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No como niñera, sino como esposa.Grace Templeton, cumpliendo la promesa que le había hecho a su prima en el lecho de muerte, dejó a un bebé en la puerta de los Dalton y, a continuación, se ofreció a trabajar como niñera para intentar descubrir cuál de los gemelos Dalton era el padre. La promesa incluía proteger al bebé, pero no enamorarse del hombre que al final resultó ser el padre de Molly. Para Blake Dalton, convertido en padre soltero, solo había una prioridad: desvelar los secretos que Grace se negaba a revelar sobre su hija. De algún modo le sacaría la verdad y, mientras tanto, mantendría a la niñera a su lado… día y noche.
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Seitenzahl: 166
Veröffentlichungsjahr: 2019
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2012 Merline Lovelace
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Secreto mortal, n.º 2 - agosto 2019
Título original: The Paternity Promise
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Este título fue publicado originalmente en español en 2013
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 978-84-1328-388-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Confundido entre los invitados a la boda, que abarrotaban el salón de la mansión de su madre en Oklahoma City, y con los puños fuertemente cerrados dentro de los bolsillos del traje, Blake Dalton forzó una sonrisa.
La fiesta parecía llegar a su fin. Los recién casados se habían detenido en las escaleras para que la novia pudiera arrojar el ramo y estaban a punto de partir de luna de miel a la Toscana.
Su gemelo había librado una encarnizada batalla para conquistar a la guapa e independiente piloto. Alex se había ganado esas dos semanas en la Toscana, lejos de sus múltiples responsabilidades como director ejecutivo de Dalton International.
A Blake no le suponía ningún problema hacerse cargo de la empresa en su ausencia. Abogado y licenciado en Gestión Empresarial, con casi diez años de experiencia, se había ganado el liderazgo que ejercía desde su puesto de director financiero. Alex y él solían sustituirse en la dirección del conglomerado empresarial cuando uno de los dos se ausentaba en viaje de negocios.
Blake desvió la mirada hacia la matriarca del clan Dalton. Los cabellos seguían siendo de un color negro intenso, con algunos reflejos plateados en las sienes. Llevaba un vestido de encaje de Dior en tonos salmón y su rostro reflejaba una profunda satisfacción. Su hijo sabía perfectamente en qué estaba pensando: ya tenía casado a uno, faltaba el otro.
Sin embargo fue el bebé que miraba por encima del hombro de la mujer lo que le hizo cerrar los puños con más fuerza mientras sentía una opresión en el pecho. En las semanas que habían pasado desde que algún desconocido había dejado al bebé de seis meses en la puerta de la casa de su madre, Molly se había convertido en esencial para Blake.
Las pruebas de ADN habían concluido, con una fiabilidad del 99,99 por ciento, que la criatura de deslumbrante mirada era una Dalton. Desgraciadamente, esas pruebas no habían podido determinar con suficiente certeza a qué Dalton pertenecía. El problema no quedaría resuelto hasta tener el ADN de la madre.
En consecuencia, los hermanos Dalton habían pasado las semanas siguientes a la llegada de Molly buscando a las mujeres con las que habían mantenido relaciones durante el año anterior. La lista de Alex había sido considerablemente más larga que la de Blake, pero ninguna de las candidatas había resultado ser la madre del bebé.
Una ruidosa algarabía le hizo desviar la mirada. Levantó la vista y encontró a su hermano entre la multitud. Era como mirarse al espejo. Ambos habían heredado la constitución de su padre, Jake Dalton, y sobrepasaban el metro ochenta de puro músculo. También habían heredado el color azul eléctrico de los ojos y los cabellos castaños que el feroz sol de Oklahoma convertía en oro.
Las miradas de los hermanos se encontraron y Blake sacudió la cabeza. Como muchos gemelos, les bastaba con mirarse para saber lo que pensaba el otro. Ya tendría tiempo comunicarle las noticias cuando regresaran de la luna de miel. Para entonces, Blake ya se habría encargado de todo, incluyendo de la rabia y la conmoción.
Obstinadamente reprimió cualquier emoción hasta que los recién casados estuvieron camino del aeropuerto. Incluso después, cumplió con su deber de anfitrión y charló con los invitados hasta que el último se hubo marchado. Nadie, ni siquiera su madre, sospechaba que en su interior bullía de ira.
–¡Por fin! –exclamó Delilah Dalton mientras se descalzaba–. Ha sido divertido, pero me alegra que haya terminado. Ha salido bien, ¿verdad?
–Muy bien –asintió Blake.
–Voy a echarle un ojo a Molly –la abuela recogió los zapatos y caminó descalza hasta las escaleras de mármol–. Después me voy a dar un baño. ¿Te quedas esta noche?
–No, vuelvo a mi casa –contestó su hijo esforzándose por mantener la calma–. ¿Podías pedirle a Grace que bajara? Me gustaría hablar con ella antes de marcharme.
Su madre enarcó las cejas ante la insólita petición de hablar con la mujer a la que había contratado como niñera. En las semanas que el bebé llevaba en la familia Dalton, Grace Templeton se había convertido en indispensable, casi parte de la familia. Tanto que había ejercido como dama de honor de Julie en la boda, siendo Blake el padrino.
A Delilah tampoco se le había escapado el cariño con el que esa chica trataba a Molly y lo bien que parecían llevarse. Y también había notado la buena pareja que hacía con Blake, y no había perdido la oportunidad de comentárselo a su hijo.
–Dile que estaré en la biblioteca –insistió él, furioso por estar de acuerdo con su madre.
–Muy bien –la mujer estaba demasiado cansada como para satisfacer su curiosidad y se dirigió escaleras arriba–. Pero no la retengas mucho rato. Debe estar tan destrozada como yo.
Iba a sentirse mucho más que destrozada. Tirando de la pajarita negra, Blake se dirigió a la biblioteca mientras recuperaba el informe que se había guardado hacía más de una hora en el bolsillo. Los datos resultaban estremecedores y aún se encontraba en proceso de digerirlos cuando Grace Templeton entró en la estancia.
–Hola, Blake. Delilah me dijo que querías hablar conmigo.
Blake entornó los ojos al fijarse en la delgada joven que se había quitado el vestido color lila, soltado los cabellos rubios, casi plateados, y que lucía una blusa blanca salpicada de goterones de agua.
–Disculpa las salpicaduras –se excusó mientras se pasaba una mano por la blusa y lo miraba con una expresión divertida en sus cálidos ojos castaños–. Molly se entusiasmó un poco con el baño.
Blake no respondió y se limitó a mirarla, envarado, en su traje de gala.
–¿De qué querías hablarme?
Grace percibió el profundo silencio que emanaba de ese hombre, y la tensa postura.
–¿Sucede algo malo?
–¿Te fijaste en el hombre que apareció justo antes de que se marcharan Julie y Alex?
–¿Ese tipo vestido de marrón? –ella asintió lentamente, aún perpleja por el mal humor de Blake–. Lo vi, y me pregunté quién podría ser. No encajaba entre los invitados.
–Se llama Del Jamison.
La joven frunció el ceño, sin duda repasando mentalmente los nombres de las personas que había conocido aquel día.
–Jamison es un detective privado –le ayudó él–. El que contratamos Alex y yo para buscar a la madre de Molly.
Esa chica era buena. Los ojos color canela solo emitieron un brevísimo destello de recelo que rápidamente desapareció, aunque no pudo evitar la palidez que invadió sus mejillas. Una palidez que a Blake le produjo una maliciosa satisfacción.
–Entiendo –ella se encogió de hombros en un descarado intento de parecer indiferente–. Estaba en Sudamérica, ¿no? Visitando los lugares a los que Julie voló el año pasado.
–En efecto, pero después de que Julie dejara claro que no era la madre de Molly, Jamison decidió comprobar otra pista… en California.
–¿California? –inquirió Grace, incapaz de disimular más el miedo.
–Te resumiré el informe –Blake adoptó el tono que tenía reservado para los tribunales, el que utilizaba cuando quería llevar la discusión a su terreno. Frío y desprovisto de emoción–. Jamison descubrió que la mujer que yo creía que había fallecido en un accidente de autobús no estaba ni siquiera en ese autobús. Murió casi un año después de aquello.
Esa mujer con la que había vivido un breve romance. Esa mujer que había desaparecido de su vida sin decir adiós, sin dejar siquiera una nota, sin dar ninguna explicación. Y hacía una hora había descubierto que esa mujer había contado con la ayuda de la dulce maquinadora de ojos canela que se había hecho un hueco en la casa de su madre.
Y, maldita fuera, en su cabeza también. Por enfadado que estuviera tenía que reconocer que esa mujer le atraía. Avanzó hacia ella.
–No sé qué tiene que ver conmigo –ella se levantó del brazo del sofá.
Blake aún no había perdido el control, pero sus músculos estaban en tensión.
–Según Jamison, esa mujer dio a luz a una niña pocas semanas antes de morir.
¡Su niña! ¡Su Molly!
–Al parecer también tenía una amiga que apareció en el hospital pocas horas antes de la muerte –soltó los puños sobre el brazo del sofá, obligándola a echarse hacia atrás–. Una amiga con cabellos rubios plateados.
–¡Blake! –los ojos de Grace se abrieron desmesuradamente alarmados–. ¡Escúchame!
–No, Grace, suponiendo que te llames así –espetó él con dureza–. La que va a escuchar eres tú. No sé cuánto tenías pensado sacar con todo esto, pero el juego ha terminado.
–No es ningún juego –protestó ella casi sin aliento.
–¿En serio?
–¡Yo no quiero tu dinero!
–Entonces, ¿qué quieres?
–Solo… solo –apoyó las palmas de la mano en la camisa de Blake–. ¡Por el amor de Dios! Apártate.
–¿Solo qué? –insistió él sin moverse.
–¡Maldita sea! –Grace, furiosa y sin rastro de miedo, le golpeó el pecho con el puño–. Lo único que quería, que me importaba, era que Molly tuviera un buen hogar.
Blake se irguió lentamente, se cruzó de brazos y la miró fijamente.
–Empecemos por el principio. ¿Quién demonios eres?
Grace se balanceaba inestable sobre el brazo del sofá. ¡Después de todo lo que había sufrido! Tantos temores y dolores de cabeza. ¿Y todo para terminar así? justo cuando empezaba relajarse por primera vez desde hacía meses. Justo cuando empezaba a pensar que ese hombre y ella podrían…
–¿Quién eres?
Blake repitió la pregunta.
Grace se encogió por dentro ante la idea de divulgar siquiera parte de la sórdida verdad.
–Soy quien afirmo ser –ella miró a Blake a los ojos–. Me llamo Grace Templeton. Enseño… enseñaba Ciencias Sociales en un instituto de San Antonio hasta hace unos meses.
–Hasta hace unos meses –repitió Blake–, cuando solicitaste una excedencia para cuidar de un familiar enfermo. Ese es el cuento que nos contaste, ¿verdad?
Ella sabía que la habían investigado. Ni Delilah ni sus hijos permitirían que nadie se acercara al bebé sin hacer algunas comprobaciones. Pero, con los años, Grace se había vuelto tan experta en entretejer la verdad con mentiras que había superado la prueba.
–No era un cuento.
Blake siseó. Los ojos azules que habían empezado a mirarla con algo más que amistad reflejaban un frío mortal.
–¿Tenías alguna relación con Anne Jordan?
Anne Jordan, Emma Lang, Janet Blair. Tantos seudónimos. Tantas llamadas angustiosas y desesperadas escapadas. Grace casi no era capaz de ordenarlas en su mente.
–Anne era prima mía.
Lo cual no bastaba siquiera para empezar a describir la relación con esa chica que había crecido a una manzana de su casa. Habían sido mucho más que primas. Habían sido amigas íntimas, jugado a las muñecas juntas, compartido secretos y todo lo demás en sus jóvenes vidas.
–¿Estabas con ella cuando murió?
–Sí –susurró Grace–. Estaba con ella.
–¿Y el bebé? ¿Molly?
–Es hija tuya. Tuya y de… Anne.
Blake se dio media vuelta y ella se quedó mirando sus anchos hombros. Deseaba disculparse por tantas mentiras y traiciones. Sin embargo, las mentiras habían sido un mal necesario, y las traiciones… no era ella quien debía rendir cuentas por ellas.
–Anne me llamó –le explicó–. Me contó que tenía una gravísima infección y me suplicó que me reuniera con ella. Esa misma tarde me subí a un avión, pero cuando llegué al hospital ya estaba entrando en coma. Murió aquella noche.
Blake se volvió hacia ella. En sus ojos ardía una pregunta sin formular.
–Anne dijo que fueras el padre de Molly. Estaba casi inconsciente a causa de los fármacos que le habían suministrado. Lo único que entendí fue el apellido Dalton. Sabía que había estado trabajando aquí y…
–Y trajiste a Molly a Oklahoma City –Blake concluyó la frase con despiadada frialdad–, y la dejaste frente a la puerta de mi madre. Después llamaste a Delilah y le contaste que acababas de enterarte de que necesitaba una niñera.
–¡Y era verdad!
–¿Te divertiste mucho al vernos a mi hermano y a mí intentando averiguar cuál de los dos era el padre?
–Ya te he dicho que ni yo sabía cuál de los dos lo era.
Incluso entonces no había estado segura. Los gemelos Dalton compartían más que una aguda inteligencia y un impresionante atractivo. Grace habría entendido que su prima hubiera sucumbido al carisma y la autoconfianza de Alex, y había creído que él era el padre hasta que empezó a percibir la fuerza del tranquilo y competente Blake.
Pero, aunque simpático y accesible, jamás compartía sus pensamientos y guardaba celosamente su vida privada. De haber mantenido una relación con una empleada, seguramente solo él, y quizás su gemelo, habrían estado al corriente en aquella casa.
Había puesto sus esperanzas en las pruebas de ADN y se había sentido tan frustrada como los hermanos Dalton ante los ambiguos resultados.
La subsiguiente búsqueda desesperada de la madre del bebé había sumido a Grace en un estado cercano al pánico. Había jurado mantener el secreto de su prima. No tenía otra elección, el futuro de Molly dependía de ello. Pero Blake había desenterrado una parte de ese secreto. No podía contarle el resto, pero sí intentar ofrecerle una solución.
–Tengo entendido que la paternidad de Molly solo puede establecerse con seguridad si se coteja el ADN del padre con el de la madre. Ella… Anne, fue incinerada y no conservo nada suyo que pueda proporcionarte una muestra.
Ni un cepillo, ni una barra de labios, ni siquiera una postal con un sello pegado. La madre de Molly había vivido años aterrorizada, escondiéndose.
–Pero podrías analizar mi ADN –concluyó con determinación–. He leído que las mitocondrias se heredan únicamente por línea materna.
Había hecho mucho más que leer. Se había pasado horas ante el ordenador, cuando Molly se lo permitía, intentando descifrar artículos científicos. Pero al fin había podido comprender que los cuatrocientos cuarenta y cuatro pares de bases determinaban el linaje materno y, como tal, podían emplearse para rastrear el linaje humano hasta la Eva mitocondrial. A los Dalton les bastaría con saltar una rama del árbol genealógico.
Era evidente que a Blake se le había ocurrido lo mismo, pues los ojos azules la miraron con frialdad mientras le lanzaba un ultimátum.
–Por supuesto que me vas a dar una muestra de ADN. Y, hasta que recibamos los resultados, ni te acerques a Molly.
–¿Cómo?
–Ya me has oído. Te quiero fuera de esta casa. Ahora mismo.
–¡Debes estar de broma!
No lo estaba. Con dos zancadas, Blake salvó la distancia que los separaba y la agarró con fuerza del brazo. Un tirón bastó para apartarla bruscamente del sofá y lanzarla hacia la puerta de la biblioteca.
–Entra
Blake abrió la puerta del Mercedes descapotable de dos plazas.
–¿Adónde vamos?
–Al centro.
–Tengo que decirle a Delilah que me marcho, y recoger algunas cosas –protestó ella.
–Ya se lo explicaré yo. Tú limítate a plantar el trasero en el asiento del coche.
De no haber estado tan aturdida por el giro de los acontecimientos, Grace se habría sentido perpleja ante el brusco comportamiento de Blake. Él era el gemelo amable, educado y solícito. En las semanas que llevaba en casa de Delilah, le había visto desplegar paciencia ante su opresiva madre, consideración con el servicio y una emotiva dulzura con Molly.
–Entra.
Grace intentaba calmar los nervios mientras el descapotable rodaba por el camino. Debería estar acostumbrada a que su vida cambiara de la noche al día. Le había sucedido unas cuantas veces en los últimos años. Una llamada. No hacía falta más. Una desesperada llamada de Hope.
No, se corrigió con rabia. Hope no. Anne. Aunque su prima estuviera muerta, no podía olvidar que debía referirse a ella como Anne.
Blake detuvo el coche en el aparcamiento subterráneo de la sede central de Dalton International, en el centro de Oklahoma City.
–Buenas noches, señor Dalton –saludó el vigilante.
–Hola, Roy.
–Imagino que los recién casados ya habrán partido en luna de miel.
–Así es.
–Les deseo lo mejor –el hombre saludó llevándose una mano a la frente–. ¿Qué tal está, señorita Templeton?
–Bien, gracias –Grace sonrió.
A la joven no le había sorprendido el amable saludo. Alguna vez había acudido a las oficinas con Molly y su abuela. Delilah había cedido a sus hijos el control del imperio que ella y Big Jake habían levantado de la nada. Pero lo que no había cedido era su derecho a entrometerse en la empresa, o en la vida de sus hijos. Era habitual que hiciera su entrada, seguida de Molly y la niñera, en medio de alguna reunión del consejo. Y también era habitual que subiera directamente al ático donde sus hijos tenían cada uno su apartamento.
El ático también incluía una suite de lujo para invitados, y allí, al parecer, era donde tenía pensado alojarla, supuso Grace cuando Blake se paró frente al despacho de seguridad para recoger una llave. Instantes después, las puertas del ascensor panorámico se cerraron.
Una vez pasados los tres pisos subterráneos, salieron a la superficie y Oklahoma City se extendió a sus pies. Normalmente, Grace habría dado un respingo ante la imagen, pero aquella noche apenas era consciente de las luces y los rascacielos. Estaba plenamente centrada en el hombre que la acorralaba contra la pared de cristal del ascensor.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron, Blake la agarró del brazo y la condujo por un pasillo enmoquetado hacia unas puertas de roble.
¡Ya era suficiente! Grace no se enfadaba casi nunca, pero, cuando lo hacía, tenía un carácter explosivo que le hacía superar el miedo que aún la agarrotaba.
–¡Basta! –exclamó mientras se soltaba y se paraba en seco–. Me has arrastrado fuera de la casa de tu madre como si fuera un ladrón pillado robando la plata. Me obligas a entrar en tu lujoso descapotable. Me haces subir hasta aquí en medio de la noche. Pues no voy a dar un paso más hasta que dejes de actuar como si fueras la Gestapo o el KGB.
Blake enarcó una ceja y, fríamente, consultó la hora en su Rolex de oro.
–Son las nueve y veintidós. No puede decirse que estemos en medio de la noche.
Grace sentía ganas de golpearlo. Abofetear el pétreo rostro de esa atractiva cara. Y lo hubiera hecho de no temer romperse un par de dedos contra la mandíbula.