2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €
Para ganarse su herencia, Valentino LeBlanc tenía que intercambiar su puesto con el de su hermano gemelo durante seis meses y aumentar los beneficios anuales de la compañía familiar en mil millones de dólares, pues así lo había estipulado su padre en su testamento. Sin embargo, para hacerlo, Val necesitaría a su lado a Sabrina Corbin, la hermosa ex de su hermano, que era, además, una coach extraordinaria. La química entre ambos era explosiva e innegable... y pronto un embarazo inesperado complicaría más las cosas.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 194
Veröffentlichungsjahr: 2018
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2018 Kat Cantrell
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Seis meses para enamorarte, n.º 2115 - agosto 2018
Título original: Wrong Brother, Right Man
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9188-682-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Índice
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Un espacio sin alma, así era el despacho del presidente de LeBlanc Jewelers en Chicago. No había cambiado nada desde la última vez que Val había estado allí. Y aunque compartía el apellido del hombre sentado tras el escritorio, Xavier, su hermano, aquel era el último sitio donde querría estar. Y harta desgracia tenía de que fuese a convertirse en su despacho durante los próximos seis meses.
Xavier se echó hacia atrás en su sillón y lo miró.
–¿Listo para ocupar mi puesto?
–No porque yo lo quiera, desde luego –respondió Val, sentándose en una de las sillas frente a él. Su hermano encajaba allí; él no–. Pero sí, cuanto antes acabemos con esta pesadilla, mejor.
Pocas cosas había que detestase tanto como la cadena de joyerías de su familia. Su viejo ocupaba el segundo lugar en la lista por muy poca diferencia, o seguiría ocupándolo si no hubiese muerto dos meses atrás.
Si existiese la justicia divina, un concepto en el que había dejado de creer tras la lectura del testamento, el patriarca de la familia LeBlanc debería estar ardiendo en el infierno. Y no sería suficiente castigo por obligarle a ocupar el puesto de su hermano gemelo.
La firma LeBlanc, que se especializaba en joyas hechas con diamantes, empujaba a los hombres a gastarse miles de dólares en esos pedruscos para alguna mujer de la que acabarían divorciándose.
–Para mí sí que es una pesadilla –lo corrigió Xavier.
–¡Anda ya! ¡Si a ti te ha tocado lo más fácil! –protestó Val, pasándose una mano por el cabello. Estaba empezando a dolerle la cabeza–. Yo tengo que incrementar los beneficios de una compañía cuyo funcionamiento apenas conozco. Además, si hubiera que hacer que el balance anual de LeBlanc superara unos ingresos por valor de mil millones de dólares, tú ya lo habrías hecho.
Las facciones casi idénticas de su hermano no reflejaban la indignación que sentía Val. Claro que Xavier, tan arrogante y frío como su padre, jamás mostraba emoción alguna. No era de extrañar que hubiese sido siempre su favorito.
–No digo que sea sencillo –admitió Xavier, formando un triángulo con los dedos–, pero tampoco es imposible. Yo podría hacerlo, pero en vez de darme la oportunidad de demostrarlo, nuestro padre decidió desterrarme a LBC.
LBC, LeBlanc Charities, era una organización benéfica fundada por su madre. Val había empezado a ayudarla con ella a los catorce años y se había volcado en cuerpo y alma en cada proyecto desde que su madre lo había puesto al frente, pero a ojos de su hermano era una tarea menos importante que la suya.
Val resopló y le dijo:
–¡Ni que fuera un castigo! LBC es una organización increíble, llena de gente dispuesta a darlo todo como un equipo para cambiar el mundo. Serás una persona mejor después de tu paso por allí.
Él, en cambio, que había contado todo ese tiempo con que gracias a su herencia podría inyectar más dinero a LBC para nuevos proyectos solidarios, estaba abocado al fracaso. Y estaba seguro de que su padre, Edward LeBlanc, lo había hecho a propósito para fastidiarle y dejarle bien claro, aun después de muerto, quién era su favorito. De hecho, si no fuera porque Xavier y él eran gemelos, su padre se habría llegado a cuestionar si de verdad corría sangre de los LeBlanc por sus venas.
–Tú al menos tendrás una oportunidad de pasar la prueba que te puso nuestro padre –dijo Xavier con desdén–. Ya entraba en mis planes aumentar los beneficios de la compañía en un plazo de seis meses; lo tienes a punto de caramelo, como una hilera de fichas de dominó perfectamente alineadas. Solo tienes que empujar la primera para que las demás la sigan. Yo, en cambio, tendré que ingeniármelas para recaudar fondos para proyectos benéficos.
Había dicho esas últimas palabras con desdén, sin duda porque no tenía ni idea de lo que era pensar en los demás, dedicar tu tiempo a intentar hacer algo tan honorable como mejorar la vida de otras personas.
–Pues para alguien con tantos contactos como tú debería ser pan comido –replicó él–. Pero es esencial para LBC recaudar diez millones en los próximos seis meses, así que tendrás que esforzarte aunque no te apetezca. Si no lo consigues la organización se vendrá abajo. Da igual si yo consigo ingresar más dinero en las arcas de LeBlanc, pero hay gente sin recursos cuya supervivencia depende de LBC.
Xavier miró furibundo a Val por restar importancia a sus responsabilidades y golpeteó su bolígrafo contra la mesa.
–Si LBC está pasando por una situación tan desesperada, papá debería haberme permitido extender un cheque para la fundación, pero no, tuvo que especificar en su testamento que tendría que recaudar el dinero a través de donaciones, como si fuera una especie de ejercicio para forjar mi carácter… ¡Es ridículo!
En eso estaban de acuerdo, pero no en mucho más.
Antes de que Val pudiera ponerle las cosas claras a su hermano –la situación de LBC no era «desesperada»–, llamaron a la puerta y la secretaria de Xavier, la señora Bryce, asomó la cabeza.
–Ha llegado la señorita a la que había citado a la una, señor LeBlanc –dijo.
–Gracias –contestó Val.
Xavier lo miró anonadado y sacudió la cabeza.
–¿No podías esperar para empezar a hacer uso de mi despacho? ¿Quieres que te deje mi traje también?
¿Esa camisa de fuerza? Ni de broma…
–No lo necesito, pero si no te importa, ocuparé tu asiento. Voy a hacer una entrevista.
Xavier se levantó y su expresión se tornó cariacontecida al ver entrar a Sabrina. Lástima no haber traído palomitas.
Sabrina Corbin, la bella exnovia de su hermano, dirigió a este una mirada gélida.
–Creo que ya os conocéis, ¿no? –picó a Xavier antes de rodear la mesa para ocupar su asiento vacío.
De pronto sentía curiosidad por saber por qué habían roto. Pero lo importante era que Sabrina sabía cómo funcionaba la mente de su hermano y que nadie podría asesorarlo mejor que ella, que trabajaba como coach para ejecutivos.
–Me alegra volver a verte, Sabrina –le dijo Xavier, componiendo su expresión. La tensión que flotaba en el ambiente se aligeró un poco–. Ya me iba –añadió, y salió del despacho.
La tensión debería haberse disipado por completo, pero la mirada de Sabrina seguía siendo gélida cuando se giró hacia él.
Ocupó grácilmente la silla de la que él se había levantado y cruzó las largas piernas que dejaban al descubierto la falda de tubo que le sentaba como un guante.
–¿Cómo debo llamarle? –le preguntó–: ¿Valentino, o señor Leblanc?
Hasta sus zapatos de tacón de aguja acentuaban esa fachada de mujer de hielo, observó, preguntándose cómo podría sacar el fuego que estaba seguro que llevaba dentro.
–Preferiría que nos tuteáramos y que me llamases Val –respondió con una sonrisa.
Al verla enarcar una ceja sin decir nada, la sonrisa de Val se hizo más amplia. Iba a ser un reto interesante, y estaba seguro de que iba a disfrutar superando a su hermano. Si no, no se habría puesto en contacto con ella.
–Gracias por venir, y perdona que haya sido con tan poca antelación. ¿Te sientes capacitada para el trabajo que te ofrezco?
–Mi último cliente alcanzó sus objetivos tres meses antes de la fecha límite que habíamos fijado –contestó ella–. Si estás dispuesto a pagar mis honorarios, yo te ayudaré a conseguir lo que te propongas.
Su respuesta animó considerablemente a Val.
–Bueno, como te dije en el email, se me ha encomendado dirigir LeBlanc Jewelers durante los próximos seis meses. Ni siquiera formo parte de la compañía, pero mi padre estipuló en su testamento que, para recibir mi herencia, tendré que incrementar los beneficios para finales del cuarto trimestre: de novecientos veintiún millones a mil millones de dólares. Por eso necesito tu ayuda.
Para su sorpresa, Sabrina ni parpadeó al oír esas cifras astronómicas.
–O sea que tienes que incrementar los beneficios en un ocho por ciento en los próximos seis meses –concluyó.
–¿Has hecho esa cuenta mentalmente?
Ella lo miró divertida.
–Cualquiera podría hacerlo; no es tan difícil.
No era que él no pudiera, pero en aquel momento lo que ocupaba su mente era algo muy distinto. Estaba imaginándose a Sabrina desnuda y boca arriba encima de aquel escritorio, con el cabello color canela desparramado sobre la superficie de madera, mientras él la poseía. Seguro que estaría preciosa al llegar al orgasmo…
–Contratada –le dijo.
Una mujer inteligente lo excitaba mucho más que una mujer sexy. Pero una mujer que aunara las dos cosas como Sabrina… le iba a costar horrores mantener las manos quietas en los seis próximos meses.
Claro que nadie había dicho que tuviera que hacerlo.
–Ni siquiera hemos hablado de las condiciones –replicó ella con una expresión que decía «eh, no tan rápido…»–. Deberías saber que si no te tomas esto en serio, me será muy difícil trabajar contigo. Necesito que mis clientes se concentren al cien por cien.
Era una indirecta muy directa; básicamente estaba diciéndole «no flirtees conmigo».
–Te aseguro que me concentraré al máximo –le aseguró sin perder la sonrisa. Se le daba muy bien hacer varias tareas al mismo tiempo, y teniéndola a ella como objetivo no le costaría nada concentrarse–. No puedo… no voy a fracasar.
Sin embargo, de pronto se le hizo un nudo en la garganta y lo irritó la sensación de vulnerabilidad que lo invadió. «Demuestra que tienes lo que hay que tener, Val», le había dicho su madre cuando la había increpado por aceptar aquella locura que había dispuesto su padre en su testamento.
¿Por qué tenía que demostrar nada? Era capaz de convertir la paja en oro para dar de comer a gente hambrienta, pero la gestión empresarial lo aburría soberanamente, y su padre jamás había entendido que en ese aspecto había salido a su madre y no a él.
–Por supuesto que no fracasarás; no si depende de mí –le prometió Sabrina, con un brillo hipnotizador en sus ojos pardos–. Yo me crezco cuando otros se dan por vencidos. Para mí es casi una cuestión personal.
¿Era una pulla hacia Xavier? De pronto sentía la necesidad de saberlo.
–¿Porque tienes que saldar cuentas con mi hermano?
Sabrina descruzó las piernas y volvió a cruzarlas.
–Xavier no tiene nada que ver con esto –replicó–. Me tomo mi trabajo muy en serio, no dependo de nadie más que de mí y me va muy bien.
Ah… Así que era una de esas mujeres… doña Independiente, de esas que aseguraban que no necesitaban a un hombre a sus lado.
–O sea que fuiste tú quien cortó con él.
–¿Vas a leer entre líneas cada cosa que diga?
–No lo hago; solo cuando me obligas a hacerlo.
Sabrina se quedó mirándolo fijamente antes de contestar:
–Ya que parece que necesitas que lo aclaremos antes de trabajar juntos, para tu información, sí, fui yo quien rompió con Xavier, si es que puede llamársele así, porque no estuvimos saliendo tanto tiempo y nunca fuimos en serio.
¿Que no habían estado saliendo tanto tiempo? Pero si su hermano se la había presentado… Bueno, quizá eso fuera inexacto: habían coincidido en Harlow House en verano, o quizá hubiera sido en mayo, y él iba acompañado de Miranda, la chica con la que había estado saliendo por esas fechas.
–Entonces… ¿ahora buscas a un hombre de verdad?
Sabrina lo miró con tal indiferencia, que Val deseó que se lo tragara la tierra.
–Si estás intentando ligar conmigo, no vas a conseguir nada –lo informó ella.
–Y si has llegado a dudarlo, debe ser que algo estoy haciendo mal –murmuró él–. Pero está bien: me abstendré de desplegar mi encanto personal… por ahora.
Ella enarcó una ceja.
–¿A eso lo llamas «encanto personal»?
Val no pudo evitar echarse a reír. No había duda de que Sabrina tenía mucho carácter. Empezaba a entender por qué lo suyo con Xavier no había funcionado. Pero él no era como su hermano, que no pensaba en otra cosa que no fuera el dinero.
–Touché. Intentaré mejorar mi estilo.
–Creo que primero deberías mejorar tu forma de vestir ahora que vas a ser presidente de la compañía. Lo de hacer de Romeo mejor déjalo para cuando te hayamos asegurado esa herencia.
Sus palabras hicieron a Val preguntarse si no tendría intenciones ocultas.
–¿Confías en que la comparta contigo?
–Eso no entra en mis planes; que consigas el objetivo que te has propuesto, sí.
–Estupendo. ¿Por dónde empezamos?
Ella lo miró de arriba abajo.
–Para empezar, como he dicho, necesitas un cambio de look –anunció sin preámbulos.
Val bajó la vista a su ropa: unos pantalones vaqueros con la camisa por fuera y las mangas remangadas.
–¿Qué tiene de malo lo que llevo puesto?
–Si te vistes como un ejecutivo, tendrás ganado el cincuenta por ciento; si además te comportas como un ejecutivo, tendrás ganado el noventa por ciento –le aconsejó ella.
Eso sonaba a la típica retórica de la facultad de empresariales, y no lo necesitaba. Nunca jamás había fingido ser lo que no era.
–¿Y en qué consiste el otro diez por ciento?
–En que te hagas notar.
–Por eso no hay problema. Siempre lo doy todo en el trabajo –respondió–. Pero también sé divertirme. Cena conmigo esta noche y descubrirás qué se me da mejor.
Sabrina no sabía qué le pasaba, pero había estado a punto de aceptar esa invitación a cenar. Suerte que había sido capaz de contenerse.
–Vamos a trabajar juntos –le dijo a Val–. Puede que para ahorrar tiempo mientras discutimos algún asunto tengamos que comer juntos algún día, porque hay que comer para sobrevivir, pero no será una cita, ni tampoco una salida de placer.
Mientras hablaba, se esforzó por mantener una expresión calmada y neutral. Los hombres como Valentino LeBlanc no se tomaban en serio a una mujer a menos que se mostrase inflexible a los coqueteos. Val había empezado a poner a prueba sus debilidades antes de lo que había esperado, pero le haría comprender con quién estaba tratando.
Val la escrutó en silencio, sin prisa. Sus ojos, de un azul oscuro, albergaban una calidez que contrastaba vivamente con la fría mirada de Xavier. Antes de ese día solo lo había visto una vez, y entonces habría dicho que era el hermano aburrido del que todo el mundo se olvidaba enseguida. Pero se equivocaba. Nada más entrar en el despacho había sentido una desconcertante e incómoda atracción por él.
¿Por qué? ¿Porque ahora era él quien estaba sentado tras el escritorio? No podía negar que siempre se había sentido atraída por los hombres con poder. Xavier, por ejemplo, la había cautivado al principio: era bien parecido, inspiraba respeto en la gente con su imponente presencia y tenía una conversación amena. Sin embargo, al poco tiempo había perdido el interés en él.
Val no era su tipo en absoluto: llevaba el pelo demasiado largo, sus labios eran demasiado carnosos y en sus ojos había una profundidad, una vulnerabilidad, que nunca habría considerado atractiva. La vulnerabilidad era una flaqueza. Sin embargo, su porte parecía apuntar que era algo más que un hombre sensible.
Cuando alzó la barbilla y un mechón negro le cayó sobre la mejilla, se sintió tentada de alargar la mano para apartarlo.
–Y deberías cortarte el pelo –le dijo con firmeza. Bien, por fin volvía a centrarse.
–Comer no es solo una necesidad –apuntó él, claramente decidido a no dejarla cambiar de tema–. Sé mucho acerca de la comida, de cómo puede controlarte, de cómo la falta de comida puede llevarte a hacer cosas que jamás te plantearías en circunstancias normales. Pero en el contexto adecuado puede convertirse en una forma de expresión. En arte. Déjame cocinar para ti.
¡Ni hablar! Seguro que era un prodigio en la cocina, capaz de seducirla con una salsa para espaguetis y que antes de que pudiese reaccionar se encontraría sobre la encimera con las piernas abiertas mientras él la poseía.
Un suspiro escapó de sus labios. No había duda de que había pasado demasiado tiempo desde la última vez que había tenido una cita. Pero, aun así, nunca había sido de esas a las que les gustaba hacerlo en la encimera. Era algo demasiado… apasionado.
–He venido aquí para trabajar –le espetó.
Necesitaba clientes, no un hombre con el que tendría que cortar más pronto que tarde. Al final todos eran infieles, y a ella le gustaba salir y pasarlo bien, pero no acabar sufriendo. El solo ejemplo de su padre, que había hecho un daño tremendo a su madre al engañarla una y otra vez, ya debería haberle servido de advertencia. De hecho, casi no se hablaba con su padre, y seguía tan furiosa con su madre por haberle aguantado todo eso, que apenas tenía relación con ella tampoco. Y luego ella había caído en el mismo error con su ex, John. Un error que no pensaba repetir.
–Además, esto es solo algo temporal –añadió Val, señalando a su alrededor con un ademán–, un bache en el camino para conseguir mi herencia.
–Y no la conseguirás si no cambiamos las cosas para que el viento sople a tu favor –le recordó ella poniéndose de pie–. Quizá deberíamos darnos un paseo por la compañía, aprender los nombres de la gente que trabaja aquí.
Val no se movió.
–No lo necesito; sé dónde están el Departamento de Contabilidad y los servicios. Y, si vamos a trabajar juntos, creo que debería saber más de ti, no sobre LeBlanc Jewelers. Para eso bastará con que me lea después unos cuantos informes.
Bueno, tal vez tuviera razón, pensó Sabrina.
–Está bien. Llevo cinco años ejerciendo de coach para ejecutivos, y antes me dediqué a la formación empresarial para una compañía. He trabajado con el presidente de Evermore y con el director financiero de DGM Enterprises. Me gusta tricotar, y mi tío colecciona coches antiguos, así que a veces voy con él a exposiciones los fines de semana.
–Tiene gracia. Es exactamente lo que pone en tu página web en la sección de tu perfil –observó Val con una sonrisa burlona–. Siento curiosidad: ¿pusiste lo de tricotar porque está de moda?
¿Qué estaba sugiriendo, que solo lo había puesto para no parecer una adicta al trabajo? Y si era así, ¿cómo la había calado tan deprisa? Nadie le había hecho nunca esa pregunta.
–Lo puse porque me gusta.
Y aunque hiciera como cinco años que no tricotaba, tenía intención de volver a hacerlo pronto. Cuando recordara dónde había puesto las agujas. Y cuando se acordara de ir a comprar lana.
–Venga ya… A nadie le gusta tricotar; solo a las abuelitas, y porque no están para muchas emociones. No creo que sea tu caso, y me parece que deberías buscarte alguna afición más movida.
No tenía por qué someterse a un interrogatorio de ese estilo, se dijo Sabrina.
–Tengo la sensación de que no estás lo suficientemente centrado como para que empecemos hoy con nuestras sesiones de coaching. Ya volveré mañana.
Se dio la vuelta para marcharse, pero Val llegó antes a la puerta y se apoyó en ella para obstruirle el paso.
De pronto Sabrina no podía pensar en otra más que en lo cerca que Val estaba de ella, y en lo fácil que sería alargar el brazo y tocarlo. Un cosquilleo le recorrió la piel cuando la miró de arriba abajo. ¿Qué le estaba pasando?
–¿Ya te vas? –le preguntó Val–. Tenemos seis meses por delante, y quiero aprovecharlos al máximo. Quédate, por favor.
Sabrina se cruzó de brazos.
–Me quedaré si empiezas a tomarme en serio.
–Pero si te tomo muy en serio…
–Genial –murmuró ella, secándose las palmas sudorosas en la falda con el mayor disimulo posible–. Pues pongámonos serios entonces. Si no quieres hacer un recorrido por el edificio, ¿por dónde querrías que empezáramos?
Los ojos de Val se posaron en sus labios, y se quedó mirándolos con tal intensidad que Sabrina se sintió como si se los hubiese acariciado con la yema del dedo. Se aclaró la garganta.
–¿Qué carencias te parece que tienes? –le preguntó.
Él enarcó las cejas.
–¿Quién dice que tenga alguna?
–Bueno, por alguna razón quieres contratarme. Es evidente que crees que hay algunos aspectos en los que necesitas mejorar. ¿Qué es lo primero que te gustaría que hubiera cambiado en un mes?
Una sonrisa traviesa se dibujó en los labios de Val.
–Pues… diría que te relajaras y aceptaras mi invitación a cenar, pero supongo que te refieres a mi puesto como presidente temporal de LeBlanc, así que diré que me gustaría saber cómo se espera que tome las decisiones. En las organizaciones sin ánimo de lucro lo hacemos en equipo, aunque sea quien tiene el voto decisivo. No sé si funciona igual en una compañía.
–Eso es lo más fácil: eres tú quien toma las decisiones, y punto. El resto de la plantilla no tiene ni voz ni voto. Eso es lo maravilloso del mundo empresarial.
–Pues a mí no me suena maravilloso en absoluto –masculló Val–. Me parece que es un error.
Ella se quedó mirándolo sin palabras, mientras intentaba encontrar la manera de explicarle que en el mundo de los negocios se esperaba que el presidente de una compañía fuese dominante e intransigente con las opiniones de las demás. Aunque quizá en el caso de Val no tuviera porqué ser así, ya que solo iba a ocupar ese puesto de forma temporal. Xavier ya era lo bastante intransigente por los dos juntos, y volvería a tomar las riendas dentro de poco.
–Entonces no sé muy bien qué aconsejarte –respondió cautelosa–, pero conseguiremos el objetivo que te impuso tu padre.
Solo había trabajado con un puñado de presidentes de distintas empresas, y esa era una de las razones por las que había aceptado ayudar a Val. Cuantos más ejecutivos tuviera en su cartera de clientes, mejor.
–¿Cómo? –inquirió él.
–Juntos –le prometió ella, con más confianza de la que sentía en ese momento–. Nunca le he fallado a un cliente. Trazaré un plan para las próximas semanas y lo discutiremos mañana.