Siempre hacia adelante - Orison S. Marden - E-Book

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Orison S. Marden

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No existen verdaderas barreras si tus pensamientos se elevan a la altura de tus posibilidades

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Contenido

Prefacio del autor

Prólogo

El hombre y la oportunidad

Los niños desvalidos

El valor del tiempo

Vocaciones contrariadas

Elección de carrera

Concentración de la energía

El triunfo de la diligencia

Los buenos modales

Los triunfos del entusiasmo

El sentido común

El respeto propio y la confianza en uno mismo

El valor del carácter

Exactitud y verdad

La perseverancia

Brevedad y concisión

Siempre hacia adelante

Copyright © 2022 - Taller del Éxito

Título original: Pushing to the Front

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida por ninguna forma o medio, incluyendo: fotocopiado, grabación o cualquier otro método electrónico o mecánico, sin la autorización previa por escrito del autor o editor, excepto en el caso de breves reseñas utilizadas en críticas literarias y ciertos usos no comerciales dispuestos por la Ley de Derechos de Autor.

Publicado por:

Taller del Éxito, Inc.

1669 N.W. 144 Terrace, Suite 210

Sunrise, Florida 33323

Estados Unidos

www.tallerdelexito.com

Editorial dedicada a la difusión de libros y audiolibros de desarrollo y crecimiento

personal, liderazgo y motivación.

Director de arte: Diego Cruz

Diagramación y diseño de carátula: Joanna Blandon

Corrección de estilo: Nancy Camargo Cáceres

ISBN: 9781607386711

01-202207

Prefacio del autor Primera edición de 1894

“Con malicia hacia ninguno, con caridad para todos, con firmeza en lo correcto cuando Dios nos lo da a conocer, luchemos para terminar el trabajo en el que estamos”. —Abraham Lincoln

Detrás de esta obra, la verdad del autor es un tanto sencilla. Hace algún tiempo, Swett Marden llegó a la conclusión de que, si alguna vez estuviera en su poder, escribiría un libro para alentar, inspirar y estimular a los jóvenes que anhelan ser alguien y hacer algo en el mundo, pero sienten que no tienen ninguna oportunidad en la vida. Entre cientos de libros estadounidenses y europeos que prometen revelar el “secreto del éxito”, el autor encontró pocos que en verdad estén escritos con el propósito de saciar los antojos de los jóvenes hambrientos de historias de vida exitosas, que se sientan ansiosos por cada pista y cada pedacito de información que les ayude a abrirse camino en el mundo. Él creía que el poder del libro ideal para la juventud debería radicar en su riqueza de ejemplos concretos que sirvan de base e inspiración en la construcción del carácter, al igual que en su fuerza edificante, energizante, sugerente, más que en sus argumentos; Swett Marden estaba convencido de que los buenos libros deben escribirse libres de materialismo y abundar en ejemplos conmovedores de hombres y mujeres que hayan hecho que las cosas sucedan.

Durante 10 años, Swett Marden le había dedicado todos sus momentos libres a la preparación de tal libro, cuando un incendio destruyó todos sus manuscritos y notas. Fue el recuerdo de algunas de las ilustraciones perdidas en él y el hecho de haber superado las dificultades lo que lo estimuló a hacer un nuevo intento por terminarlo. Entonces, una vez más, las siguientes páginas de su obra fueron escritas en momentos extraños que transcurrieron a lo largo de varios años.

Su objetivo fue estimular a la confusa juventud para que actúe según sus propias posibilidades no descubiertas; quería instarla a que no piense en el pasado, ni sueñe con el futuro, sino que asimile la lección que le deja el ahora, el hoy, el momento presente; que haga de cada ocasión una gran ocasión, ya que nunca se sabe cuándo el destino nos llamará a ocupar un lugar más alto; su anhelo era mostrarles a los jóvenes que no deben esperar su oportunidad, sino hacer hasta lo imposible para que esta suceda; quería mostrarle a cada joven cómo salir del agujero cuadriculado en el que fue criado por circunstancias o errores ajenos y ayudarle a encontrar su verdadero lugar en la vida.

El estándar de este libro no se mide en oro, sino en crecimiento; no en posición, sino en poder personal; no en capital, sino en carácter. Muestra que una gran chequera no necesariamente hacer a un gran hombre; que ante un carácter como el de Washington, los millones de Rockefeller parecen despreciables; que un hombre es rico sin dinero y tiene éxito aunque no se convierta en Presidente de la República o en un miembro del Congreso; que el que comprenda cuál es la llave del poder también debe comprender que su vocación de servicio ha de ser mayor que su poderío y que es crucial hacerle frente a la vulgar prosperidad que retrocede al ser humano hacia la más penosa barbarie; su mayor interés era enseñar que hay algo que es más grande que la riqueza y más grandioso que la fama. Se trata del éxito. Y no hay nada que se le parezca.

Si estas páginas le abren la puerta al lector para que comprenda que hasta este momento ha llevado una vida estrecha y despierta poderes en él que hasta este punto desconocía, el autor se sentirá recompensado por su trabajo. No reclamará originalidad alguna para este libro. Sencillamente, fue escrito en momentos extraños extraídos en medio de una vida ocupada y es una nueva forma de contar historias y enseñar lecciones que muchos otros han contado y enseñado desde los tiempos del Rey Salomón. Estos temas trillados y desgastados yacen en “la médula de la sabiduría del mundo”.

“Aunque viejo el pensamiento y muchas veces expresado, este es por fin el que mejor expresa mi sentir”.

Y si al reescribir este libro a partir del manuscrito perdido, el autor no ha logado siempre el mismo propósito, sí desea expresar por medio del presente su sentir más sincero. También desea agradecer la valiosa asistencia de Sr. Arthur W. Brown, de West Kingston.

Orison Swett MardenBoston, 11 de noviembre de 1894

Prólogo del editor en 1911

Esta edición revisada de Siempre hacia adelante es el resultado de una demanda casi mundial de la extensión de aquella idea que convirtió aquel pequeño volumen original en una fuerza inspiradora, estimulante y llena de energía.

Es dudoso que cualquier otro libro, fuera de la Biblia, haya sido el punto de inflexión en tantas vidas como este.

Siempre hacia adelante ha enviado a miles de jóvenes de regreso a la escuela y a la universidad, generando en ellos renovada determinación y anhelos de alcanzar sus metas, como también a retomar todo tipo de vocaciones que ellos abandonaron en momentos de desánimo. También ha evitado que muchos hombres de negocios fracasen después de haber perdido toda esperanza. Multitudes de niños y niñas con escasos recursos se animaron a aplicar a la universidad, aunque nunca antes pensaran que acceder a una educación liberal fuera posible.

Orison Swett Marden ha recibido miles de cartas de todas partes del mundo en las que sus remitentes le manifiestan lo mucho que su libro ha estimulado sus aspiraciones, cambiado sus ideales y propósitos, acrecentando su confianza impulsándolos a seguir hacia adelante con esperanza de éxito en pos de emprendimientos que antes les parecían imposibles de alcanzar.

Esta obra se ha traducido con éxito a diversas lenguas, sobre todo en Japón, donde, desde hace tiempo, una edición de doble texto en inglés y japonés sirve como libro de lectura comparada.

Eminentes educadores de varios países han reconocido la relevante eficacia de este libro, por lo que recomendaron su adopción en establecimientos docentes; y en algunos Estados de la Unión, los inspectores oficiales de enseñanza han incluido esta obra en el catálogo de las bibliotecas escolares.

Cabezas coronadas, presidentes de repúblicas, distinguidos miembros del parlamento británico y de otros países, miembros de la Corte Suprema de los Estados Unidos, destacados autores, académicos y personas eminentes en muchas partes del mundo han elogiado este libro y le han agradecido al autor por haberlo dado a conocer al mundo.

Este volumen está lleno de las historias más fascinantes de logros alcanzados bajo dificultades, de comienzos oscuros y finales triunfantes, de relatos conmovedores sobre luchas y triunfos. Ofrece historias inspiradoras de hombres y mujeres que han logrado grandes cosas. Da numerosos ejemplos del triunfo de la mediocridad, mostrando cómo los de habilidad ordinaria han tenido grandes éxitos mediante el uso de medios ordinarios. Muestra cómo emprendedores inválidos y lisiados han triunfado gracias a su perseverancia y superaron dificultades que parecían insuperables.

Siempre hacia adelante cuenta cómo hay hombres y mujeres que han aprovechado ocasiones comunes y corrientes y han hecho cosas geniales. Habla de aquellos de habilidad promedio que han tenido éxito mediante el uso de medios ordinarios, a fuerza de voluntad indomable y de un sentido de propósito inflexible. Muestra cómo la pobreza y las dificultades han sacudido las cunas de gigantes de todas las razas. Afirma que la mayoría de las personas no utiliza gran parte de su esfuerzo, porque su actitud mental no corresponde con este, lo cual hace que, aunque muchos trabajen para lograr una cosa, en realidad, esperen otra; y lo que tendemos a obtener es lo que tendemos a esperar.

Ningún hombre llegará a ser próspero mientras lo que de verdad espere o casi espere sea seguir siendo pobre al mantener ese pensamiento de pobreza. El hecho de mantenerse en contacto con las condiciones de pobreza desalienta la prosperidad.

Antes de que una persona logre levantarse, debe levantar sus pensamientos. Cuando hayamos aprendido a dominar nuestros hábitos de pensamiento, a mantener nuestra mente abierta al gran influjo divino de la fuerza vital, habremos aprendido las verdades de la dotación y de la posibilidad humana.

Este libro también señala que, lo que se llama éxito también puede ser fracaso. Que cuando los hombres aman tanto el dinero que sacrifican sus amistades, sus familias, su vida familiar, su posición de servicio, honor, salud, todo por el dólar, su vida es un fracaso aunque hayan acumulado dinero. Muestra cómo los hombres se han enriquecido al precio de sus ideales, de su carácter, a costa de todo lo más noble, mejor y más verdadero de la vida. Predica la doctrina más amplia de la igualdad; la igualdad de voluntad y propósito que allana incluso el camino hacia la presidencia de líderes como Lincoln o Garfield, de cualquiera que pague el precio del estudio y la lucha. Quienes se sienten gravemente discapacitados y paralizados por su falta de educación temprana encontrarán a lo largo de estas páginas un gran estímulo para ampliar su horizonte y obtendrán una educación práctica, útil y sensata en medio de momentos extraños y también en tiempos de descanso.

En Siempre hacia adelante, el Dr. Marden muestra que el promedio de los líderes no está por encima del promedio de la habilidad. De lo que se trata es de personas comunes, pero de extraordinaria persistencia y perseverancia. Sus páginas son un depósito de incentivos nobles, un tesoro de frases preciosas. Hay inspiración, aliento y ayuda en todas y cada una de ellas. Enseñan que, si alguna vez uno aprendió el alfabeto, no puede ponerle límites a su crecimiento; que no hay barreras que puedan decirle a un aspirante al éxito: “Irás hasta aquí y no más lejos”. Por el contrario, su valentía es la clave.

El objetivo aquí es despertar el esfuerzo honorable de aquellos que van a la deriva sin propósito alguno y despertar ambiciones latentes en aquellos que se han desanimado en la lucha por el éxito.

El editor1911

1

El hombrey la oportunidad

“Todo hombre nace con el germen de la obra que ha de cumplir en esta vida”.

—Lowell

“Las cosas del mundo no varían hasta que alguien las hace variar”.

—Garfield

“Acechar la ocasión, asirla con audaz habilidad y aprovecharla con enérgica perseverancia; tales son las virtuales condiciones del éxito”.

—Austin Phelps

“Encontraré mi camino o lo abriré yo mismo”.

—Anónimo

“No hay día que no traiga consigo la ocasión de hacer un bien nunca hecho hasta entonces, y que ya jamás podrá volverse a hacer”.

—W. H. Burleigh

“¿Tienes algún anhelo? Pues aprovecha este mismo instante y comienza ya mismo haciendo lo que puedas o lo que pienses hacer”.

—Anónimo

Si triunfamos, ¿qué dirá el mundo? —Preguntó gozoso el Capitán Berry cuando Nelson le hubo explicado al consejo de oficiales con sumo detalle su hábil plan antes de la Batalla del Nilo.

—No hay que decir “si triunfamos”, replicó Nelson,—porque nuestra victoria es segura. Ahora, ¿quién sobrevivirá para contarla? Esa ya es una pregunta muy diferente.

Después, cuando habiendo terminado el consejo los oficiales se disponían a tomar el mando de sus respectivos buques, Nelson añadió:

—Mañana, a estas horas, habré ganado una dignidad sin par o una tumba en Westminster.

Su sagaz y osado espíritu vio la oportunidad de una gloriosa victoria donde los demás tan solo veían probabilidades de derrota.

—¿Es posible pasar por ahí? —Les preguntó Napoleón a los ingenieros que había enviado a explorar el abrupto paso de San Bernardo.

—¡Tal vez! —Respondieron vacilantes—. Parece que está dentro de nuestras posibilidades.

—¡Pues adelante! —Repuso Bonaparte sin detenerse a reparar en las aparentemente insuperables dificultades.

Inglaterra y Austria sonrieron con desprecio al saber que su enemigo proyectaba llevar a través de los Alpes, no rodados todavía por rueda alguna, ni con probabilidad de que los rodara, un ejército de 600.000 hombres con poderosa artillería y toneladas de municiones, equipajes y equipamientos. Pero Masena estaba sitiado en Génova, los victoriosos austriacos amenazaban a Niza y Napoleón no fue capaz de olvidarse de los suyos en la hora del peligro.

Una vez cumplida esta proeza que parecía imposible, muchos comenzaron a opinar que hubiera podido realizarse desde largo tiempo atrás. Otros se excusaron de arremeter contra tan enormes obstáculos por considerarlos insuperables. Algunos caudillos dispusieron de las herramientas y los elementos necesarios, así como de robustos soldados, pero no tenían la enjundia y resolución de Bonaparte, que no se dejó atemorizar por las dificultades, aunque parecieran insalvables, sino que convirtió la necesidad en una oportunidad para dominar semejante coyuntura.

El General Grant acababa de lastimarse gravemente al caer del caballo en Nueva Orleans cuando recibió la orden de tomar el mando de la guarnición de Chattanooga, tan estrechamente cercada por los confederados, que de allí a pocos días no hubiera tenido más remedio que rendirse, pues en las colinas circundantes brillaban las luces del campamento enemigo que había cortado el aprovisionamiento de la ciudad. Aunque bastante adolorido y resentido a causa de la caída, Grant tomó sin tardanza las disposiciones necesarias para trasladarse al nuevo campo de acción.

Entonces, cruzó el Misisipi, el Ohio y uno de sus afluentes en diversas embarcaciones. Atravesó muchas millas de terreno estéril en una litera jalada por caballos hasta que por fin logró entrar a la ciudad en hombros de cuatro soldados y asumió el mando de las tropas sitiadas. De repente, el curso de las cosas cambió. Había llegado un gobernador acorde a la situación. Las tropas notaron el influjo de su fuerza. Antes de poder montar de nuevo a caballo, el General Grant ordenó una salida; y aunque los sitiadores defendieron el terreno palmo a palmo, muy pronto, los soldados de la Unión coronaron las colinas.

¿Fue este éxito determinado por la casualidad o fue provocado por la indómita resolución del herido general?

De la propia suerte obtuvieron éxito cuantos de las circunstancias se adueñaron para conseguirlo.

¿Se ajustaron las cosas cuando Horacio junto con dos compañeros mantuvo a raya a 90.000 toscanos hasta que el puente que cruzaba el Tíber hubiera sido destruido? ¿O cuando Leónidas en Termópilas revisó la poderosa marcha de Jerjes? ¿O aquella vez que Temístocles, en la costa de Grecia, destrozó la Armada Persa? ¿O cuando César, al encontrar a su ejército presionado, agarró la lanza y el escudo, peleó mientras reorganizaba a sus hombres y le arrebató al enemigo la victoria de la derrota? ¿Y qué decir de cuando Winkelried reunió en su pecho un fajo de lanzas austríacas, abriendo así el camino por el cual pasaron sus camaradas presionados hacia la libertad? ¿O de la vez en que, durante años, Napoleón no perdió una sola batalla en la que participó personalmente? ¿Qué decir de cuando Wellington luchó en muchos climas sin ser conquistado? ¿O cuando Ney, en un centenar de campos, transformó el aparente desastre en un triunfo brillante? ¿O cuando Perry dejó al discapacitado Lawrence remando hacia el Niágara y silenció las armas británicas? ¿De cuando Sheridan llegó de Winchester justo en el momento en que la retirada de la Unión se estaba convirtiendo en una derrota y la situación cambió siguiendo la línea? ¿Y de la vez en que Sherman, aunque muy presionado, les indicó a sus hombres que sostuvieran el fuerte y ellos, sabiendo que su líder iba a venir, lo sostuvieron?

La Historia nos ofrece miles de ejemplos de hombres que aprovecharon la ocasión de realizar hazañas que los irresolutos hubieran tenido por imposibles. La animosa determinación y el decisivo actuar barrieron todos los obstáculos que surgían frente a ellos.

Es cierto que tan solo hubo un Napoleón, pero también es verdad que los Alpes cuya mole cierra el camino de la mayor parte de la juventud no son tan altos, ni tan peligrosos como las cumbres atravesadas por el gran corso.

Así es que no hemos de esperar oportunidades extraordinarias, sino aprovechar las ocasiones comunes para hacerlas grandes.

En la madrugada del 6 de septiembre de 1838, la torrera del faro de Longstone, en la frontera de Inglaterra y Escocia, se despertó sobresaltada por gritos de angustia que resonaban ante el fragor del viento y de las olas. La furiosa tempestad no dejaba entender las voces, pero el catalejo descubrió nueve náufragos asidos al molinete de un desmantelado buque cuya proa se había despedazado entre las rocas. El torrero, que se llamaba Williarn Darling, exclamó:

—Nada podemos hacer para salvarlos, —pero su hija repuso suplicante:

—¡Oh sí! tenemos el deber de intentarlo. —Entonces, conmovido el padre por las lágrimas de la muchacha, le dijo:

—Bien; me dejaré persuadir, aunque vaya contra mi opinión.

Padre e hija embarcaron en un bote que, ligero como pluma arrastrada por el torbellino, se internó en el tumultuoso mar cuyas embravecidas olas amenazaban con volcarlo; pero los angustiosos gritos de los náufragos parecían convertir los débiles nervios de la joven en aceradas cuerdas que, sin saber de dónde, recibieron inesperado vigor, y entre ella y su padre salvaron a los nueve náufragos. Uno de ellos miró asombrado a la heroica doncella y le dijo:

—Dios te bendiga. Eres una excelente inglesa.

Aquel día, la hija del torrero de Longstone realizó una proeza mucho más valiosa para la gloria de Inglaterra que las hazañas de sus reyes.

Cuenta George Cary Eggleston que, cierto día, un rico caballero veneciano llamado Faliero había dispuesto en su casa un suntuoso convite. Poco antes de la hora señalada, el confitero encargado de elaborar el adorno central de la mesa mandó aviso diciendo que se le había estropeado la pieza. Entonces, el marmitón de la cocina, muchacho de poca edad, se adelantó al sirviente en jefe y le dijo:

—Si usted me lo permite, me parece que podré hacer algo a tal propósito.

—¡Tú! —Exclamó el sirviente en jefe con aire de asombro—. ¿Y quién eres tú?

—Soy Antonio Canova, nieto del escultor Pisano, —respondió el hombrecillo de rostro pálido.

—¿Y qué vas a hacer?

—Si usted me lo permite, haré un adorno para el centro de la mesa.

El sirviente en jefe, que ya no sabía cómo salir del apuro, le dijo al muchacho que hiciera según le pareciese y en cuestión de un instante el joven modeló con mantequilla un hermoso león agachado que el atónito sirviente en jefe colocó en el centro de la mesa.

Llegada la hora del festín, entraron en el comedor los convidados entre quienes había ricos mercaderes y príncipes de la nobleza veneciana, muy entendidos algunos de ellos en obras de arte. Al ver el león de mantequilla, los convidados olvidaron el objeto que allí les congregaba y se absorbieron en la admiración de tan genial obra de arte, preguntando después al dueño de la casa qué famoso escultor se había entretenido en emplear su habilidad en material de tan fugaz consistencia. Faliero respondió que lo ignoraba, pero al preguntarle del asunto al sirviente en jefe, él presentó ante los comensales al autor de la escultura en cuyo homenaje prosiguió la fiesta desde aquel momento, dada la admiración que en todos produjo el insólito caso de un humilde ayudante de cocina modelando en tan poco tiempo la magnífica figura. El dueño de la casa prometió costear los estudios del muchacho bajo la dirección de los mejores maestros y cumplió su palabra. Antonio Canova no se ufanó de tan buena fortuna, sino que siempre fue el modesto, aplicado y fiel chicuelo que no había tenido ocasión de explayar sus congénitas facultades artísticas en el taller de Pisano. Tal vez, algunos no supieron cómo aprovechó el niño Antonio la primera ocasión que se le brindó, pero todos sabemos que Canova fue uno de los escultores más eminentes del mundo.

Los débiles esperan la ocasión; los fuertes la provocan. Dice a este propósito E. H. Chapin:

“Los hombres de más valer no son quienes esperaron la oportunidad, sino quienes la acecharon, la cercaron y se rindieron a su servicio”.

Supongamos que, entre un millón de probabilidades, no haya una favorable; pero a menudo, se nos presentan ocasiones que podríamos aprovechar al 100% con solo resolvernos a hacer algo al respecto.

La falta de ocasión es la excusa de siempre de los débiles y vacilantes ánimos. ¡Ocasiones! De ellas está llena la vida de toda persona. Lo son las lecciones recibidas primero en la escuela y después en la vida. Lo son los artículos periodísticos, el trato de las gentes, las conferencias oídas, los negocios concluidos. El hecho de ser corteses, valerosos, honrados y afables nos depara ocasiones únicas. Toda muestra de confianza que recibimos es una ocasión. Toda responsabilidad cargada sobre nuestras fuerzas y nuestro honor es de inestimable valía. La vida es el privilegio del esfuerzo. Y cuando este privilegio se concentra en un hombre digno de él, las ocasiones van sucediendo en correspondencia con sus aptitudes, más rápido de lo que es posible aprovecharlas. Si un esclavo como Frederick Douglass, que ni siquiera era dueño de su cuerpo, logró merecer fama como orador, publicista y político ¿qué no logrará hacer el niño de raza blanca cuyas oportunidades exceden a aquellas de las que dispuso Douglass?

El hombre perezoso, no el trabajador infatigable, se está quejando siempre de falta de oportunidades y de tiempo. Algunos jóvenes cosecharán más fruto de ratos aprovechados en contra de la ociosidad y de ocasiones no del todo perfectas, pero sí muy bien y mejor aprovechadas que otros en toda su vida. Como las abejas, liban miel de todas las flores. Cada persona a quien tratan, cada circunstancia cotidiana añade algo al caudal de sus buenos y útiles conocimientos y de sus capacidades personales.

Dijo cierto cardenal que la fortuna visita a todos los hombres una vez en la vida, pero si esta ve que ellos no están en disposición de recibirla, entra por la puerta y sale por la ventana.

Cornelius Vanderbilt llegó a comprender que el buque de vapor le deparaba ocasión favorable y se decidió a emplear sus días dedicándose a la navegación transatlántica. Con mucha sorpresa de sus amigos, dio en administración los negocios en que prosperaba y se encargó del mando de uno de los primeros vapores botados al agua, devengando un salario anual de $1.000 dólares. Por entonces, Livingston y Fulton habían obtenido el privilegio exclusivo de la navegación a vapor en aguas de Nueva York, pero Vanderbilt opinaba que este privilegio era contrario a la ley constitucional y no cesó en su empeño hasta lograr su abrogación. Pronto, fue propietario de un buque, y cuando el gobierno sacó a concurso la conducción del correo, Vanderbilt se ofreció a llevarlo en su barco sin subvención alguna y en mejores condiciones que las ofrecidas por los demás solicitantes. El gobierno aceptó la oferta y con ello lo vio aumentar en gran medida tanto la carga como los pasajeros de su nave.

Por otra parte, Vanderbilt previó el boyante porvenir reservado a los ferrocarriles en un país como los Estados Unidos y se lanzó con todo su empuje a fundar empresas ferroviarias cuya organización lleva todavía el nombre de Vanderbilt.

El joven Philip Armour atravesó los desérticos terrenos americanos con todas sus pertenencias metidas entre un carromato tirado por mulas. Durante mucho tiempo, trabajó de firme en las minas y con sus ahorros logró emprender negocios por su cuenta seis años después en Milwaukee, y al cabo de nueve años, estos le habían generado un capital de $500.000 dólares. Pero él vio una posibilidad de lucro en la orden que dio el General Grant con respecto a ir contra la ciudad de Richmond, pues si la tomaba, quedaría casi vencida la rebelión y la cecina de cerdo bajaría hasta $12 dólares el barril. Previendo esta contingencia, Armour se presentó una mañana de 1864 en casa de su socio Plankinton y le dijo:

—Salgo para Nueva York en el primer tren, con propósito de liquidar todas las existencias. En efecto, apenas llegado a Nueva York, ofreció grandes cantidades de cecina a $40 dólares por barril que los negociantes compraron sin regatear burlándose de él porque, como se figuraban que la guerra iba para largo, le pronosticaron la próxima alza de la cecina hasta en $60 dólares por unidad. Sin embargo, Armour siguió vendiendo. Grant prosiguió su marcha y se apoderó de Richmond; la cecina bajó a $12 dólares y Armour hizo un bonito negocio de $2 millones de dólares.

John D. Rockefeller halló su oportunidad en el petróleo al ver la pobreza y escasez del alumbrado doméstico de los Estados Unidos, pues aunque el petróleo abundaba, era todavía tan imperfecta su refinación, que el producto salía de inferior calidad y de uso muy arriesgado. Su golpe de suerte fue que se asoció con Samuel Andrews, mozo de la tienda de máquinas donde ambos habían trabajado, y gracias al procedimiento de refinación descubierto por él, en 1870, lanzaron al mercado el primer barril de petróleo destilado. Así, elaboraron un aceite mineral de superior calidad y prosperaron a gran velocidad. Después, admitieron por tercer socio a Flagler, por quien, disgustado a lo último, Andrews trató de separarse de la compañía. Entonces, Rockefeller le preguntó:

—¿Cuánto quiere usted por su parte?

Andrews anotó con sumo cuidado en un pedazo de papel: “$1 millón de dólares”. Al cabo de 24 horas, Rockefeller le entregó la cantidad pedida diciéndole:

—Más barato es $1 millón que $10.

En 20 años, los negocios de la modesta refinería apenas evaluada en $1.000 dólares entre edificio e instalaciones fue convertida en la poderosa compañía Standard Oil Trust con un capital de $90 millones de dólares, existencias por valor de $170 y negocios por $150.

Podríamos citar algunos otros ejemplos del aprovechamiento de algunos visionarios para tomar ciertas ocasiones e ir en pos de acumular capitales; pero por fortuna, hay una nueva generación de electricistas, ingenieros, intelectuales, artistas, escritores y poetas que encuentran ocasiones, bastante espinosas por cierto, de algo más noble que amontonar riquezas. La opulencia no es un fin por el que se haya de luchar, sino un medio aprovechable; no es la cumbre, sino un incidente en la vida del ser humano.

Una señora cuáquera, llamada Elizabeth Fry, halló favorable ocasión en las prisiones de Inglaterra. Por los alrededores de 1813, yacían amontonadas de 300 a 400 mujeres en la cárcel de Newgate, en Londres, a la espera de que sus causas fueran revisadas. Como no había camas, dormían niñas, jóvenes y mayores revueltas en el suelo sobre inmundos andrajos, pues nadie cuidaba de ellas y el gobierno inglés tan solo les proporcionaba el sustento indispensable para no morir de hambre. La Sra. Fry visitó la cárcel de Newgate y consoló a la quejumbrosa turba de mujeres diciéndole que tenía el propósito de establecer una escuela para jóvenes y niñas con una maestra elegida de entre las mismas presas, quienes celebraron tan brillante idea y eligieron para el cargo a una joven procesada por haber hurtado un reloj. Al cabo de tres meses, aquellas “bestias salvajes”, como se las solía llamar, se tornaron inofensivas y cariñosas. La reforma tuvo tal éxito que el gobierno le dio carácter oficial al proyecto y buen número de señoras de toda Inglaterra se interesaron en la obra de educar y vestir a aquellas desdichadas. En 80 años, las escuelas carcelarias se difundieron por el mundo civilizado.

Cierta vez, un auto atropelló a un niño en la calle. La sangre brotaba de su rota arteria. Nadie sabía qué hacer en socorro del herido hasta que otro niño, Astley Cooper, vendó con su pañuelo la herida y logró controlar la hemorragia. Los agasajos que el joven recibió por haber salvado de este modo la vida de aquel desdichado lo estimularon para llegar a ser el más famoso cirujano de la época.

Arnold dice a este propósito:

“Ya le llegará a todo cirujano aprendiz la hora de hallarse frente a frente con su primera operación peligrosa. El cirujano que habría de realizarla está ausente. El tiempo apremia. Vida y muerte penden de la balanza. ¿Está el joven cirujano al nivel de tal contingencia? ¿Podrá sustituir al cirujano de fama y desempeñar su cometido? Si así es, ningún otro hará falta. La ocasión le dará en el rostro. Él joven cirujano y la oportunidad estarán frente a frente. ¿Confesará él su ignorancia e ineptitud o dirigirá el paso hacia la gloria y la fortuna? A él le tocará decirlo”.

¿Están preparados para las grandes ocasiones? Cuenta James T. Fields el siguiente caso:

“Cierto día, fue Hawthorne a comer a casa de Longfellow. Fue acompañado de un amigo de Salem. De sobremesa, dijo el amigo que le había propuesto a Hawthorne la idea de escribir una novela basada en una leyenda acadiana cuyo argumento era que, cuando la dispersión de la raza, una muchacha quedó separada violentamente de su novio y se pasó la vida entera buscándolo por todas partes hasta que, ya vieja, lo encontró moribundo en un hospital. Longfellow se admiró de que este argumento no hubiese estimulado la imaginación de Hawthorne y le dijo que, si no pensaba utilizarlo, le consintiese componer un poema sobre aquella historia. Hawthorne accedió y le hizo la promesa de que no trataría el asunto en prosa hasta que Longfellow lo hubiese contado en verso. Fue así como Longfellow aprovechó esa ocasión para dar a conocer al mundo su Evangelina o El destierro de los acadianos”.

El ojo observador descubre ocasiones por doquier. Los oídos atentos no desoyen jamás el clamor de los necesitados de auxilio; los corazones levantados nunca exigen prendas valiosas sobre las cuales prestar sus dones; las manos generosas jamás dejan de ocuparse en alguna noble tarea.

Todo el mundo había observado que el agua de una vasija sube de nivel cuando se introduce en ella un cuerpo sólido, pero sin que nadie advirtiese que el sólido desaloja exactamente su mismo volumen en líquido. Sin embargo, Arquímedes, al observar el fenómeno, descubrió un fácil procedimiento para medir el volumen de los cuerpos geométricamente irregulares.

Todo el mundo había notado que al impulsar un peso suspendido, este seguía moviéndose hasta que la resistencia del aire anulaba su movimiento, pero nadie le dio la más leve importancia a este fenómeno hasta que el joven Galileo, al ver oscilar una lámpara en la Catedral de Pisa, dedujo de la regularidad de aquellas oscilaciones el utilísimo Principio del Péndulo. Ni siquiera las estrecheces de una cárcel fueron capaces de debilitar sus ansias de investigación, porque experimentando con las pajas de su colchón aprendió valiosas lecciones sobre la resistencia comparativa de los tubos y varillas del mismo diámetro.

Durante siglos, los astrónomos habían considerado los anillos de Saturno como extraña excepción de las leyes a que atribuían el origen de los planetas, pero Laplace vio que, en vez de ser excepción, eran las únicas pruebas visibles de las etapas de la evolución estelar, y con este mudo testimonio añadió un valioso capítulo a la Historia científica de la creación.

No había marino en Europa que dejase de sospechar la existencia de tierras más allá del Atlántico, pero le estaba reservado a Colón surcar el desconocido océano y descubrir un nuevo mundo.

Innumerables manzanas habían caído del árbol sobre la cabeza de gentes distraídas, como para incitarlas a pensar. Sin embargo, Newton advirtió que la manzana caía al suelo por la misma ley que mantiene los astros en sus órbitas y retiene en cohesión los átomos que, de no ser por eso, volverían al caos.

El relámpago había deslumbrado los ojos y el trueno desgarraba los oídos del hombre desde los días de Adán, con el vano intento de revelarle la omnipenetrante y tremenda energía de la electricidad, pero Franklin escuchó las descargas de la celeste artillería que hasta entonces infundieran terror y demostró que el rayo es la manifestación de una irresistible y, sin embargo, regulable fuerza, tan abundante como el aire y el agua.

A semejanza de otros, estos hombres fueron dados por eminentes, sencillamente, porque ellos sí aprovecharon ocasiones puestas al alcance de toda la raza humana. En la biografía de los hombres ilustres resplandece aquel proverbio de Salomón que dice:

“¿Ves al hombre diligente en sus negocios? Pues se erguirá frente a frente con los reyes”.

Ejemplo de este proverbio nos da la vida del laborioso Franklin, que tuvo amistoso trato con cinco reyes y se sentó a la mesa con dos de ellos.

Quien aprovecha la ocasión siembra una simiente que a su tiempo fructificará con provecho para él y para los demás. Todo el que honradamente trabajó en el pasado, contribuyó con ello a mejorar las condiciones intelectuales y materiales de cada vez un mayor número de gentes.

Al operario sobrio, frugal y hábil, al joven bien educado, al meritorio y al dependiente de oficina se les abren múltiples y amplios senderos de fácil acceso, cual nunca se conocieron hasta ahora, por medio de los cuales obtener éxitos que la Historia Universal no había puesto aún al alcance de las clases modestas. Hace poco, era muy escasa la cantidad de profesiones y los modos de vivir. Hoy, han aumentado de 4 a 50 y de 1 a 100.

Entró cierto sujeto en el estudio de un escultor y, al ver la estatua de una diosa cuyo rostro velaba la cabellera y tenía alas en los pies, preguntó:

—¿Qué estatua es esta?

—La de la oportunidad.

—¿Por qué tiene velado el rostro?

—Porque los hombres raras veces la conocen cuando se les pone delante.

—¿Y por qué lleva alas en los pies?

—Porque pronto se ira y, una vez se vaya, ya nadie la alcanzara.

Dijo un autor latino que la ocasión es calva, con un solo cabello en la frente por el cual pueden agarrarla los sagaces, pero que si se les escapa, ni el mismo Júpiter es capaz de volver a agarrarla.

Pero, ¿qué ocasión será esa para que alguien no pueda o no quiera aprovecharla?

Decía a este propósito el capitán de un buque:

“Quiso la suerte que encontrara en mi ruta al infortunado vapor América Central. Caía la noche y el mar estaba muy alborotado, pero yo me puse al habla con el barco por si necesitaba auxilio. Su capitán, llamado Hemdon, me dijo que hacía agua y yo le pregunté si no sería mejor que los pasajeros vinieran a bordo de mi buque. Él me respondió diciendo que si podría yo escoltarle hasta el amanecer y repuse que lo procuraría, aunque era mejor que “en aquel mismo instante” me enviase los pasajeros. Insistió Hemdon en que le escoltara hasta el amanecer, pero durante la noche, se encrespó el mar de tal manera que no pude mantenerme en la posición requerida y perdí de vista el barco. Hora y media después de haberme insistido el capitán en que lo escoltase hasta el amanecer, se hundió el buque y él, la tripulación y la mayoría de los pasajeros quedaron sepultados en los abismos del mar”.

Sin duda, el Capitán Hemdon apreciaría en sus últimos momentos el valor de la oportunidad desperdiciada, pero, ¿de qué le sirvió dolerse de su error? ¡Cuántas vidas sacrificadas a la vana esperanza de su indecisión! Como el Capitán Hemdon, los débiles, perezosos e indecisos no advierten el valor de las más propicias ocasiones hasta que la experiencia les enseña que agua pasada no muele molino.

Estas personas siempre llegan demasiado tarde o demasiado temprano a todo lo que intentan. De ellas dice John B. Gough que tienen tres manos: la derecha, la izquierda y otra más pequeña que a las dos estorba. Cuando niñas, fueron tarde a la escuela y no cumplieron puntualmente sus deberes domésticos. De este modo, contrajeron un hábito vicioso; y cuando ya fueron adultas, la responsabilidad las llamó a cuentas, se figuraron que mañana podrían resarcirse de la ocasión en la que no estuvieron ayer a tiempo y no aprovecharon. Entonces, explicarán mil maneras de ganar dinero en cualquier tiempo menos ahora, y también prevén cómo prosperar ellas y los demás en el porvenir, sin que sepan hallar la ocasión presente. Está visto que estas personas no entienden la importancia de aprovechar la oportunidad.

Joseph Stoker trabajaba como operario en el tren de alojamiento y era bastante popular entre todos los ferroviarios. También les simpatizaba a los pasajeros, porque vivía ansioso por complacerlos y siempre dispuesto a responderles sus preguntas. Sin embargo, parecía no darse cuenta de la plena responsabilidad de su cargo. “Se tomaba el mundo con calma”, hasta que un día se volcó. Y si alguien protestaba por sus desatinos, él desplegaba una de sus sonrisas más amplias y respondía de manera tan amable que cualquiera pensaba que había sobreestimado el peligro, pues Stoker decía:

—Estoy perfectamente bien; no se preocupe usted.

Una tarde, sobrevino una violenta tempestad de nieve que retrasó la marcha del tren. Stoker se quejó de la enorme cantidad de trabajo que le sobrevendría debido al clima y se entregó al licor hasta ponerse bastante alegre. Pero el maquinista y el conductor estaban alerta. De repente, el tren se detuvo bruscamente entre dos estaciones por haberse estallado un cilindro de la locomotora. Y para empeorar la situación, un expreso llegaría en pocos minutos y por la misma línea. Entonces, el conductor mandó a Stoker a que diese la señal de peligro con el farol rojo; pero él se echó a reír diciendo:

—No hay prisa. Voy a ponerme el gabán.

El conductor replicó severamente:

—No hay ni un instante que perder, porque va a llegar el expreso.

—Muy bien, repuso Stoker sonriendo.

El conductor saltó presuroso a la locomotora, pero Stoker se entretuvo en ponerse el gabán y se echó otro trago para resguardarse del frío antes de tomar con toda calma el farol para dirigirse silbando con aire lento hacia el furgón. No había dado ni siquiera 10 pasos cuando oyó el resoplido del expreso. Quiso entonces precipitarse hacia la curva, pero ya era demasiado tarde. En un minuto de trágica brevedad, la máquina del expreso embistió al tren parado y los escapes de vapor confundieron su estruendo con los gritos de angustia de los pasajeros.