Software 819 - Droga peligrosa - Jan Rasmussen - E-Book

Software 819 - Droga peligrosa E-Book

Jan Rasmussen

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Beschreibung

A pocas generaciones de distancia, el colapso atmosférico ya es noticia vieja. El ser humano ha conquistado el sistema solar, pero aún tiene problemas domésticos. Codicia, adicciones y relaciones se entrelazan en este thriller policiaco plagado de holoanuncios, speeders antigravedad y personajes de todos los tiempos que tejen sus ambiciones en un relato imaginativo y cargado de humor negro.

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Ähnliche


Software 819

droga peligrosa

Jan Rasmussen

© Jan Rasmussen

© Software 819. Droga peligrosa

Noviembre de 2023

ISBN papel: 978-84-685-6576-7

ISBN ePub: 978-84-685-6523-1

Depósito legal: M-27986-2023

Editado por Bubok Publishing S.L.

[email protected]

Tel: 912904490

C/Vizcaya, 6

28045 Madrid

Reservados todos los derechos. Salvo excepción prevista por la ley, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos conlleva sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Para María

Gracias a todos los que me han dado la oportunidad de pasar lindos momentos en su presencia.

Muchas gracias a Mariano y a Muskan por la traducción al castellano.

Índice

Galería de personajes

Océano Índico, 21 de junio de 2038

Los Ángeles, 21 de agosto de 2028

(Diez años antes de que el bloque de hormigón terminara en el fondo del mar)

Los Ángeles, 12 de junio de 2038

(El mismo año que el bloque de hormigón desapareció en el mar)

Los Ángeles, junio de 2030

(Ocho años antes)

Los Ángeles, 12 de junio de 2038

(De regreso al presente)

Los Ángeles, 17 de mayo de 2038

Shanghái, 28 de mayo de 2038

Estados Unidos, 2035-2037

(Software 819, resumen de varias fuentes)

Los Ángeles, 11 de junio de 2038

Los Ángeles, 12 de junio de 2038

Los Ángeles, 14 de junio de 2038

Tritón, estación espacial, 3 de abril de 2030

Los Ángeles, 14 de junio de 2038

Los Ángeles, 11 de junio de 2038

(El día antes de que dispararan a Lafontaine)

Los Ángeles, 4 de junio de 2038

(Cóctel unas semanas antes de la orgía de violencia en el almacén)

Los Ángeles, 15 de junio de 2038

Los Ángeles, 16 de junio de 2038

Chino Hills, Los Ángeles, 20 de junio de 2038

Chino Hills, Los Ángeles, 19 de junio de 2038

(El día antes de la visita de Cooper y Sosa)

Gakona, Alaska, 22 de enero de 2041

Los Ángeles, 15 de junio de 2038

Los Ángeles, 2 de julio de 2038

Los Ángeles, 4 de julio de 2038

Shanghái, 5 de julio de 2038

Los Ángeles, 6 de julio de 2038

Grayson

Longer

Cooper

Sosa

Sid Slater

Khan Xu

Los Ángeles, a las 02:00 horas, 8 de julio de 2038

Sosa

Cooper

Hatch

Cooper

Los Ángeles, 18 de julio de 2038

Los Ángeles, 22 de julio de 2038

9 de octubre de 2038

Tokio, Japón

Detroit, Estados Unidos

Múnich, Alemania

Shanghái, 12 de octubre de 2038

Desierto de Mojave, 18 de octubre de 2038

Desierto de Mojave, 19 de octubre de 2038

Galería de personajes

Cooper - Oficial de policía en Los Ángeles, bastante guay.

Di Shuang «Sosa» - Compañera de Cooper, realmente genial.

Dave - Excompañero de Cooper, jubilado.

Capitán Hatch - Jefe de Cooper y Sosa.

Longer - Pequeño criminal con habilidades psíquicas.

Lafontaine - Chico inteligente y delincuente, pero no dura mucho.

Sid Slater - Hombre de negocios en Los Ángeles, un tipo astuto.

Pin Fing - Miembro de la junta directiva de SpangFhann, un hombre malvado.

Khan Xu - Ninja psicópata, guardaespaldas y secretario de Pin Fing.

Enterrador - Persona aterradora que vende drogas y 819.

Bombín - Persona aterradora, socio de Enterrador.

Profesor Freeweave - Hombre superinteligente, amigo de Sosa.

Lord Abbygale - Presidente de la junta directiva de SpangFhann.

Grayson - Jugador de béisbol de los Dodgers.

Hsou Takajama-san - Experto en artes marciales japonesas y un venerable anciano.

Océano Índico, 21 de junio de 2038

El alma que pertenecía al cuerpo fallecido durante su camino hacia el fondo del océano Índico flotaba en el aire y estaba francamente descontenta con el giro que había tomado el día. El alma suspiraba triste, como las almas decepcionadas suelen suspirar, antes de disolverse y desaparecer más allá, donde se supone que la vida es un poco más interesante.

El cuerpo que había albergado el alma redimida se encontraba incrustado en un gran bloque de hormigón y continuaba sin detenerse su camino hasta el fondo. La luz se desvanecía gradualmente a medida que caía. Las pocas criaturas escamosas y gelatinosas que encontró a su paso no le prestaron mucha atención (el bloque de hormigón era tremendamente aburrido).

El bloque continuó su implacable viaje hasta el fondo y terminó su descenso con una pequeña sacudida, completamente solo en la oscuridad después del largo y frío descenso. Un par de peces de aguas profundas nadaron con curiosidad alrededor de la zona, pero después de unas vueltas que no los entusiasmaron mucho, se fueron a otro lugar. El bloque de hormigón se quedó solo, símbolo de una decisión realmente mala, de un verdadero día de mierda (menos mal que nunca más volvería a tener uno).

La presión aquí abajo era mil veces mayor que en la superficie del mar. Las formas orgánicas de vida se habían adaptado milagrosamente a las condiciones extremas, pero el cuerpo que había pertenecido a lord Abbygale en el mundo de los vivos, por el contrario, habría sufrido tremendamente bajo la presión colosal de los miles de millones de litros de agua encima de él. Afortunadamente, el hormigón lo había salvado de esta última humillación.

Normalmente, a Pin Fing no le gustaba que miembros muy estimados de la junta terminaran sus días en el fondo del océano Índico, ni siquiera el presidente, pero las cosas habían dado un giro inesperado.

Lord Abbygale había sido un miembro de la junta excelso y comprometido, pero desafortunadamente se había vuelto demasiado blando y había estado a punto de renunciar al sueño de una organización más grande y poderosa. Por supuesto, Pin Fing no podía permitirlo, pues eso no ayudaba en un mundo donde los débiles eran atropellados por los grandes y los fuertes.

El orden económico tenía sus propias leyes.

Los Ángeles, 21 de agosto de 2028

(Diez años antes de que el bloque de hormigón terminara en el fondo del mar)

El tiempo era maravilloso, como lo había sido desde el desastre meteorológico. Sol, sol y más sol. Sus rayos caían sobre la ciudad de forma permanente. Se deslizaban por las esquinas a un ritmo pausado y se abrían paso en rincones oscuros y apartados. La vida empezaba a salir a las calles. No importaba si eran personas que iban a trabajar o personas sin hogar que habían visto un cubo de basura lleno, el día estaba en marcha. Todo parecía magnífico. Otro día perfectamente normal había comenzado en Los Ángeles.

Speeders de diferentes colores volaban por la ciudad. Los niveles superiores estaban reservados a los speeders de larga distancia o a quienes simplemente pensaban que tenían prisa. La gran mayoría de los speeders eran para dos personas y podrían describirse como un cruce entre un viejo automóvil de Fórmula 1 y una colorida piscina para niños, pero no os equivoquéis; esos speeders podían volar más rápido y más ágilmente que cualquier Fórmula 1.

Un sinfín de trazas de color se movían de un lado a otro entre los altos edificios. La luz y el color se reflejaban en las fachadas de vidrio y acero y completaban la imagen de una metrópolis ocupada, tal como se había predicho en las viejas películas de ciencia ficción. Grandes anuncios holográficos luminosos colgaban de los frentes o flotaban entre los edificios. Estos podían costar, cerca del centro, hasta medio millón de créditos al mes, por lo que se protegía mucho su seguridad (Dios bendijera y consolara al conductor del speeder que se estrellara contra un comercial holográfico y lo destruyera).

Un speeder de la policía bajó desde el nivel 03 y continuó al nivel de la calle.

A primera vista, parecía un área tranquila que podría dar la idea de una calle idílica en un vecindario idílico, pero esta ilusión duraba hasta ver un par de speeders quemados que se habían estrellado y pequeños jardines llenos de trapos viejos y residuos. Las casas estaban apretujadas y no proporcionaban espacio suficiente ni para construir una cancha de tenis, si es que a alguien se le podía ocurrir esa idea.

Había unos cuantos pequeños anuncios holográficos que destellaban al nivel de la calle, en un intento de endulzar la vida cotidiana con tentadoras vacaciones que de todos modos nadie podía permitirse. Algunos speeders maltrechos flotaban alrededor sin rumbo fijo. En este nivel no había nadie que estuviera realmente ocupado, pero más arriba los speeders zumbaban resueltamente yendo de un sitio a otro.

El speeder de la policía giró y se deslizó lentamente por la West 9th Street. El conductor se llamaba Dave y era un chico negro y genial de San Diego. Su piel color café se apretaba alrededor de su barbilla, y aunque tenía más de sesenta años, grandes rizos negros colgaban delante de sus ojos. Dave era al menos tan genial como el viejo speeder en el que zumbaban.

Su speeder era del tipo sólido D-Rebel de la Detroit Speeder Factory, lacado en un color azul claro metálico. Estarcido en negro, en el frente y a ambos lados, se leía LAPD (Los Angeles Police Department).

Dave aminoró un poco la velocidad y el speeder se fue convirtiendo en un silencioso aerodeslizador.

Cooper se recostó en el asiento del pasajero tarareando suavemente mientras miraba la comunicación en el monitor que tenía frente a él. Él también era genial, o al menos trataba de ser tan genial como Dave. Su apariencia, sin embargo, era muy distinta de la de su compañero. Cooper parecía más bien un boxeador de peso pesado listo para la batalla, con su rostro anguloso y su nariz torcida; una imagen reforzada por los mechones rubios y obstinados que sobresalían por debajo de su gorra de policía. También era más joven que Dave, aunque ya había adquirido mucha experiencia con sus patrullas por Los Ángeles.

Dave y Cooper eran polizontes en el LAPD, y formaban un dúo muy experimentado.

El speeder pasaba desapercibido, como parte natural del paisaje urbano de esta parte de Los Ángeles donde se vendían drogas y objetos sospechosos en cada esquina. Las pandillas locales tenían sus propios códigos de colores que se podían leer en la ropa, el cabello o los grafitis. Dave y Cooper iban a detener a un sospechoso de varios ataques brutales a personas al azar.

—Cooper, ¿qué número es? —preguntó Dave.

Cooper miró el monitor.

—Número 9, vamos por la siguiente calle.

—Bueno —dijo Dave mirando al cielo y sonriendo—. Vamos a tomarlo con calma; ya sabes, sin disparar. —Dave miró a Cooper.

—Odio disparar, ya lo sabes, y me jubilo el próximo mes. No hay necesidad de desafiar al destino. Todo el mundo conoce la historia del viejo polizonte que muere en los brazos de su compañero el día antes de su jubilación.

Cooper asintió y sonrió. Era un tema sobre el que se habían rodado muchas películas.

—Bien. Sin disparos, no hay problema —dijo Cooper tratando de que sonara realmente genial (casi lo logró).

En sus cuarenta años de carrera, Dave nunca había disparado un tiro letal a un sospechoso y, sin embargo, había realizado más arrestos que la mayoría en la fuerza policial.

El speeder giró por Pine Avenue. Aparentemente todo estaba en calma.

—Haremos a pie el resto del camino —dijo Dave—. No hay necesidad de llamar la atención hasta que lleguemos allí.

Cooper estuvo completamente de acuerdo.

Dave apagó el campo antigravedad y el speeder bajó lentamente al suelo. Hubo algunos clics que informaron que el sistema de seguridad estaba listo y Dave salió rápidamente del speeder, seguido por Cooper.

—¡Ay, maldita sea! —dijo Dave mientras se golpeaba la rodilla contra la consola de dirección del volante al salir. Puede que no disparara a nadie, pero maldecía como un viejo villano de película. Cooper se rio, era un clásico: si no tenía cuidado, nunca aprendería.

Continuaron a pie. Dave cojeaba un poco. Se detuvieron junto al número 9. Cooper sacó automáticamente su láser, pero lo volvió a poner en la funda cuando Dave lo miró con desaprobación. La casa parecía cerrada. Había contraventanas y la puerta principal estaba cubierta con una placa de metal mate que estaba un poco torcida hacia el exterior de las bisagras, pero por lo demás parecía bastante sólida. Con cuidado, Dave y Cooper caminaron por el jardín delantero.

Una figura de plástico gigante del nuevo tipo de soldado de asalto de Star Wars XXII ocupaba el paso cubierto de vegetación. Dave y Cooper pasaron junto a la figura sin prestarle ninguna atención.

—¡Rebeldes! ¡Estáis arrestados! —dijo la figura de repente, con la voz característica de esos odiados y amados clones.

—¡Maldita sea! Al final nos delata un tío de plástico —dijo Dave sorprendido, volviéndose hacia la figura.

—Voy a vigilar la puerta trasera —respondió Cooper dirigiéndose rápidamente hacia la esquina más cercana.

—¡Rebeldes! ¡Estáis arrestados!

Dave golpeó la figura en la sien y logró arrancarle la cabeza.

—¡Rebeldes! ¡Estáis…! —El resto de la frase se ahogó en la hierba con un sonido eléctrico cuando Dave dejó la cabeza en el suelo.

Dave llamó a la puerta. No respondió nadie, pero pudo escuchar algunos ruidos en el interior de la casa. Dave llamó de nuevo. Finalmente, recibió una respuesta.

—¿Quién es?

—Soy yo, abre; traigo algo.

—¿Quién es?

—Soy yo, abre; traigo algo, he atracado la caja y queda bastante para ti también —dijo Dave pacientemente, sabiendo que nadie podría resistir tal tentación.

Al otro lado de la casa, Cooper puso involuntariamente su mano sobre su láser mientras se acercaba, pero lo dejó en la funda. La entrada trasera era una vieja puerta de madera con una sucia red para insectos colocada en el marco exterior a presión, pero sin apretar. La pintura estaba despegada, faltaba el pomo y estaba manchada con insectos muertos y mierda de paloma. Cooper miró la puerta mientras consideraba cómo abrirla sin tocarla demasiado. Lo que más deseaba era levantar el láser y volarla en pedazos.

Cooper oyó de repente que dentro de la casa se rompía una ventana, luego escuchó un gran tumulto seguido de un grito. ¿Era Dave? No estaba seguro, pero desechó cualquier duda. Sacó su láser, golpeó con fuerza el hombro contra la puerta y entró en la casa.

El sospechoso estaba de espaldas a Cooper. Aferraba un bate de béisbol de aluminio ensangrentado. Lo levantó por encima de su cabeza, listo para golpear a Dave.

Dave estaba tendido en el suelo. Cooper se dio cuenta de que tenía la nariz rota porque estaba torcida de forma surrealista y de una de sus fosas nasales manaba sangre. El hombre se inclinó hacia la cabeza de Dave, listo para terminar con él. Cooper realizó un único disparo apuntando al hombre en la parte trasera de la cabeza y el bate de béisbol se estrelló contra la pared con un fuerte ruido. El sospechoso cayó hacia un lado y se desplomó en el suelo con un sonido arrastrado, muy muerto.

—¡Mierda! —dijo Dave, apartando los restos de cerebro de su pecho—. ¡Mierda, maldita mierda! —gimió y se puso de pie—. Maldita sea, creo que me has salvado la vida con esa arma de mierda. —Dave miró a su alrededor con una expresión de decepción—. Casi tenía a ese psicópata, pero me resbalé en la basura de mierda —dijo señalando el piso donde había viejas cajas de pizza y hamburguesas a medio comer en varias etapas de descomposición (algunas de ellas estaban desarrollando formas de vida y ecosistemas microscópicos propios).

Cooper todavía tenía su láser en la mano.

Dave miró el arma.

—Mierda —dijo y salió por la puerta.

Cooper lo siguió.

—Vamos a Tex y nos tomamos una cerveza —dijo Dave al llegar el speeder—. Maldita sea, lo necesitamos.

—Sí —respondió Cooper mientras llamaba a la comisaría—. Aquí Cooper, unidad 314-22-F. Necesitamos un equipo de limpieza en West 9th Street, número 9. Muchas gracias —dijo cuando la comisaría respondió a la llamada. (Lo que tenía que limpiarse no era la basura de los restos de comida, sino los restos aplastados de un cerebro, y un cadáver).

—Hola Tex —dijeron Cooper y Dave al unísono cuando entraron en el Tex’ Café.

—Dos cervezas —dijo Cooper.

—Um, um —refunfuñó Tex en su tono habitual, poniendo dos cervezas frente a ellos. El Tex’ Café estaba abierto en el antiguo barrio desde que Cooper era un niño. El dueño seguía siendo el viejo Tex y el lugar no había cambiado mucho desde entonces. Las mismas viejas sillas de plástico estaban colocadas alrededor de mesas redondas de acero. Tex estaba, como casi siempre, frotando la barra con un paño de cocina a cuadros rojos y blancos. A lo largo de los años, probablemente había limado más de dos milímetros de la superficie de acero duro. A Cooper y a Dave les encantaba el Tex’ Café: no era tan solemne como los elegantes cafés y bistrós que se encontraban uno al lado del otro en el centro. Además, la comida era de primera y las cervezas estaban bien frías, por lo que cumplía con todos los criterios de un buen lugar para ir.

Tex era un hombre corpulento con una barriga enorme que, no obstante, le permitía maniobrar detrás de la barra del bar. El menú del día se podía leer en las manchas de su camiseta amplia y sin mangas.

—¿Alguna novedad? —preguntó Cooper obedientemente.

Tex inició una larga disertación sobre Hacienda, hablando sin sentido sobre cifras y cuentas. Luego continuó con otra disertación sobre el comportamiento de las personas en el tráfico durante las horas punta. Preguntarle a Tex sobre cualquier cosa significaba un extenso relato completo y vacío a la vez. Había sido minero en la Luna durante un corto periodo, pero rápidamente lo habían enviado a casa esposado. Cooper no sabía por qué, no se metía en esas cosas, pero de creer a Tex, este habría experimentado más aventuras en menos tiempo de las que la mayoría de la gente experimenta en toda su vida.

Dave y Cooper no escucharon lo que Tex tenía que decir sobre Hacienda. Ambos sabían que sus historias eran infinitas, como una serie que podías seguir a tu aire o usar como música de fondo.

—Salud, Cooper —dijo Dave tomando un merecido trago de cerveza—. Maldita sea, hoy me salvaste la vida.

Cooper levantó su cerveza y asintió con la cabeza.

—Ahora mismo llamo a la oficina y les digo que me jubilo —dijo Dave sacudiendo la cabeza y tratando de eliminar del sistema los restos de la adrenalina utilizada—. Espero que encuentres un buen compañero. —Sonrió y puso un brazo alrededor del hombro de Cooper—. Ahora el speeder te pertenece.

Cooper brindó con Dave.

—No va a ser lo mismo sin ti —dijo Cooper tomando un gran trago de cerveza y dejando escapar un pequeño eructo—. Quiero ser como tú, Dave —agregó melancólico, tomando otro largo trago—. Ya sabes, no disparar… Genial y todo eso… —Eructó de nuevo y pidió un par de cervezas más.

—Salud —respondió Dave mientras miraba al techo soñadoramente—. Quiero comprar una casa flotante con mis ahorros y sentarme todo el día a pescar camarones.

—Los camarones probablemente se han extinguido —dijo Cooper rotundamente.

—Ya sabes a qué me refiero —dijo Dave y pidió dos cervezas más para que las dos que Cooper acababa de pedir no se sintieran demasiado solas.

—¿Por qué solo camarones? —quiso saber Cooper. Habían bebido más cervezas de las que podía contar.

—Porque los camarones son fáciles de atrapar y no se resisten mucho. Y porque, uh…

—Por cierto, los camarones se han extinguido, ya te lo he dicho —dijo Cooper señalando con incertidumbre a Tex, que estaba apoyado contra la pared del fondo rascándose, cansado, su gran barriga—. ¡Oye, Tex! ¿Los camarones no se han extinguido? —le preguntó Cooper casi gritando.

Tex levantó lentamente la mirada y miró con seriedad a Cooper y a Dave.

—Hasta donde yo sé, los camarones, las estrellas de mar y las ostras se extinguieron durante el último cambio climático. —Tex hizo una breve pausa para pensar—. Y ese mismo destino trágico podría ser fácilmente el vuestro si no vaciáis enseguida las botellas para que pueda limpiar ese desastre.

Dave y Cooper se rieron a carcajadas, pero aun así se apresuraron a vaciar sus botellas y salieron a buscar un taxi.

Los Ángeles, 12 de junio de 2038

(El mismo año que el bloque de hormigón desapareció en el mar)

Era tarde. La frecuencia cardíaca subía automáticamente unos latidos extra por minuto cuando se estaba en el agitado centro de Los Ángeles. Siempre había una actividad febril que variaba entre el caos puro y el descuido relajado. Todo estaba en movimiento, la ciudad estaba viva. Los Ángeles podía ser tan bella, intensa y seductora como vulgar, excéntrica y absurda.

Lafontaine quitó unos pelos invisibles de la manga de su traje y dejó que su mano se deslizara por su rostro flaco. De color castaño rojizo, su suave cabello se rizaba a un lado; estaba peinado de forma que se separaba en lo alto de su frente. Se humedeció los labios y miró a uno y otro lado de la acera antes de caminar hacia la entrada que tenía frente a él. Esta pertenecía al edificio de COLO, grande, robusto y elíptico, en South Main Street. El nombre provenía del antiguo Coliseo, donde tuvieron lugar salvajes peleas de gladiadores en la antigua Roma. Si alguien iba a tener una conversación desagradable en este lujoso edificio, la entrada le podría recordar fácilmente las fatídicas puertas del Coliseo y su arena.

A Lafontaine le sudaban las manos sin poderlo evitar. El día anterior, una experiencia impresionante lo había conmovido profundamente y había dejado huella en su persona.

Dos minutos después, Cooper inspeccionaba con repugnancia los pocos restos de Lafontaine deslizándose por la parte delantera de su speeder, que se balanceaba perezosamente en su campo antigravedad tras la colisión con los restos del cadáver.

Lafontaine solo había recorrido la mitad del camino a la entrada antes de ser alcanzado. El disparo lo había impulsado por el aire a una buena distancia, pues el láser de Cooper siempre estaba al máximo.

—¡Vete la mierda, Satanás! —maldijo Cooper y volvió a colocar su láser en la funda de su cadera—. ¡Maldita sea! —maldijo de nuevo (tal vez por las manchas en su speeder o quizá por la pérdida de vidas humanas. Era difícil adivinarlo en su rostro).

Los últimos restos de Lafontaine resbalaron por la calle con un pequeño chapoteo.

Cooper era el único en el cuerpo del LAPD que llevaba un láser, el PmK, que generalmente estaba montado en speeders pequeños. Además, lo llevaba colgando de su cadera, igual que en las antiguas películas de vaqueros (se contaban muchas bromas sobre ello, pero él nunca llegó a escuchar ninguna). Había renunciado hacía mucho tiempo a seguir los principios de su antiguo compañero, de no usar armas; porque eso no le funcionó muy bien.

Cooper era conocido en el vecindario como un polizonte intransigente que abarcaba más que la mayoría tanto mental como físicamente. Era un polizonte en Los Ángeles con el que uno no debía meterse. Su comportamiento intransigente le hacía secretamente respetado por los criminales que deambulaban por la ciudad, pero aun así era un polizonte.

—¡Hola, Cooper! ¿Has librado a la ciudad de otro cerdo estúpido? —gritó Longer, que había llegado de inmediato zumbando en su scooter.

El scooter estropeado era una parte esencial del negocio de Longer. Un speeder pequeño y rápido podía girar en las esquinas más rápido que los de la policía. Sin apresurarse, apagó el campo antigravedad y el scooter bajó al suelo con una serie de suspiros. Longer se sentó un rato a mirar, con cara de reproche, los restos de carne y hueso y las piezas de un traje disuelto que se escurrían desde el speeder de Cooper; luego, miró con desaprobación a Cooper durante un rato.

Finalmente, Longer se alejó, subió a su scooter y de repente se detuvo. Se quedó de pie un buen rato mirando al aire, como si su mente estuviera en un largo viaje y su cuerpo se hubiera quedado donde estaba, privado de sus propiedades motoras.

Aparte del hecho de que ahora mismo parecía un tonto, Longer era como el sueño de una suegra. Tenía una cara bonita y buen proporcionada, con ojos almendrados y su cabello claro siempre estaba limpio y bien cortado. Pero si uno se fijaba mejor, se veía que había arañazos en la pintura.

Para un polizonte como Cooper, Longer unas veces era jodidamente molesto y otras una fuente de información útil. Longer tenía la capacidad de predecir cosas poco antes de que realmente sucedieran. Lograba ver conexiones entre acontecimientos independientes que nadie más podía ver, un fenómeno que él mismo no entendía demasiado. Además, Longer conocía a muchos delincuentes y prácticamente todas las tiendas a pie de calle. Tampoco había rumor del que él no se enterara.

La cara oculta de Longer era la venta de drogas blandas y las apuestas arregladas. Antes, Cooper lo había arrestado muchas veces, pero el problema era que Longer nunca había hecho nada realmente delictivo, al menos nada demostrable.

—Pues tenía una cita dentro de cinco minutos —continuó Longer sin verse afectado, después de que sus pensamientos regresaran y su mente se reuniera con su cuerpo. Longer miró hacia arriba y señaló el enorme edificio que se alzaba frente a ellos.

El tráfico en lo alto ya era un gran caos de speeders que entraban y salían de las largas y caóticas colas. Un par de controladores policiales volaban hacia allí para tratar de controlar la caótica situación, pero en vano. En los últimos años, desde que la Agencia Espacial Internacional había convertido la ciudad en una plataforma de transporte para gran parte del tránsito interplanetario, el tráfico en Los Ángeles se había disparado.

—Lo sabías muy bien, ¿verdad? —Longer hizo más una constatación que una pregunta.

Cooper negó con la cabeza.

—No, no lo sabía, pero obviamente tú sí.

—¿Por qué le has disparado? —preguntó Longer, mirando el speeder de Cooper, donde aún se podían ver manchas frescas de sangre.

A Cooper le agradó, de una manera infantil, que Longer le hiciera preguntas. Señaló la acera detrás de Longer.

—Ese cerdo estúpido en realidad intentó dispararme.

Longer se dio la vuelta y vio un pequeño láser tirado en la acera. Era algo pequeño, fácil de pasar por alto, pero lo suficientemente grande como para hacerle a alguien un feo agujero.

Cooper no entendía por qué Lafontaine había sacado su arma. Él acababa de gritar su nombre mientras Lafontaine se dirigía hacia la entrada. Quería sacarle alguna información sobre un gran lote de películas holográficas que habían desaparecido en Long Beach. Lafontaine había sacado su láser sin dudarlo, con una expresión salvaje en su rostro que lo había hecho parecer un perro rabioso. Cooper todavía estaba un poco conmocionado, pero cuando uno ha sido amenazado con un láser las suficientes veces, deja de pensar demasiado (lo que le había salvado un par de veces, y probablemente también ahora).

Pero había algo que Cooper no entendía del todo.

Lafontaine era solo uno de los peces pequeños, quizá un poco demasiado crecido, pero no se necesitaba una autorización formal para hablar con él, así que ¿por qué había reaccionado así? Cooper no podía entenderlo. Se rascó distraídamente la barbilla.

No tenía mala conciencia por haber disparado a Lafontaine, pero era malditamente irreversible borrar a un ser humano de la faz de la Tierra, y, además, era muy difícil interrogar a un testigo muerto. Cooper levantó la gorra y se rascó el cabello rubio y erizado. «Bueno, no hay nada que hacer salvo llamar a la centralita y hacer que el equipo de limpieza venga a hacer su trabajo», pensó. El endeble micrófono del speeder se acercó a él cuando lo llamó.

—Aquí el vehículo 314-22-F —dijo Cooper en voz baja por el micrófono—. Necesito una limpieza. —Miró con desinterés a Longer mientras esperaba una respuesta.

El micrófono cobró vida.

—Aquí la centralita. Equipo de limpieza en camino para el oficial Cooper. —La voz era suave y cálida y pertenecía a una mujer que nunca había existido, ya que se había generado informáticamente en su momento. El micrófono volvió a colocarse lentamente en su lugar.

—¿Has oído algo? —Cooper señaló a su alrededor con el brazo sin explicar con detalle lo que quería decir.

Longer había entendido muy bien lo que quería decir Cooper, pero se rio y se encogió de hombros.

—¡Debes haber oído algo, ya que de lo contrario tu fea cara no estaría aquí! —Cooper plantó ambos puños en sus costados, mirando con dureza a Longer.

Longer escupió junto a su scooter y miró a su alrededor con gesto de curiosidad, como si acabara de despertar después de una buena siesta y estuviera en un lugar distinto de donde se había quedado dormido.

—Tal vez no sea más que una coincidencia —respondió Longer con voz inocente.

Jugar a ser inocente de la manera más molesta era también una de las marcas registradas de Longer y, como siempre, era algo increíblemente provocativo. Cooper se contuvo porque bien podría necesitar un poco de ayuda antes de que terminara ese pequeño asunto.

—¡Ah, ahórrame esas tonterías y escúpelo! Y no me refiero a esa cosa repugnante con la que contaminas nuestra ciudad —dijo Cooper señalando con disgusto la mancha de mocos que colgaba de un cargador de speeder y goteaba lentamente hasta el suelo.

—Por cierto, es ilegal escupir en nuestras calles. ¿Lo has olvidado?

Longer se rio de nuevo.

—Algo está pasando ahí —dijo moviendo la cabeza hacia arriba del edificio. El comentario de Cooper sobre escupir en la calle le resbalaba completamente, como de costumbre.

Cooper también miró hacia arriba. Por extraño que parezca, sintió que en ese momento alguien estaba en pie allí, mirándolo. Esa sensación familiar duró solo un momento antes de desaparecer. Cooper se encogió de hombros y se dio la vuelta para buscar en los restos del traje de Lafontaine.

—Tal vez deberías echar un vistazo a los precios de las acciones de hoy —dijo Longer de repente, mirando fijamente al aire.

—¿Qué? —exclamó Cooper mirando a Longer. Odiaba cuando Longer comenzaba a hablar en clave.

—Como te digo, cotizaciones de acciones y corporaciones multinacionales —repitió Longer con calma—. Mira la programación de hoy o más televisión holográfica. Visita Londres y bebe un té cinético. —Longer negó con la cabeza al ver que Cooper no podía apreciar una relación tan evidente—. ¡Nos vemos! —dijo por fin y puso en marcha su scooter, que se levantó lentamente sobre su campo antigravedad con un ruido que insinuaba con creces que algunas piezas tendrían que ser reemplazadas muy pronto.

—¡Oye! ¿No me das las gracias por no arrestarte por escupir en la calle?

Sin girar la cabeza, Longer simplemente levantó la mano para saludar antes de desaparecer.

Cooper negó con la cabeza y miró la tarjeta de presentación que había encontrado entre los restos de las ropas de Lafontaine. Solo estaba un poco requemada en los bordes; no había tenido la mala suerte de su propietario, destrozado en pedazos pequeños.

Un par de transeúntes se detuvieron y señalaron a Cooper y al speeder mientras comentaban en voz alta los acontecimientos. Cooper se guardó la tarjeta en el bolsillo y mostró una sonrisa forzada, como si todo estuviera en perfecto orden. Afortunadamente, el equipo de limpieza acudió rápidamente a su rescate.

En realidad, el equipo de limpieza estaba formado por un solo droide de color blanco tiza. Tenía la forma de un huevo de gallina y medía aproximadamente un metro de altura. El droide llegó zumbando por la calle en dirección a Cooper, volando un par de veces alrededor de su speeder y escaneando todo con un campo de luz ultravioleta. Todo lo que se suponía que no debía estar allí se convirtió en moléculas inofensivas en minutos. Nunca se había equivocado.

Pertenecía a una nueva generación de droides Sub.Com con control inteligente reactivo. Su centro de memoria por sí solo estaba a la altura de la computadora principal de un puerto espacial importante y podía proporcionar información sobre incidentes, muertes e infracciones de tránsito de hace veinte años, así como lo que sucedería con el tráfico a las 8:15 de la mañana. También podría jugar al ajedrez pensando 140 000 movimientos cada vez que llegara su turno (solo le llevaba un nanosegundo).

Nadie sabía el tamaño real del ordenador que había en esos droides y había que cuidarse de no atribuirles sentimientos humanos. Sin embargo, Cooper estaba seguro de que suspiraba cada vez que aparecía y había muertos involucrados en el caso. Pero aun en caso de que tuviera sentimientos, solo podría realizar un suspiro moral por la destrucción de un ser humano, y tal vez por Cooper en particular.

El droide de limpieza podía limpiar todo un vecindario de basura y sospechosos en poco tiempo y sin esforzarse. Como para no poder suspirar debido a la carga de trabajo.

Cuando terminó la limpieza, Cooper notó con fastidio que su speeder estaba exactamente igual de sucio que antes. Solo unas pocas áreas pequeñas y brillantes revelaban que se habían eliminado algunos residuos no deseados. Cooper estaba casi seguro de que el droide lo había hecho a propósito. «La maldita máquina probablemente sospecha que solo la he llamado para lavar mi speeder», pensó con furia. «Habría tardado menos de dos segundos en limpiar todo el speeder». Descontento, miró al droide y lo llamó para informar.

Cooper pasó su informe hablando concisamente y con precisión al huevo de gallina brillante y el droide emitió un pitido breve en respuesta. Cooper entrecerró los ojos para ver si podía sentir algo de vida detrás de la superficie blanca y brillante, pero fue en vano. El espejo le mostraba solo una imagen distorsionada de sí mismo. Sonrió un momento, pensando que tenía un aspecto increíblemente bueno. El droide hizo una serie de ruidos y se elevó un poco en el aire antes de volar.

—¡Diles que voy a la comisaría después de comer rápido! —gritó Cooper al droide mientras este desaparecía calle arriba. Un destello de luz azul iluminó a los speeders más cercanos por un momento, y quedaron como nuevos y brillantes.

Cooper negó con la cabeza y pensó en multitud de métodos para cortocircuitar al pequeño monstruo.

Una comida rápida para Cooper significaba una hamburguesa de buen tamaño en el Tex’ Café, regada con una CocaCola y un café expreso doble (no necesariamente en ese orden).

La hamburguesa grande estaba colocada en un plato blanco frente a él. Cooper tomó un sorbo de cola.

—¿Alguna novedad en el vecindario? —preguntó mecánicamente a Tex.

—Um, sí —respondió Tex con exactamente el mismo énfasis en su voz que si le hubieran dicho que una base lunar había declarado la guerra a la Tierra—. ¿Vienen esos huevos o no? —gritó de repente a la cocina.

—¡Sí, sí, ya van! —gritó alguien alegremente. La esposa de Tex, en la cocina, siempre estaba de buen humor, sin importar lo ocupada que estuviera.

—Aquí nunca pasa nada especial —continuó Tex—. Pero, lo creas o no, el otro día… —Cooper asentía y masticaba su hamburguesa, trasegando su expreso entre bocados—. Creerás que es mentira, pero los agarré a los dos, uno con cada mano, y los levanté en el aire. Deberías haber escuchado cómo aullaban y gritaban… —Tex continuó con su larga historia sin interrupción mientras de vez en cuando le gritaba a su esposa en la cocina.

Cooper no escuchaba. En cambio, sacó la pequeña tarjeta de su bolsillo y la volvió a leer. Toqueteó un poco el borde quemado y ya tenía la sensación de que sería un caso que iría más allá de ese incidente con Lafontaine. No sabía por qué; era solo un presentimiento, pero había algo en el comportamiento de Lafontaine que lo inquietaba.

Satisfecho y relajado por la enorme hamburguesa, Cooper entró penosamente en la comisaría. Comprobó que el láser estaba asegurado y lo volvió a colocar en su funda; de lo contrario, sus colegas probablemente se lo echarían en cara. Madre mía, solo porque una vez había destrozado algunos paneles por accidente… Cooper se estremeció al pensar en el problema que había causado. Antes de entrar a su despacho, saludó cordialmente en el pasillo a los que conocía.

Poco después, el capitán Hatch se acercó y asomó la cabeza. Hatch era el jefe de Cooper. Observó a Cooper con su mirada aguda y guiñó jovialmente un ojo.

En los viejos tiempos, Hatch podría haber sido un perfecto noble inglés, con su piel clara y rasgos faciales clásicos, pero lo estropeaban totalmente sus variopintas elecciones de indumentaria que a veces podían lindar con lo estrafalario.

—Bueno, ¿así que lo mataste? —preguntó Hatch con énfasis y apartando su osado flequillo, una erupción de su vanidad solo superada por su gusto por las bufandas coloridas de seda. Hatch entró y se apoyó descuidadamente en el escritorio de Cooper (en realidad, parecía un millonario excéntrico apoyado en un Rolls Royce).

—Bueno, estaba justo donde disparé —respondió Cooper sin querer admitir que podía haber sido un error (una excusa que podría utilizar fácilmente en cualquier momento).

Hatch entrecerró los ojos lentamente y lo miró penetrantemente, pero su flequillo cayó hacia delante, impidiéndole ver nada. Sin embargo, eso no pareció preocuparle.

—¿Fue en defensa propia? —dijo sabiendo muy bien que Cooper por lo general no andaba matando gente sin ningún motivo.

—Sí, Lafontaine me apuntó con un láser. Todo está grabado en el droide.

—¿Por qué lo hizo? —Hatch se rascó con el dedo su nariz de perfil clásico y miró pensativo a Cooper.

—No lo sé. Nuestro querido amigo Longer también apareció.

—¿Longer? Sí, no me sorprende. Aparece en los lugares más extraños y con una frecuencia asombrosa. ¿Qué dijo? Me refiero a Longer, pues supongo que Lafontaine no llegó a decir nada.

—Longer solamente dijo tonterías sobre los precios de las acciones y el té chino en Londres —respondió Cooper—. Ya sabes, algo incomprensible, como es habitual. Algo propio de él.

—Bien —respondió Hatch sin dar más detalles.

—Tal vez tenga algo que ver con esto —dijo Cooper, arrojando la tarjeta quemada sobre su mesa.

Hatch tomó la tarjeta y leyó en voz alta:

—SpangFhann. Diseño de Software Internacional. —Le dio la vuelta y leyó la dirección al dorso. La misma calle donde Cooper había disparado a Lafontaine. Hatch le devolvió la tarjeta a Cooper.

—SpangFhann. Puede que debamos intentar conocer con más detalle lo que hacen…, además de software. En todo caso, no deberían asociarse con tipos como Lafontaine, o él no debería asociarse con ellos, por lo que ahora se ve —prosiguió Hatch.

Cooper asintió.

—Sí, eso es justo lo que deberíamos hacer. Intentar saber más de ellos —respondió, despidiéndose de Hatch, quien de repente se dirigía hacia la puerta. Los técnicos del sótano le habían enviado a Hatch un ping a su chip personal; de hecho, dos, lo que debía significar que estaba sucediendo algo importante.

Después de sentarse y mirar al aire durante unos minutos, Cooper se levantó y asomó la cabeza por el pasillo para detener a un androide en concreto. Por lo general no usaba el intercomunicador, porque siempre parecía ponerse nervioso por el tono de su voz cuando le gritaba (probablemente era solo su imaginación, pues el intercomunicador tenía un coeficiente intelectual de doce y no podía estresarse).