Space Invaders - Nona Fernández Silanes - E-Book

Space Invaders E-Book

Nona Fernández Silanes

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Beschreibung

Entre sueños y recuerdos, las voces de un grupo de niños reconstruyen los años de oscuridad y lo atroz de la dictadura chilena, reviven, ya como adolescentes, las normas que en aquél momento regían sus vidas, la desaparición inexplicable de algún hermano mayor y se centran en la repentina partida a Alemania de una compañera del liceo. Nona Fernández presenta a estos compañeros de primaria como testigos conscientes, protagonistas involuntarios y participantes políticos que se comunican formando una memoria donde "no hay palabras, ni nombres, sólo un cuerpo de muchas patas y manos y cabezas".

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COLECCIÓN POPULAR

771

SPACE INVADERS

NONA FERNÁNDEZ SILANES

Space Invaders

Primera edición, Alquimia, 2013 Primera edición, FCE, 2020 [Primera edición en libro electrónico, 2020]

© 2013, Nona Fernández Silanes Esta edición de Space Invaders es publicada con el acuerdo de Ampi Margini Literary Agency y con la autorización de la autora.

D. R. © 2020, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios: [email protected] Tel. 55-5227-4672

Diseño de portada: Neri Ugalde

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-6839-4 (ePub)ISBN 978-607-16-6702-1 (rústico)

Hecho en México - Made in Mexico

ÍNDICE

PRIMERA VIDA

I

II

III

IV

V

VI

VII

SEGUNDA VIDA

I

II

III

IV

V

VI

VII

VIII

TERCERA VIDA

I

II

III

IV

V

VI

GAME OVER

I

II

III

EPÍLOGO

Aprender a despertar, Jaime Pinos

A Estrella González J.

Estoy sometido a este sueño:sé que no es más que un sueño,pero no puedo escapar de él.

GEORGES PEREC, La cámara oscura

PRIMERA VIDA

I

SANTIAGO DE CHILE. Año 1980. En un liceo del barrio Avenida Matta, una niña de diez años entra de la mano de su papá. Trae un bolsón de cuero colgando del hombro y los cordones del zapato derecho desatados. Afuera, en la calle, aún quedan los restos de una celebración que dejó algunos panfletos, botellas vacías y basura desperdigada por la vereda. La nueva Constitución propuesta por la Junta Militar fue aprobada por una amplia mayoría. El portero del liceo barre la mugre del frontis mientras mira al padre de la niña. El hombre se saca el gorro de carabinero para despedirse de su hija. Le da un beso en la mejilla y le dice un par de palabras al oído. La niña sonríe y luego avanza por el pasillo con su cordón desatado arrastrándose por las baldosas del suelo. Frente a la estatua de la Virgen del Carmen, se hinca y besa su dedo pulgar.

II

A VECES soñamos con ella. Desde nuestros colchones desperdigados por Puente Alto, La Florida, Estación Central o San Miguel, desde las sábanas sucias que delimitan nuestra ubicación actual, refugiados en los catres que sostienen nuestros cansados cuerpos que trabajan y trabajan; de noche, y a veces hasta de día, soñamos con ella. Los sueños son diversos, como diversas son nuestras cabezas, y diversos son nuestros recuerdos, y diversos somos y diversos crecimos. Desde nuestra onírica diversidad podemos concordar que cada uno a su propio modo la ve como la recuerda. Acosta dice que en su sueño ella aparece niña, tal como la conocimos, de uniforme escolar, con el pelo tomado en un par de trenzas largas. Zúñiga dice que no, que nunca ocupó trenzas, que a él se le aparece con una melena negra y gruesa enmarcándole la cara, melena que sólo él recuerda, porque Bustamante tiene otra imagen y Maldonado otra y Riquelme otra y Donoso otra, y todas y cada una son diferentes. Los peinados y los colores varían, las facciones no terminan de enfocarse, las formas se borronean, y no hay manera de ponerse de acuerdo porque en los sueños, lo mismo que en los recuerdos, no puede ni debe haber consenso posible. Fuenzalida sueña con la primera vez que la vio. Cuando despierta no recuerda bien cómo era su peinado, así es que no entra en ese debate con el resto del curso, porque para Fuenzalida lo importante en los sueños son las voces, no los peinados. Fuenzalida sueña con muchas voces infantiles cuchicheando en la sala de clases del quinto año básico y con el profesor de turno pasando la lista. Acosta, presente. Bustamante, presente. Las voces de cada uno de los niños van respondiendo con el tono preciso, tal cual eran, porque aunque las voces se diluyen con el tiempo, los sueños saben resucitarlas. Donoso, presente. Fuenzalida, presente. Y entonces el turno de ella, su nombre pronunciado bajo los bigotes negros del profesor. González, se escucha en la sala, y desde un banco solitario de la fila del fondo, la alumna nueva, o quizá no tan nueva, responde presente. Es ella. No importa cómo se ve su pelo, su color de piel o sus ojos. Todo es relativo, menos el sonido de su voz, que cuando se trata de sueños, según Fuenzalida, es lo mismo que una huella digital. La voz de González se nos cuela desde el sueño de Fuenzalida y toma nuestras propias imágenes, nuestras propias versiones de González, y ahí se instala y se queda para acompañarnos noche tras noche. Algunas visita la almohada de Acosta, otras el colchón de Maldonado, otras las sábanas rotas de Donoso. Y así el recorrido nocturno es una pasada de lista circular que no termina nunca, un chequeo eterno que no nos deja dormir tranquilos. Han pasado años. Demasiados años. Nuestros colchones, lo mismo que nuestras vidas, se han desperdigado en la ciudad hasta desconectarse unos de otros. ¿Qué ha sido de cada uno? Es una incógnita que poco importa resolver. A la distancia compartimos sueños. Por lo menos uno bordado con hilo blanco en la solapa de un delantal cuadrillé: Estrella González.

III

NOS HAN ordenado uno delante del otro en una larga fila en medio del patio del liceo. A nuestro lado, otra larga fila, y otra más allá, y otra más allá. Formamos un cuadrado perfecto, una especie de tablero. Somos las piezas de un juego, pero no sabemos cuál. Tomamos distancia, ponemos el brazo derecho en el hombro del compañero de adelante para marcar el espacio justo entre cada uno de nosotros. Nuestro uniforme bien puesto. El último botón de la camisa abrochado, la corbata anudada, el jumper oscuro debajo de la rodilla, las calcetas azules arriba, los pantalones perfectamente planchados, la insignia del liceo zurcida en el pecho, a la altura correcta, sin hilachas colgando, los zapatos recién lustrados. Mostrar las uñas limpias, las manos sin anillos, la cara despejada, el pelo fuera de combate. Cantar el himno nacional todos los lunes a primera hora, entonarlo como cada uno puede, con voces agudas y desafinadas, voces chillonas que gritonean un poco, nuestras voces repitiendo entusiastas el estribillo, mientras uno de nosotros iza la bandera chilena allá delante y otro la sostiene entre sus brazos. La estrellita de tela blanca subiendo y subiendo y subiendo hasta alcanzar el cielo. La bandera por fin arriba del asta, flameando sobre nuestras cabezas, al compás de nuestras voces, y nosotros mirándola protegidos por su sombra oscura.

IV

MALDONADO