Solo hasta medianoche - Katherine Garbera - E-Book

Solo hasta medianoche E-Book

Katherine Garbera

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Beschreibung

Un falso matrimonio podía convertirse en verdadero La hermana de Dash Gilbert salió del coma creyendo que él se había casado con la doctora que la había atendido, Elle Monroe, que, además, era una antigua novia. Dash convenció a Elle para que fingiera ser su esposa por el bien de su hermana a cambio de financiar una nueva ala del hospital. Aunque se trataba de un acuerdo de negocios, la mutua atracción que sentían les proporcionaba mucho placer. Pero Dash no creía en el amor y Elle desconfiaba de sus sentimientos. ¿Podría un idilio fingido convertirse en verdadero?

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Seitenzahl: 184

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Katherine Garbera

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Solo hasta medianoche, n.º 2188 - octubre 2024

Título original: It’s Only Fake ‘Til Midnight

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410740297

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Dash Gilbert oyó voces mientras recorría el pasillo de la residencia sanitaria de Gilbert Corners. Unas susurraban que era un hombre encantador y afortunado; otras, que su apellido era una maldición en aquel pueblo.

Estaba allí para ver a su hermana. Temía los domingos porque debía visitarla, pero nunca faltaba. Hacía diez años que Rory había sufrido una grave lesión cerebral en un accidente de coche.

–Rory no había vuelto a hablar ni a moverse desde aquella noche en que lloraba en el coche, antes de que ocurriera el accidente. El médico al que Dash había encargado que cuidara de su hermana se acababa de jubilar y el hospital que proporcionaba personal a la residencia había contratado a un sustituto muy cualificado, al que Dash aún no conocía.

Abrió la puerta de la habitación de Rory. Tras haber leído un artículo que explicaba que la música clásica estimulaba el cerebro, había ordenado que sonara con frecuencia en la habitación de su hermana. Pero ahora se oía una canción a todo volumen de un conjunto de rock y un hombre se hallaba inclinado sobre Rory.

¿Sería el nuevo médico?

No lo conocía.

–Perdone, ¿es usted el doctor Monroe?

El hombre se irguió y se volvió hacia Dash con una sonrisa que se le evaporó rápidamente.

–No.

–¿Quién es usted? ¿Qué hace aquí? –le preguntó Dash acercándose y lanzándole una mirada que a más de uno lo haría temblar en la sala de juntas.

–Un amigo de Rory.

–Los conozco a todos, pero no a usted.

–Bueno, no me conoce aún –contestó el hombre tendiéndole la mano.

–Váyase.

El hombre lo miró como si fuera a protestar, pero las sábanas se removieron detrás de él.

–¿Dash?

Este no se creyó que estuviera oyendo la voz de su hermana. Parecía confusa.

–Estoy aquí –contestó con un nudo de emoción.

No pensaba que ella pudiera volver a hablarle. Intentó conservar la calma. Se sentó en el borde de la cama y le agarró la mano.

–¿Dónde estoy? –preguntó ella.

–En el hospital –contestó él al tiempo que se volvía hacia la enfermera que entraba en la habitación–. Apague la música y llame al médico.

Volvió a mirar a su hermana y la abrazó con delicadeza, ya que tenía puesto un gotero y una sonda para alimentarse. Ella, a su vez, lo abrazó levemente y le apoyó la cabeza en el hombro.

–No recuerdo nada. ¿Por qué estoy aquí?

–Tuvimos un accidente de coche.

–¿Qué?

Uno de los aparatos a los que estaba conectada comenzó a emitir pitidos y Rory empezó a temblar. Él le acarició la espalda sin saber qué hacer, que era algo que lo sacaba de quicio. Siempre sabía qué hacer, pero no en aquel momento.

–Apártese, está en estado de shock –una mujer con bata de médico lo empujó.

Dash se levantó y retrocedió. Se quedó mirando a Rory muy asustado, con la esperanza de no volver a perderla, ahora que acababa de recuperarla.

Sacó el móvil y mandó un mensaje a Conrad para decirle que Rory se había despertado. No quería apartarse de su lado, pero debía asegurarse de conseguir ayuda inmediatamente.

Mientras la doctora y las enfermeras se ocupaban de ella, Dash se volvió hacia el supuesto amigo al que no conocía. Había desparecido.

Una de las enfermeras le pidió que saliera al pasillo. Dash lo hizo y se apoyó en la pared recordando la última vez que había estado en el pasillo de un hospital: la noche del accidente en que Rory entró en coma y Conrad estuvo a punto de morir.

Notó que volvían a invadirlo el dolor y el pánico. Respiró hondo. Oyó pasos que se acercaban hacia donde estaba y alzó la cabeza. Era su primo.

–¿Cómo has llegado tan deprisa?

–Ahora vivo en el pueblo–contestó mientras abrazaba a Dash–. ¿Qué ha pasado?

–Había un desconocido en la habitación y, cuando he intentado saber quién era, Rory ha dicho mi nombre. La he abrazado, pero la alarma ha comenzado a sonar…

–¿Ha hablado? ¡Es fantástico!

–La nueva doctora está con ella, pero no sé si está cualificada para atenderla.

–La doctora es una experta en su campo. Hablará contigo en su despacho, cuando hayas visto a tu hermana.

Dash se volvió hacia la voz y al mirar la mujer a los ojos supo que la conocía: Elle Monroe, la mujer que había sido su pareja en un baile de invierno hacía diez años. Se preguntó si se acordaría de él. Dash no la había olvidado. Se dieron un increíble beso esa noche, antes de que él separara al oír gritar a su hermana. Esa noche la vida cambió para él. Que Elle hubiera hecho revivir a Rory parecía sacado de un cuento de hadas.

 

 

–Se acerca un bombón.

La doctora Elle Monroe miró por encima del borde de la taza de café y vio a un hombre alto y ancho de espaldas que se acercaba adonde estaban ellas. Como el sol le daba por detrás era difícil distinguirle los rasgos, pero tenía el cabello oscuro elegantemente peinado. Llevaba un traje de diseño que parecía hecho a medida. Las enfermeras que había con ella en la enfermería no dejaban de mirarlo mientras se aproximaba.

Ellen hizo lo mismo hasta que divisó sus rasgos. Inmediatamente se dio la vuelta y se dirigió a su despacho. Sus penetrantes ojos azules, la sensual boca y la fuerte mandíbula eran inconfundibles: era Dash Gilbert.

Había habido algo entre ellos y, aunque Elle era partidaria de comenzar de cero, y por eso había vuelto a Gilbert Corners después de tantos años, no lo era de cometer el mismo error dos veces.

¿Por qué no había engordado o por qué no estaba empezando a quedarse calvo? No había nada malo en ello, pero, ¿por qué seguía siendo tan increíblemente atractivo?

De todos los hombres con los que había salido, tres en realidad, era el único en el que pensaba de vez en cuando: el encantador e inolvidable Dash, que la había dejado plantada en un baile a medianoche.

Dejó la taza en el escritorio y respiró hondo. Estaba allí para trabajar, no para dedicarse a recordar. Agarró el montón de carpetas de pacientes que había en el escritorio. También tenía mucha información en el ordenador, pero le gustaba ver las radiografías y los resultados del laboratorio en papel. Su cerebro los procesaba mejor.

Era especialista en traumas y se centraba en los efectos a largo plazo de las lesiones en la cabeza y la columna vertebral. Le habían ofrecido aquel trabajo en Gilbert Corners al jubilarse el otro especialista y lo había aceptado porque iba a cumplir treinta años al cabo de seis meses y quería pasar página.

Y Gilbert Corners había sido la fuente de la mayoría de su problemas.

Sonó una alarma y volvió corriendo a la enfermería.

–Rory Gilbert se ha despertado –le dijo la enfermera de servicio–. Habitación 323.

Elle recorrió el pasillo a toda velocidad. No sabía con qué se iba a encontrar, ya que aún no había visto las historias médicas, pero se centró en la paciente y no en el hombre en quien pensaba con excesiva frecuencia.

Le dijo a la enfermera que lo hiciera salir de la habitación y ambas se dedicaron a estabilizar a la paciente. Tenía el pulso disparado, sin duda debido al estrés.

–Hola, Rory, soy la doctora Monroe –le dijo, una vez estabilizada. Le dio un vaso de agua.

–Eres Elle, ¿verdad? Estás saliendo con mi hermano.

Elle sabía por experiencia que los pacientes con daño cerebral solían hablar en presente.

–Estuvimos saliendo. ¿Qué recuerdas?

A Rory comenzaron a temblarle las manos al sostener el vaso. Elle se lo quitó.

–No mucho. Me acuerdo de Dash, claro, y de ti. ¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?

–Casi diez años.

–¿Qué? ¿Cómo es posible?

Elle le explicó las razones médicas, pero su anterior doctor creía que el trauma que Rory experimentó esa noche desempeñaba un papel fundamental para explicar por qué no salía del coma. El cerebro la protegía porque no deseaba volver a sentir el dolor que había dejado atrás.

–El cerebro protege el cuerpo y a veces se desconecta para efectuar reparaciones.

–¿Y el mío ha necesitado diez años?

Elle le sonrió.

–Tu cuerpo también necesitaba tiempo. Probablemente, Dash te contará más cosas

–¿Dónde está? Preguntó Rory buscándolo con la mirada.

–Lo hemos hecho salir para ocuparnos de ti. ¿Estás lista para volver a verlo?

Por su parte, no estaba segura de estar preparada para verlo de nuevo en la habitación.

–Creo que sí. Diez años es mucho tiempo.

–Así es. Voy a buscarlo para que te ponga al día.

Elle miró a la enfermera, que asintió para indicar que vigilaría a la paciente, antes de detenerse en la puerta, respirar hondo y abrirla.

Era una experta en lesiones cerebrales. No era la joven de veinte años que creía que, por haber salido con Dash seis meses, la invitaría a su casa para proponerle matrimonio. Ahora era más fuerte y tenía más seguridad en sí misma.

Y Dash Gilbert no le interesaba lo más mínimo.

Abrió la puerta y oyó su voz. Le llegó el aroma de su colonia y negó con la cabeza ante el recuerdo de cómo se sentía en sus brazos.

Él estaba diciendo algo sobre su cualificación para tratar a su hermana. Elle sabía que había intentado contratar a un experto europeo, en vez de a ella.

Era muy arrogante. ¿Cómo no se dio cuenta en su momento?

Probablemente porque estaba muy ocupada besándolo. En la universidad se tocaban y acariciaban constantemente. Eso aumentó su resolución de decirle que su hermana había mejorado y no volver a verlo.

Carraspeó y él se volvió a mirarla.

–Elle Monroe.

–Dash Gilbert, aunque no tan encantador como afirman los rumores.

–Tengo buenos momentos, pero no cuando me preocupa mi hermana. ¿Cómo está?

–Estable. Puedes entrar a verla. Le haremos más pruebas después de que hayáis hablado. Le he dicho que ha estado diez años en coma. Estoy segura de que te hará muchas preguntas.

–Gracias, Elle.

–Es mi trabajo y soy la doctora Monroe.

Dicho lo cual, Elle dio media vuelta y se marchó.

Al entrar en el despacho se dejó caer en la silla negando con la cabeza. Gibert Corners no la había decepcionado. Había vuelto para pasar página y parecía que el primer día ya iba a cumplirse su deseo.

Ahora debía dejar de pensar en que Dash no había cambiado mucho en los diez años anteriores, salvo porque aún era más guapo y, definitivamente, más arrogante.

 

 

Sentado en la habitación, Dash se sintió abrumado al oír a Rory riéndose de Conrad. Apartó la vista porque los ojos se le había llenado de lágrimas. No creía que volvería a oír su risa. No le gustaba emocionarse, pero ver hablando a dos personas que había estado a punto de perder era un buen motivo para hacerlo.

Conrad lo miró y enarcó una ceja preguntándole en silencio si estaba bien. Era Dash quien conducía esa noche al salir de la fiesta. No sabía que otro conductor lo perseguiría y chocaría con él al cruzar el puente helado del centro de la ciudad. Después, todo se le fue de las manos.

–¿Eres un cocinero famoso? –preguntó Rory a Conrad, cuando este le habló de su programa de cocina en televisión.

–Sí, y tengo novia.

–Siempre has tenido muchas .

–Pero esta es especial. Te caerá bien.

–Han cambiado tantas cosas… Me siento abrumada.

–Lo sé –afirmo Dash tomándola de la mano–. Iremos poco a poco. ¿Qué es lo último que recuerdas?

–Que era verano y que estábamos de vacaciones en casa, antes de volver a la universidad.

–Nos divertimos muchos esas noches quedándonos hasta tarde en el yate.

–Sí, Ellen me enseñó a tirarme al agua desde la proa.

Dash lo había olvidado. Llevaba diez años prohibiéndose pensar en Elle. Había estado muy ocupado dirigiendo la empresa e intentando olvidar que su hermana estaba en coma.

Pero ese verano se había divertido mucho con ella, por lo que la había invitado al baile de invierno, aunque sabía que ella no tenía los contactos adecuados para que su relación fuera en serio. Su abuelo lo estaba presionando para que saliera con la hija del director ejecutivo de una empresa con la que quería fusionarse.

–¿Ah, sí? ¿Cómo es que me lo perdí? –preguntó Conrad.

–Estabas ocupado –contestó Dash en tono seco.

–Sin duda. Entonces, ¿cuándo va a salir de aquí Rory?

–No lo sé. Tengo que hablar con la doctora Monroe.

–Pues ve. Yo me quedo con Rory.

Dash salió de la habitación, mientras una enfermera llamó a la doctora. Reconocía que Elle apenas se parecía a la joven que había conocido hacía tanto tiempo. Por aquel entonces llevaba una melena que le llegaba a los hombros y tenía los ojos llenos de energía. Ahora parecía que los diez años anteriores habían sido muy largos para ella.

–Tú dirás.

–¿Cuándo podrá irse a casa Rory? Supongo que tendrá que hacer rehabilitación. Está muy débil.

–Sí, la enfermera te dará una lista de ejercicios que debe hacer antes de que le den el alta.

–Gracias.

Negó con la cabeza. Le resultaba difícil enfrentarse a que su hermana se hubiera despertado y pronto pudiera volver a casa. Llevaba yendo a terapia desde el accidente, debido al sentimiento de culpa por haber sobrevivido, y ahora le costaba creer que Rory hubiera salido del coma.

–¿Estás bien?

Él contestó con sinceridad.

–No, me resulta increíble lo que ha sucedido.

–Es comprensible. Las lesiones cerebrales son impredecibles. Date un tiempo para disfrutar de la recuperación. Va a haber una larga lista de cosas que tendréis que hacer juntos.

Lo trataba como si fuera un desconocido. Y lo era, pero también la había tenido en sus brazos y conocía el sabor de su boca. Para él, no era una desconocida.

Pero resultaba evidente que ella no quería mostrarse más cercana, así que cambió de tema.

–Esta mañana, cuando he llegado, había un hombre en la habitación de Rory. Me ha dicho que era amigo suyo, pero no lo conozco ni he autorizado que estuviera allí.

–Voy a ver lo que averiguo. ¿Algo más?

–No, salvo que te debo una disculpa. No debía haber dicho nada sobre tu cualificación para tratar a mi hermana. Lo siento. Quiero lo mejor para ella.

Ella esbozó una media sonrisa.

–Lo entiendo, pero puedes estar seguro de que el hospital no me habría contratado si no creyera que estoy cualificada.

–Sé que lo estás –contestó él y le dedicó una de esas encantadoras sonrisas a las que ella le resultaba difícil resistirse–. Me gusta controlarlo todo y quería haber sido yo quien hubiera elegido al candidato.

–Pero sabes que no puedes encargarte de todo.

–Sí, por desgracia.

–Vamos a ver a Rory para decirle lo que necesita para que le den al alta. Los pacientes como ella necesitan una lista que los ancle al presente porque, si no, se dedican a pensar en el tiempo perdido y a recordar, lo cual les resulta muy estresante y puede hacer que recaigan.

Habían llegado a la habitación. Elle abrió la puerta y él la agarró del brazo. ¿Lo que le acababa de decir significaba que Rory podía volver a entrar en coma?

–¿Qué quieres decir?

Ella lo miró y le puso la mano en el pecho. Sentirla lo excitó. Al estar tan cerca notó su aliento en el cuello. Sus ojos se encontraron y él se olvidó de todo, salvo de que su hermana se había despertado y de que él estaba de nuevo con la única mujer que lo había considerado un hombre, no un miembro de la familia Gilbert.

Se inclinó lentamente hacia ella para ver cómo reaccionaba.

Ella se le acercó un poco más. Olía a sol y a verano y le recordó el tiempo en que la tuvo en sus brazos. La besó en los labios.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Besar a Dash sería una estupidez, pero él estaba muy cerca y muy emocionado a causa de su hermana, y ella no había olvidado su antigua pasión, aunque tal vez, en su recuerdo, exageraba cómo se había sentido en sus brazos.

Pero cuando la abrazó y comenzó a besarla y a acariciarle la lengua con la suya, Elle comprobó que sus recuerdos no mentían. Ningún otro beso la había afectado como aquel.

Alguien carraspeó y Dash levantó la cabeza y la miró con una expresión impenetrable.

«Soy idiota», pensó ella.

–Lo siento.

–No tienes que disculparte, Elle.

Ella pasó a su lado evitando la mirada de su primo Conrad, al que reconoció por el programa de televisión. Le resultaba difícil creer que, tras su vuelta a Gilbert Corners, volviera a estar rodeada de aquella familia. Se dirigió hacia Rory.

Esta le sonrió.

–Elle, me alegro mucho de que Dash y tú sigáis juntos. ¿Te preocupaba que me sintiera molesta al enterarme?

«¿Qué?».

–No, en absoluto. Tienes que ir asimilando muchas cosas. Diez años es un tiempo considerable y tendrás que ponerte al día.

–Así es. Le he pedido a la doctora Monroe que venga a explicarte lo que debes hacer antes de que te den el alta –dijo Dash, detrás de ella, al tiempo que le ponía la mano en el hombro.

Elle se estremeció. Negó con la cabeza mientras pensaba que debía reaccionar y volver a la realidad, que aquel contacto era platónico.

«Sí, pero el beso no lo ha sido».

Por eso, precisamente, su intención era hacer caso omiso del mismo.

–Vendrá un fisioterapeuta a examinarte para saber cómo estás.

Elle, decidida a centrarse en la paciente, continuó exponiéndole los pasos que habría de dar.

–Sé que no podrás dejar que vuelva a casa sola, pero si me voy a vivir contigo y con Dash, no habrá problema, ¿verdad?

«¿Con Dash y con ella?».

–Me temo que vas a necesitar a un profesional sanitario las veinticuatro horas del día.

–Contrataré a quien me digas –apuntó Dash.

Elle entendía que quisiera sacar a Rory del hospital. Nadie quería quedarse allí, pero el estado de salud de su hermana estaba sometido a constantes cambios, por lo que Elle necesitaba tiempo para estar segura de poder darle el alta y que la atendiera un profesional en casa.

–Hablaremos dentro de unas semanas.

–No quiero estar aquí tanto tiempo. ¿No puedo ir a vivir con vosotros? Eres mi cuñada, Elle, y mi doctora. A vuestro lado no me pasaría nada.

Elle le examinó las pupilas y le tomó el pulso.

–¿Por qué crees que soy tu cuñada?

–Os he visto besaros y recuerdo que esperabas que, en el baile de invierno, Dash te pidiera que te casaras con él.

Elle se sonrojó. Había olvidado que Rory estaba en la habitación con ella y sus hermanastras, mientras bromeaban sobre la proposición matrimonial de Dash.

–Eso no es del todo cierto. Creo que estás confusa.

A Rory se le aceleró el pulso y el monitor dio la alarma. Una enfermera entró corriendo y Elle se volvió hacia Dash.

–Espera fuera con tu primo, por favor.

Debían quedarse a solas con Rory para saber qué le sucedía. Rory casi se echó a llorar al ver que su hermano se iba, y Elle se dio cuenta de que Dash era el salvavidas de su hermana en aquel momento.

Le hizo una seña con la mano para que no saliera y él agarró la mano de Rory sin obstaculizar los movimientos de la enfermera. Rory respondía positivamente a la presencia de Dash y de Conrad, que había entrado en la habitación y la había agarrado de la otra mano. Parecía que tener con ella a su familia la calmaba.

Cuando Elle comprobó que el pulso se le había estabilizado, la enfermera salió de la habitación y ella se dispuso a hacerlo. Sabía por experiencia que un paciente que se recuperaba de un coma prolongado necesitaba tiempo para sentirse normal y que solía centrarse en una persona o en un momento del pasado mientras se recuperaba.

Parecía que Dash era el punto de referencia de Rory. Lo último que recordaba era el baile de invierno en la mansión de los Gilbert.

Dash y Conrad estaban hablando en voz baja con ella. Elle quería ponerse en contacto con el anterior médico de Rory, ya jubilado, para saber si también había reaccionado ante Dash estando en coma.

–Me voy, Rory, De momento, tendrás que seguir aquí. Pero no te preocupes, te mandaré a casa en cuanto pueda.

–Gracias, Elle –dijo Dash.

–De nada.