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Un día de San Valentín en Holly Springs… Tiempo atrás Cal y Ashley habían sido una feliz pareja de recién casados, pero eso cambió cuando Ashley se fue tres años a Hawái para hacer sus prácticas de Medicina, dejando a su marido solo en Holly Springs. Los dos habían estado de acuerdo en que era lo mejor para su carrera. Pasaban juntos los fines de semana que podían, pero... No podían seguir así, y habían llegado a un acuerdo: Ashley había regresado a Holly Springs para pasar juntos un mes e intentar salvar su matrimonio; hasta el día de San Valentín, el día de su aniversario. Pero los dos ocultaban secretos que amenazaban con hacer añicos su ya de por sí frágil unión.
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Seitenzahl: 266
Veröffentlichungsjahr: 2012
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2005 Cathy Gillen Thacker. Todos los derechos reservados.
SECRETOS POR REVELAR, N.º 67 - mayo 2012
Título original: Her Secret Valentine
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd..
Publicada en español en 2012
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-0128-8
Editor responsable: Luis Pugni
ePub: Publidisa
–¿CUÁNTO tiempo lleváis Ashley y tú en esa situación? –le preguntó Mac a su hermano.
Cal se puso tenso. Creía que Mac lo había invitado a su casa para ver un partido de rugby con el resto de sus hermanos y su cuñado Thad, pero de repente parecía que estuvieran haciéndole un interrogatorio.
Se inclinó para servirse unos nachos de la fuente que había sobre la mesita frente al sofá en el que estaba sentado, y respondió:
–No sé de qué me hablas.
–Entonces, deja que te lo expliquemos –dijo Thad.
–Ashley no fue a la boda de Janey y Thad en agosto –intervino su hermano Joe–, ni a la de Fletcher y Lily en octubre, ni a la de Dylan y Hannah en noviembre.
Aquello irritó a Cal. Todos sabían que Ashley estaba ocupada con sus prácticas de Obstetricia y Ginecología en Honolulu.
–Querría haber ido, pero para venir a Raleigh desde Honolulu tiene que volar un mínimo de doce horas, y eso es demasiado para un viaje de fin de semana Y tampoco es que tenga muchos fines de semana libres al año.
Ni los tenía él. Por eso habían empezado a ir los dos a San Francisco para verse, porque así solo tenían que hacer un vuelo de seis o siete horas cada uno. Thad y sus hermanos lo miraron con escepticismo.
–Este año tampoco ha venido por Acción de Gracias, ni por Navidad, ni por Año Nuevo –observó su hermano Dylan.
Cal se encogió de hombros y miró la pantalla del televisor, donde seguían poniendo anuncios.
–En todos esos festivos le tocó trabajar –respondió, deseando que el partido empezara ya para que dejaran el tema.
–¿Le tocaba trabajar, o se ofreció voluntaria para cubrir esos turnos? –inquirió su hermano Fletcher enarcando una ceja.
Una sensación de malestar se apoderó de Cal. Él se había hecho esa misma pregunta muchas veces. Pero Ashley era su mujer, y se sentía en el deber de defenderla.
–Nos vimos en San Francisco en noviembre y celebramos todo lo que no habíamos podido celebrar juntos.
Había sido un fin de semana lleno de pasión después del que, extrañamente, se había sentido más solo y más inseguro de su matrimonio que nunca.
Los demás cruzaron miradas de preocupación. Cal sabía que sus hermanos y su cuñado sentían lástima de él, y eso no hacía sino empeorar la situación.
Dylan mojó un nacho en la salsa de queso y le preguntó curioso:
–Bueno, ¿y cuándo vuelve Ashley?
Ese era el problema, respondió Cal para sus adentros, que no lo sabía porque Ashley no quería hablar de ello.
–Pronto –mintió.
Thad se quedó mirándolo pensativo.
–Creía que acababa las prácticas en diciembre.
Cal tomó un sorbo de su botellín de cerveza, que le supo amargo.
–Hizo el examen oral y entregó su tesis.
Fletcher tomó una alita de pollo.
–Y el examen escrito lo tuvo en julio, ¿no?
Cal asintió.
–Sí, pero no acaba oficialmente las prácticas hasta el quince de enero –dijo. Dentro de dos días.
–Y luego volverá a casa, ¿no?
Ese había sido el plan inicial, cuando Ashley se había marchado, hacía dos años y medio, para completar sus estudios de Medicina en Hawái, pero Cal ya no lo tenía tan claro.
Sin embargo, como no quería entrar en eso, se limitó a contestar:
–Está buscando un trabajo.
–¿Aquí en Carolina?
Eso esperaba Cal. Sobre todo porque él estaba comprometido por contrato con el Centro Médico de Holly Springs durante otros dieciocho meses, como mínimo.
–Si fuera mi mujer… –comenzó Mac.
–Mira quién fue a hablar, el que no tiene mujer –lo interrumpió Cal, al que estaba empezando a agotársele su proverbial paciencia.
–Si yo estuviera en tu lugar –continuó Mac, ignorando la mirada de Cal mientras se servía un trozo de pizza–, tomaría el primer avión a Honolulu y, si fuera necesario, me la echaría al hombro como un cavernícola para traerla de vuelta a casa.
Cal no dudaba de que esa actitud le funcionase como sheriff de Holly Springs, pero con su historial amoroso no podía decirse que fuese un experto en las relaciones de pareja, ni que pudiese dar consejos.
–Ese estilo tuyo a lo John Wayne no funciona con Ashley –le dijo.
Nunca había funcionado, ni lo haría nunca.
–Pues algo tienes que hacer –intervino Joe.
Todos los ojos se posaron en él, y Cal se quedó mirándolo también, expectante, sabiendo por el silencio que se había hecho de repente que había algo más. Finalmente Joe se aclaró la garganta y añadió:
–Nuestras mujeres, nuestra madre y nuestra hermana están preocupadas por vosotros. Lleváis casados casi tres años, pero habéis estado la mayor parte del tiempo separados.
–¿Y? –lo instó Cal a que continuara.
–Pues que piensan que no sois felices –dijo Dylan tomando el relevo–. Van a daros a Ashley y a ti hasta el día de San Valentín para solucionar las cosas.
San Valentín; el día de su aniversario.
–¿Y si eso no ocurre? –quiso saber Cal.
–Pues que ellas tomarán cartas en el asunto –le explicó Fletcher con el ceño fruncido.
–Como sigas así la gente empezará a llamarte «Ashley la Escurridiza».
Cuando oyó aquella voz masculina tan sexy detrás de ella en la sala de personal del Hospital General de Honolulu, Ashley se volvió con el corazón palpitándole con una mezcla de alegría y sorpresa. Cal, el hombre con el que llevaba casada casi tres años estaba en el umbral de la puerta. Ashley sintió que una oleada de felicidad la invadía mientras lo devoraba con la mirada.
La camisa que llevaba resaltaba su musculoso pecho y sus anchos hombros, y los pantalones de pinzas que enfundaban sus largas y fuertes piernas le sentaban de maravilla. Se moría por peinar con los dedos su corto cabello rubio y por acariciar con sus manos la recia mandíbula, la mandíbula de los Hart, todo un símbolo de testarudez.
–Cal… –murmuró sorprendida.
–Vaya, veo que al menos te acuerdas de mi nombre –le dijo él con una media sonrisa.
Aquella broma no logró disimular el tono dolido de Cal, y era algo del todo inusual, porque su marido rara vez dejaba entrever a nadie sus sentimientos. Ashley tragó saliva.
–¿Qué estás haciendo aquí? –inquirió. ¿Dejaría algún día de sentirse minúscula al lado de aquel gigante de metro noventa con su escaso metro sesenta?–. Creía que…
Cal enarcó una ceja.
–¿Que iba a esperar a que me dieras el visto bueno para venir a por ti? –inquirió acercándose.
Cuando se detuvo a un par de pasos de ella, el olor a sol y a mar de su colonia la envolvió y Ashley tuvo que hacer un esfuerzo para contener el nerviosismo que afloró en su interior. Se agachó un poco para pasar por debajo de una pancarta de sus compañeros en la que habían escrito ¡Enhorabuena, Ashley! y continuó sacando las cosas de su taquilla para meterlas en la caja de cartón.
–No habíamos hablado de que vinieras a buscarme –murmuró.
Le habría gustado prepararse para aquel cara a cara, pensar qué iba a decirle.
Cal se acercó más.
–Exacto. No habíamos hecho planes, pero sabía que hoy era tu último turno en el hospital –añadió en un tono seductor.
Ashley inspiró y se volvió hacia él.
–¿Qué te ha pasado? –le preguntó apretando el chubasquero contra su pecho a modo de escudo.
Necesitaba protegerse de las emociones que bullían entre ellos.
Cal se lo quitó de las manos y lo arrojó sobre el banco, donde estaba la caja de cartón.
–¿Qué quieres decir?
Con el corazón latiéndole como loco, Ashley se volvió de nuevo hacia la taquilla para sacar unos libros.
–Que normalmente eres muy paciente, y nunca te tomas nada a mal –respondió metiéndolos también en la caja.
Y aquello dudaba que fuese a tomárselo bien.
Un brillo acerado relumbró en los ojos de Cal como si fueran los de un depredador. Apoyó la palma de la mano en la puerta de la taquilla contigua y se inclinó para decirle:
–Quizá ese sea el problema, Ash. Quizá de tanto ser paciente y esperar nunca consigo lo que quiero.
Ay, Dios.
–¿Qué es…? –inquirió ella.
Cal la atrajo hacia sí.
–Para empezar, esto –respondió antes de besarla.
Su primer beso después de una larga separación siempre irradiaba sentimiento y pasión, y aquel no era una excepción, pensó Ashley mientras los labios y la lengua de Cal asaltaban los suyos. Con los brazos de Cal en torno a su cintura se sentía como si estuviera de nuevo en casa.
Claro que aquello no le sorprendía. Había sabido que estaba enamorada de Cal casi desde el primer momento en que había posado sus ojos en él, durante su primer año de universidad en Wake Forest.
Quizá fuese porque tenía cuatro años más que ella y estaba en su último curso de Medicina, aunque siempre la había vuelto loca esa confianza en sí mismo que demostraba y ese irresistible encanto sureño que tenía. Se sentía segura cuando estaba con él, deseada, muy femenina.
Podrían haber seguido así horas y horas, el uno en brazos del otro, besándose apasionadamente, si no hubiera sido por el ruido de una puerta que se abrió detrás de ellos, seguido de unas tosecillas y de risas.
–Creo que no hace falta que os pregunte qué estáis haciendo –dijo la enfermera que había entrado.
Ashley apoyó la cabeza en el pecho de su marido para mirarla y Cal le respondió:
–¡Celebrando!
La enfermera sonrió de oreja a oreja.
–Ashley te ha dicho lo de la oferta de trabajo en Maui, ¿no? ¿A que es genial? –le dijo a Cal–. ¿Sabes cuántos de nosotros renunciaríamos a nuestras vacaciones por trabajar allí?
Ashley levantó la cabeza del pecho de su marido y la enfermera la miró preocupada al comprender por el silencio de Cal que Ashley no le había dicho nada.
La enfermera esbozó una sonrisa a modo de disculpa y retrocedió hasta la puerta.
–Eh… bueno, me aseguraré de que no os molesten –dijo, y salió cerrando tras de sí.
Cal se quedó mirando a Ashley dolido, como si sintiese que lo estaba excluyendo de su vida, aunque a decir verdad ella a menudo tenía también la sensación de que él la excluía de la suya.
A pesar de todo, Ashley sintió una punzada de culpabilidad. Como de costumbre, se encontraba entre la espada y la pared. Si rechazaba el trabajo decepcionaría a sus padres y a la doctora Connelly, su mentora, y a Cal no lo contentaría hiciese lo que hiciese. Él esperaba que tuviese tanto éxito en su carrera como él, pero no quería que su trabajo interfiriera con su relación.
Y eso era casi imposible teniendo en cuenta que, dado que ella era obstetra y él cirujano, lo más normal era que en cualquier momento los requiriesen para una urgencia.
–Iba a decírtelo –murmuró, sabiendo que estaba esperando una explicación.
Cal escrutó su rostro en silencio con una mirada distante.
–Supongo que eso significa que aún no has rechazado el puesto –dijo.
Ashley se encogió de hombros, deseando llevar puesta otra cosa que no fuera su uniforme azul de camisa de manga corta y pantalón y unas zapatillas de tenis. Quizá si fuese vestida con ropa de calle, como Cal, un poco más sofisticada, sentiría más confianza en sí misma.
–Me llamaron la semana pasada.
–Pero tus compañeros lo saben.
Ashley había imaginado que Cal querría que se lo dijese primero a él. Lo cierto era que había estado tan ocupada en esas últimas semanas de prácticas que ni siquiera había tenido tiempo de empezar a buscar un trabajo en serio. Aquel le había caído del cielo. Además, se lo habría dicho si le hubiesen hecho alguna otra oferta además de esa. Quería haber esperado a tener más opciones antes de hablar con él, para no decepcionarlo. Ni a él ni a sus padres, que seguramente pensarían que estaba tomándose la búsqueda de empleo con demasiada calma después de todo el dinero que habían invertido en sus estudios.
–No es lo que piensas. Es solo que algunos de mis compañeros estaban presentes cuando recibí esa llamada de Maui –le explicó.
Una mezcla de ira y decepción relumbró en los ojos de Cal.
–Los teléfonos también funcionan en Carolina –masculló.
–Pensé que era algo que debíamos hablar cara a cara –le dijo ella con la voz temblorosa.
Cal la miró con incredulidad.
–No estarás diciéndome que estás pensando en aceptarlo.
Ashley vaciló.
–Pues la verdad es que todavía no sé lo que voy a hacer.
Cal asintió y no dijo nada más, y Ashley, consciente de que su marido no quería que tuviesen aquella discusión en un lugar público, siguió guardando sus cosas para marcharse.
Cal la ayudó, y después de despedirse de sus compañeros se fueron a su apartamento.
–¿No vas a preguntarme nada sobre el trabajo que me han ofrecido? –le dijo Ashley.
Le habría gustado por una vez que Cal se abriese a ella en vez de guardárselo todo.
–Pues… –Cal dejó su bolsa de viaje en el suelo–, la verdad es que antes de seguir hablando de esto preferiría que fuéramos a darnos un chapuzón en el mar. ¿Qué te parece si lo dejamos para la cena?
Ashley tragó saliva. Si iban a discutir, prefería pasar el mal trago cuanto antes.
–Pero…
Cal la cortó con una mirada irritada.
–Si vas a darme malas noticias, creo que prefiero esperar, si no te importa.
Tomada la decisión, al menos en lo que a él se refería, Cal se vació metódicamente los bolsillos. Apenas se había sacado el teléfono móvil cuando empezó a sonar. Miró la pantalla para ver el número.
–Habla con Mac a ver qué tripa se le ha roto, ¿quieres? –dijo plantándolo en la mano a su mujer.
Ashley se quedó mirándolo aturdida con el móvil zumbando en su mano mientras Cal sacaba un bañador de su bolsa y entraba en el cuarto de baño. Cuando fue a contestar, el aparato dejó de sonar, pero Mac había dejado un mensaje.
–¿Y bien? –le dijo Cal saliendo del baño un momento después–. ¿Qué quería? –inquirió arrojando la camisa y los pantalones sobre el respaldo del sofá.
A pesar de la creciente irritación que se había apoderado de ella al escuchar el mensaje de Mac, Ashley no pudo resistirse a admirar su cuerpo bronceado y musculoso antes de responder.
–En realidad, el mensaje era de parte de tus cuatro hermanos y de tu cuñado –dijo, negándose a dejar que sus ojos siguieran bajando al llegar a la cintura.
Cal se puso tenso, pero Ashley no pudo deducir de su expresión si había imaginado que harían esa llamada.
–Continúa –le dijo.
«¿Cómo no?», pensó Ashley con sarcasmo.
–Veamos… Mac quería recordarte que a las mujeres nos gusta que los hombres sean decididos –le dijo–; Fletcher, que no hay nada mejor para seducirnos que el que nos hagan reír –añadió. ¡Cómo si Cal necesitase ayuda para llevarla a la cama!–; Dylan, que en lo que se refiere a nosotras, la paciencia es una virtud que está sobrevalorada; Joe te sugería que pases al ataque –continuó. ¿Al ataque? ¿Que era para Joe su matrimonio, un partido de hockey? –; y Thad te aconsejaba que no te olvidases de escuchar –concluyó. Lo único sensato de aquel mensaje, y algo que a su juicio su marido debería hacer más a menudo, pensó devolviéndole el teléfono airada–. ¿Y ahora qué? ¿Vas a contarme de qué va esto, o tendré que adivinarlo?
–SOLO estaban haciendo el ganso –farfulló Cal mientras abría las puertas del balcón para salir fuera.
–¿Pretendes que me crea eso?
Aquella era su oportunidad de decirle que toda su familia estaba preocupada por ellos. Que estaban decididos a ayudarles, si era necesario. Sin embargo, Ashley nunca había llegado a entender lo unidos que estaban los miembros del clan Hart, ni lo mucho que se apoyaban los unos en los otros. Por eso, como intuía que si le decía aquello Ashley no se lo tomaría demasiado bien, se limitó a responder:
–Dicen que hemos pasado tanto tiempo separados desde que nos dimos el «sí quiero» hace tres años que es como si todavía fuéramos recién casados.
Ashley suspiró y volvió la vista hacia el mar azul y la playa de blanca arena salpicada de palmeras.
–Ya. Y en otros aspectos parece como si ni siquiera estuviéramos casados.
–Pero eso cambiará cuando volvamos a vivir en la misma casa y en la misma ciudad –le dijo a Ashley con certidumbre mientras la observaba–. Porque ese sigue siendo el plan, ¿no?
Para espanto de Cal, Ashley vaciló.
–¿No estarás pensando de verdad en aceptar ese puesto? –inquirió frunciendo el ceño.
Ashley alzó las dos manos, como intentando aplacarlo.
–Cal, ese puesto es un sueño; que me lo hayan ofrecido es una inmensa suerte. Mis padres se sentirían orgullosos si lo supieran, y creía que tú también te sentirías orgulloso cuando te lo dijera –le espetó con voz temblorosa, a pesar de que se había prometido que no iba a flaquear–. ¿Acaso no te he apoyado yo todo este tiempo en tu sueño de convertirte en el mejor especialista en medicina deportiva y en cirugía ortopédica?
Irritado, Cal volvió la vista hacia el horizonte.
–Yo no he dicho lo contrario.
–Bueno, pues me alegro de que no lo niegues –dijo Ashley. Cuando él se volvió para mirarla, sacudió la cabeza, agitando la larga y oscura melena, que le caía sobre los hombros como una capa de seda–. Porque lo he hecho, Cal; te he apoyado.
–¿Y qué pasa con nosotros? –quiso saber Cal, detestando la ansiedad que destiló su voz.
Se esforzaba por no ser egoísta; se esforzaba de verdad, pero no era un santo.
Un brillo esperanzado iluminó los ojos azules de Ashley.
–Podrías mudarte aquí dentro de un año y medio, cuando acabe tu contrato con el centro médico de Holly Springs –le propuso–. Hay muchos deportistas aquí en Hawái y en la Costa Oeste que estarían encantados de contar con un médico con tu experiencia.
Estaba evadiendo la cuestión principal.
–Se suponía que el que te vinieras aquí a Hawái solo iba a ser algo temporal –le recordó.
Era algo que había hecho, según le había dicho, más por necesidad que otra cosa.
Ashley vaciló, como si temiese comprometerse en firme con él y con su matrimonio. Como si quisiese continuar con aquella charada que era su matrimonio a distancia.
–Las cosas cambian, Cal –le dijo en un tono suave.
Sí, y no siempre a mejor, pensó él. Nunca había comprendido por qué Ashley se había distanciado de él en los primeros seis meses de su matrimonio. Cierto que había sido una época llena de problemas: el programa de prácticas en el que Ashley se había matriculado inicialmente había perdido de pronto a su director y se habían quedado también sin subvención. Ashley había tenido que buscar otro programa similar para continuar sus prácticas, y por aquel entonces él había estado prácticamente recluido estudiando para unos exámenes que había tenido que pasar para poder practicar la medicina deportiva y ortopédica.
Sin embargo, Ashley, que también se estaba preparando para ejercer la medicina, debería haber comprendido que en esos meses había estado sometido a mucha presión. Y le había asegurado que lo entendía.
Pero durante todo ese verano su estado de ánimo había parecido una montaña rusa: de pronto salía llorando, de pronto estaba muy callada… Había estado comiendo compulsivamente hasta el punto de que había ganado bastante peso, y luego había pasado por una racha en la que parecía haber perdido el apetito por completo.
Ashley había estado nerviosa por los problemas con sus prácticas, pero agobiado como había estado con todo lo que había tenido que estudiar no había estado a su lado ni la había apoyado como debería haber hecho. Y para cuando había acabado con sus exámenes, ella ya había conseguido una plaza en otro programa de prácticas y se había marchado a Hawái.
Cal había intentado compensarle mostrándose lo más entusiasta posible respecto a sus prácticas en Hawái, pero el daño ya estaba hecho. Al menos, en el plano emocional.
Habían seguido haciendo el amor como si no hubiera pasado nada. De hecho, la mayoría de las veces lo habían hecho incluso con más pasión que antes. En cambio, cuando llegaba el momento de desnudar su alma… eso jamás ocurría. Era como si hubiese un muro entre ellos que se hubiese hecho más infranqueable con cada mes que había pasado.
–¿Cómo podía haber imaginado que me ofrecerían el puesto de directora del Centro de Maternidad de Maui? –Ashley se sentó en una de las sillas de plástico de la terraza y apoyó los pies en la barandilla.
Cal se sentó a su lado.
–¿Cuánto tiempo tienes para darles una respuesta? –le preguntó.
Habría querido mostrarse más comprensivo, pero no podía. Aquel matrimonio a distancia estaba acabando con su paciencia.
–Un mes.
Ashley se abanicó la cara con la mano, como si con ello fuese a aliviar el calor del sol del atardecer que había teñido de un tono rosado sus mejillas y había perlado su frente de sudor.
–Aunque, naturalmente, me han dicho que querrían saber antes mi decisión, a ser posible.
–Es lo lógico –respondió él.
«¿Por qué no pudiste decirles simplemente que no?», se preguntó. «¿Cómo puedes estar considerándolo siquiera?». A menos que sus temores no fueran infundados y Ashley no quisiera seguir casada con él, después de todo.
–Escucha, Cal, sé que no tienes mucho tiempo, así que… –comenzó ella.
Cal, presintiendo que no iba a gustarle lo que le iba a decir, se puso tenso.
–¿Así que… qué?
Ashley tragó saliva, bajó los pies de la barandilla y se puso de pie.
–Tenemos que ser prácticos. No hay razón para que te quedes aquí mientras busco trabajo y preparo las cosas para la mudanza.
Cal tenía la impresión de que lo que quería era quitárselo de encima, pero aquello de ser el marido comprensivo dispuesto a transigir con todo se había acabado. Estaba cansado de las largas temporadas que pasaban separados y su mujer tenía que saberlo.
–No pienso irme, Ashley.
Ella parpadeó.
–Perdón, ¿cómo dices?
Cal se puso de pie, se volvió hacia ella y puso los brazos en jarras.
–No voy a volver a casa sin ti. Esta vez no. Y tampoco voy a dejar que decidas sobre tu futuro profesional sin tener en cuenta el impacto que esa decisión tendrá en nuestro matrimonio.
–Pero ¿qué te pasa? –quiso saber Ashley.
Hacía dos años y medio Cal la había animado a ser todo lo que podía llegar a ser. Le había insistido, igual que sus padres, en que se matriculara en aquellas prácticas en Honolulu en vez de interrumpir durante un año su preparación. A ninguno de ellos les había importado que ella no quisiese ir a Hawái ni que tuviese que separarse de su marido, con el que solo llevaba casada cinco meses. Tanto sus padres como Cal le habían dicho que el sacrificio merecía la pena.
Y ella se había dejado convencer porque necesitaba pasar una temporada lejos de Cal para hacer frente a sus errores. Errores de los que Cal y sus padres no sabían nada. Y esperaba que siguiese siendo así, porque se sentía tremendamente culpable.
–Digamos que por fin he recobrado el sentido común –respondió Cal–. Llevamos dos años y medio viviendo separados, y es demasiado tiempo. Soy tu marido, y tu eres mi esposa. No quiero que nuestro matrimonio siga siendo un matrimonio a distancia, Ash. Tenemos que estar juntos.
–¿Y si decidiera aceptar ese puesto y me fuera a Maui mañana? –le preguntó de un modo casual, como si no estuviera con el alma en vilo, esperando su respuesta.
–Supongo que me iría contigo.
Ashley parpadeó anonadada. No sabía si creerlo.
–¿Y qué pasa con tu familia y con tus pacientes?
Cal contrajo el rostro. Ashley sabía lo unido que estaba a su familia y lo difícil que sería para él abandonar el lugar donde se había criado. Aun así, Cal finalmente se encogió de hombros, como si no estuviese dispuesto a desdecirse del órdago que había lanzado.
–Tendrán que apañárselas sin mí –dijo antes de volver dentro.
Ashley tenía un sentido de la responsabilidad muy arraigado, y no podría dejarle hacer algo así. No quería sentirse responsable de que Cal eludiese sus responsabilidades, y sabía que Cal lo sabía. Entró ella también, se colocó ceñuda frente a él y se cruzó de brazos.
–No tiene gracia, Cal –le dijo con los dientes apretados.
Él, que solo llevaba puesto el bañador, se dejó caer en la cama y se puso cómodo, doblando los brazos por detrás de la cabeza.
–No pretendía ser gracioso –le contestó mirándola con los ojos entornados.
Ashley se acercó y, plantando las manos en las caderas, le espetó:
–No puedes dejar tu trabajo así como así.
La sonrisa endiabladamente sexy que Ashley conocía tan bien afloró a los labios de Cal.
–¿Nos apostamos algo? –le respondió.
Las mejillas le ardían a Ashley cuando su mirada descendió, recorriendo el pecho desnudo de Cal, sus fuertes brazos y sus largas y musculosas piernas. Aunque no le resultó fácil, hizo un esfuerzo por concentrarse en el asunto que les ocupaba.
–Si haces eso te despedirán, o te demandarán por incumplimiento de contrato.
Cal no podía estar hablando en serio. Era imposible. Y, sin embargo, por su expresión cualquiera diría que estaba decidido a hacerlo.
–Anda, ponte el bañador y vamos a darnos un chapuzón –le dijo Cal.
Ashley se quedó mirándolo. Parecía que, por lo que a él respectaba, la discusión había terminado.
Cal dio un par de palmadas en el colchón.
–Está bien, si no quieres que bajemos a la playa, ven a la cama.
–Va a ser que no –respondió, mirándolo a los ojos.
Entonces fue Cal quien se quedó anonadado con su respuesta. A pesar de los altibajos de su relación, Ashley nunca se había negado a hacer el amor con él.
–De acuerdo –se levantó sin prisa y acortó la distancia entre ambos–. Entonces, iré yo a por ti.
–Cal, esto no es la solución –murmuró Ashley mientras él la tomaba en sus brazos y la besaba en el cuello. Le puso las manos en el pecho para apartarlo, pero él no la soltó–. ¡Cada vez que nos quedamos a solas acabamos haciendo lo mismo!
Cal inspiró el embriagador aroma de su pelo y de su piel y se echó hacia atrás para regalarse la vista. Seguía siendo tan hermosa como el día que se habían conocido, hacía ya casi diez años, con esos ojos azules bordeados por largas pestañas, los altos pómulos y la fina nariz. Seguía teniendo largo el cabello, como entonces, y del mismo color castaño oscuro, su color natural, aunque ahora llevaba un peinado a capas muy sexy. Hasta su piel tenía aún el mismo brillo radiante. Lo único que había cambiado, a sus ojos, era su peso. Sus senos parecían más exuberantes que la última vez que la había visto, y su cintura y sus caderas habían ensanchado un poco. Le agradaba ver que había ganado un poco de peso. El pasado verano y el pasado otoño casi habría dicho que estaba demasiado delgada y lo había preocupado.
–Estamos casados –le recordó, dando un paso atrás para deleitarse con sus largas piernas.
Ashley tomó un cepillo de encima de la cómoda y se peinó un poco.
–Hacemos el amor tantas veces cuando nos vemos que parece que estemos teniendo una aventura en vez de estar casados –protestó mientras abría uno de los cajones para sacar un tankini.
Cal se apoyó en la pared y se cruzó de brazos.
–No veo qué tiene de malo hacer el amor con mi mujer.
Ashley entró en el baño para cambiarse.
–Hacer el amor ahora no solucionaría nada –le respondió a través de la puerta cerrada.
–Y tampoco solucionaremos nada si no vuelves a Holly Springs conmigo. Estamos casados; deberíamos estar juntos.
Cuando Ashley salió del baño con el recatado bañador, al ver cómo se marcaban sus pechos bajo el top de tirantes, Cal se reafirmó en su impresión de que había ganado un poco de peso. Apartó, no sin esfuerzo, la vista de sus curvas, y la miró a los ojos.
–Quieres que lo nuestro se arregle, ¿no?
–Pues claro que quiero –contestó ella molesta.
¿Cómo podía siquiera estar preguntándole eso? El problema era que temía que, si lo intentaban, Cal descubriría lo que ella ya sabía en lo más hondo de su ser: que su matrimonio era una farsa.
–En ese caso –continuó Cal, apartándose de la pared para ir hacia ella con esos andares suyos, casi felinos–, lo más práctico sería que te tomaras un tiempo para decidir qué quieres hacer y dónde quieres vivir. Y, mientras lo decides, podríamos pasar ese tiempo juntos.
Mientras avanzaba hacia ella, Ashley se sintió como si la estuviera arrinconando en un callejón sin salida, y detestaba sentirse así tanto como que le dijeran lo que tenía que hacer o lo que tenía que pensar.
–¿Y cómo sabes que no he tomado ya una decisión? –le espetó desafiante.
Las comisuras de los labios de Cal se arquearon en una sonrisa lobuna.
–¿Ya has decidido?
–Bueno, no, no he tenido tiempo.
Los ojos grises de Cal brillaron afectuosos cuando la tomó entre sus brazos de nuevo.
–Ven a casa conmigo y tendrás todo el tiempo del mundo. No podemos seguir así –le dijo quedamente levantándole la barbilla para que lo mirara a los ojos–. Tenemos que encontrar la manera de vivir como una pareja de verdad, no podemos continuar con un matrimonio a medias.
El deseo de Ashley se mezcló con el miedo.
–¿Y si no funciona? –las palabras escaparon de sus labios en un susurro antes de que pudiera detenerlas.
Las facciones de Cal se endurecieron.
–Eso no lo sabremos si no lo intentamos.
Ashley no pudo rebatir esa afirmación.
–Ya es hora de que demos un paso adelante y nos enfrentemos a los problemas que han estado persiguiéndonos desde que pronunciamos los votos en la iglesia.
–Está bien –Ashley se apartó de Cal–. Pero con mis condiciones.
Él enarcó una ceja.
–¿Que son…?
–Para empezar, nada de sexo.
Cal parpadeó sorprendido.
–¿Perdón?
Ashley levantó una mano en señal de advertencia.
–Lo digo en serio, Cal. El sexo entre nosotros es increíble pero, siempre que estamos intentando resolver nuestros problemas, nos distrae. Siempre acabamos haciendo el amor y nunca hablamos de lo que teníamos que hablar. Así que, si vuelvo contigo a Carolina del Norte mientras decido qué voy a hacer con respecto a esa oferta, no podemos hacer el amor.
Como había imaginado, eso su marido tuvo que pensárselo. Y mucho. Lo cual confirmó el peor de sus temores: que sin el sexo tal vez no habría nada que los mantuviese unidos, nada que hiciese que su matrimonio pudiese sobrevivir a los próximos cincuenta años.
Por los ojos de Cal desfilaron una miríada de emociones hasta que, finalmente, para alivio de Ashley, asintió.
–De acuerdo. Pero yo también tengo algunas condiciones –le dijo con firmeza–. La primera, que viviremos bajo el mismo techo todo el tiempo que estés en Holly Springs. Y la segunda, que te quedarás hasta nuestro tercer aniversario, el día de San Valentín, y que lo celebraremos juntos. Tendrás tu propia habitación: nuestro dormitorio, o el cuarto de invitados, si quieres.
Ashley se quedó mirándolo vacilante.
–Eso es un mes entero, Cal.
Él asintió.
–El tiempo suficiente para que averigüemos hacia dónde queremos que vaya nuestra relación.