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El profesor Jonathan Ferrari creyó que comenzaba su día como uno más de tantos. Sin embargo, nunca se imaginó la misteriosa aventura que le esperaba a él y a cuatro de sus alumnos cuando emprendieron un viaje en busca de la verdad. ¿Sería cierto que existe una raza que vive conspirando contra la raza humana? ¿Qué ocultarían los monjes de la abadía en sus sótanos? ¿Qué hallazgo extraño estarían a punto de descubrir? Te invitamos a sumergirte en la lectura de esta novela fantástica que seguramente te atrapará.
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Seitenzahl: 81
Veröffentlichungsjahr: 2023
Orlando Javier Chamorro
Mimi Agostino Secreto sellado / Mimi Agostino. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-4082-9
1. Novelas. I. Título. CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
CAPÍTULO I - PREJUICIOS
CAPÍTULO II - EL SUEÑO
CAPÍTULO III - LA ILUMINACIÓN
CAPÍTULO IV - SEÑALES DESDE LA TIERRADEL OLVIDO
CAPÍTULO V - ENCAMINADO
CAPÍTULO VI - AFINIDAD DE LAS ALMAS
CAPÍTULO VII - LA DUDA
CAPÍTULO VIII - EN MISIÓN
CAPÍTULO IX - LA BÚSQUEDA
CAPÍTULO X - EL COMPLOT
CAPÍTULO XI - LA CONSPIRACIÓN
CAPÍTULO XII - HACIA ALLÁ NADA LO IMPIDE
CAPÍTULO XIII - LA REVELACIÓN
DEDICADO AL CAMINANTE SEDIENTO DE LA VERDAD…
EN MEMORIA DE PEPE
El profesor Jonathan Ferrari hacía tiempo que venía con un sueño recurrente. Cada vez que lo tenía se levantaba mal. Por lo tanto, percibía de antemano que ese día en particular iba a ser difícil. Cuando se miró en el espejo del baño notó que en sus ojos lagañosos había lágrimas de haber llorado durante el sueño, advirtió también que la barba y el bigote medios rojizos estaban mojados. Abrió el grifo del agua se enjuagó la cara, se la secó y se volvió a mirar al espejo. Se detuvo observando sus pupilas… estaban dilatadas y vidriosas, a tal punto que inundaban ambas corneas verdes con ese color indefinido que sólo lo puede producir el pánico. Se dirigió a la cocina encendió la cafetera, se sirvió el café, lo quedó mirando fijamente, y en cada destello que ese negro café emanaba se reflejaban las imágenes de su sueño. Pasaron los minutos, el café se enfrió, el profesor Jonathan no había tomado ni un sorbo. Turbado agarró la taza y volcó el contenido en la pileta. Y por fin emitió palabras:
—Chau andate, solo fuiste un sueño, dejame en paz—… luego gritó como todo argentino grita en la cancha de fútbol o en las manifestaciones políticas: —¡Dejame de joder!, ¡dejame de joder!, ¡dejame de joder! —Gritó tan pero, tan fuerte, que su gata Gherda se sobresaltó, asustada tiró de un sopetón toda la comida del día anterior, derramó la leche, cayó la taza de porcelana, legado del juego de té de su madre. Al cabo de un segundo el caos reinaba en su hogar.
Nuevamente Jonathan se dijo a sí mismo: “Este será un día muy difícil. Decime Jonathan ¿Cómo vas a enseñar historia con tal confusión de pensamientos? ¿Cómo vas a enfrentar a treinta pibes adolescentes, más una directora insoportable, más dos preceptoras brujonas que te tienen vigilado y controlado al dedillo? Si terminás este día pibe ‘Hoy te convertís en héroe’”, recordó las palabras históricas de Javier Mascherano a chiquito Romero en la semifinal contra Holanda en el mundial de fútbol Brasil 2014. “¿Lograré atajar este penal y dejar mis confusiones afuera?”.
Tan sumido estaba Jonathan en sus pensamientos que ni siquiera había escuchado la tormenta que se había desatado durante la noche sobre la ciudad. Cuando salió a la puerta de calle, los árboles se doblaban por el viento, quiso ir en su moto, pero la lluvia era torrencial. Había granizado y montañitas blancas permanecían al costado de las alcantarillas. “¿Cómo no pude oír los truenos?”. Mientras se dirigía a la parada del colectivo pasó por la plaza y vio ramas tiradas, cables enredados, y chapas transparentes que habrían volado de alguna galería —¡Se nota que la tormenta no fue solamente dentro mío! —exclamó. —¡La tormenta se desató también afuera!
Curiosamente el vendaval se había desatado en todos los frentes. El profesor ni se imaginaba cómo terminaría ese día.
El olor característico que genera la humedad cuando hay mucha gente junta en un colectivo, el malhumor generalizado, los paraguas que se abren imprudentemente y terminan mojando a la señora coqueta, el chofer que pasa a toda velocidad sobre un charco de agua y moja a todos los que están esperando en la esquina. Los gritos de agravios que le propinan los que se refrescaron por el agua del charco fueron todas situaciones que distrajeron los pensamientos de Jonathan. “Lo único bueno que haya llovido es que hoy van a ser menos alumnos. No estoy en condiciones de enseñar sobre Revolución francesa y monarquías”.— Vociferó en su cabeza a regañadientes.
Efectivamente, tal como lo especulado; en el aula solamente había cuatro estudiantes sobre una matrícula total de treinta alumnos.
“Ah, llegaron los peores”, pensó: “¡Qué maravilloso dar una clase para cuatro personajes como estos!”.
…Y ahí estaban los cuatro apáticos, abúlicos, impávidos, displicentes, impresentables; en definitiva ese grupito sumaba todos los prefijos existentes y encima mal lookeados. “…¿Qué podrían aportar estos sátrapas a la causa monárquica?”.
Los cuatro alumnos que se habían hecho presentes promediaban entre los catorce y quince años edad.
Emiliano Peretti: había pegado un estirón en los últimos dos meses. Estaba casi irreconocible, el uniforme le iba chico, es decir pantalones a los tobillos, las mangas del buzo no le llegaban a las muñecas, se había rapado la cabeza, así que esos rulos rubios habían quedado sepultados vaya a saber en qué barbería. Además, se había colocado un expansor en una oreja. “...Digno hijo de alguna tribu de alguna parte del planeta, elucubró el profesor. “...Aunque sinceramente me hubiera gustado que se hubiera colocado un plato en la boca como las tribus Surma o Mursi de Etiopia, quizás lograría que hable menos” con su acidez característica ironizada el profesor cuando hablaba para sus adentros.
A su lado estaba Magalí Koch, bella como una vampiresa, en efecto, no había ánimo de exageración, su cara, poseía una blancura inusitada, ni que se hubiera dado dos manos de cal. Al cabello castaño claro lo había teñido de un negro tan azabache que contrastaba con la blancura de su cara, se había colocado varios piercings en la boca y en la lengua. “¡Ay Morticia Adams!… esta chica salió de la saga de Anne Rice” —satirizaba sin muchas ganas de comenzar la clase Jonathan Ferrari.
Sólo sentado adelante, se encontraba Tiziano Bermúdez, un morocho que todas las mañanas se hacía la planchita en el flequillo, cuya punta siempre caía sobre el lado izquierdo tapándole el ojo. Un incipiente bigote que constaba de dos o tres pelusas había comenzado a formársele. Tiziano era incisivo y de pocas palabras: “Bienvenido Cantinflas”.
Detrás de Tiziano, en el pupitre del costado derecho, había colocado su mochila artesanal, la alumna Valentina Staglino, una pelirroja que se creía la hippie del siglo XXI, nunca se sacaba la bandana que tenía en su cabeza, ni los anteojos de aumento redondos tipo John Lennon —“…Valentina es una nacida fuera de época, si hubiera sido joven en la década de los 60, a esta chica la hubiéramos visto participar del festival multitudinario, libertario y pacifista de Woodstock; sin embargo una hippie en esta época es un poco ridículo” —concluyó finalmente el profesor, dispuesto a salir de su análisis y considerar la manera de comenzar su clase.
—Abran el libro en la página cuarenta y cuatro. “Causas de la Revolución francesa”.
Las caras de los cuatro alumnos se desvanecieron de infelicidad cuando se dieron cuenta que el profesor Ferrari quería dictar su clase en medio de una tormenta y con la ausencia de la mayoría de sus alumnos.
Fue entonces que la arriesgada gótica, Magalí, interrumpió al profesor tratando de convencerlo con otra propuesta.
— ¿y si hablamos de otros temas más interesantes profesor?
El profesor sin levantar la mirada del texto respondió: —¿Qué otros temas le resultan interesante alumna?
Magalí sin dudar un segundo contestó: —Temas de actualidad: Ley de aborto, ideología de género, casamiento igualitario, ¡uh la lista es enorme!
Mientras el profesor distraídamente miraba por la ventana como continuaba la tormenta expresó: —Alumnos no me saquen de mi tema. Vamos a hablar del contenido que preparé para la clase de hoy: “Las monarquías” y de ahí no me van a mover.
Entonces Emiliano, el provocativo, pasando su mano izquierda por la pelada exclamó: —¿Por qué no podemos hablar de aquello que todos callan sobre las monarquías y terminamos de escupir eso que todos tenemos atragantado de una vez por todas? Por ejemplo, decir que ellos para mantener su estatus tienen un determinado culto en el que sacrifican sangre humana y hasta llegan a comer niños.
El profesor Ferrari, levantó el mentón y clavó la mirada en los ojos de Emiliano. —¿Qué está diciendo alumno? Luego imprevistamente comenzó a tutearlo: —Explicate mejor Emiliano, no logro entenderte.
Emiliano muy categórico continuó: —Se lo dijo la princesa Lady Di a su confidente Christine Fitzgerald… que a ella la habían sometido a un ritual, la habían drogado previamente y que la reina de Inglaterra y la reina madre se habían transformado como en dragones delante de ella. Desde ese momento la princesa Diana comenzó a referirse a la familia real como los lagartos.
Valentina interrumpió: —Perdón Emiliano, ¿qué te fumaste? ¿Una palmera?
Magalí que estaba muy compenetrada en la charla la hizo callar: —No interrumpas Valen por favor. Sobre este tema había escuchado. ¡Sí! Leí un artículo en la revistar Stars Rock, se llaman “Reptilianos”.
El profesor más turbado aún replicó a Emiliano:—Documente sus dichos alumno. ¿Usted tiene fuentes serias sobre esta hipótesis que está manejando?
Emiliano sin dudar expuso todos los nombres y las fuentes de sus libros:
—Tenemos a Fritz Springmaier quien se comió como diez años de cárcel por exponer estos temas denunciando las trece líneas de sangre reptil. También tenemos a David Icke, un exjugador de fútbol inglés, quien dejó su carrera por dedicarse a la investigación de estos temas.
El profesor empalideció, sintió que una transpiración fría recorría su cuerpo de los pies a la cabeza. El corazón le palpitaba a mil por hora. Estaba pensando qué responder cuando de repente entró la preceptora a tomar asistencia. Simultáneamente el timbre anunciaba que la hora había concluido.