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Un presentador de televisión decide abandonar su trabajo en un programa del corazón a cambio de crear Sentinels, una mezcla de reality show y espectáculo de talentos. Con este programa, su idea es encontrar un equipo de héroes que, junto a él, luchen por la justicia y la paz. Tendrán que aprender a colaborar y confiar entre ellos rápido, pues el Doctor Terror, un enemigo sin escrúpulos, está dispuesto a todo para tener buenos resultados de audiencia.
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Seitenzahl: 243
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Joan Antoni Martín Piñol
Saga
Sentinels
Original title: Sentinels
Original language: Catalan
Copyright © 2017, 2022 Martín Piñol and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788728426098
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
www.sagaegmont.com
Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.
Para Dani Mateo Patau, incansable y genial centinela de la comedia
—Necesito hacer algo que valga la pena.
David Rey siempre repetía lo mismo cuando salía del plató los viernes.
Cruzaba el pasillo con energía mientras encendía el cigarrillo que cada día le tenía preparado la ayudante de producción y empujaba la puerta de emergencia como si la quisiera lanzar contra el edificio de delante.
Había que dejarlo tres minutos solo en el tejado, mientras los ruidos de la ciudad lo deslumbraban como a un granjero que pisa la Gran Vía por primera vez, hasta que terminaba de fumar y aplastaba el pitillo como si quisiera hundir el edificio con el pie.
Toni Manso lo esperaba en la puerta, con un zumo de frutas acabado de exprimir para la estrella, y una lata de Pepsi para él. Desde que se encargaban del programa de las tardes, Toni llevaba una media de doce latas al día. Ya que era de los pocos que no se drogaba, por lo menos necesitaba un chute de azúcar para su cerebro si quería mantenerse al mismo nivel de revoluciones que los colaboradores a los que tenían que domesticar.
—Totalmente de acuerdo —le contestaba siempre, mientras David se tomaba el zumo de un solo sorbo. De hecho, en las épocas en las que aun fumaba más, el presentador era capaz de mantener el cigarrillo en los labios mientras bebía, cosa que no dejaba de sorprender a su amigo por muchas veces que lo hubiera visto.
Entonces tocaba pasarse unos minutos en silencio, después criticar a los colaboradores, la mierda de noticias que les tocaba cubrir y a los strippers inútiles que el director de producción insistía en colocar como reporteros hasta que los tenía bastante exprimidos en su dormitorio y los echaba con amenazas.
—Y pensar que hicimos cuatro años de Comunicación Audiovisual cuando lo único que necesitábamos era estar depilados y bronceados —se quejaba Toni, que, como director, era el que tenía que compensar la falta de neuronas de esos niñatos haciendo que el equipo de drogadictos les maquillara los fallos.
—A ti Barril no te haría un favor ni que te presentaras recubierto de nata.
—Por eso saqué matrículas y no me pasaba todo el día en el bar como tú, capullo. Uno de los dos tenía que estudiar.
—Va, larguémonos de este antro de corrupción antes de que nos volvamos como ellos —acababa siempre David, y se iba de fin de semana con la típica aspirante a presentadora que lo hubiera intentado entrevistar para un blog cutre o para un trabajo de clase que el profesor quizá revisaría por encima.
Pero cuatro meses antes de la tragedia que casi destruiría sus vidas, ese viernes, el presentador se encendió otro pitillo.
—¿Qué pasa? —preguntó Toni, sabiendo que su amigo nunca dejaría el tabaco, pero que solo fumaba con ansia cuando estaba a punto de perder los nervios.
—¿Tú crees que soy un fracasado?
—¿Has vuelto a mirar Twitter?
—Mis seguidores quieren hablar conmigo.
—Tus seguidores son señoras que no tienen ni internet en casa, adolescentes chonis y peluqueras con piercings que no saben escribir ni un tuit sin faltas. Contraté a la community manager para que tú pudieras olvidarte de este tema.
—Pero un retrasado de esos va y me dice que no he hecho nada bueno en diez años. Que por qué no me la pego otra vez con el coche y a ver si esta vez me mato.
—¿Le has contestado?
—¿Tú crees que es normal que me diga eso?
—David, ¿le has contestado o no?
—Una patada en los huevos y tirarlo del tejado, eso tendría que haber hecho.
—David. Dime que no le has contestado —dijo seriamente Toni, mientras desde su móvil buscaba el timeline del presentador.
—¿No te fías de mí?
—Yo sí. Pero cada vez que te cabreas con algún capullo de estos salen más, vienen los artículos estúpidos en Vertele, los hashtags de odio, tus borracheras… y a mí me toca arreglarlo todo.
—No le he dicho nada. Lo he bloqueado y punto. Aunque lo podría haber denunciado a @policia. Lo que me ha dicho era una amenaza de muerte.
—Seguro que solo es un adolescente resentido que bastante tiene con sobrevivir al instituto.
—Nosotros también lo fuimos y nunca quisimos matar a nadie.
—Anda que no. ¿No te acuerdas de la amenaza que enviamos a Cómics Fórum si no publicaban el Born Again de Frank Miller?
—Era una simple carta al editor. Ya están acostumbrados. Es su trabajo.
—¿Y el tuyo, qué? ¿Solo quieres la pasta y los coñitos y te saltas a los locos y a las abuelas pesadas? Así cualquiera.
Los dos se pusieron a reír y David tiró el piti al vacío, sin siquiera apagarlo.
—¿Sabes que quizá ahora le cae encima a un bebé y le quemas un ojo?
—Lo he tirado con efecto. Ha ido a la azotea de abajo, a contabilidad.
—Ah, entonces que se jodan.
Toni le aguantó la puerta para que el otro saliera al pasillo.
Pero David continuó mirando los tejados de la ciudad.
—Cómo nos pasamos con el pobre editor. Pero es que Daredevil era nuestra vida. Y el cómic en inglés no había quien lo entendiera.
—Y lo publicaron. Quizá gracias a nosotros. Nadie lo sabrá nunca, pero fuimos héroes.
Y entonces empezó todo.
La chispa que explotó en el cerebro de David y que acabaría destrozando media ciudad.
—Lo fuimos… Pero… ¿no te gustaría volver a serlo?
Toni se chutó un buen trago de Pepsi.
A veces se sentía como un padre primerizo cuando su hijo le pregunta el porqué de todas las cosas.
Y esa vez le tocaba decir «porque lo digo yo».
—No, tío, no. No puedes dimitir. No podemos. Te lo pregunté antes de pedir la hipoteca. Me parece cojonudo que tengas la crisis de los cuarenta, pero ni dejaré que me pagues tú el piso, ni le pediré pasta a mis padres, ni pasaré de director de programa a redactorcillo de mierda para el nuevo capullo que te sustituya. Sabes que si tú te largas, a mí me echan. Y dentro de tres semanas tendrás dudas y querrás volver. No puedes dimitir.
David lo miró con la mirada que reservaba para las promos de la cadena.
Una mirada que para cámara quedaba muy bien, pero que en las distancias cortas daba miedo.
—No quieras predecir siempre el futuro, imbécil. No siempre eres el más listo de la habitación. Yo no he hablado de dimitir.
—¿Y ahora qué quieres hacer? ¿Convertir el programa del corazón más petardo en la bandera del periodismo de investigación? ¿Quieres ser el nuevo Jordi Évole y que te den premios?
—Quiero que seamos héroes. Tú y yo. Como antes, pero con las ventajas de ahora.
Cuando David se ponía tozudo no había manera de detenerlo. Por eso se había quedado solo tantas veces, y, si la tele no le hubiera dado fama y fortuna, habría acabado vendiendo coches de segunda mano, medio alcoholizado y con un par de pensiones para mantener exmujeres.
Toni nunca se enfrentaba a él. Era como querer derrotar a Hulk a puñetazos sin ser Thor. Tenías que dejar que se desahogara, o simplemente dejarlo gritando y largarte a otro sitio.
Normalmente, con la resaca del día después, cuando las ayudantes de producción lo habían ido a buscar por los afters porque no contestaba al teléfono, ya había suficiente gente con cargo que le reñía y volvía a ponerlo en su lugar.
Pero, mientras esperaban en la sala de reuniones de la séptima planta, Toni sudaba.
Sudaba mucho.
Lo que en otra persona habría parecido sudor creativo y transpiración esforzada, en él eran una serie de marcas redondas y repulsivas, que lo hacían parecer aún más patético.
—Hacemos mierda, lo sé, pero por lo menos trabajamos cada día y podemos mandar nosotros. Por favor, no los pongas de mal humor, que cuando las cosas van bien es mejor no tocar nada —pedía Toni.
—Tú nunca estás contento. Querrías hacer como esa tía de clase, Anna Guitart, y entrevistar escritores americanos que molan mucho, ¿no? —su amigo sonrió, pensando en la chica que lo había enamorado desde el primer día que la vio en la Pompeu y que acabó siendo una periodista cultural admirada por todo el mundo—. Pues te jodes, porque los libros en la tele nunca han funcionado y a ti te gusta demasiado la pasta para convertirte en un matado de tele local. Siempre te he protegido y siempre hemos trabajado en éxitos. No somos unos vendidos, somos buenos profesionales que damos buen share y petamos audímetros. Nos harán caso. Confía en mí.
—Eres un capullo. Yo perderé mi piso y volveré a vivir con mis padres, pero tú no superarás todo esto y acabarás enganchado a la heroína.
—Por favor, Toni. Actualízate un poco. La heroína es para los yonquis de los años 80. Ahora se llevan la coca y las pastillas.
—Tú mismo. No te vendré a ver a rehabilitación, eh.
La puerta los alertó de que llegaba la compañía, porque era de esas que todo el mundo intenta empujar cuando hay que tirar y todo el mundo acaba disimulando que casi se la incrustan en la cara.
Los directivos siempre los recibían en terceto, como si ninguno de ellos pudiera decidir por sí mismo o simplemente temieran que las decisiones unilaterales apartasen las migajas en forma de encargos que ellos repartían a sus amigos productores con empresa.
Se dieron las manos como si estuvieran en una final de la Copa del Rey y se sentaron todos, dejando móviles, libretas y bolígrafos encima de la mesa, para demostrar que si no trabajaban, por lo menos transportaban material de una habitación a otra.
—Estamos muy contentos con los resultados de la semana pasada. Pero espero que no vengáis a pedirnos un aumento ni que nos pongáis en el compromiso de tener que negároslo —dijo Reverte, con el obligado discurso de director de cadena y mirando solo a David—. Podemos reunirnos con tu agente y ver cómo te podemos compensar, pero la próxima temporada… tenemos que jugar sobre seguro.
—No necesitamos a mi agente —dijo la estrella con toda su seguridad de estrella.
Y en ese mismo momento, Toni intuyó que sí que lo necesitaban.
Lo necesitaban más que nunca, porque su amigo lo dinamitaría todo.
Pondría a los directivos contra la pared.
Y esa gente… todo lo que no sabían de tele lo sabían de rencor y venganza.
—Lo importante es que estéis contentos. Y nosotros también —intervino Toni buscando su aprobación como un hijo mediano.
David le puso la mano en el hombro con una fuerza que habría agrietado el iceberg que se cargó el Titanic.
—Si estamos contentos, todo será más fácil. Porque aún podemos estar más contentos. Tenemos una idea brillante.
—El programa ya está bien tal y como está. Nunca se tiene que tocar lo que funciona —le aleccionó Reverte con la misma voz con la que daba conferencias en desayunos para empresarios pijos y hablaba de arriesgar sin miedo y del poder del emprendimiento. —¿Por eso Jordi Hurtado lleva veinte años presentando el mismo concurso?
—Jordi gusta a un target, tú, a otro. No me jodas con que ahora quieres hacer concursos, cojones —intervino Serra, el jefe de programas.
Viéndolo con esa cara rosada de camionero con tres cervezas de más, una de sus eternas camisas de cuadros del Carrefour y sus salidas de tono de payés, Toni volvió a pensar que si Serra no hubiera tenido carnet del PSOE, y mucho morro para conquistar Madrid, estaría en una granja criando cerdos o directamente siendo criado él mismo.
—Necesito hacer algo que valga la pena —dijo David como si fuera un mantra que le tuviera que ayudar a vivir o por lo menos hacer la digestión sin ardor de estómago.
—¿Quieres presentar la Telemaratón de este año? Aún no sabemos a qué coño de enfermedad la dedicaremos, pero seguro que dará mucha pena y podrás ser muy solidario —dijo Serra.
—No, eso no. Quiero ayudar de verdad.
—Pues bájate el sueldo y así no tendremos que apretar tanto a los autónomos cuando externalizamos programas. Así ayudarías a mucha gente —sentenció el directivo rupestre.
Olivares, el tercer mandamás, que tenía un cargo híbrido entre director de ficción, coproducciones y productor ejecutivo de cualquier cosa con créditos que se emitiera por la cadena, los observaba mientras escribía compulsivamente mensajes con el móvil.
—¿Y si dejamos que nos lo explique y después lo valoramos según la parrilla, con los pros y los contras? —propuso. Y a todos les pareció muy bien la obviedad.
Toni no sabía si odiarlo o adorarlo, porque no sabía leerle el alma. Todo lo que decía tenía sentido, pero nunca sabías cuándo te apuñalaría por la espalda. Porque parecía buena persona, y eso, en el mundo de la tele, era siempre el disfraz de los peores lobos.
—David, presentemos un dosier y que tu repre lo hable por ti —insistió Toni.
—¡Que ya somos mayorcitos, cojones! ¿Por qué no decimos las cosas claras de una vez? Que está muy bien partirnos el culo aquí o en restaurantes de los buenos, como si no pasara nada, hablando de nuestro pequeño mundo de audiencias y productoras, abandonando a los auténticos profesionales y regalando el prime time a gente que aprende a hacer cosas como si en el mejor momento de la ficción televisiva a nosotros solo nos importara ver a imbéciles cocinando, cantando y bailando o entretenernos con entrevistas a gentuza sin interés que se multiplica como las plagas… Tenemos la oportunidad de ayudar a mucha gente en una época de crisis, de devolverles la esperanza, y solo sabemos mirarnos el ombligo y tirar por el camino fácil, el que nos da fama, fortuna y nos hace creer que somos mejores que la chusma con la que tratamos.
Los tres directivos miraron directamente a Toni, como si fuera el padre de un niño insoportable que chilla en un restaurante de los caros y le tocara domesticarlo.
—Quiero convertirme en superhéroe. Para combatir el crimen. Para perseguir las injusticias. Para que la gente vuelva a sentirse segura. Para que nuestro trabajo sirva para algo.
—¿Quieres dejar la tele para hacer de Batman?
—Quiero hacerlo con vosotros. Lo convertiremos en un programa. Tendréis una gran audiencia y muchos patrocinadores. ¿A quién no le gustaría invertir en el Bien?
Los tres ejecutivos se miraron entre ellos, miraron a Toni, miraron a David, y miraron la jarra de agua que se acababa de quedar vacía.
Y no era el mejor momento para que alguna secretaria entrara a rellenarla.
—¿Te has hecho de alguna secta?
—Serra, por favor —dijo Reverte, como quien tira de la cadena de su pitbull que molesta a los peatones pero sin apartarlo de ellos ni ponerle bozal.
—A ver, si es una broma, riamos todos, cojones. ¿O solo puede decir burradas el niño bonito?
—David, es una propuesta interesante, como todo lo que se os ocurre —intervino Olivares con su voz de gurú relajador—. Lo valoraremos, eso tenlo por seguro. Eres de la casa, eres un gran profesional y tu buen gusto lo conocemos todos. Quizá hablo solo por mí, pero habrá que valorar también que quizá, y digo solo quizá, este no sea el momento… Te estás consolidando como el presentador más querido de la casa. Te podemos dar también un especial los viernes por la noche. O programas de investigación, como la Milá, sobre los temas que tú creas convenientes. Sobre el crimen, la miseria, los desahucios… lo que te apetezca. Pero dar un volantazo y abandonar a tu público… me parece un paso muy arriesgado para tu carrera.
David alargó la mano hacia su móvil y Toni temió que sería capaz de cogerlo y abandonar la reunión. No sería la primera vez.
Pero simplemente tocó la pantalla con el dedo para encender la aplicación de su Twitter.
—¿Veis este numerito de aquí? 1,8 M. La «M» no son «metros». Son «millones de seguidores». Y no cuento ni Facebook ni Instagram ni Pinterest ni YouTube. Y tampoco cuento la gente que no sabe cómo funciona nada de eso o los que tienen miedo de que las redes les roben su intimidad. Porque muchos de estos también son fans míos. Para hacer números redondos, y mirándolo desde la más profunda humildad, pongamos dos millones de seguidores. Con eso puedo montar un partido político. O una secta. O un golpe de estado. Pero tenéis suerte de que solo quiera hacer un programa.
—Me parece fenomenal. Los numeritos van muy bien para tu autoestima —replicó Serra, aunque Reverte negara con la cabeza para que no continuara—. Pero te explicaré cómo funciona la tele aquí. Ni somos HBO ni Netflix ni nada de todo eso que tanto nos gusta a la gente creativa. Aquí pagan los anunciantes. Sin anunciantes no hay tele. Y los «Me gusta» y los «Tuits favoritos» no nos dan de comer. La mitad de estos seguidores ni miran Twitter. Solo lo tienen porque es gratis y estaba de moda. Si les pides que pongan dinero, oh, verás cómo cambia la cosa. Los jodidos audímetros están regulados, te los puedes creer o no, pero son el único baremo que interesa a los anunciantes. Si los anunciantes no se anuncian, los accionistas no ganan. Y cuando un negocio no funciona, tiene que cerrar. Somos una tele privada, no una ONG.
—Gracias por el discurso. Me habría servido mucho en primero de carrera. Pero yo sí que creo que otra tele es posible y mucha gente la apoyaría.
—Ahora me saldrás con los de siempre, ¿no? Que si el Pontón, el Sala-Patau y el Salvat… como si solo ellos fueran directivos inteligentes que supieran de tele —se quejó Serra.
—Estamos muy contentos en esta cadena —corrió a añadir Toni.
—Seguro que a estos tres que nombras les encantaría el proyecto, pero a diferencia de muchos ejecutivos, nosotros no saltamos de cadena en cadena —dijo David mirando fijamente al directivo campestre—. Somos fieles. Como la gente de la que hablaba, y lo habrías entendido si hubiera podido acabar la frase. La gente que me sigue y quiere experiencias nuevas, reflexiones nuevas, emociones nuevas. La gente que no se conforma con lo que le hay. Esta gente.
David enseñó la pantalla de su móvil otra vez.
Mientras Serra hablaba, él había escrito un tuit.
«Quiero hacer SENTINELS, un nuevo proyecto que os encantará. Quizá tendréis que pagar para verlo. ¿Quién se apunta?»
En tres minutos lo habían compartido más de trescientas mil personas y tenía miles de comentarios.
—Dentro de media hora haced captura de pantalla y enviadlo al departamento comercial, para que lo muevan hoy mismo. El lunes a las tres me tendréis en el plató como un profesional para hacer vuestro programa del corazón, hasta que acabemos la temporada. Pero a las diez empezaremos con las reuniones del nuevo programa. Mañana escribidme si las hacemos aquí o en mi productora y con otros ejecutivos. Buen fin de semana.
David hizo levantar a Toni con la mirada y los dos salieron de la sala sin dar tiempo para responder.
Medio minuto después, Toni volvió a abrir la puerta:
—No, que David se ha dejado el móvil… ¡Ánimo! —dijo atropelladamente cagándose en todo porque su amigo fuera tan despistado.
—Esto lo acabaremos pagando muy caro —le recriminó Toni cuando salían de la sala de reuniones.
David no dijo nada, pero cuando pasaban por delante de los lavabos de la planta de los despachos, abrió la puerta de sopetón y empujó a su amigo dentro.
—¿Qué haces?
El presentador se agachó para mirar por debajo de las puertas. Hay cosas que no se pueden decir con testigos, aunque el testigo esté cagando.
—¿Quieres callarte un momento? —le soltó cuando comprobó que estaban solos.
Toni protestó y David sonrió.
—¿No lo oyes?
—¿Qué tengo que oír?
—Escucha, caramba…
Toni fue hasta la ventana del lavabo. ¿Quizá desde allí podrían escuchar las conversaciones de los directivos? Pero no, la ventana solo daba a una pared aburrida que no quería hacer de confidente.
—¿Qué leches quieres que oigamos?
—El sonido de la victoria. La emoción palpitante de tu corazón. ¿Cuánto tiempo hacía que no nos la jugábamos de verdad? —Serás capullo. Yo ni discutí con los de Movistar cuando tardaron tres semanas en instalarme internet en el piso nuevo. Si te la juegas tú por los dos sin consultar, lo que oirás serán mis aullidos de taquicardia mientras la palmo.
—Dirán que sí.
—¿Y si dicen que no? No he visto al Serra demasiado receptivo.
—Serra es un imbécil que solo quiere salvarse el culo.
—Es normal. ¿Tú sabes la miseria que cobran los payeses por trabajar de sol a sol? Mientras a él no lo echen de aquí, no tendrá que volver al huerto.
Los dos se pusieron a reír.
—Dirán que sí.
—Pero no les has dejado margen. No puedes pasarte la vida peleándote con todo el mundo.
—Si no quieres pasarte la vida comiendo mierda, sí. Hay que ser amos de nuestro propio destino. Ya hemos trabajado mucho para ellos, ahora toca que ellos trabajen para nosotros.
—Pero en un fin de semana no pueden reaccionar…
—Toni, te preocupas demasiado por los demás. Por eso me encanta tenerte de amigo. Solo alguien como tú me habría aguantado tanto tiempo. Pero estaría bien que aprendieras a preocuparte por nosotros. Que nos quedemos o no ahora es SU problema. Y si algo he aprendido con los años es que cuando les interesa siempre tienen tiempo y dinero para la gente que no quieren que se les escape.
—¿Y si no? Si nos hacemos los duros ahora y después tenemos que arrodillarnos…
David consultó su Twitter. El mensaje ya se había compartido más de medio millón de veces.
—Si estos no reaccionan, iremos a la competencia. Y si no, iremos a YouTube. Ya no tenemos edad para aguantar a cretinos que nos digan qué tenemos que hacer.
—¿Y quieres que nuestros ingresos los determinen millones de adolescentes analfabetos que nos pondrán a caldo en la sección de comentarios de los vídeos? Espero que Serra y tú no me amarguéis la vida, porque antes de hacerme youtuber prefiero trabajar en un tanatorio.
—Pues ahora que lo dices… el videoblog de un enterrador tendría audiencia fijo.
Los directivos dijeron que sí, pero hubo que presionarles un poco.
El viernes por la tarde, David hizo una ronda de llamadas a gente que tenía blogs sobre televisión. Los periodistas de verdad lo despreciaban porque no dejaba de ser el enésimo presentador de moda de programas del corazón y para ellos de esta gente solo hay que escribir si es para criticarla.
En alguna entrega de premios con más copas de las que tocaban o algún artículo hiriente y reciente, David les había recriminado su amargura de viejas momias muertas de hambre. Aunque él, como licenciado en Comunicación Audiovisual, habría agradecido trabajar en la redacción de algún periódico unos cuantos años, para ser como los periodistas de antes, los de casta.
En cambio, la gente con blogs lo adoraba. Ningún actor o presentador de más de cuarenta años se los había tomado en serio cuando empezaban, mientras que David siempre se había animado a concederles entrevistas de mierda que no tenían ningún sentido. Y de repente, cuando aquellos chavales a los que nadie hacía caso habían acabado teniendo blogs de referencia que consultaban todos los profesionales del sector, él siempre era bien recibido. Cuando había que silenciar algún escándalo, porque con todo el mundo con cámaras en el móvil y en su etapa de fiesta perpetua por Madrid había habido unos cuantos, los blogueros lo ayudaban o lo avisaban con tiempo.
Y cuando él necesitaba negociar mejoras salariales o nuevos contratos, siempre trataba de filtrar rumores sobre la competencia tirándoles la caña.
Después de un sábado movido donde muchos medios llamaron personalmente al director de la cadena para saber si era verdad que pensaban acabar con su programa estrella del corazón y con su presentador, Reverte llamó a Serra y a Olivares.
El domingo por la mañana David ya se había organizado para presentar una carrera solidaria en Girona, cosa que impedía tener una comida de urgencia en el típico reservado de restaurante madrileño con estrella Michelín.
Serra aparcó su 4×4 al lado de las unidades móviles de la tele local que cubrían el evento y de varios técnicos con cara de asco por trabajar en domingo, justo cuando David entregaba los trofeos de la carrera. El presentador lo vio salir del coche sudado y cabreado, y se lanzó a hacerse fotos con un grupúsculo de autoridades y patrocinadores, sabiendo que así aún haría esperar más al otro.
En el momento en el que por fin el directivo pudo agarrarle del brazo, él disimuló con la sonrisa que usaba cuando entrevistaba a supuestos hijos ilegítimos de toreros.
—Caramba, Serra, no sabía que eras un runner. Venir hasta Girona para una carrera ya son ganas de hacer deporte.
—Va, larguémonos ya, que no quiero encontrarme el atasco de vuelta del fin de semana.
—¿No has venido en helicóptero? Ah, no, que hoy me dirás que no tenéis presupuesto, ¿verdad?
—Sácate de encima a estos pesados y vámonos. Lo que hemos de hablar tú y yo de hombre a hombre no lo tiene que escuchar ningún tonto más, que después los putos blogs se llenan de mierda.
—No puedo. Tengo que comer con esta gente y ya me he comprometido a unas cuantas entrevistas de podcast de personas de aquí.
—¿Prefieres hablar con unos matados que arreglar las cosas conmigo?
—Esta peña del podcast son el futuro. Son todo lo que los youtubers no serán nunca. Y hay que ayudarles para que estén motivados. A mí me dieron oportunidades cuando más las necesitaba y ahora me toca hacer lo mismo. Para equilibrar el karma.
—Qué cojonazos que tienes, chaval. Si yo descuelgo el teléfono y nos dan mesa en…
—Serra —le cortó David—, no quiero vida social. Solo necesito un «sí» o un «no». El resto ya lo aclararemos. Sabes que nunca me he movido por pasta.
—Anda que no.
—Por dinero ya se mueve mi repre. Yo lo que necesito son retos. Para no estancarme. Para que cada día sea una aventura.
—Para no acabar como yo, ¿verdad? ¿Eso es lo que quieres decir?
David rio con sinceridad. A veces, el payés de las narices lo sacaba de sus casillas, pero también le emocionaba encontrar un directivo políticamente incorrecto, a quien pudiera leer y entender a la primera, sin falsas sonrisas ni frases vacías para apuñalarte mientras fingía amistad eterna.
—Serra, de verdad que valoro que hayas venido hasta aquí para arreglarlo. Nos acabaremos entendiendo. Espero. Yo volveré por la noche. Si quieres quedarte a comer, seguro que al alcalde le encantará escuchar tus batallitas.
—Prefiero comer solo en un bar de camioneros. Hasta mañana, chaval.
—Quizá —le soltó David, para evitar que el otro marchara victorioso. Un ejecutivo intranquilo siempre paga de más.
—Esto está lleno de locos —se quejó Toni mirando por la ventana.
—Así nos reiremos más —le contestó David mientras hacía una foto de la multitud y la subía a su Twitter.
Esperaban que el casting de Barcelona fuera un éxito, pero por si acaso habían programado varias convocatorias en diferentes ciudades. Aunque viendo las más de 2.000 personas que hacían cola en el polígono donde tenía lugar la prueba, los sentimientos de triunfo y de pereza los atacaron a la vez.
2.000 personas implicaba tener que decir que no a 1.990. Y no todas se lo tomarían bien.
Pero los directivos habían insistido.
Aceptaban la idea, porque no tenían más remedio. Seguramente David era un imbécil egocéntrico que los hundiría, pero casi todos los presentadores eran así. Lo que les preocupaba era que tuviera razón. Que hubiera suficiente gente interesada en ver a un grupo de desconocidos convertirse en héroes. Y que otra cadena se lo quedara.
Así que aceptaron la idea. Pero por si la idea no funcionaba, la reformularían como lo reformulaban todo, para que se adaptara al mantra de los directivos que conservan su puesto: hay que buscar lo mismo pero diferente.