Se acabó fingir - Natalie Anderson - E-Book
SONDERANGEBOT

Se acabó fingir E-Book

Natalie Anderson

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

El trabajo más satisfactorio Un romance adolescente convertido en pesadilla le había enseñado a Penny Fairburn que fingir era la única manera de vivir sin problemas. Pero cuando un día en la oficina el apuesto Carter Dodds le pidió que lo ayudara, Penny descubrió lo equivocada que había estado. Carter podía tener a cualquier mujer en bandeja y le gustaba ir a las claras. Sin embargo, tras varias noches ardientes con Penny, su filosofía de nada de ataduras cambió. Penny nunca había fingido en la cama de Carter, pero conseguir que reconociera los verdaderos sentimientos que tenía por él se convirtió en un enorme desafío para Carter.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 165

Veröffentlichungsjahr: 2013

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Natalie Anderson. Todos los derechos reservados.

SE ACABÓ FINGIR, N.º 1894 - Enero 2013

Título original: The End of Faking It

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-2604-5

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

CapítuloUno

Otros dos minutos no podían tener importancia real... tarde era tarde y eso era demasiado importante para marcharse.

–Vamos, Audrey –musitó Penny–. Hay que manteneros a todas saludables, ¿eh? –extendió el abono de plantas y después guardó la bolsa en el armario. Luego alzó una jarra de agua.

–¿Qué estás haciendo?

Giró al oír el sonido de una voz profunda y acusadora. Vio ropa negra, un cuerpo grande y un ceño fruncido aún más grande. En dirección a ella avanzaba un completo desconocido. Un hombre alto, moreno y que irradiaba un doscientos por ciento de testosterona se hallaba en su oficina por la noche. No era Jed, el guardia de seguridad, sino un depredador que iba directamente hacia ella... y deprisa.

Por puro reflejo, lanzó el brazo.

Él soltó un juramento cuando el agua le dio directamente en los ojos. Ella volvió a atacar, con la esperanza de darle en la nuca con la jarra. Pero a mitad de camino el brazo impactó contra algo duro y el latigazo le dejó el hombro temblando. Unos dedos dolorosamente fuertes le sujetaron la muñeca con la fuerza de una prensa. De inmediato se afanó por liberarse. Él le giró con brusquedad la muñeca. Ella jadeó. Los dedos le cedieron y la jarra se le escurrió.

La conmoción del agua helada al salpicarle el pecho le ahogó un grito. Reculó, pero él avanzó implacable sin soltarla. El cajón se cerró con fuerza al chocar contra él durante el retroceso.

–¿Quién demonios eres y qué haces aquí? –demandó él, invadiendo más el espacio personal de ella.

Sorpresa, dolor y miedo. No fue capaz de moverse aparte de parpadear en un intento de ver a la figura con claridad y encontrar una vía de escape.

Pero el hombre no dejó de acercarse.

–¿Qué haces con los archivos?

Su voz era pura amenaza.

El frío armario de metal se le clavó en la espalda. Un nudo en la garganta le impidió gritar y el corazón pareció parársele.

Con la mano libre él se apartó el pelo de la cara y parpadeó varias veces... por el agua que le había echado y le tapaba los ojos, no debido a las lágrimas, como le sucedía a Penny. De hecho, rio y le aferró la muñeca con más fuerza.

–No pensé que esto fuera a resultar fácil –la estudió y sus palabras proyectaron desdén–. No vas a sacar ni un céntimo más de esta empresa.

Ella se quedó boquiabierta. Estaba loco.

–El guardia de seguridad hará su ronda en cualquier momento –jadeó–. Va armado.

–¿Con qué... chicle? La única persona que pasará esta noche en una celda serás tú, encanto.

No cabía duda, estaba completamente loco. Por desgracia, también tenía razón acerca de la falta de munición de Jed... lo máximo que podía esperar era una linterna pesada. Y era una esperanza infundada, ya que había mentido... Jed no hacía rondas. Permanecía sentado ante su escritorio. Y ella se encontraba diez plantas más arriba, sola con un completo demente que iba a... iba a...

Una respiración entrecortada llegó a sus oídos... como si alguien tuviera un ataque de asma. Tardó un buen rato en darse cuenta de que era ella. Se llevó la mano libre al estómago pero no pudo detener los violentos temblores. Los ojos se le humedecieron más y los músculos le temblaron. Vagamente, lo oyó maldecir.

–No voy a hacerte daño –dijo en voz alta, cara a cara.

–Ya lo estás haciendo –graznó ella.

Al instante le soltó la muñeca, pero sin apartarse. Se acercó más, bloqueándole la salida. Pero ella pudo volver a respirar y el cerebro comenzó a enviarle señales. El corazón comenzó a latirle otra vez y se le ocurrió un plan. Lo único que tenía que hacer era escapar de algún modo y correr hasta donde se hallaba Jed en la recepción. Se dijo que podía hacerlo. Se obligó a respirar hondo varias veces mientras.

–¿Quién eres y que estás haciendo aquí? –preguntó él algo más de tranquilo.

–Contéstate esa pregunta tú mismo –espetó Penny.

Él miró la jarra en el suelo y la maceta que había al lado de ella.

–¿Eres la mujer de la limpieza? –despacio, la miró de arriba abajo–. No tienes aspecto de limpiadora.

–No, ¿quién eres tú y qué haces aquí?

Una vez que pudo volver a ver, también Penny lo estudió. Sí, alto y moreno, los vaqueros y la camiseta eran negros, le quedaban muy bien... La expresión de profundo enfado se había desvanecido y su cara se veía tranquila y bronceada, como si dedicara tiempo a esquiar o navegar. El cuerpo duro y definido y la fuerza que había experimentado de primera mano también sugerían la buena forma en la que se hallaba. En la muñeca lucía uno de esos relojes impresionantes, muy masculino y de metal, con un millón de diales pequeños y funciones que la mayoría de la gente no sería capaz de descifrar. Y los ojos eran de un azul verdoso asombroso. Claros, brillantes y vibrantes y... ¿la inspeccionaban?

–Yo pregunté primero –dijo él con suavidad, colocando las manos a ambos lados de ella apoyada en el archivador.

Sus brazos conformaban una prisión larga, fuerte y bronceada.

–Soy la secretaria –respondió de forma mecánica, casi toda su atención estaba centrada en digerir tanta proximidad–. Este es mi escritorio.

–¿Tú eres Penny? –enarcó las cejas y volvió a estudiar su atuendo de forma descarada–. Decididamente, no pareces una secretaria que contrataría Mason.

¿Cómo conocía su nombre y el de Mason? Entrecerró los ojos mientras el brillo en los de él se incrementaba. Irradió calor y le encendió la piel. Se dijo que no pensaba dejar que la mirara de esa manera. Recurrió a un poco de sarcasmo.

–De hecho, a Mason le gusta mi falda.

Él ladeó la cabeza.

–¿Eso es lo que es? Pensé que era un cinturón.

Sonrió y las piernas de ella amenazaron con ceder. Era una sonrisa tan poderosa que conscientemente Penny tuvo que ordenarle a sus labios que no le devolvieran el gesto como una tonta.

–Es una Levi’s de colección.

–Oh, eso lo explica. ¿No viste que las polillas se habían comido el bajo? –la cara se le iluminó un poco más–. No es que me queje.

De acuerdo, la falda vaquera era escueta, los tacones de sus zapatos extremadamente altos y su ceñida blusa color champán dejaba al descubierto los hombros. Iba completamente vestida para una fiesta de baile. Iba vestida de esa manera por si también encontraba esa otra clase de placer...

Que no hubiera encontrado a un compañero en cierto tiempo no significaba que hubiera abandonado toda esperanza. Salvo que en ese momento la seda preciosa estaba empapada, pegada a su pecho y revelando mucho más de lo que había sido su intención. Y no sentía ninguna reacción primaria ante un extraño que prácticamente la había agredido.

–Antes de que grite, ¿quién eres tú? –aunque sabía que ya no había ninguna necesidad de gritar.

–Trabajo aquí –respondió él con naturalidad.

–Conozco a todos los que trabajan en este edificio y tú no lo haces.

Él sacó del bolsillo una tarjeta de seguridad que movió ante el rostro de Penny, quien con rapidez leyó el nombre... Carter Dodds. Eso no le aclaró absolutamente nada; nunca había oído hablar de él. Luego miró la foto. En ella llevaba la misma camiseta negra que lucía en ese momento.

Su cerebro logró llevar a cabo un cálculo sencillo.

–Has empezado hoy.

–Oficialmente, mañana –explicó él.

–Entonces, ¿qué haces aquí ahora? –¿y por qué? Jed podía ser remiso en sus rondas, pero era escrupuloso en cuanto a saber quién seguía en el edificio después de las horas de trabajo. ¿Y era posible que Mason le hubiera dado un acceso total a un recluta nuevo sin alguien que lo supervisara?

–Quería ver cómo era el edificio cuando no había nadie.

–¿Por qué? –sus sospechas se incrementaron. ¿Qué quería ver? Allí no se dejaba dinero, pero sí archivos, transacciones, números de cuentas... mucha información sensible de inversión que valía millones de dólares. Miró más allá de él hacia la puerta abierta del despacho de Mason, pero no pudo captar el zumbido leve del ordenador encendido.

–¿Por qué te dedicas a regar las plantas a las nueve y media de la noche? –contraatacó él.

–Olvidé hacerlo antes.

–¿Así que volviste específicamente para eso? –inquirió con absoluta incredulidad.

En realidad, había estado abajo nadando en la piscina... quebrantando todas las reglas, ya que era pasada la hora en que el gimnasio cerraba. Pero no pensaba poner al tanto de eso a Jed.

–Los nuevos no suelen interrogarme.

–¿No? –la sonrisa se acentuó, pero antes de que pudiera formular otra pregunta, ella se le adelantó.

–¿Cómo es que estás aquí solo?

–Mason quería marcharse pronto antes de que empezáramos temprano mañana.

–No me contó que ibas a trabajar aquí.

–¿Te lo cuenta todo?

–Por lo general –alzó el mentón con gesto desafiante, pero él no lo vio, ya que volvía a inspeccionarle el cuerpo.

–Mason enterró su corazón con su esposa –soltó sin ambages–. No le sacarás ni un céntimo, sin importar lo corta que sea tu falda.

–¿Qué? –se quedó boquiabierta.

–No serás la primera chica bonita que le hace una caída de ojos a un hombre mayor y rico.

¿Qué estaba sugiriendo?

–Mason tiene ochenta años.

Se encogió de hombros sin ocultar su enfado.

–Para algunas mujeres eso lo haría aún más atractivo.

–Sí, bueno, pues no para mí. Es como si fuera mi abuelo –hizo una mueca.

–Fuiste tú quien dijo que le gustaba tu falda.

–Solo porque tú eras incapaz de quitarle la vista de encima.

–Pero, ¿no la llevas para eso?

Él no era el único capaz de cuestionar los motivos de alguien.

–Y yo no creo que se suponga que ahora tú debas estar aquí.

–¿En serio? Adelante, pregúntaselo a tu jefe. Usa mi teléfono –lo sacó del bolsillo, apretó unas teclas y se lo entregó.

Sonó solo un par de veces.

–Carter, ¿ya has encontrado algo?

Penny captó la ansiedad en la pregunta de Mason.

–No, lo siento, Mason, soy Penny, no Carter –este exhibió una sonrisa encantadora y traviesa–. Escucha, acabo de toparme con alguien en la oficina.

–Carter –expuso Mason.

–Sí –le molestó lo obvio. Tuvo la desagradable sensación de que iban a molestarle más cosas–. Me ha dado su teléfono para que te llamara.

–Penny, lo siento, debería habértelo dicho, pero Carter pensó que lo mejor era esperar hasta que él llegara a la oficina.

¿Por qué era Carter el que establecía la táctica? ¿Qué es lo que ocurría?

–Carter es el dueño de Dodds WD en Melbourne. Le pedí que viniera a Sídney un par de semanas. Necesito su ayuda.

–¿Para qué?

***

Carter sabía que aún se hallaba demasiado cerca. Pero estaba seguro de que si retiraba las manos, ella escaparía, de modo que se cercioró de que no pudiera... quedándose apenas a unos centímetros de una postura íntima.

Le estaba costando no caer en la tentación de eliminar esa distancia. Plantó las manos con firmeza sobre el metal frío y la vio pegar el teléfono con más fuerza contra su oreja y girar más la cabeza para no mirarlo.

El rubor le invadió la piel como una oleada y él no pudo frenar su diversión. Mason era el mejor amigo de su padre. Lo había visto cada pocos meses durante toda su vida. Esa era la primera vez que el hombre mayor le pedía ayuda... y pensaba dársela. Pero, ¿justo en ese momento?

Con esa distracción con mayúsculas.

–Por supuesto –Penny había girado aún más la cabeza con la esperanza de que él no oyera lo que decía Mason.

A Carter le importaba un bledo lo que en ese momento dijera el otro. Estaba demasiado perdido en la visión de ella. Tenía los ojos más grandes y oscuros que nunca había visto. Lo succionaban como estanques centelleantes que resultaban peligrosamente profundos... era el tipo de ojos en los que se podía mirar sin cesar, lo que reconocía que estaba haciendo. Y con la periferia de su visión absorbía los detalles de ella y su cerebro sacaba rápidas conclusiones.

Una falda tan corta, una blusa tan sexy, un cuerpo que prometía, labios húmedos...

Esa mujer sabía lo atractiva que era y resaltaba sus mejores atributos. Todo en ella estaba pulido hasta alcanzar una perfección sensual. No era una secretaria tímida y timorata. Era una sirena. Y hasta la última célula del cuerpo de Carter anhelaba contestar a su canto.

–¿Hola?

Ella le extendía el teléfono mientras él había estado demasiado ocupado embelesado en su visión como para notarlo.

–Hola, Mason, lamento molestarte tan tarde.

–No importa. Me alegro de que hayas empezado tan pronto. No tengo palabras para agradecértelo.

–¿Así que Penny es tu secretaria temporal? –seguía mirándola, luchando aún con la idea de que el anciano y conservador Mason hubiera contratado a una bomba sexual–. Trabaja hasta tarde.

–Siempre lo hace –la respuesta de Mason sonó complacida–. Es un ángel. Cuando llego cada mañana todo está tan bien organizado, que hace que mi día pase volando.

¿Un ángel? Las sospechas de Carter renacieron. Penny no sería la primer mujer joven en volver loco a un anciano. Sabía muy bien lo fácil que era para una mujer codiciosa y ambiciosa emplear su belleza para deslumbrar a un hombre lo bastante mayor como para ser su padre.

–¿Cuánto tiempo lleva contigo? –no pudo evitar refrenar la pregunta.

Reinó el silencio.

–Desde después de que se iniciara el problema –la voz de Mason se tornó gélida–. Creía haber dejado eso ya bien claro.

Sí. Mason había mencionado a su fabulosa secretaria más de una vez... pero no que fuera más atractiva que Venus.

–Cuéntale lo que está pasando –espetó Mason–. Ya debería haberlo hecho yo. Carter, ella no es la persona a la que buscas.

Miró esa boca brillante, roja y madura como una cereza... y quiso probarla. Ahí radicaba el verdadero problema. Se estaba yendo por la tangente antes incluso de haber empezado. Le debía a Mason una conducta más seria.

–Tienes razón –repuso con brusquedad–. No lo es.

Penny vio que guardaba el teléfono. No parecía más contento con la situación... no le ofreció ninguna risa ni disculpa leve. De hecho, parecía tan enfadado como cuando la había interrogado. Se preguntó qué haría allí exactamente. Mason no se había explayado, solo le había dicho que lo ayudara si él se lo pedía.

–Conoces a Mason personalmente –soltó sin rodeos.

–Desde hace años –Carter asintió.

Por eso el trabajo no se había anunciado. Un enchufe. No pudo contener a la mujer perversa que llevaba en el interior para burlarse.

–No da la impresión de que debas pedir un favor para conseguir un trabajo.

–¿No? –respondió con demasiada suavidad–. ¿Y cómo lo sabes? ¿Es eso lo que haces tú? –se inclinó y susurró como si gozaran de intimidad–: ¿Qué clase de favores pides tú para conseguir un trabajo, Penny?

Ella reconoció que había sobrepasado un poco la línea, pero él se la había saltado.

–¿Qué clase de favores crees que pido? –replicó antes de pensárselo.

Los ojos de él centellearon y las pupilas se le dilataron. Hipnotizada, ella observó los diminutos puntos verdes y azules. Notó que poseía una simetría perfecta, una mandíbula angulosa y un pelo que pedía que se lo revolvieran.

Las palmas de las manos le hormiguearon. No era su pelo lo único que imaginaba cerca... en ese momento era su cuerpo, que acariciaba cada vez más deprisa... «Santo cielo, ¿de dónde sale eso?».

Se tragó la locura momentánea. No podía tener esos pensamientos. Bajó la vista y cerró la boca, bien consciente de que la respiración prácticamente se le había acelerado a un jadeo. Otra vez.

Volvió a mirarlo... y sintió que la sangre le corría por todo el cuerpo, ruborizándole partes insospechadas... la cara incluida. Pero al menos ya no jadeaba.

Ninguno de los dos habló. Pero Penny sintió una atracción penetrante entre ellos.

–Hay un problema en las cuentas... alguien en la compañía está ocultando cosas –soltó él bruscamente al tiempo que levantaba la cabeza.

–¿Qué?

–Estoy aquí para comprobar todos los archivos y descubrir quién es y cómo lo hace.

¿Alguien estaba robando? ¿Y Carter había ido para atraparlo? Mason había comentado que dirigía una empresa en Melbourne. ¿Sería una especie de contable detective o algo por el estilo?

Aunque con su aspecto y forma de vestir no encajaba que fuera un empollón de los números.

–Las únicas personas que saben que estoy aquí somos Mason, tú y yo –continuó él–. En la empresa diremos que soy un amigo de Mason que ha pedido prestado un despacho por unas semanas. Lo cual es verdad.

Penny observó la frialdad que irradiaba al tiempo que asimilaba esa información y sus implicaciones.

Entonces lo comprendió.

–¿Pensaste que era yo? –prácticamente gritó, encendiéndose. Podía ser muchas cosas, pero jamás una ladrona–. Soy la mejor empleada temporal de esta ciudad. Trabajo duro y soy honesta. ¿Cómo te atreves a irrumpir aquí y diseminar tus sucias acusaciones?

–Lo sé –su expresión adquirió una gran intensidad–. Lo siento. Mason ya me había dicho que no podías ser tú.

Con una súbita sonrisa la dejó sin aliento y la desarmó por completo. Pero Penny se negó a permitir que su furia cayera en esa distracción.

–No obstante, lo pensaste –acusó.

–Bueno, tienes que reconocer que parecía... parecía... –bajó la vista–. Parecía...

Su cuerpo, a pesar de la mojada y helada minifalda, ardía. No le quedó más salida que reconocer que esa atracción era imposible de parar... lo más sencillo en ese instante sería escapar.

–Bueno, ahora que ya has mirado de forma minuciosa –comentó con sarcasmo–, ¿piensas retroceder y dejarme pasar?

–Todavía no –respondió con ironía–. Sigo mirando.

Él entornó los párpados y dejó de sonreír. También ella bajó la vista. Su blusa de seda mojada era del color de la piel, y ajustada, dando la impresión de que no llevaba nada. Peor aún, estaba excitada... y se horrorizó al darse cuenta de que resultaba completamente obvio.

–Tienes frío –musitó él.

Completamente obvio.

–El agua de la jarra venía de la nevera.

–De modo que esa es la razón...

Solo le quedaba el descaro. Alzó la cabeza y lo miró directamente a los ojos.

–¿Qué otra razón podría haber?

Él sonrió. En esa cara bronceada, los dientes resaltaban blancos, rectos y perfectos. De hecho, todo en su cara era perfecto. Y con su ropa oscura parecía un pirata, en particular con el pelo algo largo. La intensidad de su escrutinio resultaba devastadora y en ese momento se centraba en una cosa... la boca de ella.

Vio su intención. Ella misma ya la sentía en los labios... el anhelo del contacto. Pero hasta para ella eso sería una locura. No le gustaba el modo en que el pulso le latía en el cuerpo. Ni el modo en que ese cuerpo estaba preparado para el impacto.

–No añadas otro insulto a la lista –dijo, tratando de recuperar el control sobre ambos. Pero las palabras no salieron tan contundentes como había sido su intención, ya que apenas podía respirar o moverse.

–¿Cómo apreciar la belleza puede ser un insulto?

De pronto su sonrisa fue más brillante; alzó la mano y le rozó los labios con un dedo. Penny experimentó un escalofrío.

Se hallaba en estado de conmoción. Ese era el problema. Por eso no oponía resistencia...

La expresión de él se encendió aún más.

–¿Estás bien?

–Mmm.