Se acabo fingir - Un cambio inesperado - Notas de seducción - Natalie Anderson - E-Book
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Se acabo fingir - Un cambio inesperado - Notas de seducción E-Book

Natalie Anderson

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Beschreibung

Se acabó fingir Natalie Anderson Penny Fairburn había aprendido que fingir era la única manera de vivir sin problemas. Pero cuando un día en la oficina el apuesto Carter Dodds le pidió que lo ayudara, Penny descubrió lo equivocada que había estado. Carter podía tener a cualquier mujer y le gustaba ir a las claras. Sin embargo, tras varias noches ardientes con Penny, su filosofía de nada de ataduras cambió. Un cambio inesperado Robyn Grady Encontrarse un bebé abandonado en el asiento de un taxi no entraba en los planes de Zack Harrison. Afortunadamente, una hermosa desconocida, Trinity Matthews, acudió en su auxilio y despertó su interés. La ternura y la preocupación que Zack demostraba por la niña quebraron la voluntad de Trinity, que empezó a preguntarse si aquel arreglo temporal podría convertirse en permanente. Notas de seducción Heidi Rice Ruby Delisantro no se sonrojaba nunca, pero cuando el irritante Callum Westmore la miró por vez primera, se puso roja como una amapola. Su cuerpo había acertado al reaccionar así porque, después de que el descapotable de Callum chocara con su coche, su vida no volvería a ser la misma.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 431 - octubre 2019

 

© 2011 Natalie Anderson

Se acabó fingir

Título original: The End of Faking It

 

© 2012 Robyn Grady

Un cambio inesperado

Título original: Strictly Temporary

 

© 2011 Heidi Rice

Notas de seducción

Título original: Cupcakes and Killer Heels

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2013

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiale s, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-725-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Se acabó fingir

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Un cambio inesperado

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Notas de seducción

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Se acabó fingir

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Otros dos minutos no podían tener importancia real… tarde era tarde y eso era demasiado importante para marcharse.

–Vamos, Audrey –musitó Penny–. Hay que manteneros a todas saludables, ¿eh? –extendió el abono de plantas y después guardó la bolsa en el armario. Luego alzó una jarra de agua.

–¿Qué estás haciendo?

Giró al oír el sonido de una voz profunda y acusadora. Vio ropa negra, un cuerpo grande y un ceño fruncido aún más grande. En dirección a ella avanzaba un completo desconocido. Un hombre alto, moreno y que irradiaba un doscientos por ciento de testosterona se hallaba en su oficina por la noche. No era Jed, el guardia de seguridad, sino un depredador que iba directamente hacia ella… y deprisa.

Por puro reflejo, lanzó el brazo.

Él soltó un juramento cuando el agua le dio directamente en los ojos. Ella volvió a atacar, con la esperanza de darle en la nuca con la jarra. Pero a mitad de camino el brazo impactó contra algo duro y el latigazo le dejó el hombro temblando. Unos dedos dolorosamente fuertes le sujetaron la muñeca con la fuerza de una prensa. De inmediato se afanó por liberarse. Él le giró con brusquedad la muñeca. Ella jadeó. Los dedos le cedieron y la jarra se le escurrió.

La conmoción del agua helada al salpicarle el pecho le ahogó un grito. Reculó, pero él avanzó implacable sin soltarla. El cajón se cerró con fuerza al chocar contra él durante el retroceso.

–¿Quién demonios eres y qué haces aquí? –demandó él, invadiendo más el espacio personal de ella.

Sorpresa, dolor y miedo. No fue capaz de moverse aparte de parpadear en un intento de ver a la figura con claridad y encontrar una vía de escape.

Pero el hombre no dejó de acercarse.

–¿Qué haces con los archivos?

Su voz era pura amenaza.

El frío armario de metal se le clavó en la espalda. Un nudo en la garganta le impidió gritar y el corazón pareció parársele.

Con la mano libre él se apartó el pelo de la cara y parpadeó varias veces… por el agua que le había echado y le tapaba los ojos, no debido a las lágrimas, como le sucedía a Penny. De hecho, rio y le aferró la muñeca con más fuerza.

–No pensé que esto fuera a resultar fácil –la estudió y sus palabras proyectaron desdén–. No vas a sacar ni un céntimo más de esta empresa.

Ella se quedó boquiabierta. Estaba loco.

–El guardia de seguridad hará su ronda en cualquier momento –jadeó–. Va armado.

–¿Con qué… chicle? La única persona que pasará esta noche en una celda serás tú, encanto.

No cabía duda, estaba completamente loco. Por desgracia, también tenía razón acerca de la falta de munición de Jed… lo máximo que podía esperar era una linterna pesada. Y era una esperanza infundada, ya que había mentido… Jed no hacía rondas. Permanecía sentado ante su escritorio. Y ella se encontraba diez plantas más arriba, sola con un completo demente que iba a… iba a…

Una respiración entrecortada llegó a sus oídos… como si alguien tuviera un ataque de asma. Tardó un buen rato en darse cuenta de que era ella. Se llevó la mano libre al estómago pero no pudo detener los violentos temblores. Los ojos se le humedecieron más y los músculos le temblaron. Vagamente, lo oyó maldecir.

–No voy a hacerte daño –dijo en voz alta, cara a cara.

–Ya lo estás haciendo –graznó ella.

Al instante le soltó la muñeca, pero sin apartarse. Se acercó más, bloqueándole la salida. Pero ella pudo volver a respirar y el cerebro comenzó a enviarle señales. El corazón comenzó a latirle otra vez y se le ocurrió un plan. Lo único que tenía que hacer era escapar de algún modo y correr hasta donde se hallaba Jed en la recepción. Se dijo que podía hacerlo. Se obligó a respirar hondo varias veces mientras.

–¿Quién eres y que estás haciendo aquí? –preguntó él algo más de tranquilo.

–Contéstate esa pregunta tú mismo –espetó Penny.

Él miró la jarra en el suelo y la maceta que había al lado de ella.

–¿Eres la mujer de la limpieza? –despacio, la miró de arriba abajo–. No tienes aspecto de limpiadora.

–No, ¿quién eres tú y qué haces aquí?

Una vez que pudo volver a ver, también Penny lo estudió. Sí, alto y moreno, los vaqueros y la camiseta eran negros, le quedaban muy bien… La expresión de profundo enfado se había desvanecido y su cara se veía tranquila y bronceada, como si dedicara tiempo a esquiar o navegar. El cuerpo duro y definido y la fuerza que había experimentado de primera mano también sugerían la buena forma en la que se hallaba. En la muñeca lucía uno de esos relojes impresionantes, muy masculino y de metal, con un millón de diales pequeños y funciones que la mayoría de la gente no sería capaz de descifrar. Y los ojos eran de un azul verdoso asombroso. Claros, brillantes y vibrantes y… ¿la inspeccionaban?

–Yo pregunté primero –dijo él con suavidad, colocando las manos a ambos lados de ella apoyada en el archivador.

Sus brazos conformaban una prisión larga, fuerte y bronceada.

–Soy la secretaria –respondió de forma mecánica, casi toda su atención estaba centrada en digerir tanta proximidad–. Este es mi escritorio.

–¿Tú eres Penny? –enarcó las cejas y volvió a estudiar su atuendo de forma descarada–. Decididamente, no pareces una secretaria que contrataría Mason.

¿Cómo conocía su nombre y el de Mason? Entrecerró los ojos mientras el brillo en los de él se incrementaba. Irradió calor y le encendió la piel. Se dijo que no pensaba dejar que la mirara de esa manera. Recurrió a un poco de sarcasmo.

–De hecho, a Mason le gusta mi falda.

Él ladeó la cabeza.

–¿Eso es lo que es? Pensé que era un cinturón.

Sonrió y las piernas de ella amenazaron con ceder. Era una sonrisa tan poderosa que conscientemente Penny tuvo que ordenarle a sus labios que no le devolvieran el gesto como una tonta.

–Es una Levi’s de colección.

–Oh, eso lo explica. ¿No viste que las polillas se habían comido el bajo? –la cara se le iluminó un poco más–. No es que me queje.

De acuerdo, la falda vaquera era escueta, los tacones de sus zapatos extremadamente altos y su ceñida blusa color champán dejaba al descubierto los hombros. Iba completamente vestida para una fiesta de baile. Iba vestida de esa manera por si también encontraba esa otra clase de placer…

Que no hubiera encontrado a un compañero en cierto tiempo no significaba que hubiera abandonado toda esperanza. Salvo que en ese momento la seda preciosa estaba empapada, pegada a su pecho y revelando mucho más de lo que había sido su intención. Y no sentía ninguna reacción primaria ante un extraño que prácticamente la había agredido.

–Antes de que grite, ¿quién eres tú? –aunque sabía que ya no había ninguna necesidad de gritar.

–Trabajo aquí –respondió él con naturalidad.

–Conozco a todos los que trabajan en este edificio y tú no lo haces.

Él sacó del bolsillo una tarjeta de seguridad que movió ante el rostro de Penny, quien con rapidez leyó el nombre… Carter Dodds. Eso no le aclaró absolutamente nada; nunca había oído hablar de él. Luego miró la foto. En ella llevaba la misma camiseta negra que lucía en ese momento.

Su cerebro logró llevar a cabo un cálculo sencillo.

–Has empezado hoy.

–Oficialmente, mañana –explicó él.

–Entonces, ¿qué haces aquí ahora? –¿y por qué? Jed podía ser remiso en sus rondas, pero era escrupuloso en cuanto a saber quién seguía en el edificio después de las horas de trabajo. ¿Y era posible que Mason le hubiera dado un acceso total a un recluta nuevo sin alguien que lo supervisara?

–Quería ver cómo era el edificio cuando no había nadie.

–¿Por qué? –sus sospechas se incrementaron. ¿Qué quería ver? Allí no se dejaba dinero, pero sí archivos, transacciones, números de cuentas… mucha información sensible de inversión que valía millones de dólares. Miró más allá de él hacia la puerta abierta del despacho de Mason, pero no pudo captar el zumbido leve del ordenador encendido.

–¿Por qué te dedicas a regar las plantas a las nueve y media de la noche? –contraatacó él.

–Olvidé hacerlo antes.

–¿Así que volviste específicamente para eso? –inquirió con absoluta incredulidad.

En realidad, había estado abajo nadando en la piscina… quebrantando todas las reglas, ya que era pasada la hora en que el gimnasio cerraba. Pero no pensaba poner al tanto de eso a Jed.

–Los nuevos no suelen interrogarme.

–¿No? –la sonrisa se acentuó, pero antes de que pudiera formular otra pregunta, ella se le adelantó.

–¿Cómo es que estás aquí solo?

–Mason quería marcharse pronto antes de que empezáramos temprano mañana.

–No me contó que ibas a trabajar aquí.

–¿Te lo cuenta todo?

–Por lo general –alzó el mentón con gesto desafiante, pero él no lo vio, ya que volvía a inspeccionarle el cuerpo.

–Mason enterró su corazón con su esposa –soltó sin ambages–. No le sacarás ni un céntimo, sin importar lo corta que sea tu falda.

–¿Qué? –se quedó boquiabierta.

–No serás la primera chica bonita que le hace una caída de ojos a un hombre mayor y rico.

¿Qué estaba sugiriendo?

–Mason tiene ochenta años.

Se encogió de hombros sin ocultar su enfado.

–Para algunas mujeres eso lo haría aún más atractivo.

–Sí, bueno, pues no para mí. Es como si fuera mi abuelo –hizo una mueca.

–Fuiste tú quien dijo que le gustaba tu falda.

–Solo porque tú eras incapaz de quitarle la vista de encima.

–Pero, ¿no la llevas para eso?

Él no era el único capaz de cuestionar los motivos de alguien.

–Y yo no creo que se suponga que ahora tú debas estar aquí.

–¿En serio? Adelante, pregúntaselo a tu jefe. Usa mi teléfono –lo sacó del bolsillo, apretó unas teclas y se lo entregó.

Sonó solo un par de veces.

–Carter, ¿ya has encontrado algo?

Penny captó la ansiedad en la pregunta de Mason.

–No, lo siento, Mason, soy Penny, no Carter –este exhibió una sonrisa encantadora y traviesa–. Escucha, acabo de toparme con alguien en la oficina.

–Carter –expuso Mason.

–Sí –le molestó lo obvio. Tuvo la desagradable sensación de que iban a molestarle más cosas–. Me ha dado su teléfono para que te llamara.

–Penny, lo siento, debería habértelo dicho, pero Carter pensó que lo mejor era esperar hasta que él llegara a la oficina.

¿Por qué era Carter el que establecía la táctica? ¿Qué es lo que ocurría?

–Carter es el dueño de Dodds WD en Melbourne. Le pedí que viniera a Sídney un par de semanas. Necesito su ayuda.

–¿Para qué?

 

 

 

Carter sabía que aún se hallaba demasiado cerca. Pero estaba seguro de que si retiraba las manos, ella escaparía, de modo que se cercioró de que no pudiera… quedándose apenas a unos centímetros de una postura íntima.

Le estaba costando no caer en la tentación de eliminar esa distancia. Plantó las manos con firmeza sobre el metal frío y la vio pegar el teléfono con más fuerza contra su oreja y girar más la cabeza para no mirarlo.

El rubor le invadió la piel como una oleada y él no pudo frenar su diversión. Mason era el mejor amigo de su padre. Lo había visto cada pocos meses durante toda su vida. Esa era la primera vez que el hombre mayor le pedía ayuda… y pensaba dársela. Pero, ¿justo en ese momento?

Con esa distracción con mayúsculas.

–Por supuesto –Penny había girado aún más la cabeza con la esperanza de que él no oyera lo que decía Mason.

A Carter le importaba un bledo lo que en ese momento dijera el otro. Estaba demasiado perdido en la visión de ella. Tenía los ojos más grandes y oscuros que nunca había visto. Lo succionaban como estanques centelleantes que resultaban peligrosamente profundos… era el tipo de ojos en los que se podía mirar sin cesar, lo que reconocía que estaba haciendo. Y con la periferia de su visión absorbía los detalles de ella y su cerebro sacaba rápidas conclusiones.

Una falda tan corta, una blusa tan sexy, un cuerpo que prometía, labios húmedos…

Esa mujer sabía lo atractiva que era y resaltaba sus mejores atributos. Todo en ella estaba pulido hasta alcanzar una perfección sensual. No era una secretaria tímida y timorata. Era una sirena. Y hasta la última célula del cuerpo de Carter anhelaba contestar a su canto.

–¿Hola?

Ella le extendía el teléfono mientras él había estado demasiado ocupado embelesado en su visión como para notarlo.

–Hola, Mason, lamento molestarte tan tarde.

–No importa. Me alegro de que hayas empezado tan pronto. No tengo palabras para agradecértelo.

–¿Así que Penny es tu secretaria temporal? –seguía mirándola, luchando aún con la idea de que el anciano y conservador Mason hubiera contratado a una bomba sexual–. Trabaja hasta tarde.

–Siempre lo hace –la respuesta de Mason sonó complacida–. Es un ángel. Cuando llego cada mañana todo está tan bien organizado, que hace que mi día pase volando.

¿Un ángel? Las sospechas de Carter renacieron. Penny no sería la primer mujer joven en volver loco a un anciano. Sabía muy bien lo fácil que era para una mujer codiciosa y ambiciosa emplear su belleza para deslumbrar a un hombre lo bastante mayor como para ser su padre.

–¿Cuánto tiempo lleva contigo? –no pudo evitar refrenar la pregunta.

Reinó el silencio.

–Desde después de que se iniciara el problema –la voz de Mason se tornó gélida–. Creía haber dejado eso ya bien claro.

Sí. Mason había mencionado a su fabulosa secretaria más de una vez… pero no que fuera más atractiva que Venus.

–Cuéntale lo que está pasando –espetó Mason–. Ya debería haberlo hecho yo. Carter, ella no es la persona a la que buscas.

Miró esa boca brillante, roja y madura como una cereza… y quiso probarla. Ahí radicaba el verdadero problema. Se estaba yendo por la tangente antes incluso de haber empezado. Le debía a Mason una conducta más seria.

–Tienes razón –repuso con brusquedad–. No lo es.

 

 

Penny vio que guardaba el teléfono. No parecía más contento con la situación… no le ofreció ninguna risa ni disculpa leve. De hecho, parecía tan enfadado como cuando la había interrogado. Se preguntó qué haría allí exactamente. Mason no se había explayado, solo le había dicho que lo ayudara si él se lo pedía.

–Conoces a Mason personalmente –soltó sin rodeos.

–Desde hace años –Carter asintió.

Por eso el trabajo no se había anunciado. Un enchufe. No pudo contener a la mujer perversa que llevaba en el interior para burlarse.

–No da la impresión de que debas pedir un favor para conseguir un trabajo.

–¿No? –respondió con demasiada suavidad–. ¿Y cómo lo sabes? ¿Es eso lo que haces tú? –se inclinó y susurró como si gozaran de intimidad–: ¿Qué clase de favores pides tú para conseguir un trabajo, Penny?

Ella reconoció que había sobrepasado un poco la línea, pero él se la había saltado.

–¿Qué clase de favores crees que pido? –replicó antes de pensárselo.

Los ojos de él centellearon y las pupilas se le dilataron. Hipnotizada, ella observó los diminutos puntos verdes y azules. Notó que poseía una simetría perfecta, una mandíbula angulosa y un pelo que pedía que se lo revolvieran.

Las palmas de las manos le hormiguearon. No era su pelo lo único que imaginaba cerca… en ese momento era su cuerpo, que acariciaba cada vez más deprisa… «Santo cielo, ¿de dónde sale eso?».

Se tragó la locura momentánea. No podía tener esos pensamientos. Bajó la vista y cerró la boca, bien consciente de que la respiración prácticamente se le había acelerado a un jadeo. Otra vez.

Volvió a mirarlo… y sintió que la sangre le corría por todo el cuerpo, ruborizándole partes insospechadas… la cara incluida. Pero al menos ya no jadeaba.

Ninguno de los dos habló. Pero Penny sintió una atracción penetrante entre ellos.

–Hay un problema en las cuentas… alguien en la compañía está ocultando cosas –soltó él bruscamente al tiempo que levantaba la cabeza.

–¿Qué?

–Estoy aquí para comprobar todos los archivos y descubrir quién es y cómo lo hace.

¿Alguien estaba robando? ¿Y Carter había ido para atraparlo? Mason había comentado que dirigía una empresa en Melbourne. ¿Sería una especie de contable detective o algo por el estilo?

Aunque con su aspecto y forma de vestir no encajaba que fuera un empollón de los números.

–Las únicas personas que saben que estoy aquí somos Mason, tú y yo –continuó él–. En la empresa diremos que soy un amigo de Mason que ha pedido prestado un despacho por unas semanas. Lo cual es verdad.

Penny observó la frialdad que irradiaba al tiempo que asimilaba esa información y sus implicaciones.

Entonces lo comprendió.

–¿Pensaste que era yo? –prácticamente gritó, encendiéndose. Podía ser muchas cosas, pero jamás una ladrona–. Soy la mejor empleada temporal de esta ciudad. Trabajo duro y soy honesta. ¿Cómo te atreves a irrumpir aquí y diseminar tus sucias acusaciones?

–Lo sé –su expresión adquirió una gran intensidad–. Lo siento. Mason ya me había dicho que no podías ser tú.

Con una súbita sonrisa la dejó sin aliento y la desarmó por completo. Pero Penny se negó a permitir que su furia cayera en esa distracción.

–No obstante, lo pensaste –acusó.

–Bueno, tienes que reconocer que parecía… parecía… –bajó la vista–. Parecía…

Su cuerpo, a pesar de la mojada y helada minifalda, ardía. No le quedó más salida que reconocer que esa atracción era imposible de parar… lo más sencillo en ese instante sería escapar.

–Bueno, ahora que ya has mirado de forma minuciosa –comentó con sarcasmo–, ¿piensas retroceder y dejarme pasar?

–Todavía no –respondió con ironía–. Sigo mirando.

Él entornó los párpados y dejó de sonreír. También ella bajó la vista. Su blusa de seda mojada era del color de la piel, y ajustada, dando la impresión de que no llevaba nada. Peor aún, estaba excitada… y se horrorizó al darse cuenta de que resultaba completamente obvio.

–Tienes frío –musitó él.

Completamente obvio.

–El agua de la jarra venía de la nevera.

–De modo que esa es la razón…

Solo le quedaba el descaro. Alzó la cabeza y lo miró directamente a los ojos.

–¿Qué otra razón podría haber?

Él sonrió. En esa cara bronceada, los dientes resaltaban blancos, rectos y perfectos. De hecho, todo en su cara era perfecto. Y con su ropa oscura parecía un pirata, en particular con el pelo algo largo. La intensidad de su escrutinio resultaba devastadora y en ese momento se centraba en una cosa… la boca de ella.

Vio su intención. Ella misma ya la sentía en los labios… el anhelo del contacto. Pero hasta para ella eso sería una locura. No le gustaba el modo en que el pulso le latía en el cuerpo. Ni el modo en que ese cuerpo estaba preparado para el impacto.

–No añadas otro insulto a la lista –dijo, tratando de recuperar el control sobre ambos. Pero las palabras no salieron tan contundentes como había sido su intención, ya que apenas podía respirar o moverse.

–¿Cómo apreciar la belleza puede ser un insulto?

De pronto su sonrisa fue más brillante; alzó la mano y le rozó los labios con un dedo. Penny experimentó un escalofrío.

Se hallaba en estado de conmoción. Ese era el problema. Por eso no oponía resistencia…

La expresión de él se encendió aún más.

–¿Estás bien?

–Mmm.

El dedo de él amortiguó las palabras que, de todos modos, ella era incapaz de pronunciar. Estaba demasiado ocupada manteniendo los labios apretados para que no se abrieran y lo invitaran a entrar. Sin embargo, de algún modo recibió dicha invitación, porque alzó el dedo y con suavidad lo reemplazó con la boca.

Fue un beso ligero, cálido y gentil que prometía mucho más que lo que daba. Aunque lo que daba era bueno. Se acercó más, con un vestigio de fragancia masculina y la presión justa para hacer que ella lo aceptara. Que deseara más. Sorprendida de que no fuera un estallido de pasión, Penny se relajó. Automáticamente cerró los ojos mientras su cuerpo se centraba en la dulzura exquisita que lo recorría. Hacía mucho tiempo que no sentía algo tan agradable. Entonces él no mostró piedad, echándole la espalda hacia atrás mientras buscaba un acceso pleno, besándole la mandíbula y el cuello y reclamándole otra vez la boca, en esa ocasión con seguridad y autoridad carnal.

Encerrada entre el archivador y él, atrapada, ya no tenía ganas de escapar.

La arrogancia de Carter era arrebatadora, pero no tanto como el modo en que besaba. Era como si tuviera la determinación de maximizar el placer para ambos y a medida que el deseo se incrementaba, comenzó a disminuir el control que Penny solía exhibir.

Hambrienta de esa fortaleza y pasión, le devolvió el beso, fundiéndose contra su cuerpo y explorándole la boca con la lengua, ansiosa de explorar más.

Y él lo sabía. Alzó la mano de la cintura y la apoyó en el pecho para acariciarle el pezón, tenso casi de dolor.

Experimentó el contacto como si se encontrara desnuda. Y la quemó.

Retrocedió y liberó su boca. Los ojos se encontraron, los rostros quedaron separados por unos pocos centímetros. En el de Carter ardía algo peligroso… distinto de la furia anterior, pero igual de intimidador para Penny. Se pegó al archivador metálico tanto como pudo. Con respiración entrecortada, movió la cabeza, el único método de comunicación que podía dominar. Mientras él se erguía como una roca y le devolvía la mirada.

Carter Dodds no era la clase de hombre que dejara que una mujer permaneciera arriba… la única posición aceptable para Penny, al menos metafóricamente. Y acababa de demostrarle que en última instancia él siempre tendría el mando… que su fachada de chico guapo disfrazaba a un hombre total, a rebosar de masculinidad y virilidad dominantes. Y así había actuado… llevándola a una sensación de dulce seguridad antes de desencadenar su verdadero poder y desterrar su raciocinio. A Penny le gustaba el sexo y los juegos que acarreaba, pero jamás perdía el control. Tenía que estar al mando… necesitaba ser ella la persona deseada.

Tenía mucho cuidado de con quién compartía su cuerpo, ya que siempre terminaría por marcharse. Y se cercioraba de que su amante entendiera bien eso. Jamás podría ofrecer compromiso ni entrega absoluta. Por lo tanto, las sensaciones que en ese momento amenazaban con sumergir toda su capacidad para el pensamiento racional eran muy nuevas. Y en absoluto deseadas.

Pero había una explicación lógica. Unos minutos atrás había creído que la atacaban. Su cuerpo entero aún no había tenido tiempo de asimilar la situación y calmarse.

–Bueno, ha sido un modo de quemar la sobrecarga de adrenalina –dijo, mostrando la ecuanimidad que necesitaba.

–¿Era eso lo que hacíamos?

–Claro. ¿Sabes?, aún estaba tensa por el susto de tu irrupción e intimidación en mi propio despacho.

Él retrocedió, llevándose su calor. Pero su escrutinio pareció más intenso que antes.

–Oh. Entonces, ¿qué fue para mí?

–¿Algo normal? –aventuró una conjetura simple.

–No –contradijo.

Penny no temía aceptar la diversión donde se pudiera encontrar, pero allí no iba a tenerla. Algo tan apasionado al final tenía que doler. Y cualquier emoción tan intensa la asustaba. En diez minutos con Carter, ya había recorrido la gama del terror, la furia y la lujuria… con demasiada dosis de esa última. De modo que se retiró del desafío que había en los ojos de él.

–He de irme. De hecho, ya se ha hecho tarde –cuanto antes llegara al bar, mejor… tenía que quemar la energía que zumbaba por todo su cuerpo. Quizá lo consiguiera en la libertad de la pista de baile durante las siguientes ocho horas.

–¿Una cita importante?

–Mucho –mintió.

 

 

 

Carter dio un par de pasos atrás para alejarse del alcance físico con el fin de contener el impulso de volver a pegarla contra él. No sabía qué le había ocurrido. Acababa de besar a una completa desconocida. Desconocida a la que inicialmente había considerado la ladrona que tenía Mason en la empresa.

Probablemente, debería disculparse. Pero, ¿cómo lamentar algo tan bueno? Aunque por un segundo ella había parecido casi dolida, vulnerable.

¿Y luego había achacado esa química a la adrenalina? ¿A quién creía engañar? Y en ese momento presuntamente llegaba tarde a una cita y con el secador de pelo trataba de adecentar su blusa. La apartaba de su cuerpo mientras dirigía el aire caliente contra la seda. Eso no ayudó en nada a mitigar la furiosa erección que tenía.

La luz del móvil de ella parpadeó sobre el escritorio. Volvió a mirarla. Seguía centrada en la blusa. Recogió el aparato para entregárselo, pero con el dedo pulgar tocó el teclado y el mensaje de Mel apareció en la pantalla.

 

¿Dónde estás? Kat y Bridge ya están en la pista de baile con aspecto trágico. Necesitan tu experiencia.

 

¿Su cita era con Mel, Kate y Bridge? Un grupo de mujeres con un plan… un lunes por la noche. Se acercó, le quitó el secador de la mano y lo apuntó a su propio pelo mojado. De inmediato apartó la ráfaga de aire.

–¡Está helado! –el rubor en sus mejillas se acentuó–. Sí –se burló mientras las chispas volvían a saltar entre ellos–. Imaginé que te sentías arder.

–Funciona mal –corrigió con voz ronca.

Carter movió el interruptor y luego le apuntó con el secador como si se tratara de una pistola.

–O quizá es porque tú lo pusiste en frío –más rubor. Ella le arrebató el secador y lo apagó–. Aquí tienes tu teléfono –se lo entregó.

Penny miró la pantalla y frunció el ceño.

–¿Has leído mi mensaje?

–Se activó cuando lo recogí –se encogió de hombros casi con gesto de inocencia.

–No tenías por qué recogerlo.

Le dio la espalda y se puso a verter el agua alrededor de la base de la monstruosidad que supuestamente era una planta de interior.

–¿Qué es eso, una especie de trífido? –alzó las manos hacia las ramas que colgaban del archivador–. Como crezca un poco más, no habrá espacio para que alguien pueda trabajar aquí.

–Es de Carol y estará aquí cuando ella regrese. Completamente sana.

–¿Crees que eso va a pasar de verdad? –sabía que la secretaria de Mason se enfrentaba a una batalla contra el cáncer. Llevaba ausente meses y Mason le pagaba el sueldo completo de su propio bolsillo. Razón por la cual era una prioridad encontrar a la persona que le robaba. Pagaba a dos secretarias. Era un jefe generoso que merecía algo mejor que alguien que pusiera toda la empresa en peligro.

–Claro que va a volver –dejó la regadera con fuerza sobre el archivador y al final volvió a mirarlo otra vez a los ojos. Las llamas seguían ahí–. ¿De verdad alguien le está robando?

–Eso creo –Carter asintió.

–Pero Mason es una buena persona. Se entrega a las obras de beneficencia. No se merece eso.

–Razón por la que estoy aquí.

Lo sometió a un estudio penetrante.

–Bueno, pues será mejor que cambies de juego.

–Mmm –asintió divertido–. Yo también lo pensaba –pero el juego que tenía en mente era con Penny. Y más al ver el deseo y el antagonismo que luchaban en ella.

Avanzó por el pasillo a su lado y bajaron juntos en el ascensor en silenciosa tortura. El espacio entre ellos era demasiado pequeño, aunque él lo quería aun más reducido… piel contra piel.

El guardia de seguridad se levantó con presteza para abrir la puerta.

–Buenas noches, Penny –dijo con una sonrisa amplia mientras iba hacia ella. La sonrisa se desvaneció al mirar quién iba detrás de ella y el ceño que mostraba–. Buenas noches, señor –dijo, súbitamente respetuoso.

Carter se obligó a asentir y a sonreír.

–Espero que Maddie se encuentre mejor cuando llegues a casa –le comentó Penny.

–Yo también –la sonrisa del guardia reapareció–. Nos vemos mañana. No demasiado temprano, ¿entendido?

–Que te diviertas, Penny –musitó Carter al salir a la acera.

Ella se volvió y prácticamente le lanzó una mirada de «házmelo ahora».

–Oh, esa es mi intención.

De modo que ella tampoco podía resistir avivar las chispas. Y Carter sabía la case de diversión que querían las chicas como Penny… desayunarse a los hombres. Sonrió, feliz de jugar si ella lo deseaba, porque la experiencia lo había vuelto demasiado duro como para que lo masticaran.

Y entonces podría descubrir lo equivocada que estaba si creía que podría jugar con él como un felino con un ratón.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Penny le guiñó un ojo a Jed al entrar en el edificio nueve horas después… tres de las cuales las había dedicado a bailar y seis a algo parecido a dormir.

–Demasiado temprano, Penny –el guardia de seguridad ocultó un bostezo con la mano, esperando que pasara la media hora que le quedaba para marcharse.

–Tengo mucho que hacer.

Quería adelantarse y estar en pleno funcionamiento para cuando llegara Mason. Y decididamente para cuando se presentara Carter Dodds. El vaso de plástico grande que llevaba en la mano lleno de café la ayudaría. Pero casi acababa de sentarse cuando hubo movimiento en su puerta.

–He pensado en traértelas antes de irme –Jed entró. Tenía el cuerpo prácticamente oculto por el ramo de flores, que era casi demasiado ancho para caber por la puerta–. Acaban de llegar –jadeó.

–¿Más? –se encogió en su asiento. Sabía quién las mandaba. Aaron… un consentido aspirante a playboy que siempre mantenía varias opciones abiertas, la clase de hombre que Penny buscaba cuando necesitaba compañía durante un rato. Salvo que no había chispa. La semana anterior se lo había dicho con un adiós, y creía haberlo dejado bien claro, aunque las flores la contradecían–. Gracias, Jed –dijo mientras le dejaba el ramo enorme sobre el escritorio–. Que duermas bien.

–No soy yo quien lo necesita.

Penny contuvo un suspiro. Volvería a bajar el ramo a la recepción, pero antes esperaría hasta que Jed se hubiera ido a casa a ver a su hijita enferma. No tenía por qué estar llevando flores de un lado a otro por ella.

Alzó el auricular y apretó una de las teclas preprogramadas.

–Speed Freaks.

–Hola, Kate –saludó Penny–. Tengo una entrega floral, por favor.

–¿Penny? ¿Otra?

–Sí –intentó no sonar demasiado negativa al respecto, aunque las flores cortadas no hacían que pensara en romance y corazones felices, sino en hospitales, funerales y vidas truncadas de forma prematura–. ¿Podrías recogerlas lo antes que puedas?

Oyó un movimiento a su espalda y se volvió, sonriendo al pensar que sería Mason. Pero se olvidó de este, de sonreír e incluso de las flores. Solo una cosa lleno su mente aturdida.

Un hombre alto, de hombros anchos y de pelo oscuro que tendía con peligrosidad a la melena… se dijo que no debería pensar en nada de eso. Movió un poco la mano que sostenía el auricular para hacerle ver que estaba ocupada. Pero él no se marchó y ella en realidad necesitaba que se fuera, ya que su cabeza no le funcionaba bien si la observaba de esa manera. Adrede miró hacia el pasillo… ¿es que no sabía que debería volver en unos minutos?

No. Apoyó un hombro contra el marco de la puerta, bloqueando así la posibilidad de que pudiera entrar cualquiera.

Y le dedicó una sonrisa devastadora.

Intentó apartar la vista, pero esa capacidad le había sido arrebatada en cuanto sus ojos se encontraron.

–¿Puedes hacer que las recojan lo antes posible? –preguntó con el piloto automático activado. Agradeció llevar todavía la chaqueta, porque sus pechos eran como dos faros que gritaban su interés a través de la blusa blanca. La atormentaron los recuerdos de la caricia gentil de la noche anterior–. Estarán en la recepción.

Él era incluso más atractivo por la mañana, cuando sus sentidos no estaban cegados por el miedo ni potenciados por la adrenalina. No, en ese momento era otra hormona la que le producía escalofríos por todo el cuerpo.

Carter le devolvió la mirada como si la desnudara visualmente con la misma rapidez que lo hacía ella. Ese día lucía un traje. Oscuro, tan discreto que en realidad sobresalía.

Volvió a mirar el teléfono y susurró:

–Gracias, Kate –quería colgar.

–¿Estás segura de que no las quieres? ¿O a él? Tiene que estar forrado para no dejar de enviarte esos ramos enormes.

Penny hizo una mueca. Y la repitió al darse cuenta de que también Carter podría oír a Kate… el volumen del teléfono estaba demasiado alto. Miró por encima del hombro y se sobresaltó. Ya no estaba en el umbral. Lo tenía a unos diez centímetros… como mucho.

–No. Lo deletrearé en monosílabos –pero Penny se puso tensa.

No sabía lo obvia que debía ser. Había pensado que Aaron aceptaría unas pocas citas divertidas antes de despedirse. Pero no habían llegado tan lejos. Dedujo que la excesiva atención floral era su manera de exponer que no estaba acostumbrado a oír un «no» y que en ese momento estaba decidido a hacerla cambiar de idea por la simple diversión infantil de lograrlo. Pero no podía estar segura, y por ello debía extremar las precauciones con una fachada dura. Nunca más.

–¿Adónde quieres que las envíe?

–¿Qué te parece el hospicio? Pero que vayan dirigidas a la sala del personal. Esa gente trabaja duramente.

–Por supuesto.

Carter sonreía con ese gesto sensual y divertido. La claridad de los ojos verde azulados parecían ocultar secretos en el interior. Como un espejo, reflejaban la superficie… y bloqueaban el acceso a las profundidades que había detrás.

Colgó y se volvió hacia el descarado curioso.

–¿No quieres quedártelas?

Inspeccionó el ramo gigantesco y miró la tarjeta… los millones de corazones diminutos en la parte frontal obviamente indicaban que se trataba de un regalo romántico. Qué él lo supiera la irritó aún más.

–Soy alérgica –mintió con sonrisa tensa. Quería deshacerse tanto de las flores como de él. ¿Cómo se suponía que podía concentrarse en el trabajo con esa invasión de olores y un hombre más atractivo que el último modelo de Calvin Klein que lograba empequeñecer su despacho con cada respiración que daba?

–¿De verdad? –entrecerró los ojos.

–Por supuesto –parpadeó–. Necesito llevar el ramo a la recepción –alargó la mano para alzarlo y escapar. Pero en su precipitación, se arañó un dedo con un tallo–. Maldita sea –vio el fino hilillo de sangre. Luego miró furiosa las flores–. Las odio.

–Déjame ver –le tomó la muñeca antes de que ella pudiera decidir nada.

El pulso de Penny se disparó.

–Está bien. Una tirita lo arreglará –habló más deprisa que un tren de alta velocidad japonés. Le temblaba cada músculo del cuerpo y anhelaba que él la encerrara en un poderoso abrazo.

–Chúpalo –le clavó la mirada en los ojos–. O lo haré yo, si quieres.

Durante medio segundo, ella se quedó boquiabierta. Era obvio que resultaba tan irritante por el día como por la noche.

–Está bien –recuperó su mano y cerró los dedos–. Necesito llevarme el ramo.

–Eh –ceñudo, alargó la mano y le subió el brazalete que llevaba en el brazo. El ceño aumentó al ver la piel que había revelado–. ¿Yo te hice eso?

Ella bajó la vista a la huella púrpura que circundaba su muñeca.

–No te preocupes. Me salen moratones con facilidad.

La miró a la cara, desvanecida toda chispa erótica en su expresión debido a la preocupación.

–Lo siento de verdad.

–No te preocupes –movió la cabeza con rapidez–. Repito que no ha sido nada –su arrepentimiento lo empeoraba. Era verdad que le salían moratones con facilidad y que él se pusiera tan serio lo volvía mucho más atractivo. Y encima en ese momento se puso a tocar levemente con un dedo cada marca.

–No está bien.

Penny tragó saliva. ¿Tenía que ser tan auténtico? Esa caricia suave le producía una especie de efecto hipnótico extraño, haciendo que quisiera acercarse más a él. A cambio, giró hacia las flores.

–Yo las llevaré –alzó el ramo enorme con solo una mano.

Eso le permitiría reagrupar sus hormonas. Pensó que debería ser cortés y decir algo, pero no creía disponer de un gracias en ese momento.

–Penny…

–Mason debería llegar en cualquier momento –cortó para eludir cualquier atención delicada que aún pudiera querer mostrarle.

–Hoy no vendrá –repuso Carter–. Trabajará desde casa. Te habrá enviado un correo electrónico.

Frunció el ceño. Mason jamás trabajaba desde casa. Podía tener ochenta años, pero casi siempre era el primero en llegar a la oficina.

–Le llevaré lo que necesite –la verdad era que quería comprobar cómo se encontraba.

–Eso sería estupendo –sus miradas volvieron a chocar, solo que en esa ocasión había una preocupación mutua–. Descubriré quién lo está perjudicando –afirmó con serena determinación.

Penny asintió.

Era evidente que le importaba el hombre mayor y algo se agitó en su interior… los primeros vestigios de respeto y de un objetivo compartido.

 

 

Mientras bajaba el ramo, pensó que no debería involucrarse con Penny… no cuando solo dispondría de una o dos semanas para encontrar al canalla que estaba robándole a Mason. Pero no creía ser capaz de trabajar sin llegar a una especie de acuerdo con ella, porque el desafío que representaba bastaba para aplastar su concentración. Por suerte, creía que se trataba de una mujer que comprendería el tipo de trato que a él le gustaba y el breve espacio de tiempo que tendrían les ahorraría cualquier posible confusión. Solo debía asegurarse de que comprendiera cuáles serían los beneficios… y los límites.

En la intimidad de la escalera, abrió la tarjeta aún unida a las flores.

 

Con la esperanza de verte otra vez esta noche.

 

Aaron

 

Se le tensaron los músculos. ¿Es que lo había visto la noche anterior? Quizá había tenido una cita después de quedar con sus amigas. ¿Había quedado con ese tal Aaron con el sabor de él todavía en ella? Porque Carter aún podía saborearla… ardiente, fresca, voraz.

No lo sorprendió pensar que hubiera ido con otro hombre después de haberse encendido con él; estaba muy acostumbrado a las mujeres que manipulaban y enfrentaban a los hombres. Su ex había hecho exactamente eso… tratar de forzarlo a establecer un compromiso mediante los celos. No le había funcionado. Y, desde luego, no se sentía celoso en ese momento. La tensión era por la situación de Mason. No por Penny.

Salió a la recepción y dejó las flores en el mostrador.

–Creo que un mensajero vendrá a buscarlas.

La recepcionista sonrió.

–¿Las envía Penny? –movió la cabeza–. Es el tercer ramo de esta semana. Está loca al no quererlas.

¿El tercero en esa semana? Y solo era martes. Sí, no cabía duda de que le gustaba mantener el interés de varios hombres… y que era tan codiciosa como todas las otras mujeres que había conocido.

 

 

 

Transcurrió casi una hora hasta que Carter reapareció con un papel en la mano y ceñudo.

–Penny, necesito que…

Calló cuando sonó el teléfono.

Ella se disculpó con un encogimiento de hombros y respondió.

–Finanzas Nicholls, Penny al habla.

–¿Recibiste las flores?

–Aaron –susurró, gimiendo para sus adentros. Miró de reojo a Carter, luego giró en el sillón para que no le viera el rubor que le invadió las mejillas. Ya sabía que era lo bastante grosero como para quedarse y escuchar. Lo mejor era acabar cuanto antes con la conversación–: Te aseguro que no es oportuno hablar en este momento…

–¿Las recibiste?

–Sí, lo siento, debería haberte llamado pero he tenido una mañana ajetreada –y no podía cortar con él sin cierta intimidad–. ¿Puedo llamarte luego?

–Las rosas me recordaron a ti. Asombrosamente hermosa pero con algunas espinas peligrosas.

Se encogió más en el sillón.

–Mira, ha sido un gran detalle, pero…

–Cena esta noche. Sin excusas.

Respiró hondo e intentó mantener la calma.

–Es una idea agradable pero…

–Ya he hecho la reserva. Es mi única noche libre esta semana y quiero pasarla toda contigo.

–Aaron, lo siento, pero… –le quitaron el auricular de la mano.

–Escucha, hombre, no te molestes. Tiene un novio nuevo y es alérgica a las flores. Ya las ha enviado al hospicio que hay en esta misma calle.

Penny lo miró fijamente mientras Carter se apoyaba en su escritorio. Apenas podía creer lo que estaba pasando.

–Sí, lo sé. Ahórrate el dinero. No va a pasar –colgó y la miró con frialdad–. Bien, te estaba diciendo que necesito que me localices algunas carpetas.

Durante un momento, la sorpresa le impidió sentir al completo la furia que la embargaba. Pero luego la golpeó como la embestida de un camión.

–¿Qué acabas de hacer?

Él le devolvió la mirada con calma inhumana.

–Solucionar tu problema. No volverá a molestarte.

–¿Cómo has podido hacer eso?

–Fácilmente. Y tú ya deberías haberlo hecho antes. Tu lenguaje corporal decía una cosa y tu boca otra. Dabas la impresión de querer meterte bajo el escritorio por miedo a que él apareciera, pero te lo quitabas de encima con demasiada gentileza. Un tipo como ese no entiende de sutilezas, Penny. Necesitas el enfoque del martillo neumático.

–No necesitaba que ese martillo fueras tú –movió la cabeza– Ha sido un comportamiento de matón de barrio.

–Fui un hombre hablando con otro hombre –arguyó, poniendo los ojos en blanco para recalcar el efecto–. Y más sincero que las tonterías que salían de tu boca.

–Lo estaba manejando –replicó a la defensiva.

–Estabas jugando con él.

Ya no sonó tan sereno. Sonó desagradable.

Mientras se apartaba el cabello con mano algo trémula, se dijo que no había estado jugando con Aaron, que solo había tratado de ser amable.

–Tres ramos de flores esta semana, ¿no es así, Penny? Ni siquiera eres lo bastante honesta como para decirle que no los quieres.

Lágrimas de horror le quemaron los ojos al sentir pánico ante la posible reacción de Aaron por los modales dictatoriales de Carter.

–¿Qué te altera tanto? –él se acercó con los ojos entrecerrados–. Ah, ya lo entiendo. ¿Te gustaba tenerlo en ascuas? ¿Alimentaba tu ego? ¿Te gusta recibir flores y atención? Eres una provocadora.

–No lo soy –se irguió en la silla, muy dolida por lo que le acababa de decir.

–Lo eres –repitió–. Si no, ¿por qué no lo has dejado antes?

–Lo intenté –le arrebató el papel y fue al archivador, abriendo un cajón con fuerza.

–Eso no era ningún intento –la siguió y la encaró mientras ella buscaba entre las carpetas–. No eres tonta, Penny. Podrías haberte deshecho de él mucho antes.

–Tal vez no soy tan arrogante ni tan grosera como tú. No me gusta pisotear los sentimientos de la gente.

–¿No crees que es peor tenerlo detrás de ti para que tu ego pueda hincharse un poco más?

–No era eso lo que hacía –se cruzó de brazos.

–Oh, ¿no me digas que te gustaba de verdad? –pareció atónito–. ¿Le estabas haciendo la vida un infierno? ¿Jugabas con él para que hiciera cualquier cosa que le pidieras?

–¡Claro que no! –apretó los dientes–. Intentaba dejar claro que no iba a pasar nada. Creía que ya lo había conseguido. Pero no se merecía la clase de humillación directa que le causaste tú.

–Lo que no se merece es que lo mastiques y lo escupas cuando te hayas hartado de él.

Le dedicó una mirada furiosa.

–Vaya, me tienes en alta estima, ¿verdad, Carter?

Él se encogió de hombros con gesto burlón.

–Si de verdad querías deshacerte de él, necesitabas ser cruel para ser amable.

–Pues yo no soy cruel –reconoció dolorosamente–. Jamás lo seré.

Él le devolvió la mirada centelleante. Despacio, Penny fue consciente del aislamiento en el que se encontraban, de la pequeñez del espacio que había entre ellos.

–¿Y sincera, entonces? ¿Crees que podrás conseguirlo? –musitó Carter.

–No si eso le hace daño real a alguien –respondió con absoluta sinceridad.

–No –él movió la cabeza–. Esa es la salida cobarde.

¿Qué sabía él de todo? A pesar del tópico que blandía de ser cruel para ser amable, apostaría hasta su último céntimo a que jamás había herido a alguien tal como lo había hecho ella una vez.

Ella contuvo unas súbitas lágrimas y de repente tuvo que esforzarse en no pensar en aquel beso y en lo maravilloso que había sido.

La atmósfera cambió por completo. Dio la impresión de que también él había olvidado su ira. Pero la emoción que flotaba en el aire se había transformado e intensificado mientras remolineaba en torno a ellos. De algún modo, eso le causó más miedo que cuando Carter se había mostrado grosero por teléfono. No podía moverse ni hablar.

–¿Quieres que te vuelva a besar, Penny? –preguntó él–. ¿Es ese el verdadero problema?

–Eres tan vanidoso –manifestó, recuperando la voz.

–Veo que realmente te es imposible ser sincera –la pinchó.

Ella inclinó la cabeza y buscó los últimos archivos. La desequilibraba con tanta facilidad que necesitaba recobrar su descaro defensivo. Pero lo único que podía mostrar en ese momento era su enfoque silencioso.

–Entonces, ¿qué debería haberte enviado ese hombre… una gran caja de bombones? –comentó él con ligereza.

–No como chocolate –soltó sin alzar la vista.

–Quizá deberías, así suavizarías esas aristas. ¿No dicen que el chocolate es mejor que el sexo?

–Es evidente que no lo estás haciendo bien si las mujeres que conoces dicen eso.

Él soltó una carcajada.

–¿Por qué no lanzas un desafío? –ella cerró el archivador con fuerza–. Y ahora vuelves a dar marcha atrás, ¿lo ves? Eres una provocadora. Lo que te gusta es que los hombres te deseen.

Lo miró a la cara para ponerlo en su sitio.

–Que me desees no es ningún cumplido.

–¿No lo crees? –sonrió–. Bueno, yo no tengo pensado ir detrás de ti con un millón de flores o llamadas. Si quieres seguir adelante con esto, házmelo saber.

–¿Y vendrás corriendo?

Él movió la cabeza.

–No voy corriendo detrás de ninguna mujer.

–¿Porque todas caen rendidas a tus pies?

–Igual que los hombres a los tuyos, encanto –murmuró–. Pero ya sé lo mucho que me deseas, así que puede que te haga suplicar por ello.

–Será cuando haga frío en el infierno, Carter.

–No protestes demasiado, que luego terminarás por lamentarlo.

–¿Siempre consigues lo que quieres? –preguntó tras un momento.

–Ya tengo todo lo que quiero. Cualquier cosa adicional solo es por diversión.

Sonrió y los ojos le brillaron con una expresión tan traviesa que a ella le costó no devolvérsela para reflejar la magia que había en su sonrisa. Se preguntó cómo podía querer sonreír cuando estaba furiosa con él.

Porque era un hombre sincero… sí, y más que ella. Podía estar provocándola, pero no decía nada que no fuera verdad.

–Reconócelo, te encanta lo divertido que es –dijo con un tono de voz que era una invitación.

–¿Qué cosa es divertida?

–El coqueteo.

–¿Es lo que estás haciendo?

–Es lo que hemos estado haciendo desde el momento en que nos vimos.

–Oh, por favor –eso no era un coqueteo, sino una descarada y abierta cacería sexual. No había nada sutil en ella.

–No puedes negarlo –añadió él–. Te gusta lo que ves. A mí me gusta lo que veo.

Ella bajó la cabeza y reconoció que solo era una atracción animal superficial, basada en el instinto y en lo que el ojo encontraba hermoso. Cada uno era un ejemplo agradable del sexo opuesto con el que practicar la procreación.

–Eso no significa que debamos hacer algo al respecto. Tú necesitas concentrarte en el trabajo que te trajo aquí –y ella necesitaba que le dejara espacio para respirar.

–Y lo desempeñaré bien. Lo que no significa que no pueda disfrutar de unos momentos de ligero alivio de vez en cuando.

Era lo único que buscaba ella siempre. Pero no creía que Carter se marchara con la misma ligereza con que lo haría ella.

–¿No crees que esto es una distracción?

–Creo que distrae más no ceder a ello.

–Ah, ya veo, así que debería dar mi consentimiento por el bien de Mason.

Él rio entre dientes.

–Deberías decir que sí porque no puedes seguir diciendo que no.

Había conocido a muchos chicos engreídos. Había oído muchas frases de seducción… diablos, ella misma había dicho unas cuantas. Pero mientras Carter era un hombre seguro, también sabía que cada palabra iba en serio. Realmente la deseaba. Y la verdad era que a ella le pasaba lo mismo… pero hasta un grado que asustaba. Esa clase de extremo no podía ser saludable.

Él se inclinó un poco, y a pesar de su cautela, ella lo imitó. Tuvo que separar los labios una ínfima fracción… se dijo que para poder respirar.

La sonrisa de él fue perversa y volvió a apartar la cabeza con un brillo de deleite en los ojos. Recogió las carpetas que ella había dejado sobre el archivador.

–Te veré luego en el bar.

–¿Irás esta noche? –toda la sangre le subió al rostro ante la idea de que él se presentara allí.

–Es una buena oportunidad para tratar socialmente con el personal de la empresa.

Ella frunció el ceño, olvidando sus sentimientos y pensando en Mason.

–No me puedo creer que alguno esté robando.

–Codicia. Nunca sabes quién tiene una adicción, qué necesidad lo puede empujar más allá de los límites morales.

–Pero no es William –era el último día allí del analista; se iba al extranjero para ocuparse de los mercados financieros en Singapur–. No podría ser él.

–Estoy comprobando a todos –repuso Carter con súbita ecuanimidad–. Como se marcha, inspecciono primero sus operaciones.

 

 

Mientras se retocaba el maquillaje en los aseos, pensó si Carter tendría razón. ¿Había estado engañando a Aaron? Podría haber sido más clara y haberlo frenado con firmeza. Pero aún tenía aquel recuerdo en que había infligido tanto dolor. Era la razón por la que ya siempre se mostraba cauta al establecer las normas antes de entrar en una relación. Era la causa por la que sus relaciones eran tan pocas, tan espaciadas y tan breves. Solo podía manejar algo sencillo y sin ataduras. Sin dolor, solo frivolidad y placer superficial. Disfrutaba del sexo. Aunque para nada lo tenía tan a menudo como se podía conjeturar. Esa atracción por Carter era lo más extremo que había experimentado jamás.

Él le había ofrecido todo lo que ella quería… Nada de ataduras ni confusiones. Desde luego, ahí no había ninguna amistad incipiente, y menos cuando la consideraba una seductora manipuladora. La miraba como si lo irritara tanto como lo excitaba.

Pero la reacción que él le inspiraba era demasiado poderosa como para ser segura. Cuando las emociones se descontrolaban, la gente resultaba herida, y eso no le sucedería nunca más.

Capítulo Tres

 

 

 

 

 

–Champán, por favor –nueve horas de trabajo y treinta y nueve largos de piscina más tarde, Penny se había puesto su ropa del club, había avanzado con sus tacones altos hacia la barra y le habían servido antes que a ocho personas que ya hacían cola.

–Así que eres amiga de los camareros.

–Y de los pinchadiscos –aceptó la copa y se volvió a mirar a Carter–. Y de los porteros –añadió con un cierto énfasis.

–¿En serio? –sonrió–. Creía que no te gustaban los matones que echaban a la gente fuera de tu vida.

De nuevo iba vestido de un negro informal. Le sentaba mucho mejor.

Bebió un poco de champán antes de responder.

–Siempre hay una excepción, Carter.

–Oh, desde luego –enarcó las cejas al inspeccionar cada centímetro de la falda y de la blusa de ella–. Así que este es tu coto de caza –miró con impasibilidad la pista de baile–. Un poco estridente, ¿no? –sonrió con maldad–. ¿Cómo puedes llegar a conocer a alguien de forma adecuada cuando apenas lo puedes oír hablar?

Ella se acercó y le susurró al oído:

–Aproximándome –se retiró con rapidez al sentir que él se movía.

Pero lo único que hizo fue depositar la copa en la alta mesa que había detrás de ella, lo que significaba que ya llevaba un rato allí y que tampoco le había costado captar la atención del personal de la barra.

Penny vio a sus compañeros de trabajo cerca de su rincón habitual; algunos ya estaban bailando.

–¿Vienes a reunirte con las demás?

–Si no queda más remedio

–¿No te gusta bailar? –él se encogió de hombros–. ¿No tienes ritmo? –preguntó con exagerada dulzura.

–Me defiendo.

–¿En serio? –no intentó ocultar el desafío en el tono de voz.

La miró a la cara. En el local había unas ciento cincuenta personas, pero de pronto solo estuvo él.

–Primero, me contento con mirar durante un rato. Es lo que quieres, ¿no? Que te miren. Por eso te vistes de esa manera –con los dedos rozó el bajo de la falda y los deslizó hacia la piel desnuda.

–Me visto así porque no me gusta pasar demasiado calor. Y para poder moverme con facilidad.

–Sí, muy fácilmente –recalcó la indirecta.

Ella sonrió.

–No estarás sacando las conclusiones equivocadas otra vez, ¿verdad?

–No, examino los detalles y evalúo de un modo razonado.

El dedo avanzó y retrocedió despacio por una extensión de cinco centímetros de su muslo y, a pesar del calor de finales del verano y de la presencia de tanta gente, se le puso la piel de gallina.

–¿Igual que hiciste anoche?

–Reconozco que mi instinto por lo general suspicaz anuló mi habitual observación minuciosa. Al principio.

–¿O sea que reconoces que estabas equivocado?

–Ya lo hice. Y ya me disculpé. Anoche. Deja de tratar de exprimir eso… ya podemos seguir adelante, ¿sabes? –le quitó la copa–. ¿O te da demasiado miedo?

Ella se mordió el interior del labio mientras él sonreía y bebía su champán, al tiempo que observaba con atención su reacción.

–Sabes que queremos lo mismo.

–Puede, puede que no –dijo con evasivas.

–Definitivamente.

–Lo único que quiero ahora es bailar –con él. Pero tenía que mantener algunos secretos.

La sonrisa de Carter fue luminosa.

–Exactamente lo que quería dejar claro.

Le dio la espalda y se dirigió hacia donde se hallaba la mitad de la oficina. Esa era una de las cosas que le gustaban de la empresa… la festividad realmente sana que tenía. Trabajaban duramente y se divertían con igual intensidad. William y algunos de los otros chicos se unieron y la pista se atestó. La sangre le zumbó. Justo lo que necesitaba; libertad y diversión fáciles.

La música estaba alta y el ritmo constante. Pero no tardó mucho en girar la cabeza. Porque no era un tráfico unidireccional… también ella quería observarlo. Y sus miradas se encontraron a mitad de camino. Durante una fracción de segundo vio la facilidad con la que él la leía… llegando hasta su cerebro para averiguar exactamente lo que quería.

Avanzó hacia ella.

Sí, eso era exactamente lo que quería.

Su aura y su físico lo dominaban todo. De hombros más anchos que William, también era más grande y fuerte… y reconoció que analizaba como una mujer de las cavernas, con el cuerpo decantándose de forma instintiva por el macho que mostraba más posibilidades de ofrecer la mejor protección.

Aunque la sonrisa que exhibía él no era del todo segura. Y otros instintos se enfrentaban a los básicos y sexuales… gritándole que acercarse a Carter no representaba ninguna protección. Pero la mirada de sus ojos volvía a hipnotizarla. No podía moverse… como una presa paralizada en el camino de un depredador. No estaba nada segura, aunque en ese momento no quería estarlo.

Le deslizó la mano por la espalda y la pegó a él, bajando la cabeza con tanta celeridad que ella no pudo siquiera parpadear. Pero no hubo ningún beso para su boca hambrienta; Carter era demasiado inteligente para ceder a eso. Fue un fugaz contacto en su mandíbula, tan veloz y leve que Penny se preguntó si no había sido una invención de su imaginación desesperada. Suspiró decepcionada y luego respiró hondo… toda ella excitada otra vez cuando la pegó todavía más contra él. Mientras con una mano le acariciaba la espalda, con la otra le alzó el rostro.

Pero evitó esos ojos penetrantes. Giró la cabeza y vio que sus compañeros se hallaban boquiabiertos. Decididamente esa noche estaba rompiendo algunos convencionalismos; jamás bailaba tan pegada a nadie de la oficina. Pero, oficialmente, Carter no estaba en nómina. Y en menos de un segundo dejó de importarle lo que pensaran, porque el impacto de la proximidad de él la golpeó y ya no pudo pensar. No pudo hacer otra cosa que moverse al ritmo marcado por él.

Él no dijo nada, simplemente la guio adonde quería… era un bailarín nato, un líder nato y un amante nato. Todo él ritmo fluido. Y ella se convirtió en masilla en sus manos.

No cabía duda de que se aprovechaba de las luces parpadeantes y de la multitud de gente para aplastarla aún más contra su cuerpo. Su estilo de martillo neumático… y toda cautela por la borda.

Las sensaciones se intensificaron. Ella dejó de sentirse cómodamente cálida y pasó a arder. Tampoco podía respirar… Carter siempre la dejaba sin aliento y le vaciaba el cerebro.

Pero esa incomodidad no encajaba. Bailando era como se sentía mejor, más libre, pero en ese momento el corazón de él no le permitía oír nada más. El suyo propio atronaba, asustándola.

Tenía que escapar. Se apartó de él y respiró hondo para intentar no ahogarse en las sensaciones. Volvió a escuchar el ritmo. Necesitaba estar sola y libre en la multitud.

Se volvió y vio a William a unos pasos de distancia. Fue hacia él, agradeciendo el descanso de Carter. Respiró hondo y se dijo que necesitaba tiempo para recobrar la calma.