Secretos y seducción - Pamela Toth - E-Book

Secretos y seducción E-Book

Pamela Toth

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Beschreibung

Tenía que descubrir los secretos de su pasado… pero el amor se puso en su camino Al enterarse de que era adoptada, Emma Wright fue directamente a la agencia de adopción y habló con su guapo director, Morgan Davis. Necesitaba saber la verdad, pero la política de confidencialidad impedía que Morgan satisficiera su petición. Pero cuando él le ofreció un trabajo, Emma aprovechó la oportunidad de estar más cerca del hombre que tenía las respuestas a todas sus preguntas. No pensaba que se enamoraría de él… locamente. Morgan era un solitario que no creía que fuera a casarse jamás hasta que Emma entró en su despacho. Aunque la atracción era evidente, Morgan no podía evitar preguntarse si ella no tendría un motivo oculto para intentar seducirlo...

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Seitenzahl: 219

Veröffentlichungsjahr: 2014

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Harlequin Books S.A.

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Secretos y seducción, n.º 128 - enero 2014

Título original: Secrets & Seductions

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicada en español en 2006

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

™ Harlequin Oro ® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4098-0

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Entra a formar parte deEl legado de los Logan

 

Porque el derecho de nacimiento tiene sus privilegios, y los lazos de familia son muy fuertes

 

La agencia de adopción Children’s Connection los unió, pero... ¿los separaría la búsqueda de la verdad?

 

Morgan Davis: Morgan no confiaba en sí mismo cuando se trataba de mujeres, pero Emma tenía algo diferente. Era dulce, encantadora, sexy... y la atracción que había entre ellos era innegable. Sin embargo, ¿le importaba él de verdad, o sólo lo estaba utilizando para averiguar los secretos de su pasado?

 

Emma Wright: Emma acudió a Children’s Connection en busca de respuestas, pero cuando el guapísimo Morgan Davis le ofreció un trabajo, encontró muchas más cosas. Morgan hacía realidad todos sus sueños, pero ella sabía que escondía algo... un secreto que podría cambiarle la vida para siempre.

 

Y entre bambalinas... ¿quién era la misteriosa personalidad que causaba todos los problemas en el Hospital General de Portland?

 

Prólogo

 

Con las manos apretadas en el regazo, la orientadora escolar Emma Wright intentó ocultar su aprensión tras una sonrisa de seguridad mientras afrontaba aquella reunión con la directora de recursos humanos. Según la prensa, un tercio de la plantilla de mantenimiento y la mitad de los asesores del profesorado del pequeño distrito escolar de Oregón en el que trabajaba ya habían sido despedidos por los recortes de presupuesto.

Emma tenía un nudo en el estómago desde que Sandra le había pedido que acudiera a su despacho. Mientras la directora abría la carpeta que contenía todos los datos del currículum de Emma, ella esperaba con todas sus fuerzas que la razón por la que la había llamado fuera para decirle que podría incrementar su jornada laboral dividiendo su tiempo entre varias escuelas.

—Seguramente, estás al tanto de los recortes presupuestarios a los que tendrá que enfrentarse la escuela este nuevo curso —dijo Sandra, con una expresión apenada, cuando por fin miró a Emma a los ojos.

Emma alzó la barbilla, haciendo todo lo posible para que no le temblara.

—Por supuesto —respondió, y se apretó aún más las manos. Le preocupaba que el tiempo que había faltado después de su aborto fuera un punto en su contra—. Siempre resulta decepcionante que la educación no sea una prioridad, así que estoy dispuesta a hacer todo lo que pueda por ayudar.

Lo que ella quería era defender su puesto y señalar lo mucho que la necesitaban los niños pequeños de aquel distrito escolar. El otro orientador, un hombre mayor, tenía una actitud intimidatoria que los asustaba.

—Me alegro de que lo entiendas —dijo Sandra, con una sonrisa que le dio esperanzas a Emma—. Tus evaluaciones han sido excelentes, así que estoy segura de que no tendrás problemas para encontrar otra cosa.

Durante un momento, Emma se quedó aturdida.

—¿Qué me estás queriendo decir?

—Klaus lleva mucho más tiempo aquí, así que el distrito no tiene elección —le dijo Sandra—. Sé que has tenido algunos problemas personales, pero quizá esto te dé la oportunidad de empezar de nuevo. Lo siento muchísimo, pero no podemos renovarte el contrato para el año que viene.

Emma se hundió en el asiento. Se sentía como si le hubieran pegado un tiro.

—Entiendo —murmuró.

Desde su divorcio, el trabajo había sido su tabla de salvación. Lo adoraba. Y peor aún, con todas las facturas que tenía por pagar, necesitaba el sueldo.

Sandra deslizó su butaca hacia atrás, señal clara de que la entrevista había terminado. Su marido era abogado y ejercía en Portland, así que seguramente ella ni siquiera necesitaba el trabajo.

—Por favor, avísame si hay algo que yo pueda hacer.

—Gracias —respondió Emma. Mientras se levantaba, le temblaban las piernas.

Sandra tenía una sonrisa de oreja a oreja cuando rodeó el escritorio, se acercó a la puerta y la abrió.

—Buena suerte.

A Emma ya no le quedaban más gracias que dar, así que se limitó a asentir mientras salía del despacho. Al menos, el vestíbulo estaba vacío, por lo que no tuvo que poner buena cara para el siguiente empleado desconcertado.

¿Cuántas malas noticias podía recibir una persona sin ponerse a gritar? Mientras iba hacia su coche bajo el sol de verano, recordó sus dos abortos y su divorcio. Y además, aquello.

Cuando Don la había dejado con el corazón roto y un montón de facturas, se había sentido agradecida de tener unos padres que la apoyaban y un trabajo que le gustaba. En menos de una semana, había perdido ambas cosas.

1

 

—El señor Davis me ha pedido que lo disculpe por su tardanza. La recibirá en cuanto termine la llamada telefónica que está atendiendo —dijo la secretaria con una sonrisa para Emma, que estaba sentada en la pequeña sala de espera—. ¿Quiere que le traiga algo? ¿Un café? ¿Un vaso de agua?

—No, muchas gracias —respondió Emma—. Estoy bien.

En realidad, no había estado bien desde que había conocido la existencia de Children’s Connection, una agencia de adopción vinculada al Hospital General de Portland. El café sólo serviría para que se pusiera más nerviosa. Y, en cuanto al agua, bueno, no quería interrupciones cuando entrara a ver a Morgan Davis, el director de la agencia.

Emma apenas podía contener su impaciencia después de esperar una semana para tener aquella reunión y había llegado pronto al complejo hospitalario, situado en un barrio periférico de la ciudad. Después iba a comer con una amiga, y esperaba tener noticias asombrosas que contarle.

La secretaria volvió a sentarse tras su escritorio y Emma tomó una revista de viajes para hojearla, sin darse cuenta de lo que veía en las fotografías. Las manos le temblaban de los nervios.

La bomba que sus padres habían dejado caer había hecho añicos la vida tal y como Emma la conocía. Ella no sospechaba absolutamente nada, no lo había podido creer hasta que había mirado a su madre a los ojos y había visto la mentira. Sin embargo, en unos minutos tendría por fin lo que necesitaba para empezar a unir los pedazos de su vida.

—¿Señorita Wright? —la secretaria había vuelto a acercarse a ella sin que Emma ni siquiera se diera cuenta—. Por favor, acompáñeme. El señor Davis la recibirá ahora mismo.

Emma se puso en pie rápidamente y siguió a la secretaria por un pasillo, hasta que estuvieron frente a unas puertas dobles. Una de ellas estaba abierta. La secretaria se apartó para cederle el paso a Emma.

Frente a ella había un hombre moreno y guapo con un traje gris, sentado tras un enorme escritorio de madera maciza. La formalidad de su aspecto hizo que Emma se sintiera un poco azorada por la camiseta y la falda corta que llevaba.

—¿Señorita Wright? Soy Morgan Davis —él le tendió la mano y se la estrechó brevemente, con firmeza—. ¿Quiere pasar y sentarse, por favor?

El señor Davis le hizo un gesto con la cabeza a la recepcionista, que se acercó y cerró la puerta tras ellos. Emma se sentó en una de las butacas que había frente al escritorio y respiró profundamente para calmarse.

En vez de sentarse en su trono de cuero negro, el director la sorprendió sentándose en la otra butaca, frente a ella. Era muy atractivo. Tenía los ojos azules y los pómulos marcados. Su bronceado resaltaba aún más en contraste con la blancura de su camisa.

Haciendo caso omiso del nerviosismo que sentía, Emma se concentró en su misión. Miró hacia la carpeta abierta que había sobre el escritorio, tras el señor Davis. ¿Contendría la información que ella había ido a buscar?

Él volvió la cabeza un instante. Su perfil debería haber sido reproducido en un sello. Tenía la mandíbula fuerte, la nariz recta y las pestañas espesas. Antes de poder contenerse, Emma se preguntó si el color dorado de su rostro se extendería por el resto de su cuerpo.

—¿En qué puedo ayudarla?

—Acabo de averiguar que su agencia gestionó mi adopción —dijo ella, entrelazando tensamente los dedos sobre el regazo—. ¿Es mi expediente el que está sobre su escritorio?

—Exacto —respondió él, sin volver la cabeza—. Como puede imaginar, nuestros archivos se remontan a muchos años atrás. Espero que no haya ningún problema.

Ella alzó la barbilla y se irguió con rigidez. El sentimiento de injusticia y el dolor todavía le atenazaban el alma.

—El problema es que no lo he sabido hasta hace muy poco tiempo.

Él frunció el ceño. Claramente, estaba sorprendido.

—¿No sabía que era adoptada?

—No. No lo he sabido hasta ahora.

—Lo siento mucho —dijo él, con la voz ronca—. Después de tanto tiempo, la noticia ha debido de conmocionarla. Supongo que estará siendo difícil para usted.

—Sí, muy difícil —respondió ella, y tuvo que apretar los labios para que no le temblaran—. Por eso estoy aquí. Quiero averiguar todo lo que sea posible sobre mi adopción.

Él frunció el ceño de nuevo.

—La ayudaré todo lo que pueda, por supuesto —respondió él—, pero no estoy seguro de qué quiere saber.

—Necesito conocer los nombres de mis padres biológicos —dijo ella con firmeza. Los Wright le habían dicho que no tenían aquella información, pero Emma había dejado de confiar en su honestidad.

—Si no le importa que le pregunte, ¿por qué razón han decidido sus padres decirle que es adoptada después de habérselo ocultado tanto tiempo?

—He sabido recientemente que tengo una enfermedad hereditaria —respondió Emma.

Él la miró con preocupación.

—Espero que no sea nada grave.

—Bueno, no voy a morir ni nada por el estilo —aclaró ella, rápidamente.

Él emitió un murmullo de alivio.

—Sin embargo, cuando hablé con mis padres... con mis padres adoptivos, supe que no había heredado la enfermedad de ninguna rama de la familia.

Emma notó un sabor amargo en la boca.

—Algunas veces, desearía haber dejado las cosas como estaban, pero ahora ya no puedo volverme atrás, ¿no le parece?

—Si eso fuera posible, estoy seguro de que habría cosas en la vida de todo el mundo que cambiarían.

¿Era tristeza lo que percibió en su voz profunda, o simplemente empatía? Con su físico y con su posición de autoridad en aquella organización, ¿tendría algo que lamentar aquel hombre en su vida?

—¿Y qué hizo después de saber la noticia? —le preguntó él.

—Busqué información en Internet —admitió ella con tristeza—. Después volví a casa de mis padres con unas cuantas preguntas.

—Quizá Internet no sea el mejor medio de obtener información médica —le dijo él—. Es posible que haya muchas formas de interpretar lo que uno encuentra allí.

—Lo sé —dijo Emma—. Intenté no sacar conclusiones apresuradas, pero mis padres se miraron de una manera... En fin, lo supe. Al principio ellos lo negaron todo, pero yo seguí presionándolos. Y finalmente, la sórdida historia quedó al descubierto.

Desde que había leído el expediente de Emma, él sabía más cosas sobre aquella mujer que ella misma.

—¿Está segura de que es sórdida? —le preguntó.

—Eso es lo que quiero averiguar —respondió Emma con convicción.

A él le cambió la expresión. Se volvió cauteloso.

—¿Qué quiere decir?

—Después de la gran confesión, ellos esperaban que yo aceptaría sus disculpas y dejaría las cosas tal y como estaban. Que continuaría como si nada hubiera sucedido. Por supuesto, yo no puedo hacer esto.

Para ella, estaba muy claro que sus padres adoptivos nunca habían tenido la intención de decirle la verdad. Gracias a Dios, aquello ya no era un secreto.

—Y ésa es la razón por la que estoy aquí —le dijo Emma, y sonrió de un modo que esperaba resultara seductor—. Quiero averiguar quiénes son mis verdaderos padres.

—Lo siento, pero lo que usted pide es imposible. Esta agencia no puede ayudarla.

Emma se quedó boquiabierta.

—¿Qué quiere decir? —pudo preguntar por fin, con la voz ronca, cuando asimiló la negativa—. Acaba de admitir que tiene sus nombres.

—Eso es cierto, pero su expediente es confidencial. La suya no fue una adopción abierta, así que lo único de lo que puedo informarle es de su historial médico.

Emma lo miró sin entenderlo.

—Pero... ¡son mis padres! ¡Seguro que ellos querrían que supiera quiénes son!

Intelectualmente, ella sabía que aquello no siempre era cierto, pero sus emociones no le dejaban creer que aquél pudiera ser su caso. ¡No iba a permitir que le ocultaran la verdad! Si se lanzaba sobre su escritorio y agarraba la carpeta de su expediente, ¿tendría tiempo de leer el contenido antes de que él se la arrebatara?

—Emma —le dijo el señor Davis con suavidad, sorprendiéndola por el uso de su nombre de pila—, he leído su expediente con toda atención. No se estipuló que se le proporcionara información sobre sus padres biológicos si usted preguntaba algún día. Por el contrario, hay una disposición que obliga a esta agencia a mantener un absoluto silencio al respecto. Lo siento.

Ella no estaba dispuesta a rendirse, pero por la expresión de aquel hombre, supo que ni las amenazas ni la presión le harían cambiar de opinión. Parecía que él le estaba dando tiempo para que asimilara la decepción.

—Ya entiendo —dijo Emma, con la intención de parecer razonable.

—¿Está bien? —le preguntó él—. ¿Quiere un poco de agua?

—Sí, por favor —respondió ella.

«Piensa», se ordenó a sí misma, mientras él iba hacia una consola y servía un vaso de agua. Emma se estrujó el cerebro intentando pensar en algo para convencerlo mientras observaba, fascinada, el gran jarrón que había sobre una de las mesas del despacho.

¡Qué horrible!

Cuando él volvió y le entregó el vaso, ella le dio un sorbo antes de dejarlo en el escritorio.

—Gracias.

—¿Hay algo más que pueda hacer por usted? —le preguntó él amablemente.

—Pues... estoy segura de que habrá otra vía que yo pueda explorar —le dijo Emma—. ¿No podría indicarme el nombre de alguna persona con la que pueda hablar, o algún proceso de apelación, algo, para que pueda averiguar lo que necesito saber?

—Lo siento. Me temo que la cadena termina en mí.

De repente, Emma tuvo una idea.

—Usted podría ponerse en contacto con ellos en mi nombre. Ellos tienen derecho a saber que los estoy buscando, y de ese modo le darán permiso para que me enseñe mi expediente.

Casi estaba balbuceando, pero no le importaba.

—Le prometo que no los molestaré si ellos no quieren que los llame. Sin embargo, la sociedad ha cambiado mucho durante los últimos veintisiete años. Quizá en algún momento hayan querido revocar esa disposición que les prohíbe a ustedes darme la información para que me ponga en contacto con mis verdaderos padres, pero a ellos se les olvidó. Podría preguntárselo.

—Eso no es posible —insistió él. Por su semblante, parecía que lo lamentaba de veras—. Lo siento.

—Entonces, ¿qué se supone que debo hacer? —le preguntó ella con una frustración total.

—Sé que suena a perogrullada, pero tiene que aceptar las cosas que no puede cambiar —le dijo él—. Ojalá pudiera decirle algo más, pero no puedo.

—¿Aceptarlo? —sin darse cuenta, ella elevó la voz—. ¿Quiere que acepte lo que no puedo cambiar? —Emma se puso en pie de un salto y se inclinó sobre Morgan Davis para mirarlo directamente a sus intensos ojos azules.

Él se quedó asombrado.

—Permítame que le cuente todo lo que he tenido que aceptar últimamente.

Emma puso la mano bajo la nariz de Morgan y comenzó a extender los dedos a medida que enumeraba sucesos.

—No he podido cambiar mis dos abortos, ni el divorcio que vino a continuación. Tampoco el hecho de que hayan prescindido de mis servicios como orientadora escolar del distrito. Además, ninguno de los distritos de por aquí va a contratar a nadie, y yo tengo que pagar mis facturas. Quizá mis acreedores tengan que aceptar que no van a cobrar hasta que yo encuentre otro trabajo, ¿no?

Él abrió la boca para decir algo, pero Emma lo cortó sin miramientos.

—Y, por si todo eso no ha sido suficiente, hace muy poco averigüé que ni siquiera soy quien yo creía. ¿Cómo puede decirme que no saber el nombre de mis padres es algo más que tengo que aceptar?

Durante un instante, pareció que él estaba verdaderamente horrorizado, pero rápidamente consiguió enmascarar sus sentimientos. Se puso de pie, y dado que era una cabeza más alto que Emma, ella se vio obligada a retroceder.

—Ojalá yo pudiera hacer algo —respondió el señor Davis, con lo que parecía una paciencia ilimitada.

—¡Pero usted es el director! —gritó ella—. Sé que podría hacer una excepción si quisiera.

—No, no puedo.

¡Maldito obstinado! Emma había fracasado en tantas cosas últimamente... En ser una buena esposa, madre, una orientadora con éxito... ¿Cómo iba a permitirse el lujo de salir de allí con las manos vacías?

Por lo general, ella odiaba a los quejumbrosos, pero se le estaban acabando las armas.

—Nadie se enteraría jamás —le dijo suavemente—. Le juro que nunca le diré a nadie cómo conseguí la información. Se lo pido por favor.

—Señorita Wright... —dijo él.

«Vuelta al apellido», pensó Emma.

—Es posible que no me crea —continuó Morgan—, pero de verdad entiendo que esté tan disgustada. Sin embargo, esta agencia tiene un contrato con las personas que la trajeron aquí para darla en adopción. Es un documento con validez legal, cuyos términos no estoy dispuesto a violar.

Emma comenzó a hervir por dentro. ¿Por qué había tenido que decirle que la información estaba tan sólo a un metro de ella? ¿Para provocarla? ¿Hasta qué punto era sádico aquello? Decidió intentarlo una vez más, por si acaso aquel estúpido burócrata estaba comenzando a flaquear.

—¿Está seguro de que no se puede hacer nada?

Él se metió las manos en los bolsillos del pantalón y se balanceó sobre los talones de sus, indudablemente, carísimos zapatos.

—Si quiere enviarme su currículum, yo podría preguntar por aquí —respondió él con evidente renuencia—. ¿Ha consultado con las agencias de empleo de aquí, de Portland?

—¡No! —exclamó ella, completamente frustrada—. ¡Ésa no es la ayuda que yo quiero, y usted lo sabe!

Él esbozó un gesto de resignación.

—Al final, usted se acostumbrará a la idea de que fue adoptada por dos personas que deseaban con todas sus fuerzas tener un hijo —insistió—. Deberían habérselo contado mucho antes, pero no lo hicieron. Las cosas son así, y usted no puede cambiarlas.

Si le decía que había llegado el momento de mirar hacia delante, Emma iba a darle un tortazo. Sin embargo, él se encogió de hombros.

—Llevo mucho tiempo haciendo esto —continuó Davis—. El proceso de adopción no es algo a lo que se someta la gente a menos que estén desesperados por tener un hijo. Es caro y requiere mucho tiempo. Sus vidas se someten a un minucioso estudio, y su privacidad queda destrozada.

Davis hizo una pausa para tomar aire mientras ella le clavaba una mirada helada.

—Parece que usted ha tenido una temporada difícil, pero también parece que es una mujer muy capaz. Concédase un tiempo para aceptar de nuevo la identidad con la que ha crecido y a los padres que la criaron.

Al oír todos aquellos tópicos, Emma terminó por explotar.

—Es posible que piense, señor Davis, que como usted dirige esta agencia, sabe todo sobre cómo se siente una persona adoptada —dijo airadamente mientras abría la puerta del despacho, demasiado enfadada como para agradecerle que la hubiera recibido—. En cuanto a sus consejos —continuó mientras señalaba con un dedo el enorme jarrón—, puede meterlos en aquella monstruosidad hortera y barata de cristal de la que parece estar tan orgulloso.

Con la cabeza alta, salió de la oficina y cerró de un portazo.

Morgan se quedó en mitad del despacho, en el súbito silencio, con las manos apoyadas en la cintura. Entendía las razones por las que la agencia debía mantener la confidencialidad, y estaba de acuerdo con ellas al cien por cien.

En aquel caso, Emma nunca sabría que él la estaba protegiendo a ella tanto como a sus padres biológicos. Había pasado por suficientes dificultades sin tener que enfrentarse, además, a un padre que nunca la reconocería porque aquello podría tener un coste personal y profesional mucho más grande de lo que él estaba dispuesto a pagar.

Entre los gritos y el portazo, la salida de Emma Wright había sido muy ruidosa. Morgan esperaba que, en cualquier momento, su secretaria entrara en la oficina para asegurarse de que estaba bien.

Distraídamente, miró a su alrededor y se fijó en el gran jarrón que Emma había despreciado al salir del despacho.

—No es hortera —murmuró Morgan defensivamente, mientras observaba la escultura azul y morada. Era una creación de Dale Chihuly, un conocido artista de la región, y era una figura retorcida que representaba a un hombre comiéndose una flor o un sombrero flexible, dependiendo del ángulo de observación.

Y desde luego, no había sido barato. Morgan hizo un gesto de dolor al recordar la puja con la que había adquirido el jarrón en una reciente subasta benéfica. Aun así, habría estado dispuesto a cambiar la pieza por un elixir mágico que pudiera borrar la tristeza y el dolor de la mirada de los ojos grises de Emma Wright.

Él tenía mucha experiencia conociendo a la gente, y la parte más gratificante de su trabajo era poder ayudar a las personas. El caso de Emma era poco corriente, pero ella no lo sabía, y él no podía decírselo. Y aquél era, en parte, el motivo por el que seguía pensando en ella.

No tenía nada que ver con el hecho de que fuera tan atractiva.

Su madre siempre le estaba diciendo que quería tener nietos, pero él tenía la regla de no mezclar el trabajo con el placer. Sin embargo, aquella regla no había podido protegerlo de Emma. Tenía unos enormes ojos grises que lo habían atrapado desde el principio, el pelo castaño y ondulado y las piernas largas y esbeltas.

Los labios gruesos...

Su apreciación de Emma Wright como mujer no era lo que ella necesitaba, así que Morgan se obligó a quitársela de la mente justo en el momento en que alguien llamaba a la puerta.

—Pase —dijo Morgan.

Tal y como él había esperado, su secretaria, Cora, abrió la puerta y asomó la cabeza en el despacho.

—¿Todo va bien? —le preguntó.

Por muy tentado que se sintiera a preguntarle su opinión, no se permitió tal lujo.

—Sí, todo va bien —le aseguró Morgan, con una sonrisa.

Ella lo observó durante un instante con una expresión preocupada y, finalmente, sonrió de nuevo.

—Está bien —dijo Cora—. Ya que no tiene ninguna herida que necesite atención, me voy a comer.

 

 

Escondido tras la esquina del mostrador de la secretaria, Everett Baker se apretó contra la pared para evitar que lo descubrieran. Iba de camino hacia su trabajo en el departamento de contabilidad cuando oyó a una mujer gritándole al director. Los gritos y la ira hacían que a Everett se le hiciera un nudo en el estómago. Sin darse cuenta, se frotó por encima de la cintura mientras observaba a una mujer muy bella, con una camiseta roja, pasar rápidamente por delante del escritorio de Cora.

¿Por qué las mujeres siempre se ponían a gritar cuando se enfadaban? Ojalá pudieran pedir las cosas agradablemente y con tranquilidad. Era posible que así consiguieran más fácilmente lo que querían.

Parecía que nadie se fijaba nunca en Everett, así que él podía observar a los demás empleados siempre que tenía un descanso en el trabajo. Algunas veces, incluso podía oír sus conversaciones, si hablaban en voz alta. Aquello le ayudaba a comprender por qué algunas personas tenían tantos amigos, y otras, como él, no tenían.

En los días buenos, incluso veía a Leslie Logan. Ella iba a menudo a Children’s Connection, y Everett tenía una buena razón para observarla, aunque no fuera la que los demás pudieran creer. Leslie era lo suficientemente mayor como para ser su madre.

Everett miró el reloj y vio que ya era hora de que volviera a su escritorio, antes de que alguien le preguntara dónde había estado. Nerviosamente, se apartó el pelo de la cara y miró a su alrededor para asegurarse de que nadie lo estuviera vigilando. El pasillo estaba vacío y la guapa mujer de rojo se había marchado. Era su oportunidad.

2

 

Emma todavía estaba furiosa por la cita que acababa de tener cuando llegó a la cafetería donde había quedado para comer con su amiga Ivy Crosby. Aunque su familia era la propietaria de Crosby Systems, la empresa de informática donde trabajaba Ivy, ella nunca se tomaba a la ligera su trabajo, así que Emma no quería llegar tarde y entretenerla demasiado.

Ya veía a Ivy, que estaba sentada en una de las pequeñas mesas que había en la terraza de la cafetería. Su melena rubia y rizada era fácil de distinguir entre las demás cabezas. A la hora de la comida, el lugar estaba abarrotado.

Emma e Ivy habían sido compañeras de habitación durante la universidad. Pese a que sus personalidades y su vida eran muy diferentes, habían hecho un gran esfuerzo por mantenerse unidas.

Cuando Emma llegó a la mesa, Ivy se puso de pie y le dio un abrazo.

—¡Me alegro mucho de verte! —exclamó Ivy—. Te he echado de menos.