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Victoria Dahl

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Beschreibung

"El hombre equivocado podía ser el hombre perfecto para ella. La pura atracción animal… era algo que desdeñaba la directiva Jane Morgan, siempre tan correcta y recatada. Así pues, ¿por qué se sentía tan atraída por William Chase, que tenía los bíceps llenos de tatuajes y llevaba botas con refuerzo de acero en la puntera? ¡Aquel hombre se ganaba la vida haciendo saltar cosas por los aires! Jane se concedió a sí misma una sola noche, explosiva y llena de fantasía, con Chase. Al día siguiente, volvió a ser la aburrida Jane, que solo se relacionaba con hombres convencionales. Sin embargo, cuando su querido hermano se convirtió en sospechoso de un asesinato, fue Chase quien acudió en su ayuda. Y Jane descubrió que un hombre con experiencia en la vida sabía una o dos cosas sobre cómo averiguar la verdad… Una novela con una temática real e interesante, divertida, con muy buenas escenas hot pero sin llevar el protagonismo y con buenos personajes." Lectura Adictiva

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2010 Victoria Dahl

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Sígueme, n.º 85 - julio 2015

Título original: Lead Me On

Publicada originalmente por HQN™ Books

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-6785-7

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Querido lector

Dedicatoria

Agradecimientos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Si te ha gustado este libro…

Querido lector:

¡Bienvenido de nuevo a las montañas de Colorado!

Para esta historia, tenemos que trasladarnos a Aspen, en Colorado, la ciudad hermana de Tumble Creek. Espero que no os importe, pero Jane Morgan vive y trabaja allí, y ha dedicado toda su vida a dirigir con mano de hierro el Estudio de Arquitectura Jennings. Jane es la imagen de la perfección… pero las apariencias pueden ser engañosas.

Se me ocurrió la idea de este libro mientras estaba observando a la gente. Seguramente, esto no os sorprenderá, pero yo tengo tendencia a inventarme pequeñas historias sobre la gente a la que veo cuando voy de un lado a otro. Algunos parecen fáciles de catalogar, pero otros no… Y esas son las historias con las que me divierto. El adolescente punk que ayuda a su abuelo a recorrer los pasillos del supermercado todos los domingos. La bibliotecaria de aspecto conservador a la que le asoma un tatuaje por el borde del cuello del jersey. O la directiva que hace gala de una calma y una frialdad absolutas en su trabajo pero que, en realidad, oculta un pasado escandaloso…

Por supuesto, no se puede juzgar a nadie por las apariencias, y ninguno somos exactamente lo que parecemos. Sin embargo, algunas personas utilizan su fachada para esconder verdades muy importantes, y la fascinación que siento por las vidas secretas de la gente es lo que me impulsó a escribir la historia de Jane. ¡Espero que os resulte tan interesante como a mí!

¡Feliz lectura!

Victoria Dahl.

Este libro es para la abuela Winnie.

En la vida tengo el apoyo de tanta gente, que me resultaría imposible darles las gracias a todos ellos. Mi familia ha sacrificado mucho tiempo y muchas comidas calientes por este libro, así que puedo decir con toda sinceridad que no lo habría escrito sin su amor.

Gracias, caballeros.

Y gracias a mi agente, Amy, y a mi editora, Tara, por convertir en realidad toda la serie de Tumble Creek. Espero que disfrutarais de vuestra estancia en las montañas.

Siempre he dicho que la comunidad de autores de novela romántica es el grupo más afectuoso del mundo, y es cierto. Jennifer Echols está ahí, a mi disposición, todos los días; me anima cuando lo necesito, y también me echa un rapapolvo cuando lo necesito.

Courtney Milan hizo todo lo posible por ayudarme a avanzar en la dirección correcta con los detalles legales de este libro, y espero que mi aproximación al lenguaje legal haya sido correcta. Y hay personas como Kelly Krysten, que dan ánimos por pura bondad. ¡Gracias!

Mi mayor agradecimiento es para mis lectores. Gracias por recibir la serie de Tumble Creek con tanto entusiasmo. Vuestros mensajes amables y vuestras palabras significan mucho para mí.

Capítulo 1

Jane Morgan se quedó mirando fijamente al hombre que estaba sentado enfrente de ella. Los comensales del restaurante más de moda de Aspen eran un grupo bastante silencioso. No había nada que la distrajera de Greg Nunn.

Lo vio masticar, mover la mandíbula como la movería cualquiera mientras comía. No era descuidado. No se le caían migas por la barbilla, ni se le veía la pasta que tenía en la boca. Su forma de comer era la de un hombre razonable. Entonces, ¿por qué sentía ella náuseas cuando Greg tragó y se limpió los labios con la servilleta?

—¿Está bueno tu filete? —preguntó él—. Parece que está un poco crudo.

—No, está bien —dijo Jane, y se llevó otro pedazo de carne a la boca.

—Te dije que pidieras las gambas.

Jane masticó y se contuvo para no gruñir. De hecho, él había mencionado que las gambas no tenían grasa, como si ella necesitara adelgazar. Aquello era algo nuevo; tal vez él también notara la tensión que había entre ellos. ¿Acaso no estaba masticando con más vigor de lo necesario? Jane bajó la mirada y tragó su pedazo de filete con dificultad.

Llevaban cuatro meses saliendo, aunque habían comenzado a acostarse juntos hacía unas pocas semanas. Aspen no era exactamente una ciudad donde hubiera muchos hombres con los que salir, así que Jane intentaba mantener la cautela en aquel sentido. Y, ahora, se arrepentía de no haber sido aún más cauta.

Antes de que comenzaran las relaciones sexuales, Greg se había comportado como el novio perfecto. Era listo, atento y divertido, y había mantenido un buen equilibrio entre la paciencia y la desesperación durante la larga espera para llevársela a la cama. Sin embargo, cuando lo había conseguido, había empezado a comportarse de un modo más posesivo cada día. Se quedaba a dormir en su casa con demasiada frecuencia. Se empeñaba en que ella acudiera a todas las cenas y cócteles que celebraba su jefe, un hombre que adoraba ser el centro de atención. Y para rematar, había empezado a dar su opinión sobre la comida que ella elegía de la carta.

Era ridículo, por supuesto. Ella quería compartir un futuro con un hombre inteligente, ambicioso y con éxito, y Greg estaba en el buen camino para convertirse en el primer ayudante del fiscal del distrito. Pero ni siquiera su prometedora carrera profesional la distraía del hecho de que él hiciera el amor como un conejo.

Jane frunció el ceño al oír el sonido casi imperceptible que hizo Greg al beber agua. ¿Cómo era posible que un hombre tan inteligente pudiera pensar que a las mujeres les gustaba al estilo rápido, frenético y expeditivo?

Ella había intentado no pensarlo demasiado; no se podía juzgar a un hombre tan solo por la profundidad de sus acometidas. Era guapo, educado y solo un poco vanidoso. Era un enamorado de su trabajo. Sería un buen padre, si alguna vez llegaban tan lejos. Greg Nunn era exactamente el novio que necesitaba. Cualquier otra mujer se habría aferrado a él con las dos manos. Tan solo hacía dos meses que ella misma estaba aferrada a él.

Sin embargo, todas las veces que lo había visto aquella semana, solo podía pensar en su forma de chasquear los dedos, distraídamente, cuando pensaba. O en su costumbre de canturrear mientras conducía. No canturreaba canciones de verdad, sino que canturreaba sin melodía. Y, en aquel preciso instante, solo podía pensar en su forma de masticar.

La idea de que él le pusiera aquella boca encima cuando hubieran terminado de cenar, en su casa… La idea de que pudieran tener relaciones sexuales…

Jane se estremeció y dejó el tenedor en el plato.

—Greg, me temo que esto no funciona —dijo, sin preámbulos.

Él apartó los pimientos de su plato y siguió eligiendo entre las verduras a la plancha.

—¿Umm?

—Voy a romper contigo.

Uno de los pimientos se resbaló del plato y cayó a la mesa.

—¿Qué?

—Lo siento. Sé que no debería ser tan brusca. Es que no creo que esto vaya a ninguna parte.

—Pero… pero… ¡si este fin de semana vamos a ir a Fort Collins para que te conozcan mis padres!

Ella se alisó la falda gris con nerviosismo.

—Sí, ya lo sé. Esto es horrible por mi parte. Tú eres un hombre maravilloso…

—Oh, estupendo.

—… pero no creo que haya mucha química entre nosotros.

—¿Me lo estás diciendo en serio? —preguntó él, con horror.

Jane se ajustó las gafas en la nariz.

—Bueno, hay alguna chispa, por supuesto —dijo—, pero tú no estás enamorado de mí.

—Jane, desde el principio quedamos en que nos lo íbamos a tomar con calma. Yo me estoy concentrando en mi carrera profesional, y tú no querías apresurar el momento de comenzar a mantener relaciones físicas. A mí me parecía bien esperar, pero pensé que los dos nos íbamos a tomar las cosas con calma también en lo emocional.

—Por supuesto que sí, pero…

—Hay química sexual entre nosotros, y congeniamos a la perfección. Tenemos los mismos objetivos en la vida, las mismas aspiraciones. Y yo te respeto. Me da la impresión de que te estás acelerando demasiado en esto.

Sí, era cierto. Sin embargo, veía perfectamente que no tenía ningún futuro con él, porque acababan de empezar a mantener relaciones sexuales y ella no podía soportar la idea de acostarse con él. Pero no podía decirle aquello, porque parecía que, para él, el sexo iba muy bien.

—Lo siento. No eres tú, soy… yo —dijo, torpemente.

Greg se quedó estupefacto.

—No puedo creerlo —dijo. Su tenedor cayó sobre el plato e hizo un sonoro ruido—. Es increíble. ¿Qué les voy a decir a mis padres? ¿Que soy un tipo fantástico, pero que Jane ha decidido romper conmigo justo antes del fin de semana en el que iba a conocer a mi familia?

—Puedes decirles que me he puesto enferma.

—No les voy a ocultar el hecho de que me has dejado, Jane. Tampoco es un golpe tan duro.

Estaba hablando cada vez más alto. Claramente, ella le había herido el orgullo. Greg detestaba perder sus casos y, aparentemente, también detestaba perder a una novia. Jane reconoció su mirada de furia, porque tenía la misma expresión después de un mal día en los juzgados. En realidad, también tuvo aquella mirada en una ocasión en la que ella había cancelado una cita porque tenía que ayudar a su jefe en un proyecto. Tal vez debería haberle prestado menos atención a sus habilidades como amante y más atención a su carácter.

Jane miró nerviosamente a su alrededor. Algunas personas los estaban mirando.

—Lo siento. Estaba intentando ayudar. Tal vez lo mejor sea que me vaya.

—Sí, tal vez sea lo mejor —replicó él—. Y no me llames dentro de un par de semanas, cuando empieces a sentirte sola. Hay una nueva asistente en la oficina que lleva varios días mirándome. Mañana mismo estaré hablando con ella.

Obviamente, quería hacerle daño, pero lo único que sintió Jane fue alivio.

—Lo siento —dijo, mientras tomaba su bolso y se ponía en pie—. He pensado que sería mejor terminar antes de conocer a tus padres. ¿Quieres que pague la mitad de la cuenta?

—¡Por el amor de Dios, lárgate! —exclamó Greg. Tomó la copa y bebió un trago de agua sin mirarla a la cara.

¿Estaba enamorado de ella? No, no lo creía. Estaba más furioso que dolido. Sin embargo, no tenía ninguna importancia. Ella no podía quedarse con un hombre que no la atraía en absoluto.

—Adiós.

Esperó una respuesta, pero no la obtuvo, así que se dio la vuelta y caminó hacia la puerta. Quería echar a correr, pero se dominó. Le pareció oír una maldición a su espalda, algo como «zorra frígida», pero fingió que no se había enterado de nada y continuó su camino. Le habían dicho cosas peores en la vida y, si eso era lo que había dicho Greg en realidad, lo mejor era alejarse de él cuanto antes.

Jane salió a la calle y respiró profundamente. Era libre. La tensión estaba desapareciendo de su cuerpo. Aquello estaba empezando a ser una costumbre.

Se encogió al pensar aquello y comenzó a caminar hacia el trabajo. Cuando solo le quedaba un kilómetro, ya estaba llena de energía.

Después de pasar unas cuantas horas más en la oficina, tendría toda la noche para sí misma. Nada de sexo con Greg. Nada de conversaciones sobre ópera o películas extranjeras, ni sobre leyes constitucionales ni sobre ninguno de aquellos temas. Aquella noche, se iría a casa, tomaría un buen baño y vería alguna película de terror, seguramente.

Vaya. Era libre.

Intentó no sentirse tan eufórica. El domingo siguiente iba a cumplir veintinueve años; era el último año de su década de los veinte. Quería casarse, algún día, y poder tener hijos si así lo decidía. Y, si quería casarse con el hombre adecuado, tenía que dejar de abandonar a sus novios por los motivos más superficiales.

No era necesario tener unas relaciones sexuales fantásticas para tener una buena vida. Tampoco era necesario tener al lado a un hombre musculoso, con pantalones vaqueros y botas. Un hombre que le enredara la mano encallecida en el pelo y le dijera exactamente lo que iba a…

—Vulgar —se dijo Jane, cabeceando, y se apartó de la mente aquellos pensamientos. Ya no era aquella chica, y nunca volvería a serlo. Aquella chica había sido una pesadilla de baja autoestima y bajas expectativas.

Jane Morgan era una mujer respetable e iba a casarse con un hombre respetable. Todavía le quedaban unos cuantos años para encontrarlo, por supuesto, pero iba a tener que superar el aburrimiento que le producían los hombres tan respetables y adecuados, y rápidamente, además.

Pese a aquel sermón que se estaba echando a sí misma, Jane recorrió el trayecto hasta su oficina sonriendo sin parar. Sin embargo, cuando entró por la puerta, puso su cara seria y volvió al trabajo. Media hora después, su mundo había recuperado la normalidad. Un trabajo lleno de calma, en una oficina llena de calma… hasta que sonó su teléfono móvil y ella vio quién llamaba. Mamá.

—Oh, no —gruñó, y respiró profundamente antes de responder.

—Cariño —dijo su madre inmediatamente—. Por favor, dime que has tenido noticias de tu hermano.

Jane se alarmó al instante.

—¿De Jessie? ¿Por qué? ¿Ocurre algo?

—No vino a casa anoche.

A Jane se le paró el corazón, pero no de pánico, sino de incredulidad.

—¿Y por eso me llamas?

—Se marchó ayer, a las seis, y no ha vuelto a casa ni ha llamado, ¡y yo no sé qué hacer!

—Mamá… no seas boba.

—Es que… Oh, cariño, estoy segura de que tu hermano se ha metido en algún lío.

—Eso es probable, pero no sé qué tiene que ver eso conmigo. Jessie tiene veintiún años, mamá. Es un adulto, como yo.

—Bueno —dijo su madre, suspirando—, él no tuvo nunca todas las ventajas que has tenido tú. No es tan listo como tú.

Jane volvió a respirar profundamente y miró hacia la puerta del señor Jennings.

—Te he dicho que no me llames al trabajo si no es por una urgencia, mamá. Esto no es mi tiempo personal.

—¡Se trata de algo urgente!

—No, no es verdad. A un hombre adulto no se le considera desaparecido hasta después de dieciocho horas. Y menos a un adulto a quien le gusta beber y trabar amistad con todos los borrachos de los bares.

—¡No digas esas cosas de tu hermano!

—Mamá, lo siento, pero tengo que colgar. ¿Algo más?

—Bueno, no, no creo… ¡Espera! ¿Vas a venir por tu cumpleaños?

Jane se estremeció. Antes de romper con Greg, tenía la excusa perfecta para perderse la celebración de su cumpleaños con su familia. Pero, ahora… Jane deseaba que su madre se hubiera olvidado del cumpleaños de su única hija, pero no tuvo esa suerte. Su madre había sido una mala progenitora, pero no por falta de bondad ni de generosidad. De hecho, más bien por todo lo contrario. Sin embargo, Jane no necesitaba una amiga mientras crecía, sino una madre.

—Lo siento, mamá. Estoy ocupada.

—Ah. ¿Vas a hacer algo con ese nuevo novio?

—Eh… Bueno, sí.

—Podías traerlo a casa, ¿sabes?

Jane intentó imaginarse a Greg en casa de su madre, pero la idea desafiaba a todas las leyes de la Naturaleza. Él nunca hubiera pasado más allá del coche medio quemado que había en el patio delantero.

—Tu padre ha quitado por fin el Corvair —añadió su madre, esperanzadamente.

Bien, entonces, ya no había coche calcinado en el patio, así que solo quedaba… todo lo demás. Su familia, la tienda, la casa y todos los otros coches esparcidos por la parcela. Perfecto. Tal vez su madre hubiera añadido el gallinero que siempre quiso…

—No, gracias, mamá. Pero te llamaré.

—Oh. Bueno, de acuerdo. Está bien.

Jane ignoró su tono evidente de desilusión y colgó. ¿Qué decía de ella el hecho de que prefiriera pasar su cumpleaños a solas que pasarlo con su familia? ¿Qué tipo de persona era?

Tuvo un sentimiento de culpabilidad muy familiar.

De adulta, Jane entendía mejor los errores que había cometido su madre, que había tomado todas sus decisiones sin malicia, solo por inmadurez y desesperación. La vida que le había dado a ella, la pobreza, las visitas a la cárcel y las constantes mudanzas, era la única vida que su madre había conocido. Y, de no haber sido por la intervención temprana de su padrastro, Jane habría vivido de la misma forma.

Así pues, ya no estaba enfadada con su madre, tan solo… incómoda.

Su familia, su madre, su padrastro y su hermano, sabían quién era ella. Sabían qué clase de chica había sido, y sabían que su transformación en una mujer conservadora era falsa.

El problema no era su familia, exactamente, sino que ella era un fraude, y no le gustaba que se lo recordaran.

Lo mejor era mantener separadas las dos mitades de su vida. De ese modo, nadie se haría daño. Especialmente, ella.

William Chase subió el volumen de la música al máximo mientras bajaba de la montaña. Llevaba las ventanillas abiertas, y el aire frío llevaba un poco de polvo de la carretera. A Chase no le importó. Después de una explosión como aquella, no había nada que pudiera estropearle el buen humor.

Setecientos kilos de dinamita que habían mordido el granito como si fuera papel maché. Dios Santo. Sin duda, tenía el mejor trabajo del mundo.

Dio unas palmadas en el volante, y sonrió. Los días de voladura eran sus favoritos. Sin embargo, no eran tareas aisladas: había que planear minuciosamente la ejecución y hacer un montón de papeleo. Y, demonios, la mayoría de las excavaciones no necesitaban ni un solo cartucho de dinamita, sino solo una retroexcavadora y un bulldozer.

No obstante, para la construcción de un hotel nuevo en Aspen, había que hacer en algún sitio los cimientos, y ese lugar estaba exactamente en las rocas.

Aunque había montado su empresa Extreme Excavations hacía tan solo seis años, ya se había labrado una buena reputación y casi todos acudían a él para los trabajos más difíciles. No solo para cosas grandes, sino para cosas complicadas. Era capaz de volar una pared de roca de quince metros de altura y dejar en pie el establo de cien años que había un metro más allá sin una sola grieta.

Era bueno, y lo sabía; eso hacía que su trabajo fuera aún mejor.

Con una gran sonrisa, entró en Main Street y pasó por delante de su cafetería preferida sin mirarla. Aquel día no necesitaba cafeína. Estaba entusiasmado con la vida, y con las explosiones.

Cuando entró en el aparcamiento de Jennings Architecture, no salió del coche inmediatamente. Apoyó la cabeza en el respaldo y esperó a que terminara su canción favorita. Cuando la música se desvaneció, comenzó a oír el goteo de los cientos de tejados de la calle. El invierno había terminado, y comenzaban meses de mucho trabajo para él.

Conseguir un trabajo con Quinn Jennings era un buen golpe. Quinn era uno de los arquitectos más conocidos y requeridos de la ciudad, y aunque normalmente él trabajaba en proyectos comerciales, había aceptado con entusiasmo la oportunidad de participar en la construcción de un complejo residencial con Quinn.

Chase apagó el motor y se dirigió hacia el pequeño edificio del estudio. En cuanto atravesó el vestíbulo, tuvo que detenerse ante un enorme escritorio. En él estaba sentada una mujer de grandes ojos marrones, con gafas, que lo observaba con una actitud fría y crítica.

—Buenas tardes —dijo.

Le miró el pecho y, después, volvió a alzar la vista. Chase sintió una punzada de interés, pero su mirada de desaprobación hizo que se cuestionara por qué tenía ganas de sonreír.

—Hola, soy Chase —dijo, decidiéndose por la sonrisa.

Ella no respondió, sino que enarcó una ceja. Tenía los dedos posados en el teclado, como si solo estuviera esperando a que él se moviera para poder volver a trabajar.

—Vengo en nombre de Extreme Excavations —le explicó.

—Umm. Un placer conocerlo, señor Chase.

—No, solo Chase —dijo él, y ella volvió a enarcar la ceja. Chase carraspeó e intentó no retorcerse—. Quinn Jennings me ha pedido que pasara por aquí para recoger unos planos. Le dije que vendría hoy.

—El señor Jennings está hablando por teléfono en este momento. Siéntese, por favor. Tardará solo unos minutos.

—Gracias.

—Yo soy Jane. En el futuro, lo mejor será que hable conmigo sobre los materiales de los proyectos. El señor Jennings suele olvidarse de supervisar esos detalles cuando está trabajando.

—Eh… De acuerdo. Encantado de conocerte, Jane.

—¿Le apetece tomar algo? ¿Café, o agua?

—No, gracias. Voy a… voy a sentarme.

Entonces, Chase asintió y se dirigió hacia las sillas que había a su derecha. Se sintió aliviado por el hecho de que aquella mujer no fuera su secretaria. Siempre tendría terror a llegar tarde a trabajar.

Claro que… era muy guapa.

Chase frunció el ceño. De repente, se quedó asombrado por el interés que sentía. Alzó la vista y la miró; estaba tecleando sin parar. Las elegantes gafas que llevaba se le deslizaron nariz abajo, y ella se las ajustó de nuevo.

¿Era guapa?

Bueno, aparte de que pareciera que estaba hecha de hielo, tenía unos labios carnosos con aspecto de ser muy suaves. Y sus ojos castaños eran increíbles, a pesar de su expresión reservada. El resto era difícil de descifrar; su traje negro de chaqueta no revelaba nada sobre su figura, y se había recogido el pelo castaño y brillante en un moño. Llevaba unos pendientes de perlas como único adorno.

En todos los sentidos, parecía una mujer profesional y conservadora que jamás perdía la compostura.

Ella lo miró sin dejar de teclear, y él se fijó en el nombre que había sobre su escritorio: Jane Morgan.

Aquel exterior tan rígido tenía algo que le produjo un picor en las yemas de los dedos.

Se atrevió a mirarla otra vez y, casualmente, Jane se estaba lamiendo los labios. Tenía la punta de la lengua muy rosa en contraste con la boca. Si llevaba carmín, era un color muy aburrido y discreto, pero aquella pequeña visión de su lengua no tuvo nada de aburrida.

Chase se movió en el asiento, y el movimiento volvió a llamar la atención de Jane Morgan. En aquella ocasión, fue ella quien apartó la mirada. Se le ruborizaron las mejillas, y a él se le aceleró el pulso. Seguramente, ni siquiera se habría percatado del cambio de color de las mejillas de otra mujer, pero, en ella, parecía una respuesta significativa. Se había fijado en él, y Chase entrecerró los ojos y deslizó la mirada por su cuello elegante.

Su piel parecía muy suave y, sin poder evitarlo, Chase se preguntó cómo reaccionaría si la mordisqueara. Pero ¿por qué demonios estaba pensando en mordisquear a una completa extraña?

Frunció el ceño y, al instante, se dio cuenta de cuál era el motivo: la explosión. Una buena voladura siempre le proporcionaba una descarga de adrenalina y le producía excitación. Seguramente, a Jane, la remilgada, aquello no le parecería nada bien.

Sonó su teléfono móvil, y se levantó para atender la llamada.

Ella se quedó sorprendida al oír que Chase murmuraba «Disculpe» y salía por la puerta. Sorprendida, ¿porque él era educado? ¿Acaso por el tatuaje? Chase estaba sonriendo al responder al teléfono, pero se puso serio al instante, porque su agente de seguros le dijo iban a subirle la cuota del seguro.

Chase se paseó de un lado a otro delante de la puerta del edificio, mientras peleaba por mantener el precio. Sin embargo, sus argumentos no sirvieron de nada. El agente le juró que era una subida general, que nada tenía que ver con el historial de Extreme Excavations.

—Nosotros no hemos tenido ni un puñetero accidente —repitió, una última vez, y miró a través del cristal para asegurarse de que la secretaria no lo había oído y se estaba tapando los oídos.

Ella lo estaba observando, pero no tenía cara de enfado. Jane estaba observando su pecho.

Chase se quedó inmóvil y la miró mientras su agente seguía hablando. Cuando ella alzó la vista y se topó con sus ojos, pestañeó rápidamente y volvió a fijarse en la pantalla del ordenador.

Vaya, vaya.

Él le dio la espalda y terminó la conversación con su agente; después, miró rápidamente hacia atrás, para intentar sorprenderla de nuevo. No hubo suerte. Ella estaba concentrada en su trabajo.

Chase se metió el bolsillo en el teléfono y, al hacerlo, se dio cuenta de que tenía una mancha de polvo gris en la pechera de la camiseta azul marino. Tal vez aquel fuera el motivo por el que ella se había quedado mirándolo. «Mierda», murmuró, con una extraña desilusión por el hecho de que Jane no se hubiera dejado atrapar en la fantasía de echar una cana al aire con un proletario.

Se encogió de hombros y volvió a la oficina, justo cuando Quinn Jennings salía de su despacho.

—Hola, Chase —dijo el arquitecto, tendiéndole la mano.

Chase se la estrechó, y tomó la carpeta que le entregaba Quinn.

—Gracias.

—Siento que se me olvidara dejársela a Jane. La próxima vez será mejor que la llames a ella.

—Sí, eso es lo que me ha dicho —explicó Chase, y la miró, pero Jane estaba ignorando la conversación.

—Bueno, parece que, después de todo, me defiendo un poco —dijo Quinn, riéndose—. Quédatelo todo el tiempo que necesites.

—No tardaré más que unos días.

Una mano apareció en su campo de visión y le arrebató la carpeta de entre los dedos.

—Discúlpeme —dijo Jane—. Necesito hacer una copia de esto antes de que salga del estudio.

—Um… Ah, entendido —respondió Chase, mirándole la nuca. Ella ya estaba delante de la fotocopiadora.

Quinn se despidió y se marchó a una obra, y Chase se quedó a solas con Jane. Le miró el trasero, pero su falda gris, larga y recta no dejaba entrever mucho de sus formas. Era alta y curvilínea, o un poco rellenita, pero él era un hombre, y no le asustaba que una mujer tuviera dónde agarrar.

—Aquí tiene, señor Chase.

Él pestañeó y tomó la carpeta.

—Solo Chase —repitió, aunque estaba empezando a sospechar que ella ya lo había entendido, pero que no aprobaba aquella muestra de familiaridad.

—Que tenga buen día —dijo Jane.

Chase no quería que lo despidiera todavía, así que abrió la carpeta y hojeó el contenido.

—Tu jefe es muy bueno en su trabajo.

—Sí.

Observó un par de planos de la casa de la montaña y volvió a mirar a Jane. Ella no se dio cuenta. De nuevo, estaba mirándolo fijamente. En aquella ocasión, era su brazo lo que había captado toda su atención. O su bíceps, o la tinta que se extendía por él. Por algún motivo, él sospechó que se trataba de las bandas negras de su tatuaje.

Se le aceleró el corazón. Tal vez la remilgada y profesional Jane quisiera darse un paseo por el lado salvaje de la vida. Afortunadamente, él estaba de humor para satisfacer su curiosidad.

—¿Jane? —dijo, suavemente, y ella se sobresaltó tanto que dio un respingo.

Se ruborizó, y volvió a mirar su ordenador.

—¿Puedo ayudarle en algo más? —preguntó. Pese a que tenía las mejillas sonrojadas, su voz sonó glacial.

—Sí, en realidad, sí —respondió él. Cerró la carpeta y se acercó a su escritorio—. ¿Sales a cenar conmigo esta noche?

Aunque Jane se quedó helada, no alzó la vista.

—¿Que si salgo a cenar?

Ah, claro. Aquella mujer requería una invitación más formal. Bien, bien. Estaba dispuesto a seguirle la corriente.

—Jane Morgan, ¿me harías el honor de salir conmigo a cenar esta noche?

Demonios, incluso le hizo una pequeña reverencia.

Jane permaneció inmóvil, con los dedos detenidos sobre el teclado.

—¿Cómo?

—¿Te gustaría salir a cenar?

Por fin, ella posó las manos en el teclado.

—No, gracias.

Chase no se quedó exactamente sorprendido. Sin embargo, sí sintió cierta decepción.

—¿Estás segura?

—Gracias, pero sí, estoy segura —dijo ella, y se humedeció los labios.

Demonios, aquellos labios eran totalmente atractivos en aquel momento, rosados, carnosos y brillantes. Chase ladeó la cabeza. Sí, su boca era muy sexi.

—Bueno, si estás tan segura —dijo él, resistiéndose.

—Sí, estoy segura —dijo Jane.

Entonces, respiró profundamente, se cuadró de hombros y comenzó a teclear.

—Está bien —murmuró él—. Entonces, que tengas un buen día.

Y Chase no pudo hacer otra cosa que marcharse.

Cuando se cerró la puerta de la oficina, Jane siguió tecleando palabras sin sentido. Esperó, contó hasta veinte, dejó de escribir y miró a través del cristal de la puerta. La camioneta de aquel hombre estaba saliendo del aparcamiento. Se había quedado sola.

Exhaló un gran suspiro y se desmoronó en la silla.

—Oh, fatal.

¿Qué era lo que acababa de ocurrir?

Aparte de la escenita de Greg en el restaurante, y de la conversación telefónica con su madre, el día había sido normal para Jane: después de la hora de comer, un montón de llamadas de los contratistas que volvían a las obras. El rumor tranquilo de una oficina bien llevada durante unas cuantas horas más. Aquel desastroso momento con Greg no la había desconcentrado en absoluto del trabajo.

Y, entonces, había aparecido él.

Al verlo en el vano de la puerta, se había quedado asombrada. No era muy musculoso, pero era alto; medía más o menos un metro noventa centímetros, y tenía una constitución que ocupaba más espacio del que debería en aquella habitación. Tenía el pelo castaño muy corto, pero era tan espeso que parecía suave al tacto.

Jane se estremeció al pensarlo.

Tres horas de libertad, y ya estaba pensando en un hombre que no era adecuado para ella. No debería haber roto con Greg. Greg tenía estudios académicos, era ambicioso y educado. No era grande ni llevaba tatuajes. No tenía una camioneta abollada y polvorienta. No tenía un trabajo sin futuro y mal pagado, ni llevaba botas con la puntera de acero, ni una camiseta que se le pegara a los músculos cuando se movía.

Jane sintió un cosquilleo en la piel, y murmuró «Oh, fatal» otra vez. Aquel Chase era exactamente el tipo de hombre que no quería tener en su vida. El tipo de hombre que le causaba un cosquilleo en la piel. No, no era el tipo de hombre que necesitaba, pero sí el tipo de hombre que deseaba. Primario y grande.

—No voy a ser mi madre —dijo, ante la pantalla del monitor—. No voy a ser mi madre. Jódete —soltó. Entonces, miró a su alrededor con un gran sentimiento de culpabilidad. Ella nunca decía palabrotas.

Y no salía con hombres que tuvieran los bíceps tatuados.

Jane giró los hombros y estiró el cuello.

—No voy a ser mi madre —repitió—. Y no voy a volver a ser aquella chica.

Entonces, borró el galimatías que había escrito en su hoja de Excel y se concentró de nuevo en el trabajo.

Capítulo 2

Jane estaba agotada cuando salió de su coche a la mañana siguiente. Aquella noche no estaba demasiado alterada y distraída como para cumplir su plan, así que, en vez de ir a casa a ver una película, había llamado a su entrenador personal y se había pasado una hora haciendo ejercicio en serio en su gimnasio privado. Después, se había comido una pizza entera, se había quedado viendo la televisión hasta medianoche y no había oído el despertador a la hora de levantarse.

Abrió la puerta de la oficina y entró corriendo para sentarse en su escritorio. Quince minutos tarde. Estaba cayendo en picado.

Una noche sola, y Jane Morgan se estaba hundiendo. Su fachada se desmoronaba como las montañas de nieve que se derretían en el aparcamiento.

No importaba que se esforzara en vestirse de un modo muy profesional, ni que su actitud fuera más puntillosa que la de una bibliotecaria. No importaba que se negara a mostrar ni la más mínima muestra de simpatía a los contratistas, ni a los promotores, ni a los ingenieros, ni que se asegurara de salir solo con hombres apropiados… No había cambiado en absoluto.

Seguía sintiéndose atraída por el mismo tipo de hombre con el que siempre había salido durante el instituto: tatuado, bruto y listo para darse un revolcón.

—Mierda —gruñó.

Había tenido un sueño muy abrasador con Chase la noche anterior. Y había sentido muchas más cosas con aquel sueño que las que nunca le hubiera hecho sentir Greg.

Aunque, en realidad, Chase no era exactamente el tipo de hombre con el que ella se había relacionado en el pasado. Y no era exactamente el tipo de hombre que a su madre le había gustado durante años.

Aunque él llevaba unos pantalones vaqueros desgastados y con manchas antiguas de tierra, olía a detergente. Llevaba el pelo bien cortado. Las curvas de su tatuaje oscuro iban enroscándose desde su nuca hasta desaparecer por la línea del cabello. Y, lo más importante de todo: no podía ser un antiguo presidiario. Extreme Excavations estaba especializada en voladuras, y las autoridades no concedían permisos para utilizar explosivos a las empresas que tenían contratados a criminales.

Así pues, no, Chase no era exactamente como los tipos de su pasado.

Jane frunció el ceño y miró su reflejo en la pantalla del ordenador.

—Muy bonito, Jane Morgan. Qué alto pones el listón: ropa interior limpia y nada de antecedentes penales —murmuró, y los hombros se le hundieron de repente—. Soy un engaño.

Tal vez estuviera engañando a los demás, pero se le daba muy bien mantener aquella ilusión. Al oír un coche cerrarse en el aparcamiento, Jane se puso muy recta y tecleó para sacar al ordenador del modo suspendido. Enseguida, se puso a trabajar en el informe que estaba preparando.

Se abrió la puerta y ella alzó la vista, esperando encontrarse al señor Jennings, que llegaba al estudio. A quien no esperaba era al hombre con el que había soñado la noche anterior.

Sin embargo, en aquel momento era Jane, aquella fachada impenetrable, así que se limitó a arquear una ceja.

—Buenos días, señor Chase.

—Buenos días, señorita Jane —dijo él.

Jane estuvo a punto de echarse a reír, y aquello habría sido un desastre. Si él supiera que le parecía encantador, tal vez le pidiera una cita nuevamente. Así pues, Jane no se permitió ni la más leve sonrisa.

—¿En qué puedo ayudarlo?

Él le entregó la carpeta que llevaba bajo el brazo.

—¿Lo ves? Sana y salva. Soy la responsabilidad en persona.

—Umm —murmuró ella, intentando disimular cuánto la desconcentraba. A él se le había subido un poco la manga, y se le veía una parte más del tatuaje tribal que tenía en el brazo—. Gracias.

—Bueno… —dijo él.

Ella apartó los ojos de su brazo.

—¿Lo has pensado un poco mejor?

—¿El qué?

—Lo de salir a cenar conmigo.

—No —dijo ella. Respondió como si fuera la pura verdad. Y, en realidad, sí lo era, porque no había pensado en cenar ni una sola vez.

—Vamos —dijo él, con una enorme sonrisa. Tenía los ojos muy azules y, en aquel momento, muy brillantes también—. Solo a cenar.

—No, gracias.

—¿Por qué no?

—Porque no eres mi tipo —dijo ella, mintiendo con descaro.

—¿Estás segura? —preguntó él, y se miró el brazo. A Jane se le aceleró el pulso.

Oh, Dios Santo. Claramente, Chase se había dado cuenta de que le había mirado el tatuaje.

Sin embargo, él podía pensar que era una mirada de desagrado, se dijo Jane. Que no significaba nada de nada.

Su pulso no la escuchó, sino que se aceleró aún más. Chase sonrió y posó una mano en el escritorio para inclinarse hacia ella. Clavó los ojos en su boca, y ella se dio cuenta de que estaba respirando muy rápidamente.

La noche anterior, mientras daba puñetazos al saco de boxeo, se había imaginado que su entrenador era Chase. Se había imaginado que era él quien la agarraba, que deslizaba las manos por su piel húmeda, que la besaba con un gruñido…

Oh, Dios, aquel engaño se estaba desvaneciendo sin que pudiera evitarlo. ¿Y si dejaba que Chase…?

Sonó su teléfono móvil, y ella pudo escapar de su mirada hipnótica. Jane miró el móvil y se sintió como si le hubiera caído un jarro de agua fría. Era su madre.

—Sí —dijo, para responder a Chase, mientras observaba el teléfono—. Estoy segura.

—¿Que estás segura de qué?

—Estoy segura de que no es usted mi tipo, señor Chase, pero muchas gracias por la invitación.

Aunque se le borró la sonrisa de los labios, Chase no dio ni la más mínima muestra de estar enfadado. De hecho, sacó una tarjeta de visita del bolsillo trasero del pantalón y se la dio.

—Bueno, está bien. Llámame si cambias de opinión. Ahí está mi número.

—Gracias —dijo ella.

Tenía intención de tirarla a la basura, pero, en cuanto Chase se dio la vuelta y se marchó, se metió la tarjeta al bolso. Después, apagó el teléfono móvil y lo guardó también.

Estaba trabajando, y el mundo de los tipos duros, de los coches quemados y de las malas madres podía irse al infierno.

—Me alegro mucho de que hayas decidido quedarte conmigo —dijo Lori Love—. Dios sabe cuánto voy a tener que estar aquí sentada.

Se metió un rizo castaño detrás de la oreja y apoyó los codos en la barra.

Jane sonrió. El señor Jennings y Jane tenían una relación formal, y parecía que ella había ganado una amiga. Sin embargo, ellas dos no solían salir juntas por el centro de la ciudad, principalmente porque ella casi nunca iba a la ciudad. Miró a su alrededor. Estaban en el bar de un hotel.

—No sé por qué has accedido a verte con el señor Jennings aquí.

—Oh, soy más lista de lo que piensas. Quinn está en una cena de trabajo en The Painted Horse. Yo no quise ir, pero ya había aceptado la invitación para ir a la fiesta del Ayuntamiento a las ocho. Así que hemos quedado después de la cena. Así no tengo que soportar el aburrimiento de la reunión, pero disfruto de las copas gratis que hay después.

—Enhorabuena —dijo Jane, haciéndole un brindis con el vaso vacío de su vermut.

—¿Y tú? ¿Por qué no vienes a la fiesta?

—No estoy invitada —dijo Jane, y se sorprendió al ver que el camarero le ponía otra copa delante. Debía de haber visto que movía el vaso y había malinterpretado la señal—. Eh… gracias.

—Por favor, ven con nosotros —le dijo Lori—. Es abajo, en el salón de actos. Así me haces compañía mientras Quinn habla de trabajo.

Jane lo pensó un momento. Una fiesta. Copas. Hombres apropiados, profesionales con una buena educación. La fiesta sería el lugar perfecto para conocer al tipo de hombre que necesitaba conocer, pero la idea de hacer aquello aquella noche, de ser profesional, conservadora y reservada… Jane miró su segunda copa y se la encontró vacía.

—Lo siento, pero no —dijo—. Nada de trabajo esta noche.

—Vaya. Oye, ¿te has leído ya el libro de este mes?

Jane había convencido a Lori para que se uniera al grupo de lectura que había en la librería del barrio.

—Sí. Me ha parecido un texto muy meditado, muy minucioso.

—Aj. A mí me ha parecido deprimente —respondió Lori—. No he conseguido pasar del sexto capítulo, cuando ella vuelve con su marido, aunque tenga tendencias suicidas. Lo dejé y me puse a leer uno de mis libros picantes. De todos modos, la reunión del grupo de lectura es justo antes de mi viaje, y voy a estar muy ocupada.

Jane sintió una punzada de envidia. Lori también se estaba construyendo una vida, un futuro, pero no tenía nada que ver con el hecho de tratar de ser respetable. Lori estaba extendiendo las alas, leyendo novelas eróticas y terminando la universidad. Además, se marchaba a recorrer Europa. Lori había sido una buena chica durante toda su vida. Había sido responsable y respetable. Jane no tenía aquel pasado en el que apoyarse, así que fingía que le gustaban los libros deprimentes que le recomendaban las mujeres cultas.

Otro pequeño acto fraudulento que aumentaba su insatisfacción.

Lori le dio un codazo.

—Todavía tengo esa caja de libros interesantes que tiene tu nombre escrito en la tapa.

Jane sopesó aquella oferta. Había rehusado hacía unas cuantas semanas, pero, tal vez, los libros eróticos fueran un buen desahogo en aquellos momentos. La noche anterior, se había sorprendido devorando con la mirada a su entrenador, y eso que Tom era gay al cien por cien. Pero, gay o no, sus hombros le recordaban a los de Chase.

—¿Puede ser? —preguntó Lori, con una sonrisa de picardía. Entonces, su mirada se desvió, y su sonrisa se hizo resplandeciente—. Hola, Quinn.

Quinn Jennings se sentó en un taburete, junto a su novia.

—Hola, Lori Love —dijo él, con una voz parecida a un ronroneo.

Jane estuvo a punto de enrojecer al oírlo. Aquella era la prueba fehaciente de que un hombre bueno e inteligente podía echar chispas con la mujer adecuada. Ella no tenía por qué conformarse con lo seguro y aburrido. Podía encontrar a alguien que le diera seguridad y, al mismo tiempo, emoción. Claro que Quinn Jennings nunca le había llamado la atención. Él no era su tipo, al igual que Greg, que el dentista con el que había salido antes de Greg y que el veterinario con el que había salido antes del dentista.

—Hola, Jane —dijo Quinn—. ¿Vas a venir con nosotros?

Lori lo tomó de la mano.

—No, se va a quedar aquí y se va a emborrachar hasta que se tambalee.

La pareja se echó a reír al pensarlo; seguramente, no se les pasaba por la cabeza que ella pudiera tener un comportamiento indigno. Qué poco la conocían.

Quinn murmuró algo sobre el contribuir a la causa y puso un billete de diez dólares sobre la barra.

—Otro para ella —dijo.

—Oh, no, señor Jennings. No quiero…

Pero él ya estaba tirando de Lori hacia la puerta.

—Nos vemos el lunes, Jane. No te metas en líos.

Llegó la copa y ¿cómo no iba a bebérsela? Quince minutos más tarde, tenía en la mano la tarjeta de Chase. Era una tarjeta de trabajo, así que, tal vez, él no fuera solo un peón caminero. Tal vez fuera supervisor, o algo parecido… En la tarjeta ponía W. Chase. Su nombre de pila debía de ser algo horrible, como Worthington o Wessex.

Él le había dicho «solo Chase» en varias ocasiones, como si le causara incomodidad que le llamara señor Chase. Y tenía razón, por supuesto. Aquello no iba con él.

Jane alzó la vista y se topó accidentalmente con la mirada de un hombre que estaba sentado dos taburetes más allá. Al ver que él sonreía y se levantaba de su asiento, ella tuvo que contener un gruñido. No estaba de humor para conversaciones. Con él, por lo menos, no.

—Hola, qué tal —dijo él—. Me llamo Dan.

—Hola, Dan —dijo Jane, sin decirle cómo se llamaba. Era un tipo agradable, y llevaba traje y cortaba, pero no era su tipo. Ninguno de aquellos tipos lo era. No había esperanza para ella.

—¿Vives aquí, en Aspen?

—Umm, umm.

—Yo he venido por trabajo. Es una ciudad preciosa.

—Sí, es muy bonito.

Y ¿por qué se molestaba él en iniciar una charla? Ella se había puesto su traje de color marfil, las gafas y un moño. Se había arreglado para resultar tensa e inaccesible. Tal vez lo único que parecía era solitaria y desesperada. Una mujer fácil.

Dan apoyó el codo en la barra.

—¿Me permites que te invite a una copa?

—No, gracias. He quedado con una persona.

Aquello lo ahuyentó, por fin. Mientras se alejaba, Jane observó su espalda y pensó que era muy… bajito. ¿Acaso era mucho pedir un hombre alto?

Miró de nuevo la tarjeta. Chase. Él era muy alto. Y la excitaba. Y, por el motivo que fuera, le había pedido una cita. Claramente, no era para casarse con él, pero ¿eso le impedía utilizarlo para pasar un buen rato?

El señor Jennings había salido con muchas mujeres que no le convenían antes de conocer a Lori, y no se había tomado en serio ninguna de aquellas relaciones. ¿Por qué no podía ella hacer lo mismo?

Era casi su cumpleaños. Sin embargo, no sería muy inteligente acostarse con alguien que pertenecía a su mundo profesional. No sería nada inteligente, pero sería un buen regalo de cumpleaños.

¿No se merecía una noche de sexo ardiente con un hombre de verdad? Solo sería una pequeña desviación de su camino hacia un futuro respetable y, además, nadie conocía su pasado. Nadie podría decir de ella que era tan vulgar como antes.

Sacó el teléfono y se dispuso a marcar el primer número, pero no lo hizo. Dejó el móvil en la barra y respiró profundamente. En aquel momento, alguien la llamó.

—Oh, caramba —murmuró. Salvada por los pelos. Aunque en la pantalla volvía a aparecer Mamá, y eso no podía ser bueno.

—¿Sí? —respondió.

—Oh, Jane, ¡gracias a Dios! ¡Tengo malas noticias!

—¿Qué ocurre? —preguntó Jane, con el corazón encogido.

—¡Es Jessie! No ha vuelto a casa, y llevo todo el día intentando llamarte. Pero ahora ya sé lo que ha pasado. ¡Tu hermano está en la cárcel!

—Oh —musitó Jane—. ¿Por qué?

—No lo sé. Solo he oído rumores. Él no ha llamado a casa. ¡No sé lo que ha pasado!

—Cálmate. No ha llamado a casa porque sabe que papá lo va a matar —dijo Jane, y bajó la voz mientras miraba a su alrededor—. Seguramente, lo han detenido por posesión de drogas. Ya sabes que a veces se coloca, mamá.

—¿No puedes pedirle a tu novio que averigüe dónde está? Alguien ha dicho que podía estar en Pitkin County.

—No, mamá. Es viernes por la noche, y ahora no se puede hacer nada.

—Pero… si no hacemos nada, tu hermano se va a pasar allí todo el fin de semana…

—Mamá, cálmate. Si no te ha llamado es porque está bien. Si mañana no se ha puesto en contacto contigo, haré todo lo que pueda, ¿de acuerdo?

Aunque no tenía ni la más mínima intención de llamar a Greg.

—Pero… —su madre se quedó callada.

A Jane se le formó un nudo de preocupación en el estómago.

—Mamá, ¿está ahí papá? —preguntó.

Su padrastro, Mac, era un hombre sólido como una roca. Su madre estaría bien si él estaba en casa.

—Sí, está aquí.

—Muy bien. ¿Y qué ha dicho él?

Hubo una pausa muy larga. Su madre bajó la voz hasta un susurro.

—Dijo que deberíamos dejar que Jessie se calmara hasta que… reuniera valor para llamar a casa y pedir ayuda.

Claramente, Mac debía de haber usado un lenguaje mucho peor que aquel, pero Jane se limitó a asentir.

—De acuerdo. Va a estar bien, mamá. Tiene veintiún años, y si ya ha empezado a meterse en líos, le vendrá muy bien pasar unos días en la cárcel.

—No… no me parece bien —dijo su madre, entre lágrimas.

—No, no está bien —murmuró Jane. Después, se despidió y colgó.

No estaba bien que, por mucho que lo hubiera intentado, ella no consiguiera liberarse de aquella vida. La vida de los juzgados, las fianzas y las visitas a la cárcel. No importaba lo buena que fuera en su trabajo, ni lo mucho que trabajara. Solo hacía falta una llamada de teléfono y Jane Morgan volvía al camping de caravanas.

Tomó la tarjeta de visita de Chase y la miró por última vez.

Era cierto, estaba cayendo en picado. Así pues, ¿por qué no disfrutar del vuelo?

Capítulo 3

Ah, Dios. Chase bajó el espejo de visera de la camioneta con un arrebato de pánico. Se le había olvidado afeitarse.

—Mierda —murmuró, al mirarse, pasándose la mano por la mandíbula áspera.

Volvió a subir la visera y soltó otra palabrota. No tenía tiempo. Jane Morgan lo había llamado y le había pedido que quedara con él. Había corrido el riesgo de darse una ducha rápida, pero, al salir, esperaba encontrarse con un mensaje cancelando la cita. En aquel momento estaba a pocos metros del bar, y no iba a darse la vuelta.

No estaba seguro de lo que ocurría, pero quería averiguarlo. Chase cerró la puerta de la camioneta y se dirigió al bar.

Tardó unos segundos en ver a Jane. Era como si estuviera… camuflada en el ambiente del bar. Aunque era viernes por la noche, tenía el pelo recogido en un moño tirante. Llevaba un traje blanco y caro. Se quitó las gafas y se frotó los ojos. Se estaba quedando dormida, y él estaba a punto de perder su oportunidad en aquella cita.