Siempre enamorados - Day Leclaire - E-Book
SONDERANGEBOT

Siempre enamorados E-Book

Day Leclaire

0,0
4,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 4,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Sexto de la serie. Alex Montoya era el hijo del ama de llaves y lo bastante ingenuo como para enamorarse de la hija del jefe. Después de ser expulsado como castigo, Alex se había convertido en un millonario con un solo objetivo: la venganza. Ahora tenía a Rebecca Huntington justo donde la quería… pagando las deudas de su padre, convertida en su ama de llaves. Alex se había jurado que no volvería a sentir nada más que frío desdén por la mujer que estaba a su merced. Sin embargo, algunos recuerdos eran difíciles de borrar y, algunos deseos, imposibles de resistir.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 204

Veröffentlichungsjahr: 2010

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2009 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados. SIEMPRE ENAMORADOS, N.º 60 - diciembre 2010 Título original: Lone Star Seduction Publicada originalmente por Silhouette® Books. Publicada en español en 2010

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-671-9320-6 Editor responsable: Luis Pugni

ePub X Publidisa

Siempre enamorados

DAY LECLAIRE

EL ECO DE TEXAS

Todas las noticias que debes conocer… ¡y mucho más!

Todos conocemos la historia de Alex Montoya, el chico pobre que salió de las calles para convertirse en un exitoso hombre de negocios. Ahora, casi puede nadar en dinero. ¿Pero recuerda alguien por qué se fue del condado de Maverick en una ocasión? Según los rumores, había estado tonteando con la adorada hija de los Huntington. Un amor prohibido donde los haya.

¿Será una coincidencia que, desde su regreso, Alex tiene a Rebecca Huntington trabajando para él? Bueno, igual trabajar es mucho decir. No creemos que la hija del viejo rico esté haciendo de criada de los Montoya. A menos que se encargue de cambiar las sábanas…

A pesar de su mal comienzo, ¿habrá alguna posibilidad de que el nuevo multimillonario y la rica heredera tengan un futuro en común?

Capítulo 1

Era inevitable.

Rebecca Huntington sabía que era sólo cuestión de tiempo que su camino se cruzara con el de Alejandro Montoya. En ese caso, de forma literal. En un día de sol cegador, nada más entrar en el Club de Ganaderos de Texas, se chocó de frente con él.

Alex la sujetó. Tenía los reflejos de un gato, sin duda gracias a sus años como jugador de fútbol. Durante un breve instante, el cuerpo de Rebecca cedió, adhiriéndose al de él como un recuerdo agridulce se adhería a la memoria. ¿Cuántos años habían pasado desde que habían hecho el amor con pasión desbocada, como si el mañana no hubiera existido? Ella había creído que había encontrado al hombre de su vida. Pero él le había quitado su inocencia y había dado por terminada su relación con una crueldad espantosa.

Rebecca había tardado años en recuperarse. Y allí estaba, de nuevo entre sus brazos, sintiéndose invadida por la sombra de su lejana aventura amorosa.

–Lo siento.

La voz de Alex fue como una caricia para ella. Los años habían hecho que su acento latino fuera más pronunciado y todavía más seductor que cuando habían salido juntos.

–Si te apartas, podré irme –añadió él.

Rebecca estuvo a punto de encogerse y apartarse. Pero se negó a darle la satisfacción de ver lo mucho que seguía afectándola. Lo soltó, pues sin querer se había aferrado a su camisa blanca impecable, y se quedó en el sitio.

El sol que entraba por la puerta abierta le daba a Alex en la cara, mientras Rebecca quedaba en la sombra. Ella se alegró de que no pudiera ver su expresión cuando percibió el gesto de él, un gesto de profundo disgusto y aborrecimiento. Ella no lo entendía, no comprendía cómo su relación había terminado tan mal. Ni podía comprender por qué su cuerpo respondía como si todavía fueran pareja.

Alex era unos veinte centímetros más alto que ella, que medía uno sesenta y cinco, aunque conseguía un poco de ventaja gracias a sus tacones de ocho centímetros. Él tenía los pómulos marcados, ojos grandes y profundos, nariz proporcionada y recta y labios carnosos y sensuales. En una ocasión, ella se había perdido en esa boca, una boca muy bien capacitada para darle a una mujer el más exquisito placer.

–Si te quitas tú de en medio, podré seguir mi camino.

Él se quedó clavado en el sitio un momento más y, durante una milésima de segundo, Rebecca vio en su expresión el eco desteñido de la pasión que habían compartido en el pasado. Como una brasa escondida en un banco de cenizas, al tocarlo había encendido en él el fuego de la pasión. Alex sentía algo por ella. Todavía. Seguía sintiendo algo del inmenso deseo que una vez habían compartido. Enseguida aquel atisbo de dulzura se perdió en su gesto amargo y disgustado. Sin embargo, ella había tenido tiempo de darse cuenta. A pesar de que Alex había sido capaz de ocultar su reacción a una velocidad impresionante. La llama de la pasión seguía viva.

Igual que seguía ardiendo dentro de ella.

Como si se hubiera percatado de que había dejado entrever sus emociones, Alex dio un paso atrás e hizo un gesto con la cabeza para que ella pasara. Tanto su hermana, Alicia, como él tenían unos modales impecables. Su madre, Carmen, que había sido el ama de llaves de los Huntington en una ocasión, los había educado así. Rebecca se obligó a moverse y pasó por delante de él sin volver a mirarlo. Sin embargo, recuperar su equilibrio interno no sería tan fácil. Sintió la mirada de Alex como un rayo láser en la espalda mientras se alejaba.

Se dirigió a la cafetería del Club de Ganaderos de Texas y se sintió aliviada al ver que su mejor amiga, Kate Thornton, Brody después de casada, no había llegado todavía. Eso le dio un momento para sentarse y recomponerse. El camarero, Richie, que solía servirle y que siempre recordaba las preferencias de los clientes habituales, la saludó con una amplia sonrisa y le llevó un té helado sin azúcar y un platito con rodajas de limón.

–Hoy hay mucho movimiento –le dijo Richie.

Rebecca se agarró al tema como si fuera un salvavidas. Cualquier cosa servía con tal de sacarse a Alex Montoya de la cabeza… y del corazón.

–Qué interesante –repuso ella y tomó un largo trago de té helado–. ¿Qué clase de movimiento?

–Una especie de reunión de los socios más recientes. Quizá estén planeando una revuelta para destronar a los viejos jefes –bromeó Richie. Levantó la mirada y se topó con un gesto de reprimenda por parte de su interlocutora, lo que le hizo volver a adoptar el papel de camarero–. ¿Espera a alguien?

–A Kate Brody.

–Ah, sí. Té helado sin azúcar durante el verano, café hirviendo durante el invierno. Creo que su esposo es uno de los hombres que participan en la reunión.

Rebecca meneó la cabeza sonriente, sintiendo que su tensión se disipaba.

–¿Por qué siempre estás al tanto de todo lo que pasa, Richie?

El camarero se acercó y habló con voz baja.

–Es un valor añadido, señorita Huntington. Me dan mejores propinas. Y, a veces, consigo consejos sobre cómo salir adelante en la vida, como me ocurre con el señor Montoya –explicó Richie, con ojos brillantes de admiración, como si Alex fuera su héroe–. Él siempre ayuda a los empleados.

Ella se puso tensa.

–No… no me había dado cuenta.

Y era cierto. Rebecca había estado demasiado ocupada en Houston, intentando aprender cómo llevar una pequeña empresa. ¿Pero dónde se había metido durante el último año, desde que se había mudado a Somerset? En su tienda de lencería, Dulces Pequeñeces. Y, cuando había tenido algo de tiempo libre, había salido con sus amigos. Para ser honesta, debía admitir que no había querido prestarle oídos a los rumores sobre Alex, uno de los miembros más nuevos del club, pues otros miembros recientes, como los hermanos Brody, Darius Franklin y Justin Dupree, estaban peleados con él. Pero, quizá, fuera hora de prestarle algo de atención al tema. Sobre todo, cuando Justin estaba a punto de convertirse en cuñado de Alex.

Kate apareció en la entrada de la cafetería, buscando a Rebecca con la mirada. Llevaba un bonito traje de chaqueta que habían elegido juntas en su último día de compras por Houston. En un solo día, su amiga había pasado de ser una chica anodina a una mujer sofisticada. Ella se alegraba por Kate, sobre todo porque su transformación había hecho que su antiguo jefe perdiera la cabeza por ella y se convirtiera en su esposo.

Al ver a Rebecca, Kate sonrió y se dirigió hacia ella, caminando entre las mesas con manteles florales de cretona, en tonos azul y amarillo.

–¿Qué te preocupa? –preguntó Kate cuando se hubieron abrazado para saludarse.

¿Tan obvio era?, se dijo Rebecca y decidió negarlo.

–No tengo ni idea de qué estás hablando. Estoy bien.

Kate hizo un gesto con la mano como si no la creyera.

–Eso no cuela conmigo y tú lo sabes. Algo te pasa y… –comenzó a decir Kate y de pronto se interrumpió para mirar a su alrededor–. De acuerdo, ahora lo entiendo. Me preguntaba cuándo ibais a encontraros y parece que, al fin, hoy ha sido el día.

A Rebecca no le hizo falta mirar para saber a quién se estaba refiriendo su amiga. Alex había regresado al club con una carpeta en la mano. Cuando se lo había encontrado, él debía de dirigirse al coche por algunos papeles. Sintió su presencia en la sala como una corriente eléctrica.

–¿Te sorprende si te digo que el encuentro no ha sido agradable?

–No –contestó Kate, sin darle importancia–. Es un hombre muy difícil. Si hubiera sido por Lance, Montoya nunca habría entrado en el club.

–El dinero manda.

Kate sonrió un poco.

–Bueno, pues él tiene mucho, ¿no? Es increíble, teniendo en cuenta que solía ser el guarda del club. Sólo espero que los rumores no sean ciertos.

Rebecca la miró con preocupación.

–¿Qué rumores?

Kate titubeó.

–Seguro que sabes que está relacionado con El Gato.

–Claro, con Pablo Rodríguez. Son amigos de la infancia –señaló Rebecca y, de pronto, comprendió lo que su amiga insinuaba–. ¿Creen que Alex ha hecho su fortuna con el tráfico de drogas? De ninguna manera. Imposible. Alex, no.

–En el tráfico de drogas, no –replicó Kate–. Podríamos decir que… invirtiendo en algunas de las actividades de El Gato.

Rebecca negó con la cabeza.

–Lo siento, pero yo no lo creo. Puedo decir muchas cosas malas de Alex, pero eso no. Nunca.

Richie llegó con el café de Kate. En apariencia, el frío día de noviembre había impulsado al camarero a elegir esa bebida. Y, por la sonrisa apreciativa de Kate, no se había equivocado.

–¿Están listas para pedir? Nuestro plato del día es dorada con una deliciosa salsa casera de pesto con eneldo. Exquisito.

–Uno para mí –pidió Kate.

–Que sean dos –añadió Rebecca.

–Ahora mismo –dijo Richie e hizo una rápida anotación en su cuaderno de comandas. Entonces, silbó por lo bajo–. Vaya, esto es algo que no pensé que vería nunca. Alex Montoya y Lance Brody dándose la mano, no puedo creerlo.

Perpleja, Rebecca miró hacia atrás y vio que Alex se había reunido con el esposo de Kate, Lance, su hermano Mitch y su amigo Kevin Novak. Los tres hombres estaban estrechándose la mano, aunque su lenguaje corporal delataba una gran tensión. Mientras ella observaba, Justin Dupree y Darius Franklin se sumaron a la escena, que reunía a seis de los miembros más atractivos y nuevos del Club de Ganaderos.

Rebecca no pudo contener su curiosidad.

–¿Qué hacen?

Kate frunció el ceño. Esperó a que Richie se hubiera alejado lo bastante antes de responder.

–Es una reunión para hablar sobre los incendios. Lance está ahí porque el primer incendio tuvo lugar en Petróleos Brody. Como el otro fue en El Diablo, Alex también debía estar presente en la reunión.

Rebecca se puso tensa. Por supuesto, había oído hablar de los incendios. No estaba tan fuera de onda. Y sabía que se sospechaba que habían sido provocados.

–¿Se ha confirmado? ¿Saben que ambos incendios fueron provocados?

–Eso tengo entendido. ¿Por qué?

Rebecca miró a su amiga con un gesto de compasión, pues sabía que los últimos sucesos habían sido muy difíciles para su esposo Lance.

–Mi padre insiste en que ambos incendios fueron accidentales, sobre todo el de Montoya.

–No te lo tomes a mal, pero ¿cómo lo sabe tu padre? –preguntó Kate–. A menos que forme parte de la investigación, y que yo sepa no trabaja con la empresa de seguridad de Darius, su afirmación no puede tener ninguna base, aparte de información de segunda mano y rumores.

–Es cierto –reconoció Rebecca y tomó un trago de su té helado.

–Además, tienen un sospechoso.

Perpleja, Rebecca dejó su vaso en la mesa.

–¿Quién?

Kate hizo una mueca.

–Temía que me lo preguntarías. Lance me dijo su nombre –repuso y frunció el ceño, intentando recordar–. ¿Cantry?

Rebecca se quedó helada.

–¿Podría ser Gentry?

–Es posible –dijo Kate y se encogió de hombros–. ¿Por qué? ¿Conoces a ese hombre, Becca?

–No conozco a nadie llamado Cantry.

–Pero conoces a Gentry –afirmó Kate.

Rebecca asintió.

–Mi padre contrató a un nuevo capataz hace un par de años, llamado Cornelius Gentry. Pero estoy segura de que no puede ser el mismo hombre.

Kate la miró con preocupación.

–Quizá, deberíamos asegurarnos –indicó Kate y echó hacia atrás su silla–. Voy a ir a preguntarle a Lance. Si es el mismo hombre, tu padre y tú podéis correr peligro.

Rebecca agarró a su amiga del brazo antes de que pudiera irse.

–Espera.

Rebecca se encogió sólo de pensar en enfrentarse de nuevo a Alex. Su padre y él tenían una fea historia detrás. Si Gentry era el culpable de los incendios, Alex encontraría el modo de salpicar a su padre con el escándalo, algo que ella estaba dispuesta a evitar a toda costa.

Entonces, Rebecca se acercó y habló en un susurro.

–Kate, ¿y si quieren interrogarme sobre Gentry? ¿Qué voy a decirles? Lo único que sé de él es que ha sido el capataz de mi padre durante los últimos dos años –señaló ella. Además, ese hombre le daba escalofríos, pensó–. Esperemos a aclarar las cosas. Luego, decidiremos qué hacer. Pero preferiría no interrumpirlos si no se trata de Gentry.

Antes de que Kate pudiera responder, llegó Richie con su comida. Rebecca se quedó mirando el apetitoso plato, pero había perdido el apetito. Sólo quería rezar para que no se tratara del capataz de su padre. Quizá, el nombre del sospechoso fuera Cantry, sin más. Sin embargo, eso no cambiaba sus sentimientos hacia Gentry. Desde el momento en que ella había regresado a casa hacía un año y lo había conocido, había intentado superar la aversión instintiva que sentía por él, diciéndose que no tenía lógica ni explicación racional.

Pero un día se había topado con él. Gentry le había impedido el paso cuando ella había estado a punto de salir hacia el club, negándose a dejarla pasar. De hecho, si lo pensaba bien, había sido idéntico a lo que le había pasado hacía un rato con Alex. Era interesante cómo con un hombre había estado a punto de derretirse y con el otro había tenido la urgencia instintiva de separarse a toda prisa y lo más lejos posible.

Y Gentry había adivinado sus sentimientos. Rebecca se había dado cuenta al verlo achicar la mirada y apretar los labios en una mueca.

–Señorita Becca –la había saludado Gentry, recorriéndola con la mirada–. Está muy guapa.

–Gracias, Cornelius –había dicho ella, arqueando las cejas–. ¿Me dejas pasar?

Gentry había seguido allí parado, con gesto desafiante, durante un momento. Luego había dado un escaso paso atrás.

–Claro. Los empleados no deben ponerse en el camino de los amos. No quiero perder mi trabajo como le pasó a Montoya. Aunque sería una pérdida muy dulce.

Rebecca se había sentido furiosa, lo que no había hecho más que divertir a Gentry.

–Estoy segura de que a mi padre le interesará conocer tu opinión –le había espetado ella–. Me ocuparé de transmitírsela.

–Como quiera. A mí me da igual –le había respondido Gentry. Y se había inclinado hacia ella.

Rebecca había apartado la cara, llena de asco.

–No voy a irme de aquí, señorita. Su padre no se atreverá a echarme.

–Y luego está lo de la contabilidad del club. Los chicos están revolucionados con eso –estaba diciendo Kate.

–¿Cómo? –preguntó Rebecca, que había estado sumida en sus pensamientos, volviendo al presente de forma abrupta–. ¿Qué has dicho? ¿Qué pasa con la contabilidad?

–No me has estado escuchando, ¿verdad?

–Sí, pero no todo –mintió Rebecca y sonrió a modo de disculpa–. Sólo una parte.

Kate suspiró.

–Darius descubrió irregularidades en las cuentas del club cuando instaló el sistema de contabilidad en el centro de acogida Helping Hands. Mitch se ofreció a hacer una auditoría con Darius, Justin y Alex. En apariencia, han encontrado algo. Al menos, eso me ha dicho Lance.

–Pero seguro que mi padre… –comenzó a decir Rebecca y se interrumpió, cada vez más nerviosa. Se aclaró la garganta–. Me pregunto por qué mi padre no detectó las irregularidades. Lleva años siendo el tesorero del club.

Kate se encogió de hombros.

–Quizá sea algo reciente en lo que tu padre no ha reparado. Creo que tiene que ver con fondos desviados a cuentas erróneas. Estoy segura de que Mitch lo aclarará.

Rebecca volvió a mirar hacia atrás. Los seis hombres habían desaparecido en una de las salas de reuniones y habían cerrado la puerta. Más que nada, deseó poder ser invisible para colarse en la reunión y averiguar qué diablos estaba pasando. Pero lo único que podía hacer era rezar porque su padre no estuviera involucrado de forma involuntaria.

No tenía ningún sentido que su padre tuviera nada que ver con los incendios, pero lo de las irregularidades en la contabilidad… Eso podía ser distinto. Con suerte, sería sólo un error y no motivaría el enfrentamiento entre sus amigos y su padre. Y, luego, estaba Alex. Él despreciaba a su padre. Si había cometido algún error con las cuentas del club, no se lo perdonaría. Haría todo lo posible para echar por tierra su reputación.

Alex fijó la mirada en los cinco hombres que tenía delante. Algunos de ellos habían hecho todo lo posible para arruinarle la vida durante sus años de estudios. Estaban los cinco juntos a un lado de la habitación, mientras que él se había plantado frente a ellos. A pesar de la animosidad que había entre ellos, planeaba disfrutar de la satisfacción de que le pidieran perdón. Iba a tener la oportunidad, al fin, de doblegar a su viejo enemigo, Lance Brody, y a sus compañeros.

–¿Vamos a quedarnos aquí parados mirándonos? –preguntó Alex–. ¿O vamos a empezar a ofrecer disculpas?

–Claro, discúlpate cuanto quieras, Montoya –dijo Lance con una sonrisa de superioridad–. Llevo toda la vida esperando a que te disculpes por tu existencia.

Alex dio un paso hacia él pero Darius se interpuso, levantando un brazo para separarlos.

–Tranquilo, hombre –dijo Darius–. Así no se resolverá nada.

–Tal vez no, pero me hará sentir mucho mejor.

Alex se dio cuenta de que su acento latino sonaba más marcado de lo habitual, algo que solía pasarle cuando se sentía furioso o apasionado. Y sólo servía para acentuar las diferencias entre Lance y él: diferencias en su cultura, su educación, su origen. Él era hijo de una criada. Y, aunque Darius y Kevin también habían ganado su fortuna con el sudor de su frente, Justin Dupree y los hermanos Brody habían nacido rodeados de oro y plata. Por el bien de su hermana, Alicia, no pensaba meterse con su futuro cuñado, Justin Dupree. En las últimas semanas, los dos habían llegado a un incómodo acuerdo. Pero no pensaba contenerse ni un ápice con los Brody.

–Me has acusado de incendiar vuestra refinería –le dijo Alex a Lance–. Darius tiene pruebas que demuestran lo contrario. ¿Eres lo bastante hombre como para admitirlo? ¿O necesitas que te saque una disculpa a golpes?

–Inténtalo –le retó Lance–. Te aseguro que no podrás.

–Me gustaría comprobarlo.

–Basta –intervino Kevin con impaciencia–. Ya estoy cansado de que nos comportemos como chiquillos –añadió y miró a Alex–. Nos equivocamos contigo y yo quiero disculparme.

Kevin le tendió la mano y Alex se la estrechó sin titubear.

–Gracias, Novak.

–Oh, por el amor de… –protestó Lance.

–Calla, hermano –lo interrumpió Mitch–. No hay más vuelta de hoja. En nuestro negocio, tienes que saber cuándo reconocer la derrota. Y ésta es una de esas ocasiones.

Uno por uno, todos los hombres siguieron el ejemplo de Kevin. Lance, el último, dio un paso adelante y también le estrechó la mano a Alex.

–Sigues sin gustarme –le dijo Lance.

Alex inclinó la cabeza.

–El sentimiento es mutuo.

–Pero te respeto –añadió Lance con una media sonrisa.

Aquella admisión tomó a Alex por sorpresa y tardó un momento en responder.

–Creo que los dos podemos empezar aquí y ver adónde nos lleva.

–Me parece justo.

–Ahora que hemos terminado con la parte emotiva, pongámonos manos a la obra, ¿no? –propuso Darius con tono seco. Se acercó a la mesa de juntas y, cuando todo el mundo estuvo sentado, les repartió copias de su informe–. Quiero que todos entendáis que se trata sólo de conjeturas. Son conjeturas sólidas, pero no tenemos pruebas suficientes para llamar a la policía. Lo único que puedo asegurar sin temor a equivocarme es que Alex no es responsable del incendio en petróleos Brody. Tengo testigos oculares y recibos de tarjetas de crédito que prueban que la noche del suceso estaba muy lejos de allí.

–Entonces, ¿de quién sospechas? –preguntó Lance.

–Si nos fijamos en el orden de los hechos, está claro que guardan un orden interesante –intervino Alex–. Por lo que Mitch ha podido descubrir en su revisión de los libros de cuentas, ha habido un desfalco de trescientos mil dólares.

Kevin silbó.

–¿Cómo ha ocurrido?

–Como pensó Darius. Han estado utilizando una compañía con un nombre similar a Helping Hands. Cuando llega una factura del centro de acogida, se emiten dos cheques. Uno por el centro y otro para Helping Hearts. Todos los cheques han sido cobrados en el mismo banco –explicó Alex y miró a todos los presentes, uno a uno–. ¿Y no es curioso que hace un año, justo antes de que se emitiera el primer cheque, el presidente de ese banco fuera aceptado como nuevo miembro del Club de Ganaderos de Texas?

–¿Quién lo propuso? –inquirió Lance.

–Sebastian Huntington.

Lance se encogió.

–Vaya, a Kate no va a gustarle. Rebecca y ella son amigas íntimas.

–Nosotros creemos que Huntington hizo que su capataz, Cornelius Gentry, provocara los incendios con la intención de que nos enfrentáramos entre nosotros y, así, distraernos el tiempo suficiente para reemplazar los fondos que faltan –señaló Darius, retomando el hilo–. Como es tesorero del club, tenía la posibilidad de arreglarlo todo para que nadie lo hubiera averiguado nunca.

–Si nos hubiéramos dejado distraer y nos hubiéramos entretenido peleando –añadió Alex.

–¿Cómo has relacionado a Gentry con los incendios? –inquirió Justin.

Alex miró a su futuro cuñado.

–Del mismo modo en que me culparon a mí al principio. Gentry tiene una furgoneta parecida a la mía. Y el muy idiota paró a repostar a un par de kilómetros de la refinería, quince minutos antes de que todo saliera ardiendo.

–Desde luego, ese Gentry no es muy listo –comentó Darius y señaló otro de los puntos de su informe–. La policía también ha encontrado huellas de pisadas idénticas en la refinería y en el establo de Alex. Como son dos números más pequeñas que el pie que usa Alex, es otra prueba más de que no fue él. Si relacionamos a nuestro hombre con esas huellas, y creo que podremos, tendremos una prueba. Si asociamos a Gentry con los incendios y lo presionamos un poco, nos entregará a Huntington.

Lance maldijo.

–Admito que Huntington no me gusta. Es un esnob pomposo y arrogante. Pero, aun así, es el padre de Rebecca y yo adoro a esa mujer –afirmó Lance y le lanzó a Alex una mirada heladora–. Aunque muchas veces ella se haya equivocado con los hombres.

Alex intentó controlar la rabia que lo consumía. No quería pensar en Rebecca. No allí, en presencia de esos hombres. Había creído que iba a ser capaz de superar volver a verla y de olvidar el amargo dolor que había sentido en el pasado. Pero aquello, combinado con la animosidad que vibraba entre los demás hombres allí reunidos y él, hizo que le hirviera la sangre. No era sólo por cómo lo habían tratado los Brody durante el instituto ni por la rivalidad que había mantenido con Lance en el equipo de fútbol. Los Brody también habían manifestado su desaprobación cuando él había salido con Rebecca en la universidad. Y, cuando su relación se había terminado, le habían hecho la vida imposible.

–Déjalo, Lance –le pidió Mitch.

Pero Alex sabía que no iba a dejarlo.

–Dilo, Brody –lo retó Alex–. No te contengas.

–La utilizaste –le espetó Lance, dejando fluir su viejo resentimiento–. Querías acostarte con la hija del jefe de tu madre e hiciste todo lo posible para seducirla antes de dejarla tirada como basura. Según los rumores, fue por una apuesta. ¿Es cierto? ¿Tu viejo colega, El Gato, y tú apostasteis sobre quién de los dos sería el primero?

–No tienes ni idea de qué estás hablando –le respondió Alex, lleno de rabia–. Huntington le llenó la cabeza de mentiras, mentiras que ella eligió creer.

–Eso no es lo que se dice.

Alex se obligó a relajarse, echando mano de su voluntad de acero y de la tenacidad que le había ayudado a ganar su primer millón.