Sólo para parejas - Fernanda de la Torre - E-Book

Sólo para parejas E-Book

Fernanda de la Torre

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Beschreibung

Todo lo que debían saber sobre su vida juntos y se les olvidó conversar. El caso es muy común: una pareja decide casarse y planea con precisión de cirujano cada detalle del matrimonio. Consultan a un astrólogo para elegir la fecha; entrevistan a varios jueces, sacerdotes, ministros o rabinos; pasan semanas decidiendo el menú y la música… Sin embargo, se olvidan de lo más importante: los temas básicos sobre los que hay que ponerse de acuerdo para que la convivencia sea placentera. Desde qué van a hacer con su tiempo libre y cómo van a repartir los gastos y demás responsabilidades, hasta cuántos hijos quieren tener y de qué forma comunicar sus necesidades sexuales: varios asuntos centrales parecen quedarse en el tintero cuando se toma la decisión de compartir un techo. A partir de información detallada sobre los temas en cuestión, así como del relato y análisis de varios casos tomados de la vida real, la comunicadora Fernanda de la Torre desnuda aquí el campo minado en que puede convertirse la vida juntos si no existe la comunicación suficiente y oportuna.

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Para Carlos

Agradecimientos

Los libros no se hacen de la noche a la mañana ni se hacen solos; se dan porque todo fluye como debe de fluir. Éste fue el caso y debo admitir que ha sido una experiencia maravillosa y divertida.

Este libro no se hubiera logrado sin el apoyo de Grizel Marroquín, Rosa María Martínez, Marilú Ortega, Guadalupe Ordaz, Pablo Martínez Lozada y Rogelio Villarreal en Editorial Océano. Mi gratitud infinita a cada uno de ustedes para que lograra este sueño.

También quiero agradecer a Román Revueltas, Horacio Salazar y Carlos Marín que confiaron en mí cuando empecé escribir. A Paty Burgete, quien tuvo la idea de que debería haber una lista de temas que las parejas deberían discutir antes de vivir juntos o casarse.

Por supuesto que no hubiera llegado adonde estoy sin mis padres, mis hermanos, madrastra, hermanastros, cuñados y mi mejor maestro: Carlos, que ha sido el motor y brújula de mi vida. Cada uno de ustedes tiene un lugar especial en mi corazón y mi gratitud infinita.

Los amigos son los hermanos que uno escoge. Yo soy afortunada de tener grandes amigos y amigas; sin su apoyo en las buenas y en las malas no hubiera llegado hasta aquí. Javier, Ricardo, Rebe, Xavi, Juanjo, Manu, Choyo, Leo, Pablo, Pilar, Odile, Sandra, Caro, Alexis, Fernanda, Bertha, Gonzalo, Débora, Manolo, Alex, Roberto y Lorenzo: es un privilegio compartir la vida con ustedes.

Agradezco la confianza de quienes han compartido sus historias conmigo y también a los medios de información que me han dado un espacio; he logrado aprender y ese aprendizaje se refleja en este trabajo. Gracias a todos los que me han ayudado en Milenio Diario, UnoTV, S1NGULAR, Portal Fernanda Familiar, Editorial Contenido, RMX, White & Case y Océano. Agradezco especialmente el apoyo y confianza de Arturo Elías Ayub, Luis Vázquez Fabris y Esther Massry.

Y finalmente, gracias a ti, que tienes este libro en tus manos y me has regalado un poco de tu tiempo. Espero que algo de lo que está escrito sea de utilidad y ayude a resolver un problema o, mejor aún, a ahorrar alguno.

Introducción

Hace algunos años escribí para Milenio un artículo titulado “Muy bien la boda. ¿Y el matrimonio?” después de caer en la cuenta de que la mayoría de las parejas que conozco, y yo misma, pasamos horas soñando y planeando la boda, pero después de la luna de miel empiezan los problemas por casi todo.

Seguramente conocen más de una historia, donde todo fue planeado hasta el último detalle para celebrar una boda de ensueño. Meses antes, se buscó el lugar perfecto para el banquete, cerca de la iglesia perfecta. Las familias negociaron durante semanas sobre el número de invitados. La lista se revisó mil veces: era importante que no faltara ni sobrara nadie y que los datos de la invitación estuvieran correctos. Los novios entrevistaron hasta el cansancio orquestas, músicos y DJ, dentro de su presupuesto, con tal de encontrar la música perfecta para su boda. Con esmero, explicaron cuáles eran las canciones importantes para ellos y en qué orden las querían bailar. Su canción de novios, la del baile con sus padres y todas las melodías que les recordaban el noviazgo y los mil momentos especiales para ambos. Otro tema que se revisó con gran cuidado fue el del vestuario. El traje del novio y los de sus hermanos, las damitas y los pajecitos, y bueno, qué decir del atuendo estelar: el de la novia. Después de soñar toda la vida cómo sería su vestido nupcial, ella invirtió días y más días buscando los modelos adecuados y después probándoselos uno a uno hasta encontrar el vestido anhelado. Nada se dejó al azar; hubo un esfuerzo conjunto de las dos familias para que fuera un evento de ensueño y así fue. Todo mundo estuvo de acuerdo en que fue una boda maravillosa. Todo parecía sacado de un cuento de hadas. Parecía…

Días antes de su primer aniversario, los flamantes esposos anunciaron su decisión de separarse. “¡¿Que qué?! ¡Esto no puede ser!”, exclamaron los más allegados a la pareja. Pues sí. Sí puede ser. Los esposos no se ponen de acuerdo en nada y pelean a diario. A él no le parece que ella trabaje. Ella detesta que él no recoja su ropa y salga con sus amigos de jueves. No están de acuerdo en cómo dividir las tareas domésticas y, peor aún, los gastos. Ella no entiende por qué un televisor es más importante que cortinas nuevas para toda la casa. Para ella es esencial seguir trabajando y hacer una maestría y él dice tener la ilusión de ser padre pronto. “Pero ¿cómo? ¿Me van a decir que no habían hablado de esto antes?”, se preguntaban amigos y familiares. Por inverosímil que parezca, así había sido. Todo el año anterior a la boda se la pasaron poniéndose de acuerdo sobre tantas cosas para la fiesta que olvidaron, o no quisieron, ponerse de acuerdo acerca de lo que era importante para su vida. No tocaron a fondo el tema del dinero (problema número uno entre las parejas) por lo que jamás quedó bien claro cuáles eran los gastos prioritarios y cómo iban a pagar las cuentas. Siempre coincidieron en que ambos querían hijos, pero nunca hablaron de cuándo, y el año siguiente a ella le pareció muy pronto; quería esperar más tiempo. El trabajo de ella fue un tema que tocaron de pasada, porque con tanto gasto de la boda y la luna de miel ninguno pensó en dejar de trabajar. Las familias, que tanto se involucraron para organizar la boda y ayudaron a planear la luna de miel, poco hablaron con sus respectivos hijos del asunto del matrimonio, ni los ayudaron a reflexionar sobre las cuestiones que dificultan la convivencia.

En resumidas cuentas, el meollo del asunto fue que el número de horas-hombre que se invirtió en planear su boda fue muy superior al tiempo que invirtieron en hablar sobre su vida en común. La importancia que se da al día de la boda es desmedida y toma más tiempo planear este evento que discutir los temas estructurales del matrimonio. Parece mentira que nos dediquemos tanto a planear lo que, en el fondo, solamente es la celebración y testimonio de un compromiso. Si lo pensamos fríamente, la boda es sólo una fiesta que dura unas horas. El matrimonio, en cambio, es una decisión de vida, y no profundizar en este asunto no sólo es una imprudencia, sino que puede tener graves consecuencias.

Hablando con mi amiga Patricia Burgete, días después de escribir el artículo, ella comentó que debería existir una lista de temas que las parejas tendrían que tratar antes de casarse o vivir juntas. Siempre me pareció una idea muy sensata.

Para las mujeres, todo este asunto de la boda es como ser reina por un día. La boda es importantísima. En plena era de la tecnología y la comunicación, lo que rige a la hora de casarnos son las fantasías y los cuentos de hadas. Para muchas mujeres la boda sigue siendo una meta, y hay algunas que desde muy temprano empiezan a mortificarse de más si no hay boda en puerta. Abundan las que desde niñas dicen: “Cuando sea grande y me case…”.

Para complicar más la situación, muchos nunca se cuestionan si en verdad desean casarse o si lo hacen por imposición social. Me pregunto cuántas parejas decidieron casarse o juntarse sólo para librarse del estigma de la soltería y de los comentarios en las reuniones familiares: “¿Y tú para cuándo?”. Bajo esta luz, no es de sorprender que existan tantas personas que acaban con alguien a todas luces inadecuado.

Las estadísticas mundiales indican que el número de matrimonios va a la baja mientras que el de divorcios y de parejas en unión libre va a la alza. Las probabilidades de que un matrimonio termine en divorcio son cerca de 43 por ciento en Estados Unidos y un poco menos en México. No hay estadísticas confiables, pero muchas uniones libres también terminan. ¿Será que en verdad el matrimonio o la convivencia son la tumba del amor? ¡Claro que no! Lo que sepulta al amor no es el matrimonio, sino la falta de comunicación. Entre los problemas que hacen ver al matrimonio como una institución caduca (además de la imposibilidad de comunicarnos) están el miedo a la soltería, los sueños irreales del príncipe azul que nos empujan a casarnos literalmente a ciegas. Amor versus romanticismo.

Nos asustamos y entristecemos cuando las parejas cercanas a nosotros se divorcian o se separan. Es un trago amargo para ambos integrantes de la relación y para sus hijos, por decir lo menos. La verdad, debimos habernos entristecido antes, cuando vimos que personas queridas estaban tomando una decisión a todas luces equivocada. Debimos habernos escandalizado al darnos cuenta de que se iban a vivir con la persona que no era para ellos; que tomaban una de las decisiones más importantes de su vida dejándose llevar por la ilusión de la boda, por miedo a la soledad, o por convencionalismos sociales. Debimos haber puesto “el grito en el cielo” cuando vimos que se casaban sin conocerse a sí mismos ni conocer al cónyuge; no cuando se divorciaron. El divorcio o la separación son difíciles, pero es peor ver a quienes tanto queremos vivir atados por años a relaciones destructivas, con devastadoras consecuencias para todos los involucrados.

En verdad no debería sorprendernos que haya cada vez más divorcios. ¿Cómo podría ser de otra manera, si no nos conocemos y no sabemos qué queremos, si no conocemos bien a la persona con quien hemos decidido vivir, si no hemos hablado de los temas fundamentales de una convivencia y no nos hemos puesto de acuerdo en NADA? Para nuestra cultura latina, una negociación de dinero o la división de gastos, ya no digamos un acuerdo prenupcial, es el clímax del antirromanticismo. ¡Horror de horrores! ¿Alguien ha visto en una película de Hollywood o de Disney que la heroína se siente a discutir con el príncipe valiente cómo van a dividir las tareas del castillo y las responsabilidades de los hijos? ¡Ja! Nunca. La realidad no vende. Es más fácil alimentar nuestras ilusiones con películas en las que el amor vence todos los obstáculos y donde después de una preciosa boda los novios parten felices y enamorados rumbo a la luna de miel y aparece la palabra “FIN”. El problema es que en la vida real es justo al revés. La pareja, después de una preciosa boda y una romántica luna de miel, regresa y se enfrenta brutalmente con la cotidianidad. Nada más lejos que la palabra “FIN”; por el contrario, es ahí cuando empieza la película de un matrimonio, en donde hechos tan simples como la manera en que oprimimos la pasta de dientes o el lavado de los platos pueden dar lugar a peleas campales que hacen imposible la convivencia.

Aprender a comunicarse es muy importante, porque las vidas de dos personas no se sincronizan tan fácilmente como un smartphone. Hay que poner en orden eventos, compromisos laborales, parientes consanguíneos y familias políticas. Sin comunicación es imposible ponerse de acuerdo, como imposible es también tratar de hacerlo con la persona equivocada. La comunicación asertiva es la base de cualquier relación sana.

“Es más fácil casarse que seguir casado.” A pesar de que la frase parece haberla dicho Elizabeth Taylor, es una realidad, no sólo por las estadísticas de divorcio, sino porque muchas veces tomamos la decisión de casarnos o vivir con alguien basados en fantasías más que en realidades y sin pensar mucho las cosas. En la mayoría de los casos nos casamos muy jóvenes, sin conocernos y sin saber bien qué queremos y qué esperamos del matrimonio y de nuestra pareja.

La intención de este libro es tratar de motivar la comunicación entre quienes piensan vivir juntos o casarse, o quienes ya viven juntos o están casados por primera vez o por segunda vuelta, sobre los temas cotidianos que son de vital importancia para la vida en común. No pretendo desvalorizar la importancia de las fantasías de una boda, pero al final del día, una boda es únicamente una fiesta que dura unas horas y el matrimonio es para toda la vida. Existen muchos libros que te ayudarán a planear tu boda, con todo tipo de ideas para que tu evento salga como siempre has anhelado. Pero después de esas horas soñadas, viene la realidad. Decidir comprometernos con alguien, ya sea en unión libre o en matrimonio, es una elección de vida. Como en todas las elecciones, y para elegir bien, es necesario conocer las opciones. Muchas veces, lo más obvio es lo último que se nos ocurre preguntarnos y preguntar a nuestra pareja. Pasamos horas en la preparación de la boda pero dedicamos muy poco tiempo a la planeación de nuestra vida en común.

Es ésa la razón de este libro. Funcionar como un “ahorrapleitos”. ¿Cómo? Proponiendo una serie de temas que es necesario discutir antes de vivir juntos o de casarnos. Los temas han sido elegidos basándose en los problemas más comunes de las parejas. Probablemente no son todos los que están, ni están todos los que son. Cada pareja se enfrenta a diferentes situaciones y es imposible preverlas todas.

Aunque el momento ideal para plantearte estas cuestiones es cuando estás conociendo a alguien en una relación, también es cierto que nunca acabas de conocer a alguien. Este libro te puede servir para anticiparlas cuando no han ocurrido o resolverlas cuando están sucediendo.

Cuando se casó una amiga la acompañé a buscar su vestido de novia; en la tienda nos obsequiaron una pequeña agenda con todas las cosas que hay que tomar en cuenta para organizar la boda perfecta. Pero ¿y el matrimonio? Entonces recordé la idea de Patricia y su lista de temas para hablar del matrimonio y pensé en escribir el libro. Definitivamente no hay un libro que te ayude a organizarlo ni a tenerlo bajo control, pero plantearse estos temas, discutirlos antes de que se presenten, puede ayudar a evitar muchos pleitos y desengaños.

Mi historia personal es una buena muestra de falta de comunicación. Me casé muy joven con un hombre divorciado y no me hice (ni le hice) muchas preguntas. Creía que el amor salvaría todos los obstáculos. Y sí, estoy segura de que lo hace, pero sin la comunicación no hay amor que aguante. Con el paso de los años el sueño del matrimonio acabó en un estrepitoso divorcio. Tan estrepitoso que todavía no he logrado tener una buena relación. Lo cual no quiere decir que no crea en ella y no pierdo la esperanza porque nunca es tarde para tener una buena relación de exparejas.

Si lo pensamos, son pocos los requisitos que el Estado pide para un matrimonio. Sería una buena idea que junto con los exámenes prematrimoniales te pidieran como requisito tener un acuerdo prenupcial, no para ver quién se va a quedar con qué en caso de divorcio, sino un acuerdo sobre cómo se resolverán en el matrimonio temas controvertidos como los hijos y su educación, el trabajo, el dinero, la división de las tareas en el hogar, etcétera. Por eso, al final del libro encontrarás mi versión de un “Acuerdo prenupcial” para que apuntes los acuerdos a los que llegaron tu pareja y tú. Aclaro: no hay acuerdos buenos ni malos. Lo que para algunos puede resultar inconcebible, para otros es la solución ideal a un problema. Lo importante es justamente eso, aprender a llegar a acuerdos que ambos cumplan y con los que se sientan a gusto.

Cuando empezaba a escribir el libro, me topé con un artículo de Ashley Strickland en CNN titulado “A las personas narcisistas les interesa más la boda que la relación”.1 El artículo ponía como ejemplo el matrimonio de Kim Kardashian y Kris Humphries, que terminó setenta y dos días después de una fastuosa boda de diez millones de dólares.

El texto mencionaba dos razones principales para que esto suceda: el narcisismo que nos lleva a obsesionarnos con un suceso de un día y la falta de conocimiento de la persona con la cual pensamos unirnos; si sales pocos meses con una persona y después están planeando la boda, realmente no conoces a la persona con la que pretendes casarte. El artículo recomienda no casarte antes de un año de conocerse. Creo que sería maravilloso, y de lo más sano, que así como dedicamos mucho tiempo a planear la boda de nuestros sueños, dedicáramos más tiempo a planear nuestro matrimonio.

Por supuesto que no todas las bodas son actos narcisistas; la celebración es una sana manera de hacer el compromiso público, pero hay que estar conscientes de que la atención tiene que ir a la relación y no al festejo.

“Sobrevivir a la tarea de planear una boda juntos y, finalmente, de vivir juntos durante años y años, significa ser capaz de apoyarse mutuamente en las decisiones básicas o en los momentos difíciles. Las parejas que han salido juntas menos de un año muchas veces ni siquiera pueden soportar pequeños conflictos ni superar las diferencias”, dice la psicoterapeuta Micki McWade en el artículo citado. Y continúa: “Debe conocer a esa persona durante un año y no simplemente quedar atrapado en las hormonas, ya que gran parte de la atracción es física, pero eso no significa que las personas sean capaces de vivir juntas durante el resto de sus vidas”.

Para McWade el narcisismo es el mayor asesino de las relaciones, y si la boda se convierte en algo “mío” en lugar de algo “nuestro” es una clara señal de advertencia de que quizá sea mejor pensar las cosas dos veces. McWade cree que los estadunidenses están más predispuestos al narcisismo; yo creo que el narcisismo no respeta nacionalidad, género o edad: afecta a todos por igual. Afirma que “el mejor tipo de relación es aquella en la que las personas son realmente independientes por su cuenta, y luego se unen para compartir sus experiencias y amor por el otro. Que tengan una vida plena en ambos lados y que las dos personas estén equilibradas en cada lado, y que sean capaces de mantener ese equilibrio durante un año; eso es lo mejor”.

Cuando leí que “el énfasis actual es en gran medida en la boda y no en el matrimonio” supe que este libro estaba bien encaminado y que podría ser útil a varias personas que pensaran casarse por primera vez, por segunda, vivir en unión libre, sea cual fuere su edad, orientación sexual, ideología o trasfondo socioeconómico.

Quisiera aclarar que no soy una experta. No estudié psicología ni me dedico a terapias de pareja. Este libro es el resultado de mi experiencia, de las lecturas que he realizado para escribir mis artículos, de la experiencia de amigos, conocidos y lectores de mis artículos que han querido compartirlas y también de reflexionar sobre un problema que me importa mucho. Algunas de estas páginas provienen de artículos míos que se publicaron en una primera versión en Milenio Diario entre 2006 y 2012 y han sido actualizados e integrados a la idea de este libro.

Quise poner ejemplos de películas y lecturas porque ilustran con gran facilidad muchos de los problemas de los cuales hablo en el libro, de la misma manera que cuando queremos describir a alguien en extremo avaro, simplemente decimos: “Es como Scrooge”, o “Es un grinch” para aludir a alguien a quien no le gusta la navidad. Las escenas se nos quedan grabadas para siempre y así es más fácil identificar las conductas. Hacia el final de algunos capítulos hay, asimismo, algunas consideraciones para quienes ya vivieron una relación de pareja seguida de una separación, y quieren volver a casarse o vivir juntos.

De corazón espero que este libro sea de utilidad y que ahorre algún problema, o sirva de ayuda a quienes lo tienen entre sus manos.

1Muy bien la boda…¿Y el matrimonio?

Choque de culturas

Cada quien llega al matrimonio con una carga cultural. No podemos despojarnos de un plumazo de aquello que vivimos y nos enseñaron. Cada familia tiene sus propias historias, anécdotas y maneras de ver la vida. De este bagaje familiar surgen nuestras creencias en relación con el mundo que nos rodea, el dinero, nuestro comportamiento social, la manera de relacionarnos con nosotros mismos y con los demás… Todo ello nos acompaña siempre. Es imposible encontrar dos núcleos familiares iguales: por mucho que creamos que tenemos antecedentes culturales y familiares comunes, pronto veremos las diferencias; en algunos casos serán tan sencillas como la manera de poner o servir la mesa, y en otros serán de carácter fundamental, como nuestras ideas sobre cómo educar a los hijos o manejar el dinero. Por simples que parezcan, esas discrepancias pueden ser causa de grandes pleitos.

Es importante entender que probablemente nuestra pareja valore sus tradiciones familiares de la misma manera en que valoramos las nuestras. Por ridículas que nos parezcan sus costumbres heredadas, debemos comprender que éstas le dan a nuestro cónyuge un sentido de pertenencia. Por eso es importante respetarlas, de igual modo en que pediremos que respete las nuestras. Muchas veces, a pesar de haber crecido en el mismo país y con la misma lengua, las tradiciones de otras familias nos parecen lejanas, como si fueran no digamos de otro país, sino de otro planeta.

Cristina es hija única y desde joven ha viajado sola. Sus padres la educaron para creer en la independencia de las personas y la igualdad de género. En su casa no había “cosas de mujeres” y “cosas de hombres”. Sus padres hacían las mismas tareas en el hogar, dependiendo del tiempo que tuvieran disponible. Su madre sabía cambiar llantas y su papá cocinar. Ella aprendió ambas cosas. Se enamoró de Víctor, que proviene de la típica familia que hace todo junta. En casa de Víctor las mujeres preparan la comida y sirven la mesa. Además, la familia se reúne una vez a la semana, y todos son bienvenidos a esas reuniones. Los primos y tíos que quieran asistir el sábado, pueden hacerlo siempre y cuando hayan avisado el jueves.

Cristina no estaba acostumbrada a tantas reuniones familiares, porque además de las semanales, había que asistir a cumpleaños, bodas, primeras comuniones, graduaciones y bautizos de la familia extendida. Sentía que no tenía tiempo para estar con su pareja y sus amistades. Después de varios conflictos, llegaron a un acuerdo: sí asistirían a todos los festejos de la familia más cercana de cada uno, pero se hablaría antes sobre los de los primos y tíos. Jamás se aceptaría una invitación sin antes preguntar al otro por sus planes y, en caso de emergencia, si Cristina tenía otro compromiso, Víctor podría acompañarla o ir solo. Las vacaciones con miembros de los familiares de uno y otro quedaron reducidas a una vez al año. Ambos estuvieron conformes con el acuerdo y se acabaron las discusiones. Cristina todavía no entiende la necesidad de reunirse con la familia para poner el nacimiento cada navidad, pero ha llegado a disfrutar la tradición y piensa seguirla cuando tengan hijos.

El choque cultural es grande. Tendemos a creer que nuestra manera de hacer las cosas (o más bien la de nuestra familia) es la correcta. Ante un choque cultural lo más importante es tratar de llegar a un punto medio que funcione para ambos o acordar lo que tenga más sentido tomando en cuenta la situación del momento.

A este respecto, parto de la firme creencia en la equidad entre el varón y la mujer. No creo que existan “cosas de hombres” y “cosas de mujeres”: ellos, por ejemplo, son tan capaces de cocinar como una mujer y en muchos casos lo hacen mejor. Es cuestión de disposición y aptitud más que de género.

Descalificar las costumbres de tu familia política es una manera de descalificar a tu pareja, y a nadie le gusta que critiquen a los suyos, a pesar de que ellos mismos lo hagan. Es algo así como un asunto de soberanía nacional: podremos criticar a nuestro país, pero cuando un extranjero dice lo mismo que nosotros por lo general nos cae muy mal y acabamos defendiendo aquello que denostábamos.

Mi papá hacía y mi mamá me hacía

Las comparaciones son odiosas. Lo sabemos. Cuando niños, nada nos cae peor que el hecho de que nuestros padres nos comparen con nuestros hermanos o primos, y más grandecitos, odiamos que nuestros maestros nos comparen. La misma lógica vale para nuestras parejas: oír hablar elogiosamente de la ex saca ronchas a cualquiera. No podemos evitar pensar: “¿Pues por qué la dejó, si era tan maravillosa?”.

Comparar a nuestras parejas con nuestros padres tampoco es buena idea. Tendemos a idealizar a nuestros progenitores, en especial cuando hemos tenido la desgracia de perderlos. Agustín recuerda a su difunto exsuegro como un tipo promedio: no era muy alto, tampoco gordo y tenía el pelo oscuro. Tuvo varios trabajos y no destacó significativamente en ninguno de ellos. Sin embargo, cuando Patricia, la exesposa de Agustín, habla de su padre, la imagen que pinta no tiene nada que ver con el hombre que él conoció. Ella recuerda a su padre como alto, rubio, hiperinteligente, terriblemente simpático, trabajador, exitoso y querido por todos, faltaba más. Cuando tuvieron hijos, no paraba de comparar a Agustín con su padre, quien había fallecido poco después del matrimonio de ambos: “Mi papá siempre estaba con nosotros los domingos, no sé por qué no puedes tú estar con tus hijos”. Agustín en un principio contestaba que él no lo recordaba así; con el tiempo vio que esto sólo traía más problemas y agrandaba las discusiones, así que aceptaba sin conceder. Le daba “por su lado” para terminar la discusión. Curiosamente, alguna vez que la hermana de Patricia los oyó discutir sobre el tema, dijo que ella no recordaba que su padre fuera como Patricia decía.

Lo mismo sucede cuando se santifica a la madre. Las madres de todos son seres humanos con defectos y cualidades. Es lógico que le tengamos un cariño especial a la nuestra, pero pocas cosas molestan más a las mujeres que les mencionen a “mi santa madre”.

¡Atención! Una cosa es compartir la admiración que sentimos por nuestros progenitores y otra muy distinta comparar a nuestra pareja con ellos. Las comparaciones son siempre injustas, porque no hay dos seres humanos iguales. Además, cuando idealizamos a uno de ellos, está bien claro quién va a salir perdiendo siempre en la comparación. Si bien es cierto que muchas mujeres y hombres ven a sus progenitores como modelos a seguir, o bien, buscan en la pareja al padre o madre que les hizo falta (existen miles de libros de psicología que hablan del complejo de Edipo y Electra), la realidad es que es imposible clonarlos, así que lo mejor es dejar atrás las fantasías y aceptar al cónyuge tal cual es.

Hablando de cambios: voy a hacer que él/ella cambie

Habría que ponderar entre dos ideas opuestas: “Todos podemos cambiar” y “La gente no cambia”. Ambas frases, por contradictorias que parezcan, tienen mucho de verdad. Todos podemos cambiar, es cierto, y de hecho lo hacemos constantemente. Con el paso de los años sustituimos algunos gustos y aficiones con otros nuevos. No nos apetece siempre la misma comida ni la misma bebida, y cambiamos también de gustos musicales y hasta de manera de pensar.

La gente cambia, sí, pero cambia ciertos hábitos el día que decide hacerlo. Nadie cambia por las exigencias o caprichos de otros sin una convicción propia. Esa convicción interna es lo que nos lleva a modificar nuestra conducta. Cuando nos damos cuenta de que algo no nos sirve, nos lastima o lastima a otros, surge en nosotros la necesidad de cambiar. Cuando advertimos que cierta conducta tiene consecuencias negativas para nosotros mismos o para los demás, decidimos modificarla. El cambio y crecimiento existen, pero dependen de la decisión de cada persona y se realizan en el momento en que cada uno lo cree conveniente. De nada sirve decirle a una persona que deje de fumar si no está lista para hacerlo.

Por otra parte, es necesario conocer a la persona y aceptarla como es. Es un mito que por amor la gente cambie. Puede hacerlo, pero siempre y cuando quiera hacerlo. El malhumorado puede cambiar, sí. ¿El mujeriego? También. Pero esos cambios vienen de una decisión interna que no tiene que ver con quien se los pida ni con las razones por las cuales se los pida (que pueden ser razones sólidas y hasta perseguir el propio bien de quien queremos que cambie). Tampoco importan las posibles consecuencias de cambiar o no hacerlo. Por eso es importante aprender a detectar los focos rojos en las relaciones y darles la importancia que tienen: minimizarlos en nuestra cabeza no los hará desaparecer. Es necesario saber qué queremos, con qué podemos vivir y con qué no. Habrá no fumadores que pueden vivir y tener felices matrimonios con fumadores mediante acuerdos. Habrá quien no tolere el cigarro y una relación con alguien que fume le resulta inconcebible. Ambas posturas son válidas. Pero pretender cambiar a la persona para que se ajuste a nuestros ideales no lo es.

Un solo defecto puede ser suficiente para opacar todas las cualidades de una persona; por eso es necesario conocerla y aceptarla tal cual es. Si el defecto en cuestión a nosotros nos parece intolerable, es mejor replantear la relación. Enamorarse de las cualidades es muy sencillo: ¿quién no puede querer a alguien detallista, cariñoso, trabajador, prudente, inteligente, comprensivo, solidario? Pero además de todas esas cualidades tiene un defecto que no podemos soportar, como el que sea mujeriego o jugador compulsivo. Si esos defectos nos parecen insoportables y van en contra de aquello que consideramos fundamental en una relación como la fidelidad, pues es momento de pensar si verdaderamente ésa es la persona para nosotros. Si tenemos la fidelidad como un valor no negociable, es mejor evitar salir con el mujeriego, por adorable, carismático, comprensivo y maravilloso que resulte en la cama. Ese hombre probablemente no vaya a cambiar, e ignorar esto puede ser fuente de mucho sufrimiento futuro.

Si bien es cierto que durante la etapa del noviazgo mostramos nuestra mejor cara, también lo es que aun cuando enseñamos esa cara pueden externarse señales de alarma o “focos rojos”. Cada quien sabe si decide ignorarlos o no. Clara salió con un tipo encantador quien en una de las primeras citas le dijo: “En mi casa todos dicen que soy un loco neurótico”. Ella prefirió hacer caso omiso del comentario, y la relación terminó a gritos después de varios pleitos absurdos. Clara aprendió que si alguien te dice que es loco, es mejor poner atención y creerle, o al menos preguntar por qué su familia lo percibe así.

Todo cambiará cuando nos casemos

Las mujeres se casan pensando que el hombre cambiará; los hombres lo hacen pensando que la mujer no lo hará… Inevitablemente ambos quedan decepcionados.

OSCAR WILDE

Creer que por el simple hecho de que nos casemos nuestra pareja cambiará, es un error fatal, pero muy común. Si decidimos ignorar los focos rojos y seguir la relación con el neurótico, el mujeriego o el flojo, no pretendamos que por mudar de estado civil las cosas cambiarán fácilmente. Pensar que el matrimonio soluciona todos los problemas es tan absurdo como creer que por el simple hecho de convertirse en casada la mujer que nunca ha entrado a la cocina se volverá una gran cocinera y disfrutará hacer pasteles, o que el hombre que siempre ha sido prepotente se volverá un ejemplo de humildad. El matrimonio o la convivencia no hacen milagros. El que es desordenado seguirá siéndolo; a quien no le gusta la cocina, seguirá sin gustarle. Si bien es cierto que ambos pueden hacer esfuerzos para la sana convivencia y armonía, y puede ser que ambos modifiquen ciertos aspectos de su carácter en el matrimonio, muchos esfuerzos de esta clase funcionan sólo por un tiempo; después vuelven las cosas a ser como eran antes.

También es necesario tener cuidado con las promesas de cambio prácticamente imposibles de cumplir. Una mujer muy dominante y crítica de lo que hace su novio con seguridad seguirá siéndolo después de casarse, a pesar de las promesas que haya hecho en cuanto a modificar su conducta. Hay que ser realistas: quizá pueda tratar de ser más tolerante y comprensiva, pero seguirá intentando que las cosas se hagan a su modo más de una vez.

Recuerdo bien el primer pleito de casada que tuvo una amiga mía. Lloró por días porque su flamante marido criticó la sopa de fideos (grasosa e insulsa) que ella le hizo. “Yo pensaba que porque me ama se comería la sopa sin criticarla… ¡Buaaa!” No disculpo al marido por su probable falta de tacto al criticar los esfuerzos culinarios de su mujer, pero sí debo decir que pensar que por amor uno aguanta todo es un absurdo.

Aprender a escuchar

La mayoría de las personas no tenemos ninguna deficiencia auditiva; sin embargo, nos cuesta trabajo escuchar lo que dicen los demás. No es una cuestión de oído sino de atención y apertura. A pesar de que nos comunicamos desde el momento en que nacemos, no hemos aprendido a hacerlo efectivamente, lo que nos ocasiona muchos dolores de cabeza. Muchas veces, mientras nuestra pareja habla de sus intereses, preocupaciones o planes futuros, permanecemos sumergidos/as en nuestros pensamientos, oyendo pero sin prestar mucha atención. Después viene el “¡Pero si ya te había dicho que la fiesta era hoy!” o el consabido “Nunca pones atención a lo que te digo, porque no te importo”.

Por otra parte, así como hay que aprender a escuchar, también hay que aprender a expresar bien lo que queremos y sentimos, y buscar el momento adecuado para hablar. A veces ese instante no llega en un día ni en una semana, pero si queremos que nos escuchen es muy importante encontrar la hora, si no perfecta, óptima.

La importancia que nos damos