Si se lo hubiera dicho - Esther Secanilla - E-Book

Si se lo hubiera dicho E-Book

Esther Secanilla

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Beschreibung

Querido papá, te quiero pero me cuesta decírtelo. Algunas personas tienen el privilegio de gozar de excelentes vínculos paterno-filiales, pero la mayoría mantiene una relación complicada, especialmente los hombres con sus padres. Con el fin de analizar estas relaciones, los sentimientos contradictorios, las desilusiones, las alegrías o las heridas emocionales, Esther Secanilla ha invitado a diferentes voces masculinas a confesar sus pensamientos utilizando el género epistolar como recurso narrativo. Este volumen reúne cartas de hombres adultos que escriben a sus padres sobre lo que admiran de ellos, lo que les han dado, lo que anhelaron, lo que no tuvieron o desearon. Unos padres les han transmitido la fuerza, otros los han hecho más débiles; unos han estado muy presentes, otros completamente ausentes. Cada relación es única, sin embargo, es imposible no identificarnos con algunas de las historias aquí narradas. Una obra íntima que nos pone frente a un tema tácito pero que ha hecho sufrir a muchos hombres en diferentes momentos de sus vidas, a veces sin ser conscientes de ello. Son hombres que se buscan a sí mismos y que han decidido emprender un viaje espinoso a través de la figura del padre, para mirar al fondo de sus almas y comprenderlas.

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Esther Secanilla

Si se lo hubiera dicho

Cartas al padre

Colección

Parenting

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El niño feliz

Dorothy Corkille-Briggs

Si se lo hubiera dicho

Esther Secanilla

© Esther Secanilla Campo, 2023

© De la traducción de la «Carta XII. Alex»: Francisco Amella Vela

Corrección: Beatriz García Alonso

Diseño de cubierta: Vanina de Monte

Primera edición: Junio, 2023

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

© Editorial Gedisa, S.A.

www.gedisa.com

Preimpresión: Moelmo S.C.P.

www.moelmo.com

eISBN: 978-84-19406-15-6

Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, de esta versión castellana de la obra.

Para Mario, quien con su bella y necesaria propuesta no ha dejado de insistir hasta llegar aquí.

Para mi padre, porque sin su bondad, humildad, rebeldía y sabiduría no sería la que soy. Te quiero, papá. Te lo dije.

Para todos los hombres de mi vida. Los que estuvieron, los que ya no están y los que permanecen.

«Por lo general, toda la vida que los padres habrían podido vivir, pero que no han vivido por motivos artificiales, es heredada en forma invertida por los hijos; es decir, los hijos son forzados inconscientemente a llevar una vida que compense lo que no se ha realizado en la vida de sus padres».

Sobre el desarrollo de la personalidad, Jung

«La verdadera paternidad no es evocada por la fuerza del músculo, sino por la iniciación en la familia y en la cultura, de manera profunda y transformadora. También puede requerir una visita a nuestras propias profundidades y una conversación con figuras del recuerdo [...] Estamos muy necesitados de figuras paternas, de personas que puedan mantenernos en contacto con —o estimular en nuestro interior— ese profundo principio que hay en el alma y que nos proporciona orientación y sabiduría».

El cuidado del Alma, Thomas Moore

Índice

Prefacio

Cartas

Carta I. Francesc Castellví

Carta II. Elliott Murphy

Carta III. Ricardo Moraga

Carta IV. Sergi Belbel

Carta V. Gabriel

Carta VI. Antonio

Carta VII. Samu

Carta VIII. Andy

Carta IX. Albert

Carta X. Xus

Carta XI. Law

Carta XII. Alex

Carta XIII. Xavi

Posfacio

Agradecimientos

Prefacio

Una música de fondo hace tiempo me acompañaba. Hace unos dieciocho años. Trabajé en una residencia de personas mayores. Allí, entre tantos, conocí a un hombre. Un hombre culto, interesado en enseñar sus vivencias y en vivir la vida que le quedaba. No necesitaba terapia, eso afirmaba él. Tampoco asistir a actividades con aquellos «otros» que estaban mucho peor que él. Pero sí venía a hablar de vez en cuando, a compartir sus recuerdos. Se fue estableciendo un vínculo. Acostumbraba a pasar a verme simplemente para intercambiar pareceres y dialogar. Le iba bien hablar, eso decía él. Sobre noticias de actualidad, sobre lo que no funcionaba en el centro, expresando sus alegrías, amores, desamores, compartiendo obras musicales, bailes, juegos. Poco a poco se «dejó ir» y aparecieron sentimientos, pérdidas, duelos. Su relación con el hijo no era demasiado buena, poco lo venía a visitar, algún día iba él a comer. Tampoco lo fue con su padre. Le habría gustado explicarle muchas cosas, pero no pudo hacerlo. Acostumbraba a manifestar cada vez de forma más persistente: «Si li hagués dit al meu pare...». Comenzamos a trabajar en ello. Le gustaba escribir, tenía una Olivetti en su habitación que utilizaba para crear cuentos, historias, una posible novela. Empezó a escribir una carta, una carta a su padre. A pesar de haber fallecido hacía mucho tiempo. A pesar de las intensas emociones que surgieron. Dolor, recuerdos, su ausencia. Necesitaba despedirse, decirle lo que no pudo en vida. Y a partir de ahí comenzó a sonar esa música.

He vacilado mucho, me he autocuestionado, he dudado, he escarbado, he mirado hacia muy, muy adentro, se han disparado muchos sentimientos, y finalmente me he decidido a darme permiso para dar paso a una apuesta excitante y temerosa al mismo tiempo: este libro. Un desafío fuera de lo común. Un reto. Arriesgado, intenso y bello al mismo tiempo. Desde que la música sonaba y desde la propuesta de mi marido hace algo más de cinco años. Y es que la relación con los padres toca fibras universales. Con sumo cuidado se revela un pedazo de vida de 13+1 personas. Todos hombres. De diferentes edades, como muestra de distintas etapas evolutivas. Ellos se exponen, se destapan de una forma sincera ante la mirada del lector. No se esconden. Algunos con nombre propio, otros con pseudónimo. Ahí están. ¿Por qué? Para ayudar, por supuesto. Y para impulsar, permitir, sostener, reforzar, mediar, ser y dejar SER a otros hombres. De forma sana, consciente. Exprimiendo, expresando, constatando, comprendiendo, añorando eso, su relación con su padre.

Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir [...].

Este mundo es el camino para el otro, que es morada sin pesar;

mas cumple tener buen tino para andar esta jornada sin errar.

Partimos cuando nacemos, andamos mientras vivimos

y llegamos al tiempo que fenescemos;

así que, cuando morimos, descansamos.

Coplas por la muerte de su padre, Jorge Manrique

Según el quinto Brahmana del primer Adhaya del Brihadaranyaka de los Upanishad, las respiraciones interiores y exteriores son prana, y en eso consiste el Ser, y el Ser consiste en mente, palabra y aliento. Estos son el padre, la madre y el hijo. El padre es la mente, la madre es la palabra y el hijo es el aliento. Los hijos e hijas nacen de dos ríos, pero la vida del hijo es su propio río, que se va apartando de los padres. Él, el hijo, y Ella, la hija, escriben su propia historia. Muchas veces a ellos, padre y madre (o madre y madre, o padre y padre, o madre sola o padre solo), les gustaría que siguieran sus propios cauces, que no hicieran un camino distinto... Para quienes somos madre o padre, a los hijos (también a las hijas) debiéramos verlos, mirarlos, sentirlos, como hijos de la vida, como vaguadas propias, libres y responsables de su propio existir. Ellos deben construir su propio álveo, confín físico de un flujo de agua con cauces rectos, con meandros y trenzados. Ocurre que a veces ese flujo no sigue una corriente calmosa ni constante. Un río puede asumir un determinado caudal de agua y no más, comportando un desbordamiento necesario. Puede ser también que esté seco y esté muerto, aportando poco o nada. Otras veces aparecen enormes piedras por el camino que lo bloquean y pueden parecer imposibles de limpiar para posibilitar el paso. Aunque, y gracias a que sus confines laterales se desbordan, se secan o se mantienen, aprenden de su fluir encauzando su curso.

Esa influencia de los padres y madres hacia los hijos —influencia que está y se ejerce, pues todos los padres y madres influenciamos a nuestros hijos—, está directamente relacionada con la propia crianza. Se quiera o no. La familia representa para el niño el refugio originario donde crece, experimenta, siente, vive, estando inmerso en una cultura y en una historia de vida donde se va construyendo y descubriendo su propia identidad, creando situaciones, imágenes, experiencias, roles que irán acompañándolo a lo largo de toda su vida. Una familia que tiene aspectos positivos, que da fuerza, energía, seguridad, amor. Integridad. Pero también una familia que tiene sus imperfecciones, debilidades, faltas. Sombras. Una familia que —con toda esa mochila— permite, refuerza y empuja a dejarlo marchar, para que tome libremente su vida. Para ello, el hijo precisa alejarse, distanciarse, aislarse a veces, desobedecer, ir hacia lo prohibido. Una libertad que implica responsabilizarse de su propia vida. Esa influencia, pues, del padre y de la madre es el inicio a partir del cual el hijo o la hija edifica su propia vida, con sus propias experiencias y vivencias. Se trataría de construir la propia vida a partir de aceptar lo que a uno se le ha dado, a partir de reconocer lo positivo y lo negativo, y de no luchar para ir en contra de lo que no gusta, pues «hacemos toda clase de esfuerzos para evitar la influencia parental. Pero huir de esta influencia y de la identificación con nuestros padres constituye una forma segura de que nos convirtamos en una copia fiel de ellos: es el retorno de lo reprimido. Se trataría de liberar aspectos del alma que el resentimiento y la rigidez han mantenido inmovilizados».1 En el libro se leen diferentes historias de personas con familias muy diferentes, pero tienen en común esa presencia —o ausencia— del padre. En ellas se habla directa o indirectamente de esa influencia paterna. En algunas se aborda esa identificación del no querer ser como. En otras se consigue ese encuentro que permite liberar esas ataduras internas, flexibilizando el reencuentro, suavizando el dolor y templando la rabia. En otras se sigue buscando, emprendiendo su camino, un camino bien diferente, un viaje como Ulises en la Odisea. Quizá la expectativa de hijo es que espera el regreso de un padre, como Telémaco pide solícito (Recalcati, 2014).2 Son todos ellos hijos, algunos se permiten salir de ese clan familiar para armar su propio futuro, otros están aún ahí ligados a él, aunque la mayoría de los aquí presentes supieron liberarse, libremente, responsablemente. Son hijos que, a través de su carta, han podido recorrer un camino de regreso hacia ese niño que fueron, que lo han visto, quizá, con otros ojos, unos ojos de adulto. Un niño al que acogen, aman, aceptan, cuidan, respetan. Un niño que incluso les habla y al que pueden recurrir. Y desde su comprensión, amor, humildad, lo ven, lo aceptan, lo integran y lo conservan. Como tantos hombres y también mujeres en el mundo. Son una muestra, 13+1 hombres en un inmenso universo.

Lo que está claro es que el sentimiento de nulidad que me domina a menudo tiene en buena parte su origen en tu influencia. [...] Tu sola presencia física bastaba para anonadarme [...] Algo equiparable sucedía con tu superioridad intelectual [...] He podido disfrutar de lo que me dabas, sí, pero siempre con vergüenza, fatiga, debilidad, sentimiento de culpa [...] A veces me imagino el mapa del mundo extendido y a ti estirado a lo ancho sobre él. Y tengo la sensación de que, para mí, solo son habitables las regiones que tú no cubres [...] Otra consecuencia es que yo acabase huyendo de todo lo que me recordase a ti [...] Desde que tengo uso de razón, me ha costado siempre tanto afirmarme mentalmente como persona que todo lo demás me resultaba indiferente (Franz Kafka, Carta al padre).

Ahondemos en la figura del padre para el hijo. Se lee en algunas de las cartas esa falta del padre, vivo o muerto, ese —a veces— responsabilizar al padre de las situaciones que hayan podido surgir en la vida. De los miedos, deseos incompletos, culpas, andanzas, desventuras, sentimientos de inferioridad, incomprensión, debido a un padre distante, amenazador, autoritario, racional, despreocupado, desapegado, ausente o presente. Quizá es eso, una figura del padre que «designa la función paterna tal y como es internalizada y asumida por el niño mismo»3 y que, como en la carta de Kafka, revierte en la culpabilidad del hijo y que este debe expiar voluntariamente esa culpabilidad irreflexiva del propio hijo que posee una figura del padre a partir del cual se crea una metáfora donde las dimensiones del padre son tan poderosas, absolutas, incondicionales, definitivas y completas que el hijo se ve superado y no tiene espacio para sobrevivir.4 Algo más arriba comentaba esa necesidad de distanciarse de la familia, de los padres, y de elaborar la propia vida aceptando lo que me ha sido dado. Así pues, es sabido que, para «ser consciente de mí mismo, tengo que poder distinguirme de otros. Solo donde esta distinción existe, puede haber una relación» (Jung, 2010: 177).5 Distinguirme del padre, esa necesidad de distinguirme de mi padre, de liberarme, de matarlo, ese es el proceso en el que el hijo decide quebrantar todo aquello con lo que el padre, esa figura del padre, ha venido a ser para él, romper con sus creencias, con su forma de ser y de vivir, romper con el ogro del padre —reflejo del propio ego de la víctima, para Campbell (2014)—6 y librarse de toda esa carga... y despegar, echar a volar, responsabilizándose de su propia vida..., pero sin huir de ello, sin luchar para ir en contra de él, sino aceptándolo, reconociéndolo, construyéndose; eso es lo que quizá le permite ser y relacionarse con otros (parejas, amigos, hermanos, hijos, la vida), desde sí mismo.

A lo largo del libro se ha seguido un diseño previamente ordenado de forma sencilla. ¿Cómo? Por esa edad cronológica en cuanto a la edad de los participantes, que acompaña a esa otra edad evolutiva que nos permite pasearnos por esas etapas donde se producen cambios, por esos diferentes momentos identitarios del ser humano. Teorías hay muchas sobre las etapas, en función de cada época y de la postura epistemológica, se adoptan una u otras. En cuanto al desarrollo de la adultez, ha habido teorías que han tenido una visión estática. Jung fue de los primeros en pensar que se trataba de ciclos y Erikson (2000)7 habla de ocho encrucijadas para referirse a los conflictos que acarrean las ocho etapas por las que transita la persona durante su vida, que están relacionadas con los requerimientos sociales y con cómo el yo responde a esas exigencias. De esas etapas, la mitad tienen relación directa con la infancia de cero a doce años (confianza básica frente a la desconfianza, autonomía frente a la vergüenza, iniciativa frente a la culpa, diligencia frente a la inferioridad) y las otras cuatro hacen referencia a la edad adolescente y adulta de doce a más de sesenta años (identidad frente a la confusión de roles, intimidad frente al aislamiento, generatividad frente al estancamiento e integridad del yo frente a desesperación). Así pues, en la adultez, y a pesar de que cada persona es diferente, existen también esas etapas o fases del desarrollo en las que se producen cambios, pero, para avanzar de un estadio a otro, es necesario haber completado los hitos (madurativos, sociales, contextuales, de personalidad, fisiológicos) de la anterior etapa, habiendo superado de forma resiliente los conflictos intrapsíquicos que van surgiendo, desarrollándose y consolidándolos como una base firme que permite ir a la siguiente fase. Existen entre ciclo y ciclo esas etapas de transición o settings, como las llama Bronfenbrenner.8 Cada etapa es una muerte de la anterior que permite resurgir a la siguiente. Si no se muere, no se nace. Pero, para morir, hay que ir vaciando el peso del pasado, de cada una de esas etapas, que nos ha ocupado espacio, un espacio que muchas veces ahoga y no permite ese morir. Otras, llevan por caminos insospechados. Se trata de ir dejando, de ir limpiando, despejando, descargando la mochila poco a poco —o no—, cada uno a su ritmo. De ir desocupándose de lo caduco, de lo que pasó, de lo que nos interrumpe el avance, para atender y ocuparse de otras prioridades de esa nueva etapa. Quizá más limpios, quizá de forma más sana si se ha hecho el trabajo previo. A pesar de que en los manuales de psicología, pedagogía o psiquiatría se presentan esos ciclos o etapas evolutivas, desde que una persona nace hasta la edad adulta, en este libro cambio el orden; el primer capítulo, la primera carta, corresponde a la persona mayor (en edad), hasta llegar al más joven. Por respeto, por experiencia. Al final de cada carta, sus autores han escogido una canción que les recuerda a su padre, esa intimidad de nuevo se revela.

¿Por qué la experiencia de cada hombre en forma de carta? En mi consulta, trabajo a menudo a través de los escritos de las personas a las que atiendo. Hay quien lo llama terapia narrativa. Eso va en función de la escuela terapéutica a la cual cada profesional se quiera adherir. Pienso que lo interesante es ofrecer diferentes estrategias y técnicas que se brindan desde la psicología para atender las necesidades de cada persona, en función de cuáles sean, para llegar a su interior e intentar conectar con su alma. Muchas veces la escritura resulta ser efectiva precisamente para realizar esa muerte, ese duelo de etapas pasadas, y poder trascender a otras etapas donde pueda evolucionar de forma más acorde con su esencia. Algunos dirían que para ser más felices. Resulta que ese concepto de felicidad anda hoy día bastante mitificado. Sí parece cierto que el bienestar general de las personas —que implicaría una posible felicidad—, está relacionado con una mayor calidad de interacciones recibidas y emitidas, y con una mejor calidad para establecer nuestras relaciones. Quizá de lo que se trata es de tener la posibilidad de seguir caminando su propio, escogido camino, y vivir «asumiendo la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a las cuestiones que la existencia nos plantea».9 Sin ataduras invisibles, sin piedras que les hagan tropezar constantemente en ese pasado que una vez y otra vuelve y se pega como una lapa viscosa si no se ha trabajado. Ahora bien, no por escribir una simple carta vamos a ir trascendiendo las causas de lo que queda pendiente, de esos síntomas arraigados desde hace tiempo, sin más. Eso sería fácil y rápido. También inefectivo. No tendría sentido además ir a la terapeuta. En todo caso, hacer una carta al padre podría servir para conocerse más a uno mismo, para profundizar en la relación que ha habido o hay con el padre, quizá para modificar algún aspecto de cada uno, no del padre, sino de quien escribe la carta. En un proceso terapéutico, no sirve tan solo una carta que un día —o varios— se escribe. Es un proceso de varias sesiones, en momentos concretos, con personas que por sus características personales están dispuestas y preparadas para hacerlo. En este sentido, dentro del proceso terapéutico, se trataría de dar espacio para formar la historia, dando la versión terapéutica de la modulación y la sensibilidad necesaria que proviene de un cuidador atento, creando un espacio de seguridad, transformándose mediante el vínculo entre paciente/cliente y terapeuta, ofreciendo esa base segura que facilita la exploración, el desarrollo y el cambio, que permite tolerar, modular y comunicar sentimientos difíciles (Wallin, 2012),10 cediendo el protagonismo de la interpretación de la narrativa al paciente a medida que va avanzando la terapia, «volviéndose el terapeuta más silente, convirtiéndose en una meta-historia», «basándose la salud mental en una dialéctica entre la creación y la disolución de historias, a la luz de nuevas experiencias, desde la óptica del vínculo seguro».11 A pesar de que la mayoría de participantes no han seguido un proceso terapéutico para escribir su carta, ocurre que las historias que creamos sobre nuestras experiencias, sobre nuestra vida, son una forma de cómo vivimos y cómo desarrollamos las dificultades de nuestras relaciones, creando narrativas sobre lo que nos ha pasado en la vida, relatos que ayudan a configurar lo que pensamos sobre el pasado y cómo resolvemos el futuro, relatos que vamos elaborando sobre las interacciones, relaciones emocionales, los apegos con los otros —en las cartas se observan esos apegos con el padre, y se crean experiencias que después se transforman en relatos y expectativas más amplios que se aplican a otras relaciones ajenas a las familiares—, nuestras dependencias, expectativas de confianza en nuestras relaciones, siendo esas narrativas un proceso activo de construcción, reconstrucción y revisión constante (Vetere y Dallos, 2012),12 provocándonos sentimientos diversos al escribir nuestra historia. Por otra parte, el hacerlo en forma epistolar, dirigida al padre, es una forma de ponerse en el rol protagonista, implicado, autocuestionándose, mojándose, haciéndolo del todo real. Y es quizá una forma en sí misma de acercarse a un posible proceso curativo. La mayoría de esas cartas no han sido enviadas realmente al padre, publicarlas en el libro es una manera de plasmarlas, de ser leídas. Hay quien, en este libro, sin haber seguido un proceso terapéutico, ha escrito su carta de un tirón por su capacidad de reflexión y escritura, por su capacidad creativa, aunque a partir de un largo proceso previo de introspección. En definitiva, por estar avezado a ello. Sin embargo, la mayoría han precisado de momentos, días, meses o incluso años, que les han permitido hacer y rehacerla varias veces, y lo más complejo, decidir qué se incluye y qué se excluye. En definitiva, todo un ejercicio para ponerse a prueba.

Lo primordial, escribir una carta no es algosimple, todo lo contrario. Y menos cuando se han desnudado, mostrado y expuesto sentimientos y vivencias íntimas. Leerse después una y otra vez no es posible siempre, hay personas que no se ven preparadas para atravesar por estas situaciones. Durante el tiempo que he estado elaborando este libro, he recibido algunos mensajes en este sentido, como el de un paciente con el que habíamos trabajado su relación con el padre hace algún tiempo y al que le solicité si le apetecía aportar su carta: «Esther, te escribo respecto al libro, estoy intentando hacer la carta, una y otra vez, llevo ya tiempo así como sabes... pero no lo consigo. Todavía no estoy preparado para asumirlo, me sabe muy mal, sé que lo conseguiré durante este proceso que volveremos a reiniciar al darme cuenta de esta situación, pero aún no es mi momento».Ha habido hombres que se comprometieron a participar, pero, al comenzar o simplemente al ponerse a pensar, decidieron no hacerlo por todo el proceso que les implicaba. Los motivos eran variados. Soltar lazos, cosas pendientes, ponerse ante esa situación, no es fácil. Algunos no supieron qué decir, a pesar de los intentos hechos. Otras personas no lo han encontrado necesario, bien por no enfrentarse a ciertas situaciones, bien por no ser de su interés hacerlo o porque se considera que ya se ha dicho lo que se tenía que decir. «La verdad es que ya me despedí de mi padre y no quiero removerlo, para qué, no quiero recordar de nuevo, ya le dije lo que tenía que decirle y para mí no tiene sentido».

Una idea compartida por los hombres que decidieron participar —antes incluso de darles este motivo—, era poder ayudar a otras personas a comprenderse y a mirarse a través de sus experiencias. En ese intento por querer ayudar, a muchos les ha preocupado el orden, la secuencia, queriendo buscar una lógica a todo ello. No obstante, cada carta tiene su propio orden, un orden que tiene sentido con la propia experiencia de cada persona. Como comentaba Andy en uno de tantos reconfortantes y cariñosos mensajes que nos hemos ido enviando por Whats­App durante este tiempo, «mi participación y colaboración para este proyecto es explicar la relación de mi padre y yo, vale, de acuerdo, pero me cuesta un poco exteriorizar porque son muchas cosas las que me gustaría explicar... quería escribir esta carta de una forma más ordenada, cronológicamente, pero me ha surgido así. Lo que he escrito es para que a todas las personas que tengan la posibilidad de leer este libro, de poderlo sentir, les pueda servir para alguna cosa, para que en un futuro sea de gran ayuda para muchas personas que se puedan sentir identificadas con mi situación, o quizá aún que no sean capaces de dar el paso para poder abrirse, para poder exteriorizar todos aquellos miedos, aquellos temores, aquella ansiedad. Pero por las circunstancias que acabo de vivir me ha sido imposible. También dentro de esas dificultades, ha pasado un tiempo que me ha ayudado a asumir cosas, a sacarle el mayor provecho posible».

Se han movido muchos sentimientos, malestares, procesos... para la mayoría de los participantes; para los que no han considerado necesario dar ese paso, también. De hecho, «sin confrontarse a fondo con otra persona —quién mejor que el padre—, a menudo es simplemente imposible desprenderse de las proyecciones infantiles» (Jung, 2006),13 permitiendo que la persona se vuelva más consciente, indicando ese criterio de la integración de la personalidad. Para otros participantes ha sido una liberación. A algunos les ha permitido ponerse sobre la cuerda floja, tirarse al vacío, como me comentaban Gabriel y Albert. Hay quien ha dicho que le ha parecido simplemente un ejercicio interesante de poner las cartas arriba sin más. Hay a quien le ha servido para finalizar una etapa y pasar página siguiendo con su propia vida. Otros por puro amor y agradecimiento a su padre. Hay a quien le ha permitido reencontrarse con Él y avanzar en la relación. Gracias a la redacción de la carta, algunos han comentado el bien que les ha hecho para darse cuenta de..., para situar y situarse. Y aún otros decidieron participar por pura generosidad ante mi demanda solicitada para formar parte de este libro, sin otra intención. O sí. El simple hecho de mostrar y mostrarse ya es un posicionamiento a un ejercicio, el del proceso de pensar, sentir, integrar, ordenar, producir y exhibir sus experiencias, las buenas y las no tan agradables, con una finalidad común —insisto—, a partir de mi propia petición: AYUDAR A OTROS HOMBRES en su camino, en el encuentro con la relación con su padre, y acompañarlos con sus vivencias. Un tipo de vivencias de las que no se suele hablar —o por lo menos, no hasta ahora—, mostrando esa figura masculina. El hecho de dar este protagonismo a los hombres, en el momento actual, tiene como trasfondo el reconocerlos desde esa perspectiva más ¿de lo femenino?, quizá una mirada más humanizada, más sensible, más íntima. Que permite que las mujeres podamos comprenderlos un poco mejor, si cabe. Como seres humanos. También este propósito y el ánimo de permitir que las mujeres los miremos desde otro lugar. Como una parte más, pudiendo contener esa sensibilidad más atribuible en una sociedad patriarcal a «lo que es femenino». Una mirada a «lo femenino», que históricamente se ha desvirtuado, menospreciado. Pienso que es interesante mirarlos siendo —ellos— capaces también de sentirse desde esa parte «femenina» de la cotidianeidad. Teniendo aquí la oportunidad realmente de ver cómo se manejan en sus emociones, relaciones, interacciones, con sus padres, con otros hombres. Desde esa mirada sensible de la mujer, íntima, comprensiva, quizá compasiva, podría hacer que los entendiéramos mejor. Posiblemente. O no. Por supuesto, los hombres que aquí aparecen han sido una bendición de hombres sensibles, inclusivos, abiertos, tolerantes, modestos, sencillos, carismáticos. Auténticos. ¡También existen así! Diría que se han escogido muy bien. Pero es que, además, no deberíamos dejar de recordar que todas, TODAS, tenemos un padre. Y muchas, tenemos hijos varones y relaciones con hombres. Lo que está claro es que no ha resultado fácil para ninguno de ellos desnudarse de este modo. Ahí están, bajo vuestra mirada. Entrad y valorad por vosotras mismas, sacad vuestras propias conclusiones.

De «lo femenino» me gustaría apuntar algo más. Se considera que el hombre debiera tener bastante parte femenina para poder realizar un vínculo, pues «en los hombres, el eros, la función relacional, está por lo general menos desarrollada que el logos» (Jung, 2011:20),14 y constituye el eros en la mujer una expresión de su verdadera naturaleza. Ahora bien, ¿Y si consideramos que el ser es andrógino?, pues, en un hombre que simplemente se considera que es logos, ¿dónde caben sus sentimientos, su eros? Y, por otra parte, un eros sin logos sí se vincula y relaciona emocional y anímicamente, pero ¿dónde está su parte racional? Si pensamos en el ser humano más allá de femenino o masculino, si lo consideramos como un ser espiritual andrógino, quizá eso queda obsoleto. ¿Qué sentido tiene combatir en una osada lucha de poder? De la misma forma que las mujeres hemos sido lanzadas a tomar una parte de la masculinidad para poder subsistir en una sociedad machista y paternalista, los hombres se han tenido que poner a la altura de alcanzar una parte del desarrollo de su propia feminidad. ¿No sería más enriquecedor vincularse, hombres y mujeres, para relacionarse sana y equilibradamente?

En este libro se recoge una recopilación de experiencias envueltas en un manto de amor, generosidad y humildad por parte de todos los participantes, al servicio del lector y de la lectora. Es un regalo hermoso, bello, lleno de matices, de gamas de colores, de esperanza y humanidad, que transcurre por una danza de emociones intensas, donde cada movimiento —con cada momento y estructura diferentes— de esta sinfonía coral sonando en armonía crea una composición musical en la que cada solista le da una pátina especial que resalta y a veces disimula hendiduras de sentimientos encontrados difíciles de expresar. Otras veces, da la sensación de que no se explica todo para proteger a su estirpe. En otros casos, se expone directamente todo el dolor o todo el amor. Todo o nada. Ahí está la cuestión. En equilibrar.

Para decidir las personas que formarían parte de este viaje, además de pensarlas con diferentes edades, quería incluir hombres de diferentes culturas y entornos socioculturales. Así es como hay testimonios de hombres de origen estadounidense, asiático, europeo y latinoamericano que habitan en Francia, Italia, Cataluña y el resto de España. Durante todo este proceso de recogida de documentación, mediante entrevistas, encuentros formales y otros más informales, muchas videoconferencias, llamadas telefónicas, e-mails..., ha habido todo tipo de perfiles de participante. Además, ha sido un proceso vivo, como la vida misma, los participantes han ido cambiando. Unos decidieron realizar su carta de forma inmediata, hay quien postergó o la fue haciendo en diferentes meses o incluso la retocó de diferente manera, otros abandonaron, hay quien apareció, a otros se los buscó. Ese es el caso de algunos artistas conocidos como el cantautor Elliot Murphy, el dramaturgo Sergi Belbel o el pintor Ricardo Moraga, a los que solicité su colaboración y muy generosamente accedieron.

Solo algunas de las personas que han escrito esta carta a su padre han seguido una terapia. Algunos han participado precisamente porque han seguido esa terapia conmigo o con distintos psicólogos, pero no la mayoría de participantes. Algunos, después de este proceso que ha conllevado la escritura de su carta, me han comentado que se plantean volver a su terapeuta. Cada una de las cartas implica también un proceso de duelo, bien porque el padre ya no está, falleció hace poco o mucho tiempo, bien porque es imprescindible realizar ese duelo, afrontar esa pérdida para seguir adelante. De hecho, hacer seriamente el duelo por el padre, como explica Recalcati,15 significa aceptar la herencia del padre, aceptar toda su herencia; no somos como nuestros padres, sin embargo, la herencia implica un movimiento singular entre identificación y desidentificación, es una desidentificación que supone una desidentificación cumplida y una identificación que exige una desidentificación. Significa que, para servirse del padre, es necesario poder prescindir de él, pero prescindir es solo para poder servirse de él, no para anular su existencia, si no quedaríamos para siempre huérfanos rabiosos y resentidos del Padre. Para que haya una separación sana del padre, no se trata de sentir odio por él, prescindir implica servirse de él, implica la subjetivación de la herencia, el consentimiento a heredar, su restablecimiento o su reconquista. Por otra parte, es el duelo entendido como esa reacción a alguien o algo, a la pérdida, y que es necesario caminarlo, conectando con la rabia, la ira, la tristeza, la envidia, la culpa, para trascender ese dolor. Es un proceso natural y útil donde afloran emociones que es necesario digerir, a pesar de que son juzgadas como negativas en nuestra sociedad y muchas veces se tapan o callan, y se cortocircuitan (Nevado y González, 2020)16 sin permitir que las personas conecten con su emoción desagradable ni se sientan legitimadas a experimentarlas, todo el tiempo que sea necesario. Quizá escribir la carta al padre ha permitido acercarse más a esas emociones y conectar con ellas, o quizá también se ha podido zanjar algún asunto pendiente que quedó. Percibir su presencia, rememorar su olor o notar en uno mismo cómo repite acciones posiblemente sea una forma de tener al lado al padre. Quién sabe si su espíritu está cerca y, gracias a sentir cómo huele o saborear un acontecimiento, ha permitido rememorarlo y hacerle ese homenaje que faltó en vida o que falta en presencia. Duelos y muertes. Las muertes se pueden considerar duelos a lo largo de la vida, donde se van haciendo diferentes muertes. Muerte por un cambio de casa, por una situación diferente en el núcleo familiar, por un cambio de país, por un cambio de trabajo. Pero en nuestra sociedad parece que aún se habla poco de la muerte, se la teme y se evita mencionarla, a pesar de estar ahí tan presente, de ser una parte —o varias— importante del ciclo de la vida. Como razonan Carmelo y Comas (2020),17 la vida es un proceso de toma de conciencia para continuar con ella en lo que llamamos muerte, es el lapso que ocurre entre una primera inspiración y una última espiración, pero la conciencia que éramos y que toma un cuerpo tridimensional para vivir una experiencia tridimensional se queda aquí, es prestada, se deja cuando ha concluido el tiempo de aprendizaje de la experiencia. Parece que la conciencia continúa cuando el cerebro deja de recibir oxígeno por haberse parado el corazón y cesado la respiración espontánea, y hay estudios sobre las experiencias cercanas a la muerte (ECM) que afirman que hay una conciencia más plena, para luego ser capaces de pensar y recordar. Para ver un caso sobre ello y saber más, leed la carta de Antonio.

De forma paralela a ahondar en la relación de los hijos con su padre, en el contenido de las cartas van emergiendo otros aspectos en los que cabe bucear.

Comencemos por el concepto de machismo. En alguna carta se mencionan y describen, directa o indirectamente, actos machistas, y en otras se habla sobre el machismo. De antes y de ahora. Tanto avance en algunos aspectos, pero esos actos machistas siguen perdurando en nuestra sociedad patriarcal. No olvidemos que, en una sociedad patriarcal, el patriarcado da forma a la relación entre padre e hijo, y son los valores patriarcales los que determinan qué valores y rasgos se han de impulsar. En este tipo de familias, se espera que ese hijo sea como su padre, que siga sus pasos, que cumpla los sueños que no cumplió el padre, pero «si un hijo quiere cumplir con ese “mandato” a costa de sacrificar su conexión con su verdadera naturaleza, puede que tenga éxito en el mundo y que lo encuentre sin sentido para él, o bien fracasar en la vida tras haber fracasado también en seguir fiel a sus principios. Por el contrario, si es aceptado por lo que es, y sin embargo es consciente de que es importante desarrollar las habilidades sociales o competitivas que va a necesitar, entonces su adaptación al mundo no será a costa de su autenticidad y autoestima, sino que estas lo ayudarán a completarla» (Shinoda, 1999).18 Esto último nos lleva a hablar de esas posibles diferentes masculinidades y, por ende, plantearnos esas tan posibles nuevas masculinidades parece necesario. En muchos países y comunidades autónomas existen servicios, privados y públicos, que abordan estos aspectos, trabajando con hombres para obtener la equidad de género en la pareja, para conseguir unas relaciones familiares y de pareja respetuosas e igualitarias.19 Avancemos hacia el concepto de masculinidad, ese sentido del yo sin que se convierta en una batalla y se pueda llegar a considerar desde una visión equilibrada, sana y flexible dentro de un mundo que está en constante cambio pero que exige una serie de comportamientos y expectativas que quizá no se ajustan a la realidad. Desde nuestra sociedad moderna se ha venerado este concepto de masculinidad. Una masculinidad que para nuestra civilización es quien tiene éxito y fuerza, es algo tóxico y peligroso, es como una forma de debilidad emocional, es la razón principal de todos los males, eso es lo que comporta el vocablo (Nguyen et al., 2021).20 Podríamos pensar que esas proyecciones de cualidades negativas que se heredan de esa sociedad patriarcal, donde la masculinidad es pensada y concebida como algo indeseable, no hacen más que perdurar en los que así lo piensan, no desapareciendo de la sociedad, perteneciendo y permaneciendo en ella (Wilber, 1993).21

Bly22 hace referencia a esa evolución de la masculinidad, considerando que, a partir de los años sesenta y setenta, es cuando parece que esa masculinidad va cambiando, gracias a los movimientos feministas; el hombre empieza a prestar atención a su lado femenino, valora la sensibilidad, se convierte en un hombre más reflexivo, más tierno, pero no más libre, contenta a los otros, se convierte en un varón afable, suave, receptivo, pero le falta energía, es pasivo, ingenuo, no se defiende, manipulable, sin límites, no defiende lo suyo, se hunde en sus estados de ánimo, es la angustia y el dolor de los hombres suaves. Le cuesta decir lo que quiere, mantener su postura, le falta un punto de llegada. Otra opción de masculinidad sería Juan de Hierro, donde el hombre suave conecta con ese hombre primitivo que lleva dentro, pero eso da miedo. Además, la sociedad prefiere un hombre alejado de sí mismo, de su hombre primitivo. El autor habla de la bola de oro, que es la unidad de personalidad que tienen los niños antes de ser mayores, que viene a ser el fluir, el ser uno mismo, aceptándose, espontáneo, lo instintivo, la no sumisión ni violencia, explicando de forma natural lo que sienten y son, conectando el hombre primitivo con su alma, que es algo húmedo, profundo, lo que se convierte en oro tras realizar ese viaje de inmersión en las profundidades. Para recuperar esa bola de oro se necesita disciplina, vaciar el pantano, abandonar la identidad masculina colectiva, hacerlo solos. Se debe negociar con el hombre primitivo. Los intentos de recuperar la bola de oro se dan sobre los veinte o treinta y cinco años, pero no sabe dónde está la llave, es necesario robarla, saltándose las normas familiares. Cuando se entra en contacto con el hombre primitivo —que no es igual a hombre salvaje—, puede ganar verdadera fuerza, gritar y decir lo que piensa, que no es lo mismo que gritar para dominar a los demás, pues eso sería machismo. Solo expresar lo que uno piensa, lo que uno quiere y no quiere, eso no es machismo. Cuando los hombres sufren mucho, por el anhelo del padre y del mentor, están más preparados para entrar en contacto con el hombre primitivo, no siendo el objetivo ser un hombre primitivo, sino conectar de forma sana con ese hombre primitivo que llevan dentro para llegar a ser un hombre maduro, un hombre empático, capaz de estremecerse ante el dolor, lo injusto, el mal. Para ello es necesaria una energía Zeus, energía masculina positiva del hombre en ejercicio de la autoridad, pero esta se ha ido desintegrando, pensemos en adultos estúpidos que se nos muestran en la gran pantalla, como el padre de los Simpson. Esa energía masculina positiva es muy diferente de la que se deriva de ese padre distante, que crea rechazo en el hijo hacia su propio trabajo, hacia la autoridad. Actualmente los hombres jóvenes parece que no atienden tanto a los hombres mayores, despreciándolos en muchos aspectos, pero hacia los cuarenta o cuarenta y cinco años el hombre siente más deseo de acercarse al padre, descubrir qué es la masculinidad sin juicios de otros. Pasar tiempo con el padre, sintonizar con las frecuencias masculinas del padre es importante: si no se hace, el hombre irá cojo. Recordemos el efecto de las neuronas espejo. Cuando estamos con alguien, lo observamos, interactuamos, nuestro cerebro se activa induciendo a una copia automática de esas acciones, lo que permitirá comprender de forma directa lo que hace el otro, y cómo siente sus emociones (Rizzolatti y Vozza, 2020).23

Dupuis-Déri24 afirma que el discurso de la crisis de la masculinidad se reafirma perpetuando una diferencia y, al mismo tiempo, una oposición entre lo masculino y lo femenino, por nociones mal definidas sobre estereotipos y otras cuestiones, articulándose a través de la historia en temas sobre la natalidad, la industrialización, proponiendo concepciones dogmáticas de lo masculino y lo femenino, basándose en la consolidación de un sistema heterosexual y patriarcal y de la reproducción de normas de género y de la defensa de privilegios y del poder de los hombres hacia las mujeres. De hecho, John MacInnes25 explica que los hombres y las mujeres son idénticos en cuanto a grandes cuestiones existenciales, como el sentido de la vida, la soledad y la muerte. Según el autor, la única diferencia entre unos y otros es nuestra obsesión para querer ver esas diferencias como una racionalización ideológica de mantenimiento ilegítimo del poder de los hombres. No obstante, se podría pensar que está surgiendo la figura de un hombre que unifica sus cualidades masculinas y femeninas, donde puede mostrar sus emociones al mismo tiempo que es capaz de actuar de forma responsable, en una sociedad donde esos rígidos patrones patriarcales se van cayendo. Un hombre que es capaz de aceptar sus propias sombras y defectos tanto como sus propias cualidades, que es capaz de aceptarse a sí mismo y defenderse tal como es, que es también capaz de mirar en su propia alma y, a pesar de encontrar ese vacío al que algunos hombres hacen referencia en sus cartas, de forma directa o indirecta, son capaces de mirarse adentro, conectar con su propia esencia, con su propia alma, con su propio interior, y resurgir de sus propias oscuridades, saliendo reforzados de ese viaje, respetando que muchas veces lo hagan de forma silenciosa, donde cesan las palabras, cesan los pensamientos.

La transexualidad es otra interesante y necesaria tecla que se hace sonar en este libro. Sobre todo, cuando en una sociedad aparentemente avanzada como la nuestra es un término que parece no estar demasiado visible. O quizá falta sensibilidad. O incluso respeto. Para ello se hace necesario hablar. Puede considerarse un término bastante nuevo a nivel histórico, al comenzar a ser utilizado hacia la época de 1950. El sistema social, como sabemos, prescribe y proscribe formas de comportarse, categorías, formas de ser y de hacer, lo que permite —o no— adquirir una identidad, una forma de estar personal, social y comunitaria, gracias a que se da un proceso de objetivización «mediante un proceso de división, ya sea dentro de sí mismo o de los demás».26 La persona trans busca su identidad de género, que no tiene que ver con la asignada al nacer, y es la percepción la que permite conocer a qué sexo se pertenece, el que se siente como propio, para luego desarrollar su condición sexual (Vergas, 2019).27 Para poder vivir el género que la persona siente como propio, debe hacer una transición para reasignar su sexo biológico y sentírselo como propio, que conlleva una serie de etapas y emociones asociadas a este proceso. Para ello es preciso tanto atender las posibles dificultades emocionales y cognitivas que pudieran surgir desde los servicios multidisciplinarios, ofreciendo estrategias de afrontamiento y la adherencia al tratamiento (Asenjo-Araque etal., 2011)28 como desde el contexto familiar. Ahí está la clave del éxito en el tratamiento y tránsito, más allá del ámbito psicomédico, que también: la posibilidad de tener un apoyo familiar y del círculo de amigos. Y para ello debe haberse establecido un vínculo seguro. Relaciones vinculares que permitan aflorar a la persona. Que autoricen, aprueben y sostengan. Es un viaje que suele resultar muy difícil, comprometido y delicado. Esta es otra de las travesías que recorre un fragmento de nuestra sociedad.

Son fundamentales los vínculos que se dan desde las diferentes figuras de apego, que permiten conocer y conocerse, querer y quererse. Esos vínculos que permiten al hijo crecer, imitando —gracias a la resonancia de las emociones de otros que se apoyan en una serie de circuitos neuronales compartiendo esta propiedad de neuronas espejo que también se da en las acciones motoras—,29 el comportamiento pasado de una figura de apego al responder a un estímulo, aunque no esté en el mismo entorno, siendo «capaz de simbolizar, pudiendo repetir lo que otro ha implantado en el pasado en su mundo mental. El niño empieza a ser autónomo porque en su memoria ha recibido la huella del adulto. Para llegar a ser uno mismo, es preciso haber sido impregnado por otro. Para conducir a alguien a la emancipación, hay que haberlo llevado de la mano. Para pensar por uno mismo, hay que haber estado con otros»,30 Por ello, parece que de nuevo la influencia de las figuras parentales —y de otras personas que van apareciendo a lo largo de la vida, por supuesto—, son necesarias para crecer, reconociendo sus propias emociones y sentimientos —así como «el sentimiento de la vida misma, el sentido de ser»—31 a través de esas figuras de influencia. Unas figuras de influencia que generan unos vínculos determinados en el bebé durante sus primeros años de vida, unas interacciones que hacen referencia a los aspectos comportamentales observables que se desarrollan en las relaciones entre dos o más personas. Las funciones cognitivas, afectivas y emocionales del niño se basan en esas interacciones establecidas con otras figuras de apego, creando significados compartidos, estableciéndose una intersubjetividad (Kaye, 1986)32 necesaria para crecer, donde inicialmente el niño imita a las otras figuras y poco a poco va tomando iniciativas que le permitan ser cada vez más autónomo. Esas figuras de apego permiten ir creando vínculos, al inicio en el entorno familiar pero luego también en otros contextos, considerados como constructo interno, como una realidad intrapsíquica (Bowlby, 1995),33 pudiendo inferir el tipo o los tipos de vínculo a partir de los comportamientos de apego establecidos. Y ello se da en mayor medida por esa comunicación no verbal que se establece en los vínculos de apego, interviniendo en las propias emociones y sentimientos del bebé, en su autoconfianza y seguridad (o inseguridad), inscribiéndose en la mente del bebé como pautas y representaciones mentales que permiten —o no— al niño, adolescente, joven y adulto a poder sentir, comportarse, pensar y pensarse, y a actuar con mayor o menor grado de libertad (Main, Kaplan y Cassidy, 1985).34 Parece ser que los niños que reciben cuidados confiables, seguros, que son tratados con amor, empatía, calidez y respeto, acostumbran a volverse independientes, a pesar de haberse criticado la teoría de apego por pensar que promovía la dependencia (Marrone, 2001).35 En cada una de las cartas, se pueden apreciar esos vínculos establecidos en diferentes contextos, deduciendo indirectamente el tipo de apego, en función de cómo se les ha hablado, de lo que como hijos han sentido que se les ha dicho y de lo que no se les ha dicho, de cómo se han relacionado, construyendo un yo y una consciencia como producto de lo que es social y de lo que es lingüístico (Maturana, 1995).36

Así mismo, otro aspecto que suele taparse, esconderse, en nuestra sociedad es el suicidio, ese «remedio para la desesperación; desesperación vinculada al sentimiento de haber perdido la dignidad de humano, de sujeto, de aquello que puede crear un arraigo sobre la Tierra, el sueño de existencia y de existente» (Neuburger, 2022).37