la quinta plata para llegar al departamento de neurología de la Universidad de Phoenix, abrió con llave su despacho y encendió su computadora Commodore 64, introdujo el disquete que le dejó postmorten el Dr. Covalski, tecleó la clave secreta del departamento de neurología.

La pantalla del ordenador se iluminó y comenzó una grabación en la que se visionaba al Dr. Covalski sentado en su despacho. La grabación la había hecho en el mismo departamento de neurología, en concreto era el despacho contiguo al del Dr Hamilton.

El Dr. Hamilton aumentó el volumen del audio, el Dr. Covalski comenzó a hablar:

—”Hola Dr. Hamilton, esta grabación la verá cuando yo ya esté muerto, apenas me quedan semanas de vida, ya sabe usted que a pesar de los esfuerzos que tanto usted como los demás médicos de la Fundación Blackland hicieron trasplantándome un colon sano, sin embargo la metástasis ya tenía minado mi cuerpo. Pero tanto usted como yo sabemos que mi cerebro se salvó de la destrucción mortífera del cáncer y está en perfectas condiciones. Como sabrá desde hace veinte años le suministro a mi cerebro las dos hormonas neurotransmisoras más importantes que intervienen en el antienvejecimiento y en la antioxidación del mismo, la melatonina y la serotonina, además de protegerlo con la Coencima Q10, Vitamina B12 y el ácido fólico.

Juntos llevamos años estudiando cual puede ser la fuente real de la vida, desde la galvanización, hasta la estimulación cerebral por electricidad, el electroshock o los estudios en los que hemosavanzado en el laboratorio de la Universidad con animales en el marco de la criogenia.

Soy un médico, soy un neurólogo, soy un hombre de ciencia y como tal confío en la ciencia y sé que mis predecesores incluido usted avanzarán no sólo en estas ramas sino en la ingeniería genética, en la clonación, en los experimentos con la células embrionarias, en la creación de órganos a partir de las células madre.

Por todo ello antes de morir también dejé una solicitud a nuestro Decano de la Universidad de Medicina la cual consistía en que una vez muerto me extrajeran el cerebro y se conservara en el departamento de neurología a efectos del estudio del mismo, alegando que mis suplementos de melatonina, serotonina y vitaminas habían estimulado y rejuvenecido la glándula pineal más de lo que correspondería a mi edad, pero no ha sido este el motivo del deseo de que se conserve mi cerebro después de muerto y ahí viene el secreto que sólo usted puede conocer.

La razón de querer conservar mi cerebro es porque confío en la Fundación Blackland, y más que nada confío en que usted Dr. Hamilton y demás científicos lleguen un díaa poder revivificarlo aún en el cuerpo de otro ser humano, quizás con la ingeniería genética se pueda crear a través de la regeneración a nivel molecular un cuerpo humano con nuevos órganos exceptuando el cerebro en el que usted sabe igual que yo, en él residen la identidad y la memoria, por eso le solicito la neuropreservación de mi cerebro para si en un futuro me pueden revivir sea con mi propia identidad.

Bueno Dr. Hamilton sólo me quedan dos últimas cosas que decirle antes de acabar esta grabación, la primera es que usted sabe que soy además de neurólogo un virtuoso del violín, de manera que si en un futuro la ciencia me revivifica solicitaría que en un primer momento se me entregue un violín y la partitura de Capriche número 24 de Niccolo Paganini para comprobar ejecutándola que tanto la identidad como la memoria están intactas en mí.

Y por último solicitarle si han pasado varios días desde mi muerte, el departamento de patología de la Universidad a la que encargué la extracción y conservación de mi cerebro debe de tenerlo ya conservado en formol y en breve lo traerán al departamento de neurología de la Universidad, unavez que esté allí, solicito que lo conserve usted en su poder, usted ya me entiende lo que quiero decirle con esto de que lo conserve usted en su poder, y si llegada su edad anciana aún no ha logrado crear la fuente absoluta de la vida, entonces deje esta tarea a sus predecesores o los científicos que pertenezcan a la Fundación Blackland. En todo caso confío en sus avances en la criogenía y en la estimulación cerebral por lo que le auguro un camino muy prometedor confiando que sea usted el que me haga volver a la vida, y recuerde que el esfuerzo y la dedicación para llegar a conseguirlo merecerán la pena, porque ese día será el día en que usted y Dios serán la misma persona”.

La pantalla borró la imagen, la grabación había terminado. El Dr. Hamilton se quedó pensando en todo lo que el Dr. Covalski le dejó ordenado en la grabación, por un momento suspiró, sintió la responsabilidad que pesaba sobre él y lo importante de proseguir las investigaciones que tanto él como los Doctores Alfred Rasvel y Alexander Barnard y en todo caso el ahora difunto Dr. Covalski habían realizado sobre las verdaderas fuentes de la vida y dónde estaba el fino nexo de conexión entre un cuerpo vivo y un cuerpo muerto.

—3—

Cave Creek (Arizona), Julio de 1982

La noche era calurosa, un manto estrellado poblaba el firmamento negro, Harold Levinson llevaba abrazada a una chica que había encontrado en un bar del pueblo Cave Creek, la chica le contó que se encontraba haciendo sola la ruta 74 por Arizona como mochilera ahora que estaba de vacaciones de la Universidad, después de varias copas él la invitó a dar una vuelta en su furgoneta Cruiser 447, se llevaron una bolsa con varias latas de cerveza del bar.

—¡Vamos móntate!, veremos donde podemos ir que estemos a solas le dijo Harold a la chica cuando llegaron a la furgoneta.

—¿Conoces bien todo esto? Preguntó la chica.

—Sí claro, trabajo aquí hace años, estás en mi territorio nena, así que yo te guiaré sin ningún problema.

—Harold salió del aparcamiento al aire libre que tenía la zona de bares, puso la radio en la furgoneta, sonaba Ozzy Osbourne.

—Así que estudias económicas en la Universidad de Chicago, le dijo Harold Levinson a la chica —Vaya, vaya qué chica tan inteligente he conocido esta noche, creo que tengo las estrellas de mi parte esta vez.

Harold comenzó a conducir a lo largo de la Ruta 74, en un momento se desvió de la Ruta y entró por una carretera contigua comarcal la E Cave Creek Road, no estaba iluminada y la chica le preguntó:

—¿Vamos a tu casa? ¿Vives por aquí?

—Jajajaja, no dijo Harold vamos a un sitio más emocionante, déjame que te dé una sorpresa.

—Está bien, dijo la chica sonriéndole y cantando la canción Neve Say Day del álbum Speak of the Devil de Ozzy Osbourne que sonaba en la radio.

Entraron en una vereda de tierra, al cabo de unos minutos Harold aparcó su Cruiser 447 en el lado derecho de la senda, en frente se podía leer Holy Reedemer Cementery.

—Vamos, bajémonos hemos llegado, dijo Harold a la chica.

—Así que te gusta entrar de madrugada en un cementerio, dijo la chica riéndose, al menos vamos a llevarnos un par de latas de cerveza apuntó mientras las cogía de la bolsa de plástico.

Ambos comenzaron a andar uno al lado del otro, en el lúgubre y sombrío lugar sólo se escuchaban las pisadas de ambos sobre el camino de tierra y el click de abrir las dos latas de cerveza. Entraron por una verja que había abierta y comenzaron a subir por un camino de adoquines, en un momento se divisaron lápidas de mármol sobre el suelo que sobresalían de la tierra, la chica comenzó a reírse a carcajadas con una risa nerviosa mientras bebía grandes sorbos de cerveza.

—¡¡Pero Harold!! Exclamó al chica, ¿Te pone hacerlo en un cementerio? Vaya gustos más morbosos que tienes.

—Vamos nena, no hay nada de lo que temer, te aseguro que estamos en el lugar más tranquilo y seguro de todo Cave Creek, no conozco ningún muerto que haya resucitado para cotillear sobre algo que vio, —Dame la mano y no tengas miedo, le dijo convincente Harold.

Avanzando por al camino de adoquines se toparon con dos cuerdas que estaban atadas de lado a lado en el camino prohibiendo la entrada, colgado de las cuerdas había un cartel de madera que decía prohibido el paso, Harold no se lo pensó dos veces y sacó de su bolsillo trasero una navaja de hoja curvada, la abrió y cortó de cuajo las dos cuerdas.

—¡¡Nada detiene al gran Harold!! Gritó poderoso en el silencio de la noche del cementerio.

—Ahora encontraremos una lápida de mármol limpia y reluciente donde te haré la mujer más feliz del mundo, dijo Harold a la chica mientras la abrazaba y la besaba caminando.

—Esta puede ser, dijo Harold acercándose a una lápida gris muy pulcra. Leamos que pone, “Tu esposa e hijos te recuerdan” 1912-1974”.

—Bueno, bueno, dijo Harold, parece que este tipo dijo adiós a la vida hace escasos 8 años, pero no importa, hoy le haremos compañía.

—Vamos nena quítate el vestido, le dijo mientras la besaba y la sentaba sobre la lápida gris.

Harold se tumbó sobre ella, comenzó a besarla mientras la chica intentaba bajarle a él los pantalones, finalmente culminaron el acto sexual en la postura del misionero, después Harold le pidió que ella se pusiera encima de él, la noche estaba estrellada, el silencio era sepulcral salvo el sonido de los suspiros y gemidos de ambos jóvenes. Cuando la chica sentada a horcajadas comenzó a moverse con los ojos cerrados sobre Harold, éste aprovechó el éxtasis de ella para sacar de su bolsillo delantero de nuevo la navaja automática, pulsó el gozne, la hoja serrada y curvada se desplegó de inmediato y mientras la chica gemía de placer sexual con los ojos entornados con la rostro extasiado hacia el negro cielo, Harold elevó la mano agarrando la navaja y en un giro rápido le succionó la garganta, un reguero de sangre cayó desde el cuello de la chica al pecho de Harold. La chica abrió los ojos intensamente mirando a Harold con cara de sorpresa, miedo y desesperación, se agarró con las dos manos su garganta con la intención de tapar la abertura mortal que perforaba su tráquea, apenas podía articular palabra, un balbuceo fue lo único que emitió en su desesperación, finalmente víctima de una muerte fulminante y con una mirada aterradora cayó sobre el pecho de Harold quedando los dos enganchados únicamente por sus órganos sexuales.

Harold limpió la sangre de las dos caras de la hoja serrada de la navaja con la piel del muslo de la chica, después cerró el puñal y se lo guardó en el bolsillo delantero de su pantalón.

—Bueno nena, dijo Harold mientras levantaba de su regazo el cadáver de la chica, echándolo a un lado de la ancha lápida gris, el brazo izquierdo de la chica cayó yerto desde la lápida hasta la tierra. –Esto es lo que le pasa a las zorras como tú que se van con el primer tío que se encuentran en un bar, le dijo cínicamente a la chica.

Harold miró de nuevo la cara de la chica, sus ojos estaban abiertos, su aspecto era vidrioso, posteriormente se levantó, se vistió, cogió el bolso de la chica y cargó el cadáver a hombros hasta que lo subió en la parte trasera de la furgoneta, arrancó el motor, y se dirigió hacia la gasolinera de Cave Creek, mientras lo hacía encendió la radio, de nuevo sintonizó con la emisora Kfnx 1100, en estos momentos toca el grupo de rock Halloween. En un momento del trayecto Harold Levinson se cruzó en la carretera con el Chevrolet del Sheriff Pat Garrett, le hizo luces, el Sheriff le respondió, era su manera de saludarse en la carretera cuando se cruzaban. Todo parecía que iba bien en aquél pueblo, todo tranquilo, nada levantaba las alarmas.

Harold llegó a la gasolinera de Cave Creek, ésta estaba compuesta por tres surtidores de carburante en la parte delantera y una casa de madera a la que se subía con unos 4 escalones de manera y que hacía las veces de bar y hogar de los Levinson, en la casa vivían él y su hermano Raymond junto a su madre Fiona y su padre Joseph, propietarios ambos de la gasolinera Cave Creek. Harold aparcó su Cruiser 447 en la parte trasera de la casa, se bajó de la furgoneta, cogió antes el bolso de la chica y cargó sobre sus hombros con el cadáver, entró en la casa y bajó hasta el sótano con la chica a cuestas, fue encendiendo todas las luces de la casa por donde pasaba, porque a estas horas toda su familia estaba durmiendo. Finalmente dejó el cuerpo de la chica dentro de una bañera de chapa que había en una esquina del sótano, subió al piso de arriba y cogió del congelador del bar varias bolsas de hielo, bajó con ellas al sótano de nuevo y esparció los hielos por todo el cadáver, una vez que estaba cubierto perfectamente subió a la estancia de arriba, se dirigió al baño y se lavó las manos de sangre, cuando se miró en el espejo vio que tenía salpicaduras de sangre en la cara y en el pecho, entonces decidió que era mejor tomar una buena ducha con jabón para hacer desaparecer cualquier vestigio de la sangre de la chica. Salió del baño por fin, se puso los calzoncillos, cogió sus vaqueros manchados y su camiseta y se dirigió con ellos a la parte trasera de la casa y los tiró al contenedor de basura, después entró de nuevo en la casa, se dirigió a su habitación, miró el reloj eran las cinco de la madrugada, estuvo observando las pertenencias que la chica tenía en el bolso, apenas llevaba 50 dólares, Harold los cogió y los guardó en un cajón de su mesilla de noche, miró además su carnet de identidad, Sylvia Brown nacida el 3 de agosto de 1962 en Chicago, finalmente dejó todo sobre su mesilla de noche y se acostó.

Mañana a primera hora de la mañana llamaría al Dr. Johann Hamilton.