Si fuera más valiente - Eva Des Lauriers - E-Book

Si fuera más valiente E-Book

Eva Des Lauriers

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Beschreibung

El Amanecer de los veteranos es el evento que da el pistoletazo de salida al último curso de instituto. Esa noche, los alumnos escriben unas cartas en las que plasman sus mayores deseos. Nadie debe leerlas: su destino es la hoguera. Natalia decide desahogarse poniendo todo lo que siente por Ethan, su... ¿exmejor amigo? El problema llega cuando, arrepentida, intenta recuperar su carta y salen todas volando. Con la ayuda de Ethan, consigue reunir la mayoría. Pero faltan siete. Siete secretos sueltos por ahí, esperando a que alguien los encuentre.

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Veröffentlichungsjahr: 2024

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Para Justin, que ama con un amor

CAPÍTULO UNO

Natalia

NOCHE DEL BAILE DE FIN DE CURSO, 2:08 A. M.

ME VIENEN A LA CABEZA unas diecinueve razones para no seguir a Ethan a su habitación ahora mismo.

Una: mañana tengo entrenamiento de atletismo. Dos: después toca grupo de estudio para los exámenes finales. Tres: mi empeño por ignorar estos sentimientos a toda costa.

Pero entonces él esboza esa media sonrisa tan suya y me pregunta con la voz un poco ronca por la hora que es:

–¿Un duelo de altavoces?

Y ahí se me acaban las razones.

Teniendo en cuenta que todos los demás han caído abatidos a nuestro alrededor después del baile, lo más sensato sería dormir.

Esbozo una sonrisa de oreja a oreja y lo sigo escaleras arriba.

Cuando cierro la puerta de su habitación, por fin nos quedamos solos. Algo que siempre me ha gustado.

O solía gustarme.

Echo un vistazo a su habitación en busca de cambios que me haya podido perder durante los meses que he dejado de venir. No hay nada drástico. Está todo colocado, como siempre, aunque se nota que es un cuarto en el que vive alguien. Conozco estas paredes de color azul cielo casi tanto como las mías. Pilas de libros junto a la cama. Un amplio escritorio cubierto de dispositivos y tazas. Me fijo en la foto enmarcada que le regalé el año pasado, donde salimos hombro con hombro, riendo en la playa, con los ojos cerrados y el pelo al viento. Es un dormitorio acogedor, que irradia una calidez y tranquilidad reconfortantes, igual que Ethan.

–Toma –dice, lanzándome una de sus sudaderas.

Contengo una sonrisa. Ni siquiera he tenido que pedírsela.

–Espero que esté limpia –señalo.

Ethan pone los ojos en blanco y se tumba en su enorme cama para encender la música. Tiene un cuerpo de extremidades largas y músculos definidos que se ha moldeado en la pista de baloncesto.

Me pongo la sudadera, que huele a él, y al hacerlo, se me sueltan un par de horquillas del peinado. Me coloco los mechones rebeldes y me remango porque me queda demasiado grande.

Me doy la vuelta y veo que Ethan me observa fijamente, como si hubiera estado pendiente de mí, pero enseguida desvía la mirada hacia su teléfono.

Antes me he quitado el vestido negro y barato que he llevado al baile y, al colgarlo junto al traje hecho a medida de Ethan, me he estremecido por dentro. Sabía que mi vestido no iba a destacar frente a las prendas de diseño del resto de alumnos, pero no esperaba sentirme tan insignificante. Es una sensación nueva para mí.

Mundos diferentes.

Las palabras retumban en mi mente. Una advertencia que no le he comentado a Ethan. Últimamente, hay muchas cosas que no le he contado a mi mejor amigo.

Nos tumbamos en la cama como siempre, uno al lado del otro, a un brazo de distancia, apoyados en nuestros codos y mirándonos a la cara. Nuestros cuerpos recuerdan la danza de nuestra amistad, aunque yo la haya olvidado.

Cojo el móvil para elegir alguna canción para el duelo de altavoces: el juego que tenemos para ver quién se empareja primero con su altavoz Bluetooth. Es una tontería, pero es una de nuestras tradiciones. Justo lo que necesitamos para aliviar la tensión que últimamente se cierne sobre nosotros.

–A ver, déjame adivinar, ¿vas a elegir algo triste e indie para chicas? –pregunta.

Detengo el pulgar. Era justo lo que iba a escoger, pero no pienso darle el gusto.

–Ya lo escucharás cuando te gane.

Baja la barbilla para alinear nuestras miradas.

–Hace tanto que no vienes que seguro que el altavoz ni te recuerda.

Está de broma, pero hay algo en su forma de decirlo que sugiere... ¿dolor? y, sin duda, confusión. Evito su mirada, tumbándome boca abajo y cruzando los tobillos como si tuviera una cola de sirena.

Ethan me mira los pies sorprendido, antes de clavar la vista en mis ojos.

–Natalia –dice con calma–, ¿te has subido a mi cama con los zapatos puestos?

Miro por encima del hombro hacia mis pies.

–¿Qué zapatos? Las chanclas no cuentan.

–Cuenta cualquier cosa que traiga arena a mi cama –afirma él, taladrándome con la mirada.

–No seas tan Virgo –le respondo, moviendo los pies de un lado a otro para fastidiarlo.

–Habló la maniática del control –murmura, negando con la cabeza. Se incorpora, se apoya en un brazo y me agarra los tobillos con sus grandes manos para detener mis movimientos. Luego me quita con cuidado las chanclas, que caen en la mullida alfombra con un sonido suave. Al notar sus dedos rozándome ligeramente las piernas antes de soltarlas, siento un cosquilleo en el estómago–. Cuando estamos solos, eres un auténtico demonio.

Bato las pestañas.

–Es parte de mi encanto.

–Ya lo creo –repone él con cariño.

Mientras vuelve a su posición anterior, no puedo evitar observar las líneas definidas de su mandíbula y pómulos. Los ángulos y curvas que tengo grabados en la memoria. Por enésima vez, me entran unas ganas enormes de dibujarlo y tengo que apretar las manos para reprimir la tentación.

Aunque le da vergüenza, no me extraña que esta noche lo hayan elegido rey del baile. Y eso que solo está en tercero, no en último curso. Con ese pelo oscuro y alborotado y esa mirada penetrante, parece un príncipe oscuro sacado de un cuento.

–¿Por qué me miras así? –pregunta, entrecerrando los ojos con curiosidad.

–No sé. ¿Así cómo? Bah, déjalo –digo a toda prisa.

–Va... le.

Del altavoz emana un leve bip anunciando que un teléfono se ha conectado. Esperamos. Cuando empieza a sonar un ritmo lo-fi, suelto un bufido y Ethan se regodea en su victoria. Puede que tuviera razón cuando me ha dicho que su altavoz ya no me recuerda. Algo que me pone más triste de lo que debería.

–¿Sabías que...? –empieza a decir, pero luego se detiene y se aclara la garganta–. No importa, es una tontería.

–Lo dudo –digo, animándolo a continuar.

Ethan nunca había considerado que sus ideas fueran una tontería hasta que empezó a llamar la atención del grupo de los populares. Y eso es algo que me cabrea. Me encantan esos giros inesperados en sus conversaciones, repletos de datos, trivialidades y citas. Son pistas de lo que está pensando. Le lanzo una mirada expectante.

–Está bien... ¿Sabías que Virgo significa «virgen» en latín?

–Sí –respondo, como si fuera una obviedad. Todos tenemos que estudiar un año de latín en el instituto Liberty. Recurro a mi tono sarcástico, porque ya me resulta bastante difícil contener estos sentimientos en cualquier noche que no sea la del baile y sin estar a solas con él. Pero ahora está increíblemente guapo bajo la luz de la luna y hablando de virginidad. ¿Qué será lo siguiente? ¿El absurdo pacto que hicimos en primero?

Ethan juega con un hilo suelto de su camiseta, enrollándolo alrededor de su dedo en un sentido, para desenrollarlo y volverlo a enrollar en el contrario.

–En el pasado, también se usaba como sinónimo de «doncella», lo que es ridículo, porque da entender que solo las chicas pueden tener esa condición.

Un momento.

Me incorporo, con los ojos muy abiertos.

–Ethan Forrester, ¿estás insinuando que te has acostado con alguien?

Me mira con la misma cara de sorpresa.

–¿Qué? ¡No, claro que no!

Siento un alivio tan grande que hasta me molesta. No quiero pensar en Ethan con otra persona; sin embargo, mentiría si dijera que no me lo he planteado nunca. Siempre ha sido un chico atractivo, pero todo el mundo se dio cuenta cuando «Ethan, el desgarbado» se convirtió en «el tío bueno de Ethan»; y yo no fui la excepción.

–Entonces, ¿sigues siendo un virgo Virgo? –digo en tono de broma.

–Bueno, supongo que depende de cómo lo interpretes –responde sin mirarme–. Pero, en teoría, sí.

Noto el calor ascendiendo por mi cuello.

–Vaya. Eso es bastante... concreto –logro decir–. ¿Desde cuándo hemos decidido que esto es algo de lo que vamos a hablar?

–¡Pero si me lo acabas de preguntar!

«Las chicas como tú hacen que los chicos cometan locuras». ¿Será esto una de ellas? Necesito cambiar de tema ya.

–Además –Ethan me mira de reojo–, nosotros hablamos de todo.

De todo no.

Siento un pinchazo de culpa en el pecho.

Ay, ¿qué estoy haciendo? No debería estar tumbada junto a Ethan en plena noche, hablando de nuestra vida sexual. O, en mi caso, de la ausencia de ella. Sin embargo, tampoco hago nada por moverme. Me muerdo el labio, con cada fibra de mi ser en alerta.

–Lo que quiero decir es que espero que sepas que puedes contarme cualquier cosa... siempre que quieras o lo necesites –indica.

El silencio que se instala entre nosotros es breve, aunque cargado de tensión. Como cuando la marea retrocede justo antes de que llegue una ola enorme.

–¿Y quién dice que no lo vaya a hacer? –Sin duda es mi vena competitiva la que añade ese tono a mi voz.

Se sienta a toda prisa, los rizos oscuros le caen sobre la frente y se los aparta. Su piel, normalmente pálida, muestra cierto rubor bajo la tenue luz. Estamos lo suficientemente cerca como para notar cómo se le acelera el pulso.

–¿Lo has hecho ya? ¿Fue con Tanner?

–No –reconozco–. Él quería, pero... no.

Por eso he terminado yendo sola al baile que yo misma he organizado. Tanner me dejó plantada en el último momento porque, y cito textualmente, «no valía la pena». No sé si se refería a invertir su tiempo en la relación, al coste de la entrada del baile o al hecho de que no quisiera ir a un hotel con él después. Pero solo llevábamos juntos tres semanas. Y, por mucho que me picara la curiosidad, no iba a perder mi virginidad con alguien que había durado menos que mi último depósito de gasolina.

Ethan se tumba de nuevo y apoya la cabeza en la almohada, visiblemente aliviado.

–Menos mal. No puedo creer que salieras con ese tío.

La verdad, yo tampoco. Pero nadie más me había pedido ir al baile, y habría sido patético que la presidenta electa fuera sola. Aunque al final eso es lo que ha sucedido. Así que ya sabéis: a falta de pan, buenas son tortas.

–No todos tenemos a gente haciendo cola en nuestra puerta como tú –comento.

Ethan pone los ojos en blanco, como si su móvil no estuviera recibiendo mensajes constantemente. Tres chicas diferentes quisieron ir con él al baile. Les dijo que no porque, según él, solo se lo pidieron por su padre. Puede que fuera cierto, aunque también es posible que se lo pidieran porque él les gustaba de verdad. Últimamente, todas parecen estar interesadas en Ethan.

–Pero eso no significa que tengas que conformarte con cualquiera. Tanner es un imbécil. Te mereces a alguien mucho mejor.

–¿Como quién?

Ethan me da un ligero golpe con el hombro.

–Yo te habría llevado.

–¿Una cita por pena? No, gracias –señalo, alejando esos sentimientos todo lo posible.

Ethan frunce un poco el ceño.

–En primero estabas un poco desanimada.

Me subo las mangas de la sudadera hasta los codos porque empiezo a tener calor.

–¿Y eso a qué viene ahora?

–¿No te acuerdas? Nuestro pacto –dice, mirándome por fin a los ojos.

Vaya, ha sacado el tema. En mi mente, el lienzo se ilumina con tonos rosas vibrantes y florecientes.

–Sí, lo recuerdo –respondo con cautela.

Como si pudiera olvidar algo así. En primero, hicimos el juramento de que, si al llegar al último curso de instituto seguíamos siendo vírgenes, nos acostaríamos juntos. Yo, porque no quería perder mi virginidad con un capullo, y Ethan, porque le tenía tanto miedo a las chicas que estaba convencido de que moriría siendo virgen.

–Pero también era la única seguidora de tu Club de Fans de Waluigi. No era muy buena a la hora de tomar decisiones –bromeo, en un intento por calmar el cosquilleo que siento en el estómago.

Él mira al vacío, pensativo.

–Si no me quieres en mi etapa Waluigi, no me mereces en mi etapa de rey del baile.

Me río y me coloco un mechón de pelo detrás de la oreja; un gesto que él sigue con la mirada.

–Sigo sin poder creérmelo. Debes de ser el primer alumno al que nombran rey del baile que no está en el último curso –digo.

Ethan clava la vista en el techo y frunce el ceño.

–Seguro que estaba amañado.

–Qué exagerado. Yo misma he contado los votos –señalo, como si le estuviera dando una mala noticia–. Vas a tener que aceptar que te has ganado el voto de los emos con tu personalidad única.

Se ríe, pero se nota que no se siente a gusto con todo esto. Es una persona tímida, que no comprende el interés que puede suscitar en los demás, más allá de tener un padre famoso, y que se encuentra más cómodo delante de su ordenador o bajo la suave luz de su lámpara de lectura que siendo el centro de atención. Sin embargo, no se da cuenta de lo extraordinario que es en realidad.

Una brisa de aire fresco trae el aroma salado del mar a través de la ventana. Cierro los ojos y respiro hondo. Ethan recorre mi antebrazo con las yemas de los dedos, trazando un camino lento y relajado. No sé si es consciente de que suele hacer esto cuando está pensativo, pero es un gesto que siempre me ha gustado. Su tacto me deja un rastro de escalofríos a su paso. Suelto un suspiro y me hundo aún más en la cama.

Nos quedamos así un rato, en silencio, sumidos en nuestros pensamientos. La colcha azul es tan suave y confortable que la fatiga empieza a invadirme. Ethan continúa acariciándome el brazo y mis párpados se vuelven más pesados.

Estoy a punto de dormirme cuando le escucho decir:

–Creo que eres mi persona favorita, Natalia.

Abro los ojos de golpe y nuestras miradas se encuentran.

Odio lo mucho que quiero besarle.

No me puedo creer lo que estoy a punto de decir, pero las palabras se escapan de mis labios.

–¿Y si lo hacemos? Lo de nuestro pacto.

Ethan detiene la mano al instante.

–¿Qué?

–A ver, ¿por qué no? Casi estamos en el último curso, no tenemos pareja, nos preocupamos el uno por el otro. No eres... feo.

–¿Gracias?

–Nunca me voy a sentir tan cómoda con un desconocido como lo estoy contigo.

Cada vez que los chicos me conocen un poco más, terminan diciendo lo mismo: que soy demasiado intensa, que los estreso, que necesito relajarme. Creen que van a encontrarse con la chica que finjo ser. La Natalia simpática, segura de sí misma, alegre... Ninguno quiere descubrir mi verdadero yo, el desastre emocional que soy por dentro.

La alumna a la que dejan antes del baile de graduación.

Pero aquí está mi mejor amigo, que es como... mi prisma personal. La luz se filtra a través de él y pinta mi mundo de colores. Es genuino, auténtico, y me permite ser yo misma. Sin fachadas, sin sonrisas falsas. Soy su persona favorita. Y él la mía

Me mira con una expresión indescifrable.

–Estás de coña, ¿verdad?

Me siento en la cama, con la idea cobrando fuerza en mi mente.

–No. Sé que suena un poco... raro.

–Sí, un poco –dice, sonrojándose–. Somos amigos, nada más.

Hago caso omiso del repentino nudo que se me forma en el estómago.

–Ya lo sé. No te estoy pidiendo que te cases conmigo. Lo haríamos solo para probarlo. La idea del pacto era aprender a hacerlo con alguien... conocido, ¿no?

Me digo a mí misma que, si lo hacemos bajo esta premisa, nuestra amistad no se resentirá. Dejaremos atrás lo que quiera que sea esto y seguiremos siendo amigos. Sin sentimientos entremezclados. Todo volverá a ser como antes. Estaremos bien.

–Has sido tú el que ha sacado el tema. Y es la noche del baile –comento.

–Espera, ¿te refieres a esta noche? ¿A ahora mismo? –Su voz se vuelve más aguda.

Me encojo de hombros, aunque el corazón me late con fuerza.

–¿No te apetece? ¿Qué opinas?

–Mmm. Esto es... eh... un giro inesperado de los acontecimientos.

Cuanto más nervioso se pone Ethan, más formal se vuelve, y eso hace que me pare a pensar en lo que estoy haciendo. Es entonces cuando me doy cuenta de lo que puede parecer todo lo que le he dicho desde su perspectiva, y quiero que la tierra me trague en este mismo instante.

–Sí, totalmente. Olvídalo. Es la peor idea que he tenido en mi vida.

Ethan intenta reprimir una sonrisa.

–No, ese honor sigue ostentándolo el famoso día de la langosta.

Me cubro la cara con las manos.

–Oh, Dios. No me lo recuerdes.

–Oye, si no fuera por ti, nunca habría sabido lo alérgico que soy al marisco.

Lo miro a través de los dedos y ambos nos echamos a reír. Supongo que esto pone fin a esta extraña conversación, donde claramente he sido poseída por una versión diabólica de mí misma, obsesionada con el sexo, dispuesta a desnudarse con el mismo chico al que tuve que inyectarle epinefrina el verano pasado, después de retarlo a un concurso de comer bocadillos de langosta.

Pero, mientras me recuesto en sus cojines, Ethan vuelve a acariciarme el brazo. Y luego la clavícula. Nuestras miradas se encuentran y todo cambia cuando me rodea la cintura con el brazo y me atrae hacia él. Me mira desde arriba, apoyado en el codo, estudiando mi rostro. La música se ha detenido. Solo se oyen nuestras respiraciones, cada vez más rápidas.

–¿En serio quieres hacerlo? –pregunta.

Soy de las que suelen tomar la iniciativa, así que me quito la sudadera y la camiseta con manos temblorosas. Cuando Ethan me ve el torso desnudo, abre los ojos de par en par. Aunque todavía llevo puesto el sujetador, no puedo evitar ruborizarme bajo su intensa mirada.

–Vamos, en la playa hemos estado con menos ropa. –Intento que mi voz suene lo más calmada posible.

–Pero esto es diferente –dice él.

Trago saliva.

–Lo sé. –La forma en que su mirada hace que me arda la piel me confirma que, efectivamente, esto es distinto–. No pasa nada si no quieres hacerlo.

–No, sí... –se le quiebra la voz. Se aclara la garganta–. Sí quiero.

Entonces, con un grácil movimiento, se quita la camisa y la tira al suelo. Estaba convencida de que podría soportar verlo así. Pero cuando el chico con el que te sientes más segura en este mundo es tan guapo y su piel desnuda roza la tuya, todo se... desata.

–¿Tienes preservativos? –pregunto.

Traga saliva y asiente con la cabeza.

«Las chicas como tú...».

Pero la advertencia se desvanece en cuanto se acerca.

Ethan apoya la frente en mi hombro y susurra con su cálido aliento sobre mi cuello:

–No me puedo creer que esté pasando esto.

–Y yo no me puedo creer que sigas hablando –repongo con sarcasmo.

Su pecho vibra por la risa y yo sonrió mientras alzo la mano y paso mis dedos por su cabello con timidez. Siento cómo se estremece. Se aparta un poco para mirarme, clavando sus ojos avellana en los míos.

–Dios, Natalia –murmura.

Entonces, mi mejor amigo se inclina hacia mí y me besa.

CAPÍTULO DOS

Natalia

AMANECER DE LOS VETERANOSDOS MESES Y MEDIO DESPUÉS, 7:07 A. M.

HOY EL CIELO está cargado de secretos. Y yo odio los secretos.

Hilos de niebla marina se filtran entre los cedros de mi calle, creando un ambiente demasiado lúgubre para un mañana de finales de agosto. Si creyera en los presagios, tendría la sensación de que esta maldita atmósfera intenta decirme algo sobre el día de hoy. Menos mal que no creo en esas cosas, porque el Amanecer de los veteranos tiene que ser perfecto. Y lo será.

Aunque tenga que ver a Ethan.

La puerta principal chirría al abrirse detrás de mí, y los pasos amortiguados de mi madre en zapatillas de estar por casa descienden las escaleras del porche y están a punto de tropezar con el borde del enorme cartel que tengo apoyado en las piernas. Lo aparto mientras ella finaliza una llamada con una de mis tías en un rápido y fluido español. Cuando cuelga, se sienta a mi lado, cerrándose el suéter rosa con una mano y sosteniendo una taza de café humeante con la otra. Me mira con esos expresivos ojos marrones, que tiene cansados. Lleva el pelo negro y liso (tan diferente a mi melena ondulada y enmarañada) recogido en una coleta alta y elegante.

–¿No ha llegado todavía? –pregunta.

–Está claro que no –murmuro.

Miro mi reloj. Llevo siete minutos esperando a Ethan bajo este sombrío amanecer frente a nuestra casa... bueno, supongo que ahora la casa de mi padre. Da igual lo que pase, o dónde esté, siempre termino esperando a Ethan. Si tuviera dinero para arreglar mi coche, no tendría que depender de mi mejor amigo para que me llevara a ningún sitio.

Si es que aún somos mejores amigos.

Todavía me cuesta creer que no hayamos hablado en todo el verano. Sí, vale, hemos participado en el chat que tenemos con Rainn y Sienna, pero nos hemos cuidado mucho de no respondernos directamente, así que el contacto que hemos tenido no ha ido más allá de saber que el otro seguía con vida.

Mi madre suelta un suspiro profundo y ominoso.

–Ojalá no hubieras planeado nada para esta noche. Precisamente esta noche.

Contengo las ganas de poner los ojos en blanco.

–No se trata de ninguna conspiración en tu contra. Es el Amanecer de los veteranos.

El Amanecer de los veteranos es una tradición sagrada en el instituto Liberty. Los alumnos que pasan al último curso se reúnen el amanecer del fin de semana previo al inicio de las clases para fijar metas y propósitos, y comenzar su último año juntos, escribiendo las legendarias Cartas del León. Me estremezco de solo pensar en la idea de escribir algo sobre lo que estoy pasando.

–Cuando tu padre iba a Liberty, no se quedaban toda la noche –comenta ella.

Tiene razón. Normalmente, es un evento que solo dura unas horas, pero fui yo la que sugirió convertir el Amanecer de los veteranos en una acampada de una noche para hacerlo más especial. Como presidenta del consejo estudiantil, es mi deber motivar a todos de cara al nuevo curso, aunque no esté en mi mejor momento.

Cuando no respondo, mi madre vuelve a suspirar.

–Mija, sé que este verano no ha sido fácil, pero tu padre y yo creemos...

Miro de nuevo hacia el cielo oscuro, ignorando el resto de lo que dice mientras me sumo en mis pensamientos y empiezo a dibujar mentalmente.

Me imagino cómo el cielo se iluminará mañana por la mañana. La explosión de colores que bañará mi promoción de último curso. Tonos dorados, rosas, incluso morados si tenemos suerte. Los nuevos comienzos que promete el amanecer. Sí, en este momento, un nuevo comienzo es lo que necesito.

–¿Me estás escuchando? –La voz cansada de mi madre interrumpe mis pensamientos.

–Sí –miento.

Otro suspiro.

–Encontraremos una solución para esto. Ya lo verás.

«Esto». La palabra que mis padres han elegido para definir cómo se desmorona mi mundo. «Esto», que no es otra cosa que un divorcio y la imposible decisión que tengo que tomar antes de que termine el fin de semana. Irme con mi madre o quedarme con mi padre.

Si me quedo con mi padre, renuncio a cualquier posibilidad de dedicarme al arte, ya que para él es «un estilo de vida dañino e inestable». Si me voy con mi madre, diré adiós al instituto Liberty y a toda mi vida aquí. La playa, ser presidenta. Ethan.

Por fin veo unos faros rasgando la niebla antes de que un coche se detenga de forma abrupta frente a mi casa.

Ethan ha llegado.

Pero algo no encaja. El coche de Ethan es un vehículo sin pretensiones, con una pegatina de la NASA que dice «necesito espacio» en un lado y otra descolorida de los Golden State Warriors en el otro. Este coche, sin embargo (elegante, moderno y eléctrico, propio de los chicos más ricos y arrogantes del instituto), es todo lo opuesto a Ethan.

–Parece que Roger ha conseguido convencerlo –dice mi madre.

Se me forma un nudo en el estómago. Al padre de Ethan le encanta hacer alarde de su dinero, como si eso fuera lo único que importa en el mundo. Ethan siempre se opuso a tal ostentación. O, al menos, solía hacerlo.

La puerta del conductor se abre como si fuera el ala de un murciélago, y todo parece transcurrir a cámara lenta mientras Ethan sale del coche.

Que no lo haya visto en dos meses y medio no ha hecho que este momento sea más fácil.

Ha conseguido controlar su pelo rizado con algún producto capilar y el día gris hace que resalten sus ojos color avellana y sus cejas oscuras. Lleva unos vaqueros color teja, remangados en los tobillos de forma que puedo ver sus Converse negras altas y una sudadera también negra que se ajusta a su esbelta figura.

Ethan está aquí, hermoso, tangible, pero... tarde.

Corre hacia mí a través de la densa niebla, y su mirada inquisitiva oprime mi frágil corazón.

Me invade el deseo de lanzarme a sus brazos y recuperar esas eternas semanas en las que tanto lo he echado de menos. Pero no puedo hacer eso. Y, además, no tenemos tiempo.

Cojo mi tienda de campaña y se la lanzo, eliminando cualquier oportunidad de que diga algo. Resopla por el impacto y me apresuro a colocar encima el saco de dormir, tapando su rostro perfecto por si acaso.

–Va... le –dice desde detrás del montón. Todavía tiene la voz ronca y áspera por el sueño.

Me alegro de que no pueda ver mi sonrisa.

Le doy un abrazo rápido a mi madre y cojo el cartel de los escalones del porche antes de bajar corriendo al coche. Pero no consigo abrir la puerta porque no hay ningún tirador. Me quedo mirándola un momento. Veo una tira plateada brillante donde debería estar el tirador, pero no hay ningún mecanismo para abrirla. ¿Qué se supone que tengo que hacer? ¿Usar mis huellas dactilares? ¿Una muestra de pelo? Soy una chica inteligente, perfectamente capaz de abrir una puerta. Y, sin embargo, aquí estoy.

Cuando alzo la vista, Ethan me está observando, con un brillo divertido en la mirada. Es una expresión a la que estoy tan acostumbrada que me relajo un poco.

–Hola –digo sin más. Una simple palabra que busca reconectarlo conmigo. Y él parece entenderlo.

–Hola –responde él.

Veo cómo eleva una comisura de la boca antes de oír un pitido. Entonces, la puerta del copiloto se abre del mismo modo que lo ha hecho antes la suya.

–Por fin...

Pero en cuanto compruebo que Claire Wilson está sentada en el asiento del copiloto, en mi asiento, me paro en seco.

–Hola, Natalia –me saluda con una leve sonrisa.

Siento una mezcla de irritación y sorpresa. Si fuera un gato, ahora mismo estaría completamente erizada. Sin embargo, esbozo mi mejor sonrisa de presidenta del consejo estudiantil para ocultarlo. Tengo mucha experiencia en fingir que todo va bien. Y, por lo visto, hoy no va a ser diferente.

–¡Hola!

¿Desde cuándo llevamos a Claire Wilson (con su piel suave salpicada de pecas y su brillante pelo con mechas azules) a cualquier lado? ¿Y, más aún, al evento de inicio de nuestro último curso que me he pasado planeando todo el verano? ¿Después de que Ethan y yo no nos hayamos visto en prácticamente una década?

–Ethan se ha ofrecido a llevarme –me informa Claire, como si fuera lo más natural del mundo.

Viven enfrente el uno del otro desde que Ethan se mudó a Cliffport Heights el año pasado; un barrio conocido por sus imponentes viviendas y sus increíbles vistas al océano. Pero a él nunca le había interesado Claire. Hasta ahora, supongo. Seguro que el pinchazo que siento en las costillas es por el frío.

–¡Genial! ¡Cuántos más seamos, mejor! –exclamo con entusiasmo–. Supongo que eso explica el retraso.

–No, eso ha sido por mi culpa –afirma una voz ronca desde el asiento trasero–. No me ha sonado la alarma.

Rainn está tumbado en el asiento trasero, con sus largas piernas dobladas en una posición incómoda y el pelo rubio claro desordenado. Lleva una camiseta con la imagen de un lobo aullando a la luna y unos pantalones de chándal con un estampado tie-dye.

Rodeo el coche y me subo al asiento trasero, detrás de Ethan, maniobrando para meter conmigo el enorme cartel. De repente, me envuelve el intenso y reconfortante aroma a pino de Ethan, y tengo que cerrar los ojos con fuerza mientras los recuerdos de la noche del baile de fin de curso inundan mi mente. Su mano firme en mi cintura, su cálido aliento en mi cuello...

Rainn coloca las piernas sobre mi regazo, devolviéndome al presente. En circunstancias normales, se las apartaría, pero agradezco la distracción y el calor adicional que me proporcionan.

–¿Son fotos de primero? –pregunta Rainn, señalando el cartel.

Asiento con la cabeza.

–Para que veamos lo mucho que hemos cambiado.

Tardé tres noches en recortar la foto de hace tres años de todos los estudiantes que ahora pasamos al último curso y decorar el cartel. Incluso busqué fotos de los alumnos que llegaron a Liberty después de primero. Rainn hace un gesto hacia nuestro grupo de fotos y se ríe. Ahí estoy yo, con mi pelo encrespado y los brackets. Rainn, con su pelo largo de surfista y su cuello delgado. Sienna, con su enorme sonrisa y esas gafas enormes antes de cambiarlas por unas más modernas. Y Ethan, con ese desafortunado corte casi rapado porque no sabía qué hacer con su glorioso pelo. Eso fue justo antes del estreno de la serie de su padre.

Y, aunque después de aquello cambiaron muchas cosas (su casa se hizo más grande, sus pertenencias más caras), él siguió igual. Sigo queriendo creer que lo único que ha cambiado es que ahora sabe qué hacer con su pelo.

Pero si estamos en un coche que parece una nave espacial, llevando a Claire Wilson, está claro que no es verdad.

Coloco las manos en las salidas de aire caliente y muevo los dedos para reanimarlos. Vuelvo a fijarme en la absurda camiseta de Rainn y en sus brazos bronceados de surfista con la piel de gallina.

–¿No tienes frío?

–El frío es un estado mental, Natalia –me responde sin abrir los ojos.

–También es un estado real de la temperatura, pero vale.

Saco una sudadera de mi mochila y se la lanzo. Al caer sobre su pecho, abre un ojo.

Esboza una sonrisa de agradecimiento, la enrolla y se la coloca entre su cabeza y la ventana a modo de almohada.

–Siempre pendiente de mí.

Hago un gesto de negación con la cabeza y compruebo el móvil. En cuanto veo que Sienna no ha respondido a ninguno de mis mensajes para despertarla, siento un ligero ataque de pánico.

–Como Sienna no esté despierta, la mato.

Ethan se ríe por lo bajo.

–Vaya, hoy te has levantado de muy mal humor –murmura Rainn.

–Más bien tiene hambre –comenta Ethan, observándome por el espejo retrovisor. Su mirada es fija, como si hubiera estado atento a la conversación. ¿Esto es lo primero que se le ocurre después de diez semanas pasando de mí?

Justo en ese momento, me ruge el estómago, delatándome. Ethan me mira con curiosidad. Me veo obligada a apartar la vista y observo cómo mi vecindario de casas pequeñas y bloques de apartamentos se aleja mientras nos dirigimos hacia la playa.

–He esperado para desayunar porque Sienna está yendo a por dónuts y café ahora mismo.

–Seguro que aún no ha salido de su casa –murmura Rainn, con los ojos aún cerrados.

–No digas eso. Ya vamos con trece minutos de retraso. Como Prashant empiece a montar todo sin mí...

–¿Lo cortas en pedazos? –sugiere Ethan.

Le lanzo una mirada fulminante a su nuca. Lo que es una idea pésima, ya que recuerdo al instante lo rizado que tiene el pelo allí y lo suave que es.

–Prashant es el chico más listo de la clase. ¿Por qué no puede empezar a montarlo él? –interviene Claire.

Aprieto los labios. ¿De verdad no se da cuenta? Prashant no solo es inteligente y el subdelegado de curso, sino que, tras el examen final de Economía del año pasado, tiene todas las papeletas para ser el alumno con mejor expediente y, probablemente, dar el discurso de graduación. Pero no deja de ser una persona astuta y manipuladora, que lleva tres años intentando arrebatarme el puesto de delegada.

No pienso dejar que lo consiga ahora que soy la presidenta del consejo estudiantil y tengo auténtica capacidad para influir, sobre todo en lo que respecta a los estudiantes con beca. Es lo único que me mantiene en pie.

–¿Quién la ha invitado? –bromea Rainn en voz baja para que solo yo lo escuche. Disimulo mi risa con una tos.

Aunque Ethan y yo siempre hemos sido los que estábamos más unidos, hemos formado grupo con Rainn y Sienna desde octavo. Ellos nos equilibran. Normalmente, Rainn se lleva mejor con Ethan y Sienna conmigo. Pero este verano, con Ethan ausente, Rainn y yo hemos pasamos más tiempo juntos.

Me froto las manos y soplo sobre ellas para calentarlas.

–¿Puedes subir la calefacción? ¡Espera, Ethan! ¡No! No vayas por la calle principal, está llena de semáforos... ¡Mierda!

Ha girado hacia la calle principal. Ahora vamos a tener que aguantar una interminable sucesión de semáforos en rojo cuando, por la avenida Marple, habríamos llegado mucho antes. Le miro con el ceño fruncido a través del retrovisor.

–Te noto demasiado estresada. Tenía que hacerlo.

Le doy un golpe al respaldo de su asiento.

–¿Lo has hecho a propósito? ¿A ti qué te pasa?

–Me pasan muchas cosas.

–No tiene gracia, Ethan.

–No me estoy riendo.

Pero está esbozando una de esas sonrisas mordaces que me calientan por dentro.

–¿Por qué insistes en torturarme?

–Es mi pasatiempo favorito.

–Te odio.

–Me adoras.

La tensión se palpa en el coche. Claire nos mira de forma rara. Es la típica mirada que nos terminan lanzando todas las chicas que se sienten atraídas por Ethan. Llena de preguntas:

«¿Están tonteando?».

«¿Se gustan?».

«¿Hasta qué punto es una amenaza Natalia Díaz-Price?».

Respuestas:

«A veces».

«Es complicado».

«Ninguna en absoluto. La noche del baile lo dejó claro».

–Sobre todo porque he traído algo para picar –anuncia él.

Eso capta mi interés. Cuando llegamos al siguiente semáforo, se inclina sobre Claire para abrir la guantera, revelando un puñado de barritas de cereales secas y un poco aplastadas. El equivalente al triste sonido de una tuba en lo que a tentempiés se refiere.

Lo miro fijamente.

–Casi muero por hipotermia esperándote, ¿y esto es lo que traes?

Ethan resopla y masculla:

–Hipotermia, ¿en serio? Pero si estamos a doce grados.

–Buen intento. Esperaré a los dónuts.

Ethan hace un gesto de negación con la cabeza.

–Teniendo en cuenta que estás sin coche, no detecto el suficiente agradecimiento por llevarte a un evento escolar al que no estamos obligados a asistir y por, además, traerte comida.

Pongo los ojos en blanco.

–¿Se me permite hacer alegaciones? –Alzo los dedos, señalándolos mientras enumero–. Como presidenta del consejo estudiantil, tengo el deber de organizar, asistir y preparar el Amanecer de los veteranos. Estoy sin coche porque lo tengo en el taller, y eso que has traído no cuenta como comida. –Miro con desdén el puñado de barritas.

Ethan frunce el ceño.

–¿Qué le ha pasado a tu coche?

Me muevo incómoda en mi asiento.

–Me di un pequeño golpe la semana pasada. Nada importante.

–¿En serio? ¿Estás bien?

Detesto cómo se le suaviza la voz. Me recojo el pelo sobre un hombro y empiezo a juguetear con las puntas.

–Lo de la hipotermia ha sido mucho peor.

Ahora es él el que pone los ojos en blanco, aunque me doy cuenta de que se está aguantando la risa.

–Sois tan monos... –interviene Claire, con total confianza.

–¿Verdad? –bromea Rainn, dándome un golpecito en la pierna con el zapato. El coche frena bruscamente en otro semáforo.

Claire se vuelve hacia mí y me sonríe.

–Ethan me ha dicho que sois muy amigos.

Me obligo a esbozar una sonrisa aún más amplia. Actúa como si no supiera que Ethan y yo somos íntimos desde que empezamos el instituto. Además, Liberty no es tan grande, todos nos conocemos.

Pero Claire es una de esas chicas populares de la clase de teatro que está convencida de que llegará a ser una estrella y no mira más allá de su ombligo. Por eso no tiene sentido que esté en el coche espacial con nosotros.

Y lo que tiene menos sentido aún es que Ethan haya estado hablando este verano con ella, en vez de conmigo.

Nuestros móviles suenan al mismo tiempo, sacándome de mis cavilaciones.

–Sí, Sienna acaba de despertarse –anuncia Rainn.

Ethan estalla en carcajadas. Hacía mucho tiempo que no oía su sonora y contagiosa risa. Todo en él es tan... abrumador. Tan distinto. Sienna, sin embargo, sigue siendo la misma. Para alguien capaz de resolver las ecuaciones más complejas en su cabeza, es la tesorera más despistada que existe.

–Ufff –me quejo.

Ethan alarga el brazo sobre su asiento y dobla el codo para ofrecerme una barrita a modo de tentación. Estiro el brazo para cogerla. Cuando mis dedos helados rozan los suyos cálidos, me da un suave apretón, apenas perceptible. Es un tipo de señal. Una forma de comunicarse de Ethan que nunca he llegado a descifrar del todo, a pesar de los años que llevo intentándolo. Podría estar saludándome, o tratando de tranquilizarme.

O quizá sea su forma de decirme que él tampoco puede dejar de pensar en esa noche.

Cuando nos detenemos en el siguiente semáforo, Rainn baja las piernas de mi regazo. Luego se estira, cruje el cuello, me rodea con su largo brazo y me atrae hacia él de esa forma tan insinuante que ha tenido todo el verano.

–Presiento que este va a ser un buen año.

Me arrimo más al calor y optimismo de Rainn y le devuelvo la sonrisa. Ojalá sea cierto para todos, aunque sé que no lo será para mí, decida lo que decida sobre dónde vivir. Pero no puedo decirles nada, porque nadie lo sabe.

Mi mirada vuelve a encontrarse con la de Ethan en el espejo retrovisor. Sí, los secretos son un asco.

CAPÍTULO TRES

Ethan

AMANECER DE LOS VETERANOS, 7:19 A. M.

GENIAL. SIMPLEMENTE GENIAL. No soporto acampar, montar tiendas y dormir en el suelo. Solo accedí venir al Amanecer de los veteranos para intentar solucionar las cosas con Natalia, y ahora parece que ella y Rainn... ¿qué? ¿Se gustan? ¿Están juntos?

Después de lo que me contó en el baile, podría ser.

Nunca han sido de esos amigos que se tocan mucho. Y ahora mismo, salvo que se trate de una alucinación, veo a Rainn con el brazo alrededor de Natalia y ella le sonríe. Aprieto el volante hasta que los nudillos se me ponen blancos.

Esto es un desastre.

Cuando la he visto en el porche, me ha dado la sensación de que sus ojos azules reflejaban lo mismo que yo sentía por dentro. Pero está claro que he debido de imaginármelo, ya que apenas me ha mirado desde entonces.

Me viene a la cabeza eso de que «a veces, no conseguir lo que quieres, es un maravilloso golpe de suerte». Creo que lo dijo el Dalái Lama. Pero ni eso me consuela. Rasgo el envoltorio de una barrita de cereales con los dientes y me la meto en la boca. Apenas tolero su sabor rancio. Natalia tiene razón, como siempre. Esta cosa está asquerosa.

Estoy tan absorto en mis pensamientos que, cuando llegamos al desvío que lleva al camping de la playa, paso de largo y tengo que dar la vuelta. Apenas oigo el resoplido de fastidio que suelta Natalia en el asiento trasero. ¿Por qué nadie me ha hablado de lo de ella y Rainn? ¿Por qué Natalia no me ha dicho nada?

Ah, sí, porque me ha ignorado todo el verano.

Tenía la esperanza de que este tiempo nos hubiera calmado a ambos, que estuviera lista para hablar de lo ocurrido. ¡Qué ingenuo he sido! Estamos hablando de Natalia, la campeona del mundo a la hora de guardar rencor. Todos creen que es simpática, pero no lo es. A ver, es atenta, amable, generosa... Pero ¿simpática? En absoluto. Esa es solo su coraza. En el fondo es mezquina, arisca, se mosquea con facilidad. ¡Dios!, es una de las personas más complicadas que conozco.

Y es la mejor.

No debería sorprenderme que se alejara de mí. Empezó a distanciarse mucho antes del baile de fin de curso. Es lo que suele hacer. Se encierra en su mundo, en su arte, en sus listas para no tener que hablar. Pero esa noche del baile estaba ahí, radiante, brillando desde dentro como si se hubiera tragado una estrella. Por fin la tenía para mí después de meses guardando las distancias, y entonces... No sé, mi bocaza sacó a relucir lo del pacto.

Pasamos de estar hablando en mi cama a tenerla entre mis brazos, sin sudadera y sin camiseta, con mis dedos explorando su piel. Y, cuando nuestros labios se encontraron, algo se rompió en mi interior. Apenas podía creer que aquello estuviera pasando. Lo único que sabía era que me gustaba demasiado y que no quería que acabara nunca. Era Natalia. Debería haberme parecido raro, o inapropiado, o hasta gracioso. Pero nunca nada me había parecido tan adecuado.

Y ese es el problema.

Que apenas había tenido un atisbo de lo que sería estar con ella, cuando Natalia dejó claro que no sentía lo mismo.

–Así es mejor –murmuró ella, casi para sí, tras besarnos como si no hubiera un mañana, justo cuando provoqué que emitiera ese sonido suave y vacilante al rozarle con los labios el hueco entre sus clavículas–. Si lo hacemos así, no cambiará nada.

Me quedé paralizado. Era evidente. Ella no me deseaba de esa forma. Jamás me habría tocado de no ser por nuestro pacto.

–Talia... –Su apodo me raspó la garganta–. Yo... no creo... Esto es una tontería. No puedo... contigo... No de esta manera.

Y ahí fue cuando todo se desmoronó.

Ella se apartó de mí con brusquedad, se bajó de la cama y se puso a buscar su ropa.

–Tienes razón. Lo siento. Uf, aparta.

–Espera, un momento, Natalia. Detente –le pedí. Intenté alcanzarla, pero solo atrapé el aire.

–No te preocupes, Ethan.

–Estás cabreada.

Se deshizo frenéticamente de sus horquillas, dejando que su pelo oscuro cayera en exuberantes ondas por su espalda. Quería volver a entrelazar mis dedos en él, perderme en su cabello. Pero ya era demasiado tarde.

–No pasa nada. Me voy a casa –anunció.

La seguí escaleras abajo mientras se movía como un torbellino por mi casa, recogiendo sus cosas, sin mirarme ni una sola vez.

–Espera, no te vayas –dije desde el porche, mientras se subía a su coche.

Lo último que me dijo antes de desaparecer durante todo el verano fue:

–Por favor, olvida todo esto.

La vi alejarse en la oscuridad, llevándose consigo la posibilidad de un «nosotros».

Ahora la vuelvo a mirar. Ha agarrado la camiseta de Rainn con dos dedos y se está burlando de él por lo horrorosa que es. Él se ríe y ella trata de ocultar su sonrisa.

Todo esto es por mi culpa. ¿Y si la he perdido porque aquella noche me dio miedo decirle la verdad?

–Gracias de nuevo por traerme –dice Claire, interrumpiendo mis pensamientos. Me había olvidado de que estaba aquí.

–No ha sido nada.

–Me parece muy práctico esto de compartir coche. Deberíamos hacerlo más a menudo. –Me ofrece una dulce sonrisa.

–Claro –respondo.

Claire es guapa, pero hasta hace poco, nunca me había prestado atención. Todo cambió después del último partido de baloncesto de la temporada pasada y de ser elegido rey del baile, pero sigue habiendo algo que no me cuadra.

Cuando volví la semana pasada, después de pasar el verano en Seattle, se presentó en mi casa con un libro que le había prestado el curso pasado y del que me había olvidado por completo. Empezamos a hablar y, de pronto, sin venir a cuento, me besó. Y, bueno, no es que me disgustara, pero tampoco le he dado muchas vueltas. Últimamente, en lo único en lo que he podido pensar es en Natalia y en lo que está pasando en casa.

Dios, echo tanto de menos a Natalia... Da igual lo que ocurriera esa noche, tendría que haberle enviado un mensaje. Este verano ha sido un completo desastre. y ella es la única que podría haber entendido mis problemas. Los mensajes que encontré en el móvil de mi padre, la batalla que está librando Adam para recuperarse. Pensé que pasar el verano con mi hermano mayor me ayudaría a olvidarme de todo: de Natalia, de papá, del instituto, del equipo, de Natalia... Pero solo sirvió para que me diera cuenta de todo lo que guardaba para mí y no podía decir. Fue como si, cada vez que intentaba hablar con Adam de nuestros padres, de lo vacía que está nuestra casa ahora que él y papá no están, del motivo por el que se fue nuestro padre, las palabras se me quedaran atascadas en la garganta. No puedo agobiarlo con lo que descubrí. No voy a poner en riesgo su recuperación.

Mi hermano me preguntó por Natalia hasta que acabé contándole todo.

–Tío, no te sabotees a ti mismo. Siempre has querido estar con ella –me dijo.

–Eso no es cierto –respondí automáticamente.

Adam puso los ojos en blanco, me quitó la pelota de las manos y se giró para lanzar un tiro en suspensión.

¡Riiing!