Sobre la libertad - John Stuart Mill - E-Book

Sobre la libertad E-Book

John Stuart Mill

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Beschreibung

Sobre la libertad es uno de los textos esenciales de la filosofía política contemporánea y uno de los más influyentes de Mill, el que mayor número de debates ha suscitado y en el que se defiende la libertad plena de pensamiento, expresión y acción del individuo con respecto al Estado.

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Akal / Básica de Bolsillo / 285

Serie Clásicos del pensamiento político

John Stuart Mill

SOBRE LA LIBERTAD

Traducción y edición de: César Ruiz Sanjuán

 

 

 

De entre los escritos políticos de John Stuart Mill, Sobre la libertad es el más influyente y el que mayor número de discusiones ha suscitado. No solo gozó de enorme popularidad en vida de su autor e influyó de manera decisiva en el pensamiento político del siglo XIX, sino que su influjo se ha prolongado hasta el presente, constituyéndose en uno de los textos de referencia fundamentales de la filosofía política contemporánea. Sobre la libertad es una defensa radical de la libertad de pensamiento, de expresión y de acción, que hacen de la obra uno de los alegatos más firmes que se han hecho nunca de la libertad individual.

César Ruiz Sanjuán, profesor de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, ha realizado estancias de investigación en Alemania y en Estados Unidos, y ha traducido diversas obras filosóficas del alemán y del inglés. Su investigación está centrada en los ámbitos de la filosofía política y la filosofía social, sobre los que ha publicado numerosos artículos en revistas especializadas.

Diseño de portada

Sergio Ramírez

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota editorial:

Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Título original

On Liberty

© Ediciones Akal, S. A., 2014

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-4543-4

Estudio preliminar

La libertad en el pensamiento político de John Stuart Mill

Los escritos políticos de John Stuart Mill constituyen la parte más amplia de su producción teórica. De entre ellos, Sobre la libertad es el más influyente y el que mayor número de discusiones ha suscitado. No solo gozó de enorme popularidad en vida de su autor e influyó de manera decisiva en el pensamiento político del siglo XIX, sino que su influjo se ha prolongado igualmente a lo largo del siglo XX, constituyéndose en uno de los tex­tos de referencia fundamentales de la filosofía política contempo­ránea. En este sentido, ha respondido plenamente al pronóstico de Mill de que seguramente sería la obra suya que sobreviviría a todas las demás[1]. Sobre la libertad no solo es uno de los grandes clásicos de la filosofía política, sino posiblemente la obra más célebre de cuantas se hayan escrito sobre la cuestión de la libertad.

Aunque se ha discutido con frecuencia tanto la coherencia interna del ensayo como su compleja relación con el resto de la obra de Mill, los planteamientos contenidos en Sobre la libertad están considerados casi unánimemente como una de las expresiones más importantes de la concepción moderna de la libertad. Lo que se presenta en este ensayo es una defensa radical de la libertad de pensamiento, de expresión y de acción, que hacen de él uno de los alegatos más firmes que se han hecho nunca de la libertad individual. Sin embargo, junto a esta dimensión de la obra, se encuentra también otra menos evidente, y que resulta difícil de conjugar con la anterior. Se trata de la necesidad, defendida por Mill en diversas partes de su ensayo, de establecer mecanismos de control y de restricción política y social. Esto da lugar a ciertos planteamientos de corte paternalista que han sido fuertemente criticados por el pensamiento liberal. Una verdadera comprensión del pensamiento político de John Stuart Mill pasa por determinar si se trata aquí de una inconsistencia de su teoría política, en la cual coexisten planteamientos contradictorios entre sí, o si se trata más bien de planteamientos cuya coherencia interna se deriva de una concepción global del ser humano y de la moral que subyace a la obra, pero que no se encuentra claramente explicitada en la misma.

Para poder enjuiciar esta cuestión, es preciso determinar, en primer lugar, lo que entiende Mill en su ensayo por libertad y qué tipo de libertad defiende exactamente en él. El concepto de libertad del que se ocupa es la denominada «libertad social o civil» (I, p. 45)[2], e íntimamente conectado con él está la cuestión de la relación entre democracia y libertad, así como la cuestión de lo que se ha de entender por soberanía del pueblo. El propósito expreso de Mill es realizar una defensa categórica de la libertad del individuo frente al poder de la sociedad, que a través de la tradición y de las costumbres establecidas ejerce una tiranía sobre los individuos que, si bien es menos evidente que la tiranía política, no por ello es menos peligrosa para las personas que permanecen sometidas a su poder y coacción. Para alcanzar este objetivo, es necesario trazar con la mayor claridad posible los límites que han de imponerse a la interferencia que la sociedad puede ejercer sobre el individuo. El conocido principio de la libertad que formula Mill en su ensayo establece que no hay ninguna interferencia legítima en la libertad del individuo por lo que respecta a las acciones que únicamente le conciernen a él mismo, sino solo con respecto a las que pueden ocasionar daño a otros[3]. Este principio de la libertad constituye la línea de fuerza fundamental de la obra, por lo que la comprensión de la misma exige determinar con la mayor precisión posible el sentido y alcance de este principio.

El principio de la libertad

Sobre la libertad es un libro con la rara fortuna de haberse convertido en un clásico desde su primera publicación. Desde el mismo momento de su aparición, el ensayo de Mill suscitó todo tipo discusiones y reacciones, tanto de adhesión como de rechazo[4], y fue objeto de numerosas críticas a sus planteamientos fundamentales. Las críticas más importantes fueron básicamente que su concepción de la libertad es incompatible con el utilitarismo, que la libertad solo está determinada en términos negativos, que el concepto de daño a otros no queda definido y, sobre todo, que el principio de la libertad no resulta aplicable en la práctica, y ello ya por la misma dificultad implicada en su definición[5]. Esta dificultad para definir y aplicar el principio de la libertad no solo fue la crítica más repetida por sus contemporáneos, sino que sigue siendo en la actualidad la principal objeción que se realiza a la obra. Se considera que este principio es demasiado ambiguo para ser realmente operativo, pues la distinción que está a su base entre las acciones que afectan solo al individuo que las realiza y las acciones que afectan también a los otros es difícil de determinar con claridad. Ciertamente, Mill resulta contradictorio en ocasiones al establecer las condiciones de interferencia en la libertad individual. A veces considera como legítima la interferencia en casos que no parecen ajustarse al principio de la libertad establecido en términos generales (por ejemplo, cuando el individuo puede ser obligado a determinadas acciones en servicio de los otros, o cuando la libertad de expresión puede incitar a actos nocivos). Sin duda, Mill se enfrenta aquí a la gran dificultad que supone establecer una frontera definida entre las acciones que solo conciernen a uno mismo y las que afectan a los otros. La mayor parte de las críticas al principio de la libertad han estado dirigidas al hecho de que no hay acciones que conciernan solo al individuo que las realiza, que todas las acciones de un individuo afectan también a los demás[6].

Para poder juzgar sobre la pertinencia de estas críticas al principio de la libertad, es preciso tener en cuenta el contexto teórico en que se presentan las distintas formulaciones del mismo, así como los diferentes desarrollos y matizaciones que se van planteando en la obra, puesto que Mill no establece una única formulación de este principio, sino que lo expone de diversos modos y va desplegando progresivamente sus implicaciones. Para poder hacerse plenamente cargo del significado y alcance del principio de la libertad, resulta necesario, por tanto, considerar el contexto teórico global del ensayo y los conceptos políticos fundamentales que subyacen al mismo.

El núcleo de la filosofía política de Mill lo constituye su concepción de la sociedad como el ámbito que debe permitir y fomentar el desarrollo más pleno y variado de los individuos que la componen, lo cual solo es posible si los individuos pueden determinarse a sí mismos y elegir su forma de vida de la manera que les parezca más adecuada, con la menor coacción posible por parte de la sociedad. La obra de Mill constituye en este sentido, junto con la de Tocqueville, la nueva forma que adopta el liberalismo político en el siglo XIX. Mientras que el liberalismo clásico tenía como principal objetivo limitar la autoridad del gobierno sobre los ciudadanos, la principal preocupación de Mill se encuentra en la limitación del poder que la sociedad puede ejercer sobre el individuo. Este poder aumenta gradualmente con el desarrollo y extensión de la democracia social, de ahí que considere esta cuestión no solo como el problema fundamental del pensamiento político de su época, sino también como «la cuestión vital del futuro» (I, p. 45). Por ello, los prolegómenos de la primera formulación del principio de la libertad consisten en un detallado análisis de la relación entre democracia y libertad.

Mill observa que la lucha por la libertad se ha transformado históricamente, hasta adquirir en el siglo XIX una semblanza distinta a la que ha presentado en otras épocas históricas. Lo que en otros tiempos se entendía por libertad era la lucha de los súbditos del Estado contra la tiranía de los gobernantes. Pero al instaurarse los gobiernos democráticos, esta lucha comenzó a carecer de sentido, puesto que si el pueblo mismo es el gobernante, no hay peligro de que el pueblo se tiranice a sí mismo. Sin embargo, Mill ve aquí un error de planteamiento que puede resultar deletéreo para la libertad de los individuos. Este planteamiento no distingue entre la voluntad de la sociedad y la voluntad de los individuos que la componen, que son dos cosas esencialmente distintas. Si no hay límites a la autoridad de la primera sobre la segunda, se corre el peligro del autoritarismo popular. Es el pleno desarrollo del gobierno democrático en los Estados Unidos lo que en ese momento pone claramente de manifiesto los peligros que entraña el poder de la sociedad sobre los individuos, y permite constatar que en la democracia se presenta una nueva forma de tiranía, que Alexis de Tocqueville denominó «tiranía de la mayoría»[7]. Esta tiranía significa, en primer lugar, el despotismo político de la mayoría, pero este despotismo puede revestir una forma más insidiosa, la forma del despotismosocial de la mayoría. En realidad, lo que más le preocupa a Mill no es la tiranía de la mayoría en el sentido de la opresión política de las minorías por la mayoría electoral, sino la opresión social que la opinión pública ejerce sobre los individuos, pues la opinión pública es intolerante por principio respecto a todas las opiniones que se alejen de ella. Este despotismo social es considerado por Mill como una traba para el desarrollo individual y como una forma de servilismo a las costumbres establecidas. A Mill le preocupaban profundamente los efectos de la nueva forma de sociedad que estaba surgiendo, la emergencia de la sociedad de masas, y la presión de la opinión pública sobre los individuos que se acrecentaba inexorablemente con el avance de la democracia. Constató que la industrialización y la urbanización que acompañan a este proceso social y que constituyen su condición de posibilidad hacían mejorar las condiciones materiales de vida y generaban unos mayores niveles de igualdad social, pero al mismo tiempo se desarrollaba la tendencia a imponer una uniformidad y estandarización en el modo de vida y en el pensamiento que podía llevar al desarrollo humano a un estado estacionario, dominado por el conformismo, la quietud, la uniformidad y una forma de vida convencional de la que no resultaría posible escapar a los individuos.

Mill, al igual que Tocqueville, constató que este movimiento hacia la sociedad democrática era imparable en el mundo occidental, y ambos lo consideraron deseable desde el punto de vista de la igualdad y la justicia. Pero las condiciones sociales crecientemente igualitarias que lleva consigo la democracia tienen necesariamente efectos negativos sobre la libertad de los individuos, presentándose con ello un dilema entre igualdad y libertad. Por ello resultaba preciso que la igualdad creciente se articulase con mayores cotas de libertad, para lo que era necesario defender la libertad frente a las tendencias que la amenazaban con el avance de la sociedad democrática, y que hacían que la libertad de los individuos fuera cada vez menor frente a la presión de la masa popular. En este punto, se llega a una confrontación fundamental en el pensamiento político moderno respecto al modo en que se ha de entender la soberanía del pueblo: la oposición que se establece entre la concepción política que sostiene que la soberanía popular no debe tener límite alguno y la que sostiene que es necesario establecer límites a esa soberanía popular sobre las personas individualmente consideradas. Es esta segunda opción por la que aboga inequívocamente la teoría política de John Stuart Mill.

Frecuentemente se ha malinterpretado el propósito que persigue Mill en su libro, considerando que su objetivo es establecer cuáles han de ser las funciones legítimas del Estado en relación al ámbito de libertad de los individuos, y particularmente si este debería tender a la limitación de determinados aspectos de la vida privada de las personas[8]. En este sentido, es preciso tener en cuenta, en primer lugar, que Mill no se ocupa solo, ni siquiera principalmente, de la interferencia del Estado en las acciones de los individuos, sino de todas las diversas formas de coacción y presión que puede ejercer la sociedad sobre el individuo. Lo que le preocupa realmente es impedir que los puntos de vista y los juicios de la sociedad sean los elementos que determinen la conducta de los individuos, lo cual tiene lugar mediante la acción que puede ejercer la sociedad tanto a través de la ley, obligando al Estado a legislar en un determinado sentido, como a través de la opinión pública, cuya acción es menos evidente que la legislación estatal, pero no por ello menos peligrosa y nociva para libertad individual. En una sociedad democrática donde no se den las condiciones suficientes de madurez social, la opinión pública ejerce una coacción sobre los individuos que les impide su libre desarrollo, pues la opinión pública tiende a la intolerancia respecto a todo tipo de conducta disidente o excéntrica, incluso respecto a las conductas que son simplemente diferentes de las socialmente establecidas. Las costumbres y los prejuicios de la sociedad son la principal amenaza que ve Mill para la libertad de los individuos: «El despotismo de la costumbre se presenta en todas partes como el obstáculo permanente al progreso humano» (III, p. 136).

Las afirmaciones programáticas de On liberty establecen el rechazo a toda interferencia de la sociedad en aquellas conductas del individuo que le afecten solo a él, y esta aplicación irrestricta del principio de la libertad es considerada por muchos intérpretes como el elemento definitorio de la concepción política de Mill[9]. Esto es, Mill realizaría en su obra una defensa de la libertad como algo absoluto, que no queda supeditado a ninguna otra instancia o consideración. Sin embargo, este planteamiento entra en contradicción con otros que son también centrales en la obra. En efecto, está el caso de aquellas acciones en las que Mill acepta la interferencia del Estado o de la sociedad basándose en una consideración paternalista. Tal es el caso de la limitación de la jornada laboral, de las reglamentaciones sanitarias de las condiciones de trabajo, o de la imposición legal de unos niveles mínimos de educación para todos ciudadanos. Por parte del pensamiento liberal, se ha acusado a Mill de defender el proteccionismo y la intervención estatal, así como de tratar de imponer una determinada concepción de la moralidad al conjunto de la sociedad[10]. La compleja posición de Mill respecto a esta cuestión, que lo aleja claramente del liberalismo posterior, queda expresada en una de las frases más discutidas de la obra: «la libertad se concede donde debería denegarse, y se deniega donde debería concederse» (V, p. 183).

Lo que establece el principio de la libertad es que no pueden ser objeto de castigo en ningún caso las acciones del individuo que le afectan solo a sí mismo, sino únicamente las acciones que suponen un daño a los otros o una violación del deber contraído respecto a ellos (según uno de los ejemplos de Mill, un policía que se emborracha estando de servicio no ha de ser castigado por su estado de ebriedad como tal, sino porque en dicho estado no puede cumplir adecuadamente con sus deberes de protección a la sociedad). A lo que la sociedad tiene derecho es a exigir que los individuos no realicen ciertos actos que puedan ser perjudiciales para la comunidad o a que realicen determinados deberes que se consideran esenciales para la supervivencia y el bienestar de la sociedad, y que como tales son absolutamente necesarios para la vida del cuerpo social.

En términos generales, las acciones que pueden ser sancionadas penalmente o ser objeto de coacción social son aquellas en las que el individuo ocasione un daño a otros sin el consentimiento de estos. Lo que hay que entender por coacción en este contexto es el dañopremeditado y organizado por parte de la sociedad para impedir que alguien realice alguna acción. Las consecuencias negativas que se derivan de manera natural del comportamiento de un individuo no caen dentro del concepto de coacción. Si su actuación genera un rechazo natural por parte de los otros, de modo que evitan la relación o el contacto con él, esta consecuencia no se considera como coacción, porque se deriva naturalmente de dicha acción y entra dentro de la libertad de los otros individuos, que pueden elegir relacionarse con aquellas personas cuyo trato consideren más favorable para ellos. Estas reacciones no están calculadas para impedir que el individuo realice dichos actos, sino que son la consecuencia espontánea de ellos sobre otros miembros de la sociedad. Esto es, no son castigos que se inflijan al individuo de manera premeditada para suprimir su comportamiento. Esta distinción entre el castigo y las consecuencias negativas naturales de la acción establece la relación entre los planteamientos morales de Mill y su concepción de la libertad[11].

Evidentemente Mill rechaza los comportamientos nocivos, necios o superficiales, en general, todo comportamiento que aleje al individuo de una vida basada en los valores de la dignidad, la personalidad y la entrega a los otros[12]. El propósito fundamental de todo el pensamiento político y social de Mill es alcanzar y fomentar estos valores, pero considera que el único modo de hacerlo realmente es permitir que los individuos los desarrollen por sí mismos encontrando su propio camino hacia ellos, por lo que es algo que nunca puede ser impuesto, sino que tiene que desarrollarse libremente. Los individuos son tan distintos entre sí en su modo de alcanzar la felicidad y la virtud que establecer leyes de carácter general resultaría contraproducente. Además, Mill considera que la diversidad es algo positivo, y que no solo no debe limitarse, sino que es preciso fomentarla, pues ello enriquecerá a la sociedad y la hará crecer, mientras que anular la diversidad abocará a la sociedad necesariamente al estancamiento. Todo ello no puede conseguirse obligando a los individuos a que actúen de un determinado modo. De hecho, la coacción es contraria a la formación de un carácter que posea efectivamente estos valores, que son necesariamente resultado de aquello que el individuo es capaz de hacer por sí mismo.

Por otra parte, Mill sostiene que el principio de la libertad solo puede ser aplicado a aquellas sociedades que han alcanzado un grado de desarrollo tal que son capaces de mejorarse a sí mismas a través de la libertad de pensamiento y acción. Esto no es simplemente un prejuicio etnocéntrico de Mill, sino que responde a su concepción del progreso como un desarrollo histórico hacia la libertad. Considera que la libertad es un proceso de des­arrollo intelectual y moral, que tiene lugar tanto a nivel individual como a nivel social. Mill entiende que el principio de la libertad solo puede tener aplicación, por tanto, cuando la sociedad ha superado el estado de barbarie, y la opresión y la violencia dejan de ser los elementos rectores de las relaciones sociales. Cuando la sociedad se encuentra aún en dicho estado, considera que lo mejor para ella es algún tipo de despotismo ilustrado, en el que un gobernante justo y sabio establezca las normas sociales más beneficiosas para la comunidad.

Una vez que la sociedad ha alcanzado el grado de desarrollo en el que es aplicable el principio de la libertad, Mill rechaza toda intervención por parte del Estado o de la sociedad que le marque al individuo aquello en lo que consiste su propio bien. Sostiene, por tanto, que no se debe prohibir el uso de drogas, de bebidas alcohólicas, el juego o la prostitución, y que es objeto de la decisión individual elegir aquello que se considera adecuado siempre y cuando no se perjudique con ello a otros individuos. El principio de la libertad ha de aplicarse a todas las relaciones entre personas adultas y que se encuentren en plenouso de sus facultades, siempre y cuando las relaciones que se establezcan sean libremente aceptadas por los individuos implicados. Ello supone el rechazo de toda interferencia en las acciones del individuo aun cuando estas resulten perjudiciales para él, aceptándose solo la interferencia en el caso de que se vean implicadas terceras partes que no lo decidan libremente. En este sentido, Mill es plenamente consciente de que determinadas conductas que no son aceptadas por la sociedad pueden ser prohibidas alegando que resultan perjudiciales para terceros no implicados. Lo que establece el principio de la libertad es que la carga de la prueba recaiga sobre aquellos que realizan esta afirmación, y no al revés. En caso de que no sea posible demostrar que la acción ocasiona daño a otros, la sociedad no tiene ningún derecho a coaccionar al individuo, por muy en desacuerdo que esté con su conducta y por muy perjudicial que dicha conducta pueda resultar para el individuo que la realiza: «Estas son buenas razones para discutir con él, o razonar con él, o persuadirle, o suplicarle, pero no para obligarle, o infligirle algún daño en caso de que actúe de otra manera» (I, p. 56).

Mill sostiene que el principio de la libertad está en función de la mejora del bienestar del ser humano, un bienestar que es entendido según su concepción de la naturaleza humana como esencialmente progresiva, lo que le permite que en su desarrollo vaya alcanzando sucesivamente mayores cotas de felicidad y autorrealización. En este sentido, un elemento fundamental de la concepción milliana es la educación de los sentimientos, pues esta es esencial para el pleno desarrollo de los individuos y para fomentar la diversidad, que Mill considera tan esencial para el progreso social.

La libertad de pensamiento y expresión

Una de las dimensiones fundamentales de la libertad que analiza Mill de manera exhaustiva es la libertad de pensamiento, a la que está intrínsecamente unida la libertad de expresión. Este aspecto fundamental de todo liberalismo constituye asimismo uno de los elementos centrales de la filosofía política y social de Mill. Esta parte de la obra resulta compleja en cuanto al encaje en el conjunto de la misma, pues no está claro si la libertad de expresión es un caso particular del principio general de la libertad o forma un caso aparte, con sus características propias[13]. Parece que, en cierto sentido, fuese un principio suplementario, que otorga a la libertad de discusión un mayor rango de aplicación del que tiene el principio general. Mill señala que es solo un aspecto particular de la tesis general, pero en el desarrollo de su argumentación le otorga a este principio mayores salvaguardas que a la libertad de acción y ofrece razones distintas para sostenerlo. Ello se debe a la importancia social del diálogo. A través de este se lleva a cabo la discusión irrestricta en la búsqueda de la verdad, de modo que el diálogo puede ser considerado como la expresión social de la libertad de pensamiento. Dada la limitación humana en la búsqueda individual de la verdad y las distorsiones a las que el libre pensamiento está expuesto, solo la discusión libre y abierta suministra una garantía para fundamentar de manera racional las ideas de los hombres. Ello hace que la defensa de la libertad de discusión se base en los beneficios sociales que conlleva, no simplemente en los derechos del individuo. Mientras que en las otras partes del ensayo Mill defiende la libertad por la importancia de defender la individualidad de la presión de la sociedad, en esta parte defiende la libertad de pensamiento y discusión por la necesidad de alcanzar y preservar la verdad. Toda esta parte del ensayo trata sobre la verdad, y su tesis central es que la verdad depende por completo de la libertad de pensamiento y expresión.

Lo fundamental de la argumentación de Mill puede resumirse en los siguientes términos: si se silencia una opinión, esta puede ser verdadera, por lo que la sociedad corre el riesgo de perder la verdad, y aunque fuese errónea, puede contener una parte de verdad, que se perdería si la opinión es silenciada. Pero aunque la opinión silenciada fuese completamente errónea y la opinión aceptada por la sociedad contuviese toda la verdad, esta se convertiría en un mero prejuicio al eliminar la posibilidad de confrontarla con opiniones alternativas, de modo que dicha opinión perdería toda fuerza vivificante y toda significación, puesto que no sería resultado de la búsqueda y la reflexión personal.

Por consiguiente, Mill parte de la consideración de que nunca podemos estar seguros de que las opiniones que se tratan de silenciar sean falsas, pero aún concediendo que sí pudiéramos estarlo en determinados casos, tampoco se deberían silenciar. La verdad queda plenamente fundamentada solo cuando se confronta con las opiniones contrarias a través del diálogo[14]. Sin dicha confrontación, deviene necesariamente una verdad muerta, con lo que deja de ser propiamente una verdad para convertirse en un dogma. La tolerancia hacia las opiniones divergentes constituye una de las señas de identidad del liberalismo de Mill, que se esfuerza por hacerla valer con los más diversos argumentos para confrontarse con las distintas formas de intolerancia y dogmatismo que han constituido, a su juicio, una de las trabas fundamentales para el desarrollo de la sociedad. Su radical oposición a toda forma de dogmatismo le lleva a incidir reiteradamente en esta cuestión y a enfocarla desde distintas perspectivas, pues piensa que las verdades que están blindadas a cualquier discusión se acaban convirtiendo necesariamente en prejuicios y fomentan la intolerancia. La actitud liberal de Mill está puesta al servicio del progreso del hombre, y piensa que silenciar cualquier opinión, por errónea y nociva que se crea, constituye «un robo al género humano» (II, p. 67). Este ideal ilustrado atraviesa por completo todo su pensamiento.

El blanco fundamental al que se dirige la crítica de Mill es lo que denomina la presunción de infalibilidad, esto es, aquella actitud que presupone que el propio punto de vista es infalible, por lo que no resulta necesario someterlo a discusión alguna. Considera que esto es la máxima expresión de la intolerancia, y que con ello queda obturada la posibilidad de alcanzar el verdadero conocimiento, que solo puede ser resultado de la libre discusión de los distintos puntos de vista. Este argumento para abogar por la libertad de expresión tenía una especial relevancia en la materia religión en la época de Mill, en la que todavía muchos sostenían de manera dogmática que estaban en posesión de un conocimiento infalible en cuestiones religiosas, estando prácticamente prohibida la libre discusión en este ámbito y considerándose tabú cualquier tipo de crítica. Esto tenía implicaciones directas en cuestiones de moralidad, tan estrechamente vinculada todavía entonces a la religión[15].

Mill es consciente de que todo lo que a una persona o a un pueblo le parece una verdad inamovible en un momento dado, puede manifestarse como falso en un momento posterior, y solo estando abierto a la discusión de las diversas opiniones y teniendo en cuenta todos los juicios posibles, se puede hacer patente esa falsedad. Esta conciencia de la falibilidad del ser humano lleva a Mill a reivindicar la libertad de expresión como el único medio de confrontar distintos puntos de vista y corregir los errores a través de la libre discusión. Además, pone de manifiesto que la supresión de las opiniones heréticas no afecta solo a aquellos que sostienen dichas opiniones, sino también a aquellos que mantienen la visión ortodoxa de la época y lugar en el que viven, pues se limita su desarrollo mental y se estrecha el uso de su razón por el miedo de incurrir en la herejía.

Pero las implicaciones negativas de la supresión de la libertad de expresión y de discusión no se presentan solo cuando la opinión ortodoxa es falsa, sino también cuando es verdadera, pues si esta no es sometida a una confrontación abierta y permanente con otras opiniones, queda necesariamente vaciada de sentido y se convierte en algo carente de todo poder de convicción. Por ello, en el caso de que no haya representantes de puntos de vista contrarios al de una verdad establecida, es necesario que haya quien haga de «abogado del diablo» (II, p. 72) y argumente en contra de ella, ya que de este modo saldrá fortalecida la verdad y encontrará un fundamento sólido sobre el que sostenerse, en lugar de ser meramente un lugar común carente de fuerza demostrativa. Con ello, se muestra claramente que la defensa de la libertad que plantea Mill no apunta hacia ningún tipo de relativismo, y muchos menos de escepticismo. En efecto, Mill defiende la existencia de la verdad hasta el extremo de considerar que tiene que ser algo vivo, algo que crezca en nosotros en virtud de su propia fuerza, y no que sea meramente la repetición de algo sabido como verdadero y transmitido como tal, sin ningún poder vivificante sobre el individuo. Considera que la verdad tiene que ser fruto de la constante indagación racional, de la discusión libre respecto a cualquier cuestión problemática que se pueda presentar, y sin ello la creencia, por muy verdadera que pueda ser, se convierte en un mero prejuicio, incluso en una superstición.

Por otra parte, este hábito de mantener una mente abierta y receptiva a las objeciones y críticas permite asimismo captar ciertos aspectos de la verdad que escapan a una comprensión cerrada y unilateral de la misma, pues en cuestiones complejas, como son las políticas y sociales, las opiniones minoritarias contienen en ocasiones una parte de verdad que escapa a la concepción dominante. Y esta discusión no solo aleja del dogma y fortalece la verdad, sino que ayuda al desarrollo del intelecto y también del carácter, fomentando los hábitos virtuosos que acompañan a una personalidad abierta y libre de prejuicios. Esto es, no solo el desarrollo mental, sino también el desarrollo moral, está basado en el hábito de sostener una actitud reflexiva y desprejuiciada, por lo que el progreso del hombre en su sentido más amplio está vinculado necesariamente a la libertad de pensamiento y expresión. Por consiguiente, limitar esta libertad no solo tiene efectos letales sobre la búsqueda de la verdad como tal, sino también sobre el desarrollo mental y moral del individuo y, con ello, sobre el progreso de la sociedad en su conjunto. Mill pone de manifiesto, por tanto, que la libertad de expresión es fundamental para que el individuo pueda desarrollarse, ya que el hecho mismo de expresar e intercambiar opiniones constituye para el hombre, en tanto que ser racional que es, una parte importante de su desarrollo personal. Pero además, cuanto mayor sea la información de que disponga el individuo, y cuanto más haya podido contrastar su punto de vista con el de otros, más capaz será de establecer un plan de vida acorde con su propio carácter y de lograr un mayor desarrollo personal.

El individuo ha de tener la libertad para desarrollar su propio intelecto, y la sociedad tiene que garantizar esa libertad y no intentar controlar su modo de pensar. Mill considera que el conocimiento solo puede provenir de dentro de la persona, a partir de las preguntas que ella se haga a sí misma, y todo conocimiento que no sea adquirido de este modo no es más que autoridad. Hay que tener presente que no se refiere con ello solo a las personas de una elevada inteligencia, aquellas que son capaces de descubrir nuevas verdades, sino que se refiere igualmente al hombre corriente, y respecto a este con más razón aún: «Ha habido, y puede haber otra vez, grandes pensadores individuales en una atmósfera general de esclavitud mental. Pero en esa atmósfera nunca ha habido, ni tampoco habrá, un pueblo intelectualmente activo» (II, p. 89). Mill piensa que la libertad de opinión no solo es necesaria para el surgimiento de nuevas ideas, sino más aún para que las ideas presentes sean algo vivo, alimentado por la actividad intelectual de los individuos que habitan en esa sociedad.

Libertad, justicia y utilidad

La concepción que tiene Mill de la libertad está intrínsecamente relacionada con su concepto de justicia[16]. El poder que la sociedad puede ejercer sobre sus miembros está limitado a aquellos casos en los que se puede infligir un daño a otros, y este daño es comprendido por Mill básicamente en términos de violación de derechos fundamentales. No se trata de que otros miembros de la sociedad puedan derivar una ganancia determinada si un individuo se comportase de otro modo, sino de si su conducta ataca derechos básicos de los mismos. La coacción solo está legitimada, por tanto, si son transgredidos determinados principios fundamentales de la justicia social. Más allá de este ámbito, el territorio de la libertad individual es inviolable. Lo que Mill pretende salvaguardar con ello son los elementos esenciales que constituyen su concepción política y moral del ser humano: la individualidad, la autonomía, el desarrollo de la personalidad y la construcción de un carácter propio. Y el suelo sobre el que pueden crecer estos elementos constitutivos del hombre solo puede ser la libertad.

Para comprender adecuadamente la relación en que se encuentran los conceptos de libertad y justicia en el pensamiento político de John Stuart Mill, es necesario remitirse a su posición utilitarista y a la relación en que esta se encuentra con su concepción de la libertad[17]. La cuestión de la justicia no ocupa un ámbito autónomo en Sobre la libertad, si bien está íntimamente relacionada con la concepción milliana de la libertad y constituye uno de los temas de referencia ineludibles en relación a ella. La obra en la que Mill expone de una manera más clara y concisa su concepción de la justicia es El utilitarismo[18]. Establece aquí que el sentimiento de justicia, que tiene una gran intensidad psicológica en todos los hombres, no solo es plenamente compatible con la utilidad, sino que en realidad se deriva de esta. Considera que el conflicto entre distintos preceptos de justicia solo puede resolverse apelando a un principio superior a los mismos, y este principio es precisamente el principio de la utilidad. Este principio, denominado también principio de la máxima felicidad, establece que el fin de toda acción debe ser conseguir la mayor felicidad para el mayor número posible de personas, por lo que una acción es buena cuando promueve la felicidad general y mala en el caso contrario. Pero Mill introduce una determinación en este principio que hace que su concepción se distancie en un sentido fundamental del utilitarismo de Bentham, fundador de esta doctrina. Este considera que los placeres son homogéneos y la única diferencia que se puede establecer entre ellos es de orden cuantitativo, mientras que Mill sostiene que los placeres son cualitativamentedistintos, siendo los placeres morales e intelectuales superiores a los placeres físicos. Así pues, lograr la máxima felicidad para el mayor número de personas exige, para Mill, potenciar las dimensiones intelectuales y morales del hombre, generando las condiciones sociales que permitan que estas adquieran su máximo desarrollo.

A partir de aquí, es necesario comprender en qué relación se encuentra el principio de la libertad con el principio de la utilidad. En el texto de Sobre la libertad, son escasas las referencias explícitas a planteamientos utilitaristas y, de hecho, algunos de los elementos centrales de la obra parecen oponerse a este tipo de planteamientos. A menudo se le ha criticado a Mill que su defensa de la libertad como un bien en sí mismo no resulta consistente con su posición utilitarista[19]. En efecto, una doctrina como el utilitarismo, que tiene como principio fundamental la búsqueda del mayor bien o mayor felicidad para el mayor número de personas, puede exigir que los derechos individuales sean suprimidos si ello fuera necesario para un mayor bien de la sociedad en su conjunto. Esto significa que la defensa de la libertad individual como algo inviolable, siempre que la acción del individuo no afecte a terceros, no podría sostenerse como tal. La protección del derecho a la libertad de los individuos ha de quedar necesariamente supeditada a la maximización de la felicidad, por lo que la libertad se convertiría en algo relativo y condicional, que estaría en función de su contribución a la utilidad. Por lo tanto, parece que la libertad absoluta en las acciones que conciernen solo al individuo no resulta compatible con una concepción utilitarista. Sin embargo, Mill establece de manera programática que considera «la utilidad como la instancia de apelación fundamental en toda cuestión ética», si bien, inmediatamente a continuación, cualifica su concepción de la utilidad en los siguientes términos: la «utilidad debe entenderse aquí en su sentido más amplio, fundada en los intereses permanentes del hombre como un ser progresivo» (I, p. 58).

Esta determinación que realiza Mill de la utilidad está referida a su particular comprensión de la misma, y es precisamente a partir de aquí como se podría conjugar su concepción de la libertad con su posición utilitarista[20]. Solo en una sociedad en la que tenga una amplia aplicación el principio de la libertad pueden existir las instituciones necesarias que garanticen a los hombres la realización de sus intereses permanentes como un ser progresivo. Entre estos intereses permanentes del hombre se encuentra el interés en garantizar con la mayor firmeza posible el derecho de justicia. Mill considera que si el principio de la justicia y el principio de la libertad se realizan en instituciones políticas y sociales, se maximizará la utilidad definida por los intereses permanentes del hombre como un ser progresivo. La idea del hombre como un ser progresivo conlleva la posibilidad de un desarrollo de la civilización, a través del cual se alcanzará finalmente el estado social en el que se realizarán plenamente los principios de libertad y justicia.

Lo que Mill denomina «intereses permanentes» se deriva de su concepción del hombre como un ser capaz de desarrollarse a sí mismo de manera libre, y este potencial del ser humano no es comprendido por él como algo circunscrito a la vida individual del hombre, sino como algo que se despliega de manera progresiva a lo largo de la historia de la humanidad. La concepción milliana del hombre como un ser capaz de desarrollarse en el curso histórico constituye el pilar esencial de su concepción moral y política. Este desarrollo del hombre está vinculado con la felicidad humana para Mill, puesto que solo el pleno desarrollo de las capacidades humanas permite alcanzar las formas más elevadas de felicidad[21].

Esta tendencia a la felicidad común a todos los hombres está amenazada de manera permanente por la interferencia de la sociedad en la libertad del individuo cuando esta no esté de acuerdo con su conducta y la rechace. Si el modo de vida de una persona puede ser dictado por la sociedad, no es posible proteger la felicidad del individuo, al no estar garantizada la libre elección de sus actos. Así pues, los derechos que Mill quiere asegurar están encaminados a proteger sus intereses vitales